La cruzada de la última DunBroch.
Capítulo XI.
La fogata resplandecía frente a los niños, las cucharas de madera chocaban constantemente con los cuencos del mismo material, la sopa de carne estaba deliciosamente combinada con un arroz con un sabor particular que Tadashi les había enseñado a los padres de Rapunzel a preparar. Los estómagos que antes rugían y clamaban por alimento ahora disfrutaban la nutriente alimentación con la que acallaban sus ronroneos dolorosos. Los niños, cuando quedaba cada vez menos caldo y las verduras que no gustaban se hacían disimuladamente a un lado, comenzaron la plática de qué hacer ahora con su cruzada, cómo deberían continuar, hacia dónde viajar.
–¿Romanos lo suficientemente tontos para que no nos traicionen? –repitió Hans luego de la propuesta de Hiccup, quien asiente ante sus palabras–. ¿Hay de esos? No tenía ni idea.
–¿Por qué no buscar a alguien lo suficientemente bueno para que no nos traicione? –cuestiona Jack jugueteando con su comida, lo cual concluyó en Rapunzel regañándole porque dejara de hacerlo.
Mientras se metía una buena cucharada de arroz humedecido con caldo a la boca, Hiccup le respondió con obviedad. –De esos no hay –dice mientras se limpia algunas gotas de caldo con la manga de su camisa.
–¿Cómo sabéis? –siguió preguntando Jack, a quien no le cabía en la cabeza que la mayoría de gente era mala, ignorando así esa parte suya que seguía siendo Jackson y que le repetía constantemente que era un completo idiota por confiar tanto en la gente a pesar de que no se lo merecían.
–Son romanos, Jack –dijo Mérida esta vez–, los romanos son gente mala –concluyó con toda la obviedad del mundo.
Jack frunció el ceño y apuntó rápidamente a Hiccup con su cuchara chueca. –Decías lo mismo de él hace unas semanas.
–Ya, pero Hiccup es un vikingo rebelde y exiliado, ¿te crees que vamos a poder a encontrar varios de esos y con conocimiento militar? –Jack abrió la boca, pero Mérida no le dejo hablar en lo absoluto–. A mí me parece que no –terminó victoriosa.
Tadashi negaba con la cabeza mientras rodaba los ojos. –Los europeos estáis obsesionados con los romanos –soltó con sorna, recibiendo rápidamente muecas de sus acompañantes–. No creo que hayan sido tan terribles.
–¡Sí que lo fueron! –afirma entonces Anna–. No solo eran soldados muy temidos por sus estrategias y su crueldad, sus líderes eran unos lunáticos, cometían cada tipo de barbaridades contra los pueblos enemigos o incluso contra su propia gente. Los líderes romanos siempre han sido de lo peor, sin importar cuál sea el período, todo el mundo lo sabe.
Tadashi alza una ceja con incredulidad. –¿Y qué cosas terribles hacían?
Anna se inclina hacia a Tadashi, quien en verdad está muy lejos del lugar que ocupaba la pequeña princesa de Arendelle, por ello todo lo que logró fue acercarse a la fogata en medio de todos ellos. Las sombras de la noche y el resplandor de las llamas provocan que las facciones de la pequeña princesa se vean temibles e incómodas.
–Uno de sus líderes, un tal Nerón era conocido por todo el mundo por quemar vivos a cristianos y colgarlos alrededor de toda la ciudad para iluminarla por la noche. Dicen, incluso, que componía cantares mientras escuchaba los gritos de clemencia –el tono de la niña es mucho más grave de lo normal, por lo que Tadashi, en un inicio, supone que tan solo exagera para infundir temor, aunque los asentimientos firmes del resto de europeos le hacen dudar–. Incluso mandó a quemar un barrio romano ¡solo para construirse un palacio!
Hans asiente con efusividad. –Dicen que tocaba el arpa mientras veía a su pueblo en llamas.
Alberto tiembla mientras se pone pálido. –¡Eso suena horrible!
–Porque Nerón era horrible –contestó Anna rápidamente–. ¡Pero no el peor de todos ellos!
–¿Qué puede ser peor que mandar a quemar un barrio de tu propio pueblo? –cuestionó horrorizado el monstruo marino con una mano en el pecho, Tadashi quería reírse de la expresión de espanto que su amigo tenía dibujada en el rostro.
–El emperador Calígula –respondió Anna gesticulando con sus manos mientras las llamaradas la iluminaban de una forma bizarra que empezaba a asustar de verdad a Alberto, obligando a Tadashi a darle unas palmaditas en el hombro–. El emperador loco de Roma, el peor de todos ellos, estaba tan ido de la cabeza que proclamó a un caballo como cónsul.
Jack se tapa la boca para suprimir una carcajada. –Eso suena a algo que haría Hiccup con Chimuelo.
–¿Qué dices? –espetó Hiccup mientras Elsa se reía y asentía–. ¡Claro que…! –el vikingo enmudeció, pensando seriamente en la idea por unos cortos segundos, con una mano bajo su mentón y la mirada incrédula de los demás sobre él–. Hombre… mal no suena.
Los niños sueltan largas carcajadas mientras Hiccup intenta explicar por qué Chimuelo sería un excelente cónsul de un gran imperio, incluso se aferra a la idea de que de los animales que los acompañan, al ser mucho más amables e inteligentes que la mayoría de los humanos, podrían hacer un muy buen trabajo.
–Si tuviera que elegir entre Nix y el actual rey de Francia –dijo mientras Jack se caía por la risa y Alberto se contraía contra su estómago–, elegiría a Nix sin dudar ni un solo segundo.
–Es por cosas como estas que no nos dejan gobernar a los niños –afirma entre carcajadas Mérida–, porque saben que lo haríamos mucho mejor que ellos y no quieren quedar mal.
Los niños vuelven a estallar en carcajadas, Rapunzel llega a derramar un poco de la poca sopa que le quedaba y Elsa se agarró repentinamente a Hiccup cuando sintió que estaba a punto de caerse.
–De acuerdo, de acuerdo –corta Tadashi las risas mientras él mismo intenta relajarse–. Vale, proclamó a una caballo como cónsul, estaba tan pirado como el bueno de Hiccup.
–¡Eh! Que para ser un vikingo estoy muy cuerdo –se defendió inflando el pecho.
–Eso no es mucho decir cuando lo piensas bien –contratacó Mérida, Hiccup se limitó a asentir, admitiendo así su derrota y aceptando ser el "pirado" de aquel extraño grupo de niños.
–Pero, no suena como algo terrible –continuó Tadashi pronunciando la última palabra imitando los gestos exagerados que hacía Anna.
La menor de las princesas de Arendelle negó con una sonrisa de suficiencia, de esas que se ponen cuando sabes cosas que los demás no. –Esa es una de las cosas menos terribles que hizo. Calígula fue conocido por ser un enfermo sexual en toda regla.
