La cruzada de la última DunBroch.
Capítulo VI.
Nix era una conejita encantadora debido, sobre todo a su incontenible ternura. Era una mascotita muy tranquila y obediente. Normalmente dormía por muchas horas, desayunaba en cantidades masivas de la comida que le diesen, daba un pequeño paseo al lado de alguna de las muchachitas o de su amigo fantasmal y luego se pasaba el resto del día siendo llevada de un lado a otro, abrazada por la frescura que desprendía el cuerpo del niño muerto que no se podía comunicar con ningún otro ser humano. Era una buena mascotita, una leal compañera que disfrutaba de mimos y regalitos –comida, florecillas y otras cosas del mismo calibre–, Nix era una buena conejita que, a pesar de que la habían conocido por haber perdido el camino a casa, había aprendido rápidamente a nunca alejarse mucho y siempre recordar como volver con su nueva familia de gigantes.
El problema fue cuando incluso el camino de sus gigantescos amigos se vio infestado por lobos y ella fue la primera en notarlo y reaccionar ante esa terrible información.
El primero que llegó a ver era solo un cachorro de lobo, pero sus fauces brillantes y babeante, sus ojos sedientos de sangre y sus garras destroza–conejitas–indefensas eran tan temibles como las de cualquier lobo adulto. Con las colmillos formando las más terribles de las sonrisas psicópatas, el lobo se fue acercando paso a paso a su oscura presa, quien, luego de recuperar el alma que intentaba fugarse de su cuerpo, salió corriendo a toda velocidad de regreso a su zona segura, con el resto de su familia. El aullido del lobo resonó por todo el bosque danés mientras la conejita corría maldiciendo todo lo maldecible.
Mientras el aullido lleva a los rufianes a sacar sus armas y preocupa a las muchachas y su compañero fantasmal, quien rápidamente pudo encontrar a su mascota, a varios kilómetros Anna escucha el llamado de uno de los cachorros y nota como, casi al unísono, todos los lobos preparan sus cuerpos para la caza. Hiccup, Hans y Elsa detiene su charla y observan confundidos a la pequeña Anna que se ha detenido con el gruñido de la manada. Elsa pregunta qué ocurre, su hermana se limita a voltear levemente y a anunciar que sus amigos caninos comenzarán una cacería.
–No creo que eso sea buena idea –opina Hans cruzándose de brazos mientras sus caballos relinchan incómodos por la violencia que captan en los lobos–, ¿qué pasará si lo que quieren cazar es una persona?
–¡Qué tontería! –dijo Anna con una risa–. Ellos no cazarían a una persona.
–Mataron a una persona hace tres días, Anna –recordó Elsa, espantada por la idea de ya estar acostumbrada a las violentas muertes que esa manada ocasionaba.
–¡Ese tipo casi decapita a uno de los caballos de Hans!
–¿Y a la señora que casi le devoran la pierna? –cuestionó Hiccup con los brazos apoyados a cada lado de su cadera.
–¡Casi nos prendió fuego mientras dormíamos!
–¿Qué hay de los adolescentes a los que les arrancaron las manos? –en esta ocasión habló Hans.
–No quiero ni pensar cuales eran sus intenciones con mi hermana –masculla asqueada y con un escalofrío recorriéndole todo el cuerpo, recordando como esos desgraciados se acercaron con navajas a su hermana mientras se bañaba en un río.
Hans e Hiccup le dan un punto con aquello último, rabiosos recordaron las ganas que habían tenido de castrar a esos cabrones cuando se dieron cuenta de que estaba pasando. Nunca se llegaron a quedar satisfechos del todo después de que Elsa les convenciera de que perder las manos ya era castigo suficiente.
–El punto –Elsa interrumpió bruscamente los pensamientos de todos, en especial los suyos propios, sencillamente no quería rememorar el día en el que estuvo tan cerca de perder la honra de manera tan violenta y vomitiva–, es que, si se los permites, tu manada sería capaz de darse un buen banquete con humanos. Y no podemos dejar que hagan eso.
Hans, como era un curioso de mucho cuidado y nunca podía cerrar la boca, lanzó la preguntilla que emocionó a la manada de lobos y humana pequeñita. –Bueno, tomando en cuenta todas las otras circunstancias, ¿por qué esta vez no?
Elsa tenía preparada su perfecta respuesta. –Porque es gente que no conocemos ni que nos ha hecho ningún mal, dejar que sean atacados los lobos es sencillamente cruel.
–Bueno, acompañados por una manada de lobos, un conjunto inmenso de caballos y un dragón –Hiccup fue apuntando a cada animal–, ganas de atacarnos tendrán.
–Hiccup, todo el mundo atacaría a un grupo como el nuestro, ¿por qué no entonces, ya que estamos en esas, aniquilamos a toda la población humana? Si, de todas formas, todos van a querer hacernos daños
–Mala idea no es –dice Hans hundiéndose de hombros consiguiendo un bromista asentimiento de cabeza de Hiccup, ganándose, también, una de esas miradas heladas de Elsa que te hacían tiritar del miedo–. No he dicho nada.
Siendo derrotados, los muchachos le dan una mirada a Anna para que se rinda mientras aún le quedase dignidad. Inflando los mofletes, la princesa acepta su destino, da un largo aullido y les niega con la cabeza a todos los caninos presentes, quienes lloriquean decepcionados y, arrastrando las patas, se van acercando nuevamente al grupito de norteños. Y todo parece tranquilo, hasta que la cara de Anna cambia de decepción a tremendo terror. Ese terror infantil de "ya la he liado", ese terrero que la princesa menor de Arendelle siempre sufría, ese terror que Elsa reconocía de inmediato.
–¿Qué has hecho?
Anna jugueteó con sus dedos mientras miraba a su hermana. –Acabo de notar que faltan uno que otro cachorro.
–Aja, continua.
–Y seguramente esos cachorros restantes estén cerca de la presa de la que avisó el primero.
–¿Y que tiene? –cuestiona Hans alzando una ceja–, ya has avisado con el aullido, ¿verdad? No harán nada.
–No seas ingenuo, Hans. Los aullidos no son idiomas, no una manera de comunicación que los humanos no entendemos, son llamados de atención, como chasquear los dedos o aplaudir, no doy mensajes solo hago ruido, hago que me presten atención y luego transmito el mensaje.
Hiccup entonces cruzó los brazos y ladeó la cabeza. –Así que, esos cachorros que faltan pueden haber entendido cualquier cosa con tu aullido –Anna se limita a asentir–, como, por ejemplo, "id al ataque" o "adelantaos que ya vamos para allá" –roja de vergüenza, Anna vuelve a asentir en silencio–. Bueno, que mierda, ¿no?
