¡Buenas tardes a todos! Lo siento por haber tardado en subir la continuación, pero tenía un buen motivo: quería corregir todos los capítulos restantes para subirlos de golpe. Así que hoy os propongo los dos últimos capítulos y el epílogo de la fic. Porque sí, ¡esta historia llega a su fin¡ Este capítulo retoma la batalla final donde la había dejado, después de que los Niños Elegidos y sus digimons hayan vencido a Ogudomon y Dagomon. ¡Espero que os guste, y subo la continuación enseguida!
¡Buena lectura a todos!
Capítulo 63
Estremecidos, los Niños Elegidos se pusieron de pie; en sus oídos todavía resonaban las explosiones de las batallas y el fuego producido por el enfrentamiento entre Huanglongmon y Ogudomon había dejado quemaduras en su piel.
En la playa, la arena había recaído y el silencio había vuelto. Una inmensa huella se había formado en el suelo en el sitio donde se encontraba unos instantes antes Ogudomon. El agua del Mar Oscuro se había apaciguado: su rey, Dagomon, había muerto. Las olas negras refluían suavemente hacia la playa, como si estuvieran recuperando el aliento después de la pelea que las habían agitado.
A cien metros de la orilla, la segunda calcorita flotaba por encima el agua, intacta. El escudo protector que había creado la Sra. Himekawa la había protegido durante toda la batalla.
En ese momento, los digimons de los Niños Elegidos regresaron a la orilla, orgullosos de su victoria, y Huanglongmon se unió a ellos.
– ¡Estuviste increíble! exclamó Daisuke corriendo hacia Imperialdramon.
– Si, es verdad, estuvisteis todos increíbles, añadió Takeru acercándose hacia Crusadermon.
Sora y Meiko se apresuraron hacia Valdurmon, la fusión de sus compañeros. El gran pájaro blanco plegó sus ocho alas y aterrizó cerca de ellas.
– ¡Valdurmon! exclamó Sora. ¡Luchaste de manera estupendo! Cuando detuviste los dos ataques de Dagomon y su criatura, fue... fue...
– ¡Fue fenomenal! completó Meiko, sus ojos brillando.
– Gracias, respondió el gran digimon mientras sus plumas se volvieron moradas delante del cumplido.
Joe y Mimi se unieron a Minervamon, Koushiro y Sakae a Spinomon, Miyako se acercó a Yatagaramon y Iori a Brachimon. El Sr. Nishijima y la Sra. Himekawa se acercaron a Huanglongmon y miraron intensamente al gran dragón dorado. La Sra. Himekawa sonrió:
– Gracias, Huanglongmon.
– Tu lucha contra Ogudomon fue extraordinaria, añadió Nishijima. No solo dominas los ataques de Baihumon, Azulongmon, Xuanwumon y Zhuqiaomon... también tienes tus propios poderes, y son asombrosos.
En ese momento, Taichi se adelantó entre los Niños Elegidos y dijo:
– Hemos derrotado a Dagomon y Ogudomon, es verdad. Pero nuestra lucha aún no ha terminado.
Miró hacia la columna de luz que aún brillaba por encima de Mar Oscuro. En el interior, Yggdrasil y Homeostasis seguían enfrentándose ferozmente. Cuando se arrojaban ataques muy violentos, sus explotaban en mil pedazos y luego se reconstituían.
– Taichi tiene razón, tenemos que poner fin a este duelo, asintió Yamato.
– No quiero ser derrotista, dijo Joe, pero me parece difícil. Tanto Yggdrasil como Homeostasis tienen la capacidad de regenerarse de manera ilimitada y ninguno de los ataques de nuestros digimons será lo suficientemente potente como para derrotarlos...
– Efectivamente, no podremos vencerlos solo con la fuerza bruta, dijo Takeru. Entonces tenemos que encontrar otra forma de acabar con ellos.
– ¿No podríamos esperar a que se entrematen? sugirió Miyako.
– Eso no pasará, dijo Huanglongmon. Yggdrasil y Homeostasis tienen la misma fuerza: ninguno puede superar al otro. Si no intervenimos, su lucha durará para siempre.
Todos los Elegidos se quedaron mirando a los rayos que llenaban la columna de luz a cada ofensiva de los dos dioses.
– Esto no puede continuar así, dijo Iori, apretando los puños. Si siguen luchando, el mundo digital nunca estará en paz...
– Tenemos que decidirnos por alguno de ellos, dijo Sakae.
