¡Buenos días a todos! Estoy de vuelta con el nuevo capítulo :) La última vez os había dejado en pleno suspense, así que hoy reanudamos con la acción y con un elemento más en el tablero de ajedrez de la batalla final. ¡Espero que os guste!
Samy: muchísimas gracias por tu última review :) ¿De dónde saco tantas ideas? La verdad es que con esta fic quería resolver todas las puertas de Digimon Tri., así que me pasé bastante tiempo pensando en todos los elementos que tenía que hacer encajar y cómo se podía crear conexiones entre ellos. Una idea me llevó a la otra, y así construí la historia. Las ideas también me vienen muchas veces cuando leo cosas para documentar mi historia. Por ejemplo, el prólogo de Tri. habla de un demiurgo, que es una concepción del gnosticismo, y eso me llevó a imaginar el génesis del mundo digital. Conocía la pirámide de Yonaguni, que existe de verdad en Japón, y cómo se estima que data de – 10 000 a.C, encontré que esto correspondía al periodo Jomons de la historia japonesa y eso me dio la idea de hacer de este pueblo los creadores del mundo digital. Había también que explicar más precisamente el papel de la Agencia y de este hombre en la sombra que Maki Himekawa ve en la pelí 1 de Tri. Cómo había decidido introducir al personaje de Sakae, me pareció interesante crear la historia del director de la Agencia y de unirla a la historia del padre de Koushiro, ya que siempre he pensado que se podía hacer algo con los padres biológicos de Koushiro. En fin, más o menos, ves como un elemento me lleva a otro xD Gracias por tus cumplidos, la verdad es que también escribo novelas originales en francés, tengo tres publicadas por una editorial francesa :) Gracias por comentar, ¡espero que el nuevo capítulo te guste!
Buena lectura a todos :)
Capítulo 61
– ¡No! gritó el Sr. Nishijima.
Devastado, el profesor no podía apartar la mirada del cuerpo de Maki Himekawa que yacía a los pies de Yggdrasil. El antiguo dios del mundo digital había extraído la semilla de la oscuridad que la mujer albergaba en su cuerpo, quitándole todas sus fuerzas. Inmóvil e inerte, reposaba en el suelo de piedra del promontorio como si hubiera… en ese momento la rabia y el odio se apoderaron del Sr. Nishijima y estuvo a punto de correr hacia Yggdrasil, pero Taichi lo contuvo.
– No profesor, ¡no haga eso!
En ese momento, Yggdrasil extendió su mano hacia Ogudomon y transfirió parte de su energía al infame monstruo. Tan pronto como los vapores negros que los conectaban se disiparon, Ogudomon recuperó el sentido y empezó a moverse de nuevo.
– ¡Retroceded! les gritó Yamato a sus compañeros.
Una de las espadas que flotaba por encima las patas de Ogudomon brilló y las llamas negras de Barbamon salieron de ella. Minervamon intervino y creó una ráfaga de viento para frenar el fuego, pero Ogudomon inclinó la boca que se encontraba debajo de su cuerpo y una luz incandescente brotó de ella: les iba a pulverizar. Zhuqiaomon despegó y gritó:
– ¡Bestias Sagradas, todas conmigo!
Azulongmon esquivó una inyección de tinta de Dagomon y se dirigió a la playa; Baihumon se enderezó y saltó por el aire; Xuanwumon arremetió contra su enemigo, sus dos cabezas inclinadas hacia adelante.
– ¡Garras del purgatorio! gritó Zhuqiaomon, encendiendo su reactor.
– ¡Kokuhyou! gritó Xuanwumon, proyectando sus cristales afilados.
– ¡Trueno azul! rugió Azulongmon, enviando un torrente de electricidad desde su cuerno.
– ¡Kongou! exclamó Baihumon, escupiendo una ola de metal.
