ADVERTENCIA: Este capítulo contendrá una gran cantidad de violencia contra menores, se le recomienda discreción al lector.


La cruzada de la última DunBroch.

Capítulo VIII.


El gran reino de Francia era un maldito desastre, sobre todo París. Y pronunciar con orgullo aquello no era un racismo aprendido de parte de Mérida, quien conocía a la perfección las guerras de sus tierras en contra de las francesas, sino que era un dato innegable. Hay una muy buena razón por la que todos en Europa odian a Francia, y Jack e Hiccup –los únicos de aquel grupo que no tenían muy claro por qué– lo comprendieron a la perfección durante su estadía en el país de los francos, luego de que comprendieran y aceptaran el hecho de que ya era hora de socializar con otros adultos que no fueran rufianes germánicos y comer otra cosa que no fueran conejos asesinados por los lobos de Anna o peces que habían pasado por las babas del dragón de Hiccup.

Todo comenzó cuando unos campesinos intentaron secuestrar a uno de los caballos de Hans delante de toda la manada, algo ocultada entre la maleza, de Anna, luego de rescatar al corcel, tuvieron que detener a los lobos antes de que alguno mordiera a los campesinos, quienes salieron corriendo en cuanto vieron a los depredadores defendiendo con tanta brutalidad a los equinos. Lo siguiente fue la ocasión en la que tres cazadores estuvieron persiguiendo a uno de los cachorros de lobo por tres horas seguidas, esta vez fue Anna la que tuvo que ser contenida de destrozarle a alguien la yugular a base de mordidas y arañazos. Estuvo otro cazador, uno más joven y sádico, que insistió por media hora por intentar cazar a Nix a pesar de que los chicos habían tenido la oportunidad de explicarle con todo detalle y con máxima paciencia que no podía cazar a la conejita, hizo falta que los rufianes levantaran sus armas y gruñeran como bestias de las profundidades del averno para que el muchacho saliera corriendo y llorando por su vida lo más lejos posible de ese grupo tan extraño. Aquello había sido solo la experiencia campesina, la que duró hasta que encontraron una buena zona oculta por árboles y rocas donde sus acompañantes de cuatro patas pudiesen descansar y tener algo de libertad.

La ciudad fue aún peor, lo que era de esperarse teniendo en cuenta los inconvenientes previos y el hecho de que eran un grupo de siete críos vestidos con ropas escandinavas o germánicas con más de cincuenta rufianes armados hasta los dientes tras ellos como si fueran guardaespaldas. Ocurrió en una zona humilde que unas personas reconocieron los símbolos ingleses en el arco que Mérida llevaba colgado en su espalda, y decidieron que lo más maduro para un trío de adultos conformados por dos ancianos y una señora cuarentona era intentar tirarle futa podrida a la cabeza mientras gritaban los peores insultos que podías dedicarle a una niña de trece años. La manera que en que Vladimir detuvo una de las frutas de darle en toda la cara a Mérida espantó al trío de imbéciles, que no se ocultaron pensando que con eso ya habían dicho mucho los forasteros, pero Attila lanzó dos hachas hacia la ventana donde esas tres personas se asomaban. Por la cara pálida y la manera que cayó hacia atrás, los niños asumieron que, muy posiblemente, a uno de los ancianos les había dado un infarto por el letal ataque. El grupo se dio por satisfecho, le preguntaron a Vladimir si estaba bien y se limitaron a seguir caminando cuando este se limitó a limpiarse un poco y a despotricar por lo bajo contra esos franceses. Luego sucedió la primera cosa no mal intencionada de toda su estancia en el reino francés: Hiccup y Hans por poco quedaron bañados por aguas fecales pocos segundos después de que alguien, a unos cuatro pisos por encima de ellos, gritara con todas sus fuerzas "¡Agua va!", Hiccup estuvo todo el resto del camino mirando fijamente el techo, preparándose para la siguiente ducha de asquerosidades, tropezándose con las ratas que correteaban, los escalones y con piedras sobresalientes del asfalto, Hans estuvo quejándose hasta que accedieron que lo primero que harían una vez encontraran un lugar donde resguardarse por lo que quedase de día, comprarían una de esas capas oscuras e inmensas pensadas para cubrirse por la lluvia de desperdicios humanos. Pero, sin duda alguna, lo más desagradable fue cuando unas señoras de grandes escotes y tobillos descubiertos se acercaron coquetas y fumando, tomaron bruscamente las caras de Rapunzel y Elsa, les escupieron el humo en las caras, se rieron como dos hurracas y luego le dijeron a Mano de Garfio que aquellas niñas, con las caritas de muñequitas que tenían, podrían conseguir unas buenas monedas y muy fieles clientes. Entre risas y risas preguntaron cuánto les costaría a ellas poder quedarse con las niñas o qué tipo de favor tendrían que hacer para llevar a cabo el trueque. Mano de Garfio se limitó a poner el filo de su espada contra los cuellos de las mujeres para que estas salieran huyendo, dejando confundidas a las niñas y a Jack, y enfurecidos a Hans y a Hiccup.

–¿A qué se referían esas mujeres? –preguntó Jack inocentemente mientras los rufianes se colocaban de manera que sus enormes cuerpos cubrían por completo las figuras de los niños de la vista de cualquier otra persona. Ya estaban hasta los cojones de imbéciles haciéndoles y diciéndoles las cosas más terribles a sus niños –sí, sus niños, porque puede que ellos solo hubieran adoptado legalmente a Rapunzel, pero todos esos críos habían caído bajo su protección en el momento en que se sumaron a la cruzada de Mérida–.

