La cruzada de la última DunBroch.
Capítulo XIII.
Unas semanas antes de que los Madrigal conocieran al príncipe Adam.
Todos los niños estaban fuertemente aferrados a las espaldas o brazos de Jack y Elsa, sus congelados cuerpos y su frescor eternos eran exactamente lo que niños del norte o centro necesitaban mientras se encaminaban por las zonas más desérticas y rocosas del sur europeo, exceptuando únicamente a Alberto y Tadashi, todos los muchachos estaban sufriendo terriblemente el enorme cambio de temperaturas.
Se habían visto en la necesidad de tomar sus telas más ligeras y adaptarlas para las nuevas temperaturas. Ni uno solo de ellos llevaba mangas largas, los pantalones de los muchachos se habían arremangado hasta la mitad de sus muslos, las faldas de las chicas estaban ahora hechas de telas mucho más frescas y habían sido congeladas con los poderes de la antigua princesa de Arendelle. Hiccup había exagerado un poco más y había pedido tener camisas de hielo, se arrepintió a los segundos pero el frescor que se le quedó valió completamente la pena. Los más nórdicos del grupo, aquellos más conectados a la manada de lobos, tuvieron que dejar un poco olvidadas sus queridas capas hechas de pelaje de lobo y escamas de dragón, porque eran terriblemente calurosas.
No solo cambió su vestuario, sino también sus peinados, sobre todo el de las muchachas. Mérida había cortado al nivel de la nuca su indomable melena de manera que recordaba un poco al corte de su difunto y querido padre –la princesa se preguntó si tal vez así se hubieran peinado sus hermanitos–, Elsa y Anna habían aceptado que Hiccup cortara por completo sus costados y nuca cuando vieron que él se lo hacía así mismo y escapaba así del calor, Anna lo hizo por necesidad, Elsa porque le parecía divertido compartir eso con su Hiccup y su hermana menor. Rapunzel, la pobre que no podía cortar su cabello por qué eso sería perder toda su magia curativa –la cual era muy necesaria en un grupo donde tienes un vikingo y una inglesa que no dejan de meterse hostias con todo lo que los rodea–, un día sencillamente fue sentada en el suelo por Jack y Alberto para que ambos le hicieran miles de diminutas trenzas que ataron con trozos de hielo. Rapunzel estaba mucho más fresca, además de que le sacaba risillas tontas e infantiles a Anna cada vez que movía de lado a lado su cabeza, haciendo tintinear los trozos de hielo que tenía en el pelo.
La manada de lobos también se adaptó al calor, mudaron mucho pelaje, lo suficiente como para hacer una montaña en la que los niños jugaron por dos día enteros hasta que tuvieron pelaje de lobo hasta en las orejas, además de que aceptaron las tormentas privadas de nieve que Elsa y Jack creaban para ellos. Los caballos lo tuvieron más sencillo, dejaron que los rufianes y Hans cortaran sus pelajes y sus crines y relincharon felices ante las herraduras de hielo. Chimuelo iba saltando entre la tormenta para los lobos o el cielo despejado, los niños supusieron que entre las nubes estaba mucho más fresco para el dragón. La única que no necesitó cambió alguno fue la pequeña Nix, que se limitó a mantenerse en el hombro de Jack, quejándose cada vez que alguien más intentaba acercarse para sentir algo de frío.
–¿Quién fue el genio que propuso lo de ir al antiguo terreno heleno? –gruñó Mérida mientras movía de una mejilla a otra la mano fría de Jack, quien ya estaba lo bastante acostumbrado como para no renegar en lo absoluto por los movimientos de Mérida, a diferencia de Elsa, quien renegaba cada vez que Rapunzel tiraba de ella para colocar su mano en su pecosa frente.
Las miradas viajaron a Hiccup de inmediato, con algo de rabia.
El vikingo hizo una mueca, sobre todo tras notar que su Elsa también lo miraba con algo de enojo. –¿Qué tendrá de importante mi propuesta si los que toman la decisión sois tú y tu perrito faldero?
–Hiccup, no seas grosero –regañó Elsa frunciendo el ceño.
Tadashi hace una mueca. –Como si tú no fueras un perrito faldero.
–Soy un dragón faldero –corrige con orgullo alzando el mentón, Hiccup se cruzaría de brazos si no fuera por el calor que le daba incluso tocarse a sí mismo.
Mérida mandó a callar a ambos mientras Jack preguntaba que significaba exactamente ser un perro faldero. Nuevamente, por lo bajo que hablaba el fantasma, fue Elsa la única que se tomó la molestia de responderle con detalladas explicaciones, además de recordarle que si quería ser escuchado dentro de un grupo tan caótico y alborotador, lo mejor sería acostumbrarse a alzar la voz lo suficiente para destacar sobre aquel eterno e inagotable griterío. Los niños estuvieron un largo rato quejándose de lo injusto que les parecía tener que seguir caminando sin una tormenta de nieve encima como los lobos, pero Jack y Elsa insistieron con que los lobos habían estado todo el tiempo con la tormenta encima y por ello podían aguantarla, pero que con el cambio brusco de temperatura no solo terminaría siendo un desperdicio enorme todo el tiempo y todas las telas usadas para adaptarse, sino que también podría afectarles a la salud.
