La cruzada de la última DunBroch.
Capítulo X.
Aceptar que la líder de aquella cruzada había decidido confiar plenamente en aquel completo desconocido fue algo complicado, inmensamente complicado, algo que tomaría tiempo llegar a comprender, algo contra lo que sencillamente no se podía pelear, algo que no atendía a la lógica, por lo que los primeros niños de aquella cruzada se limitaron a hundirse de hombros y seguir caminando, provocando así que los adultos les imitaran, por muchas dudas y quejas que se quedasen atrapadas en la punta de las lenguas. Porque no era solo que Mérida hubiera empezado a confiar ciegamente en aquel sujeto, es que, para horror de los ahora extremadamente sobreprotectores Hiccup y Hans, estaba enamorada. Por mucho que Elsa dijera que era normal, que ellos llevaban así eones, nadie realmente parecía estar por completo satisfecho con esa respuesta –porque no tenía sentido, más que nada–. Al menos, sobre todo los norteños más jóvenes, agradecían que Tadashi y Mérida no fuesen como Hiccup y Elsa, no se pasaban todo el día sonriéndose como idiotas, tomados de las manitas, dándose besos en las mejillas ni repitiéndose mil veces las mismas frasecitas romanticonas.
No, el amor de Tadashi y Mérida era completamente diferente, su manera de desarrollar aquella extraña relación era distinta. La relación de esos dos se basaba en hacer por el otro todas esas cosas que más les costaban o que nunca harían. Los demás se dieron cuenta que estaban tomando rápidamente el puesto de reina y rey. Ella era la que llevaba la corona, la que podía sentarse en el trono gracias a su sangre azul, mientras que Tadashi, por sus consejos, su amor y su propio esfuerzo, se estaba ganando la oportunidad de sentarse a su lado, a su mismo nivel, mientras los demás seguían caminando detrás, sin ser olvidados jamás, bajo sus alas protectoras.
Mérida escuchaba atentamente todo lo que el muchacho asiático tenía para decir, todo lo que le contaba, todo lo que había llegado a aprender, todas las conclusiones a las que había llegado por su cuenta, todas las opiniones que tenía con respecto diferentes temas, también le pedía segundos veredictos cada vez que estaba a punto de tomar alguna decisión, algo que no había hecho hasta ese momento.
Habían pasado unos pocos días desde que habían dejado atrás el palacio del príncipe Adam de Francia, quien era, sorprendentemente, un muy buen amigo de Tadashi y Alberto, llevaban caminando bastante tiempo, y cada vez que tenían que elegir una ruta sobre otra, a diferencia de todo el tiempo anterior, Mérida se detenía, se planteaba sus argumentos y luego escuchaba los de Tadashi con calma y la mente abierta.
El muchacho, por otro lado, dejándose llevar por la adrenalina y la serotonina de sentirse completo por primera vez en su vida, comienza a ceder a las locuras, a las acciones irracionales, a los actos regidos por impulsos y presentimientos y no por los cálculos y las lógicas.
Platón hace mucho habló en su teoría del alma de que esta se dividía en tres partes, un auriga que representa su lógica, un caballo de buena raza –que algunos pensadores y maestros con su disimulado racismo decidieron hacerlo blanco– que representaba los impulsos nobles y honorables, y otro caballo, uno salvaje –que, nuevamente, por un racismo sutil, le pusieron un color que Platón jamás mencionó ni dejó entrever– que representaba todos los instintos más pasionales, lo más mundano y poco civilizado.
Si Platón hubiera tenido razón, se podría decir que, desde que Tadashi conoció a Mérida, sus caballos, tanto el de raza como el salvaje, había parado de golpe el carruaje que hacían andar, le hubieran dado de hostias hasta quedarse a gusto al pobre auriga y le hubieran puesto a él las cuerdas en la boca para que ellos condujeran el carro y él hiciera el trabajo de los potros. Que ya estaban bastante hartos de tirar de ese pesado vehículo para que encima el auriga se creyera tan importante y superior.
Y nadie lo notaba, a excepción de Alberto, que entre el secreto de transformarse cada vez se sumergía en el agua, la incomodidad y los celos que sentía por la niña que ahora se pasaba todo el tiempo con su mejor amigo, la gente desconocida que no dejaba de sospechar con cada paso que daba, el repentino sentimiento de soledad y la sensación de no encajar, el niño marino sencillamente cada día estaba más intranquilo.
No es que Tadashi lo estuviese descuidando, lo mantenía siempre cerca suyo y cada vez que podía, se despedía momentáneamente de Mérida y se acercaba a su amigo para ver cómo estaba, para preguntarle nuevamente cuando le parecería cómodo contar su condición, para, básicamente, estar un rato con él. Pero Alberto, como todo niño traumatizado aferrado a una única figura segura en toda su vida, estaba descubriendo, completamente avergonzado de sí mismo, que le costaba demasiado adaptarse a la idea de que ya no era la prioridad de su mejor amigo.
Mientras se detenían a comer lo que la manada de Anna había casado –eso también le estaba costando procesar–, Tadashi también se mantenía cerca de Alberto, aceptando sin rechistar que, en momento como esos, ellos dos, al ser la nueva adición a aquel extraño grupo, lo más lógico era guardar sus distancias.
–¿De verdad te parece seguro contárselo? –preguntó Alberto, desconfiado del resto de niños.
–¡Por supuesto! Confío plenamente Mérida.
–Mira, voy a dejar de insistirte que no la conoces de nada porque ya me ha quedado más que claro que eso no parece ser una traba para ti y tu amor irracional.
–El amor no está basado en la racionalidad, querido Alberto –interrumpió con una sonrisa de oreja a oreja–. Al igual que el odio, no tiene lógico fundamente alguno.
–Ya eso me lo estás dejando clarísimo, querido Tadashi –respondió apresuradamente y algo burlón–. Pero ¿qué hay de los demás? En ellos sí que no podemos confiar.
–Mérida confía en ellos.
Alberto puso los ojos en blanco. –¿Se te ha pasado por la cabeza que tal vez y solo tal vez su veredicto no es perfecto?
Tadashi pareció pensarlo por unos segundos, pero rápidamente dijo.
–No, mi reina tiene un veredicto perfecto, sino fuera así ya me habría pedido mi opinión.
–¿Tu reina? –repitió Alberto con una ceja alzada–. ¿Por qué la llamas así?