–A nada, pequeño, a nada –le responde Vladimir revolviéndole el cabello. Jack agradeció la caricia, pero se quedó igual de confundido. La confusión aumentó al notar que Hiccup había dejado de ver el cielo en busca de más baldes llenos de porquería y ahora tenía a Elsa, quien aún tosía y tenía una cara de asco por el humo que le tiraron en la cara, apegada a su cuerpo con firmeza y los puños cerrados con fuerza y furia. Hans, por algún motivo que nadie más que él e Hiccup comprendía, ahora tenía la mano sobre el mango de la espada que nunca tocaba, como si se estuviese preparando para atacar al primer desconocido que se le cruzará.

Rapunzel, quien estaba agarrada a la mano izquierda de Gunter, alzó su cabecita con dos ojitos verdes brillando con confusión y algo –en verdad mucho– miedo.

–¿En verdad ha sido tan malo lo que nos han dicho? –preguntó delicadeza, haciendo temblar un poco a Elsa, que seguía rodeada por un brazo protector de Hiccup.

Mérida, también curiosa, mira también a Gunter, con menos inocencia y encanto, con menos brillo en sus ojos azules, pero lo observa expectante. El rufián aprieta sus labios mientras piensa en todos los problemas que su hija adoptiva ha tenido por causa de mujeres adultas. Ella sigue sin confiar de todo, ella sigue esperando a que aparezca alguna señora deseosa de hacerle todo el daño posible, sigue aferrándose al padre que tiene más cerca cada vez que alguna mujer se le acerca demasiado, sigue temblando cada vez que ve a alguna desconocida de cabello negro. Rapunzel sigue teniendo miedo a causa del trauma que su propia madre supuso en ella, y aunque han intentado arreglar ese problema, ahora, en medio de esa cruzada, no han conseguido ningún tipo de progreso por más mínimo que fuera. Gunter solo suspira pesadamente mientras aprieta con cariño la mano de Rapunzel que lo sostenía. Asiente e insiste, hablando por todos los otros padres, en que les gustaría explicarles, tanto a ella como a Elsa, el significado de todo eso más tarde, cuando tenga más edad, o cuando ellas unan puntos por su cuenta y necesiten más respuestas.

Elsa y Rapunzel se miraron entre ellas, la niña de cabello mágico y representante del resplandor del sol, aquello que sobrevivió por una gota del astro rey, aquella que, algún día, los espíritus apuntaran como la contraparte terrenal del espíritu lunar que en muchos errores ha caído; la niña elegida por la naturaleza, más hija de esta misma que ningún otro ser, reina de nieves, vinculo de espíritus y humanos, aquella que encarna el anochecer mas no la noche misma. No son contrarias, no son antagonistas, son parientas, algo lejanas, pero parientas, marcadas por la misma violencia, con diferentes heridas emocionales pero que se asemejan de una forma algo contradictoria. Una niña de sol y primavera, una niña del danzar de las partículas de polen, con las marcas que la violencia de las mujeres dejó en ella, la otra, una niña del crepúsculo, de las auroras boreales, del invierno temprano, con cicatrices que trazan la rabia y violencia de los hombres. Niñas humanas, espíritus hermanos, elegidas de la partes contrarias pero aliadas de la naturaleza, rosa congelada, copo de nieve con forma de flor, futuras consejeras de lo que en algún momento será la nación más poderosa que la historia jamás habrá contemplado. Ojos verdes, ojos azules, se cruzan y, por un segundo, sienten conocer todo aquello que las vinculaba tan fuertemente y deciden casi de inmediato que las dudas y problemas que las envuelven algún lo resolverán juntas, pero por el momento, aceptan la promesa futuras respuestas. Asienten y se dejan de mirar casi de inmediato, sin si quiera dejar que nadie comprenda que algo acababa de ocurrir allí mismo.

Es entonces que la inocencia habla por Jack.

–¿Deberíamos decir que ahora sois el par de caritas de muñequita? –pregunta sonriente.

–¡NO! –rugen Hiccup y Hans de inmediato, asustando al pobre niño fantasma.

–Por las barbas de Odín, eres un caso perdido, Jack –bufa Hiccup mientras se pellizca el puente de la nariz. El fantasma, aún no sabe nadie cómo lo hace, se pone rojo de la vergüenza y el enojo.

–¡Pues si no me explicáis nada no me entero de nada! ¡Así de simple! –responde irritado, berreando como un bebé y golpeando su cayado contra el suelo.

Hans, para sorpresa de todos, asiente con seriedad.

–En eso tienes razón, Jack, nadie te explica nada. Llevas apenas unos meses "vivo", pero tu apariencia te hace parecer mayor –el fantasma brinca de la felicidad cuando finalmente se siente comprendido–. Creo, Hiccup, que deberíamos explicarle esto que acaba de ocurrir, y todo lo que podría ocurrir, ¿qué pasará el día que Jack esté acompañando a alguna de ellas y no sepa distinguir cuando o cómo las ofenden? ¡Tenemos que educarle en ese ámbito!

–¿Y por qué a nosotras no? –reclama Mérida cruzándose de brazos.

–Porque sois damas –contesta con sencillez Hans, más que nada porque ha escuchado esa misma respuesta miles de veces, y siempre tenía la máxima eficacia–. No deberíais saber cosas tan vulgares.

–¿Y qué pasará cuando vayamos solas? –insistió ahora Anna.

–¿Os creéis que en algún momento, en nuestro sano juicio, por voluntad propia y sin emitir queja alguna, os dejaremos solas? –preguntó con sorna pero con algo de seriedad Hiccup.

–Ese es un buen argumente –admitió por lo bajo Elsa.

–¿Y si nosotras queremos ir solas? –cuestionó Mérida ignorando el comentario de la princesa de Arendelle–. ¿Entonces qué?

