La cruzada de la última DunBroch.
Capítulo XII.
Bruno Madrigal era un buen hombre, se lo habían dicho sus sobrinos, sus nietos, sus cuñados, sus hermanas y su madre, así que, a diferencia de muchas otras cosas, Bruno Madrigal podía afirmar sin problema alguno que era bueno y con eso, a pesar de que era poco, le bastaba. Luego del incidente en el que por poco se apaga para siempre la vela que le otorgaba sus fantásticos dones a todos los miembros por sangre de la familia Madrigal, las cosas habían cambiado muchísimo. Su madre, aún entristecida y marcada por la muerte de su marido, aprendió a dejarse llevar poco a poco, a aventurarse un poco más y, sobre todo, a perderle miedo al mundo exterior. Fue entonces que los Madrigal se dieron cuenta de una cosa muy importante: sus dones eran regalos tan hermosos que no podían seguir resguardados entre inmensas colinas mientras había tanta gente en el resto del mundo que los necesitaba.
Que el primero de los hijos de Dolores y Mariano tuviera un poder tan conveniente fue el mensaje perfectamente claro del milagro de que aquella era una excelente idea. Fue entonces que la travesía comenzó, Casita ahora se movía alrededor de todo el mundo por los poderes de Emilio para así repartir las bendiciones de la familia Madrigal a todos los necesitados. Comenzaron con Europa, donde aprender latín y francés, que eran los idiomas que todo el mundo hablaba, fue sencillo.
Pronto descubrieron que, realmente, a la gente no le parecía del todo seguro meterse en una casa que se aparece mágicamente, y que la Iglesia terminaba mandando hordas y hordas de soldados cristianos hacia ellos cuando se les acusaba de satanismo y bujería.
Casi se desaniman y deciden volver a su lindo país, pero cuando el primer padre lloroso y desesperado trajo a su hija enferma para que Julieta la sanara la gente empezó a confiar en ellos. Logrando así que la leyenda de los Madrigal y de su Casita se extendiera por todo Europa, que era el continente en el cual, por el momento, podían comunicarse sin problema, cuando aprendieran los idiomas de los países africanos y asiáticos sin duda alguna acudirían para ayudar.
Porque ellos eran la familia Madrigal y ayudar era lo suyo. Los Madrigal son gente buena, y de esa gente buena se destacan dos personas: Bruno y Mirabel.
Era Mirabel quien salía de su zonas segura y buscaba de pueblo en pueblo gente que pudiese necesitarlos, solía tener ayuda de Dolores, que le iba indicando donde buscar, pero mayormente se aventuraba a parajes nuevos sin ninguna otra ayuda que el mapa que iban componiendo en casa poco a poco.
Era Bruno quien otorgaba profecías a todo aquel que entrase en Casita, asegurándose de que vieran cosas buenas o de darles consejos útiles si el futuro se veía trágico. Incluso cuando alguna gente huía espantada por lo que se les avecinaba, Bruno nunca paraba de ofrecer su ayuda.
Claramente el resto de la familia eran igual de amables y cariñosos con aquellos que venían pidiendo ayuda, pero era innegable que estos dos destacaban y nadie podía estar más orgullosa por eso que Alma, era hermoso ver que, a pesar de los errores cometidos a causa de su trauma, gentes buenas y de gran corazón pudieron florecer en su sobreprotegido jardín de bendiciones.
Y por lo bueno que era Bruno Madrigal fue que se espantó al entrar en su habitación y ver como todas las profecías que había tenido del futuro europeo se habían hecho trizas por arte de magia.
Se quedó en silencio por un larguísimo periodo tiempo, con los ojos desorbitados, el cuerpo tenso y la boca abierta observando espantado los trozos de profecías sin brillo en el suelo, siendo utilizados por las ratas como juguetes o nuevas comidas. Bruno se quedó espantado mientras todo lo que había creído como el irrefutable destino del continente se encontraba destrozado en la arena.
–¡Familia! –gritó saliendo de su habitación, la que ya no era una sucesión de interminables escaleras de piedra que imposibilitaban el buen descanso o la tranquilidad, con las ratas siguiéndole y llenando de arena todo el suelo de Casita–. ¡Reunión familiar! ¡Reunión familiar! –siguió bramando mientras daba golpes en las puertas de sus sobrinos y hermanas, asustando de paso a todos los animales atraídos por Antonio que vagueaban por los pasillos–. ¡Todo el mundo! ¡Ya! ¡Reunión familiar!
–¡Tío! –Bruno se detiene de golpe al oír la voz asustada de Dolores–. ¿Qué ocurre, tío Bruno? –le pregunta cuando este voltea a verla, Bruno se siente algo culpable al ver como su sobrina tapaba sus oídos, recuerda entonces que los ruidos demasiados bruscos afectaban terriblemente a la segunda de sus sobrinas.
Camilo también sale de su habitación, acompañado de su esposa.
–¿Qué es lo que ocurre aquí afuera? –cuestiona preocupado mientras aprieta el cuerpo de su mujer embarazada hacia el suyo propio, su esposa responde con unas palmaditas en el hombro para tranquilizarlo.
–Está ocurriendo algo terrible con mis profecías –explica Bruno acercándose a sus dos sobrinos, ambos reaccionan con espanto de inmediato–, se han destrozado y apagado, algo como esto nunca había pasado.
–¿Apagado? –repite Amelia, la mujer de Camilo–, ¿a qué se refiere con apagado?
–A que ya no brillan, las profecías, incluso cuando se rompen a propósito o por accidente mantienen un brillo verde, por eso son sencillas de encontrar –responde apresurado y con el terror aumentando en su cuerpo–, pero estás han perdido toda luz.
–¿Y eso que significa? –cuestiona Mariano mientras se acerca para tomar la mano de Dolores.
Bruno aprieta los labios y los puños, sobrellevado por la angustia y la impotencia.
–Ese es el detalle… no tengo ni idea de qué significa que dejen de brillar. Nunca me había ocurrido algo remotamente similar, incluso con la profecía de la destrucción de Casita, en ningún momento dejó de brillar –al ver el inmenso temor de su familia, Bruno no ve más alternativa que suspirar con pesadez e intentar mostrarse fuerte–, por el momento reunamos toda la familia, a alguien se le tiene que ocurrir algo, ya sea el significado de esto o como solucionar los problemas que pueda traer.