–Bueno, porque algún día será la reina de DunBroch, y como yo me mantendré a su lado, por ende me mantendré como habitante de DunBroch, teniendo en cuenta estas premisas, la conclusión evidente es que algún día, y créeme que ese día llegará, Mérida será mi reina.
Rendido, Alberto suspiró cansado. –Entonces, ¿confiarás en todas las personas en las que ella confíe?
–Por supuesto, porque si ella confía en alguien es porque ambos lo hemos aprobado.
–¿Y si llegara el día en el que ella no confiara en mí?
Tadashi frunció el ceño en ese preciso momento, insultado, confundido, ofendido.
–¿Y por qué no lo haría? –cuestionó, para sorpresa del monstruo marino, de manera acusatoria–. Yo confío plenamente en ti, Alberto, ¿por qué no lo haría ella?
–Te estoy proponiendo un caso hipotético –aclaró el moreno, alzando una ceja por la confusión.
–Es un hipotético imposible. Lo único que se me ocurre es que tú llegarás a faltar a mi confianza, a nuestra amistad, y eso es imposible.
–Pero ¿y si ella…?
–No. Ella confiaría en mi juicio.
–Puede que tú lo hagas, pero ¿realmente ambos tenéis esa mentalidad?
–Por supuesto.
–Comprendo que estés enamorado, pero lo que dices es ilógico. Será, como tú mismo has dicho, una reina, que llegué a desconfiar de todo aquel la rodeé será lo esperado. Eso incluirá a todos los aquí presentes en algún momento u otro.
Y por mucho que no quiso escuchar su conversación, Hiccup llegó a escuchar esa parte, y gruñó para sí mismo mientras comía disgustado. Alzó en algún momento los ojos hacia Mérida, quien hablaba amenamente con Rapunzel y Jack –quien, para risas de Anna y Hans, jugueteaba tontamente con su plato de comida y cubiertos–, sus ojos azules, esos que siempre brillaban con energía, valentía y diversión –y algo de rabia cuando lo veía a él–, ahora estaban gravemente apagados, seguramente al igual que sus propios ojos. Realmente no es una sorpresa para el joven vikingo que la futura reina inglesa tenga secuelas tan notorias después de todo lo que ocurrió en aquel maldito molino, no le sorprende que siga afectada, no le sorprende que ni tan siquiera el desconocido de negro cabello que parece adorar tanto sea capaz de consolarla, porque lo mismo le pasa a él, a él también se le han ido las ganas de mantener su ilusión, a él también se le ha ido la poca infancia que creía mantener, él aún recuerda el metálico sabor de la sangre y los órganos rozándole la piel… lo único que en verdad le sorprende es que nadie más parezca notar todo aquello.
Quiere hablar de todo eso con ella, quiere sentarse en el pasto, eliminar diferencias históricas y llorar un poco por todo lo que les hicieron y todo lo que vivieron en aquel asqueroso infierno, quiere recostarse por un momento, quiere parar, quiere mirarla a los ojos e intentar buscar alguna manera en la que lidiar con esa falta de luz y emoción.
Quiere berrear, quiere enojarse, quiere que le abracen, quiere vomitar, quiere gritar, quiere reírse como un demente y quiere llorar y chillar hasta quedarse afónico, quiere sacar todo eso que le lastima del interior, y quiere, porque sabe que ella también lo necesita, que Mérida haga lo mismo. Quiere, no, necesita poder tratar de alguna manera con ese trauma, y necesita que Mérida también lo haga.
Pero no tiene ni la más mínima idea de cómo se supone que un muchacho vikingo, el hijo exiliado de un jefe, se pueda acercar a una princesa inglesa, a una futura reina. No sabe cómo debe comenzar la plática, no sabe dónde o cuándo hacerlo, no sabe si Mérida quiere comenzarla y no sabe si sería lo correcto forzarla. Solo sabe que tiene esas horribles memorias regresando una y otra vez a la oscuridad que lo invade cuando cierra los ojos, solo sabe que le está doliendo todo el cuerpo y que tiene que hacer con todo ese dolor.
Termina de comer, deja el plato en un sitio y apoya la cabeza, enfurruñado, en el hombro izquierdo de Elsa, quien le mira de reojo por unos cortos segundos para luego tomarle con cariño una mano y entrelazar sus dedos. Hiccup suspira mientras cierra los ojos, intentando relajarse, tranquilizado por las caricias y la ternura de la princesa de Arendelle. Intentando, también, retomar aquel problemilla que se quedó flotando en el aire luego de todo lo ocurrido en París.
Había besado a Elsa aquella madrugada, la había besado en los labios, rompiendo por completo todas esas barreras que se habían puesto a ellos mismos con respecto a las muestras de amor. Había probado el sabor de sus labios, y eso, quisieran ellos o no, cambiaba algo en su relación. Ahora todo debía ser más serio, ahora las cosas estaban más firmes, porque los besos en las mejillas, los largos abrazos y los dedos entrelazados era un cosa, un cosa casi infantil que hasta ahora había resultado completamente natural, pero aquel beso en los labios fue diferente, fue un impulso sí, pero uno que él había mantenido controlado por mucho tiempo, había sido algo que él reconocía como un paso más en su relación, un nuevo nivel. Le preocupaba no saber cómo debería de continuar ahora que la había besado.
Primero que nada, había que darle un nombre a aquello que ellos dos tenían. Porque ella no era una amiga, por supuesto que no era solo eso, pero seguir presentándola y refiriéndose a ella como su princesa tampoco sonaba como la solución. ¿Qué eran exactamente? ¿Eran enamorados, una especie de prometidos muy jóvenes? ¿Cómo debería de referirse a ella ahora?
Mientras piensa en todo ello, siente como una de las frías manos de Elsa comienza a acariciarle el cabello.
–¿Está todo bien? –le susurra con ternura. Hiccup se limita a hacer un ruido extraño que le da a entender a Elsa que, definitivamente, no está todo bien, que ni siquiera hay algo que esté bien, pero tampoco era como si quisiera hablar de aquello que lo angustiaba. Ella suspira levemente, algo preocupada, intentando idear alguna manera en la que pueda ayudarle–. Supongo que no tienes muchas ganas de hablar de ello –murmura por lo bajo, logrando que él se levante un poco y le mire a los ojos con una leve mueca.
–Es solo que… hay demasiadas cosas pasando al mismo tiempo y no sé cómo manejar ni una sola de ellas –intenta explicarle mientras siente el pequeño pulgar de Elsa acariciándole el dorso de la mano–, ¿no sientes que ahora es todo diferente?