–Entonces os aguantáis –dijo, para sorpresa de todos, Jack, con mucha seriedad–. ¿Se te olvida acaso que hablas con un vikingo domador de dragones, un fantasma que vuela con poderes de hielo, y con un caballero que va por ahí con casi un centenar de caballos detrás de él? Eso sin contar a los padres de Rapunzel, que son medio centenar y tienen más armas que piel.

Anna y Mérida resoplaron rendidas, las niñas mágicas sencillamente se sentían sobrecogidas por la preocupación e interés por su bienestar que los muchachos clamaban. En aquel momento Hiccup se alejó de Elsa, la niña hizo una pequeña mueca por aquello, y, junto con Hans, tomó de un hombro a Jack y lo arrastraron hacia atrás de unas cuantas líneas de rufianes, dejando irritadas y llenas de dudas a las chicas.

Y se lo explicaron absolutamente todo, en susurros, con añadidos de los rufianes que más cerca estaban. Dijeron todo. Lo que era una prostituta, qué hacían, cómo es que una mujer acababa así, cuál era el punto de vista de la sociedad con respecto a esas mujeres, de las niñas secuestradas o huérfanas que acababan forzadas a ese trabajo, la compra y venta de mujeres, el trato cristiano y el trato vikingo de estas mujeres, cómo los gobernadores no hacían nada porque, después de todo, o las usaban o no les importaba en lo absoluto, las problemáticas, la violencia en contra de ellas, el abuso constante que sufrían. Le contaron todo, con lujo de detalles, para luego explicarle que había sido lo horrible del comentario de aquellas mujeres prostitutas.

Y mientras las chicas intentaban escuchar, siendo retenidas y frenadas por los rufianes, el grupo entero vio los relámpagos de hielo que de momento a otro surgieron del cuerpo de Jack.

Las nubes del cielo se partieron por unos aterradores y larguísimos segundos, solo para después que la peor de las tormentas que el mundo jamás volvería a ver. Una nevada que se combinaba con la luz y la oscuridad, una nevada que tenía como centro a un espíritu invernal protector que tenía los ojos brillando con furia celeste, una nevada más blanca que el mismo blanco puro, una nevada en forma de tifón que haría temblar al ser de la mitología griega que le daba nombre a aquella calamidad natural desastrosa. Una nevada que no se llevaba nada, solo mandaba por todas direcciones algo que aquel grupo ya en el futuro, cuando aquello fuese una anécdota de fogata o de cena y no el mayor puto susto de sus cortas vidas, nombrarían como "relámpagos de hielo y nieve" básicamente porque no había mejor forma de describirlos.

–PERO ¿QUÉ NARICES LE HABÉIS DICHO? –gritó Mérida con todas sus fuerzas mientras los adultos alejaban a todos los niños de la tormenta que Jack producía completamente quieto y callado.

–¡CREO QUE ESTÁ EXPERIMENTANDO POR PRIMERA VEZ EL ENOJO! –teorizó Hiccup, rechazando las manos adultas que intentaban alejarlo de aquel maravilloso desastre en el que Jack se había convertido. Hiccup había notado que aquellos relámpagos no daban a nadie realmente, solo se dispersaban en contra del cielo, por lo que no había peligro y no se atrevía a dejar de observar embelesado todo esa demostración de poder y peligro porque, por mucho que se lo negaron y él también quiso rechazarlo, Hiccup Haddock Horrendus III, hijo rebelde de Estoico el Vasto, era un vikingo y la forma más específica de definir a un vikingo es la utilización de ciertas palabras exactas: bisexual destructivo amante de todo aquello que pueda matarlo de la peor manera posible.

Hiccup, por pura naturaleza –cosa que en el futuro frustraría muchísimo a Elsa–, sencillamente no podía alejarse de todo lo mortal del mundo, no podía ignorar a un ente poderoso cuando lo tenía a dos pasos y mostrando todo su alcance. No podía y no quería. Aquello era fascinante, era casi divino, ver como Jack formaba un puñetero tifón del nivel de los dioses solo porque se enojó con una chorrada de insinuación fue como ver al jodido Thor, hijo de Odín, dedicándole potentes truenos mientras le guiñaba coquetamente un ojo, fue como tener a Freyja misma masacrando a todo un imperio mientras le hacía ojitos picarones. Fue el más grande milagro que los dioses pudieron darle, un claro mensaje que decía "Eh, chaval, que en realidad no te odiamos en lo absoluto… o por lo menos no tanto como tú te creías".

Hiccup definió en ese momento que los ojos azules tenían un poder sobrenatural sobre él, también las melenas lisas y claras. Rubios (o platinos) de ojos azules, así le gustaban a Hiccup, el jinete de la Furia Nocturna. Porque así era Astrid, así era Elsa y así era Jack. Aquel asombro fue una gran revelación, un momento mágico para Hiccup. No solo porque, por primera vez, veía a ese niño sonriente, juguetón y manso como la máquina de destrucción impactante que en verdad era, sino porque, por si faltaban más pistas, quedó más que claro en toda parte de su cuerpo que amaba como un lunático a Elsa. Porque el corazón se le enloqueció y la emoción se le disparó a niveles poco sanos cuando la simple idea de "¿y si fuera Elsa quien estuviera soltando toda su magia con una intención violenta?" Se le pasó por la cabeza súbitamente. El vikingo tembló de pieza a cabeza al tan siquiera visualizar levemente aquella imagen.

Benditos fueran todos los hombres y mujeres capaces de matarte con un jodido pestañeo, benditos fueran todos ellos, porque le daban muchas alegrías al joven Hiccup.

Cuando Jack finalmente se calmó, avergonzado pero no exhausto lo que dejo incluso más sorprendido a Hiccup que se había esperado verlo agotado después de formar un maldito tifón, Elsa, y solo ella, finalmente llegó a notar el temblor en el cuerpo de Hiccup y la manera en la que sus labios se apretaban con dureza para evitar una sonrisa.