Siguieron renegando por un largo tiempo, agotando, milagrosamente, la inagotable paciencia de los niños de hielo. Si algo se podía destacar de esos dos, era que, además de ser muy comprensivos y tener la autoestima acariciando el subsuelo, eran muy pacientes, por mucho ruido, insistencia y lloriqueos que les presentasen. Y fue toda la insistencia que ya llevaba días presionando lo que llegó a Jack decidir que lo más lógico sería tomar a Elsa e irse volando hasta Chimuelo para que no los molestaran más.
El griterío volvió a comenzar en el pintoresco grupo.
Por algún motivo, los niños que no podían volar creían que si corrían detrás de las figuras de hielo montadas en los lomos del Furia Nocturna podían alcanzarlos de alguna forma u otra… la lógica a la que te lleva la rabia, la desesperación y la desesperación.
–¡Regresad aquí, sois los únicos que dais frio! –brama Hans desesperado, a unos cuantos pasos detrás de Hiccup y Mérida, quienes lideraban con rabia la furiosa marcha.
–¡Elsa, Jack! ¡No os vayáis! ¡Hace mucho calor! –lloriqueaba Anna mientras le costaba mantener el ritmo.
–¡Devuélveme a mi Elsa, maldito niño muerto! –rugía Hiccup con toda la fuerza de sus pulmones. Los padres de Rapunzel miran asombrados como un niñito tan escuálido y en tan mala condición física podía correr tan rápido mientras gritaba sin perder el aliento en lo absoluto.
–¡Volved aquí inmediatamente! –decía Mérida–. ¡Son órdenes de vuestra reina! ¡Volved ahora mismo! ¡Que hace mucho calor!
Las risas que se podían escuchar desde el cielo solo incrementaron las fuerzas para gritar y correr tras aquella figura de escamas negras y enormes alas que flotaba en el cielo.
–¿Se puede saber que pensáis conseguir corriendo tras un manchurrón negro en el cielo? –exclamó Tadashi desde el final de la marcha, preguntándose a sí mismo por qué diantres le seguía las tonterías a esos lunáticos comandados por su reina.
–¡No quiero seguir corriendo! –lloriqueó Alberto con la voz entrecortada y los brazos balanceándose sin control alguno por el cansancio.
–¡Ese manchurrón negro es mi dragón, idiota! –gruñó Hiccup volteándose para ver a Tadashi. Mérida de inmediato saltó en defensa del muchacho asiático.
–¡No le hables así, vikingo idiota! –regañó Mérida mientras extendía sus brazos hacia Hiccup para darle un empujón, pero el vikingo se apartó lo suficientemente rápido como para escapar del leve ataque de su reina.
–Oigan… oigan ¡OIGAN! –dice Rapunzel deteniéndose de golpe, haciendo que Tadashi y Alberto chocaron con ella bruscamente y que Mérida e Hiccup cayeran al suelo al dejar de correr repentinamente. Hans rebajó la velocidad y tomó del brazo con delicadeza a Anna cuando notó que ella también estaba a punto de caerse. La niña rubia se retorcía por el dolor de los raspones de sus rodillas y brazos en el suelo mientras los quejidos empezaban a formar una terrible sinfonía alrededor de Hans y Anna–. ¡Tened más cuidado la próxima vez! –se queja la niña contra Tadashi y Alberto luego de haber cantado para curarse las heridas y hacer lo mismo con las del resto del grupo.
–Lo sentimos –murmuran por lo bajo los filósofos aventureros.
–¿Qué ibas a decir Rapunzel antes de que todos cayeran de la forma más patética posible? –pregunta Hans con una sonrisa cruel hacia quienes lideraban la marcha. Mérida le dedica un insulto britano al príncipe nórdico, quien solo se hunde en hombros pues no comprende el significado del término que usa Mérida.
–¡Ah! Que Alberto y Tadashi tenían un buen punto –contesta con simpleza, pero, por las expresiones confundidas del resto, sigue explicándose–. Eso que dijeron sobre exactamente qué pensamos conseguir corriendo tras Chimuelo, no es como si pudiéramos alcanzarlo.
Los niños se miran entre ellos.
Mérida saca su arco de uno de sus hombros, con algo de duda.
–¿Abatirlo?
Hiccup toma rápidamente el arco de las manos de la futura reina de DunBroch y comienza a golpear su cabeza llena de pelo incontrolable y naranja con la madera del arma. Imitando lo que Mérida solía hacer cuando todavía no se llevaban del todo bien, aunque Hiccup se procuraba con todas sus fuerzas de no dar golpes muy duros para no hacerle verdadero daño.