–¿Lo dices por los chicos nuevos? –pregunta señalando con la cabeza a ambos muchachos–. Ya te he dicho que no traerán problemas, son bastante maduros, ¿sabes? Creo que antes los oí llamándose a sí mismos filósofos.
Hiccup suspira pesadamente, enfurruñado. –Sí y no, las cosas han cambiado por ellos, pero hay más cosas que ya no son como antes.
–¿Cómo que cosa?
–Tú, por ejemplo –suelta de golpe, asegurándose de que nada de esos celos, rencores y frustraciones que le hacían sentirse tan culpables se le escaparan por su tono de voz–, haces cosas… incomprensibles últimamente –señala, aguantándose la palabra "raras". Porque vale que él amaba como un loco a Elsa, pero lo mucho que la amaba facilitaba su capacidad de ver la diferencia entre la niña asustadiza que conoció hace ya casi un año con la muchacha misteriosa y llena de incógnitas con la que actualmente compartía un fuerte vínculo que ni los dioses podrían romper. Y esa diferencia tan enorme se basaba en las rarezas vinculadas con las acciones de la princesa de Arendelle–. Podrías, por favor, contarme de qué iba todo eso que hablaste con Jack aquella noche.
Le mira con intensidad, rogando no estar pidiéndole demasiado, deseando no presionarla demasiado. Amaba a Elsa, con toda su alma, lo último quería era hacerla sentir como la gente de su tribu, como su padre, le habían hecho sentir durante tantísimos años. Quería darle espacio, hacerse a un lado mientras ella florecía y mejoraba a su manera, solo entrando si ella así se lo permitía. Quería que fuera feliz, poco o nada le importaba si él llegaba a estar involucrado en esa felicidad o no.
Elsa ladea un poco la cabeza y parece pensárselo unos momentos, hasta que finalmente, con una sonrisilla que lo derrite por completo, le pregunta delicadamente.
–¿Qué quieres saber exactamente?
–¿Por qué te llamó "puente"? –decidió que esa sería su primera cuestión.
–Pues porque soy un puente entre espíritus y humanos –responde con simpleza, tanta que Hiccup se empieza a frustrar y lo demuestra con un resoplido.
–No te entiendo cuando te pones así –confiesa volviéndose a apoyar en su hombro.
–Es que ahí está la cosa, Hiccup –el vikingo la mira fijamente y sorprendido, con la esperanza de que finalmente le dieran una respuesta satisfactoria–, yo tampoco lo entiendo del todo…
Él alza una ceja mientras la mira a los ojos. –Pero… siempre hablas tan segura.
–Ya, por qué sé la respuesta a vuestras respuestas… ¿Cómo explicártelo? Es como… como cuando respondes a una pregunta mientras alguien más te susurra la respuesta, no son tus palabras, no estás segura del todo de la información porque no sabes si la otra persona está segura o no, pero respondes eso y ya está. Hay algo, como mi consciencia, que responde por mí cada vez que otra persona o yo misma presenta una pregunta con respecto a todas las locuras que nos rodean… esa cosa responde, me jura que es lo correcto y luego se va hasta que llegue la siguiente pregunta… sé que es raro, sé que quieres más respuestas… pero estamos en el mismo lugar, Hiccup, no puedo darte más información.
El vikingo asiente con solemnidad mientras sigue mirándola, ahora le dedica una sonrisa comprensiva. No seguirá presionando, con eso tiene todo lo que necesita por el momento. ¿Por qué seguir preguntando si la misma Elsa ya le había dicho que ni siquiera ella tenía una respuesta para todos esos sin sentidos que rodeaban su persona?
–Algún día tendremos que buscar respuestas –Hiccup se levanta a la vez que le murmura aquello con ternura, como queriendo consolarla, ella le responde con una sonrisa ladina y un beso en la mejilla muy delicado–. Hay otra cosa que me preocupa.
–Dime.
–Nosotros… ¿qué somos ahora Elsa? ¿qué hemos sido hasta ahora?
Ella frunce un poco el ceño. –¿A qué te refieres con "ahora"?
–Desde el beso.
–¿Cuál de todos? –pregunta con cierta gracia.
–El que te di en los labios.
–Ah… –es todo lo que suelta mientras se sonroja y baja la mirada–. No lo tengo muy claro, ¿sabes?
–Yo tampoco, la verdad es que –toma aire para poder expresar mejor sus sentimientos–, la verdad es que… yo quiero pasarme toda la vida a tu lado, Elsa –confiesa con toda la calma del mundo, viendo como su rostro pálido se ponía cada vez más y más rojo–, dime… ¿tú quieres lo mismo?
Ella, con los labios apretados, se limita a recostarse con cuidado en el hombro de Hiccup, ocultando su rostro enrojecido de la mirada del vikingo, apretando con sus dos manos la mano derecha de Hiccup.
–Claro que quiero pasarme toda la vida a tu lado, Hiccup, es todo lo que quiero en este mundo. Es todo lo que siempre voy a querer.
El vikingo tiembla de pieza a cabeza por la emoción, con una sonrisa enorme y bobalicona formándose en su rostro, con el corazón formando la mejor de las fiestas dentro de su pecho, y con su mente fabricando toda clase de futuros posibles al lado de Elsa que cada vez parecían más y más maravillosos. Hiccup concluye con el agarre de manos para rodear con su brazo la cintura de Elsa y así apretarla contra su cuerpo. Pudo llegar a sentir con sus labios se curvaban en una sonrisa contra su piel. Algo de paz llegó al vikingo, quien suspira contento, cierra los ojos y se permite relajarse por unos hermosos segundos.
Pero allí van de nuevo, los recuerdos de aquel lugar, arrancando la imagen de Elsa de su enamorado cerebro. Abre los parpados y se encuentra con una mirada disimulada de Mérida, quien rápidamente finge que nada ha pasado y sigue charlando con Rapunzel y Jack.
Ellos dos tienen que hablar, tienen que sacar todo lo que en su interior insiste en recordar aquel infierno terrenal. Tienen que hablar, sentirse como quieran sentirse, y superar como sea todo ese nuevo dolor.
–Necesito hablar con Mérida por todo lo que le pasó en los molinos –le confiesa a Elsa mientras acaricia con ternura su cintura–, ¿debería hacerlo?
–Sí, ella también lo necesita.