El fantasma se apegó todo el día a Rapunzel, preparado para repetir su tifón de nieve por si a algún imbécil se le ocurría decirle alguna otra asquerosidad. Aquellos de cabellos rojizos o cobrizos se quedaron callados todo el día, ignorando los ojos espantados de todos los franceses que habían presenciado todo aquello, repitiéndose una y mil veces que, si querían vivir hasta ser ancianos, lo mejor era no cabrear en lo absoluto a Jack. Elsa, por otro lado, se quedó enfurruñada lo que quedó de caminata hacia alguna posada con espacio para todos, tenía las mejillas rojas por los celos y apretaba con fuerza la mano de un más que contento Hiccup que sentía a la intención asesina que rodeaba a Elsa.

–¿Por qué estás celosa? –le susurró en algún momento contra su oído, enojando más a la princesa–. Si ya sabes que yo solo te quiero a ti.

–Le sonreías como un tonto, solo me sonríes así a mí.

–Es porque estaba pensando en ti –se excusa sonriente y coqueto.

–Mentiroso.

Él le besa una mejilla con dulzura.

–Sabes que no miento, mi princesa. Sabes perfectamente que yo jamás te mentiría a ti.

Era ahora Elsa quien apretaba los labios para no dejar escapar una sonrisa.


Anna se levantó de su cama y llamó a los otros tres. A su hermana, su hermano mayor postizo/cuñado/solo-amigo-de-su-hermana y a su buen amigo. No la escucharon, ya estaban dormidos, así que cogió la manta fría de su cama en aquella inmensa posada y caminó hasta la cama de cada uno de ellos, que no estaban muy lejos, y le dio un rápido manotazo en la cara, despertándolos de golpe y con un buen susto de regalo.

–Durmamos juntos –dice luego de que todas las cabezas enojadas se levantaran y le cuestionaran acusatoriamente el motivo de su ataque repentino–, me siento sola sin mi manada, durmamos juntos.

Hans lloriqueó mientras metía la cara en la almohada.

–Pero hace meses que no dormimos en una cama –dice abrazándose a su almohada–, y las camas no son lo suficientemente…

El hielo de Elsa hizo que dos camas se juntaran con facilidad, un ruido grueso de madera chocándose indica a los muchachos que ahí abajo hay algo de hielo que unirá por toda la noche las camas. Hiccup sonríe como idiota, porque en cuanto a la princesa se refería, él era un completo idiota bobalicón.

–Eres…

–Lo más maravilloso que los dioses pudieron haber creado –cortan al unísono los cristianos, sacándole una mueca a Hiccup–. Ya nos la sabemos.

–Ahora para la cama, vikingo, que tengo sueño –ordena Elsa, dándole un beso en la comisura de los labios para luego encaminarse tambaleando a las camas unidas, dejando a Hiccup con una sonrisilla aún más idiota que antes y a los más jóvenes con muecas de asco y aburrimiento. Los pequeños ya se estaban aburriendo muchísimo de la empalagosa relación de esos dos.

Anna fue la primera en tumbarse en la cama, la siguió rápidamente Hans que la abrazó con dulzura, colocando la cabeza de la chica contra su pecho delgaducho, Elsa, aun tropezando un poco, se colocó al otro lado de su hermana, aprovechando ser la mayor para abrazar con un brazo a los dos niños de cabellos rojizos. Hiccup, aún sonriente, se acercó y encontró su lugar detrás de Hans, le levantó un momento la cabeza y colocó su brazo y una almohada para que el príncipe no despertara con dolores de cuello a la hora de salir de la posada. El vikingo también abraza con solo un brazo a los niños más pequeños, con la diferencia de que su mano sí que podía llegar hasta el otro extremo, podía llegar hasta Elsa, lo que aprovecha para acariciarla con ternura.

Y ahí estaban, cuatro descendientes de líderes, cuatro herederos, cuatro futuros soberanos, cuatro supervivientes del maltrato infantil. Dos sobrevivieron a un anciano loco maltratador que usaba los golpes, el agua hirviendo y el encerramiento para maltratar, uno sobrevivió a una familia de catorce personas que buscaban constantemente rebajarlo al nivel de un animal, el otro sobrevivió a todo un pueblo en su contra y a un padre desinteresado y lleno de rencor y decepción. Ahí estaban, abrazados, protegiéndose entre ellos, consolándose los unos a los otros porque sabían que no podían confiar en que nadie más lo hiciera.

Entonces, Anna, apretando el cuerpo de Hans en un triste abrazo, empezó a hablar.

–¿Por qué seguimos en esta estúpida cruzada? –pregunta entreabriendo los ojos.

Una mano de Hiccup le acaricia la mejilla. –Nos conviene por el momento, en otra circunstancia no hubiéramos podido dormir en una cama. Esto es bueno por el momento.

–¿Y cuándo acabará el momento? –pregunta ahora Hans, sin separar los párpados.

–Cuando la guerra de Mérida inicie –respondió Hiccup, completamente seguro–. No pienso dejar que ninguno de vosotros se meta en ese encuentro bélico. No vale la pena, no os encariñéis, ellos son solo un beneficio, una forma de conseguir comida y un buen lugar para dormir. No formaremos parte de su cruzada, ese es problema de ella y esos que la siguen como perritos leales, no es nuestro problema.

–¿Pero no extrañáis vuestra vida anterior? –pregunta delicadamente Anna.

–Qué va.

–No –murmuró con simpleza Elsa, apenas dándose a atender por el bostezo que soltó.

–Ni un poco.

Anna suelta una risilla corta y amarga. –No hablo de nuestros entornos, que por algo nos fuimos de allí por nuestro propio pie, hablo de las comodidades. Comida, un castillo, camas enormes, sirvientes… podríamos conseguir todo eso uniéndonos a Mérida.