Camilo y Dolores asienten con firmeza, sus parejas hacen lo mismo después de unos cortos segundos, pero en sus ojos y su lenguaje corporal se nota mucho más nerviosismo de lo que muestran los miembros de sangre de la familia Madrigal.
A los pocos segundos también salen de sus habitaciones Luisa e Isabela seguidas por sus maridos para preguntar a que se debía todo ese alboroto que terminó despertando a sus pequeños hijos, que tenían por diferencia unos pocos meses y en el momento del griterío estaban a punto de caer dormidos. Santiago Quintero, un antiguo habitante de Encanto y marido de Isabela, fue el primero en proponer una idea de que podría estar pasando, era una opinión bastante negativa, por la que la cortó a la mitad y se disculpó por tan siquiera proponerla, pero nadie en verdad la descartó del todo.
La posibilidad de que esto pudiese ser otra amenaza para los dones de la familia Madrigal estaba presente, y sencillamente no podían ignorarla, ya habían hecho algo similar muchos años antes y no llegó a suponer nada bueno girar a otro lado y fingir que el problema no existía.
Fue en la cocina donde encontraron al resto de la familia. Antonio conversaba tranquilamente con su abuela, quien parecía no estar dispuesta en soltarle la mano al menor de sus nietos, Agustín acomodaba la inmensa mesa de la familia Madrigal a la par que le daba charla a su suegra y al más joven de sus sobrinos, mientras Julieta, Emilio y Mirabel preparaban todo la comida necesaria para alimentar a una familia tan grande.
Bruno llega e interrumpe las acciones de todos los presentes, les insiste en sentarse en la mesa para que él pueda explicarles lo ocurrido, para explicarles los nuevos acontecimientos que podrían suponer un nuevo e importante peligro para la familia Madrigal. Se los explica todo, vigilando en todo momento por el rabillo del ojo que alguien estuviese sirviendo de apoyo emocional para su madre, Bruno sabe perfectamente que la pobre Alma Madrigal no podría soportar una nueva desgracia para la familia, su delicado cuerpo y su avanzada edad no le dejarían continuar frente a otra tormenta de problemas, el hombre se calma cada vez que ve como Antonio acaricia las manos de Alma para tranquilizarla, pues la mujer, en cada ocasión, parece tomar cuidadosamente algo de aire en cuanto siente las caricias de su querido nieto.
–No puede significar un problema para el Encanto –niega firmemente Mirabel. Quien hace tiempo ya había sido nombrada como la siguiente matriarca de los Madrigal–, los demás dones siguen funcionando sin problema alguno, no hay grieta alguna en Casita, lo reviso yo misma cada día –añade lo último cuando ve algo de duda en los ojos de su tío Bruno–. El Encanto está fuerte, tío Bruno, nuestra familia está fuerte… puede que no estemos fallando nosotros, sino el mundo exterior.
Camilo alza una ceja para después inclinarse un poco hacia su prima. –¿Y qué se supone que significa eso, Mirabel?
El resto de la familia está igual de confundida, pero Bruno ha comprendido lo que intenta decir su sobrina.
–El futuro está cambiando –murmura con el tono lo suficientemente alto como para que lo escuchen.
Pepa abre los ojos. –Espera, ¿es eso posible?
–Nunca nadie ha intentado cambiar su futuro –argumenta con más seguridad Mirabel–, tal vez alguien lo haya hecho, alguien lo suficientemente importante como para cambiar todo destino de Europa.
–Espera, espera, Mirabel –intercede Félix alzando las manos y haciendo señas para que se detuviera–, tú misma cambiaste tu profecía, pero nunca dejó de brillar.
–No, no, cuñado –niega Bruno–, el futuro de Mirabel no estaba claro, no cambió nada, tomó una de las opciones que el destino le entregaba. Por eso su profecía seguía brillando a pesar de haber sido destrozada.
Camilo, ahora más calmado, se permite bromear. –Bueno… en cierto punto tomó ambos caminos.
–Camilo –regañó por lo bajo Amelia entre dientes, su marido se disculpa también entre susurros para evitar seguir recibiendo las miradas de reproche su esposa. Pepa sonríe ante la acción de su nuera, eso de que su hijo más rebelde se hubiera casado con una mujer que lo quería tanto y lo mantenía a la raya seguía siendo uno de sus alivios más grandes.
–¿Realmente alguien puede cambiar su futuro? –preguntó Antonio cuando finalmente Alma parecía más tranquila–… No, esperad un momento, dijiste que fueron las profecías del continente –señaló mirando a su tío Bruno–, ¿cómo sería alguien capaz de cambiar el futuro de todo un continente? ¿quién podría ser capaz de un impacto tan inmenso?
La cocina entera se queda en completo silencio por unos largos y pesados segundos. Ninguno de ellos tiene muy claro que decir a continuación, pero no es la familia Madrigal la que tiene que pronunciar palabra alguna para que el tiempo siga su curso, para que el mundo siga girando, dos golpes suaves pero firmes se escucharon en la puerta principal para luego ser repetidos por Casita con algunos azulejos de la cocina. Julieta es la primera en levantarse e ir a atender a quien necesitase la ayuda de su familia.
Incómodos por el temor que sentían, aun murmurando posibilidades, respuestas o algún tipo de solución, el resto de la familia sigue unos pasos por detrás a Julieta, también intentando calmarse para recibir correctamente a quien fuera que estuviese llamando a su puerta. Cuando están por abrir los portones principales, la mayoría toma una buena bocanada de aire, regulan lo mejor posible su respiración y se preparan para fingir alegría ante el nuevo visitante.
Las puertas se abren y un hermoso muchacho de ojos azules y largo cabello se muestra preocupado frente a ellos.
Sus ropas son increíblemente caras, o eso parecen por los bellos colores y la pulcritud de las telas, su larga melena castaña está atada en una baja coleta, dejando cortos mechones sobre su frente, adornando delicadamente su maravilloso rostro.
Jamás en todos estos años, los Madrigal habían visto a un joven tan apuesto.