Tadashi alzó una ceja mientras Hans también comenzaba a hablar.
–¡Ya me acuerdo! Mi abuela siempre narraba que Calígula había estado tan enfermo como para mantener relaciones con sus hermanas y luego obligarlas a servir como damas de compañía.
–¿Damas de compañía? –preguntó Tadashi–. ¿Cómo una geisha?
Y ahí estaba por primera vez desde que se conocieron, esos términos puramente originarios del continente asiático que el resto de los muchachos no conocía en lo absoluto. Los niños se miraron a entre ellos con el ceño fruncido, las chicas sobre todo, porque ellas ni siquiera comprendían a que se estaba refiriendo exactamente Hans con la connotación negativa que le había dado a las "damas de compañía". A Rapunzel no le parecía nada raro, y las otras tres chicas reconocían aquel término como algo referente a un miembro femenino de una corte cristiana.
–¿Qué es una geisha? –preguntó Mérida.
–Pues eso mismo, una dama de compañía. Se sienta al lado de los hombres, les hacen charla de diferentes temas, a veces tocan instrumentos.
–No, no me refería a esas. Hablaba de ese tipo de damas de compañía –corta rápidamente Hans, alzando las cejas y mirando fijamente a Tadashi, el muchacho frunció el ceño por un momento debido a la confusión, hasta que, para rabia de las chicas que seguía sin entender, abrió los ojos.
–¡Ah, prostitutas! –exclamó cuando finalmente comprendiendo, sin darle tiempo al resto de chicos para callarlo–. ¿Tanto os costaba decirlo así?
–¿Qué es una prostituta? –preguntó Alberto a lo que Tadashi estuvo a punto de abrir la boca para responder pero Hans lo cayó de inmediato.
–No es correcto hablar de eso frente a mujeres –se apresuró a decir, impidiendo así que el muchacho asiático contestará a la pregunta, confundiéndolo por sus nervios repentinos.
Alberto alzó una ceja. –¿Por qué no frente a mujeres?
Mérida asintió en repetidas ocasiones. –Eso mismo, nosotras también queremos saber.
–En realidad –comenzó a decir Anna–, no me hace mucha ilusión enterarme, sobre todo teniendo en cuenta que es algo relacionado con Calígula.
Alberto negó la cabeza con suficiencia.
–Nunca es bueno quedarse en el desconocimiento, Anna –aseguró con una voz firme y algo prepotente, ganándose así una mirada burlona de la princesa de Arendelle–. Todo conocimiento sirve siempre para algo.
Hiccup hace una mueca y alza una ceja ante el estamento de Alberto.
–¿Y de qué sirve saber que es una prostituta? –cuestiona mientras deja su plato en el suelo, en un sitio donde espera que nadie le pegue ninguna patada por accidente.
–Pues no lo sé, pero para algo debe servir –responde casi de inmediato, hundiéndose de hombros, conformándose con la idea que ha tenido desde que comenzó su aventura con Tadashi: todo conocimiento sirve para algo, por lo que nunca puedes dejar de aprender o pensar que ya lo sabes todo.
Es en ese momento que Gunter se acerca a los niños, preparado para hablar de aquel temilla incómodo pero sumamente necesario.
–¿Qué tal lleváis los planes de dominación mundial, niños? –pregunta con una sonrisa de oreja a oreja luego de que algunos de los niños le saludaran al notar primero su presencia.
–Pues nos hemos desviado un poco –confiesa Mérida.
–Pensaba que esto eran planes de reclutamiento –comenta Jack ladeando la cabeza.
Hiccup es quien responde. –Dominación mundial, reclutamiento, cruzada por DunBroch, lo mismo es –dice con desinterés y una sonrisilla traviesa dibujada en el rostro, Mérida asiente con firmeza ante sus palabras–, pero la verdad es que sí nos hemos desviado bastante.
Gunter frunce el ceño levemente por la confusión. –¿Qué tanto?
Alberto apunta al joven vikingo. –Hiccup estaba preguntando de que serviría el conocimiento de qué es una prostituta.
El hombre se pone pálido de inmediato ante una respuesta tan sincera y bizarra. De todas las cosas a las que un grupo tan pintoresco como esos nueve podía llegar Gunter jamás pensó que los beneficios de conocer el significado de la palabra prostituta fuera una de ellas.
Es por eso por lo que el hombre toma un poco de aire y bastante valor para hacer una pregunta de la que no sabe si se llegará a arrepentir.
–¿Y cómo llegasteis a eso, niños? –pronuncia con nervios e inseguridad.
–Porque Alberto preguntó que era una prostituta –responde con simpleza y algo de esa obviedad burlesca que siempre usaba con adultos el joven vikingo, señalando al muchacho de piel morena y cabello antigravedad–. Y él preguntó qué era una prostituta porque Tadashi lo mencionó –añade adivinando su siguiente pregunta y moviendo la mano para ahora señalar al asiático.
Gunter luchó contra el instinto, pero no pudo evitar mirar con algo de recelo y reproche al mayor de aquel grupo, Tadashi superaba por un año a Elsa, que hasta su llegada había sido la que tenía más edad del todo el grupo de niños, era por ello por lo que los rufianes siempre habían asumido que el filósofo aventurero tenía más conocimiento de las peores partes del mundo.
–En mi defensa –dijo en cuanto notó la mirada acusativa de Gunter–, diré que estaba intentando entender a que se refería Hans cuando me comentó que el emperador romano Calígula…
–Botitas –pronunció sin tan siquiera pensarlo Gunter, los niños lo miraron confundido–. Es lo que significa Calígula. Botitas. Siempre he adorado ese dato curioso y no he podido contener, continúa por favor.
Tadashi miró a Anna con sorna. –Luego hablaremos de por qué ese temido emperador era apodado botitas –le dice con una sonrisa victoriosa a lo que la pequeña contesta con un resoplido aburrido. El resto de los niños sueltan un par de risillas–. Como iba diciendo –continúa mientras voltea para volver a mirar a Gunter–, Hans y Anna estaban hablando de lo terrible que era Calígula, Hans mencionó que susodicho emperador que supongo yo era famoso por su calzado había obligado a sus hermanas a ser damas de compañías, debido a diferencias culturales pensaba que se refería a una geisha, lo que en mi país es una dama de compañía literalmente, a diferencia de las prostitutas de aquí en Europa.
Gunter decide que lo mejor para su salud mental es dejar el temita de Calígula, las damas de compañía y las geishas para otro momento, por lo que se limita a asentir como un autómata mientras escucha a las niñas renegar por no ser capaces de comprender de qué hablan los demás.
–Bueno niñas –dice logrando que las muchachas lo miren con suma atención–, una prostituta es una mujer que realiza actos sexuales con quien sea que le pague cierta cantidad de dinero.
Sus caras cambian de inmediato a asco tremendo e incomodidad.