–¿Cómo que abatirlo, bruja britana? ¿Cómo que abatirlo? ¡No te voy a dejar volver a tocarle un sola escama a mi pobre dragón!
Tadashi se abalanza rápidamente contra el vikingo, rojo de la furia.
–¿Qué crees que estás haciendo, pagano lunático? –gruñe mientras lo zarandea de un lado a otro, obligándolo a dejar de golpear con el arco a Mérida, quien acaricia con fuerza e insistencia allí donde Hiccup la golpeaba mientras una mueca de dolor se le extendía por todo el rostro–. ¡Discúlpate!
–¡No! –ruge mientras intenta quitárselo de encima–. ¡Y tú también eres pagano, pagano asiático!
–¡Te he dicho que te disculpes!
–¡No me da la gana!
–¿Realmente no podéis dejar de pelear por cinco segundos? –gruñó Hans girando los ojos con molestia y cruzándose de brazos en cuanto Anna le pidió que hiciera algo para detenerlos–. Ni loco, que me termino llevando un golpe de uno de esos dos locos.
–¡Papás! –llamaba Rapunzel–. ¡Se están peleando otra vez!
Los rufianes soltaron un suspiro pesado y agotado en cuanto escucharon a su hija. Fue Vladimir quien tuvo que moverse en dirección de esos revoltosos y caóticos niños porque las peleas tontas abundaban todos los días y cada padre estaba obligado a solucionar los problemas en un orden especifico, y ahora le tocaba a Vladimir, quien caminó aburrido hacia los dos paganos más problemáticos que jamás había conocido en toda su vida. Para cuando estuvo a un costado de esos dos, Hiccup le daba manotazos en la cara a Tadashi mientras esté seguía zarandeándolo de un lado a otro y le reclamaba entre gritos que tenía que disculparse con Mérida por sus terribles acciones en contra de ella.
Desde el cielo, Elsa vio con una mueca lo que, a esa altura, parecían puntitos de colores poco definidos. No había que tener una vista de halcón ni ser un genio para saber con completa seguridad que una nueva pelea se había formado entre alguien del grupo… y por supuesto Hiccup, que no podía evitar reaccionar sin pensar y soltar pullitas a la mínima oportunidad que se le presentaba. Volando a su lado, Jack mira también con una expresión preocupaba al cumulo de puntos.
–¿Deberíamos bajar a ver que está pasando allí abajo? –cuestiona el fantasma mientras finge que hacer binoculares con las manos le ayudara a ver mejor.
Elsa asiente. –Creo que sería correcto prevenir asesinatos el día de hoy.
–Sí, que lo de estar muerto…
–Es lo tuyo, lo sabemos Jack, nadie quiere quitarte ese puesto –bromeó Elsa sonriendo y rodando los ojos.
Es por ese movimiento que, por pura casualidad, por el rabillo del ojo ve algo extraño. Se inclina un poco para intentar ver un poco mejor, incluso le pide a Chimuelo que baje un poco la altura. Jack frunce el ceño cuando nota que Elsa ha dejado de mirar a su grupo de amigos y entrecierra los ojos hacia la dirección contraria.
–¿Qué ocurre? –pregunta mientras se acerca lo suficiente como para estar a un costado de su rostro. Es entonces que el puente entre humanidad y espíritus señala con el brazo extendido a un punto exacto.
–¿Ves eso? –cuestiona dubitativa mientras Jack intenta seguir el punto exacto que Elsa intenta señalar.
Cuando finalmente lo logra, el niño fantasma abre la boca y los ojos a más no poder por la impresión. Allá a la distancia, en aquel parámetro de solo rocas y tierra seca, ambas criaturas de hielo logran observar asombrados, aunque con algo de dificultad por la distancia, a lo que parece ser una figura humana levantando sin dificultad alguna una roca del tamaño de una casa por encima de su cabeza. Los niños albinos se miran entre ellos luego de confirmar que habían hecho lo mismo. Jack, sin pensarlo mucho, le extiende la mano a Elsa, ella entiende de inmediato que se le está pasando por la cabeza.
–Chimuelo, ¿podrías quedarte aquí para no perder de vista a esa persona? –pregunta con delicadeza mientras acaricia con ternura la cabeza del dragón, la criatura asiente mientras voltea levemente para mirarla a los ojos. Elsa le sonríe de manera encantadora antes de aceptar la mano de Jack para luego aferrarse a su cuerpo helado y así descender hacia sus amigos.
En cuanto ambos seres del invierno aterrizaron delicadamente cerca del resto del grupo, Hiccup corrió para apartar rápidamente a Elsa y rodearla posesivamente con sus delgados brazos.
–Como te vuelvas a llevar así a mi Elsa te mueres otra vez –amenazó con una voz completamente seria que hizo temblar al pobre muchacho que realmente seguía sin tener muy claro si podía volver a morirse o no. Tiembla tanto que su pequeña Nix tiene que acurrucarse contra su cuerpo desde su bolsillo–especial–para–no–caerse–durante–vuelos para transmitirle algo de tranquilidad y paz.