Hiccup, sin mencionar que, a diferencia de ellos, no tenía nada de eso aparte de una cama y comida caliente en su mesa cada día, dice lo siguiente. –Es inglesa, no es de fiar.

–Lo mismo podrían decir de ti –contraargumenta Hans, que, aunque le duela en el orgullo, tiene que admitir que sí que extraña todos sus privilegios de príncipe cristiano, que por algo él quería encontrar un lugar donde le brindasen el honor y título que toda la vida había creído que merecía por derecho de nacimiento–. Lo mismo pensábamos de ti al conocerte. Podríamos… podríamos darle una oportunidad.

–¿Y dejar que nos usen como armas, a nosotros, a mi dragón y a vuestras manadas? ¿Dejar que usen la magia de Elsa como un arma? Yo no quiero eso. No quiero ser un niño soldado, no otra vez.

–Pero nos valdría para algún día ser señores, no totalmente independientes, pero con grandes terrenos bajo nuestro dominio –argumenta Anna.

–¿Señores? ¿Cómo los lores? –cuestionó Hiccup con una ceja alzada, removiéndose un poco–. ¿Por qué querríamos ese título?

–Poder –respondió burlesco Hans, alzando levemente un puño al aire.

–No me interesa, ya lo siento.

–Aburrido, vikingo aburrido –renegó Anna dándole pequeños toques en las costillas, haciendo que Hiccup se retorciera de la risa.

–Dormiros ya, reyes de la conspiración política –masculló Elsa en un gruñido muy bajo mientras palmeaba los brazos de Hiccup y Hans sin abrir los ojos–, o al menos dejadme dormir. Ya hablaréis de esto en la mañana, ¿de acuerdo?

Los chicos suspiraron rendidos. Elsa tenía razón, lo mejor sería dormir de una buena vez, tenían que estar listo para lo que sea que les aguardase el día de mañana. Cerraron los ojos, empezaron a respirar profundamente y se prepararon para descansar.

Pero los tres más jóvenes se pegaron un susto terrible cuando la puerta de su habitación se abrió de repente y la figura de Jack caminó hacia el lado de Elsa, quien seguía con los ojos cerrados y abrazando con cariño a los dos más pequeños de aquel cuarteto. Para sorpresa de todos los levantados, Jack tenía una expresión tranquila e inamovible y sencillamente se arrodilló a la lado de Elsa.

–Quiero eliminar mi dolor, mi enojo y mi tristeza, ¿cómo lo hago, oh, puente espiritual?

–¿Puente qué? –balbuceó Anna–. ¿De qué está hablando?

–¡Fuera de aquí, Frost! –gruñó Hiccup luego de la pregunta de Anna–. ¿Qué crees que haces?

–¿No quieres la calma, el amor ni la alegría, espíritu invernal? –preguntó Elsa medio dormida, como si aquello fuera la cosa más normal de todo el mundo.

–Claro que lo quiero. ¿Quién no lo querría?

–Entonces también quieres el dolor, el enojo y la tristeza. Ahora vete a dormir.

–No, no los quiero… y yo no duermo, los espíritus de almas humanas no dormimos, puente espiritual.

–Tienes razón, lo había olvidado. Y si quieres ser feliz, Jack, tienes que sufrir.

–¿He de mortificarme para conseguir la felicidad?

–La felicidad no se consigue, Jack, se vive cuando te toca y punto. Sin quejas, sin lloriquear. No seas tan humano, deja de lamentarte. Huir del dolor y del sufrimiento es algo propio de humanos idiotas.

–Mi alma es humana.

–Tú eres solo alma, por eso no te veían. Ahora te queda lo que Platón hace mucho llamó "idea", eres una idea, Jack Frost, una idea a la, por petición y deseo de la Naturaleza, yo le di un cuerpo imperfecto.

Jack se miró las manos, ahora inseguro de lo que él creía como verdadero y certero. –¿No es esta mi imagen? ¿No soy yo este cuerpo?

–Eres mucho más de lo que yo puedo formar, Jack, eres un espíritu, tu cuerpo debería ser moldeable, pero algo como eso yo no soy capaz de hacer.

–Me estoy perdiendo –murmuró Hans mirando hacia Anna y luego hacia Hiccup.

–Ya no soy humano.

–No, ya no.

–¿Entonces por qué he de sufrir para ser feliz?

–Porque nunca sabrás qué es la felicidad sino experimentas todo lo demás. Si quieres luz tendrás que aceptar la oscuridad, si quieres calor te tendrás que congelar en algún momento, si quieres risas has de llorar. Esa es la naturaleza, Jack, acéptala o acéptala, no hay muchas opciones.

–¿De qué narices estáis hablando? ¿Os parecen estas horas para estar filosofando? –gruñó Hiccup, mirando a Elsa, deseando que ella dejara que fingir que nada raro estaba pasando en ese preciso momento y lugar.

–Si no quieres dolor, Jack, pues no quieres alegría. Y si no quieres nada entonces quieres la muerte.

–Tal vez la quiera… yo jamás le pedí que me resucitará, jamás pedí despertar de mi tumba de agua y hielo –había una gran rabia burbujeando en las palabras del niño muerto–. Yo no quería esto, me forzaron a, ¿no tengo derecho entonces a pedir solo felicidad?

Aquello fue doloroso de escuchar para los otros niños, era duro escuchar a alguien pronunciar en voz altas su desprecio por su propia vida. Se callaron por completo en ese instante, abrumados por las intenciones suicidas del, irónicamente, niño muerto.

