Por primera vez, contemplar el vasto océano no auxiliaba a Usopp a despejarse.
Especialmente, cuando el motivo de sus suspiros se trataba de su compañero de aventuras: Zoro, el cual desde hace tiempo le mueve el piso al tirador de los Sombrero de Paja. Y él podría admitir que la atracción física fue casi inmediata de su parte, pero, durante meses se negó a confirmar que su interés era más que meramente carnal para así evitar conflictuar la convivencia en el barco.
Sin embargo, sus sentimientos han florecido y tal parece que sólo restaba una solución para extinguir la intensa opresión en su pecho: confesarse.
Si bien, le aterraba confesarse.
De hecho, al pensar en tal posibilidad: el miedo es tan intenso que Usopp sudó como nunca y se le cruzaron hasta los pensamientos. Seguramente, él contrajo la enfermedad: "si-me-declaro-moriré" en alguna de las islas que visitaron y, sin embargo, el chico estaba dispuesto a revelar su sentir a fin de librarse de la pesada carga que llevaba consigo.
Además, él no quería seguir ocultando sus sentimientos por Zoro.
Ni fingir que lo apreciaba tan sólo como a un nakama.
¡Estaba decidido! ¡Él iba a declararse! Aunque, su determinación lo abandonó al pensar en tal posibilidad, y lo hizo desear buscar su viejo traje de Sogeking a fin de darse el valor suficiente. Sí, declararse como Sogeking no era la mejor idea, pero, lo haría todo un poco más sencillo y, pensar en ello arrulló al narizón hasta que éste consiguió conciliar el sueño.
Al día siguiente, la embarcación arribó a una isla tipo invernal con la intención de comprar provisiones. Nami bajó junto con Franky y el capitán mientras Robin y Chopper se encargaban de organizar las despensas y Usopp, Sanji y Zoro quedaron a cargo de vigilar el barco debido a la proximidad de la marina, pero el último desapareció sin dejar rastro.
Así que, el moreno decidió ir a buscarlo, a sabiendas que su compañero podría causar demenciales estragos en la localidad.
Usopp caminó por la ciudad, temblando porque el abrigo que llevaba no lo calentaba lo suficiente en aquél gélido clima que ocasionaba que la nieve coronara cada local y vivienda excesivamente decorada. Tal parecía que la gente de ahí se encontraba celebrando alguna festividad, a juzgar por sus cuantiosas bolsas de regalos, sus sonrisas y el fantástico buen humor que desprendían.
Y, tras interminables vueltas por las principales avenidas, el tirador se dio por vencido.
Se sentó en la cornisa de una fuente congelada en medio del parque de la ciudad y rogó a las deidades de sus falacias porque el espadachín se pasara por ahí, ya que los pies le dolían bastante. Giró el rostro de un lado a otro, tal vez podría comprar una bebida calientita para pasar el rato, y pensaba en ello cuando su atención recayó en una joven madre y su encantadora niñita.
—¡Mami! ¡Mami! — interrumpió la pequeña—. ¡Mira, mami! ¡Mira!
—¿Qué, cariño? — La mujer detuvo su andar, brindándole su completa atención a la menor.
—¡Eso, mami! ¡Mira! — Señaló a un objeto verde sobre el arco de la Gran Plaza —. ¿Qué es eso?
—Es un muérdago, cariño. — A la mujer se le escapó una risita picara —. Si dos personas quedan bajo el muérdago al mismo tiempo: tendrán que besarse.
—¿B-besarse? — La niña jaló la mano de su progenitora, a fin de aproximarse a la corona.
—Besarse, como papá besa a mamá. — explicó la mayor con una sonrisa que calentó un poquito el corazón de Usopp.
Al igual que, le hizo pensar al moreno en cómo seria si él terminase en tal situación con Zoro. Suspiró, porque aquel era un sueño estúpido, ya que el espadachín jamás aceptaría darle un beso y él era muy cobarde como para robárselo. Tiritó, debido al frío y al enfado consigo mismo por ser… él, un cobarde de mierda que temía al inminente rechazo del de cabellera verde que de repente divisó a lo lejos.