–¡Hiccup! –regaña Elsa, quien, para lastima de Hiccup, se fija en su ropa desarreglada y estirada–. ¿Te has vuelto a pelear con Tadashi?
–¡Él empezó! –se defendió de inmediato ocultando el rostro el cuello de Elsa, quien suspiraba pesadamente mientras Tadashi, indignadísimo, insistía que en verdad todo había sido culpa de Hiccup. Mientras el filósofo asiático intentaba defenderse de las terribles acusaciones sin fundamentos del vikingo rebelde, Elsa le hace una seña a Jack para que comience a explicarle a Mérida lo que vieron allí arriba.
–¡Cierto! –exclama Jack en cuanto entiende la seña de Elsa para luego voltearse a Mérida–. ¡Vimos algo increíble allí arriba! –comenta mientras apunta la dirección donde estaba esa persona.
Mérida ladea la cabeza. –¿Qué visteis?
–A una persona alzando como si nada una roca del tamaña de una casa, Mérida –responde emocionado, dando leves brinquitos donde estaba, esperando por la orden de ir hacia esa persona, disfrutando las caras de sorpresa del resto del grupo–. Seguro que alguien como ese sujeto nos podría servir muchísimo para recuperar su reino, su majestad.
–¡Pues claro que nos serviría! –dice encantada mientras se apresura para tomar una mano de Jack y Elsa–, venga, vamos, guiadme hasta esa persona.
Elsa le dedica una sonrisa nerviosa. –Bueno, está un poco lejos, lo mejor será usar a Chimuelo y a Jack para llegar hasta allí –comenta mientras señala el gran muro de naturaleza pura que los separaba de aquel ser humano con una fuerza sin paragón.
Anna ladea la cabeza. –¿Por qué no hacéis una escalera de hielo o algo así?
–¿Y cómo suben los caballos y los lobos? –cuestiona Alberto cruzándose de brazos y alzando una ceja con desconfianza, Anna hace una mueca al notar que realmente no había pensado en eso.
–¿Y cómo los trasladamos entonces? –pregunta ahora Rapunzel.
Hiccup sonríe con malicia. –Tengo una idea –comenta como un maniaco, Elsa frunce el ceño.
–No –dice.
–Sí –contradice Mérida a lo que Elsa voltea asombrada y preocupada.
Los niños tiemblan de pieza a cabeza, los adultos se persignan y todo el grupo comienza a rezar mentalmente. Cuando Mérida e Hiccup estaban de acuerdo con alguna locura siempre significa explosiones, gente espantada y muchas, pero que muchas, malas decisiones.
–Pero…
–Soy la reina, hacéis lo que digo –se apresura a cortarla–. Venga, Hiccup, haz lo que quieras –dice sonriente, el resto del grupo comienza a preguntarse cómo deberían de protegerse de las consecuencias de los terribles planes de ese dúo de antiguos rivales.
Mientras Hiccup se aleja un poco para llamar a Chimuelo, la opción de que Jack lo lleve hasta su amigo alado ni se mencionaba porque al vikingo siempre le pone nervioso volar sin la confianza que le transmite su dragón, Elsa se cruza de brazos y mira con una mueca a Mérida, quien parece igual de emocionada que Hiccup por llevar acabo ese alocado plan sin pasos compartidos en lo absoluto.
–Esto va a salir fatal –masculla mientras Hiccup se alza en el cielo entre risillas malvada.
Mérida sigue sonriendo como loca. –O extremadamente bien.
–Va a ser un desastre.
–¡Eso es lo mejor!
Lo peor de todo aquel plan sin sentido que tan solo necesitó de unas miradas para elegirse fue que, después de a penas unos segundos, sí que se oyeron explosiones y los gritos de gente espantada además de que cualquiera podía adivinar que Hiccup había tomado una mala decisión tras otra sin parar hasta llegar nuevamente al desnivel donde el resto del grupo se encontraban.
Tal vez era esa sonrisilla diabólica y tonta que surcaba su rostro de oreja a oreja, tal vez era esa leve risilla encantadora y traviesa que resonaba desde su garganta hasta toda esa zona, tal vez era la emoción que Mérida y Chimuelo empezaban a adquirir por contagio de Hiccup… o tal vez fuera aquel muchacho espantado que se zarandeaba de lado a lado entre las garras delanteras de Chimuelo, la cosa es que había algo en toda esa situación que le advertía a la parte, actual y solo momentáneamente, cuerda de aquel grupo caótico que Hiccup había cometido alguna locura. Sobre todo porque el pobre muchacho delgaducho seguía gritando incluso cuando descendían, las cosas solo empeoraron cuando, a tan solo unos cortos pies de distancia del suelo, Chimuelo lo tiró bruscamente al suelo para luego echarse encima de él para empezar a lamerlo.
–¡Un drakon! ¡Un drakon! ¡Va a devorarme! –lloriquea el pobre momento en un latín muy oxidado y que destacaba por su acento griego. Un heleno pensaron de inmediato los miembros de la realeza.