–Hacía bien en no querer saber qué significaba –comenta Anna dejando su plato en un lado, sin ganas de terminar su comida.
Es en ese momento que Gunter nota la miradita preocupada que su hija le dedica desde abajo. Le pregunta si tiene alguna duda y ella asiente con delicadeza y preocupación.
–¿Las mujeres que nos dijeron a Elsa y a mí que teníamos cara de muñequitas eran prostitutas? –cuestiona con delicadeza, el rostro de Tadashi y Alberto, quienes no habían estado ahí en aquel entonces, muestran la preocupación e indignación que aquella idea genera en ellos; el rostro de Elsa se pone más pálido de los normal provocando que Hiccup rápidamente la abrazara con ternura para hacerla sentir segura mientras que Mérida y Anna, que ahora comprendían la ira que sintieron sus amigos en aquel momento, parecían estar preguntándose cómo encontrar a esas señoras y soltarles uno que otro lobo encima como venganza. Gunter toma aire y asiente con lentitud, acariciando con delicadeza sus dorados cabellos mientras la siente temblar por el disgusto, o tal vez por el miedo, no lo tiene muy claro.
–¿Por qué alguien se dedicaría a eso? –cuestiona Elsa con la bilis rozándole la garganta, mirando angustiada a Gunter.
El hombre vuelve a suspirar. –Bueno, pequeña, sabes perfectamente que no todos tienen las posibilidades que ustedes tienen.
–¡Nosotros escapamos de nuestros hogares! –gruñó Hans, ofendido.
–Ya, pequeño, ya lo sé, pero dime, ¿no lo hiciste con los bolsillos llenos de joyas? –respondió con delicadeza, provocando un sonrojo avergonzado en el rostro del príncipe de las Islas del Sur–. Hay gente que no puede permitirse tan si quiera llegar a tener una moneda de oro, niños, ese tipo de gente, sin nada, suelen llegar a los puntos más bajos para conseguir algo de comida. Muchos hombres se dedican a robar o se apuntan al ejército para conseguir algo, las mujeres se dedican a esos tipos de trabajos para sobrevivir, el tercer estado está conformado por gente dispuesta hacer cualquier cosa por vivir una día más, gente que jamás tendrá una joya entre los dedos o sin la oportunidad de volver a un palacio.
Los niños de la aristocracia se quedan enmudecidos, mirando fijamente la tierra o su calzado, preguntándose cuantas veces ellos habían rechazado un plato o un alimento que no deseaban que otro ser humano hubiera rogado por comer, se sentían enfermos por la inconciencia en la que habían vivido con total tranquilidad hasta el momento en el que alguien ajeno les señaló la realidad. Les avergonzaba ser conscientes de que, hasta ese momento, se habían considerado personas sumamente desgraciadas cuando en realidad no era exactamente así.
Gunter al notar la incómoda tensión que se había formado en aquel preciso momento, decide soltar un pesado y largo bufido para luego llamar la atención con palmadas.
–Bueno, bueno, que yo no venía a deprimiros, chavalines –dice con nerviosismo. Hiccup lo mira con sorna.
–Pues lo estás haciendo de maravilla, ¿eh? –bromea con algo de crueldad. Gunter se dice a sí mismo que algún día no vendría mal enseñarle un poco de respeto a los adultos a ese vikingo rebelde. Una buena charla tan pesada que tuviera que rendirse le vendría de maravilla al niño.
Por lo que solo gira los ojos y toma aire para comenzar con la charla que se había planeado toda la tarde-noche. –Bueno, como ya estáis entrando en edad, lo bueno sería hablar de un temilla sumamente importante.
–¿Trabajo? –propone Tadashi.
–¿Muerte? –dice Alberto.
–¿Matrimonio? –pregunta Anna.
Mérida mira burlona a Hiccup y a Elsa. –A mí me parece que algunos ya han pensado en eso –bromea sonrojando a la princesa de Arendelle, pero Hiccup logra devolver la broma y fingir que nada había pasado.
–¿En qué? –pregunta con sorna–. ¿En la muerte, el trabajo o el matrimonio? Porque yo he pensado en la muerte de algunos individuos.
–Niños –regaña Gunter cruzándose de brazos, retando al pintoresco grupo con la mirada–. Luego hablaremos de por qué tu primera idea fue la muerte –dice mirando con las cejas alzadas a Alberto, quien no parece entender por qué es algo malo tener en cuenta el hecho irremediable de que en algún momento todo ser vivo deja de estar vivo.
–¡Sí! –dice de inmediato a Jack señalando con un dedo acusatorio a Alberto–, eso ha sido tremendamente exclusivo para los que ya estamos muertos.
Una duda entonces llega a todas las pequeñas mentes, un poco también a la más adulta.
–Oye, Jack, ¿tú puedes volver a morir? –cuestiona Anna ladeando la cabeza, Jack se limita a hundirse de hombres mientras dice.
–Prefiero no descubrirlo –dice, aunque su mirada se desvía casi de inmediato a Elsa, quien tiene la mirada pérdida en los cachorros de lobo que ahora juguetean cerca de ellos–. A menos que tú…
–No, no tengo ni idea –le responde rápidamente, con algo de desinterés, sin voltearse a mirarlos.
–Ah, bien.
–Sois una panda de locos –murmura Tadashi mirando a todo el grupo con angustia y recelo. Mérida hace un puchero y frunce el ceño–. Pero a ti te queda bien –la futura reina de DunBroch sonríe de oreja a oreja ante esas palabras, dejando que sus mejillas se sonrojen un poco, y con eso se zanja la conversación referente a la locura de aquel grupo pintoresco al cual el adjetivo de loco le quedaba como anillo al dedo.
Rapunzel suspira pesadamente al ver como todos ignoraban a uno de sus padres.
–¿De qué nos querías hablar, papá?
Gunter le sonríe a su hija. –Lo que os comenté antes a ti y a Jack, ya estáis en edad para hablar sobre vuestras necesidades y el coito.
Los niños parpadean confundidos a excepción de Tadashi, quien se voltea para mirar con una ceja alzada al resto del grupo.
–¿No habéis tenido la charla aún? –les pregunta con algo de burla en el tono de voz, es solo Mérida quien le responde con una mirada levemente mosqueada–. Pero en serio, ¿por qué no?
–Bueno, básicamente porque hasta ahora el resto de los padres pensaban que eran demasiado jóvenes para tener la charla –explica con sencillez, limpiándose las manos de aquel problemilla y colocándose la insignia de padre interesado en educar a sus hijos correctamente en los temas sexuales para procurar su bienestar–. De acuerdo, comencemos con esta charla, que da para largo. Primero que nada, ¿qué sabéis vosotros del tema?
–Nada –se apresura a decir Jack.