En la columna de luz Ken miró fijamente la figura helada de Yggdrasil. Frunció el ceño y dijo con gravedad:
– Yggdrasill le salvó la vida a la Sra. Himekawa. Todos lo vimos.
– Es verdad, asintió Mimi. Pero... ¿cómo podemos estar seguros de que está de nuestro lado?
Hikari miró hacia la columna de luz en la cual a los dos dioses se enfrentaban. Después de unos segundos, dijo:
– Creo que Yggdrasil siempre ha buscado la misma cosa que nosotros.
– ¿La misma cosa que nosotros? repitió Daisuke, desconcertado. ¿Qué quieres decir? ¡Nosotros no queremos la destrucción de la Tierra o esclavizar a los digimons!
– Tampoco es el deseo de Yggdrasil. Cuando empezó su duelo contra Homeostasis, le dijo que protegería el mundo digital.
Los Niños Elegidos miraron hacia la columna de luz mientras Hikari continuó con una voz grave:
– Yggdrasil creó los digimons, no quiere que desaparezcan. Si odia tanto a los humanos es porque no puede entender...
– ¿Entender qué? preguntó Takeru.
Hikari frunció el ceño y murmuró:
– El vínculo que existe entre los digimons y los hombres. La fuerza de los sentimientos que nos une a nuestros compañeros; eso es lo que Yggdrasil no puede entender, porque no tiene alma.
Los adolescentes miraron fijamente a Hikari y de repente Meiko recordó una escena que habían presenciado en el historial del mundo digital, cuando Yggdrasil todavía era un dios benéfico. Se había escondido en los albores de un bosque para mirar cómo los humanos y los digimons convivían, cómo jugaban en un prado, pero el dios no podía entender la conexión que existía entre ellos. Meiko le había observado y en sus ojos había leído la tristeza, la amargura y…la soledad.
– Hikari tiene razón. Al principio, Yggdrasil no odiaba a los hombres.
– No, confirmó Hikari. Diría más bien que nos envidiaba, porque podíamos sentir una amistad con nuestros compañeros que él no podía experimentar. Por eso creo que lo que Yggdrasil siempre ha estado buscando desde doce mil años, sin saberlo probablemente, es el amor.
Los ojos de los Niños Elegidos se agrandaron y un escalofrío les recorrió todo el cuerpo. La Sra. Himekawa entendió en ese momento por qué se había sentido tan cerca de Yggdrasil: como él, había vivido en una soledad terrible durante muchos años. Pero siempre había mantenido la esperanza de que un día rencontraría el vínculo que había perdido con su compañero digimon. Ken apretó los labios:
– Estoy de acuerdo con Hikari y Meiko. Yggdrasil siempre quiso a entender la fuerza de los sentimientos que une los digimons y los humanos, pero fue incapaz de comprenderlo. Entonces utilizó el único medio que le quedaba para lograr su objetivo: la guerra y la violencia. Como no tiene alma no se dio cuenta de que el mal que sembró se opone totalmente al amor y a la amistad que quiere descubrir. Sin embargo hoy salvó la vida de la Sra. Himekawa. Si realmente no pudiera sentir nada, no lo hubiera hecho.
– Entonces, eso significaría que aunque no tenga alma, ¿consiguió sentir algo por la Sra. Himekawa y por eso la salvó? dijo Miyako.
La Sra. Himekawa frunció el ceño:
– Creo que sí. Cuando se colocó delante de mí, una emoción que nunca había visto antes brillaba en sus ojos. Juraría que sintió compasión por mí.
Los Niños Elegidos miraron otra vez hacia la columna de luz. Yamato apretó el puño con firmeza y dijo:
– Entonces significa que ha descubierto por sí mismo lo que son los sentimientos humanos... y que está de nuestro lado.
– Tenemos que apoyarlo a él, dijo Koushiro.
Los adolescentes asintieron con gravedad.
– Pero, ¿cómo vamos a vencer a Homeostasis, si incluso Yggdrasil no puede derrotarlo? preguntó el Sr. Nishijima.
Taichi se volvió hacia Huanglongmon.
– ¿Puedo hacerte una pregunta?
– Por favor.
– Cuando te enfrentaste contra Ogudomon, separaste la luz de la oscuridad en los ataques que te estaba enviando. ¿Tienes este poder gracias a las esferas que flotan alrededor de tu espalda?
– Sí.
– Entonces, si no me equivoco, estas esferas son diferentes a las de las Bestias Sagradas, ¿no?