–¿Estás segura? No quiero obligarla a rememorar todo eso solo porque yo creo que sería bueno para los dos, ¿qué tal si solo consigo que le duela más todo el tema?
–Ella también necesita hablar de eso, Hiccup. Jack y Rapunzel lo han estado intentando, pero será mucho mejor que lo converse contigo, tenéis que terminar de forjar ese lazo. Es lo mejor que podéis hacer
Él alza una ceja e intenta bromear con toda la situación que tantos nervios le provoca. –¿El lazo del trauma por secuestro y por casi ser vendidos al mejor postor?
–Hay mejoras formas de llamarlo, pero sí, ese lazo en específico.
–Bueno… menos mal que me enseñaron lo suficiente como para convertirme en el mejor forjador de mi tribu… no tenían ninguna otra opción porque no servía para otra cosa, pero, oye, es bueno saber que ahora sirvo para algo.
Elsa le frunció el ceño.
–¿Qué hemos dicho de ese tipo de comentarios? –preguntó con firmeza, haciendo sonrojar al vikingo quien desvía la mirada y se sonroja de la vergüenza.
–Que no más comentarios de autodesprecio.
–¿Y qué ha sido eso?
–Solo era una broma –intenta defenderse.
–Hiccup –llamó con tono acusatorio, el muchacho suspira.
–Lo sé, lo sé… no más comentarios de ese tipo.
–Más te vale recordarlo –le dice para luego dejar un beso en su mejilla, el muchacho le sonríe con ternura, soltando un suspiro de tonto enamorado, ella también le sonríe mientras lo observa directamente a los ojos. Los dos, sin saberlo, piensan al mismo tiempo que realmente no tendrían ni idea de que sería de sus vidas si el otro no estuviera allí, realmente no sabrían si podrían continuar con sus caminos si el otro un día, sencillamente, se fuera para nunca volver. No querían ni tan siquiera considerar aquella posibilidad, estar sin el otro parecía el peor de los castigos que podrían llegar a recibir.
Era doloroso pensar que, seguramente, si siguieran al lado de sus familiares de sangre, si Hiccup siguiera con su padre y Elsa con su abuelo, alejarlos sería lo primero que harían los adultos ante el primer error, por muy pequeño que llegara a ser.
Elsa piensa en lo difícil que sería ahora alejarla de Hiccup, por mucho que su abuelo lo intentara, ella no lo permitiría. Hiccup se repetía una y mil veces que su padre definitivamente no lo querría al lado de su princesa, y se dijo otras mil veces que alguien que te quiere no te hace ese tipo de cosas.
Los chicos, luego de que Elsa lo explicara tranquila y delicadamente, facilitaron el acercamiento de Hiccup a Mérida para que ambos jóvenes pudieran descansar un poco y entablar una conversación seria con respecto a lo que había llegado a ocurrir en París. Incluso Tadashi estaba dispuesto a decirle a Mérida que lo mejor sería que hablar con el vikingo sobre aquella experiencia tan traumática, pero realmente no hizo falta. La futura reina de DunBroch quería revisar la situación geológica del camino que tenían por delante, necesitaba saber si había alguna montaña cerca, algún río u otra forma de agua no estancada, y por lo espesos que era aquel bosque de altísimos árboles la mejor opción era revisar el parámetro subida al dragón terrorífico del vikingo.
Subieron varios metros por encima de las copas de los árboles en los lomos de Chimuelo. Miraban en todas direcciones mientras Hiccup se agarraba a los manillares que veían junto a la silla de montar que había hecho para su amigo, Mérida dejaba su cabello revolotear con el viento a la par que se aferraba a los hombros de Hiccup, procurando no soltarse para no caer ni resbalarse en lo más mínimo. El vikingo, mientras veía por el rabillo del ojo a los mechones alocados de la princesa danzar como las más ardientes llamas del infierno, no dejaba de preguntarse a sí mismo cómo debería de abarcar el tema de la manera correcta.
Toma aire y suspira pesadamente, intentando pensar en algo.
–¿Confías en los nuevos chicos? –pregunta repentinamente, regañándose de inmediato por soltar algo tan estúpido como eso.
–Por supuesto –le responde sin mirarle, con algo de sorna–, si no confiara en ellos no estaría aquí con nosotros, Hiccup.
Al vikingo le gustaba que la inglesa le llamará por su nombre.
–El no romano oculta algo –insiste mientras accede a la petición de avanzar un poco más hacia delante.
–Ya… no creo que tenga que ser algo precisamente malo. Me apuesto lo que sea a que es algo mágico que le da miedo compartir.
–No han dejado de soltar comentarios en contra de la magia –recuerda el muchacho–, es cierto que se han tomado bastante bien lo de Jack, Rapunzel y Elsa, pero cada vez que pueden nos dejan ver su molestia con todo lo mágico… como si no confiarán en nada que no tenga una explicación científica.
–¿Qué crees que sea?
–No tengo ni idea, tampoco entiendo por qué no se lo preguntas directamente a Tadashi –comenta lo último con un tonito acusatorio que provoca que Mérida alzara una ceja en su dirección.
–¿En verdad te piensas que no lo he intentado ya? –cuestiona picando su espalda con un dedo, arrebatándole de los labios un siseó adolorido–. Le he preguntado, pero me ha dicho que prefiere que Alberto tenga la confianza suficiente como para contárnoslo todo por su propia cuenta.
Hiccup asiente mientras siguen mirando todo el perímetro. –Y eso a ti te conviene.
–¿A qué te refieres?
–Ganarte la confianza de Alberto, te conviene. Ahora mismo no estás en una buena posición.
Mérida vuelve a picarlo. –No deberías escuchar conversaciones ajenas –le regaña con una vocecita molesta y que reflejaba algo de superioridad moral.
–¡Tú también lo has hecho! –acusa volteando a verla, Mérida se hunde de hombros con desdén.
–Hablaban de mí, tenía derecho a saber de qué exactamente –el vikingo se lo piensa por unos segundos, para luego suspirar y negar la cabeza con una sonrisa ladina. La acusa de no tener solución, Mérida comprende que lo más lógico es volver a picarle, ahora con un poco más de fuerza, la espalda.
–¡Vale ya con eso! –chilla dándole un manotazo, la princesa solo se ríe, contagiando un poco al vikingo–. Oye… Mérida, ¿cómo lo llevas? –se atreve a preguntar una vez las risas se detienen, ella ladea la cabeza y frunce un poco el ceño por la confusión.