–Sí, hijo, eso ya me lo imaginaba –le dice con una sonrisita que intenta no ser burlona
–Yo una vez escuché que los hombres lo tenían que hacer todo –comenta Hiccup luego de pensarlo por un rato, recordando todo lo que había llegado a escuchar en las conversaciones entre adultos de Berk, esas que supuestamente no debía escuchar pero que aun así los señores le dejaban por algo relacionado a que como hombre que era tenía que saber del tema.
–Muchos creen eso –asiente Gunter–, pero no es así, no hay nada malo con que un hombre no tenga ni idea de qué hacer durante el acto, sois jóvenes así que tenéis mucho que experimentar, pero debéis de hacerlo con cuidado y preocupándoos por la comodidad de la otra persona. Bueno, ¿qué más sabéis?
Los niños se miran entre ellos mientras piensan e intentan recordar lo poco que saben. Es Elsa la siguiente en atreverse a hablar, pero lo hace en bajito y con muchas dudas.
–El resultado de las relaciones sexuales es el embarazo –murmura no del todo segura.
–Exactamente.
–Y que una buena mujer debe darle muchos hijos varones a su marido.
Mérida y Anna asienten por inercia basándose exclusivamente en todo lo que han aprendido de sus madres y niñeras, pero Gunter hace una mueca. Se aguanta un resoplido frustrado. Ahí estaba, la mentalidad cristiana y equivocada que se influía desde muy temprano a las pobres niñas que terminaban creyendo que no se suponía que disfrutaran aquella muestra de afecto y que no pasaba nada malo si alguien las consideraba simples productoras de herederos. Gunter, a pesar de que no le gustaba ni un pelo por muchas razones, comprendía a la perfección la insistencia de los cristianos en este pensamiento, sin descendientes masculinos y sanos para tu familia, tu pueblo se ve condenado a carecer de trabajadores desechables y de guerreros, todo el mundo sabe que aquellas naciones que permitieron pelear y realizar trabajos de riesgo a las mujeres acabaron consigo mismas y rápidamente se dieron cuenta de que con muchos hombres y pocas mujeres la natalidad se reduce de forma peligrosísima, y que era bastante más positivo quedarse con pocos hombres y mantener a las mujeres en zonas seguras y sobreprotegidas. Mientras más hombres tuviera una nación, más mano de obra se podía sobreexplotar sin problema alguno.
–Nuevamente, muchos piensan así pero es incorrecto. No hay nada de malo de dar a luz solo niñas y tu validez no dependerá de qué ni cuantos hijos concibas.
Las niñas se miran entre ellas, con leves muecas en su rostro, como si no estuvieran del todo seguro que las alentadoras palabras de Gunter fueran del todo ciertas. La mentalidad impuesta por sus progenitores llevaba años afectando su percepción en aquel tema, les costaría a todas muchos años aceptar esta nueva información sin más respaldo que un serio rufián que hacía muy bien de padre.
Se limitan a asentir inseguras para luego volver a pensar en lo poco que sabían del tema.
Rapunzel entonces se acuerda de algo. –Que todos los hombres siempre quieren hacer eso y que no les importa con quién.
Gunter alza las cejas escandalizado, pero luego recuerda ese pequeño detallito que casi siempre olvida. Suspira pesadamente e intenta adivinar lo obvio. –¿Te lo dijo tu madre? –Rapunzel asiente–. Ya, nuevamente, estaba equivocada.
–Ya me lo imaginaba la verdad –asiente Rapunzel con más seguridad que en el dato anterior, la niña, entonces, se da cuenta que gran cantidad de las cosas que su madre le enseñó eran negativas y erróneas, por lo que no sería incorrecto pensar que todo lo había sido. Con eso en mete, se preparó para aceptar sin ningún problema los siguientes datos que uno de sus padres le propinara.
Mérida entonces alza una mano. –Gunter, ¿qué tiene que ver la Dama Roja con todo esto?
Los chicos fruncen el ceño por la confusión y se miran entre ellos buscando respuestas. Las otras niñas, por otro lado, se muestran espantadas y asustadas por la mención a esa terrible mujer.
–¿Quién es la Dama Roja? –pregunta Jack.
–No lo sé, pero es quien marca el fin de nuestra niñez –le responde Anna más pálida que de costumbre. Jack abre la boca y luego mira a Elsa.
–¿Es un espíritu?
–No tengo ni idea –masculla la princesa de Arendelle–, pero sí lo es tengo una que otra cosita que decirle seriamente.
Hiccup sonríe tras su mano por la idea de ver nuevamente a una Elsa enojada y violenta. No pudo ver mucho cuando destrozó los molinos parisinos, así que se aseguraría de observarlo todo si se llegaban a encontrar con esa tal Dama Roja.
–La Dama Roja no es una persona de verdad, niñas –les explica con tranquilidad Gunter–. Es un eufemismo para la menstruación.
–¿Monstruación? –intenta repetir Alberto, fallando estrepitosamente.
–Menstruación –corrige Tadashi–, no tengo ni idea de cómo funciona, pero sé que sangran.
–¿Sangraremos? –cuestiona Rapunzel exaltada y espantada.
Mérida pone los ojos en blanco. –¿De dónde crees que venía lo de Roja?
–¿De su cabello? –responde dubitativa la muchacha de dorados cabellos. Mérida solo rueda los ojos con una sonrisa amistosa. La princesa tiene que admitirlo, era muy divertido escuchar las ocurrencias de su amiga.
Anna mantiene una duda en su cabeza por tan solo unos segundos. –¿Y eso duele?
Gunter aprieta un poco los labios antes de responder.
–Pues sí, pequeñaja, duele bastante según lo que me han contado.
Elsa se ve espantada. –¿Por qué tiene que doler?
–Bueno niñas, el motivo de por qué sangráis todavía no se tiene muy claro, he escuchado algunas gentes decir que se trata de cambios algo bruscos para que vuestro cuerpo se prepare para concebir hijos, pero realmente no estoy del todo seguro, la cosa es que os mentiría muy gravemente si os dijera que tengo la respuesta absoluta de por qué ocurre así.
Las niñas bufan, vencidas por las complicaciones de no ser hombre.
–¿Y cuánto dura? –pregunta Anna.
–Depende de la mujer, creo que como mucho serían cinco días, o ese es el número más grande que he escuchado.
Mérida se ve más tranquila. –Bueno, cinco días sangrando tampoco suena para tanto, además, me suena una forma muy eficiente para que sepas que ya puedes tener hijos –una risilla se le escapa en cuanto una idea algo tonta se le pasa por la cabeza–. Es como si nuestros cuerpos estuvieran diciendo "¡Eh! ¡No me ignores! ¡Que ya te puedes embarazar!"
Las niñas empiezan a reír a pesar de la incomodidad que empiezan a sentir los cinco chicos allí presentes. Gunter quisiera que esa alegría les durara un poco más, pero se ve obligado por su moral a romperles un poco la pequeña esperanza que habían creado en su interior.