Los ojos rojos de Huanglongmon se entrecerraron.
– Efectivamente. Estas esferas son especiales, porque hay un fragmento de calcorita en ellas.
– ¿Cómo? exclamaron todos los Niños Elegidos a coro.
– Lo sabía, dijo Taichi.
– ¿Pero, cómo es posible? exclamó Daisuke.
Koushiro se puso una mano en la barbilla y se volvió hacia la Sra. Himekawa.
– Cuando usted protegió la calcorita, utilizó la energía de su digimon, Bakumon, ¿verdad?
– Inconscientemente, creo que se estableció una conexión entre nosotros, asintió la Sra. Himekawa. El amor que nos sentíamos uno para el otro se convirtió en energía y fue esa energía que protegió la calcorita.
– Pero esa acción no se realizó en un sentido único, supuso Koushiro. La calcorita, como para agradecerle por protegerla, ha transferido una parte de su poder a su digivice, Sra Himekawa. Luego cuando Megadramon fusionó con las cuatro Bestias Sagradas, le transfirió este fragmento de calcorita... y ahora vive en Huanglongmon.
– Eso es, confirmó Taichi. Por eso Huanglongmon tiene un poder tan grande: su potencia proviene directamente de la calcorita que alimenta todo el mundo digital.
Los Niños Elegidos, atónitos, se volvieron hacia el gran dragón dorado.
– Tus deducciones son correctas.
– Ahora entonces, quiero preguntarte algo.
Te escucho.
– ¿Crees que tus poderes te permitirían separar un alma... de su cuerpo?
Sora sintió la preocupación apoderarse de ella.
– Taichi… ¿qué quieres hacer?
El adolescente frunció el ceño: había tomado su decisión.
– Quiero extraer el alma de Homeostasis y dársela a Yggdrasil.
Sus amigos lo miraron con estupefacción. ¿Su amigo estaba hablando en serio? Su rostro no mostró ninguna hesitación.
– ¿Es posible… hacer esto? dijo Takeru.
– Sí, asintió Huanglongmon.
– ¡Esperad! exclamó Ken. Si damos el alma de Homeostasis a Yggdrasil, ¿quién nos dice que Yggdrasil no se va a comportar como él y que no querrá destruir el mundo digital?
– Si purificamos este alma primero, eso sucederá, dijo Taichi. Koushiro, ¿crees que nuestros digivices podrían purificarla?
– Creo que sí, porque nuestros digivices contienen también un fragmento de calcorita. Ya que el mundo digital existe gracias a este metal, la calcorita tiene que poder purificar todas las cosas y los seres que lo componen.
– Entonces no perdamos el tiempo, dijo Yamato.
– Un minuto, dijo Iori con voz angustiada. Si le quitáis el alma a Homeostasis, ¿eso significa que... va a morir?
– Sí, va a morir, confirmó Huanglongmon.
Taichi apretó el puño derecho y lo levantó delante de a su pecho.
– No podemos derrotar a Homeostasis utilizando solo la fuerza bruta. Quitarle el alma es la única solución que nos quede para eliminarlo.
– ¿Y crees que si le damos un alma a Yggdrasil podrá sentir las emociones humanas que tanto quiso entender?
– Eso espero. Si puede experimentarlas, comprenderá que toda la violencia que ha usado hasta ahora solo trajo desgracias al mundo digital.
Hikari frunció el ceño.
– Estoy contigo, Taichi.
– Yo también, añadió Meiko.
– Yo también, dijo la Sra. Himekawa.
El chico se volvió hacia sus amigos y los interrogó con la mirada. Todos asintieron resueltamente.
– ¿Qué tenemos que hacer, Taichi? preguntó Joe.
– Primero, tenemos que sustraer Omegamon a la influencia de Homeostasis.
– Yo puedo hacerlo con mis poderes, dijo Huanglongmon.
– Entonces todos nuestros digimons tendrán que unirse para inmovilizar a Homeostasis mientras Huanglongmon le toma su alma.
– Espero que Yggdrasil entienda que queremos ayudarlo, dijo Mimi.
– Yo también lo espero, asintió Ken.
– Puedo pedirle telepáticamente que suprima la columna de luz que lo aísla a él ya Homeostasis, dijo Huanglongmon.
Los Niños Elegidos asintieron y luego, se volvieron hacia sus compañeros digimon: miraron sucesivamente a Imperialdramon, Crusadermon, Minervamon, Spinomon, Valdurmon, Yatagaramon y Brachimon.