Hiccup se cruzó los hombros a la vez que lo miraba siendo el nuevo juguetito de Chimuelo, luego alzó la vista al resto de sus amigos.
–¿Por qué lo dice así? –cuestiona ignorando olímpicamente las expresiones angustiadas y escandalizadas de la mayoría del grupo, Mérida seguía encantada.
La futura reina sacude una mano con desinterés. –Así se dice en griego –responde sin dejar de mirar a su nueva adquisición con emoción–. Hola, heleno, ¿cómo te llamas?
–¡Quitadme esta bestia de encima! –ordena mientras cubre su rostro con sus delgaduchos brazos–. ¡Ahora!
–¿No sabes que es mala idea quitarle el juguete a una dragón? –pregunta Hiccup con algo de obviedad, el heleno aprieta los labios con fuerza mientras se pone roja de la ira–. Oye, la reina te ha hecho una pregunta ¿cómo te llamas, heleno?
Un rugido sale de la garganta de aquel muchacho, un rugido que se asemeja a un león de tal manera que llega a espantar a los calmados de los niños. Antes de que nadie pudiera hacer nada, antes de que si quiera pudieran entender qué era lo que estaba pasando, aquel desconocido heleno alzó sin problema alguno el cuerpo entero de Chimuelo para quitárselo de encima.
En cuanto el heleno se levantó por completo, alzando al dragón sobre su cabeza, sin ni una sola muestra de dificultad a excepción de quitarse la baba de Furia Nocturna –esa que nunca salía de la ropa y que a veces usaban como pegamento– de la cara y el cuello de la ropa.
Incómodo, Chimuelo sale volando de entre las manos del desconocido, los niños observan asombrados… ni uno solo de todos los padres de Rapunzel tenían la fuerza suficiente como para siquiera sostener por un segundo todo el peso muerto del dragón de Hiccup, pero él lo había alzado sin problema alguno, de un solo intento, aquello había sido un espectáculo digno de presenciar.
–Genial –murmura Mérida mientras el heleno se limpia con las manos la saliva de Chimuelo con dificultad–. ¿Te nos unes, heleno desconocido y con super fuerza?
El muchacho frunce el ceño de tal manera que sería intimidante sino fuera por su cuerpo enclenque y su cara llena de babas.
–Yo soy Hércules, héroe nómada, y no me uno ni sigo figura de poder alguna. No creo en dioses, ni sigo figuras, mucho menos me arrodillo frente a reyes –gruñe lo último retando con la mirada a Mérida, a quien ya no le cae tan bien el heleno ni la manera en la que utiliza su fuerza para intimidar a pesar de su delgadísimo cuerpo.
–Irónico, pensando que te llamas Hércules –logró murmurar Hans cuando finalmente pudieron salir de su estupor el resto del grupo. El niño tiembla al sentir la enojada mirada de ese tal Hércules sobre él–… ya sabes… porque Hércules es un dios de las mitologías grecorromanas… y… pues tu tocayo siguió las ordenes de un rey para redimirse y… seguramente ya lo sabes… yo… yo ya me callo.
–¿Por qué llamarían Hércules a un heleno? –cuestionó con los brazos cruzados Hiccup–, suena algo burlesco.
–No es asunto vuestro –gruñe, aún intentando intimidar y aún fallando terriblemente en el intento–. No me interesa en lo absoluto de qué va todo este grupo, así que solo…
Antes de que siquiera pudiese terminar de negarse, Mérida y Jack consideraron que aquel precioso momento era el mejor momento de todos para explicar por qué estaban allí y para qué lo necesitaban a él. Completamente confundido y extrañado por el caótico comportamiento de aquel grupo, Hércules se quedó en total silencio para escuchar la larguísima explicación de la futura reina de DunBroch, quien ya estaba acostumbrada repetir una y otra vez los motivos que la obligaron a viajar por el mundo.
–Y es por eso por lo que necesitamos alguien con tu fuerza, no tengo ninguna duda de que un soldado como tú nos ahorraría muchas peleas inútiles.
Hércules chasquea la lengua para luego darse media vuelta y comenzar a alejarse.
–No me interesa.
–¿Qué? –logra soltar Mérida.
–Qué raro –murmura Rapunzel hacia Jack, quien asiente de inmediato ante las palabras de la rubia–, la gente suele conmoverse.
–No puedo perder el tiempo ayudando a alguien tan privilegiado como una futura reina britana, no soy idiota, sé cómo son las mujeres de tu tipo. Todas crueles, egoístas y mimadas, y lo mejor que sabéis hacer es parir y ponerle un cara de asco a todo, si es que no fallecéis en el parto –escupe fastidiado mientras sigue caminando, el grupo tiembla de la ira al ver la expresión de su líder. Aquel muchacho acababa de oír que Mérida se había visto obligada a realizar esta cruzada por la muerte de sus padres, le habían comentado cómo había fallecido la querida reina Elinor, pero aún así había elegido esas crueles y antipáticas palabras. Bajo el punto de vista de todos los seguidores de la futura reina de DunBroch, aquel insensible se merecía una buena paliza–. Hay mucha más gente alrededor del mundo que necesita mi ayuda, no puedo detenerme ni un solo segundo más con alguien como usted, su majestad –pronuncia las últimas palabras con asco y imitando burlescamente las reverencias de la realeza britana.