–¿El qué? ¿Lo mío con Tadashi? –Hiccup no tiene tiempo a responderle cuando ella ya está hablando otra vez–. Pues, a pesar de lo raro que es todo, creo que bastante bien… No sé cómo explicarlo, pero hay algo en mí que me asegura todo el tiempo que Tadashi es todo lo que necesito y necesitaré, que puedo confiar en él… es como si hubiera alguna parte mí más sabia y más… antigua.
–¿Antigua?
–No me gusta como suena la palabra vieja en este caso.
–Incluso así no tiene sentido, Mérida –señala con algo de obviedad, Mérida resopla.
–No sé cómo explicártelo mejor, Hiccup. La cosa es que esta parte de mí me dice que puedo confiar en él por completo… no sé por qué está ahí, no sé desde cuando está ahí, no sé ni siquiera si debería hacerle caso o no.
Hiccup frunce el ceño, completamente confundido.
–Si no estás segura, entonces, ¿por qué le haces caso?
Mérida parece estar escuchando la misma pregunta que se repite todos los días en su cabeza, se hunde de hombros mientras desvía por completo sus ojos de la intensa mirada verde de Hiccup, quien parece completamente preocupado por ella.
–No le tengo muy claro aún –confiesa en un pesado suspiro–, sé que puedo confiar en él, sé que le quiero, y sé que él siempre estará ahí para mí… pero todos estos sentimientos son… como ajenos.
–¿Ajenos? –repite preocupado–, ¿te refieres a que vienen de… esta otra parte?
–Sí, algo así.
–Y tú solo seguirás confiando en esta consciencia que parece saber más que tú.
–Sí, ese es el plan.
–¿Por qué?
Las mejillas de Mérida se sonrojan de inmediato, se esfuerza en no mirarlo, Hiccup se aguanta las bromas pesadas que se le ocurren, porque incluso él puede ver sin problema alguno que aquel sencillamente no es el momento.
–Él hace que me sienta segura, me hace sentir que a su lado nada malo podría pasarme.
Hiccup ve la oportunidad de hablar de aquel tema en ese preciso momento, luego se sentirá mal por aprovecharse de esa manera del momento de honestidad y desahogo de Mérida, pero ahora tenían que hablar de ese tema, seriamente, largo y tendido.
–¿Crees que eso se debe a que fue el primero en consolarte cuando… ya sabes… salimos de ese maldito lugar? –pregunta titubeante, negándose a si quiera imaginarse que cara estaría poniendo, fingiendo buscar algún tipo de río o montaña. La siente apretar sus hombros de manera temblorosa, no sabe si ha sido un acto espontaneo o una reprimenda para no tocar el dichoso tema, pero, sin importarlo en lo absoluto el resultado, Hiccup se siente inmensamente culpable por lo reacción que ha causado en la inglesa que ahora considera amiga.
–Me lo he planteado, no creas que no… quiero creer que no es por eso, que tampoco es por esa parte de mí que me da consejos que no entiendo, quiero creer que de verdad le quiero, que de verdad es el indicado para mí… se siente también cuando está a mi lado. Creo que le necesito, Hiccup, y no sé si eso es sano o no –provocándole un escalofrío, la princesa se recuesta levemente en la espalda delgada del vikingo–, ¿tú necesitas a Elsa? ¿tanto como necesitas el aire que respiras?
–Sí –contestó sin siquiera pensárselo–, no sé qué haría yo si no tuviera a Elsa a mi lado… estaría tan perdido, tan adolorido. Me sentiría… me sentiría…
–¿Vacío?
–Sí, vacío –asintió con un suspiro escapando de sus labios.
–Creo que yo me sentiría igual… creo que me he sentido así toda la vida –dice lo último mientras se levantaba para ver mejor el paisaje–. Ahora que tengo a mi lado a Tadashi, no tengo ni idea de cómo he soportado todo este tiempo sin él, no sé cómo pude a ver vivido sin su presencia, como si hubiera estado vacía todo este tiempo y ni siquiera me daba cuenta.
–Como si finalmente estuvieras viviendo correctamente –añade Hiccup, sonriendo con nostalgia al darse cuenta de que por mucho tiempo él había pensado de la misma manera. Pensó, por unos segundos, que si realmente Mérida se sentía así entonces eso de su relación extraña con el chico de ojos rasgados no era tan mala idea–, como si no hubieras estado respirando todo tu vida hasta que finalmente te entró aire en los pulmones.
Mérida también sonríe, Hiccup lo ve por el rabillo del ojo cuando intenta mirarla un poco por encima del hombro.
–Como si hubieras estado toda la vida encerrado y finalmente te abrieran la puerta para liberarte.
Se queda en silencio unos segundos, olvidándose por completo por qué estaban volando solo ellos dos, con Chimuelo como única compañía además del otro. Mérida se permite apoyarse otra vez en Hiccup, con más confianza, con más complicidad. Como si fueran amigos de toda la vida y, realmente, cuando se lo preguntaban ignorando todo el pesado de sus pueblos que poco o nada tenía que ver con ellos dos como individuos, se dieron cuenta que no había ni un solo motivo razonable para no convertirse en ello en algún futuro: amigos de toda la vida. Ambos lo veía lógico, factible… incluso conveniente, así que ¿por qué no?
–Lamento no haber hecho nada en ese momento –le murmura delicadamente Mérida–, cuando te golpeó ese monstruo en la celda… me quedé ahí, mirándote, contando los golpes… debí de haber hecho algo, haberlo frenado, atacarlo antes… lo siento tantísimo, Hiccup, no tienes ni idea de cuánto.
Él le acaricia una mano con delicadeza.
–No tenías por qué hacerlo, ese imbécil te ofendió y amenazó, yo elegí defenderte porque quería y debía. Hubiera sido mucho peor si te hubieras metido, además, somos solo niños, ninguno de los estamos realmente obligados a saltar a una guerra que no podemos ganar, no es nuestra culpa que gente más peligrosa y fuerte nos quiera hacer daño.
Se queda callado de inmediato, sabiendo que ella vería un doble significado en aquellas palabras por mucho que él en verdad no tuviera aquella intención.
–¿Crees que debería dejar a DunBroch atrás? ¿Debería rehacer mi vida en un lugar más seguro?