– Será nuestra última batalla, les dijo Taichi. ¿Estáis con nosotros?
– Hasta el final, asintió Crusadermon.
– Pase lo que pase, confirmó Imperialdramon.
– Para salvar el mundo digital y la Tierra, siempre estaremos con vosotros, declaró Valdurmon.
– Si hay algo que podamos hacer para ayudaros, añadió Taichi, por favor háganoslo saber. Cueste lo que cueste. ¿Vale?
– Entendido, respondió Spinomon.
– No dudaremos, añadió Minervamon.
Todos los Elegidos se volvieron hacia el Mar Oscuro con la cabeza alta. Sus compañeros despegaron, precedidos por Huanglongmon, y Brachimon entró en el mar.
Huanglongmon cerró los ojos y buscó contactar telepáticamente a Yggdrasil más allá de la columna de luz. Ese último de repente escuchó una voz que resonaba en su mente:
– Yggdrasil, soy Huanglongmon. ¿Me oyes?
– Sí, te oigo.
– Los Elegidos han decidido ayudarte.
– ¿Có… cómo? dijo el dios, atónito.
– Tienes que suprimir la columna de luz.
– Si es lo que quieren, entonces lo haré.
Yggdrasil extendió sus brazos helados hacia las paredes de la columna y en ese momento, la luz electrificada que la componía empezó a crepitar en todas direcciones. Entonces la columna se rompió en mil pedazos de luz que se hundieron en el Mar Oscuro, iluminando las olas como estrellas en la noche oscura.
– ¡Ahora! gritó Imperialdramon.
Todos los digimons se abalanzaron hacia Omegamon, que Homeostasis seguía controlando. Lo rodearon y sin darle tiempo para reaccionar, le atacaron:
– ¡Positrón láser! gritó Imperialdramon.
– ¡Strike roll! atacó Minervamon.
– ¡Blue proeminence! escupió Spinomon.
– ¡Urgent fear! gritó Crusadermon.
– ¡Purge shine! gritó Valdurmon.
– ¡Dokkosho! gritó Yatagaramon.
– ¡Aqua shatter! rugió Brachimon.
Todos los ataques se combinaron y explotaron sobre Omegamon con un estruendo terrible y una nube de humo envolvió todo su cuerpo. Sin embargo, cuando se disipó, Omegamon se enderezó sin un la más mínima herida: Homeostasis lo seguía controlando.
– ¿Os atrevéis a alzaros contra mí? exclamó Homeostasis. ¡Cuando soy yo quien os llamé en el mundo digital! ¡No sois rivales para mí!
Levantó uno de los brazos de Omegamon y creó un tsunami en el mar; al mismo tiempo, un tornado de aire descendió del cielo, para tomar a los digimons de los Niños Elegidos entre dos tenazas. Los ataques cayeron sobre ellos con una violencia increíble y los proyectaron al Mar Oscuro. Los ojos de los Niños Elegidos se abrieron de terror.
En ese momento, Huanglongmon creó un tifón y el tornado avanzó sobre el mar levantando olas gigantes. Interceptó los ciclones de Homeostasis y los destruyó. Los digimons de los Niños Elegidos volvieron en la superficie del Mar Oscuro y se elevaron de nuevo en los aires. Tenían que buscar una manera para alcanzar a su oponente. Imperialdramon frunció el ceño:
– Distraed la atención de Omegamon, yo me encargo de contener a Homeostasis.
Sus compañeros asintieron y se fueron volando: Minervamon hizo girar su espada y creó un torbellino, Spinomon abrió la boca y proyectó una corriente eléctrica azulada hacia Omegamon, Crusadermon activó la perla en su escudo, Yatagaramon hizo brillar las lanzas en sus alas. Brachimon utilizó sus poderes para rodear el remolino de Minervamon con unas columnas de agua, Valdurmon agitó sus alas para generar un enorme halo de luz.
Homeostasis se preparó para repeler sus ataques y concentró toda su atención delante de él; por lo tanto, no se dio cuenta de nada cuando Imperialdramon se colocó detrás de él. El gran digimon último pasó sus brazos debajo de los de Omegamon y lo inmovilizó. Homeostasis dejó escapar un grito de sorpresa teñida de rabia e intentó disparar el cañón de Omegamon hacia él; sin embargo, Imperialdramon se encontraba demasiado cerca de él para que le pudiera alcanzar.
– ¡Huanglongmon, ahora! gritó Imperialdramon.