—¡Zoro! — gritó para llamar la atención de su nakama —. ¡Cabrón! ¡Detente ahí! — Resbaló penosamente en la nieve, sin embargo, su compañero en raudo movimiento recorrió la distancia que les separaba y le auxilió.
—Hey. — saludó el marimo —. Usopp, ¿sabes dónde queda la armería de este lugar?
—¿¡Cómo carajo quieres que sepa!? — El tirador alzó la voz, más por nerviosismo que por otra cuestión —. Venga ya, daremos con ella si preguntamos…
Ambos comenzaron a andar, a conversar a trompicones debido a la ansiedad de Usopp.
—¿Y cómo fue que Nami te permitió algunos berries si…? — El moreno río al notar cómo el otro rodaba los ojos —. No lo hizo, eh.
—Esa bruja. — espetó Zoro, sin mala intención —. ¿Tú traes algunos?
—Siempre. — Usopp alzó una ceja y mostró el costalito que pendía de su cuello.
Ambos se sonrieron y encontraron la tienda de armas a la vuelta del parque, lo que no extrañó al moreno que se dedicó a observar la dicha de su compañero por descubrir las hojas de las katanas.
Con un tacto cuidadoso que parecía insospechado de alguien tan impetuoso.
—¡Mira, Zoro! Una piedra de afilar de diamante. — Mostró tal objeto a su nakama —. ¡Y está en oferta! Te lo compraré.
Usopp se encogió en sí mismo, consciente de que el otro podría negarse, pero, en vez de ello: Zoro le revolvió los cabellos con afecto y le prometió una cerveza si llegaban a encontrar un bar en las cercanías.
—Pero, no tienes dinero… — Le recordó el tirador con cierta mofa.
—Ganaré una jarra para ti con esto. — Alzó su brazo derecho y palmó su bíceps, dando a entender que estaría dispuesto a echarse un pulso por su sonrojado compañero.
Ambos se sonrieron, cómplices.
Inevitablemente, al chico de rizos se le pasó por la cabeza que todo esto parecía una cita, con ellos bromeando y caminando uno junto al otro como si sólo ellos dos existieran en el mundo.
Poco después, volvieron a pasar por el centro de la ciudad y a Zoro le llamó la atención la espontanea multitud junto a la fuente. Parecía una improvisada fiesta, así que el espadachín se acercó al bullicio con Usopp a cuestas; si bien, éste habría preferido ir a comer a un lugar tranquilo en vez de embriagarse con amigables extraños que de inmediato les sirvieron un par de jarras de espumosa cerveza.
Zoro no tardó en consumir jarra tras jarra mientras Usopp conversaba con los lugareños, los cuales le hablaron acerca de la Navidad.
Las horas transcurrieron, el resto de los sombreros de paja se unió a ellos.
Usopp cantaba al ritmo de Brook mientras intentaba alejar a Luffy del resto del lomo asado que los locales compartían, una lucha en vano. Luffy terminó con la carne y los mugiwara compartieron su licor especial, reservado para su siguiente victoria. La iluminación especial del parque se fue haciendo más notoria y, de alguna manera, resaltaba la belleza masculina del espadachín que reía sin parar.
El moreno desvió la mirada con las mejillas sonrojadas, no quería ser tan obvio.
Al alba, la mayoría se encontraba borracha mientras Usopp sólo se encontraba embriagado por la presencia de Zoro que pasó a su costado. Tal vez, ese era el momento para confesar sus sentimientos, aunque estuvieran rodeados tanto de sus amigos como de extraños. No importaba, nada importaba porque un extraño valor motivaba al moreno a profesar su amor.
Sí, aunque sus manos temblaran: Usopp ya se había decidido.
—Zoro. — Le llamó, sintiéndose más valiente que nunca.
—¿Qué? — El espadachín detuvo su andar y se tronó el cuello —. No voy a perderme… — rebatió, porque se encontraba en camino al sanitario.