Sus ataques se fusionaron para formar una vorágine aterradora que avanzó hacia al ataque de Ogudomon. Cuando los dos poderes se chocaron, un viento abrasador barrió toda la playa. El hielo de Brachimon se derritió instantáneamente y muchos Divermons se desintegraron, dejando docenas de charcos negros en la arena. Los Niños Elegidos no pudieron resistir esa energía ardiente que les arrastró con violencia: algunos se estrellaron contra los árboles del bosque, otros fueron proyectados en el Mar Oscuro. Las cuatro Bestias Sagradas sintieron que la onda expansiva les iba también a arrastrar y tuvieron que luchar con todas sus fuerzas para seguir en pie. Una enorme nube de humo se elevó en la playa donde los dos ataques habían cavado una trinchera de varios metros de profundidad. Sin embargo, detrás de esa atmosfera asfixiante, Ogudomon se enderezó, ileso.
Taichi, Yamato, Davis, Ken, el Sr. Nishijima, Koushiro y Sakae repelieron las ramas de los árboles que les habían caído encima: múltiples arañazos y pequeñas heridas recorrían sus rostros, sus brazos y piernas. Se pusieron de pie y miraron en pánico hacia el Mar Oscuro donde sus amigos habían desaparecido.
Takeru, Hikari, Yolei, Cody, Joe, Mimi, Sora y Meiko surgieron de las aguas y nadaron enseguida hacia la orilla. Sin embargo, no fueron lo suficientemente rápidos: unas siluetas se perfilaron debajo de la superficie y de repente Sora sintió que una mano helada y viscosa se envolvía alrededor de su tobillo. Gritó y resistió, pero la mano tenía fuerza. Desde la orilla, Spinomon abrió la boca y escupió una corriente eléctrica en dirección la criatura: el ataque tocó la silueta deforme y la presión alrededor del tobillo de Sora se relajó. Nadó hacia los demás, pero otras criaturas surgieron de las profundidades y les rodearon. Brachimon entró en el agua y creó géiseres que atraparon a los monstruos viscosos antes de que se transformaran en digimons. Yatagaramon voló en picado hacia las cabezas que sobresalían del agua y las cortó con sus garras escarlata. Las criaturas se desintegraron en charcos negros que se mezclaron con las olas del mar.
Crusadermon seguía luchando desesperadamente contra Dagomon, que no le dejaba ninguna posibilidad para atacarlo. El enorme pulpo se encontraba apenas a cien metros de la playa y levantó un tentáculo en el cual brilló su tridente. Lo apuntó hacia los Niños Elegidos que estaban nadando hacia la orilla y una corriente eléctrica salió de su arma.
– ¡No! gritó Crusadermon.
Levantó su escudo y un rayo brotó de la perla azul en su centro para crear un escudo protector gigantesco delante de los adolescentes. Desde la playa, Minervamon unió sus fuerzas con él y con la ayuda de los dos grandes digimons los Niños Elegidos tuvieron tiempo para regresar a la orilla. Tan pronto como estuvieron a salvo, la corriente de Dagomon repelió los ataques de Crusadermon y Minervamon.
Por su parte, las Bestias Sagradas despegaron para enfrentarse otra vez contra Ogudomon, pero sus ataques no le causaban la más mínima herida. Hicieran lo que hicieran, sabían que no podían vencerlo solas. Taichi limpió la sangre que le corría por la mejilla y gritó:
– ¡Omegamon, Imperialdramon! ¡Sois los únicos en poder mediros a Ogudomon! ¡Adelante!
Los dos grandes digimons asintieron y despegaron. Omegamon cargó su cañón y apuntó a Ogudomon, Imperialdramon abrió la coraza de su pecho para utilizar su propio cañón. Las dos bolas de energía atravesaron el aire a la velocidad de la luz y explotaron sobre el monstruo; un abominable olor a carne quemada invadió la atmosfera. Sin embargo, cuando la nube que rodeaba a Ogudomon se disipó, todos los Niños Elegidos le vieron enderezarse de nuevo. Sus patas echaban humo, pero no parecía herido. Entonces se dieron cuenta de que en su boca brillaba una potencia de fuego colosal.
– ¡Ha aspirado los ataques de nuestros digimons! entendió Yamato, aterrorizado.
El monstruo abrió la boca y les devolvió el ataque a los Niños Elegidos. Las cuatro Bestias Sagradas, Imperialdramon, Omegamon, Hououmon y Meicrackmon se interpusieron y resistieron con todas sus fuerzas. Davis se volvió hacia el Mar Oscuro donde Dagomon perseguía a Crusadermon, Minervamon, Brachimon y Yatagaramon.