Elsa, para sustos de los tres escandinavos, se levantó con rapidez para observar fríamente a Jack, sacó sus piernas pálidas de la manta y se sentó en el borde de la cama bajo las expectantes miradas de sus amigos. El muchacho solo seguía arrodillado, sin moverse, rabioso, incluso cuando la chica de hielo le tomó de las mejillas y pegó sus frentes. Hiccup saltó de la cama en ese momento, apretando los labios con furia y temblando por los celos.

–De acuerdo, vale ya, fuera de aquí ahora Frost –gruñó Hiccup mientras se encaminaba hacia los dos. Pero ninguno parecía siquiera ser capaz de escucharlo o notar su presencia.

–Entonces, ¿lo que quieres es morir, espíritu invernal protector?

Jack miró fijamente a Elsa en los ojos, como si aquellos dos orbes azules brillantes llenos de magia fueran todo lo que podía llegar a existir en todo el mundo. Lágrimas empezaron a bañar los contornos de la mirada del niño muerto. Jack se rompió a llorar en el regazo de Elsa, quien finalmente suavizó su expresión y empezó a consolarlo con calma y dulzura, como si admitiera que lo había presionado demasiado, como si aceptara el hecho de que Jack no tenía una buena respuesta para esa exacta pregunta. Los otros tres se quedaron completamente pasmados, aún sin entender ni una sola cosa que se dijo o se hizo en aquel momento. Intentaban entender qué era lo que ocurría, pero sencillamente sus mentes no podían darle una buena explicación a todo lo que estaba pasando.

En algún momento, Jack solo se limpió las lágrimas y se fue cabizbajo, Elsa se metió de nuevo en la cama, como si todo aquello hubiera sido completamente normal, o como si nada hubiera pasado. Hiccup, Hans y Anna estaban jodidamente confundidos y querían muchas, pero que muchas respuestas y explicaciones.

–¿Qué narices fue todo eso? –espetó Hiccup, bastante enojado, pero más que nada irritado por no tener ni la menor idea de qué era lo que acababa de pasar. El muchacho tiraba de sus cabellos hacia atrás, desordenando sus mechones los cuales ya de por sí eran un completo desastre.

Elsa los miró a los tres con unos ojos carentes de emociones, no vacíos, más bien algo indiferentes… calmados. Definitivamente no había ocurrido nada raro según Elsa.

–Vamos a dormir –se limita a decir mientras vuelve a meterse bajo las sábanas, alejándose del frío temporal que ella sencillamente no puede conseguir sentir a causa de su magia. Deja a los tres con la palabra en la boca, con ganas de tomarla de los hombros y sacudirla ferozmente hasta que escupiera hasta la última palabra de la explicación que les debía.

Pero nada de eso pasó, porque en cuanto volvió a rodear a los más pequeños con su brazo, retomando la postura de antes, se quedó inmediatamente atrapada en un profundo sueño del que sencillamente no se sentían bien sacarla. Anna y Hans sencillamente bufaron molestos y rendidos, sabiendo que no habría manera de sacarle nada de información. Hiccup insiste más, se queda sentado al lado de Elsa por varias horas, renegando y quejándose de lo poco que le compartía, quejándose porque sabía a la perfección que entre Jack y Elsa había una relación que sencillamente jamás podría comprender, mucho menos imitar, le dolían esos celos, le dolía esa envidia. Le dolía que ellos pudieran hablar con tranquilidad y completa comprensión de cosas que Hiccup jamás llegaría a entender en lo más mínimo.

Se quedó unas cuantas horas allí, como león enjaulado –a pesar de que él en verdad no sabía lo que era un león–, mascullando y gruñendo mientras acariciaba una de las mejillas pálidas y pecosas de Elsa. En algún momento ella se despertó por las caricias, lo miró fijamente a los ojos, y le dijo con toda la ternura del mundo.

–Te quiero mucho, Hiccup –dijo invitándolo a acercarse con una mano. Él se agachó hacia su rostro, para recibir otro beso en la comisura de los labios–. Te quiero demasiado, tanto que ni siquiera sé si es normal o natural. Pero me gusta quererte, y me gusta que me quieras.

Él se limitó a apretar los labios por unos largos segundos en los que siguió inclinado hacia ella. Elsa le sonrío, y él decidió que haría lo que quería.

Se acercó y le besó los labios dulcemente, sorprendiéndola por completo. Se alejó a los pocos segundos, relamiéndose los labios para disfrutar todo lo que pudiera el sabor de los labios de Elsa, quien se encontraba sonrojada por completo, observándolo maravillada.

–Te amo –le dice él mientras se levanta y se encamina al mismo sitio que ocupó antes–. Buenas noches –le dice mientras se acuesta y se cubre con la manta.

Ninguno de los dos pudo dormir muy bien aquella noche, demasiado ocupados pensando una y otra vez en el beso que se habían dado. Cuando finalmente cayeron rendidos en los suaves y aromáticos brazos de Morfeo, dios griego de los sueños, lo hicieron pensando que el que seguía sería un gran día.


40 horas después.


Mérida tiembla con la sangre de ese grandullón manchando su rostro. Hiccup sigue berreando y llorando por la nariz que le acababan de romper, intentando frenar la hemorragia mientras aún se sostenía su delgado torso, por el dolor inhumano que hacía porquería su cuerpo y por la sangre que no dejaba de escupir, el vikingo había adivinado que se le habían partido varias costillas con la mala suerte de que alguna se le había clavado en algún órgano no vital. No sabía si podía caminar, solo se limitaba a quejarse y retorcerse en el mugriento suelo frío como el hielo mismo.

El cuerpo de aquel asqueroso sujeto cae de espaldas, aún con los tres clavos ensartados en su grueso cuello. Mérida recapitula lo que acaba de ocurrir.