–¡Esa boca! –reprocha Elsa a lo que Hiccup se disculpa de inmediato.
–Luego hablamos de groserías –espetó con brusquedad Hans–, ¡busquemos a esos pequeños asesinos!
–¡Oye! –renegó Anna–. Eso ha sido…
–¿Podemos ir a por ellos ya? –cuestionó Hans con un grito estridente que, finalmente, infundió en sus acompañantes la impaciencia que sufría. Anna asiente con firmeza y sale corriendo primero que nadie, su manada, sobre todo las hembras que han notado la falta de sus crías, le sigue de inmediato. Hans silba a sus caballos, se monta rápidamente sobre Citrón y avanza velozmente entre los árboles, los últimos en arrancar su carrera son Hiccup y Elsa, quienes tienes que esperar a Chimuelo pues el dragón siempre se mantiene al final de la marcha como vigilante de todas las espaldas de sus acompañantes.
Anna vuelve a aullar, mientras los cachorros se enfrentan a las consecuencias de sus acciones.
Eran adolescentes o cachorros de lobos, muy pocas cosas de los bosques daneses podrían hacerle competencia. Tenían energía, fuerza y ferocidad asesina digna para hacer frente a canes pastores o loberos, no tenían miedo, eran jóvenes tenían toda una vida por delante para saciar su hambre con la primera presa desprevenida que se toparan. Por eso persiguieron ese precioso animalejo de negro pelaje, ¿qué importaría un conejito más o menos en el mundo?
Cuando llegaron a una ruta marcada por el hombre, sintieron el aroma de aquel animal que se impone como regente dictatorial de la cadena alimenticia, se encuentran cara a cara con humanos, humanos que no conocen, humanos que huelen a peligro y misterio, humanos que no son parte de su manada, humanos armados que, sin duda alguna les harán daño. Gimen lastimeramente cuando, al llegar a aquel pasaje marcado por anteriores pisadas humanas, se encuentran cara a car con machos humanos armados hasta los dientes y una pequeña hembra apuntándoles con sus flechas, retroceden lentamente por el miedo, sin dar la espalda, sintiéndose morir al notar que la humana sigue apuntándoles con su arma. Uno de ellos aúlla agudamente, para llamar a los adultos de su manada, casi de inmediato escuchan la respuesta de su hermana humana, por lo que rápidamente dan la vuelta y salen corriendo en busca de sus padres.
Un rugido, el cual reconocen como el rugido de aquella bestia enorme y negra, rompe en dos el cielo en ese momento. Parte con su bajada en picada el viento y algunas ramas de árbol y, colocándose entre esos desconocidos y ellos, el furioso ser de alas aterriza con dos humanos en sus lomos. La hermana de la humana de la manada se dirige rápidamente hacia ellos mientras el humano se mantiene en los lomos de la bestia. Los desconocidos, a excepción de la humana con flechas, retroceden espantados.
Con fiereza de una reina superviviente de una guerra, Mérida apunta con su flecha al muchacho montado en dragón. Lo ha reconocido de inmediato porque le han enseñado a reconocerlos toda la vida y, por la expresión en su rostro, Mérida sabe que a él le han enseñado lo mismo.
–Baja tu arma, inglesa –escupe mientras aquella bestia alada gruñe mostrando todos sus terribles colmillos.
–Oblígame, vikingo.
–Ay, Dios, se van a matar –lloriquea Jack, llamando la atención de Elsa. La princesa de Arendelle, con los cachorros de lobo escondiéndose tras sus faldas, intenta calmar la situación.
–Hiccup, los cachorros están bien, no hagas ninguna tontería –intenta calmarlo mientras se acerca a Chimuelo, pero ninguno de ellos le escucha, siguen con los ojos clavados como dagas en el rostro de la muchacha de alocada cabellera naranja–. ¡Hiccup! ¡Chimuelo! –intenta regañar, sintiéndose angustiada por el disparo que el dragón parece estar preparando en su interior–. ¡Chicos!
–¿Ves? –cuestiona Jack mientras regaña a la conejita–. Por eso no nos alejamos tanto del grupo, Nix, porque estas cosas pueden ocurrir. Ahora la reina quiere matar a un virito, o lo que sea que dijo.
–Vikingo –corrige Elsa mirándolo. Jack casi tira a su cayado cuando nota que sí, que esa chica lo ha estado mirando de reojo todo el tiempo–. Se dice vikingo –concluye al notar la mirada confusa de todos. Hiccup deja de fijarse en la inglesa y entonces, mientras escucha cada vez más cerca al resto de la manada y el galope de los caballos de Hans, lo nota. Un jodido conejo flotante.
–Dime, por favor, mi querida Elsa, que no estás hablando con el conejo flotante.
Ella solo parpadea. –¿Qué conejo flotante?
–Es una coneja –dice Jack, como hechizado. Para su encanto, la chica vuelve a mirarle fijamente y a dirigirse a él.
–Ah, coneja, perdona.
–Pues la coneja flotante, Elsa, la que estás mirando –exclama señalando con los brazos al animalejo que flotaba como si nada.
La princesa vuelve a mirar al muchacho, ladea la cabeza y luego mira a su amigo vikingo.
–¿Hablas de la que está cargando ese chico? –pregunta con un tonito burlón a su amigo mientras señala a Jack.
–¿Qué chico? –cuestiona exaltado Hiccup intentando ver lo que ella veía.
–Pues el chico de pelo blanco de allí –responde con obviedad señalándolo–. Perdona, ¿cuál es tu nombre? Esto de referirnos a ti como "chico" me parece algo incorrecto y de muy mala educación.
Con un suspiro, dice lo siguiente. –Mi nombre es Jack, Jack Frost.
–Un gusto Jack, mi nombre es Elsa, y este idiota de aquí –bromea señalando al vikingo–, es mi amigo Hiccup, quien va a dejar de amenazar con su dragón a la que supongo es tu amiga –concluye señalando a Mérida, quien la observa con la misma cara de pasmo que Hiccup.
–Puedes oírme –suspira encantado Jack. Elsa se contiene una risilla.
–Pues claro que puedo oírte.
–Y puedes verme –el niño parecía estar a punto de romperse a llorar y saltar de la alegría.
–¿Por qué no iba a poder verte?
–¿Estás hablando, por casualidad, con el espíritu? –cuestiona entonces Rapunzel, dando unos pasitos adelante, espantando a Elsa.
–¿Cómo que espíritu? –pregunta mientras observa a todos los presentes, mientras escucha como Hans y Anna llegaban preguntando que ocurría–, ¿no le veis vosotros?