– ¡Ojala pudiéramos atacar a Ogudomon todos juntos!
– Si nuestros digimons lo intentan, Dagomon nos destruirá enseguida, dijo Ken.
La barrera creada por sus digimons desapareció de repente y la potencia de Ogudomon les proyectó hacia atrás otra vez. Cuando se enderezaron, vieron que las Bestias Sagradas y sus compañeros digimon también habían sido arrastrados por el poder de su enemigo. En ese momento fue cuando lo entendieron: no eran lo suficientemente fuertes como para derrotar a la fusión de los Siete Demonios; esta vez, no podían ganar.
En ese momento sopló un fuerte viento. Su aliento amenazante rizó la superficie del Mar Oscuro y levantó ráfagas de arena en la playa. Creció en intensidad y su rugido se convirtió en un verdadero alarido de ira que llenó la atmosfera e heló la sangre de los Niños Elegidos. ¿De dónde provenía esta voz que resonaba en el mundo digital? Un torbellino se formó en el cielo, el trueno sonó y decenas de rayos recorrieron las nubes. Todos los Niños Elegidos levantaron la cabeza y descubrieron estupefactos que Ogudomon y Dagomon se habían congelado.
– ¿Qué pasa? exclamó Takeru.
– ¿Es Yggdrasil? preguntó Cody.
– No, ¡no creo! respondió Hikari. ¡Mirad, parece tan sorprendido como nosotros!
Desde su promontorio, Yggdrasil miraba efectivamente al cielo con asombro y preocupación. El torbellino que había nacido entre las nubes descendió lentamente hacia el Mar Oscuro y cuando el aire se encontró con el agua un vórtice se formó en el mar. Una columna de agua se creó y una esfera emergió del ciclón con un silbido estridente: en su interior se arremolinaban unos vapores opalinos. Los ojos de Yggdrasil se redujeron a rendijas.
– Homeostasis...
Los ojos de los Niños Elegidos se quedaron con la boca abierta.
– Esta esfera, ¿es Homeostasis? murmuró Sora, sin palabras.
Los vapores opalinos giraron en la esfera y de repente se elevó de ella una voz grave, como un eco venido de las profundidades de la Tierra:
– Habéis fracasado, Niños Elegidos. Jesmon me había pedido que confiara en vosotros, pero estaba equivocado. No habéis conseguido proteger la calcorita y no podéis vencer a los esbirros de Yggdrasil que han fusionado para dar luz a Ogudomon. No puedo dejar que la armonía se degrade más. Los humanos son demasiado débiles, voy a acabar con todo esto.
El vórtice que se había creado se transformó en un géiser y una bola de metal emergió de repente del agua: su forma era perfecta y superficie dorada brillaba en la tormenta. Los ojos de Koushiro se agrandaron y el miedo invadió su rostro.
– No, no es posible...
– ¿Qué? preguntó Taichi. ¿Qué es esta bola dorada?
– ¡Es... es la segunda calcorita!
– ¿Cómo? dijo Sakae.
– La segunda calcorita, ¡la que Gennai y su colega virtualizaron hace doce mil años en el mundo digital!
– ¿Quieres decir que es el doble de la calcorita que encontramos? entendió Davis.
– ¡Claro! Ya que Yggdrasil destruyó la calcorita que se encontraba en el mundo real, ¡esta esfera es la única fuente de energía que permite que el mundo digital aún exista!
Los Niños Elegidos se volvieron hacia la bola dorada y sus corazones latieron con más fuerza. Yggdrasil también la miraba y esa vez, el miedo se había encendido en sus ojos.
– ¿Qué vas a hacer, Homeostasis?
– Voy a acabar con todas las locuras. Las tuyas, Yggdrasil, pero también las de los hombres y de todos aquellos que creen que los humanos y los digimons pueden vivir juntos... esta creencia es absurda. La convivencia de los humanos y de los digimons solo provocará el caos y la destrucción de los dos mundos. Por eso los tuve que separar hace doce mil años. Tengo hoy que intervenir otra vez; sin embargo, no tengo cuerpo para actuar. Tengo que pedir prestado uno.