—No es eso…
Usopp llenó de aire sus pulmones, dispuesto a hablar, pero, aunque su boca se abrió: ninguna palabra acudió a él. Y, pronto, él experimentó la conocida sensación del fracaso inundando sus entrañas, extinguiendo su valor.
Hasta que, alguien de la embriagada multitud gritó:
—¡Woo! ¡Están bajo el muérdago!
—¿¡Qué!?
Ambos dijeron al mismo tiempo y dirigieron las miradas sobre ellos, al arco central de dónde pendía la inocente plantita.
—¿¡Qué carajo!? — Zoro no encontraba conexión alguna entre su posición y el imprevisto coro que exigía que los dos piratas se besaran.
—¡Beso! ¡Beso! ¡Beso! — coreaban los adormilados y borrachos habitantes de la isla
—¡Beso! ¡Beso! ¡Beso! — coreaban también algunos de sus compañeros de tripulación.
—¡Cállense! — Un imperceptible rubor se apoderó del rostro del espadachín —. ¡Mierda! ¡Déjense de…!
El cabizbajo tirador, sin pensarlo dos veces, jaló de la ropa a Zoro para que sus rostros quedaran a la misma altura y le besó.
Sus manos temblaban, él temblaba al entero, pero Usopp no se arrepintió de su decisión.
—¡No tienes que darle gusto a la gente, Usopp! — gritó el espadachín, pensando que el otro se dejó llevar por la presión social.
—¡No le doy gusto a nadie más que a mí mismo! — elevó su voz por encima de los vítores de su atolondrado capitán —. Es sólo que… me gustas… ¿está bien? ¡Me gustas demasiado y no puedo ocultarlo más! — Buscó la mirada ajena y no la encontró.
—¿Cuánto has beb…?
—¡Ah, no! No, no, no… — El tirador chirrió los dientes —. ¡Tú has bebido más que yo! No te atrevas a poner en duda mis sentimientos por ti.
—Ok. — Alzó el brazo y revolvió su propio cabello, confundido —. Entonces, ¿te gusto?
—Perdón. — Usopp tomó distancia respecto a su nakama —. No quise incomodarte. — afirmó y lejanamente se escuchó a Sanji protestar porque Zoro era un imbécil.
—N-no… sólo me sorprendió… — El espadachín luchaba con sus palabras, así que prefirió colocar su mano sobre el hombro de su nakama a quién contemplaba intensamente —. No te prometo nada, pero… siempre me he sentido cercano a ti… si quieres, podríamos intentarlo. — Sonrió de medio lado, como si tuviese sus katanas a su disposición, listo para enfrentar a cualquier desafío.
—¿Intentarlo? — El moreno entornó la mirada para después caer en cuenta de lo que el otro le estaba ofreciendo, un privilegio que desde siempre le pareció inalcanzable: salir con Roronoa Zoro —. Oh… ¿d-de verdad? — preguntó ilusionado y el de cabellera verse se dio cuenta de lo mucho que le gustaba aquella honesta sonrisa en el tirador.
Al punto de las lágrimas, Usopp extendió su mano hacia el otro y éste dudó un poco antes de tomarla. Era una mano cálida, así que Zoro la apretó con firmeza para hacerle saber a Usopp que no se preocupara, no era el alcohol el que decidía por él si no las risas compartidas en la popa del barco, los largos paseos en las islas nuevas y las bromas planeadas a expensas del cocinero.
Nami fue la primera en aplaudir.
Después, el resto de los presentes también aplaudió e incluso algunos silbaron para demostrar su aprobación, y antes de que iniciaran las preguntas: ambos decidieron alejarse de allí.
Caminar a solas por las desiertas calles, sin un alma a la vista.
—Y… — Comenzó Zoro, rascando su nuca —, ¿qué deberíamos hacer ahora?
—No lo sé. — Usopp apretó el agarre, tratando de convencerse de que todo era real —. Tal vez, ¿abrazarnos? — propuso, vacilante.
El espadachín le tomó la palabra y se detuvo.