–¿Ver a quién? –pregunta Hans mientras se acerca junto con Anna. Entonces, para confusión de los más jóvenes, Elsa apunta a un conejo flotante que les causa un respingo a los dos niños de la realeza.
–Al muchacho con la coneja.
Más confundida que antes, Anna voltea a ver a su hermana. –Ahí solo hay una coneja, Elsa.
Mientras Elsa esas escucha esas palabras, Jack está llorando de la alegría y riendo como un maniaco.
–¿Por qué no pueden verte? –cuestiona asustadísima, acercándose al muchacho. Él solo niega y deja en el suelo al animal para luego extender sus brazos teatralmente los brazos.
–¡No tengo ni idea! –grita mientras llora–, ¿por qué tú sí?
–¿Y yo qué sé?
–¿Por qué estás hablándole a la nada? –exclama Hiccup mientras se baja de los lomos de Chimuelo.
–¿Por qué tú puedes verle? –cuestiona ahora la muchacha del arco.
Elsa se limita a acercarse al lloroso niño muerto, quien ahora está encorvado, con las rodillas temblándole y las manos intentando contener las lágrimas que no dejaban de caerle de los ojos. A la princesa heredera al trono de Arendelle el corazón se le parte al verlo tan destrozado, por lo que continúa acercándose, a pesar de que todo el mundo le está exigiendo respuestas inmediatas.
Mientras sufre de espasmos a causa de sus furiosos sollozos, el muchacho intenta seguir hablándole, quiere seguir diciéndole cosas, quiere seguir siendo escuchado y visto, por muy lamentable que fuera todo lo que tenía para ofrecer.
–No… no tienes ni idea –balbucea mientras siente el frescor de la desconocida acercándose cada vez más a él–… no sabes que tan solo he estado, no te haces a la idea de que tan horrible es ver pasar todo delante de ti –en ese momento sus piernas fallan y él se queda arrodillado en el suelo. Elsa angustiada, se arrodilla delante de él–, y que tú no puedas hacer nada para convivir, no te escuchan, no te ven… no pueden ni tocarte… es horrible, es horrible.
Con el corazón hecho un ovillo en el pecho, Elsa suspira pesadamente y, lentamente, acerca una de sus manos a la cabellera blanca del pobre niño fantasma. –Tranquilo, ya ha pasado, está todo bien. Puedes hablar conmigo todo lo que quieras, porque escucharé cada palabra…
Y mientras Elsa hacia esa promesa –y recordadla bien, pues las promesas hechas de espíritus a espíritus son más importantes que las humanas– los demás vieron cómo, poco a poco, con delicadeza y elegancia, una fina sucesión de preciosos copos de nieve empezaron a dibujar una forma, a partir de lo que pronto descubrieron que era una cabellera blanca, se empezó a formar un joven rostro lloroso de grandes ojos adornados por finas pestañas, labios delicados y cortados, puntiagudas orejas, marcados pómulos y una nariz pequeña, luego de eso le siguió un fino cuello que dio paso a un delgado cuerpo tapado por una capa ancha que le cubría hasta las piernas, las cuales eran largas y muy delgadas, además de estar ocultas tres una estrecho pantalón apretado a la piel por unas cuerdas que llegaban hasta sus tobillos, los cuales, al igual que sus pies, estaban descubiertos por completo del frío y la suciedad del suelo. Una figura de hielo de un lloroso muchacho que buscaba abrigo y confort en la princesa se formó en ese momento y una vez acabada la naturaleza recaudó los colores necesarias para terminar de darle vida a la versión visible de aquel joven fantasma.
Cuando finalmente el pequeño abrazo que Elsa le había concedido al pobre niño muerto se disolvió, todos, en especial las niñas que acompañaban a Jack se acercaron para ver mejor al espíritu con más vida que antes. Con la delicadeza de una madre, con una delicadeza que le recordó a su propia madre, la princesa de Arendelle, la, aún no reconocida, encarnación del quinto espíritu de la naturaleza, empezó a limpiar las congeladas lágrimas del rostro del niño, quien, luego de finalmente poder haber sido tocado y haber podido tocar a alguien, consiguió calmar un poco sus sollozos y sus dolores.
–Increíble –llegó a murmurar Hiccup con un hilillo de voz, observando fijamente a Elsa y al muchacho, supuestamente llamado Jack, que acababa de aparecer como por arte de magia–, de verdad eres lo más maravilloso que los dioses pudieron haber creado –murmura enamorado mientras Elsa se le queda mirando, completamente sonrojada, separándose un poco del muchacho que observa confundido al vikingo. Antes que pudiera terminar de calmarse y limpiarse los lagrimones, Rapunzel se arroja contra él en un fuerte abrazo y grita encantada.
–¡Puedo verte! ¡Ahora puedo verte! –dice alegremente, apretándole en un firme abrazo al que rápidamente se une Mérida con una risilla tonta.
Los rufianes, para susto de los norteños, también se acercan entre risotadas, toman a los niños entre sus brazos y los rodean en un asfixiante, pero maravilloso y desbordante de cariño, abrazo de oso. Nix da saltitos alegres de alrededor de todos ellos mientras Angus relincha y da galopes cortos pero llenos de felicidad. Los norteños solo se quedan viendo en completo silencio, hasta que Hans se inclina a Elsa, quien sigue arrodillada, y pronuncia la siguiente pregunta.
–¿Cómo diantres has hecho eso?
Elsa se hunde en hombros. –Solo le he consolado un poco, pobrecito, a saber cuánto tiempo tiene que nadie puede verle ni oírle. Me he sentido un poco identificada con él, por los tiempos en los que el abuelo me dejaba encerrada en mi cuarto y solo tenía la ventana para ver qué ocurría fuera de mi habitación.
Espantado, Hiccup observa a Elsa para luego sujetar las dos frías manos de la muchacha, la cual se sonroja más por la cercanía del vikingo. –Recuérdame, ¿por qué es algo malo que, posiblemente, Anna haya asesinado a ese cabrón?
–Porque eso le haría una asesina, Hiccup, por eso es malo –dice conteniendo todo lo que podía su corazón alocado–. Además, ¿qué te he dicho de cuidar tu lenguaje?
–Perdona, perdona.
Mérida, con una sonrisa de oreja a oreja, luego de haber batallado bastante para escapar de aquel fuerte abrazo, se acerca a la princesa de Arendelle. –¿Cómo has logrado hacer eso? –Elsa se vuelve a hundirse de hombros–, ¿cómo es que siquiera alguien como tú va a acompañada de un vikingo? –pronuncia sus últimas palabras con tremendo asco y con una mirad acusativa dedicada en contra de Hiccup, quien le gruñe enfadado a la princesa inglesa –supone él que es una princesa, por esas telas tan costosas que tiene–. Elsa mira mal a ambos haciendo que, por lo menos, Hiccup se tranquilice un poco.