–Buenas tardes –saluda inclinándose levemente hacia ellos con gran elegancia–. Sois vosotros la famosa familia mágica, ¿no es así? ¿Sois vosotros los Madrigal?
Mirabel es la primera en dar unos pasos hacia adelante para presentarse.
–Así es –dice con la máxima seriedad posible–. Nosotros somos la familia Madrigal, ¿en qué podemos ayudaros?
El alivio recorre por unos momentos aquel precioso rostro masculino y joven. –Mi nombre es Adam, soy príncipe de estas tierras y…
–¿Queréis conocer vuestro destino, su majestad? –pregunta de inmediato sin poder evitarlo Bruno, al ver la confusión en el rostro del monarca, el hombre continúa–. Muchos monarcas se han acercado a este hogar para que les permita saber que les aguarda en su reinado.
Para sorpresa de toda la familia, el príncipe niega delicadamente.
–No, mi buen señor, no deseo conocer mi futuro, no sería yo el primero en tener una corona sobre su cabeza y caer en locura por saber las decisiones del destino. No, vengo porque en mi castillo hay gente que os necesita, niños lastimados que no sé cómo curar. Me han hablado de una mujer extraordinaria que reside aquí con la capacidad de curar cualquier herida, es por ello por lo que he venido para rogaros vuestra ayuda.
Algo sorprendidos, los miembros con dones de la familia Madrigal se miran entre ellos hasta que, finalmente, Julieta reacciona a la petición y se acerca nuevamente al joven príncipe para presentarse como la Madrigal con la habilidad de sanar con herida con la comida que preparaba, aceptó a ayudar en todo lo que necesitase el príncipe de aquel país aleatorio al que habían llegado con las habilidades de Emilio. Julieta le llega a preguntar si debería de preparar todo la comida de una vez o si debería hacerlo en las cocinas del palacio, el príncipe Adam insiste con que debería de hacer todo allá para así poder otorgarle toda la ayuda necesaria a la mujer mientras cocine.
El príncipe no parece muy seguro de que toda la familia asista a su castillo, comentó algo de que los niños lastimados podrían llevarse uno que otro susto o podrían llegar a incomodarse por la gran cantidad de desconocidos, pero al final accedió a que Isabela, Mirabel y Bruno acompañarán a Julieta. Tío y sobrina querían aprovechar cualquier momento para preguntarle al príncipe si acaso había pasado algo inusual últimamente y así por lo menos tener alguna de pista de qué pudo haber cambiado el futuro del continente; por otro lado, Isabela también acompañaba para entretener a los niños necesitados mientras todos los preparativos eran realizados, era un hecho indiscutible que, por su don, Isabela era la Madrigal que más calmaba a los niños.
El viaje en carruaje fue algo inusual para la familia Madrigal, no era una forma común de viajar dentro del Encanto y desde que llegaron al continente europeo realmente no habían tenido ninguna oportunidad de experimentar correctamente ningún aspecto de la cultura de las clases altas de Europa. También, no podían negarlo, había sido algo emocionante sobre todo por lo hermoso que era aquel aparato, el traqueteo tranquilo y el dulce aroma dentro del vehículo habían sido otros añadidos bastante positivos.
Demoraron un par de horas viajando, horas en las cuales el príncipe no había dado mucha charla pero había tratado con todas sus fuerzas hacer ameno el viaje ofreciendo distintos postres y contando un poco de los paisajes que llegaban a ver a través de las pequeñas ventanas que había a cada costado.
Un hombre con un bigote bastante divertido les abrió las puertas del carruaje cuando finalmente llegaron a su destino, el príncipe les hizo una seña para que ellos bajaran primero y los cuatro miembros de la familia Madrigal aceptaron aquel detalle. El hombre que les había abierto la puerto los saludó con increíble cortesía mientras les ofrecía una de sus enguantadas manos para bajar, a las dos menores les sorprendió que el sujeto no retirara su mano espantado en cuanto una de las ratas de su tío Bruno se asomó desde bajo una de sus mangas para olisquear un poco al desconocido.
–Bienvenidos al palacio del príncipe Adam, familia Madrigal –los saluda sonriente un hombre de gran sonrisa y cabello castaño–. Es un inmenso placer para todos nosotros –dice mientras se inclina de manera exagerada frente a ellos–, que sean nuestros invitados de honor de esta tarde. Mi nombre es Lumière –se presenta una vez levanta el rostro y el príncipe va colocándose a su lado junto al hombre de bigote divertido–, este de aquí es mi buen amigo Din Don –el hombre del bigote se inclina ante ellos con elegancia en cuanto lo presentan–. Y ya conocéis a nuestro príncipe, el joven Adam que ha sido reconocido nuevamente como futuro rey de estas tierras hace relativamente poco.
Mirabel parpadea confundida y frunce un poco el ceño, es Bruno el primero en presentar una pregunta.
–¿A qué os referís exactamente con eso? –cuestiona intentando ocultar lo mejor posible su emoción por obtener algo de información con respecto a los súbitos cambios.
Para sorpresa de los cuatro Madrigal, el príncipe sonríe con algo de vergüenza.
–Oh, bueno, se trata de realmente de una extraña historia… tal vez os la pueda contar una vez todos los niños sean sanados.
Bruno intenta insistir un poco más para obtener la información necesaria en ese preciso momento, pero su hermana mayor le detiene con un delicado toque en el hombro y unas suaves palabras dedicadas al joven y apuesto príncipe.
–Por supuesto, su majestad –asiente con elegancia, esa elegancia que toda la familia ha estado practicando durante meses para no ofender a nadie–, si fuera usted tan amable de guiarme a las cocinas.
–Síganos, señora Madrigal –pide con amabilidad el señor Din Don mientras se hace un lado y señala con un brazo el camino que seguirían. Din Don, Lumière y Julieta van unos pasos adelantados para llegar lo más pronto posible a las cocinas, mientras que los demás miembros de la familia Madrigal ahí presentes intentan recaudar toda la información posible caminando al ritmo del príncipe de aquellas tierras.
Isabela es quien logra mantener más la calma. –¿Podríamos preguntaros como es que tantos niños han acabado en este lugar, su majestad?
La expresión del príncipe se llenó de pena.