Hiccup niega con fuerza. –No creo que no debas batallar, digo que debes hacerlo con inteligencia –explica dándose golpecitos en la sien con un dedo–. Ve a recuperar la tierra que tus padres consiguieron, no porque debas, sino porque quieres y eso es lo que ha llevado a conocer a todos los que ahora te apoyan con absoluta devoción, ve a luchar por la tierra que quieres, pero no lo hagas sin estar por completo segura de que sobrevivirás, que no tendrás bajas… tienes un gran ejército con lo poco que ahora tienes, podrás conseguir algo mucho mayor, estoy seguro, así que aprovecha todo lo que tienes y gana sin daños en tu bando.
Una leve risilla amarga se le escapa a Mérida de entre los labios resecos y fríos por el aire gélido de las alturas. Relame sus labios para evitar que se partan más y remueve su nariz para volver a sentirla.
–¿Realmente crees que pueda lograrlo? –pregunta con delicadeza, con un tono que le hacía dudar a Hiccup si realmente se lo estaba preguntando a él o a alguien más.
–Pues claro, si no fuera así no me estaría planteando unirme a ti –dice con simpleza y una sonrisa ladina que oculta mirando hacia adelante.
Mérida reacciona casi de inmediato, a pesar de que Hiccup había llegado a pensar que le costaría un poco más. La inglesa agarra de los hombros con rudeza a Hiccup –una rudeza que disculpa por toda la emoción que está sintiendo en ese momento– y empieza a zarandearlo de atrás hacia adelante mientras ríe encantada. Chimuelo gruñe por la brusquedad con la que se están moviendo, pero ninguno de los dos niños hacen nada para detenerlo.
–¿Hablas en serio? ¡Más te vale hablar en serio, Hiccup Haddock! –le gritaba ella con una sonrisa inmensa en su rostro mientras lo movía de un lado a otro, logrando sacarle una que otra risa también al muchacho–. ¡Porque si no estás hablando en serio…!
–¡Hablo en serio! –se apresura a dejar en claro mientras se ríe e intenta alejarse de la emoción de la futura reina de DunBroch–. Quiero ayudarte, Mérida, confío que cuando seas reina harás las cosas bien.
Ella infla el pecho con orgullo y alza el mentón. –¡Pues claro que haré bien las cosas! –asegura, Hiccup espera que dejen de moverle de un lado a otro, más que nada porque se está empezando a marear por estar a tantos metros de altura y por los movimientos bruscos, pero Mérida en verdad no parece estar muy emocionada por la idea de dejarlo ir–. Pensaba que no confías en mí.
–Pensaba que tú no confiabas en mí –contraataca Hiccup dándole palmadas en las manos para que deje de moverlo–. Vale ya, que me mareo.
Ella solo se burla de él. –No aguantas nada –bromea mientras empieza a moverlo más rápidamente.
–¡Para ya! –insiste intentando huir de ella, eso era lo malo de tener un vuelo en dragón con alguien más, ninguno de los dos podría escapar del otro a menos que les interesara descender por una caída de varios, muchos, metros que concluiría en una muerte absoluta… Hiccup se preguntó si el cabello de Rapunzel sería capaz de hacer algo tan grande como revivir gente o traerlas del borde de la muerte–. De verdad, que futura reina más inmadura.
–Que vikingo más quejica.
Hiccup la mira con el ceño fruncido cómicamente, logrando que ella se siga riendo.
–Oye, pues no he llegado a ver ninguna montaña, aunque tampoco ningún río –comenta ella una vez sus risas concluyen, Hiccup da un respingo y se aguanta una risilla culpable cuando nota que a él se le había olvidado por completo su misión. Mira rápidamente por todas direcciones, pero, al igual que Mérida, no encuentran ni una de las cosas que buscan. Resopla mientras tamborilea sus dedos en los manillares de la silla de montar de Hiccup.
–Necesitamos encontrar un río, y rápido –masculla Mérida.
–Eso será complicado si ni siquiera sabemos en qué parte estamos exactamente –responde mientras dirige a Chimuelo hacia donde, supone él, está el resto del grupo. Es fácil ubicarlos a pesar de la espesura del bosque, el dragón ya estaba acostumbrado al olor del grupo, podía encontrarlos sin problemas–, hemos estado en París, pero realmente no sé hacia dónde hemos seguido avanzado.
–Según Tadashi estamos avanzando hacia el norte –responde aferrándose con fuerza a los hombros de Hiccup, descender daba miedo.
–Pues será mejor cambiar la ruta –comenta el vikingo intentando esquivar las primeras ramas que se les presentaban en el camino, advirtiéndole a Chimuelo que no podía quitarlas de un disparo puesto a que podría ocasionar un incendio forestal–. Ninguno de los cuatro queremos regresar al norte.
–Ya, pero Tadashi y Alberto quieren evitar el sur –refuta esquivando por las justas una rama que parecía salir de la nada.
Finalmente aterrizan, Mérida se baja de un salto, teniendo que agarrarse a Chimuelo al último segundo al sentir un leve mareo que la obliga a parpadear rápidamente para evitar que la vista se le ponga en blanco.
–Evitan el este, ¿no es así? –preguntó para asegurarse.
–Aja.
–Pues vamos al suroeste.
–¿Estás loco? No pienso tratar con musulmanes, están en guerra con los cristianos ahora mismo –sentencia cruzándose de brazos mientras lo ve bajar, Hiccup, una vez en el suelo, frunce el ceño y le da una seña que le indica que necesita algo más de explicación–, gran parte de la península ibérica ha sido tomada por gente de África, hay muy poco porcentaje de cristianos en esa zona, una pequeña parte del norte si mal no me equivoco, con nuestra vestimenta y apariencia en conjunto sabrán de inmediato que no somos de los suyos, nos atacaran sin pensar.
–Cualquiera lo haría en verdad –se hunde en hombros Hiccup, mientras caminan para buscar al resto de gente–, princesas, un príncipe, un vikingo, dragones, rufianes –cuenta con una sonrisa amarga–, es como si quisiéramos que nos atacaran. Vamos a esa parte del norte entonces, si han resistido a la gente de África entonces podríamos reclutar a gente de allí.
–No, esos cristianos tampoco son una opción, los reyes están reclutando soldados para la reconquista de sus tierras, ya tienen una guerra entre manos como para que nos siga gente mínimamente preparada. El suroeste no es una opción.
Hiccup bufa mientras tira atrás su cabello.
–El norte está lleno de enemigos para nosotros cuatro –masculla desesperado–. ¿Por qué están huyendo esos dos realmente del sureste?