–Eh, Mérida, cariño –comienza a hablar con delicadeza–. El tema de la menstruación no solo ocurre una vez en toda tu vida –las niñas se ponen pálidas de golpe–, en verdad, ocurre cada mes.
–¿Cada mes? –repite Anna completamente alarmada, incluso un poco indignada.
–¿Y para que necesitamos sangrar cada mes? –gruñe Mérida cruzándose de brazos.
Gunter se siente poco preparado. –Pues… no lo tengo muy claro.
–Menuda charlita de sexualidad –se burla Hiccup, Gunter lo regaña de inmediato consiguiendo que el vikingo se quede enfurruñado por un buen rato.
Elsa se ve tan angustiada. –¿Toda una vida sangrando? ¡Qué horror! ¿Y nunca parará?
–Bueno, para durante el embarazo y cuando llegáis a cierta edad, por eso la presión de casaros lo más pronto posible, porque cuando envejecéis ya no podéis concebir más hijos. Es cierto, también, que muchos adultos han exagerado este temor al punto de obligar a mujeres a intentar quedar en cinta en el preciso momento que llega la Dama Roja, pero realmente no es necesario, incluso puede ser malo para vosotras embarazaros tan rápido.
Gunter intenta insistir bastante en la importancia de no quedarse embarazada hasta llegar a cierta edad de madurez y estabilidad emocional, pero se detiene de inmediato en cuanto ve como los ojos de Mérida se entrecierran y sus manos se ponen debajo de su mentón. La pequeña princesa parece estar planeándose terribles formas de escapar de los horrores de la menstruación. Al pobre de Gunter esa idea le espanta de formas que ni se hubiera imaginado.
–No, Mérida, no puedes quedarte embarazada constantemente para evitarte la menstruación.
–¿¡Por qué no!? –cuestiona de inmediato–. Espera, ¿es físicamente imposible o no tengo permiso para hacerlo?
–No tienes permiso para hacerlo.
–¿Por qué no? –repite Mérida bufando y cruzándose de brazos.
–Porque no y punto –le dice de inmediato, muy serio y firme con ella–. Los embarazos pueden ser terriblemente peligrosos, Mérida, tú mejor que nadie lo sabes.
La niña inglesa aprieta los labios y deja que sus mejillas enrojezcan por la vergüenza. Claro que ella lo sabía mejor que nadie, aquellos zapatos ensangrentados que había dejado olvidados en alguna esquina de su antigua alcoba en el palacio de DunBroch eran la máxima prueba de lo bien que sabía que los embarazos podían salir muy mal para la mujer.
Notando la tensión de la ambiente, Alberto se atreve a cuestionar algo que no se piensa muy bien.
–Sí, además, ¿de quién te embarazarías?
Los niños, exceptuando a Alberto y Mérida, miran de inmediato a Tadashi, quien se enrojece de inmediato al saber en qué pensaban los demás.
–¡No me miréis así! –les gruñe avergonzado, pero los demás ni se inmutan ante los gritos coléricos y nerviosos del pobre Tadashi–. ¡No la voy a dejar embarazada!
–¿Nunca? –cuestiona Hiccup alzando las cejas y sonriéndole con crueldad burlona. A diferencia del resto de muchachos, él sabía perfectamente que estaba poniendo de los nervios al joven asiático con un tema delicado, y eso así que lo disfrutara más.
–¡Cállate Hiccup! –ladra Tadashi, agachándose por unos segundos y levantándose para tirar una ramita en dirección del vikingo, quien se tira a un lado con tal brusquedad que termina cayéndose de su asiento. Elsa intenta evitarlo, pero no puede contenerse las risas.
–¡Niños! –ruge Gunter en cuanto ve a los dos muchachos tomando piedritas para defenderse y atacar al otro. Tadashi e Hiccup rápidamente tiran su munición al suelo, lo más lejos posibles de ellos, viendo que Nix, curiosa, quería seguir el movimiento de las piedras Jack decidió que lo mejor sería tomar cuidadosamente a su conejita y dejarla acostada en su regazo–. ¡Nada de apedrearos! ¡Que no soy barbaros!
Los paganos se miran entre ellos con confusión, luego observan con una ceja alzada a Gunter, todo mientras Jack y Rapunzel se distraen para acariciar a la pequeña Nix, atrayendo la atención de Anna, quien se inclina un poco hacia ellos y es rápidamente aceptada en el club de mimos para la conejita del grupo.
–Bueno –dice Tadashi–, según la Iglesia sí que lo somos.
–La Iglesia está llena de imbéciles muy viejos que no han aprendido ni a cuidarse a sí mismos, no le hagáis ningún caso a las tonterías que van soltando por ahí.
Es ahora Jack quien parpadea confundido mientras el príncipe y las princesas presentes se muestran escandalizados. Nix mordisquea suavemente los dedos fríos del niño fantasma para que le siga acariciando, pero la pobre tiene que conformarse solo con los mimos de las dos niñas.
–Pero esto es una cruzada, ¿no era eso algo religioso?
Gunter bufa pesadamente mientras aprieta el puente de su nariz.
–Mejor dejemos este tema y vayamos con lo verdaderamente importante.
Mérida asiente con firmeza. –¿Tienes alguna idea de dónde podríamos conseguir más reclutas, Gunter?
El rufián le dedica un ceño fruncido.
–Me refería al tema de la Iglesia, Mérida. Todavía no sabéis cómo funcionan las relaciones sexuales –la princesa de DunBroch bufa, pero el resto de niños asienten–. Voy a dejároslo rápido y sencillo, ¿de acuerdo? –los muchachos vuelven a asentir, ahora también Mérida aunque con algo de desgana–. De acuerdo, las relaciones sexuales consisten en la unión de vuestros órganos reproductores, ¿sabéis cuales son?
Y es entonces que todos, a excepción de Tadashi, se quedaron completamente confusos.
Se miraron entre ellos, como si buscaran en el cuerpo de los demás la respuesta, Alberto y Mérida miran a Tadashi en busca de una respuesta pero el mayor parece divertirse con la idea de que ellos no tengan ni la más remota idea de cómo funcionan sus propios cuerpos. Hiccup y Hans intentan recordar las incómodas charlas con todos los hombres experimentados que les forzaron a entablar ese tipo de conversaciones, Rapunzel ya hace tiempo ha decidido que las enseñanzas de su madre –que en este ámbito fueron escasas– no valían para nada, así no se molestó en buscar las respuestas en sus memorias; por otro lado, Anna y Elsa solo podían cruzarse de brazos e intentar adivinar, nadie nunca se había atrevido a hablarles de ese tema por el sencillo hecho de que ellas eran princesas, por el simple hecho de que eran mujeres, ellas solo tenían que aceptar lo que les viniera y procurar no morir en el parto, lo demás era cosa del marido que su abuelo eligiera para ellas.