–Hiccup es un vikingo rebelde, ha huido así más de medio año de su isla, y, desde que lo conocimos, no ha hecho nada más que cuidarnos a nosotros tres, miembros de la realeza eslava. Por lo que, con toda la buena intención del mundo, os pido que le mostréis respeto y olvides cualesquiera sean vuestros conflictos para que él haga lo mismo por vos.
Asombrada de finalmente haber encontrado a alguien, seguramente, de la misma jerarquía social que ella, Mérida se limita a asentir lentamente y a tenderle una mano al vikingo.
–¿Una tregua momentánea?
Hiccup, siendo completamente consciente de la dura mirada que Elsa le dedica, acepta el apretón de manos. –Una tregua momentánea.
–Oye, Mérida –dice entonces Rapunzel, acercándose lentamente junto a Jack–, ¿qué tienes en contra de los vikingos?
–Algo similar te iba a preguntar yo a ti, Hiccup –dice entonces Anna mientras Hans ayuda a Elsa desempolvarse las telas que tenía para simular una falda, los rufianes rápidamente se pusieron una censura imaginaria para no incomodar a la pobre niña que, cada tanto, los veía de reojo con algo de miedo–, ¿qué tienes en contra de los ingleses?
–Nuestras patrias han estado en guerra por mucho tiempo –contestó Mérida cruzándose de brazos.
Hiccup se limita a asentir. –Una disputa que lleva generaciones alimentándose del odio, cada pueblo ha aprendido a no confiar en el otro, a odiarlo, a reconocerse. Los ingleses no sois de confiar –dice lo último retando a Mérida con la mirada–, además de ser unos idiotas petulantes.
–Y los vikingos sois una panda de barbaros que disfruta haciendo daño a todo lo que produce sombra –responde la princesa apretando los puños–. No puedo evitar preguntar lo mismo una y otra vez, ¿qué hace un vikingo, supuestamente rebelde, en el norte del reino de Dinamarca vestido con prendas de la realeza cristiana?
–¿Qué hace una princesa inglesa en el norte del reino de Dinamarca vestida con ropas baratas germánicas? –refuta el vikingo, analizándola de pieza a cabeza.
Hans abrió la boca, sorprendido. –Pero si no es por la ropa, ¿cómo os habéis reconocido?
Hiccup se hunde en hombros. –Uno de los artes de la guerra, y por eso –dice señalando la espada ceremonial que Mérida cargaba enfundada en un costado–, si esas marcas y símbolos no son ingleses, entonces no son nada.
Los norteños, junto al niño muerto y la hija de más de cincuenta rufianes, entonces miran a Mérida, haciéndole la misma pregunta.
–¿Aparte del dragón? –pregunta con sorna, la gente asiente con algo de sorpresa, nadie sabía que los dragones solo se encontraban en zonas vikingas, todos habían dado por sentado que esas bestias estaban desperdigadas por todas partes del mundo–, tus manos, ¿qué clase de príncipe con esas prendas llevaría las manos llenas de quemaduras, cicatrices y callos?
Hans se mira las manos, allí encuentra una que otra marca de trabajo duro, pero son recientes, son de ahora que está lejos de su magnífico palacio y todos sus beneficios y privilegios, por otro lado, luego de una fugaz mirada, Hans confirma que las manos del vikingo están llenas de heridas, heridas perfectamente notorias que nunca antes en la vida se le hubiera ocurrido que eran la pista ideal para adivinar su nacionalidad ni su antigua religión.
–Sí, que interesante –asiente sin prestar atención Jack para luego acercarse rápidamente y flotando al inmenso dragón–, ¿puedo acariciarle? –pregunta con una sonrisa de niño travieso que enternece a Elsa, Anna y a Rapunzel.
Hiccup le mira con una ceja alzada para luego, mientras se hunde de hombros, le indica que se lo pregunte a Chimuelo, quien, en su lamentable ingenuidad, se preguntó mentalmente qué era lo peor que podría pasar y aceptó. Lo siguiente que pasó fue que el fantasma se aferró a la bestia alada con tal intensidad que todos los presentes dudaban si alguna vez podrían llegar a separarlos. El único que hizo otra cosa que observar en silencio fue Angus, quien se acercó al dragón y al muchacho, tomó con su hocico la ropa del fantasma y los separó de un tirón con relinchos enojados y bufidos. Divertida, Mérida le preguntó a Angus por qué actuaba tan posesivamente, el caballo se limitó a colocarse entre las dos niñas y dejar ahí tirado al fantasma.
–Es que me tiene mucho cariño –bromeó Jack con una sonrisa triunfadora, Angus se aguantó las ganas de darle una buena y merecida coz–. Por cierto, si todos ustedes sois príncipes…
–Excepto yo –interrumpe Hiccup levantando una mano.
–Excepto tú –asiente Jack con diversión–, ¿qué hacéis aquí? Porque algo me dice que este no es el reino de ninguno de ustedes.
Los norteños se miraron entre ellos con extrañas muecas en el rostro, como si estuvieran en medio de un debate muy acalorado. Hiccup se veía extremadamente incómodo y reacio por la presencia de la inglesa, Elsa parecía estar más dispuesta a responder a la pregunta del fantasma, más dispuesta a abrirse con el nuevo de grupo que se habían encontrado en el bosque –porque eran el primer equipo que no se habían encontrado cerca de algún cuerpo de agua y eso le parecía emocionante en un extraño y peculiar punto de vista–, Hans estaba cerrado en banda y se negaba por completo a compartir nada de información con la gente nueva, ya se había abierto bastante con ellos como para abrirse frente a todo un nuevo grupo de gente desconocida, por otro lado, Anna, con la mala experiencia que tenían con adultos, también estuvo completamente en contra de decirles nada que no fueran mentiras o verdades a medias.
Pero, al final, era Elsa la que tenía los poderes de hielo, la mayor edad y la última palabra de qué se hacía o se dejaba de hacer.
–Digamos que… estamos tomándonos un tiempo de nuestras familias… un largo tiempo –fue todo lo que llego a decir, amargando a sus amigos por compartir la más mínima información con respecto a su motivo de huida.