El gran dragón dorado se abalanzó hacia Homeostasis, agarró el cuerpo de Omegamon con sus garras y los doce digi-esferas en su espalda empezaron a brillar con una luz intensa.
– ¡Taikyoku! rugió.
Una luz incandescente brotó de las esferas y cegó a los Niños Elegidos. Imperialdramon, deslumbrado, cerró los ojos sin soltar Homeostasis.
De repente, Huanglongmon sintió que el cuerpo de Omegamon se desplomaba entre sus garras. Al mismo tiempo, los colores del arco iris que brillaban en los ojos del gran digimon desaparecieron y sus pupilas se volvieron azules, mientras una esfera blanca y nebulosa salió lentamente de su cuerpo.
– ¡Homeostasis ha perdido el control sobre Omegamon! exclamó Hikari.
Yggdrasil, sin habla, miró fijamente a Huanglongmon y los digimons de los Niños Elegidos. Se habían aliado contra Homeostasis y habían logrado sustraer Omegamon a su influencia. Incluso para digimons que habían fusionado su ADN, era una hazaña. En ese momento, Omegamon se derrumbó en los brazos de Imperialdramon.
– ¡Lo han conseguido! Koushiro.
Imperialdramon regresó a la playa y extendió Omegamon que era inconsciente en la arena. Taichi y Yamato corrieron para arrodillarse a su lado.
– Omegamon, ¿me oyes? pregunto Taichi.
– ¿Estás bien? añadió Yamato inclinándose hacia él.
El alto digimon abrió lentamente los ojos y miró a los dos adolescentes.
– Taichi... Yamato... gracias... por haberme salvado…
– ¡Nunca te hubiéramos abandonado! exclamó Yamato.
– ¿Crees que puedes seguir luchando? le preguntó Taichi.
– Sí, tengo que hacerlo porque… esta pelea aún no ha terminado.
Omegamon se enderezó lentamente, pero con determinación. Imperialdramon, Huanglongmon y todos los compañeros de los Niños Elegidos le sonrieron.
– Estoy con vosotros, dijo Omegamon con firmeza.
– ¡Entonces vamos! declaró Huanglongmon.
Los Niños Elegidos los vieron despegar hacia Homeostasis, que había retomado su forma vaporosa.
– ¿Cómo pueden sacar un alma de esta esfera? exclamó Miyako.
– Confía en ellos, estoy seguro de que encontrarán la manera, le dijo Ken con los puños cerrados.
Homeostasis vio a los ocho digimons y al gran dragón dorado acercarse hacia él. Su voz profunda y amenazante resonó de nuevo en el mundo digital:
– ¿Qué creéis? ¿Que sin cuerpo no puedo hacer nada? ¡Os voy a enseñar mi poder!
Los vapores opalinos de la esfera se agitaron y de repente toda la tierra del mundo digital se resquebrajó. Un crujido se elevó desde las profundidades del mundo digital y en ese momento, el suelo empezó a inclinarse. Los Niños Elegidos patinaron y se cayeron en la arena de la playa.
– ¿Qué pasa? gritó Sakae.
– ¡Parece un terremoto! exclamó Koushiro.
– ¡Rápido, subamos al peñasco! gritó Joe.
Los adolescentes corrieron lo más rápido que pudieron hacia el acantilado. La playa empezó a transformarse en una pendiente vertiginosa, que podía crear una avalancha de arena que les llevaría a todos. Llegaron a los acantilados cuando la tierra se había inclinado en un ángulo de 45 ° C y se aferraron a la roca como a un muro de escalada.
En ese momento el Mar Oscuro se agitó. Bajo la mirada aterrorizada de los Niños Elegidos, el mar se elevó verticalmente y formó un gigantesco muro marino. Luego, volvió a girar a 90 ° C y tomó el sitio del cielo. Unas trombas de aguas tremendas cayeron sobre los digimons de los Niños Elegidos.
– ¿Pero qué pasa? gritó Mimi.
– Homeostasis está desestructurando el mundo digital, entendió la Sra. Himekawa. ¡Rompe el orden natural de ese mundo para desequilibrar la lucha a su favor!
El Mar Oscuro invertido hizo caer un verdadero diluvio sobre los digimons de los Niños Elegidos; a ese ritmo, se quedarían sumergidos. Valdurmon extendió sus ocho alas y gritó:
– ¡Aurora undulation!
Una enorme barrera de luz se extendió de cada lado de su cuerpo y contuvo el agua del mar.