Mérida aprieta los labios y los puños mientras se enrojece de la vergüenza y la furia. Le afectan demasiado esas palabras y realmente quisiera que así no fuera, realmente le gustaría mantenerse fuerte a pesar los crueles comentarios en su contra.
–¿Quién te has creído tú, eh? ¿Cómo te atreves a hablarle de esas manera a nuestra reina? ¿Te crees el único que hace cosas buenas en todo el mundo? –gruñe Tadashi, dispuesto a poner, como fuera, a ese idiota en su sitio. No podía permitir que alguien hablara de esa manera a su reina, no quería que nadie le hablara de esa manera a su Mérida–. Que hayas tenido problemas con algún otro soberano no te da derecho a tratar a todos de la misma manera.
–¡Sí! –salta de inmediato Jack–. ¡Eso se llama discriminación! Y para ser un "héroe" te hace falta un poco más de empatía y comprensión, pedazo de idiota. Esa fuerza que ni es tuya no es motivo suficiente para que te consideren un buen tipo.
–Tú no conoces en lo absoluto lo que ha hecho ni por lo que ha pasado nuestra reina –gruñe Hiccup indignadísimo, con los puños temblándole por toda la rabia que lo invadía–, no puedes asumir esas cosas tan terribles de ella solo porque te da la gana, imbécil heleno.
–Solo eres un idiota que va por ahí levantando roquitas y presumiendo de una fuerza que seguro ni te has esforzado por conseguirla –escupe con superioridad Hans, cruzándose de brazos y alzando el mentón.
–Y, ¿sabes algo? Si tú eres lo que se espera de un héroe, creo que no necesitamos ni uno solo de ellos en nuestra cruzada. Cuando terminemos nuestra misión y escuches por allí que hemos mejorado el mundo entero, se te caerá la cara de vergüenza, heleno estúpido –masculla Alberto, aguantándose todos los comentarios sobre romanos contra griegos que quería soltarle en la cara.
Hércules aprieta con rabia los dientes, se detiene de golpe, se regresa sobre sus pasos, directo hacia Tadashi, el primero en hablar, quien inflaba el pecho y se mostraba dispuesto a comenzar un pelea… o eso era lo que le parecía a Hércules. El heleno supuso que si podía mostrarse tan valiente y firme, podía aguantar un buen golpe de parte de un heleno con una fuerza divina.
Elsa extendió los brazos y creó una barrera de hielo entre Tadashi y el puño de Hércules en cuanto notó que un golpe se avecinaba. Por la sorpresa y el susto, el asiático solo logra dar un traspiés lejos de su defensa de hielo, con el corazón en boca y la respiración intranquila. El resto de los chicos también se colocan tras el muro de hielo en tan solo un segundo mientras Hércules intenta comprender cómo podía ser posible que su fuerza divina no fuera capaz de destrozar un sencillo muro de hielo que debería derretirse por el terrible calor que hacía en ese momento.
Alza los ojos para observar extrañado a la muchacha de cabello blanco y ropa demasiado abrigada para las altas temperaturas. Frunce el ceño confundido al ver al muchacho de cabello negro agradeciendo por la ayuda a la chica.
–¿Qué? ¿Dejáis que las niñas os defiendan?
La indignación en el rostro de las muchachas y la forma lenta y terrible en la que se voltearon a verlo fue un aviso para Hércules que había cometido un grave error.
–Sí, por supuesto que lo hacemos –dice rápidamente Hans, como si no hacerlo fuera una idea ridícula… que lo era, en verdad, tomando en cuenta que eran las chicas en su mayoría que tenían alguna habilidad impresionante.
–Ellas somo mucho más fuertes que nosotros, lo lógico es que, cuando haga falta, nos defiendan –continúa con calma Hiccup, cruzándose de brazos.
Jack ladea la cabeza mientras una sonrisa cruel se le forma en el rostro. –¿Algún problema con ello, oh, gran héroe Hércules?
–¿Qué pasa? ¿El grandioso héroe es tan idiota que sigue pensando que las mujeres no se pueden valer por sí mismas? –cuestiona con sorna Tadashi mientras Alberto se ríe.
Sí, definitivamente había cometido un grave error.
Aunque el grito que se escuchó desde lo alto acompañado por el choque de metal le advertía a todos los jóvenes presentes que Hércules no pagaría por su terrible error.
–¡Eh, ustedes lunáticos! –brama un muchacho cubierto de telas moradas y azules mientras desenvaina una extraña espada curva con detalles dorados–. ¡Dejad ir de inmediato a mi amigo!