Fue entonces que una nueva división se formó entre ambos grupos. Un cuarteto de niños de familias abusivas que había tomado lo poco que tenían –excepto en el caso de Hans, que tomó todo lo que le vino en gana– y se habían pirado haciendo grandes peinetas al aire –metafóricas o literales– se estaba postrando con normalidad frente a un trio de niños que matarían por tener algo que llamar familia, Rapunzel quería encontrar a su padre –su padre biológico, aquel que le había dado parte de su sangre– y tener una buena vida a su lado, Jack daría lo que sea por tener un padre y una madre que le permitirían deshacerse de una buena vez por todas de ese papel de adulto que se había puesto él mismo y la luna –la dichosa luna–, mientras que Mérida añoraba un destino y una realidad en la que sus padres, junto a sus tres hermanitos, y ella pudiese vivir felices para siempre, sin guerras, sin abandonar su patria, sin el riesgo de jamás recuperar su trono.
–¿Y por qué haríais eso? –cuestionó Mérida mordazmente, no aguantándose la rabia y la envidia que sentía.
Anna, reconociendo los sentimientos que bullían en el interior de la inglesa y en el interior de sus dos jóvenes acompañantes, respondió hundiéndose de hombros. –Diversos motivos, en verdad: maltratos, insultos, desprecio, situaciones abusivas, negligencia, entre otros varios motivos.
La vergüenza inundó al grupo de tres jóvenes, claro, se habían olvidado de que no todas las familias eran perfectas ni tan si quiera, en los peores casos, buenas, por mucho que Jack y Rapunzel soñarán con una familia idea, encontrarse con todo lo contrario era muy sencillo, Mérida, por otro lado, reconocía que ella, además de tener la suerte de haber nacido princesa, había tenido mucha más suerte que cualquier otro heredero monárquico, sabía que sus padres eran una excepción, diferentes al resto de soberanos.
–Bueno, ¿y ustedes? –cuestiona entones Hans, mirando fijamente por un momento a los niños y luego a los adultos–, ¿qué hacéis en el reino de Dinamarca secundados por un montón de maleantes?
–Rufianes –corrige Rapunzel.
–Es lo mismo –responde el príncipe rodando los ojos, ganándose un golpe en la nuca de parte de Hiccup.
Mérida, entonces, tomando en cuenta al dragón, todos esos lobos y caballos, y a la muchacha que podía darles imagen a los espíritus, decidió presentar lo mejor posible su causa. Les explicó lo ocurrido en su patria, las trágicas maneras en las que sus padres encontraron el final de sus vidas, les habló de la traición de los lores en los que alguna vez sus padres habían confiado, les explicó el juramente que hizo al partir lejos de su reino, les explicó su misión, su cruzada y, a cada palabra, la aristocracia cristiana del norte allí presente se ablandó más y más. Porque Elsa era consciente de que, por derecho de nacimiento, el trono de Arendelle le pertenecía a ella o a su hermana menor, sabía que, en cualquier momento, podría llegar y reclamarlo como suyo, el dilema es que, al igual que Anna, no tenía interés en hacerlo. Hans, por otro lado, siempre había soñado con el día en el que la corona de las Islas del Sur posará magníficamente sobre su cabeza, soñaba con el día en el que pudiese gobernar a su manera su espléndida patria, pero hace muchos años había abandonado ese sueño, sabiendo que le costaría doce vidas poder siquiera pensar en algún la corona de esos inmensos terrenos. Por el momento, Hans se había sentido satisfecho con el anillo de familia que le había robado a su padre, no era una corona, ni un cetro, pero un símbolo de poder entre los Westergaard, y era suyo, lo demás se lo podían quedar sus hermanos, el anillo de oro puro era suyo.
A pesar de que ningún de los tres tenía planeado recobrar su derecho al trono, entendieron por completo a la princesa de DunBroch. Preparada toda su vida para coronarse, criada con amor y cariño por una buena familia, dispuesta a convertirse en una justa soberana poco después del fallecimiento de sus padres, exiliada injustamente de las tierras que amaba y honraba. Lo comprendían, comprendían la injusticia de toda esa situación, y aunque por el momento no se sentían dispuesto a ponerse en completa devoción ante ella, sí que podían ayudar levemente. No tenían por qué ser soldados jurados a la futura reina de DunBroch, bastaba con ser aliados extranjeros.
Y mientras los príncipes acordaban que, dado a que no tenían realmente ningún plan de qué hacer con sus vidas –más que divertirse en el bosque y alejarse todo lo posible del norte–, podrían acompañar a la princesa de DunBroch a recaudar más soldados –unos que sí le jurasen lealtad y obediencia absoluta, como lo habían hecho el fantasma y la niña de larguísimo cabello–, Hiccup se preguntaba qué narices acababa de pasar y por qué estaba permitiendo que sus amigos se aliaran con una condenada inglesa.
Porque Hiccup Haddock había dejado de ser un berkniano y un vikingo el día en el que su padre, el jefe de la tribu, le azotó contra el suelo del gran salón y le aulló que no era su hijo ni un hombre digno de ser llamado vikingo, porque la tierra que le vio nacer le dejó, a los pocos días de salir de su madre, una cicatriz en el rostro de parte un dragón que prometía volver para devorarlo y una cicatriz en el corazón que le decía que él hubiera sido mucho mejor sacrificio que su progenitora. Hiccup Haddock, había aprendido que jamás sería un líder respetado, que algún día alguien mejor tomaría su lugar y él, elegantemente y sin lloriquear mucho, tendría que hacerse a un lado, lo aprendió cuando Astrid Hofferson y Snotlout Jorgenson fueron proclamados como los guerreros más prometedores de la nueva generación, lo aprendió cuando se dio cuenta que su padre no tenía intención de detener los abusos que el hijo de Oswald el Agradable cometía contra él, lo aprendió cuando lo metieron en la forja y le ordenaron que de allí no saliera jamás. Hiccup Haddock renegaba de la guerra de sus ancestros, renegaba de sus legados y sus enseñanzas, porque consideraba que todas eran erróneas. Hiccup Haddock no era un patriota, y jamás lo sería, y jamás entendería como algunos sí podían serlo.
Así que se quedó al lado de su dragón y a un poco detrás de Elsa, enfurruñado con la vida, indignado por las decisiones de la preciosa chica cristiana a la que, en varias ocasiones, pero en completo silencio, le había jurado su devoción absoluta. Quería irse de allí y mandar a tomar por viento a la inglesa, pero si Elsa decía que había que acompañarla, entonces la acompañaría, porque tendría que estar muy loco para siquiera pensar en alejarse lo más mínimo de su querida niña cristiana.
En algún punto, cuando se dio cuenta que su hermana menor finalmente se había hecho un buen hueco en la conversación de Rapunzel y Mérida, Elsa esperó unos segundos y, con una sonrisilla encantadora, empezó a caminar junto a Hiccup, conteniéndose las ganas de cogerle de la mano.
Hiccup, sin embargo, no se contuvo y, bastante celoso, tomó firmemente la mano más cercana de Elsa, ella se limitó a entrelazar los dedos con una sonrisa tímida.