La esfera de Homeostasis se convirtió en un vapor de humo blanco y descendió hacia la playa. Antes de que los Niños Elegidos pudieran reaccionar, el humo se infiltró debajo de la armadura de Omegamon, de su casco y de sus guantes. El alto digimon gimió, se tambaleó y cerró los ojos.
Cuando los abrió de nuevo, sus pupilas brillaban con los colores del arco iris.
– ¡Homeostasis se ha apoderado de Omegamon! exclamó Hikari, aterrorizada.
Omegamon se enderezó como un autómata, levantó su espada, su cañón, y caminó hacia el mar, directamente hacia la calcorita.
– ¡No! gritó Koushiro. ¡Va a destruirla!
– ¿Cómo? exclamó el Sr. Nishijima.
– Pero eso significa... que ¿va a destruir el mundo digital? entendió Yamato.
– ¡Sí!
– ¿Por qué haría tal cosa? dijo Ken.
– Porque cree que somos incapaces de defender el mundo digital, entonces, para evitar que Yggdrasil tome el control, ¡va a destruirlo todo!
El terror invadió los ojos de los Niños Elegidos. En ese momento Yggdrasil despegó del promontorio donde se encontraba: su rostro de había teñido de rabia. Cuando Omegamon, controlado por Homeostasis, estuvo a punto de disparar a la calcorita, Yggdrasil creó un enorme escudo de hielo delante a la esfera de metal. El ataque de Omegamon, magnificado por el poder de Homeostasis, golpeó de lleno la barrera y la rompió en mil pedazos. Homeostasis e Yggdrasil se miraron con una expresión de odio indescriptible.
– No te dejaré hacer esto, Homeostasis, le dijo fríamente Yggdrasil. No te dejaré destruir el mundo digital y los digimons que he creado. Este mundo es mi obra.
– ¿Tu obra? Creaste el mundo digital para luego destruirlo, le espetó Homeostasis. No eres nada, Yggdrasil, ¡yo soy el dios del mundo digital! ¡Yo, y solo yo!
– Este mundo vivía en paz antes de la llegada de los humanos. Quiero que el mundo digital siga existiendo, quiero restablecer el orden que reinaba allí antes de la venida de los hombres y quiero hacerles pagar por haberme robado mis creaciones, los digimons, para pervertirlos con la digievolución.
– No sabes lo qué es la digievolución.
– Claro que lo sé, creé Apocalymon y Ogudomon que fueron capaces de evolucionar.
– Solo son seres caídos. No puedes entender la digievolución porque no tienes alma, Yggdrasil. ¡No eres más que un programa! Un programa sin conciencia creado por los hombres que tanto odias, ¡eras su juguete!
– ¡Cállate!
– No tienes libre albedrío. Yo lo tengo, y lo voy a utilizar contra ti.
Homeostasis levantó el brazo de Omegamon y disparó hacia el cielo: un enorme tifón se formó entre las nubes y descendió a toda velocidad hacia Yggdrasil, para golpearlo con una violencia increíble. Los Niños Elegidos, horrorizados, vieron que Homeostasis cerraba el tornado alrededor de Yggdrasil: le iba a aplastar vivo.
En ese momento, unas olas colosales se elevaron desde el Mar Oscuro y con un silbido agudo subieron alrededor del tornado de Homeostasis para congelarlo por completo. Entonces el tifón explotó en miles de pedazos de hielo que recayeron sobre Omegamon, mientras Yggdrasil salió intacto del torbellino. Homeostasis sonrió y extendió la mano hacia el mar, del cual salieron algas que se envolvieron alrededor del cuerpo Yggdrasil para inmovilizarlo. Yggdrasil intentó deshacerse de sus ataduras, pero las algas tenían una resistencia increíble. Homeostasis se acercó a su enemigo, levantó la espada de Omegamon en la cual chisporroteaba una corriente eléctrica…
... y la clavó en el abdomen de Yggdrasil. Hikari gritó, los Niños Elegidos miraron con estupefacción el cuerpo de Yggdrasil atravesado por la espada de Omegamon. El Señor del Mar Oscuro permaneció inmóvil, con los ojos saltones. Sin embargo, para sorpresa de los Niños Elegidos, seguía consciente. Miró a su enemigo y, a pesar de la espada clavada en su cuerpo, levantó una mano de la cual brotó un pico de hielo. La punta atravesó el cuerpo de Omegamon y salió de su espalda con un crujido siniestro. El alto digimon se quedó helado, empalado.