–Tiene algo que ver con Alberto, esa cosilla que no nos quiere contar.
–Pues que nos la cuente lo antes posible, porque si vamos a prescindir de la posibilidad de pillar a gente del imperio Bizantino la tenemos claro…
–¿Antiguos romanos? ¿Por qué iríamos a buscar a esa gente?
Hiccup se hunde en hombros. –Oh, ya sabes, gente dispuesta a cualquier cosa para retomar su antigua gloria, personas que han oído todo la vida de la grandeza de su tierra… convencer a algún que otro joven no sería difícil, sobre todo con la cantidad de dinero suficiente. Pero necesitamos gente lo suficientemente idiota para que no nos traicionen.
–De esos no hay muchos en el imperio Bizantino –Mérida saluda con una mano cuando llega a ver a Rapunzel a lo lejos–. Tengo que consultarlo con Tadashi.
–¿Qué tal si lo hablamos largo y tendido todos juntos? –propone Hiccup–. Si esos dos van a seguirnos deberíamos hacerlo. Jack y Rapunzel son los primeros en seguirte, tú no piensas separarte de Tadashi y Alberto tampoco está dispuesto a eso, y nosotros cuatro somos tus mejores cartas. Lo lógico es hablarlo entre todos.
Mérida alza una ceja mientras sonríe con sorna. –¿Sois mis mejores cartas?
–Bueno, mujer, si quieres podemos tomar nuestras manadas, al dragón y a la tía con poderes de hielo a otra guerra, como gustes.
El resto de los muchachos fruncen el ceño con confusión o alzan una ceja al verlos reír y bromearse a los lejos. Tadashi aprieta levemente sus puños mientras le frunce el ceño a Hiccup, por otro lado, Elsa chasquea la lengua con irritación mientras gira los ojos y se cruza de brazos. Claro que querían que esos dos fueran amigos y que fueran capaces de superar todo el trauma de su experiencia en aquel molino, pero eso no significa que les gustase demasiado la idea de que estuvieran tan cerca, sobre todo cuando estuviesen completamente solos.
Hiccup nota el enojo en ambos jóvenes, por lo que sonríe con sorna.
–Nuestras parejas están de morros –comenta contra la oreja de Mérida, quien parpadea confundida para luego mirar a Tadashi, quien sigue con el ceño fruncido y que parece estar mascullando cosas–. ¿Deberíamos molestarlos más?
–No quiero acabar congelada, Hiccup –ríe Mérida girando los ojos al ver la mueca de Elsa–. Me sorprende que todavía no esté aquí alejándote de mí como la otra vez.
Hiccup finge una expresión lastimera. –Es que ya no me ama tanto como antes.
–Ya, y yo tengo alas.
Ambos vuelven a reír mientras siguen avanzando, responden rápidamente la pregunta de Anna de si había o no algún río cerca, la pequeña princesa de Arendelle se queda hablando con Hans cuando los mayores le contestan que no, no han encontrado nada de lo que buscaban. Mérida, alejándolo un poco de los demás, toma la mano de Tadashi para luego ponerse de puntillas –Tadashi era exageradamente alto en comparación del resto de muchachos– y darle un beso en la mejilla. El muchacho se sonroja de inmediato y desvía la mirada mientras ella le abraza el torso y se ríe de una manera que a Tadashi le parece sumamente encantadora. Hiccup, por otro lado, abraza con fuerza Elsa en cuanto dejan de preguntarle que habían llegado a ver, la muchacha, de manera posesiva, responde abrazando con firmeza su cuello, dejándose besar en la mejilla por el vikingo.
Anna hace una mueca y se queja por ahora tener que aguantar una nueva pareja, Hans hace una mueca mientras asiente y los niños nórdicos ríen al ver la expresión cómica de Alberto, que ha sacado la lengua y ha fingido arcadas mientras miraba a ambas parejitas.
Jack mira de reojo a Rapunzel, quien parece no saber donde meterse para no ver todas las muestras de amor a su alrededor, el niño muerto se acerca a ella luego de darse cuenta de que, definitivamente, esa duda que tiene no puede responderla por su propia cuenta.
–¿Por qué a algunos el amor les da asco? –pregunta con inocencia, ocasionándole un respingo por la sorpresa a la muchacha dorados cabellos.
–¿Qué? No, no les da asco el amor. A todo el mundo le gusta el amor, Jack… bueno, tal vez a la gente mala no le gusta el amor sino la crueldad, el dolor y todo eso, aunque me jugaría lo que sea a que la gente mala en verdad solo está desesperada por algo de amor, solo que no saben cómo expresar su necesidad… la cosa es que esos tres no son malos en lo absoluto, así que puedes estar más que seguro que no les da asco el amor.
Jack mira a los niños que sigue fingiendo arcadas y riéndose por ello, luego mira a Rapunzel como si la acusara de mentirosa, la muchacha se indigna por esa fría mirada.
–No me mires así –pide con un puchero–. En verdad no les da asco, sencillamente es incómodo ver a otra gente mostrando constantemente afecto. Las muestras de amor romántico se suelen hacer en privado, a diferencia de las muestras de amor fraternal o platónico.
Jack ladea la cabeza. –¿Y por qué ellos no lo hacen privado?
–Porque realmente no es obligatorio hacerlo en privado… bueno, según mis padres sí que hay cosas que son completamente privadas y que bajo ninguna circunstancia debes hacerlo en público porque sería extremadamente desagradable para ti y para el resto de las personas presentes.
–¿Y cuáles son esas cosas que tienes que hacer en privado?
Rapunzel se hunde en hombros. –Pues realmente no lo sé, Jack, mis padres dicen que eso lo podré saber cuando sea mayor, según ellos, hay muchísimas cosas que quedan completamente claras cuando uno alcanza la edad adecuada para comprenderlas.
–¿Y qué tan mayores tenemos que ser? Porque vosotros tenéis ya varios años de vida, pero yo a penas tengo uno, por mucho que mi cuerpo tengo otra apariencia, ¿eso significa que, aunque aparentemos la misma edad, tendré que esperar más que todos ustedes?
La muchacha coloca una de sus manos en su mentón mientras piensa la respuesta correcta a la pregunta del muchacho albino que la mira atentamente, como si en su cabeza estuvieran todas las respuestas a las miles de dudas que él podría llegar a tener. Hay cierta admiración en la mirada azul de Jack, hay cierto brillo maravillado del que ninguno de los realmente se percata, hay una pista del futuro en aquel resplandor que se acompaña junto a unos latidos más alborotados de lo que deberían estar. Jack se remueve al verla resoplando, tiembla por completo y siente el corazón alarmándose cuando Rapunzel le toma con cariño de la mano mientras jala de él.