–Cuéntame de este enfrentamiento entre ingleses y vikingos.
Hiccup la observó confundido, sobre todo por el tono que había usado. Parecía una niña pequeña pidiéndole que le contara un cuento antes de dormir, a pesar de que el cuento iba de guerras, sangre y matanzas.
Queriendo evitar aquella mancha negra en la historia vikinga, Hiccup solo se hundió en hombros y dijo: –No es nada particularmente personal, solo una larga sucesión de intentos de conquista. Los ingleses fueron de aquellos pocos pueblos que se negaron a ser conquistados por nadie, ya sea romanos, germánicos o vikingos. Mientras que los germanos fueron para otro lado y los romanos construyeron un muro para mandar a tomar por viento a los ingleses y sus bestialidades bélicas, los vikingos, tozudos como solo nosotros, insistimos en tomar esas tierras a como dé lugar. Ya te lo he dicho antes, somos muy cabezotas, ¿qué estamos batallando como locos contra otros aún más locos por conseguir unos terrenos que ni tan siquiera nos interesan tanto? Pues seguimos peleando, que somos vikingos ¿qué la isla en la estamos parece atraer a toda clase de dragones? Pues nos cargamos a esos bichos, que somos vikingos… así somos –murmuró lo último no tan seguro, en duda si se sentía cómodo con esa definición de su propia persona. ¿Un vikingo? ¿Era eso lo que era? Berk le negaba ese "derecho", los cristianos no concebían verlo de ninguna otra manera, entonces, ¿a quién aferrarse? ¿qué juicio tomar como verdadero?
Elsa no nota aquella duda existencial que de momento a otro lo atormenta, se limita a hacer una mueca y quejarse un poco como niña pequeña. –Venga, ¿qué te costaba narrarlo con un poco más de emoción? –pregunta dando leves tirones de la mano de Hiccup.
–Es que no hay nada épico que contar de esas batallas…
Mérida, entonces, lo interrumpe con una sonrisa orgullosa. –¡Pero claro que hay cosas épicas! La guerra de nuestras tierras guardan en su historia un millar de anécdotas extraordinarias. Mi padre, por ejemplo, siempre contaba…
–¿Tu padre participó en una de esas guerras? –interrumpió, para enojo de Mérida, Hiccup en ese momento–. Imposible, Berk y sus aliados hace mucho tiempo nos enfocamos solamente en la contienda en contra de los dragones… Los únicos que se mantuvieron… ¿quiénes fueron?
Hiccup luchó mucho para recordar, pero nada llegaba a su cabeza.
–Su símbolo eran una especie de puño –ayudó todo lo que pudo Mérida, recordando lo poco que mencionaba su padre de esas batallas que no fuera extremadamente visceral y violento–, por si eso te ayuda a recordar.
–Cazadores de dragones –dijo casi sin pensar–, Berk no tiene un símbolo establecido, el de los Berserker es un Skrill –los otros le miraron confundidos, ladeando sus cabezas–, un tipo de dragón –aclaró apresuradamente–, los renegados creo que tampoco tienen un símbolo especifico, pero los cazadores siempre usan la imagen de un dragón atravesado por una espada o de un puño.
–Espera un momento –habla entonces Anna, intentando contenerse las risitas que quiere soltar al ver a su hermana y al vikingo tomados de las manos–, ¿no sois todas las tribus vikingas cazadoras de dragones?
–Es diferente, muy diferente. En Berk y en la isla Berserker matamos dragones para sobrevivir, atacamos solo aquellos que vienen a tocar las narices a nuestra isla. Los cazadores de dragones son eso, cazadores, guerreros que buscan el enfrentamiento contra ellos incluso si no hay ninguno amenazando sus islas, gente que sencillamente disfruta de la cacería y la matanza –el vikingo, entonces, empieza a acariciar con su mano libre la cabeza de su terrorífico amigo escamoso–. Supongo, su majestad –empieza a hablar con algo de sorna, observando a Mérida fijamente, como retándola a interrumpirle o negarle lo siguiente–, que tenemos un enemigo en común.
La princesa de DunBroch lo analizó de cabo a rabo. Se fijo sobre todo en la manera en la que el vikingo y la muchacha de espectacular magia se tomaban de las manos y, decidiendo que lo mejor que podía hacer era ganarse de cualquier manera la completa devoción –o al menos amistad y confianza– de la princesa de Arendelle, decidió ganarse también el afecto del vikingo. Lo cual costaría, sin duda alguna, pero ella era una DunBroch, descendiente de una larga cadena de expulsa-vikingos, si sus ancestros pudieron derrotar bélicamente a los ancestros de ese muchacho, obviamente ella podría conseguirse su amistad.
Por lo que sonríe traviesamente, esa travesura de niños cómplices y dice: –Sí, parece que tenemos el mismo enemigo, Haddock.
Hiccup lo notó, ya no era pagano, ni bárbaro ni vikingo, pero tampoco era "Hiccup", no, eso sería demasiado cercano y familiar. Era Haddock, porque era lo más correcto, porque decía "vamos a soportarnos, que me beneficias". Y mientras Mérida se da la vuelta para dejar de lado ya la conversaciones de la guerra, el vikingo aprieta un poco más la mano de Elsa y la mira por unos momentos con una sonrisa ladina. Ella lo observa primero confundida, luego de la un rápido apretón en la mano y le devuelve la sonrisa para después seguir caminando como si nada pasara, como si estar tomados de las manos no le alocara a ninguno el corazón. Hiccup se vuelve a fijar en la princesa inglesa y sonríe con superioridad, porque sabe perfectamente qué es aquello que quiere Mérida de él, ella quiere a Elsa como aliada, porque le conviene, porque le ayudaría de inmensa manera en esa contienda que tiene entre manos –bueno, a cualquiera le ayudaría de inmensa manera tener de su lado a una muchacha con poderes de hielo y la capacidad de interactuar con espíritus–. Ya tendría que pelear con uñas y dientes esa inglesa si tan solo se le ocurría pedirle a su princesa de Arendelle algún favor además de ayudarle a reclutar más soldados para su causa.
Pero el pobre vikingo no contaba con un elemento muy importante que pondría la balanza a favor de la inglesa: Jack Frost y su nueva obsesión con la primera persona que le había visto… además de su poco conocimiento sobre el correcto protocolo de las relaciones humanas.
Cuando el muchacho terminó de pensar en un tema de conversación que iniciar con Elsa, lo siguiente fue la forma correcta de acercarse. Notando que el vikingo y ella iban de la mano y que los otros dos más pequeños rozaban sus manitas de vez en cuando disimuladamente, Jack dio por hecho que en ese grupo, al diferencia del suyo, entre chicos y chicas se tenían que tomar de las manos para caminar. Así que levitó hacia la mano desocupada de Elsa y la tomó con toda la naturalidad del mundo, espantando a Elsa, indignando al vikingo, confundiendo a los más pequeños, enterneciendo a los adultos y sacándole risas a su amigas.