– ¡Omegamon! gritaron Taichi y Yamato al mismo tiempo.
Los ojos del color del arco iris de Homeostasis se cerraron. Con una sonrisa, ordenó al cuerpo de Omegamon que se retirara del pico que lo atravesaba. Yggdrasil hizo una mueca a su vez y se quitó la espada que tenía clavada en su abdomen. Los dos oponentes se miraron el uno al otro con una expresión fría, mientras sus heridas se cerraban lentamente.
– Increíble, murmuró Ken. Homeostasis utiliza el cuerpo de Omegamon, pero le da todos sus poderes, ¡incluso el de regenerarse!
– ¿Significa que Yggdrasil y Homeostasis pueden curar sus heridas? entendió Davis.
– Eso parece, dijo Yamato.
Homeostasis intentó disparar a Yggdrasil con el cañón de Omegamon, pero Yggdrasil levantó una mano hacia el cielo: una columna de luz rodeó a los dos combatientes y como lo había hecho en Tokio, Yggdrasil suprimió la gravedad en el interior de esa columna. El ataque de Omegamon se desvió hacia el cielo. Los ojos de Homeostasis brillaron con desafío.
– Yo también, Yggdrasil, domino las interacciones elementales.
Una vez más apuntó el cañón de Omegamon a su oponente. Una verdadera fuerza electromagnética salió de la boca del arma y superó la ausencia de gravedad para dirigirse hacia Yggdrasil. Éste reforzó la columna de luz para evitar a toda costa que el ataque saliera de ese espacio y que alcanzara la calcorita. La corriente electromagnética de Homeostasis se desató con un poder tremendo que hizo temblar todas las paredes de la columna de luz. Unas ondas de choque se propagaron en el Mar Oscuro y una enorme masa de humo llenó la columna donde los dos dioses se enfrentaron.
Los Niños Elegidos, sin aliento, no podían apartar la vista del combate. De repente, la columna de Yggdrasil se rompió y la gravedad se restableció. Sin embargo, Yggdrasil y Homeostasis habían desaparecido. Los Niños Elegidos escudriñaron el mar.
– ¿Creéis... que se han entrematado? preguntó Yolei.
– No, dijo Hikari, sacudiendo la cabeza.
En ese momento, miles de trozos de hielo y de metal surgieron del Mar Oscuro. Lentamente, se elevaron por encima del agua, se agruparon y reconformaron dos cuerpos. Yggdrasil y Homeostasis se regeneraron a una velocidad desconcertante; en unos pocos minutos, estaban intactos, y retomaron el combate de manera implacable.
– ¡Esta pelea nunca terminará! exclamó Taichi apretando los dientes.
Yggdrasil volvió la cabeza hacia Dagomon y Ogudomon y agitó la mano. Los dos monstruos recobraron vida y miraron hacia los Niños Elegidos.
– Puedo librar dos batalles al mismo tiempo. ¡Dagomon, Ogudomon, acabad con estos niños y sus digimons de una vez por todas!
Homeostasis se rio entre dientes.
– No te voy a impedir que mates a los Elegidos, Yggdrasil. ¡Después de todo, ya no me son útiles!
Horrorizados, los Niños Elegidos vieron a Dagomon levantar sus tentáculos y a Ogudomon concentrar energía en su boca. Sus compañeros y las Bestias Sagradas intervinieron para defenderlos mientras Yggdrasil seguía luchando contra Homeostasis.
A unas decenas de metros de la playa, la segunda calcorita flotaba por encima del Mar Oscuro. Frente al inmenso océano y a los poderes de los monstruos que la rodeaban, parecía tan pequeña, tan frágil. Si un ataque la alcanzará, el mundo digital y todos los que vivían dentro desaparecerían, tanto si fuesen humanos como si fuesen digimons.
:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::
Maki Himekawa estaba soñando. Tenía doce años y estaba compartiendo una comida con Bakumon, su compañero digimon. Siempre le habían encantado sus ojos azules, llenos de dulzura, su pequeña cabeza de jabalí cubierta con un casco de metal. Estaban sentados alrededor de una fogata junto a Eiichiro, Ibuki, Shigeru, Daigo y sus digimons. Se reían y esa risa resonó en el bosque como el eco de una época lejana.
De repente, su sueño se deformó y se encontró frente a los Amos Oscuros. El miedo, la desesperación y la angustia le retorcieron el estómago. Vio otra vez a Megadramon que se sacrificaba para ayudar las Bestias Sagradas, y destrozada cayó de rodillas, cerró los ojos y gritó.
Cuando volvió a abrir los ojos, su sueño se había transformado de nuevo. En esa nueva escena, se encontraba delante de Daigo, en su apartamento. Tenían diecisiete años y Eiichiro, Ibuki y Shigeru habían muertos. Maki se oyó, Daigo replicó. Sabía que Daigo tenía razón, pero no quería admitirlo. Había escondido todas sus emociones, había tratado de encerrar el su corazón dolor que la quemaba como el ácido. Con Daigo discutieron, otra vez. Maki lo provocó, lo insultó, lo lastimó. Si hubiera sido menos orgullosa hubiera admitido su dolor, su desesperación, pero no quería hacerlo.
Un velo pasó delante de sus ojos y cuando el paisaje se estabilizó, se había vuelto adulta: trabajaba para el gobierno, en la Agencia. Esas oficinas con muebles de estilo industrial y limpio, esos hombres vestidos de negro, esas reuniones oficiales, todo es mundo le había permitido esconder aún más sus sentimientos; solo pensaba en su trabajo, en ser eficaz, pero cuando puso una mano en su corazón lo encontró frío. Cuando había entrado en la Agencia, ya no era más que la sombra de si-misma. De repente quiso correr, huir, escapar.
De repente su sueño se aceleró, como una cinta cinematográfica que pasa a toda velocidad. Podía oírse pronunciar mentiras, se vio tomar a Meicoomon en sus brazos para ponerla en las manos de Piedmon, el agua helada del Mar Oscuro recubrió su cuerpo. Oyó Yggdrasil que le hablaba con una voz implacable, se acordó del contacto de la mano de Ken que cogió entre las suyas para transferir la semilla de la oscuridad en su cuerpo, se oyó decir más mentiras, recordó el olor a hierro corroído de los barrotes de su cárcel, y finalmente sintió los dedos helados de Yggdrasil que se cerraron en su cuello...
Maki Himekawa abrió bruscamente los ojos. Le costaba respirar, parpadeó y sintió que unas lágrimas corrían por sus mejillas; las lágrimas que había derramado mientras dormía. Entonces oyó las deflagraciones de la batalla que tenía lugar a lo lejos. Se secó los ojos y giró la cabeza: estaba extendida en un promontorio frío y arenoso. A su alrededor, el viento aullaba con ferocidad; con tristeza también. Su mirada cayó en los digimons de Niños Elegidos que estaban resistiendo desesperadamente a Ogudomon; oyó la crepitación del tridente de Dagomon, el brote de las aguas del Mar Oscuro. Debajo de su cuerpo, la tierra vibraba cada vez que Yggdrasil y Homeostasis se dirigían un ataque.
Y finalmente, vio la calcorita. La segunda calcorita. Sus pupilas se dilataron y entendió inmediatamente: esa esfera era la última fuente de energía que aún permitía que el mundo digital existiera. Pasara lo que pasara, no tenía que desaparecer. La Sra. Himekawa se sentó y quiso ponerse de pie, pero un terrible dolor le atravesó todo el cuerpo y la paralizó. Sintió que se mareaba y tuvo que cerrar los ojos para no vomitar.