Y se quedaron callados por unos larguísimos segundos en los que Gunter observaba espantado que realmente ni uno solo de esos niños tenían la más mínima información con respecto a su cuerpo.
Gunter suspira y hace una mueca.
–Tiene pinta de que no tenéis ni idea –los niños niegan. Gunter, entonces, se sienta en el pasto húmedo con las piernas recogidas–. Lo que tenéis entre las piernas cada uno –dice, cubriéndose con los brazos esa parte, tal vez por propia comodidad, tal vez para no hacer sentir nervioso a ninguno de los niños, no lo sabía definir del todo–, esos son vuestros órganos... ¡Jack, no te lo mires ahora!
Gunter reniega mientras, avergonzado y asustado por el grito, el niño fantasma suelta de la tela que estaba levantando para echarse una miradita a sí mismo. El hombre vuelve a bufar pesadamente.
–Jack esas partes tuyas son privadas, no puedes sencillamente mostrarlas en público ni dejar que otros lo hagan.
El niño fantasma ladea la cabeza. –¿Por qué son privadas?
–En vuestro caso es porque sois aún muy niños, que alguien tenga acceso tan fácil a vuestras zonas privadas podría ser peligroso para vosotros, se pueden aprovechar, tenéis que saber a quien le dais esa confianza. Cuando crezcáis notaréis que vuestra desnudez tiene un nuevo significado para vosotros mismos y el resto de personas, por lo que vosotros mismos comprenderéis la necesidad de la privacidad.
–¡Ah! ¡Eso sí que lo explicaron! –comenta Hiccup emocionado–. Según mi padre, mostrarte desnudo frente a alguien es la máxima prueba de confianza, porque no puedes esconder arma alguna si estás desnudo. Así que te muestras desprotegido ante esa persona, indefenso.
Mérida alza una ceja.
–Me encantaría decir que me sorprende que justamente los vikingos lo vinculéis con las armas, de verdad que me encantaría mentir de esa forma.
–Cállate.
–Sería una mentira muy gorda, ¿sabes?
–Mérida, cállate –insiste Hiccup.
–No me siento capaz de ignorar de tal manera la verdad.
–Mérida –le llama amenazante–, tengo una Elsa y un dragón, y no tengo miedo de usarlos –advierte inflando el pecho y cruzándose de brazos.
–¿Hay acaso más de una Elsa? –pregunta por lo bajo Jack, confundido.
–Pues yo tengo un Angus, una Rapunzel y un Jack. Creo que gano yo.
–¿Hay más de nosotros? –la duda del fantasma vuelve a quedarse pérdida entre susurros.
–¡NIÑOS! –Gunter se ve obligados a gritarles antes de que la inglesa y el vikingo tomaran las piedras del suelo. Mérida es la primera en desarmarse, Hiccup lo hace con más recelo, sin fijarse en Gunter y su expresión de papá enojado–. ¿Qué acabo de decir acerca del apedreamiento?
–Que no podemos –mascullan Hiccup y Mérida mirándose los zapatos con vergüenza.
–Pues eso –responde asintiendo con firmeza–. Volvamos al tema que nos corresponde, ¿entendido? No más desviaciones –todos los niños asienten firmemente, todos se quieren evitar los regaños–. Escuchad, cada parte tiene un nombre. Niñas –llama, y ellas se fijan en el de inmediato–, lo vuestro se llama vagina. Niños –los muchachos hacen lo mismo que antes hicieron las chicas–, lo vuestro se llama pene, ¿me habéis entendido todos?
Los niños asienten, pero Tadashi hace una mueca.
–Mis padres dicen que esas palabras son muy bruscas, que es mejor usar términos más amables.
Gunter niega firmemente. –Nada de nombrecitos cursis, que pueden crear problemas.
Elsa alza una ceja. –¿Y cómo podrían traer problemas el usar términos más amables?
–A ver, ¿os acordáis de lo que os dije hace poco? Hay gente que intentará aprovecharse de vosotros, intentará forzaros a hacer cosas que no queráis, os pueden llegar a tocar sin vuestro consentimiento, si no podéis expresar correctamente qué os llegaron a hacer, sería un serio problema –el grupo se ve aún confundido, por lo que Gunter insiste en la explicación–. Voy a ponéroslo así, muchos padres usan los términos florcita o amigo para referirse a las zonas privadas de un niño, si alguno de vosotros algún día viene por ayuda y nos dice que le han tocado su amigo o su flor no lo comprenderemos tan bien como si nos dijerais que alguien tocó vuestro pene o vagina, ¿ahora me entendéis?
Los jóvenes se miran entre ellos. Algo les dice que esta explicación realmente está pensada para personas de una edad menor, pero teniendo en cuenta su nulo conocimiento y la infantilización que recibieron por tantos años de su vida, comprenden la necesidad de explicar lo más básico de la forma más sencilla posible.
Tadashi tiembla un poco mientras asiente al unísono de los demás. Ahora que Gunter lo presenta así, tiene que admitir que definitivamente él no hubiera tenido manera de advertir a sus padres si alguien llegaba a tocarlo indebidamente. Seguramente su padre le hubiera dado una palmadita o su madre le hubiera entregado una sonrisa confundida si él se presentará un día nervioso y diciendo que alguien había tocado su ramita –aquel fue el nombre que, a los cinco años, su padre le otorgó a su miembro–. Eso definitivamente pudo haber sido un problema que jamás se hubiera resuelto...
Tiembla incluso más al pensar que, ahora mismo, su hermanito menor, el pequeño genio Hiro, tampoco tendría modo de avisar si alguien le hiciera daño.
Y es mientras que Gunter explica cosas que él ya había aprendido hace unos pocos años –de una manera mucho peor, tenía que admitirlo, pero lo había aprendido–, Tadashi se sigue planteando todas las cosas que él estaba conociendo, disfrutando y viviendo, los futuros soberanos que ha conocido, el descubrimiento de una raza jamás imaginada, la amistad con gente tan extraordinaria, el encuentro de un amor intenso que no podía explicar... tantas cosas estaba aprendiendo, tantas cosas que dudaba inmensamente que en algún momento su hermano siquiera llegara a conocer.
Había abandonado su casa con permiso de sus padres, se había dicho tantas veces que quien lo tenía mal era él, pues sus padres parecían insensibles a la idea de perder un hijo ahora que aseguraban su futuro en el vástago con más inteligencia y memoria... nunca se había planteado en verdad que habría podido llegar a suponer para el pequeño Hiro, que era incluso menor que Anna, que su hermano mayor un día se hubiera ido con pocas cosas en una bolsa de cuero y sin ninguna despedida.
¿Sus padres le habrán contado la verdad a Hiro? ¿Le habrán dicho cosas malas para que Hiro no le extrañase? ¿Hiro se sentiría culpable de alguna manera? ¿Se sentiría solo ahora que no tenía a su hermano mayor? ¿Se sentiría abandonado, enojado o indignado por algún motivo?