A Usopp le temblaron las rodillas al sentir los musculosos brazos aprisionando su cuerpo y, lentamente, correspondió al abrazo, sintiéndose cálido y seguro. Aquel abrazo era diferente a cualquier otro que entablaron en el pasado y, el tirador quiso creer que Zoro aceptó sus sentimientos porque (a su manera) los correspondía y no por estar tan borracho como para ladearse en pleno abrazo.
Al día siguiente, todos en el Sunny eran conscientes de la relación entre el espadachín y el tirador, y los fueron felicitando al respecto.
Sin embargo, Usopp se mantuvo distante.
No lo hizo con mala intención, era su inseguridad aconsejándole cómo actuar y él sentía vergüenza de enfrentarse a Zoro, por lo que evitó al espadachín por casi toda la mañana hasta que llegó la hora el almuerzo. Y el moreno tenía hambre, mucha hambre, porque se saltó el desayuno con el pretexto de un malestar estomacal, por el que Chopper no tardó en examinarlo.
Contemplaba el mar, lo que no le auxiliaba a despejarse porque el motivo de su desazón se trataba de su compañero de aventuras: Zoro.
El hombre que se sentó a su lado.
—Te traje comida. — El espadachín ofreció el cuenco de fideos con salsa a su nakama, a su pareja.
—Zoro… —Usopp respiró hondo por la sorpresa y dudó si alejarse o aproximarse al recién llegado —. No tengo hambre. — dijo y de inmediato su estómago lo puso en evidencia, así que se sonrojó un poco y su acompañante río antes de dejarle el humeante plato en el regazo.
—Deja de ser tan testarudo y come.
—Gracias… — Usopp tomó el tenedor mal encajado en el platillo y dio un gran bocado al preparado —. Hmm, la salsa es de frutos de otoño, ¡mi favorita!
Zoro asintió y dejó al otro terminar su cuenco antes de hablar:
—Deja de evitarme.
—¡No te estoy evitando! — Río de forma tan falsa que Zoro lo miró duramente a la espera de una real explicación, a lo que Usopp tragó duro —. No pasa nada en particular… sólo… ya sabes… estaba pensando que… tal vez, tal vez aceptaste estar conmigo por estar demasiado ebrio como para darte cuenta que… bueno, fui yo el que te besó y… ya sabes al calor del momento podrías haberte confundido y…
—No, estoy contigo por decisión propia, tonto.
—¿De verdad?
Usopp reiteró su cuestión y Zoro se sintió superado por la situación, rascó su nuca y rodeó los hombros ajenos con su brazo.
—Ajá.
—¿De verdad…? ¿De verdad verdadera?
—Sí, Usopp.
El tirador se tomó un momento para convencerse a sí mismo, en lo que Zoro decidió que el oleaje no era de su interés si no el hombre a su lado. Así que, Zoro se quedó observando a su pareja, a quién iba a declararse cuando fuese el espadachín más fuerte del mundo, sin embargo, tal parecía que esa mentada Navidad era capaz de obrar verdaderos milagros.
—Me estaba preocupando por nada… — El moreno rodeó la cintura de su acompañante, estrechándole con sumo afecto.
—Exacto.
Zoro le dedicó una cálida sonrisa y el corazón de Usopp latió con fuerza, apretó el agarre en la cintura de su nakama e inhaló profundo, agarrando valor para posar sus labios en el rostro del otro. Al separarse, pudo ver que dejó una patosa marca de la salsa en la mejilla sonrojada del espadachín, quien a ojos de Usopp se veía muy tierno con la vergüenza inscrita a flor de piel en todo su atractivo rostro.
—No conocía esta faceta tuya, Zoro. — dijo el tirador en un tono burlesco y su acompañante le siguió el juego.
—Me sorprendiste, es todo. — afirmó mientras llevaba los dedos a la mejilla manchada —. Algún día, me acostumbraré, prepárate para ello.
Fue el turno de Usopp para sonrojarse ante la intensidad de esa promesa.
Sin embargo, la atmosfera pronto se relajó entre risas y bromas, con ellos muy de cerca compartiendo sonrisas (y besos). Disfrutando mutuamente de su compañía.