–Estos pobres angelitos han sufrido terribles maltratos de adultos sin corazón ni alma, tienen terribles heridas… unos amigos míos los rescataron de su infierno y como debían partir decidieron pedir ayuda para cuidar de ellos y, bueno, eso es lo que estoy haciendo.
El silencio reinó por unos espesos minutos mientras las cuatro personas seguían caminando en dirección a las cocinas del precioso palacio del príncipe Adam. Dejándose llevar aún más por su preocupación que su por su curiosidad o sus ansias de obtener pistas para solucionar el nuevo problema de su familia, Mirabel se acerca un poco más al joven príncipe y pronuncia la siguiente cuestión.
–¿Qué es exactamente lo que tiene que curar mi madre?
El príncipe, con gran esperanza en sus ojos, le responde encantado. –Hay algunos niños con huesos rotos o con grandes cicatrices que no cierran del todo, además de todo ello, algunos sufrieron tales heridas en sus cuerpos que sus extremidades no se mueven del todo bien… y bueno, como os comenté antes, estos pobre angelitos han vivido un verdadero infierno y han estado allí por muchos años, sus heridas no solo son física, sino también psicológicas –es entonces, mientras los Madrigal intentan sopesar el crudo relato del príncipe, que Adam suelta un suspiro pesado–, he escuchado a tantos hablar de los magníficos dones de los Madrigal he escuchado a tantos hablar de como Julieta Madrigal puedo sanarlo todo, me preguntaba… me preguntaba si también pude curar las heridas que hay en el corazón y en la mente.
Preocupados, los miembros presentes de la magia extranjera se miran entre ellos, buscando una respuesta a la pregunta que, angustiado y lleno de ilusión, presentaba por primera vez frente a ellos. Todo el mundo en el Encanto se presentaba con heridas físicas, ataques de abejas, mordidas de animales, huesos rotos, cactus incrustados en todo el cuerpo y una larga lista de etcéteras… pero nadie nunca había acudido a Julieta o a ningún Madrigal por algún problema no físico, nadie les había pedido ayuda con eso. Mientras más lo pensaban esos tres, más inseguros estaban de que Julieta pudiese ayudar a esos pobres niños victimas de un mundo demasiado cruel y déspota.
Cuando finalmente llegaron a las cocinas Adam le presentó a Julieta a todas las mujeres que la ayudarían a hacer las comidas y le dio carta blanca para que las dirigiera como ella viese correcto. También presentó a una jovencita un poco menor que él pero de igual belleza, una muchachita encantadora y muy educada llamada Bella que también se puso a la absoluta disposición de Julieta Madrigal. La mujer con el don de la curación ordenó que se empezara a preparar el plato más sencillo que todas las mujeres se supieran, que bastaría con ella añadiera un solo condimento para que su magia surtiera efecto en los niños lastimados. Las trabajadoras del palacio se pusieron de inmediato a trabajar mientras Adam se acercaba a Julieta quien también comenzaba con su labor.
–Yo también estaré a sus órdenes, mi buena señora, muchas gracias por toda vuestra ayuda –le dice mientras toma los primeros ingredientes con calma, el joven sonríe levemente en cuanto ve la mirada llena de amor y agradecimiento de Julieta.
–Me pareces un futuro rey estupendo, Adam –le dice mientras se para un momento para tomarle con cariño una mano–, nunca antes había visto a un soberano tan preocupado por su reino… es todo un honor poder ayudarte en un misión tan noble y hermosa.
El príncipe francés llega a sonrojarse un poco. –Hace tan solo unos meses yo necesitaba esa ayuda, mi buena señora, y no pude pedir ayuda a nadie… y nadie me brindó la ayudaba que necesitaba. Cuando me liberé de mi dolor y mis problemas, supe a la perfección que no quería que ningún otro tuviera que pasar por lo mismo.
–Comprendo ese sentimiento por completo –asegura algo melancólica–. Mi familia perdió su hogar hace muchísimo tiempo atrás, cuando yo acaba de nacer, mi madre y mi padre se vieron obligados a huir de su pueblo de toda la vida… perdimos a mi padre en aquel entonces y desde entonces, tal vez con uno que otro error de por medio, mi madre se ha asegurado de mantener a salvo a todos los que puede, ella no quería perder a nadie más, no después de haber perdido tanto.
Asombrado y apenado por la historia, Adam asiente con delicadeza mientras la ve cocinar casi en automático.
–Se lo he comentado antes a vuestra familia, señora Madrigal, pero no recibí respuesta ante la duda que presenté, por lo que veo correcto cuestionároslo a vos misma –Julieta asiente con firmeza ante la fija y firme mirada del príncipe–, ¿podéis aliviar los dolores del corazón? ¿curáis las heridas de la mente?
Julieta, sorprendida y levemente confundida, frunce un poco el ceño y parpadea repetidas veces.
–¿La mente y el corazón? Nunca nadie me había pedido nada similar, hasta ahora solo han acudido a mí por enfermedades o heridas.
La esperanza escapa un poco de la mirada y del corazón de Adam. –¿Acaso significa eso que no podéis hacerlo?
Julieta niega con la cabeza. –No, Adam, significa que nunca antes lo he intentado, por lo que no sé si podre o no –la mujer se arremanga más la tela que cubre sus brazos y sonríe con emoción al príncipe–. Vamos a descubrirlo, ¿de acuerdo?
Adam sonríe de oreja a oreja–. ¡De acuerdo!
Llevaban ya varias horas cocinando y parecía que realmente jamás llegarían a preparar todos los platos necesarios para todos los niños necesitados que estaban presentes en ese palacio, siendo entretenidos por Mirabel e Isabela, la menor de las hijas de Julieta tenían ya demasiados años de entrenamiento para mantener entretenidos y contentos a los más jóvenes por todo lo que vivió entre los niños del Encanto y sus propios sobrinos, mientras que la mayor de las hermanas hacía a los niños brincar de alegría con su magia de flores. Es cierto que Julieta necesitaba toda la ayuda posible, pero quince de las trabajadoras del palacio, su hermano, el príncipe y una muchachita llamada Bella un poco más joven que Adam eran en verdad bastante más ayuda de la que alguna vez había llegado a tener, por lo que trabajan rápido.