–Ven conmigo, hay que preguntarles a mis padres para que nos respondan porque yo no tengo ni la más mínima idea –le dice con calma, haciéndole sonreír.
A Jack le fascina la magia y el resplandor que emanan de la brillante figura de Rapunzel, le encanta su sonrisa reluciente, sus ojos llenos de brillo y esperanza, las doradas hebras de su cabello siempre reflejaban los rayos del sol a la perfección, a Jack, sobre todas las maravillosas cosas que tenía Rapunzel, le encantaba esa aura tan diferente a la suya que abrazaba a la hija de los rufianes de Corona. Rapunzel era algo contrario a él, algo contrario por completo a su magia… y no sabía exactamente por qué, pero era exactamente eso le que más le encandilaba. Rapunzel traía vida y alegría, bailes de pura diversión; y él era más pacifico e introvertido, resguardando su corazón y confianza del frío que él mismo traía, obligándose a sí mismo y a los demás a protegerse. Rapunzel motivaba la confianza plena en nuevas personas, Jack apoyaba por completo la intimidad y el refugio en lo conocido. Rapunzel era la confianza que el sol traía en que cosas malas no podían pasar con gran facilidad, Jack era la precaución, ese miedillo necesario para vivir y mantenerte a salvo.
Y a él le gustaba que aquello fuese así, aunque lo que más deseaba es descubrir si a Rapunzel también le gustaba aquello, si lo notaba, si también sonreía cuando notaba ese contraste absoluto y atrayente.
Llegan con los adultos, estos les alzan las cejas ante la pregunta.
–¿Para qué queréis saber eso? –gruñe Narizotas mirando de arriba abajo a Jack, quien se hunde en hombros.
–Curiosidad –responde con simpleza de tal manera que, después de unos segundos, los adultos recuerdan que tiene delante al niño más inocente y poco instruido en los dobles sentidos de todo el mundo.
–Bueno, muchachos, habrá algún punto en vuestra vida, tal vez en un par de años más, que vuestras hormonas os harán pensar en cosas o hacer cosas que ahora mismo no sois capaces de comprender, pero, cuando tengáis la edad correcta, estaréis más que dispuestos y enterados –explica con calma Gunter, arrodillado a la altura de los niños, ellos se miran entre ellos, no muy seguros de comprender de qué está hablando el adulto–. ¿Sabéis qué? Muchos de nosotros hemos cometido grandes tonterías por no saber de este tema lo suficiente. Hoy después de la cena os lo explicaré todo.
–¿Qué dices hombre? –cuestiona Mano de Garfio acercándose–. ¡Si solo son niños! Ya aprenderán por el camino, como todo el mundo.
–Es lo que acabo de decir, idiota de Garfio –gruñe Gunter–. Nosotros hemos aprendido por la marcha, cometiendo estupideces por eso mismo, ¿por qué no evitarles los errores más tontos? ¿por qué dejar que tropiecen con una piedra que ya hemos visto y sabes cómo evitar? Imagínate el caos que será esto cuando estos niños se pongan a explorar sin conocimiento alguno, podrían llegar a lastimarse o lastimar a otros por no comprender cosas básicas que nosotros pudimos haberles explicado sin problema alguno.
Mano de Garfio mira por largos segundos a los dos niños, luego observa a las parejas formadas y a los más jóvenes. Esos dulces y traumatizados niños no serían eternamente niño, algún día serían jóvenes deseosos del cuerpo de sus parejas; esas niñas algún día querrán descubrir las maravillas que pueden alcanzar al lado de los muchachos… Gunter tenía razón, por mucho que le irritase, mejor prevenir que lamentar, mejor educarlos que permitir que comentan terribles errores tontos solo por conservar la inocencia que no les durará demasiados años.
Es por eso por lo que resopla y asiente, completamente vestido, haciendo que Gunter sonriera encantado.
–Perfecto, esta noche, luego de cenar, os explicaremos todo.
Jack frunce el ceño. –Pero… ¿a qué se refiere con todo?
–Todo lo relacionado al sexo, Jack.
–Ah… ¿y qué es el sexo?
Los adultos se miraron entre ellos, aún más alarmados al darse cuenta de que Rapunzel tampoco parecía saber que era el sexo. Miraron a Gunter de momento a otro, depositando toda su confianza en él.
–Vaya… hay mucho que hacer, ¿verdad? –murmuró el hombre larguirucho mientras sus compañeros se burlaban en silencio de su terrible suerte.
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Buah... me ha costado muchísimo terminar este capítulo, sobre todo porque es uno de esos dónde realmente no pasa mucho y no dejaba de borrar y borrar momentos problemáticos que le dieran emoción hasta que decidí dejar eso de lado y poner en la mesa verdadera planeación y desarrollo de lazos. Los siguientes capítulos, a menos que se me vaya muchísimo la olla y meta algo tremendo de momento a otro, también serán calmaditos y llenos de conversaciones extensas con los personajes. Lo repetiré una vez más: adoro la relación de Tadashi y Mérida, sino fuera por la historia personal que tengo con el HiccElsa, definitivamente ellos serían mi OTP.
También me he demorado porque estoy comenzando otros dos proyectos (unos fanfics genderbend que por el momento publicaré primero en Wattpad) que están consumiendo mucho de mi tiempo básicamente porque me encantan las premisas y han pillado gran parte de mi inspiración dejando a este fanfic con las sobras.
Además hace poco me he comprado unos cuantos libros maravillosos y me he topado con fanfics largos de narices que leo más que nada porque cuando no leo no soy capaz de obtener idea alguna, es como si tuviera que consumir contenido para crear contenido.
Por último, quiero comentar lo bien que queda Family Line de Conan Gray con los primeros capítulos de este fanfic... me encanta esa canción, estoy muy obsesionada.
Bueno, pues no hay mucho más que comentar. Se me había ocurrido que si queréis ver alguna situación en particular me la podríais comentar y así yo lo tendría en cuenta... pero realmente no puedo prometer mucho, aunque la verdad es que me muero de ganas de ver que ideas tenéis.
Ahora sí, yo creo que eso ha sido todo. Hasta luego y gracias por leer.