–Oye, ¿y tú también escuchas a la luna? –pregunta con curiosidad y una preciosa sonrisa infantil que se le dibuja en la cara de oreja a oreja, la cual se le borró por la confusión de ver al vikingo tomando de los hombros a la chica mágica para apartarla de él bruscamente.
–¿Qué narices crees que haces? –le espeta posesivamente, apretando el cuerpo de Elsa contra el suyo. Jack solo parpadeó.
–Estaba… estaba haciéndole una pregunta… ya sabes, intentando empezar una conversación –el fantasma miró angustiado a Elsa–, ¿te he ofendido con algo que he dicho?
Rapunzel no pudo retener más su risa. –Jack, te está preguntando que por qué le has agarrado la mano.
Asombrado y sonrojándose por la vergüenza, el niño muerto viaja su mirada bruscamente desde Rapunzel hasta los dos norteños.
–¿Está mal?
–¡Pues claro que está mal! –gruñe con la paciencia acabada el vikingo.
–¿Y por qué lo haces tú?
El vikingo aprieta los labios hasta dejarlos blancos mientras sus mejillas arden en tonos muy, muy rojos. Más risitas resuenan por la zona hasta que la hermana menor de la chica mágica le dice. –Es porque ellos tienen una relación especial, Jack.
El fantasma ladeó la cabeza mientras rascaba su nuca con confusión. –¿Una relación especial? ¿Cómo muy buenos amigos? –la gente a su alrededor se sigue riendo, y eso hace que se ponga cada vez más nervioso–. No estoy comprendiendo de nada, ¡sed buenos conmigo! Que solo llevo un día de interacción humana y menos de un año de revivido.
Elsa, soltando la mano de Hiccup para el disgusto del vikingo, se acercó a acariciarle el cabello alborotado a Jack con la ternura y delicadeza con la que le acaricias a un perrito detrás de las orejas.
–No les hagas caso, Jack –le animó mientras le tomaba del brazo. Jack supuso que eso estaba bien y que no significaba nada, pero la cara enrojecida y desbordante de rabia del vikingo le llenaba de confusión. El fantasma solo recapituló. Tomar las manos es una "relación especial", tomar el brazo –el codo, por ahí– estaba bien, al igual que rozarse las manos o no tocarse en lo absoluto… sí, podría memorizar eso, no había problema–. Dime, ¿qué me estabas preguntando?
Jack retoma fascinada la conversación con respecto a la luna y todas las cosas –que en verdad son muy pocas– que aquel espíritu nocturno llegó a decirle. Le contó como fue la Luna quien lo sacó del lago en medio de la noche, le contó cómo le habían ofrecido buscar a Mérida para ayudarla en su cruzada o buscarse su propio camino, le contó cómo se había negado por completo a seguir hablándole o darle algunas pistas. Le contó lo poco que había vivido y ella escuchó atentamente a cada palabra que el fantasma infantil pronunciaba.
Elsa se quedó pensando un poco en todas sus raras vivencias nocturnas. Recuerda un extraño sueño que alguna vez tuvo con su hermana, recordaba la noche en la que, por primera vez en toda su vida, había escuchado acerca de la historia del Bosque Encantado, recordó las auroras boreales que se pavoneaban orgullosas y presumidas en el cielo de Arendelle casi todas las noches de invierno. Intentó recordar alguna memoria oculta y perdida tras las capas y capas de trauma, pero terminó suspirando rendida y confesó que nunca había escuchado ninguna voz ni palabra que pudiese relacionar con la inmensa y espectacular Luna.
Los dos seres de hielo y con poderes y realidades incomprensibles charlaban alegremente, intentando encontrar respuestas para las incoherencias que marcaban sus vidas. ¿Por qué Jack Frost había aparecido, por gracia de la Luna, en un lago? Eso tenían que apuntárselo para investigar ¿Por qué Elsa era la única que podía verlo y podía lograr que otros lo vean? Eso también lo investigarían ¿Por qué había una extraña conexión entre ellos? Eso, igualmente, estaba pendiente de investigación.
Porque lo habían sentido, una vez los ánimos de ambos se calmaron y pudieron pensar con tranquilidad que había ocurrido en ese momento. Un vínculo inminente e inmediato. No se comparaba en lo absoluto con el chispazo que Elsa había sentido en el momento que vio a Hiccup por primera vez, porque aquello había sido un chispazo de amor, un chispazo de deseo… un aviso que decía "a él, lo quiero a él y como no lo tenga a él jamás seré feliz". Mientras que el vinculo con Jack era suave y tranquilo, no era ningún aviso exasperado y desbordante de necesidad, era más como si se tratara de una ola particularmente calmada que te dejaba un mensajito en la arena que deja húmeda, un mensajito que decía "quedaos juntos y entenderéis". Aquel vinculo tampoco tenía mucha relación con la paz que Jack sentía con Mérida, porque ella era más como un cuarto tranquilo y bien resguardado de los peligros del exterior, Mérida era una zona segura iluminada eternamente por la llama de un líder, Mérida era una promesa, la puerta a un futuro mejor, un futuro al que Jack quería pertenecer a como dé lugar
Esas eran las diferencias, las diferencias que se marcaban en aquella unión de niños sin familia. Porque Mérida era esa líder, esa reina, que marcaría el camino seguro a seguir para Jack, porque Jack era para Elsa el hermano gemelo, esa media mitad, que no sabía que le faltaba y lo mismo a la inversa, porque Hiccup era aquel amor, aquella alma gemela, que solo traería calma y aprecio a la princesa de Arendelle.
Esos tres vínculos se formaron en el primero momento que los integrantes de ellos se pudieron observar tal y cómo eran. El problema era que se tenían que formar aún muchos más vínculos, el problema era que estos no serían inmediatos y los muchachos de melenas blancas –esos que parecían ser los únicos capaces de comprenderlos– no tenían ni la más remota idea de cómo ayudar a formarlos.
Por lo que, para disgusto absoluto del vikingo y leve incomodidad de la hija de los rufianes, los seres invernales solo siguieron conversando sobre todas y cada unas de las anormalidades de su vida, a ver si llegaban a una respuesta clara sobre su naturaleza.