Pero la llegada de nuevos niños también era rápida… además, claro, de extremadamente preocupante. Pues a la velocidad de la luz corrió el rumor de que el príncipe Adam, heredero de la corona y el trono indiscutible de todas las tierras que comprendían el territorio de Francia, no solo había aparecido de la nada sino que también estaba abriendo las puertas de su palacio para todos aquellos niños que así lo necesitaran. Aquellas las familias que ni para trabajar tierras tenían y que se veían estresados por la necesidad de alimentar más que su propia boca rápidamente lo vieron como una gran oportunidad para deshacerse de peso muerto.
Cada minuto llegaba un niño nuevo, si era un bebé sencillamente lo dejaban dentro del jardín, teniendo la decencia de no marcar su muerte con los peligrosos lobos que parecían atacar a cualquier que tocara su territorio sin el permiso previo del príncipe; si tenían un poco más de edad eran dejados en las primeras puertas del palacio y les indicaban que entraran, que sus padres pronto volverían, algunos sospechaban que les mentían, pero aun así obedecían. Los más grandes, aquellos que comprendían que serían abandonados a su suerte en aquel palacio, eran amarrados a los barrotes de las rejas que marcaban los limites del palacio y eran abandonados por mucho que imploraban no ser dejados, por mucho que lloraban y berreaban por quedarse con su familia, ellos permanecían sujetos por las cuerdas que sus propios padres les habían puesto encima en las rejas que marcaba los límites del palacio.
Antes de que ninguno se diese cuenta, Adam y Bella habían comenzado a adoptar a muchachos incluso mayores que ellos, muchachos llenos de rabia y dolor, muchachos que también necesitaban alimentarse y rellenar de alguna manera el vacío espacio que dejó su corazón arrancado a la fuerza.
Aquello ya no era el respetable y majestuoso palacio del príncipe Adam de Francia, futuro rey… ahora era el orfanato oficial del reino pues llegaban niños de todas partes, Bella temía por el día en el que otros países descubrieran aquello y decidieran que fuese el orfanato oficial de todo el continente europeo.
Solo cuanto todos los niños fueron correctamente servidos, solo cuando todos y cada uno de ellos tenían un plato de comida caliente y bien balanceada frente a ellos, solo cuando todos gozaban de platillos sencillos pero increíblemente deliciosos para ellos solo entonces los adultos y los dos jóvenes decidieron darse su merecido descanso hasta que llegara la siguiente tanda de niños abandonados.
Respiraban pesadamente e intentaban recomponer las energías y las ganas, lo cual era sencillo viendo las caras contentas de aquellas pobres criaturas que lloraban de la alegría mientras se metían cucharada tras cucharada de comida a la boca. Adam casi se rompe a llorar cuando una niñita de unos seis años le dio un fuerte abrazo cuando él le dijo que obviamente podía repetir de plato porque habían hecho suficiente comida como para que pudieran repetir al menos tres veces.
La familia Madrigal observaba encandilada al joven príncipe de aquellas tierras. Adam era un buen muchacho que se preocupaba por igual por todos los habitantes de su territorio, el inmenso cariño que desbordaba de él, el extremo cuidado que tenía con cada persona y su eterna amabilidad era la prueba absoluta para ellos de que aquel muchacho sería un excelente rey que sería recordado por su hermoso corazón y su corazón bien intencionado.
Cuando todos estuvieron satisfechos, con sumo cuidado, Bella se encaminó cuidadosamente a uno de los niños que reconocía como victimas de los molinos. Era un muchacha enfermizamente delgada, de cabello castaño y mirada pérdida. Tenía tres platos de comida vacíos a su lado mientras se abrazaba a sus piernas. Había algo en su mirada, en la forma que parecía estar a punto de prepararse para dormir allí mismo, apoyada contra una pared como si no pudiese moverse, había algo en todo ella que le decía a Bella que todo seguía mal.
–Hola, ¿qué tal estás? –preguntó con delicadeza mientras se sentaba frente a ella–, ¿cómo te sientes? –la amiga del príncipe ya se imaginaba la respuesta, pero aún tenía algo de esperanza.
La muchacha alza la mirada, unos ojos morados y bellísimos miran fijamente a Bella de tal manera que la francesa se llena de pena.
–Tengo sueño –murmura mientras parpadea lentamente–, quiero descansar.
Bella asiente. –Claro, acompáñame al piso de arriba allí tenemos muchas camas para vosotros.
La muchacha tiembla y se retuerce en su sitio, Bella intenta acercarse, pero la muchacha parece insistir en alejarse todo lo posible de ella por lo que se detiene de inmediato.
–No, no, no –repite una y otra vez–, no quiero una cama, no quiero una cama –insiste mientras empieza a soltar grandes lagrimones. Bella empieza a temblar por no tener ni la más remota idea de cómo ayudar a la pobre muchacha que llora y tiembla bruscamente mientras se hace un ovillo cada vez más y más pequeño–, no quiero acostarme con nadie… no quiero… no quiero volver a hacerlo.
–No, no –niega angustiada Bella–, no vas a volver que hacer eso jamás, te lo juro –le promete completamente segura mientras toma sus manos, asombrada, la muchacha la mira fijamente a los ojos–. Nadie volverá a lastimarte, te lo prometo, aquí estás a salvo.
–¿A salvo? –repite incrédula.
–Por supuesto, a salvo, nadie volverá a lastimarte, te lo prometo.
Bella se queda un tiempo más con aquella muchacha, que después de algunos minutos se presenta como Megara, pero le pide que se refiera a ella como Meg. Bella la ayuda a regular su respiración, a calmar sus fuertes palpitaciones, en sí, a calmarse para poder guiarla con tranquilidad a una de las miles de habitaciones que se habían habilitado para que varias niños pudieran dormir con calma. Una vez se aseguró que Meg estaba tranquila durmiendo, Bella volvió a bajar para atender a todos los niños que reconocía como victimas del mismo infierno, confirmó que todos tenían un temor similar, una terrible memoria compartida; confirmó, también, que todos seguían lastimados en mente y corazón por lo que las habilidades de Julieta Madrigal no habían funcionado.