¿Había sido él egoísta y cruel al irse de esa manera de su casa?
Siente la mano de Mérida tomando la suya. Es entonces que se da cuenta de todo el tiempo que ha pasado, porque Gunter ya se había ido, la charla había concluido y algunos miembros de ese grupo de niños sin hogar ya se estaban estirando para irse a dormir.
La piel de Mérida es reconfortante, tanto que casi olvida la pequeña epifanía que estaba teniendo con respecto a su hermano menor.
Los ojos azules y maravillosos de la princesa de DunBroch lo observan fijamente, manchados de preocupación, mientras su pulgar acaricia el dorso de la mano de Tadashi.
–¿Te encuentras bien? –le pregunta con cariño y cuidado–. Has estado perdido por un largo tiempo –le comenta, confirmando así que ha pasado mucho tiempo sumido en su propio mundo de remordimientos y cuestiones.
Esas palabras, no lo sabe hoy pero lo sabrá algún día, significan mucho para él. Agacha la cabeza y reposa su frente en el hombro izquierdo de Mérida y suelta un suspiro pesado, apaciguando la mandíbula que no sabía que estaba apretando tanto.
–Es solo que... con esta charla... no, con toda esta experiencia –intenta explicarse de la mejor manera, procurando no sonar acusatorio–, no tengo muy claro por qué, pero no puedo evitar preguntarme si hice bien al abandonar mi hogar.
Algo le apretuja el corazón a Mérida, y Tadashi se siente culpable al notarlo.
–Quiero decir –empieza a hablar apresurado, levantando la cabeza y tomando con fuerza la mano de Mérida–. Adoro haber aprendido y conocido todo lo que tengo ahora –entrelaza sus dedos con los de ella–, adoro haberte conocido... haberte encontrado –dice con delicadez, intentando dejarle lo más en claro posible lo mucho que la quiere... lo mucho que la ama–… pero no puedo evitar sentirme culpable al pensar en todo lo que deje atrás... siento que no debí de irme y dejar a tanta gente sin saber que será de mí –el muchacho suspira–. Sabes que tengo un hermano menor –Mérida asiente en silencio, comprensiva, acariciando aún el dorso de su mano–, no puedo evitar preguntarme cómo se debió sentir cuando se enteró que me iba a recorrer el mundo, no puedo evitar preguntarme si me guarda rencor o si no quiere pensar en mí en lo absoluto.
La ve fruncir un poco el ceño por la confusión.
–¿Por qué estaría enojado contigo, Tadashi? –le cuestiona con delicadeza.
–Porque le abandoné –responde con algo de obviedad, pero Mérida se nota más confundida por su respuesta–. ¿Qué es lo que tienes en mente?
–No entiendo exactamente a qué te refieres con eso de abandonarlo –le dice con simpleza, incluso hundiéndose levemente en hombros–, es tu hermano menor, no tu hijo.
–Ya... pero se supone que debería estar allí para él.
–Para eso están vuestros padres, ellos tienen que procurar su salud y su bienestar, ese no es tu trabajo.
Tadashi se siente incomprendido y frustrado por no saberse explicar. –No puedo evitar sentir que también es responsabilidad mía –murmura desanimado, es ahora Mérida quien se apoya en él, para así transmitirle de alguna manera su apoyo absoluto y, con la misma intensidad, todo su cariño–. Es decir, ¿por qué no sería responsabilidad mía garantizar la felicidad de mi hermano menor?
Mérida está a punto de hablar, pero la voz de Anna la detiene y llama la atención de la pareja.
–Porque él mismo tiene que luchar por su felicidad –dice con simpleza–. Incluso si tú estuvieras a su lado, incluso si estuvieras con él, no podrías asegurar que llegué a ser feliz –de repente, la pareja puede notar cierta tristeza e impotencia en el tono de voz de la más joven del grupo–. Su felicidad es su trabajo personal, si luchas tanto por conseguir la felicidad de otro... ¿qué pasará con tu felicidad, Tadashi? –el muchacho se queda en completo silencio por unos asfixiantes segundos, hasta que llega a intentar a hablar, nuevamente la voz de Anna se adelanta–. Y, para que lo sepas, que tu felicidad dependa de la felicidad de otros es sumamente negativo y te llevará a un infierno de eterna impotencia... lo digo por experiencia.
Mérida y Tadashi se quedan en completo silencio por otros largos segundos, poco les falta para hacerlo por un minuto entero, Anna solo se queda en silencio, en su mundo, recogiendo lo que ella usó para la cena. Es entonces que Hans vuelve a la zona de la fogata, con más pelaje de lobo y cabellos de caballo en la ropa que antes.
–¡Anna! –llama en medio de un bostezo–. Elsa dice que vengas ya a dormir.
–Ya voy –le dice mientras le pasa un trapo empapado a su cuenco y cubierto.
Hans entonces mira a la pareja, y al notar que miran fijamente a su buena amiga, el príncipe de las Islas del Sur alza una ceja. –¿Qué pasa?
–Nada –se apresura en responde Tadashi–, es lo que Anna me dio un muy buen consejo y lo estoy pensando mucho –explica sin mentir en ni un solo momento, pero sin atreverse en revelar toda la verdad.
Mérida mira aliviada a Tadashi mientras este le sonríe como modo de agradecimiento a Anna, quien se ve bastante contenta por la idea de poder ayudar al mayor del grupo con uno de sus dilemas de culpabilidad. Le pareció correcto meterse en la conversación en cuanto la escuchó, ella sabía perfectamente cómo se sentía la impotencia por no poder asegurar el bienestar emocional y físico de un hermano. Aún recuerda como fueron todos esos meses en los que creía firmemente que la felicidad y seguridad de Elsa era solo responsabilidad de ella, todo esto por la culpabilidad de haber seguido el juego de odio que su abuelo intentó imponer entre ambas hermanas. Comprendía esa necesidad de proteger a los demás, esa satisfacción que solo llega cuando ves sonrisas ajenas, esa frustración por no poder hacer feliz a los demás, esa necesidad de alegría ajena... había sido tan enfermizo... sigue siendo un poco enfermizo, cada vez que se le presenta, cada vez que Elsa tiene una pesadilla y se despierta de golpe intentando asegurarse que su espalda no tiene ninguna quemadura, cada vez que Elsa le cuenta algún temor con todo el conocimiento que le llega de repente y no entiende, o cada vez que Hiccup suelta alguno de esos comentarios que dejan entrever lo inútil que se siente, cada vez que Hiccup acaricia su propia nuca entre lágrimas cuestionándose por qué su propio padre no podía amarlo, o cada vez que Hans rodaba tanto el anillo de su casa hasta hacerse dolorosas rozaduras, cada vez que les preguntaba al resto de nórdicos cómo eran capaces de quererlo si según su madre no había nadie en el mundo que le quisiera de verdad, cada vez que Hans imitaba las acciones de su familia para luego sentirse asqueado consigo mismo.