–¡Aladdin! –exclama aliviado Hércules mientras Aladdin descendía mediante la alfombra voladora.
Los europeos del norte y centro del continente fruncen el ceño ante un nombre y un acento tan extraños. Alberto es el primero en caer en cuenta y logra murmurar por lo bajo la respuesta a las preguntar internas de sus amigos.
–Un árabe.
Mérida frunce el ceño. –¿Y qué hace aquí un árabe?
–¿Qué diantres es eso en lo que vuela? –cuestiona espantado Hiccup.
–¿Un dragón aplastado? –propone como broma Jack, intentando sonreír pero fallando por su inmenso nerviosismo.
–Una… ¿alfombra? –logra decir Rapunzel en cuanto el nuevo sujeto aterriza delante de ellos, colocándose justo en el espacio que el grupo dejaba entre ellos mismos y el heleno.
–Una alfombra voladora –responde con orgullo el árabe mientras se bajaba del objeto, que parecía cobrar vida pues se levantaba por sí sola y movía sus pliegues y adornos como si imitara una posición de pelea–. Yo soy Aladdin de Agrabah, hijo del líder de los Cuarenta Ladrones, Cassim, y ustedes os habéis metido con la gente equivocada.
Rapunzel alza una ceja. –Pues yo soy Rapunzel de Corona, hija de más de cincuenta rufianes –pronuncia mientras sus padres empiezan, uno por uno, a mostrar sus terribles armas mientras su lenguaje corporal se vuelve lo más intimidante posible–, primera en unirme a esta cruzada, y diría que sois vosotros los que os habéis metido con la gente equivocada.
El resto muchachos de la cruzada se miran entre ellos con algo de gracia. Anna llama a su manada con una serie de aullidos, Hans hace lo mismo con un rápido silbido. Rápidamente, todo el parámetro se llena del atronador sonido de rápidas pisadas, relinchos violentos y aullidos que parecen llamar a la Luna que en el cielo se sigue mostrando, Aladdin y Hércules fruncen el ceño, algo conmocionados, en cuanto una manada de lobos rodea, junto a una tormenta de nieve inexplicable, a aquel extraño grupo, luego aparecen potros impresionantes y enormes que relinchan y bufan a la par de los gruñidos de los lobos.
Mientras Jack y Elsa invocan púas de hielo y una tormenta aún más grande, Rapunzel avanza firme hasta estar delante de Aladdin, sin ni una sola arma, sin soltar su cabello, solo con las manos en la espalda, solo firme e imponente, demasiado para una cría de solo doce años.
–Habéis ofendido a nuestra reina, a la reina de DunBroch, así que, o pedís perdón y os hacéis a un lado o aquí conoceréis vuestra tumba.
Hiccup no puede evitar susurrar contra Jack. –¿Desde cuándo es tan seria?
–Desde que os secuestraron –responde de la misma forma–. Además creo que se ha sentido retada por eso de "hijo del líder de los cuarenta ladrones".
–Tiene sentido.
Aladdin apunta a Rapunzel con su arma, pero se voltea a ver a su amigo.
–¿Qué has hecho, Tontules?
–Eres muy molesto con ese apodo, ni siquiera da gracia –gruñe el heleno–, y no he hecho nada malo. Ya sabes que la gente del norte se ofende por cualquier cosa.
Dos púas de hielo diferentes crecen en contra de los cuellos de los muchachos.
Hiccup sonríe emocionado ante la fría mirada de Elsa.
–Seguís teniendo dos opciones, heleno y árabe. Pedid perdón o perecer.
Hércules suelta un gruñido. –¡Sois vosotros los que me secuestrasteis con un dragón! ¡No estaríamos aquí si no fuera por vuestra culpa!
Mérida e Hiccup desvían la mirada en cuanto sus parejas los observan con reproche y por el rabillo del ojos. Y a pesar de que todos les estaban echando la bronca en su mente, ninguno retrocedería ante los autoproclamados héroes, no porque el vikingo y la inglesa estuvieran en lo cierto, sino porque, estrictamente hablando, esos rufianes y esos niños eran todos fieles soldados a las ordenes de Mérida, por muy equivocada que estuviera en algunas ocasiones.
–Y pudiste haberte marchado con elegancia –refutó Tadashi alzándose e inflando el pecho, recordándole al todo el grupo que para algo él era el mayor y el futuro prometido de la reina–, pero preferiste ofender a nuestra reinar e intentar atacarnos. Es una cuestión de orgullo y honor. Has ofendido e insultado a nuestra reina, no podemos dejar que te vayas sin recibir primero, al menos, un buen par de golpes.
–Exactamente –asiente Jack–, por muy estúpidas e irresponsables que sean sus acciones, solo nosotros podemos señalarlas como tal, a menos que te apuntes y te ganes nuestro respeto y confianza, tú no puedes criticarla de manera alguna.