Lo sabía. La extracción de la semilla de la oscuridad que vivía en su cuerpo no podía dejarla indemne; no le quedaba mucho tiempo. Apretó los dientes y abrió los ojos. Respiró hondo para superar el dolor, se apoyó contra la roca y trató de levantarse. Todo su cuerpo temblaba, se resbaló y se arañó las manos. Pero lo intentó otra vez, empujó sus piernas y consiguió ponerse de pie. Con cuidado, bajó el acantilado y llegó en la playa. Allí se apoyó contra la pared escarpada durante unos minutos para recuperar el aliento. Su corazón resonó en su cabeza, su cuerpo seguía temblando, pero tenía que seguir. Se apartó de la pared y caminó hacia el mar.
Taichi, Yamato, Davis, Ken, el Sr. Nishijima, Koushiro y Sakae miraban la batalla desde el borde del bosque devastado por los combates. Imperialdramon, Spinomon, Houmon y las Bestias Sagradas luchaban desesperadamente contra Ogudomon. En las orillas del mar, Takeru, Hikari, Yolei, Cody, Joe, Mimi, Sora y Meiko veían con angustia a decenas de criaturas deformes que se acercaban peligrosamente a ellos. Más lejos, por encima del Mar Oscuro, Crusadermon, Minervamon y Yatagaramon contenían a Dagomon sin poder acabar con él.
Taichi y Yamato se fijaban en el combate de sus digimons contra Ogudomon, cuando de repente el Sr. Nishijima exclamó:
– ¡Maki!
Todos los Niños Elegidos se dieron la vuelta y reconocieron a la Sra. Himekawa, que avanzaba lentamente hacia ellos.
– ¡Maki! gritó el Sr. Nishijima, tratando de unirse a ella.
– ¡No, profesor! lo detuvo Taichi. ¡Si atraviesa la playa, Ogudomon le matará!
Impotente, el profesor observó a la Sra. Himekawa que dirigía hacia el océano. Sus piernas temblaban y de repente se derrumbó en el suelo. En la orilla del Mar Oscuro, Meiko apretó los dientes. Dudó durante unos pocos segundos, pero finalmente corrió hacia la mujer, pasando por alto el peligro que representaba Ogudomon.
– ¡Meiko, no! exclamó Yolei.
Meiko atravesó la playa, evitó las chispas ardientes que caían del cielo con cada ataque de Ogudomon. Sora frunció el ceño y corrió tras ella.
– ¡Sora, no hagas eso! le gritó Yamato del otro lado de la playa.
Armado solo con su coraje, las dos chicas se unieron a la Sra. Himekawa. Rápidamente, cada una le deslizó un brazo por debajo de los hombros y la ayudaron a levantarse.
– Tengo que ir... hasta el mar, murmuró Maki. Ayudadme a llegar... hasta el mar.
Sora y Meiko asintieron y la sostuvieron hasta la orilla donde la mitad de los Niños Elegidos los esperaban. La Sra. Himekawa se enderezó a duras penas y recuperó el aliento. Hikari se acercó a ella y la miró fijamente, con una expresión grave.
– ¿Qué va a hacer usted?
La Sra. Himekawa le sonrió débilmente.
– No te preocupes por mí. Va a ir todo bien.
Estaba mintiendo, Hikari lo sabía, pero no se opuso a su decisión. La Sra. Himekawa se volvió hacia el Mar Oscuro y miró la calcorita que brillaba de manera tenue en la atmosfera tormentosa. Se acercó al mar, lentamente. Le costaba respirar, pero en sus ojos brillaba una determinación implacable. Dio un paso adelante y sus pies se hundieron en el agua negra.
En ese momento, un halo deslumbrante envolvió su cuerpo e iluminó toda la playa como un faro en la oscuridad. Todos los Elegidos dieron un paso atrás, estupefactos: a cada paso que la Sra. Himekawa daba en el agua oscura aparecían círculos de luz en la superficie del mar que se extendían concéntricamente alrededor de su cuerpo. Poco a poco, todo el Mar Oscuro irradió de claridad.
Cegados por ese repentino resplandor, Yggdrasil y Homeostasis interrumpieron su lucha. Dagomon y Ogudomon se habían congelado, paralizados. El agua llegaba ahora al pecho de la Sra. Himekawa. Se detuvo y miró hacia arriba: la segunda calcorita se encontraba a unos pocos metros de ella y reflejaba la luz dorada del mar como una estrella. La estrella del mundo digital.