Sí... Anna estaba enferma de preocupación y no sabía cómo lidiar con ello.
Porque, en todo ese año, había aprendido que debía dejar de preocuparse en reparar cosas que no podía reparar, había aprendido que primero tenía que sanarse a sí misma y luego ver en qué podía ayudar en el proceso de los otros.
Porque su felicidad era su problema, la felicidad de Elsa era problema de Elsa, la felicidad de Hiccup era problema de Hiccup y la felicidad de Hans era problema de Hans. Claro que podía ayudar, pero teniendo en cuenta que esa ayuda no puede poner en riesgo tu proyecto personal de estabilidad emocional.
Su amigo le vuelve a insistir que tienen que ir a dormirse ya, que Elsa está muy firme con eso de que ya es muy tarde y que mañana van a seguir caminando sin una dirección no muy clara, es por eso y más motivos que Anna le asiente con una sonrisa, se despide con un movimiento de mano de la extraña pareja hace poco formada y se va agarrada del brazo de Hans hacia donde las dos manadas, el dragón y la otra parejita del grupo ya descansaban. No tenían ningún motivo romántico para caminar tan juntos, era por el sencillo motivo de que ambos se sentían más que cómodos con las muestras de aprecio y cariño mediante el tacto. Hans siempre jugueteaba con el cabello de Anna o dejaba su mentón reposando en la cabeza rojiza de la chica, Anna, por otro lado, siempre se abrazaba a su brazo o jugueteaba con los dedos del príncipe en lugar de hacerlo con los suyos propios.
Esas eran maneras de comunicarse que, por el momento, no eran otra cosa que amistad pura.
Cuando uno lo piensa bien, es bastante perturbador pensar que si Hans jamás hubiera huido de su palacio, si su abuelo no la hubiera obligado a salir corriendo de su hogar, si nada de ellos no hubieran buscado una mejor vida en otro lugar, Hans hubiera terminado siendo un cabrón sádico dispuesto a matar a Anna, una pobre muchacha aislada del resto del mundo, ansiosa por sentir algo de amor...
Ahora ellos dos tenían todo el amor que querían, y la violencia era algo que sí, se podía ejercer contra otros y de las maneras más bestias, pero jamás entre ellos.
Porque se quería, algún día definirían exactamente cómo se querían, pero por el momento bastaba con quererse.
Llegan con el resto de escandinavos, los menores se acomodan como de costumbre, ellos en el medio, abrazados y protegidos por los mayores y ese gigantesco grupo de animales –aunque no todos feroces– capaces de masacrar por ellos.
–¿A dónde creéis que deberíamos ir? –pregunta Hans mientras Hiccup comienza a acariciarle con cariño el pelo.
Elsa parece ser la única que se lo piensa de verdad.
–¿Deberíamos intentar algo del otro lado del Mare Nostrum? –lanza la pregunta al aire.
–Os cortarán las cabezas en cuanto vean que sois cristianos –responde con algo de sorna Hiccup, los cristianos se acarician el cuello con temor–. ¿Quién ocupa ahora el antiguo terreno de los helenos?
Anna mira a Hiccup con una ceja alzada. –Si evitamos a antiguos romanos, ¿por qué confiar en antiguos griegos?
El vikingo se hunde en hombros levemente.
–Tal vez encontremos algo interesante.
–Pues si así lo crees habrá que comentárselo a Mérida –añade Elsa mientras se acomoda mejor.
Una risilla se le escapa a Hans.
–Dios... hace semanas nos negamos a confiar en ellos... hace casi un mes que ni siquiera los conocíamos... hace un año no nos conocíamos –el último dato tiene algo de más de pena–, ¿podéis imaginaros ahora la vida sin alguno del grupo?
–Yo me sentiría muy cómodo sin el no-romano con secretos, la verdad –se burla Hiccup.
Anna niega. –No... solo quieres que nos confíe el secreto.
Los cuatro se quedan en silencio por un largo tiempo.
Hiccup suspira.
–Sí, la verdad me gustaría saber qué es eso tan terrible que no se puede comparar con un dragón, una manada de lobos, cabello que cura cualquier herida, y dos –alza dos dedos para apoyar su punto– sujetos con poderes de hielo... ¿me vais a decir que no os desespera no saber qué es lo que esconde?
–Deja que vaya a su ritmo –regaña levemente Elsa.
–Ya lo sé, ya lo sé... pero no puedo evitar angustiarme.
–Tú te angustias por todo –acusa con sorna Hans.
Hiccup resopla mientras el resto ríe.
Odiaba admitirlo, pero tenían toda la razón del mundo.
A veces le gustaría no preocuparse tanto por absolutamente todo, pero no podía evitarlo.
Se limita a suspirar e intentar dormir, largos días llegarían y tendrían que estar preparados para eso.
.
.
.
Pues aquí está, un capítulo sencillito, con sus gracias, su profundización en dos personajes que ya les hacía algo de falta –Tadashi porque hasta ahora se le ha mostrado como el personaje que lo tiene todo clarísimo y Anna porque hacía ya tiempo que no hablábamos de ella–, y la introducción de lo que serán los futuros personajes.
He estado muy tentada en poner a Hércules y Megara, pero, por el momento, no meteros a estos dos.
Para dar un leve spoiler diré que, debido a que su canon no los coloca en ningún exacto en el mapa que conocemos, colocaré a los nuevos personajes en lo que sería la actual Grecia –es complicado encontrar un mapa de Europa de la etapa exacta que estoy buscando, así que, hasta que encuentre uno que vaya bien con este fanfic, no le daremos nombre a esa zona... las complicaciones de la exactitud histórica–, no hay ningún buen motivo para hacerlo así, solo quería dirigirlos hacia el Mediterráneo pero no hacia España por motivos ya presentados.
¡Por cierto! Que me acabo de acordar que las edades no están muy claras –más que nada porque a mí siempre se me olvidan cuales son o si las he comentado o no–. Así que dejaré un pequeño esquemita –que va, esto no es para guiarme yo, no, es para responder dudas... por supuesto–.
Repito que no me acuerdo del todo si he especificado ya sus edades, voy a revisarlo por si me equivoco, pero esto es lo que recuerdo ahora.
Tadashi – 14 años.
Elsa – 13 años (unos meses mayor que Hiccup.)
Hiccup – 13 años
Mérida – 12 años (unos meses mayor que Hans.)
Hans –12 años
Alberto – 11 años (unos meses mayor que Jack y Rapunzel.)
Jack –11 años (más o menos, que recordemos que es un fantasma, por lo que pondríamos también ponerle 1 año.)
Rapunzel – 11 años.
Anna –10 años.
Y, pues ahora tiene un año más, teniendo en cuenta que esta historia tengo planeada que sea larga iré actualizando este esquema en los capítulos que sean necesarios.