– ¡Daos prisa! le dijo el pájaro blanco a sus compañeros. ¡No aguantaré mucho tiempo!
Todos asintieron y se dirigieron hacia Homeostasis. Lo atacaron, pero el dios les rechazó con su poder; parecía que Homeostasis controlaba toda la energía del mundo digital en su esfera.
– ¡Jamás lo lograremos! exclamó Spinomon.
En ese instante, Valdurmon no pudo soportarlo más: la barrera de luz con la cual contenía el Mar Oscuro desapareció y el agua recayó hacia los digimons. Estaban a punto de estar sumergidos cuando un gran cuerpo voló hacia ellos.
Yggdrasil se acercó al cielo y congeló el océano con un simple gesto de la mano: el hielo se extendió por todas las olas y las solidificó instantáneamente, colgándolas en el aire. Los digimons de los Niños Elegidos se enderezaron asombrados.
– Yggdrasil acaba de salvar a nuestros compañeros, dijo Meiko con estupefacción.
Yggdrasil se dirigió hacia Homeostasis y de sus dedos salieron unos hilos tan finos como la seda y tan brillantes como el sol. Rodearon la esfera de Homeostasis y creó una gigantesca tela de araña luminosa a su alrededor. Homeostasis se congeló, paralizado, mientras Yggdrasil se volvió hacia los digimons de los Niños Elegidos:
– ¡Aterrizad en esta tela y fortalecedla con vuestro poder!
Los digimons asintieron y volaron hacia la red. Aterrizaron suavemente en ella y desplegaron toda su energía.
Omegamon apoyó su espada en los hilos: un rayo de luz partió la punta de su arma y se difundió en la red; Minervamon y Crusadermon hicieron lo mismo con sus espadas. Yatagaramon generó energía con garras escarlatas; Valdurmon extendió sus ocho alas sobre la red brillante y unió su poder con ella. Imperialdramon conectó su cañón pectoral a la red; Spinomon abrió la boca y una corriente de llamas azuladas se extendió por los hilos. Brachimon generó un géiser que se desplegó como un abanico debajo de la red para sostenerlo. Atrapado en esta increíble concentración de energía, Homeostasis se quedó petrificado. Yggdrasil miró a los digimons de los Niños Elegidos y asintió. Luego se volvió hacia Huanglongmon:
– ¡Adelante, Huanglongmon!
El gran dragón asintió y voló hacia la esfera de Homeostasis. Puso sus enormes garras sobre ella y activó todos los digi-esferas que flotaban alrededor de su cuerpo. La luz incandescente envolvió la bola nacarada de Homeostasis; Huanglongmon luego cerró sus ocho ojos rojos y se concentró. A su alrededor, los ocho grandes Digimons e Yggdrasil mantenían el poder de la tela de araña para que Homeostasis se quede inmovilizado.
Los Niños Elegidos a sus compañeros con los puños apretados: la red brillaba y las garras de Huanglongmon se apretaron más fuerte sobre la esfera de la Homeostasis. Entonces el gran dragón abrió brutalmente los ojos:
– ¡No tengo suficiente energía!
Los ojos de los Niños Elegidos y de sus digimons se abrieron con horror.
– ¡Homeostasis resiste con todas sus fuerzas! continuó Huanglongmon. Si queremos quitarle el alma y purificarla, Niños Elegidos, ¡necesitamos más energía!
Los adolescentes sintieron que sus corazones se aceleraban.
– Más energía... ¿cómo darte eso? le gritó Taichi.
– ¡Tenéis que dar vuestras fuerzas a vuestros compañeros para que aprieten su control en la tela de araña que inmoviliza Homeostasis! ¡Dadles toda la energía que podéis!
En ese momento, los ojos de Koushiro y Hikari se abrieron, porque habían entendido el significado de las palabras de Huanglongmon.
– Toda, ¿quieres decir que…? murmuró Koushiro, incapaz de terminar su frase.
– Sí... sí, es la única solución, asintió Huanglongmon con la voz quebrada.
En ese momento, todos los digivices de los Niños Elegidos se iluminaron: cada uno sacó el suyo de su bolsillo y lo miró, mientras su corazón se aceleraba. La luz que irradiaba de su digivice se extendió en sus manos, sus brazos, sus pechos, sus piernas, para envolver todo su cuerpo. Fue entonces cuando los Niños Elegidos se acordaron de la escena terrible que habían presenciado en el historial del mundo digital. Y cuando la recordaron, se estremecieron.