Las mucamas ayudaron a la amable muchacha amiga de su príncipe a llevar a todos los niños a dormir una siesta cuando todos estuvieron llenos y contentos con toda la comida que ingirieron. Por petición de los propios niños, se hizo una división de chicos y chicas para asegurar su comodidad, era comprensible cuando uno lo pensaba detenidamente que entre ellos no hubiera confianza alguna entre ambos géneros, también se hicieron separaciones entre los más grandes y los más pequeños, esto sobre todo por los que venían de los molinos.
Cuando terminaron de acomodar a cada uno de ellos, Bella y Adam se sentaron junto con los miembros presentes de la familia Madrigal para tomarse su merecido descanso. A pesar de que había un muy buen ambiente entre ambos grupos, con el tiempo el animo aminoró cuando Bella confirmó a todos los presentes que, a pesar de que ya no tenían herida ni enfermedad alguna, esos pobre niños seguían traumatizados por las horribles cosas que les hicieron.
Julieta se veía destrozada por aquella idea, se hubiera roto a llorar ahí mismo sino hubiera sido por el absoluto apoyo de su familia.
–No sabéis cuanto lo lamento –confesó con la mirada baja y el cuerpo tembloroso–… realmente… realmente esperaba poder ayudar a todos esos pobre niños… no puedo creer que no haya sido capaz.
Adam se estiró para tomar con delicadeza las manos de la mujer.
–No se atormente, mi buena señora, hicimos todo lo que pudimos, ayudamos todo lo que pudimos… ahora estos niños están en un lugar seguro, con comida caliente asegurada y no volverán a ser lastimados… creo que con eso será suficiente para que sanen poco a poco.
Bella asintió segura. –Además, lo abiertos que han estado a confiar en nosotros es una buena prueba de que tal vez vuestro don esté acelerando el proceso de sanación, señora Madrigal –propone optimista–, nos ha ayudado muchísimo y ni siquiera sabemos cómo agradecerle.
Bruno estuvo a punto de abrir la boca y pedir por información de qué podría ser aquel gran cambio que ha alterado todo el destino del continente europeo, pero Julieta se deja llevar por lo que necesita su corazón en ese preciso momento.
–Honestamente, me gustaría seguir intentándolo –declara con firmeza y con los puños apretados y temblorosos.
–¿Seguir intentándolo? –repite asombrada Isabela–, ¿hablas de quedarte aquí para seguir cocinando para estos niños?
Julieta asiente con seguridad.
–Mamá, espera un momento –le pide Mirabel tomando una de sus manos–, ¿estás segura de eso? ¿quieres en verdad quedarte aquí?
Mirabel tiembla un poco al ver la firme mirada de Julieta, una mirada triste llena de frustración e impotencia. –Mirabel, cariño, ¿cómo quieres que viva sabiendo que todos estos pobre niñitos me necesitan y no he podido ayudar un poco más?
–Julieta –intenta hablar Bruno.
–Me quedaré aquí –afirma Julieta con un firme asentimiento en dirección de Adam, que no intenta emocionarse tanto ante la negativa de la familia de la mujer con el poder de la curación.
Las miradas se centran en Mirabel en cuanto la escuchan suspirar con fuerza, con cierto toque de derrota a pesar de la sonrisa comprensiva en su rostro.
–Bueno, supongo que la familia Madrigal tendrá que quedarse por un tiempo cerca de este palacio, seguramente necesitarás varios manos para ayudarte con todos los menús que harás, mamá.
–Espera, ¿qué? –es todo lo que logra decir Bruno mientras Isabela concuerda con su hermana menor y Julieta agradece por su comprensión a sus hijas–, esperad, ¿no estaríamos molestando? –pregunta en dirección al príncipe Adam–, con todos los niños que necesitan un tiempo alejados de desconocidos y el poco espacio que os debe de quedar en el palacio, ¿una familia tan grande viviendo tan cerca vuestro no sería una molestia?
–En lo absoluto –responde de inmediato Lumière acercándose de golpe a la mesa luego de escuchar por encima la conversación, interrumpiendo al príncipe que estaba a punto de responder–, brindar un techo seguro a los niños necesitados y tener a los Madrigal residiendo tan cerca no era haría más que embellecer a un más la imagen de nuestro querido y maravilloso príncipe.
Adam, a pesar de la emoción de su buen amigo, se ve angustiado.
–No quisiera usarlos por métodos políticos, Lumière.
Pero el hombre a penas le presta atención. –Además, con la protección de ninguno otro que el legítimo príncipe de Francia, los Madrigal por fin podrían quitarse de encima la molestia que suponen para ustedes las persecuciones de los extremistas religiosas.
Sorprendida Mirabel abre la boca.
–¿Nos protegeríais de la Iglesia? –repite incrédula–, ¿podéis hacer eso? –le pregunta a Adam.
–Ah, pues, sí, claro que os puedo dar protección absoluta de la Iglesia y sus miembros más radicales, es lo mínimo que puedo hacer por una familia con talentos tan espectaculares que solo intenta ayudar a los más necesitados… sería un gran honor para mí ser considerado el primer soberano que admite públicamente que la familia Madrigal no es otra cosa que un hermoso milagro celestial.
–Pues está decidido –anuncia contenta Mirabel, sacándole unas risillas a su hermano mayor por su entusiasmo–, su majestad, nos mudaremos de inmediato cerca de vuestro palacio y ayudaremos todo lo que podamos a estos pobres niños necesitados, puede contar con ello.
Mirabel extiende su brazo derecho para concluir aquel pacto con el príncipe de Francia, pero su tío tira levemente de su brazo antes de que este llegara por completo a su destino.
–¿Tío Bruno? –cuestiona Mirabel confundida.
–Antes de nada, su majestad, nos gustaríamos preguntaros si podría darnos usted algo de ayuda con un nuevo tema que acaba de surgir en nuestra familia –algo confundido, Adam asiente todo lo seguro que puede–, vera, como se lo comenté antes, yo veo el futuro. Mis visiones toman forma física una vez concluyó el proceso, toman forma de un trozo rectangular de vidrio verde que brilla con un resumen de la profecía. La cuestión, su majestad, es que hace muchos años, cuando decidimos asentarnos en este continente, yo tuve varias visiones sobre el futuro de Europa pero esta misma mañana todas y cada una de esas visiones perdieron su brillo característico y fueron encontradas completamente destrozadas.