Tadashi observó el tenebroso lugar, para luego alzarle una ceja a Alberto, quien solo le respondió con una sonrisa orgullosa y una inflación de pecho. Nuevamente observó la construcción que frente a él se alzaba con injustificada gloria y elegancia. Una colorida casa hecha de barro, adornada por miles de vanos de diferentes colores pasteles, rodeada de plantas que nunca antes había visto y con una puerta de grabados brillantes presentando su entrada estaba justo ahí, a unos pocos metros de ellos, con un inexplicable e ilógico arcoíris rodeado por mariposas amarillas surcando encima de su tejado a pesar de las nubes grises y oscuras que anulaban por completo el sol.
–¿Qué es esto?
–La mágica casa Madrigal –explicó orgulloso Alberto, colocando sus manos a cada lado de su cadera, sonriendo ladinamente ante la vista de la construcción.
–¿Mágica? La magia no existe, Alberto.
El moreno solo le sonríe con sorna, sabiéndose ganador del juego. –Explica, entonces, el arcoíris.
Tadashi decide apretar los labios en ese exacto momento. No, no hay explicación lógica, no debería de haber un arcoíris rodeado maravillosamente por miles de mariposas amarillas que parecían saber exactamente por donde ir para que todo fuese, definitivamente, perfecto.
Así que suspira, completamente rendido, y pregunta. –¿Por qué es mágica?
Alberto salta de la emoción.
–Dicen que sus habitantes, los Madrigal, son seres humanos con magia, todos con dones diferentes. Además, dicen que la casa –dice lo último señalando la construcción–, se mueve alrededor de todo el mundo, que ellos vienen de un continente desconocido con la única intensión de ayudar a aquellos que lo necesiten y con la única condición de no contarle a ningún miembro de la iglesia católica acerca de su existencia.
Tadashi vuelve a alzar una ceja. –¿Por qué no puede saberlo nadie de la jerarquía cristiana?
–Por algo de que se les acusaba de brujería –respondió sin importancia moviendo una mano–, no es lo importante. Lo importante es que deberíamos entrar.
–¿Por qué?
–Porque uno de ellos ve el futuro.
Una sonora carcajada se le escapó a Tadashi de entre los labios. Alberto se limitó a hacer una mueca para luego cruzarse de brazos y poner los ojos en blanco.
–No son un fraude si no te cobran por las premoniciones Tadashi –gruñó el monstruo marino–. Venga, así podre saber algo de cómo lograr mi obra prima, y tú podrás saber algo de tu misteriosa chica.
Las mejillas del asiático se sonrojaron y brillaron como dos tomates maduros, sacándole carcajadas estridentes a su amigo. El mayor rápidamente se tapó la cara con un mano, desvío la vista y se regañó internamente hasta la saciedad por haberle contado de todos esos sueños a su amigo. Aquellos habían sido vistazos que el destino le regalaba con respecto de a quien tenía que buscar para obtener su mayor felicidad, y él, como gran idiota que era, le había compartido tal información con Alberto, sencillamente porque necesitaba contarle las visiones de sus sueños a alguien porque si no, seguramente, terminaría volviéndose loco por completo por la falta de comunicación de todas sus exasperantes dudas.
Se tira todo el pelo para atrás mientras bufa molesto. Luego observa con ojos acusatorios a su amigo, que no para de sonreír. Al final accede, porque sabe que Alberto no le dejará en paz y nunca le perdonará por no haberle hecho caso y porque, lo sabe perfectamente, él también tiene cierta esperanza de poder descubrir algo a través de esa visita a un vidente.
Aquel hombre rodeado por ratas, de grandes ojeras, esquelético cuerpo, ojos nerviosos y tez morena le pasa aquel cristal grueso verde lleno de dibujos blancos. Un paisaje precioso se muestra brillante ante sus marrones ojos asombrados. Un amanecer cubierto por un imponente castillo de piedra, un camino lleno de puntos fantasmagóricos que llevan hasta una figura femenina, frondosos arboles decorando cada costado, osos enormes protegiendo la ruta de la muchacha de alocada melena que flota al ritmo del viento.
A Tadashi se le va el aliento de los pulmones mientras que el hombre –como Bruno Madrigal se presentó, pero a Tadashi le estaba costando horrores memorizar ese nombre tan extraño– intentaba disculparse por no comprender por completo qué era eso que se estaba mostrando en su profecía. Alberto por otro lado, reconociendo un paisaje de tierra y agua, de humanos y criaturas marinas, no pudo hacer más que celebrar la futura existencia y el logro absoluto de su obra prima. La paz absoluta… hecha realidad.
–Esos son fuegos fatuos –aclaró aquel hombre de extraño acento, señalando los puntos que guiaban hacia la mujer sin rostro–, guían a los viajeros y a los futuros soberanos a su destino si son de buen corazón, pero cuando sois de corazón oscuro, os guían hasta la muerte, llevándolos hasta un pantano para que se ahoguen… Espero que puedan reconocer que sois buenos muchachos.
Tadashi respiraba con dificultad. –Entonces… lo conseguiremos, nuestra obra prima.
El hombre sonrió cálidamente mientras inclinaba su cabeza a una lado.
–¿A qué te refieres con eso de "obra prima"?
Tadashi se limitó a sonrojarse, bajar la mirada y balbucear que no era nada importante, que era algo que de Alberto y de él. Apretó con más fuerza el cristal en sus manos, escuchando de fondo al hombre de las ratas y el cabello ondulado que se podían quedar con las profecías si querían. Él se quedó observando fijamente la melena de aquella extraña figura femenina.
La encontraría, vaya que la encontraría. Removería cielo y tierra si hacia falta, pero la encontraría, costase lo que costase.
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Menudo capitulo, ¿eh? La gente ya puede ver a Jack y eso significa que ahora tendremos más relaciones de las que sacar una que otra escenita interesante. Siento que Jack y Elsa se complementan de una manera muy interesante, pero que no tienen sentido de manera romántica. Tengo planeado hacerlos muy unidos, pero sin esto afectar en lo absoluto a sus relaciones. Me estoy cuestionando muchísimo usar o no la idea de las almas gemelas como parte de este mundo... se notará si llego a hacerlo, os lo prometo.
Falta, creo yo, bastante para que todo el grupo se una por completo, estaremos un largo rato con estos siete muchachos, sobre todo para llevar a cabo la trama de Hiccup y Mérida, también quiero hacer algo con Rapunzel, Anna y los rufianes, más que nada porque siento que Anna es la que más desconfianza siente en contra de los adultos.
No os emocionéis mucho, los Madrigal no van a salir mucho más, se les mencionará y tendrán un papel importante para la trama de Tadashi y Mérida, pero no saldremos mucho de Bruno y sus profecías...
Para terminar, quiero decir que amé las partes del pobre Jack confundido por todo y de Hiccup celoso y a la defensiva con Mérida.