– ¿Es... lo que pienso? preguntó Takeru, con la garganta cerrada.
– Sí, le confirmó Hikari sombríamente.
El Sr. Nishijima y la Srta. Himekawa intercambiaron una mirada: la luz que los envolvía era muy parecida al que había resplandecido alrededor del cuerpo de Eiichiro, Shigeru e Ibuki diez años antes, justo antes de que se sacrificaran. Todos los adolescentes se miraron gravemente: hasta el final, habían pensado que escaparían a la muerte. Hasta el final, habían estado convencido de que podrían salvar los dos mundos sin tener que hacer el mismo sacrificio que los primeros diez hombres y mujeres Jomons. Sin embargo sabían ahora que no podrían derrotar a Homeostasis sin utilizar toda la fuerza vital que poseían. Les habían prometido a sus compañeros que harían lo que fuera para ayudarlos y cumplirían su palabra. Ya no podían echarse atrás: asintieron con la cabeza y luego se volvieron hacia sus digimons.
En un silencio irreal, levantaron su digivice por encima de sus cabezas, apuntado hacia el cielo transformado en un océano helado. El Sr. Nishijima y la Srta. Himekawa fueron los primeros en hacerlos; Taichi, Yamato, Sora, Koushiro, Joe, Mimi, Hikari, Takeru, Meiko y Sakae les imitaron. Finalmente, Ken, Daisuke, Miyako y Iori levantaron su digivice hacia el cielo. De repente unos rayos incandescentes atravesaron las nubes para aterrizar sobre sus digimons y se prolongaron para unir los digimons y los hombres, tejiendo dieciséis puentes de luz entre ellos. En ese instante, los digimons sintieron que la energía de sus compañeros les invadía y reforzaron su control sobre la tela de araña luminosa que Yggdrasil había creado para inmovilizar a Homeostasis.
Huanglongmon sintió a su vez el poder de los Niños Elegidos y apretó fuertemente con sus garras $ la esfera opalina de Homeostasis.
En ese momento, un grito agudo desgarró el aire, como el aullido de una presa herida mortalmente. El grito resonó en el aire con un eco siniestro. Luego, poco a poco, se convirtió en un estertor y Huanglongmon se enderezó: entre sus garras flotaba un extraño velo pálido, casi evanescente.
El alma de Homeostasis.
La esfera opalina en la cual había vivido el dios empezó a desintegrarse, pero en vez de convertirse en píxeles como lo hacían digimons al punto de morir, se desmoronó lentamente hasta convertirse en polvo, como la ceniza de un fuego quemado. Los granos grises se dispersaron por el cielo y en unos pocos segundos, toda la esfera había desaparecido.
Huanglongmon elevó el alma de Homeostasis sopló sobre el velo anacarado: unos remolinos de luz salieron de su boca y envolvieron el velo. Los compañeros de los Niños Elegidos se enderezaron y decenas de filamentos brillantes se desprendieron de sus cuerpos: estos fragmentos de energía, que se enrollaron alrededor del velo que empezó a brillar: unos rayos negros brotaron repentinamente de la tela, como expulsados por el poder de la luz. Esos destellos oscuros contenían en ellos todo el odio, la indiferencia y la frialdad de Homeostasis, todas las emociones que se había negado a sentir para no ser débil, todo esa desconfianza que lo se había convertido en un monstruo. Los rayos de ébano se reunieron por encima el velo y de repente se desvanecieron: el alma de Homeostasis acababa de ser purificada.
Luego voló suavemente hacia Yggdrasil y lo envolvió como un chal de gasa. Los labios sin sangre del gran digimon se entreabrieron y el alma entró en él; cerró los ojos y se congeló. Al mismo tiempo, toda la red brillante que había tejido para paralizar Homeostasis se rompió: los hilos centelleantes cayeron como los jirones de un pañuelo de luz hacia la tierra.
Una claridad intensa envolvió a Yggdrasil y suspendió su cuerpo en el aire. Por encima de él, las estalactitas del océano invertido brillaban como miles de estrellas en un cielo helado. Una brisa cálida se elevó, como el primer aliento de un ser recién nacido.