Mientras Lumière y Bella comparte discretas miradas asombradas, Adam comenta. –Supongo yo que eso es algo malo, señor Madrigal.
–No tenemos ni idea, su majestad –confiesa–. Hasta el momento lo que creemos es que estas profecías se destruyeron porque el destino había cambiado, he aquí mi pregunta ¿sabéis usted de alguien con acciones tan transcendentes como para alterar por completo el destino de un continente entero?
Bruno esperaba miedo, esperaba angustia, un largo momento de silencio que reflejase solo terror. Pero el príncipe se detuvo a ladear un poco la cabeza y a responder de inmediato
–Ah sí, la verdad es que sí –dice hundiéndose de hombros, como si no fuese nada–. Unos amigos míos están constantemente metidos en asuntos que definitivamente consideraría transcendentales.
Bruno parpadea anonado.
–¿Unos amigos suyos? –Adam asiente–. ¿Príncipes? –Adam niega–. ¿Quiénes son?
–Un muchacho humano del continente asiático y un monstruo marino del Mediterráneo.
Bruno habla antes que Adam. –Tadashi Hamada y Alberto Scorfano.
–¿Usted los conoce? –cuestiona asombrada Bella–, no teníamos ni idea de que Tadashi y Alberto conocieran a la familia Madrigal.
Titubeante, Bruno narra un poco de su encuentro. –Ellos vinieron para saber de cosas especificas de su destino. Querían saber si conseguirían tener su obra prima.
Para sorpresa del hombre Madrigal, príncipe y muchacha asienten casi por inercia.
–Sí, al final Tadashi ha encontrado a la chica de su sueños, pero Alberto aún está en proceso de conseguir su obra prima.
La cabeza del pobre Bruno Madrigal está a punto de estallar en millones de pedazos.
–¿A qué os referís exactamente con que han estado metidos en asuntos transcendentales? –cuestiona sin saber realmente si quería conocer la respuesta correcta a su propia pregunta. Adam y Bella se miran entre ellos.
–Bueno, podríamos comenzar con el hecho de que si no hubiera sido por ellos Adam no hubiera sido reconocido como futuro rey legitimo de Francia –comienza Bella–, verán, Adam hace unas semanas estaba maldito por un hechicera y si no hubiese sido por la intervención de Tadashi y Alberto…
–Golpear a susodicha hechicera –especifica Adam entre toses falsas.
–Adam nunca hubiera recuperado su título de príncipe. Luego, por lo poco que nos contaron, destruyeron toda la red de molinos que había por todo París con ayuda de otro grupo de adolescentes, es así como acabaron todos estos niños aquí.
–Y ahora, nuevamente, por lo poco que sabemos, parece que están en una cruzada para reclutar todos los soldados que puedan para una recuperar un reino robado por antiguos aliados.
Sin ser capaz de digerir toda la nueva información, Bruno se limita a tirar todo su cabello para atrás mientras parece desinflarse al soltar un larguísimo suspiro.
–Esperemos que todo cambio que hagan sea positivo –masculló el hombre para luego levantarse de golpe–. Si me disculpan, tengo que ver el futuro.
Lo vio.
Claro que lo vio.
Lo vio todo.
La corta batalla contra los lores de DunBroch, las legiones de soldados fieles que la seguían como si fuera la nueva mesías, aquella armadura que solo influiría terror y admiración por las siguientes generaciones, las bestias que volaban los cielos como eternos protectores, las bestias que protegían la tierra que ella pisaba y quería tomar y las bestias que surgían de las peores profundidades del mar.
Luego vio los nueve tronos que ocuparían los futuros soberanos más poderosos.
Vio grandes eventos.
La promesa de una unión eterna entre especies.
La alianza con Francia.
La toma de las Islas del Sur.
La alianza con Arendelle.
La promesa de paz absoluta con la naturaleza.
La promesa del pago de una deuda añeja.
La toma de las tierras vikingas.
La derrota del peor tipo de humanos.
La alianza con Corona.
La promesa de un país seguro para los más débiles.
Lo vio todo.
Y decidió que era lo mejor.
Si había forma de hacerlo, ayudaría a esos niños a conseguir todo lo que quisieran y mucho más.
Guardó y escondió lo mejor posible aquellas profecías, tenía que alejarlas por completo de cualquiera que quisiera interponerse en aquel sagrado y bien intencionado camino de felicidad y gloria. Aún así, confiando plenamente en aquel honrado príncipe, reunió a su familia y permitió que Adam y Bella fueran testigos de su gran anuncio.
–He visto el futuro que suplantará el puesto de aquello que quedó destrozado –comienza luego de explicar rápidamente lo que simbolizaba cada profecía nueva para después tirar en una bolsa todos los trozos que había recogido del antiguo destino de Europa–. El futuro se muestra lleno de paz y armonía, manchado solamente con la sangre de los más crueles, con la sangre de aquellos que solo lastiman por placer o crueldad. He visto un futuro que nos alejará por generaciones del dolor y la miseria, un futuro de respeto, igual y cuidado.
–Eso suena maravilloso, Bruno, lo que relatas es maravilloso –murmura contenta Alma.
–Y es porque lo he visto con mis propios ojos que tengo que asegurarme bajo cualquier concepto que se cumpla –añadió seriamente, consiguiendo que los presentes comprendieran por qué había una bolsa de viaje reposando en la silla del Bruno–. Partiré mañana en la tarde junto a Bella en busca de la hechicera que maldijo a Adam, le pediremos un libro similar al que le concedió al príncipe, uno que encuentre personas, y mientras Bella regresará a este palacio, yo viajaré hasta estos muchachos y me quedaré junto a ellos para brindar toda mi ayuda. En algún momento los traeré conmigo a este palacio para que puedan ser entrenados por verdaderos soldados y así tengan todo la protección y preparación posible, hasta entonces estaré con ellos, ayudándolos en todo lo que me pidan. El fututo que he visto es glorioso y debe de conseguirse de cualquier forma.