Ha llegado ese sujeto, se puso a gritarles como un endemoniado, se puso a insultarlos como si fuera culpa suya que nadie todavía, a pesar de que habían llegado allí hace solo cuatro horas, quisiera comprarlos como esclavos. Le grito sobre todo a ella, por no ser lo suficientemente deseable para todos los enfermos que se paseaban por ese lugar.

En algún momento, no sabe cuándo, Hiccup terminó estallando y regresándole los insultos y los gritos a ese giganta malnacido. El hombre le tomó del cuello de la camisa, le sujetó de la nuca y lo azotó quince veces contra los duros barrotes de acero, lo contó Mérida completamente horrorizada, quieta ante la sangre y los estridentes gritos, quieta como cada vez que ve sangrar a alguien que aprecia –ella misma se asombró al notar que había llegado a considerar a ese vikingo como alguien preciado tan rápido, y casi sin darse cuenta–. Antes de que el hombre le soltara bruscamente, Mérida tomó los clavos que había encontrado, los que iba a usar para intentar abrir la cerradura, gritó con todo el oxigeno de sus pulmones, como emitiendo el más terrible grito de guerra, y brincó con los clavos entre sus dedos contra el cuello de ese hombre.

Lo había matado.

Había matado a alguien para vengar a un vikingo agredido…

No, él no era solo un vikingo.

Él era Hiccup, Hiccup Haddock, el chiquillo que iba de cariñoso todo el tiempo con la chica de poder… no, con Elsa, la princesa de Arendelle que escapó de su casa. Él era Hiccup, el chico que había saltado iracundo cuando aquel desconocido miserable la había llamado una pequeña puta y la había amenazado con regalarla al primer vagabundo que se le acercara a rogarle por migajas de pan.

Él era Hiccup, no un vikingo, una simple molestia.

Se acercó rápidamente hacia él, le levantó la cabeza y la puso en su regazo. Acordándose de las rápidas clases de primeros auxilios de los rufianes… no, de los padres de Rapunzel, intentó hacer que se sentará, pero Hiccup gruñó de dolor y se agarró con más fuerza el estómago.

Demonios. Pensó Mérida desesperada. Tiene algo malo allí también.

Hizo tirones su propio vestido para presionar levemente las bosas nasales de Hiccup, completamente abrumada y sin saber muy bien qué hacer ahora que su primer plan, el único que tenía en verdad, se le había roto por completo.

Escucha los gritos y quejas de otros hombres. Ya habrán visto el cadáver.

Maldita sea, iban a matarlos.

Un hombre más pequeño, pero más musculoso que el pobre diablo que yacía muerto fue el primero en llegar. Sacó sus llaves abrió la puerta de un tirón y empezó a caminar furioso hacia ellos.

Mérida fue cubierta por la sangre de aquel hombre antes de que pudiese comprender qué pasaba.

Un hacha le había partido la cabeza a la mitad, y cuando el arma se levantó, algunos trozos de cerebro quedaron sobre el brazo izquierdo de Hiccup, quien cada vez se ponía más pálido y ojeroso.

Vladimir los observaba muerto de miedo. Corrió a socorrerlos, cargó a ambos en sus enormes brazos y salió corriendo de allí en medio de gritos, golpes de espadas y hachas, y llantos estridentes de todos los otros niños que allí había.

Corrió hasta que Mérida fue cegada por la luz mañanera, corrió hasta dejarla a ella y a Hiccup en el pasto. Mérida, entre confusión y tremendo terror, escucha los chillidos y los lamentos de sus otros amigos. Anna nuevamente tiene su manada acompañándola, lo mismo con Hans. A Elsa la piel se le está congelando de la rabia, Jack avisa con su mirada llena de furia de que habrá un nuevo tifón, ahora más que merecido y esperado. Rapunzel brinca rápidamente sobre el cuerpo maltrecho de Hiccup, coloca todo su pelo sobre su rostro, pero Mérida rápidamente mueve gran parte por debajo del torso de Hiccup para que la melena dorada también le abrazara todo el torso.

–Flor que da fulgor –comienza a cantar mientras que, con los ojos completamente azules, con una aura maquiavélica brillando a su alrededor, Jack y Elsa caminan lentamente a aquel infierno en tierra.

Los ven irse, los padres de Rapunzel se limitan a seguirlos como protectores.

–Con tu brillo fiel –sigue entonando la muchacha de mágico cabello. Los primeros gritos se escuchan.

La temperatura baja.

–Mueve el tiempo atrás –la voz de Rapunzel es preciosa, Mérida tiene sueño.

Mucho sueño, por lo que coge el pelo restante de la chica y se rodea a sí misma con él.

–Volviendo a lo que fue –Mérida se recuesta en la hierba, de verdad que necesita un buen sueño. Mira hacia el cielo, también hacia un frondoso bosque oscuro que la hace temblar del miedo al pensar cuántos cadáveres de niños secuestrados y vendidos estuvieran enterrados allí.

Mientras ve como la melena de Rapunzel brilla, Mérida hace un juramento con Hans, Anna y Rapunzel como testigos. Hiccup no cuenta, sigue inconsciente.

–Quita enfermedad –le cuesta abrir la boca, aunque empieza a sentirse mejor.

–Yo, Mérida de DunBroch, futura reina de mis tierras –comienza.

–Y el destino cruel –continua Rapunzel.

–Juro aquí y ahora, que, sin importar mis necesidades, mis problemas o mis deberes que jamás dejaré que ningún sitio así se forme en mi reino, en mi sagrado reino. Pronunció estas palabras completamente consciente de la cruda realidad.

–Trae lo que perdí.

–Hay muchos infiernos como este, en todas partes. Padres venden a sus hijos, altos cargos compran niños. Maltrato, agresión… abusos… solo existe eso para estos niños.

–Volviendo a lo que fue.