En ese momento, Yggdrasil abrió lentamente los ojos: sus pupilas grises se habían vuelto azules, un azul tan puro como el agua vivificante. El hielo que formaba su cuerpo explotó en miles de fragmentos, haciendo resonar un tintineo de cristal hasta la playa inclinada donde los Niños Elegidos se aferraban. Yggdrasil extendió dos brazos de carne rosada cubiertos por un manto tan verde como el follaje de un bosque. Desplegó dos piernas envueltas en pantalones anchos que se asemejaban a la corteza de un robusto roble. Una capa de helechos se extendió majestuosamente en su espalda, su cabello blanco como la nieve se volvió dorado y una corona de flores de granada, de un rojo deslumbrante, rodeó su frente.
Yggdrasil se enderezó, envuelto en un halo de luz. Entonces miró hacia el mundo digital que lo rodeaba y sus ojos se abrieron. Vio la playa volcada como un acantilado, el bosque devastado y humeante, los troncos carbonizados. Redescubrió el océano vaciado de sus aguas y suspendido en el aire. Con su aguda vista, abarcó de golpe a todo el mundo digital. Vio los continentes devastados, los digimons aterrorizados, el pueblo del inicio incendiado. Sintió que unas lágrimas rodaban por sus mejillas; fueron las primeras que derramó.
El mundo digital, ese mundo que había creado con sus propias manos, se estaba consumiendo por su culpa. ¿Cómo no podía haberlo entendido antes? Ese dolor que le oprimía el pecho, ¿lo sentía porque ahora tenía alma?
Yggdrasil parpadeó y se estremeció mientras una avalancha de emociones nuevas lo asaltaron: tristeza, culpa, compasión, amor, dolor… todo mezclado, todo confundido, los sentimientos lo abrumaron. Sus lágrimas fluyeron aún más cuando entendió todo lo que había ignorado hasta entonces.
Se volvió hacia los Niños Elegidos que todavía se aferraban al acantilado, con su digivice apuntando hacia el cielo. En sus ojos, descubrió esa luz maravillosa que nunca había sospechado que existiera: la esperanza. Un escalofrío lo recorrió y sintió que su corazón latía violentamente en su pecho. Ese latido que lo decía todo.
Ese latido que hacía de él un ser vivo.
Los Elegidos, asombrados, no podían apartar la mirada de la nueva forma de Yggdrasil. Habían dado toda su energía a sus compañeros para que Huanglongmon pudiera extraer el alma de Homeostasis y purificarla. Ahora todo el odio y la frialdad habían desaparecido de la expresión de Yggdrasil. El ser que se encontraba frente a ellos encarnaba la vida. Las lágrimas que rodaban por sus mejillas eran prueba de ello.
En ese momento, el aura de claridad que envolvía cada uno de los adolescentes empezó a parpadear. Todos lo sintieron y con cada oscilación de luz sentían que su fuerza disminuía. Su respiración se hizo sibilante, sus brazos temblaron, sus manos amenazaron con soltarse del acantilado en cualquier momento. Vieron a Yggdrasil extender un brazo delante de él.
Centenas de rayos de luz brotaron de sus dedos como el agua de una fuente. La claridad brilló en todas las direcciones del mundo digital: cuando esas gotas de luz tocaron el océano volcado, el hielo se derritió instantáneamente y el agua volvió a caer en una llovizna dorada. Olas claras llegaron a la playa donde estaban los Elegidos. El acantilado al cual se aferraban se inclinó otra vez y recuperó su estructura plana. Los adolescentes cayeron de rodillas sobre la arena, exhaustos. Su digivice se apagó en ese momento, seguido por el halo que envolvía sus cuerpos.
Yggdrasil luego estiró sus manos hacia el cielo y una energía deslumbrante se extendió en círculos concéntricos por todo el mundo digital. Con cada nueva ola, la atmósfera se purificaba, la vegetación renacía. Un viento suave envolvió las ciudades y los bosques diezmados, reconstruyó las ruinas, devolvió el agua al cauce de los ríos, elevó las montañas e hizo que las llanuras volvieran a florecer. Los Niños Elegidos vieron ese milagro restaurar el mundo digital y sus ojos brillaron, sus labios sonrieron: lo habían conseguido.
En ese momento, sintieron que sus últimas fuerzas los abandonaron. Sus brazos se negaron a sostenerlos y se derrumbaron sobre la arena tibia. Una sensación de frío se apoderó de sus cuerpos y miraron hacia el cielo. Vieron a sus compañeros y, en medio de ellos, a Yggdrasil, rodeados de un halo claro, que irrigaba el mundo digital con su poder. Un poder de amor y bondad.
Entonces sus ojos se cerraron lentamente y se hundieron en la nada.