Partieron exactamente cuando Bruno lo indicó, no hizo falta dudar en ningún momento ni pedir por ayuda, Bella se había aprendido el camino a la hechicera que había maldecido a Adam de memoria. Ella los recibió no con mucho gusto, pero tampoco parecía estar dispuesta a negarse por temor a lo que le podría pasar.
Conseguir aquel libro mágico había sido fácil, bastó con un par de movimiento de muñeca de la hechicera para que el artilugio llegará a sus manos.
Impedir que Bella atizara a la hechicera con el libro fue lo difícil, pero, felizmente para la hechicera, Bruno pudo lidiar correctamente con la situación, librando a sí a la pobre mujer de una nueva paliza.
El Madrigal se retiró con leves agradecimientos –no quería ser muy amable con ella luego de descubrir lo que le había hecho al pobre príncipe Adam– mientras que Bella lo hizo con un par de amenazas de por medio.
Mientras se despedía de la amiga del príncipe con toda la elegancia posible, Bruno se preguntaba qué era lo que estaban haciendo los jóvenes que cambiarían el mundo entero para mejor.
Alberto entonces coge carrerilla y salta desde el puerto de madera hasta el profundo mar.
Jack suelta un gritillo agudo y lleno de angustia en cuanto el agua termina de salpicarle en la cara de todos. El hombre nuevo que ahora los acompaña parpadea confundido ante el horror que invade a aquel extrañísimo grupo de niños, dragón, lobos, caballos, coneja y rufianes.
–¡Alberto, no! ¡Puedes morir congelado! –chilla mientras vuela con velocidad hacia el agua.
A pesar de su angustia, Hans puede ser lógico. –¿Congelado? ¡Estamos en el Mediterráneo!
–¡Alberto, no vayas a la luz! ¡Mucho menos a la luz de la Luna! –brama Elsa mientras corre detrás de Hans y Jack, quienes ya han saltado hacia el agua para salvar al muchacho que ellos juraban que no sabía nadar puesto a que nunca lo habían visto metiéndose en el agua–. ¡Y no tragues agua!
–Con que esto era lo de "no vayas muy lejos o te ahogarás" –murmura Anna, tan afectada por la rareza que la rodea que ni siquiera puede exaltarse.
–¡Deja de estar tan tranquilo y haz algo, filosofo loco! –ruge Hiccup mientras zarandea de un lado a otro a Tadashi que, por el movimiento, siente que está a punto de vomitar lo que poco que comió en todo el día.
–Él está bien, todos cal… ¡Ah! ¡Oye! –Tadashi se abalanza contra Hiccup luego de que el vikingo le diera dos bofetadas y le ordenara que dejara de decir que todo estaba bien.
–¡Papás! ¡Haced algo! –ruega Rapunzel llorando del estrés y el susto. De inmediato, la mitad de sus padres saltan sin pensárselo al agua para ayudar a los niños que se han metido en las profundidades del mar, mientras que la otra mitad se encarga de separar a los chicos mayores que no dejan de pelear como tontos.
–¡Salid de allí! ¡No puedo perder tantos soldados antes de si quiera llegar a DunBroch! –ordena Mérida desde el borde del puerto donde está asomada junto a Elsa–. ¡Jack más te vale no ser capaz de volver a morir!
Es entonces que la cabeza de Mano de Garfio sale del agua. –¡Mierda! ¡Nadar con un garfio es jodidamente complicado!
–Papá no te mueras por favor –ruega Rapunzel llorando cada vez más fuerte.
–¡Me has roto el labio, vikingo idiota! –brama Tadashi cuando ya están separados.
–¡Tú me has arrancado pelo, niñato asiático! –contraataca señalando el cacho de pelo que le faltaba en la nuca–. ¡Elsa, ayúdame con este idiota!
–¡Hay gente ahogándose por aquí, Hiccup! –refuta Elsa volteándose a mirarlo–. ¡Dejad de pelear con niños y venid a ayudar!
–¡Alberto está bien! ¿Cuántas veces tengo que repetirlo?
–¡Hasta que salga del agua tan bien como juras que está! –gruñe Mérida.
–Pues ya salí.
Los que quedaban en la superficie alzan la mirada a un Alberto parado en la otra esquina del puerto, con Hans y Jack tumbados a cada lado suyo y los padres de Rapunzel flotando detrás de él. Antes de poder sentir algo de alivio, los niños se fijan en las escamas, la cola, los colmillos, las garras y en los ojos de pez.
–Hola, chicos –saluda intentando fingir que no ocurre nada raro, moviendo una de sus manos de un lado a otro mientras desvía la mirada por la vergüenza.
Elsa se lleva las manos a la cabeza. –¡Han hechizado a Alberto! –exclama espantada y los demás niños entran en pánico absoluto en cuanto escuchan sus palabras.
–¡No han hechizado a Alberto! –responde desesperado Tadashi moviéndose bruscamente entre los brazos de los padres de Rapunzel que lo tenían sujeto–. ¡Él solo es así!
Elsa voltea a ver a Tadashi. –¿En serio?
–¡Sí!
–Ah, de acuerdo –asiente hundiéndose en hombros–. Pues que impresionante, ¿eh?
–¿Gracias? –murmura Alberto.
–¿Puedes hablar con los peces? –pregunta Anna.
Alberto bufa pesadamente. –No –gruñe.
Jack alza la cara entre escupitajos y jadeos pesados.
–¿Nadie ha muerto?
–Bueno, Hiccup y Tadashi han estado a punto de matarse –señala Mérida–, pero no, nadie ha muerto.
–Ah, que bien –suspira Jack–, porque lo de estar muerto es cosa mía.
Y dicho aquello se desmayó del cansancio, lo más cercano que tenía él a dormir.
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No tenéis ni idea de cómo disfrute la parte final. Me ha gustado sacar la versión más desenfrenada y desastrosa de todos.
La amistad de Tadashi e Hiccup se basa en la constante violencia, pero en verdad se quieren mucho y se protegerían de cualquier cosa.
Sé que dije que no hablaría de los Madrigal y que había descartado a Hércules y a Megara... pero la gente cambia de opinión.
El próximo capítulo sí que presentaré correctamente a los nuevos personajes.
Me ha costado mucho mantenerme en la media de palabras en un capítulo que no tratase de estos niños la verdad.