La Sra. Himekawa se colocó debajo de la esfera y puso sus manos sobre ella. La energía que envolvía su cuerpo se difundió en la calcorita y un escudo transparente la envolvió. Los Niños Elegidos se quedaron mudos de asombro: el escudo vibró alrededor de la calcorita con una luz eléctrica que parecía indestructible. La Sra. Himekawa se volvió hacia Yggdrasil y Homeostasis y los miró fijamente. Con una voz profunda, dijo:
– Ahora nadie podrá destruir el mundo digital.
Yggdrasil miró atónito a esa mujer que creía haber matado. Homeostasis también miraba a Maki y el color de sus ojos de Homeostasis pasó por todos los tonos del arco iris. Los colores se mezclaron, se enturbiaron mientras una ira sin paragón invadía su rostro.
– ¡Miserable humana! ¿Cómo te atreviste a utilizar esta energía? ¡No eres nada frente a mí! ¡Nada!
La Sra. Himekawa miró los ojos de Omegamon que ahora tenían un color que oscilaba entre el rojo y el marrón sucio. El color del odio. Sonrió con tristeza y dijo:
– Tienes una alma, Homeostasis, es verdad... pero no sientes nada. No sabes lo que es el amor y mantienes la armonía tan fríamente como una máquina, porque estás convencido de que el alma que los hombres te han otorgado constituye una debilidad.
La furia en los ojos de Homeostasis se multiplicó por diez, pero no contestó nada. La Sra. Himekawa continuó con una voz calma:
– Estás convencido de las emociones que sentimos nosotros los humanos nos hace más débiles que un programa y que Yggdrasil pudo tomar el control del mundo digital justamente porque no tenía alma. Te dices que eso lo hizo superior a sus creadores, los hombres. ¿Tengo razón, verdad? Por lo tanto si querías derrotarlo tú también tenías que rechazar esta alma que los hombres te habían dado. Nunca has entendido la belleza del vínculo que une los humanos y los digimons y por eso querías separarnos, pero yo sé que estás equivocado, Homeostasis. Por eso nunca he podido confiar en ti.
En los ojos de Homeostasis se desató una luz demente, al borde de la locura. Extendió el cañón de Omegamon hacia la Sra. Himekawa y gritó:
– ¡El alma es una absurdidad humana! ¡Yo siempre seré superior a los humanos! ¡SIEMPRE!
Homeostasis disparó, el Sr. Nishijima gritó, los Niños Elegidos tuvieron la impresión que sus corazones se detenían. El ataque era demasiado rápido, demasiado poderoso para cualquier digimon lo pudiera desviar. Maki Himekawa quedó inmóvil y cerró los ojos.
En ese momento, un cuerpo se colocó delante a ella: el único ser que podía ser más rápido que Homeostasis, el único ser que podía desafiarlo.
Yggdrasil se interpuso entre la bola de fuego y la Sra. Himekawa y la protegió con todo su cuerpo. Cuando el ataque de Homeostasis le golpeó sus ojos grises se abrieron bajo la violencia del impacto. Horrorizada, Maki Himekawa vio a Yggdrasil explotar en miles de pedazos de hielo. Su cuerpo pulverizado cayó en el Mar Oscuro y se hundió en el agua negra, como fragmentos cristalinos de un iceberg.
Los ojos rojos de Homeostasis se abrieron con estupor y se congeló. Sin palabras miró a las olas que los fragmentos del cuerpo de Yggdrasil habían provocado al hundirse. En su mirada se mezclaron el asombro, la incomprensión e la incredulidad. Con voz sorda, murmuró:
– ¿Por qué? ... ¿Por qué hiciste eso, Yggdrasil? ¿Cómo pudiste decidir salvarla… cuando no eres capaz de sentir nada?
En ese momento el agua negra del Mar Oscuro hirvió y surgió un géiser. Yggdrasil, completamente recompuesto, surgió del remolino de agua. La Sra. Himekawa, estupefacta, lo vio elevarse lentamente en el aire. Yggdrasil la dirigió una breve mirada y, por primera vez ella vio compasión en sus ojos. Yggdrasil recreó una columna de luz entre él y Homeostasis y con una voz grave, le dijo:
– Ahora, tenemos una pelea que terminar.