–No dejaré que nada así se forme, no dejaré que siga siendo un comercio sostenible ni en mi patria ni en ninguna otra.

–A lo que fue.

–Lo juró, cuidaré de todos ellos, aunque se me vaya la vida en esta promesa. Lo juro por todo lo sagrado que tengo en mi vida.

Escuchó pasos alarmados acercándose, nota cómo Hans y Anna se levantan para atacar si es necesario, escucha a Hiccup volver respirar con normalidad, lo siente quitándose el pelo de Rapunzel de encima. Escucha preguntas desesperadas, voces jóvenes preguntando qué era lo que había pasado en ese lugar, voces jóvenes que preguntan si están bien.

Sus amigos no están dispuestos a aceptar la presencia de esos completos desconocidos, pero uno de ellos ignora los gritos y amenazas y decide, seguramente porque ella sigue recostada en el suelo, llena de sangre ajena, con pelo dorado arropándola, que lo más inteligente era arrodillarse a su lado y limpiarle la sangre que tenía en la cara, seguramente para verificar que no tenía ninguna herida, para saber si esa sangre era suya.

Mérida, aún adormilada por el trauma y el cansancio, siente que pierde un poco la respiración cuando lo ve. Con esa expresión tan preocupada, con esos ojos cálidos y marrones viéndola fijamente, con ese cabello negro y corto cayéndole encima de la cara, con sus grandes manos acariciándole el rostro.

Es el muchacho más guapo que ha visto en toda su vida.

Que ironía sí ser capaz de pensar en ello y no poder levantarse para dejar de asustar a todo el mundo.

–¡Tadashi! –escucha una voz desconocida llamar. Que palabra más rara es esa para Mérida, pero las dudas y la falta de compresión se van cuando lo ve reaccionando a ese llamado.

Tadashi, se llama Tadashi.

Mérida no sabe muy bien cómo describir esa emoción por conocer el nombre de aquel muchacho que la acaricia y la atiende con tanta delicadeza y cariño.

Él vuelve a mirarla, finalmente reaccionando a los ojos azules de la preciosa chica, finalmente reaccionando a esa mirada que él juraba conocer, finalmente reaccionando a esa melena roja indomable.

Un fuego fatuo nace entre ellos, los rodea entre risillas, para asombro de todos los que lo rodean. Toca el corazón de uno, luego va hacia el otro. Desaparece entonces.

–No… no creí encontrarte así –murmura él para confusión de todos excepto de Mérida–. Es una pena encontrarte así, ¿estás bien?

–Estoy bien –miente con una sonrisa–. No sabía que me buscabas.

Él le sonríe encantadoramente. –Te llevo buscando toda mi vida, Mérida de DunBroch.

–Ya me has encontrado, Tadashi Hamada

Sabría Dios o el destino cómo, pero ambos conocen perfectamente a la persona que tienen delante suyo.

–Tadashi… –murmura ella, sintiendo que el sueño la vencía.

–Dime, querida Mérida.

–Tengo sueño, y tengo frío –le confiesa delicadamente–, ¿no tendrás una manta con la que taparme para dormir cómodamente?

Él hace una mueca arrepentida. –No… pero puedo abrazarte y brindarte mi calor.

Ella sonríe y suelta una débil risilla.

–Me gusta como suena eso.

Él la abraza con fuerza mientras se recuesta a su lado, colocándole la cabeza en el pecho, apretándola con todas sus fuerzas, cubriéndola del frío que provenía de aquella construcción que, aunque ni él ni Alberto lo sabían, era de los horrores.

Nunca se hubiese imaginado que sería así. Jamás pensó que la encontraría tan repentinamente, a tan solo tres días de caminata desde el palacio de Adam por el bosque frondoso que los lobos ya no dominaban. Nunca imagino que la hallaría temblando en el suelo, llena de sangre que rogaba y rezaba porque no fuese suya, cubierta, por algún motivo, de cabello ajeno, pálida y agotada, pero con los ojos azules brillándole de una forma tan hermosa y perfecta.

Tadashi la aprieta mientras sonríe.

Ahí estaba.

Su obra prima.

Esto era el punto máximo de su felicidad.


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No sé cómo terminó siendo tan oscuro este capítulo... juro que no sé cómo.

Ósea, lo que le pasa a Hiccup y Mérida lo tenía planeado –no os preocupéis, los siguientes dos capítulos serán para narrar extensamente qué fue lo que pasó y qué hacían Alberto y Tadashi mientras tanto–, pero realmente no me había planteado llegar a este punto... sobre todo porque al inicio quienes acabarían en esa situación serían Rapunzel Elsa y Jack, por lo que a estos señores misteriosos que venden niños el chollo se les vendría abajo rápidamente cuando tuvieran que lidiar con dos niños con poderes de hielo y una chica que le brilla el pelo cuando canta.

Decidir que Hiccup y Mérida sufrieran esto en lugar de los niños mágicos fue una decisión en base de la necesidad de desarrollar más su relación, os repito, todo se explicará en los siguientes dos capítulos.

La llegada de Tadashi y Alberto fue algo que de lo que al inicio no estaba segura, pero que me había pensado porque, después de todo, estaban en el mismo reino.

Bueno, pues eso, Tadashi ha encontrado a su obra prima, la relación de Hiccup y Mérida se fortalecerá, los chicos conocerán a nuestros filósofos aventureros, y Mérida se pasará un buen rato, cuando se le pasen los primeros efectos de haber salido de aquel lugar, preguntándose qué es lo que siente por Tadashi y por qué lo siente si no le conoce de nada –no me miréis así, que yo ya puse en mi perfil que no sé escribir slow-burn–. Y varias cosillas más.

Dentro de tres capítulos le bajaré tantito a la sangre, los traumas, las lágrimas y la depresión... o eso intentaré.