Mérida hizo una mueca de desagrado. –Os estáis pasando –masculla algo mosqueada.
–Te lo mereces –le responde la misma manera Anna, la antigua princesa luego viaja su mirada al vikingo–, ni te apuntes que luego vamos a por ti.
–Me lo imaginaba –murmura Hiccup mientras intenta ignorar la regañina que Elsa le dedica con la mirada. Tal vez si se hacía el desentendido Elsa se acabaría cansando para seguir centrándose en la gente que tenía que enfrentar por la honra de su reina.
Aladdin chasquea la lengua mientras se recoloca con su arma en mano. –Ustedes los europeos del norte solo sabéis hablar de honor y orgullo. Si queréis recibir una paliza por motivos tan absurdos como esos pues adelante, venid a por vuestra paliza.
El árabe se lanza con un grito de guerra contra ellos a la par que su cimitarra es posicionada en el lugar indicado en el cual la danza violenta dará comienzo. Antes de Jack pueda crear un muro de hielo que detenga el filo de aquella extraña espada curva, el suelo retumba y tira a alguno de los muchachos al suelo repentinamente. La razón era Hércules, el autoproclamado héroe nómada, quien, con aquella fuerza que ninguno del grupo todavía podía explicar, había clavado sus delgados dedos lo más profundo que pudo en la tierra y, en tan solo un par de segundos, había arrancado un trozo de tierra que le quintuplicaba en tamaño y peso.
–¡Chimuelo! –brama Hiccup mientras apunta al pedrusco que Hércules les había lanzado. El dragón dispara dos veces su llamarada de plasma, logrando así convertir en polvo el trozo de tierra que el heleno había lanzado.
Jack interpone su cayado entre su cuerpo y la cimitarra de Aladdin justo a tiempo antes de recibir una estocada en todo el torso. El hielo que cubre la madera consigue impedir que el acero quiebre por completo el cayado, pero aquella defensa durará poco si el niño muerto no logra idear una forma de quitarse al árabe de encima.
Anna vuelve a aullar, es entonces que la manada se distribuye en dos grupos desiguales. Aquel con menos componentes embisten con toda su fuerza contra el cuerpo de Aladdin para alejarlo de Jack, el muchacho de prendas moradas pronto siente todo su cuerpo retenido por aquellos violentos caninos además de una filosa dentadura manteniendo su cuello contra el suelo en forma de amenaza para mantenerlo quieto. Aladdin se aguanta gruñidos y quejas al darse cuenta de que su cimitarra se ha quedado perdida cerca del muchacho de blancos cabellos, quien se levanta con dificultad mientras el grupo más numeroso de la manada se tira uno tras otro contra el delgado cuerpo de Hércules.
Aladdin se mantiene quieto, admitiendo con tranquilidad su derrota en cuanto ve que ni uno solo de los lobos realmente está intentando morder seriamente a su amigo, solo están intentando agotarlo y dejarlo tumbado. Hércules, sin embargo, no puede aceptar el hecho de que, en cuestión de número, ha sido vencido rotundamente. Cada vez que se quita a un lobo de encima, uno nuevo se le sube encima y le gruñe amenazadoramente, no importa a cuantos se quite a la vez, no importa a cuantos tire contra el resto, siguen levantándose y abalanzándose en interminables turnos. Además, el hielo que comienza a rodearle no ayuda en lo absoluto.
Furioso, observa los brazos extendidos de la muchacha de blancos cabellos.
–Pide perdón –ordena rabiosa a la vez que hace crecer más hielo contra el cuerpo de Hércules, deteniendo así las embestidas de los lobos que se quedan a su alrededor, gruñendo, aullando en su contra, mostrando sus terribles fauces–. No lo pienso volver a repetir.
La idea de escupir en su dirección le tienta de sobre manera, tanto que incluso llega a estar a punto de hacerlo, pero el resto de los animales feroces que se encuentran sobre el cuerpo de su amigo y la expresión intranquila y desesperada de este al tener los colmillos de un lobo amenazando la piel de su cuello hace que se lo reconsidere.
Cierra los ojos mientras respira profundamente. Eso, lo nota a la perfección, no solo lo calma a él, sino también a la muchacha.
Con un poco de fuerza logra hacer trizas la prisión de hielo que la muchacha de blancos cabellos había hecho exclusivamente para él. Los trozos salen volando, espantando un poco a los lobos y asombrando de sobre manera a la muchacha, cosa que Hércules aprovecha para correr hacia su amigo, quitarle todos los lobos de encima y llamar lo más rápido posible a la alfombra voladora, que avanza a gran velocidad hacia ellos, levantándolos del suelo y montándolos encima de su propia tela para escapar lo más rápido posible de allí.
Mientras Aladdin intenta sobrellevar la idea de lo cerca que ha estado de ser devorado por los lobos, Hércules, ya lejos de aquel grupo, se alza sobre la alfombra voladora y con una sola mirada les deja en claro que les cedía aquella batalla pero que aquello se había convertido en una guerra.
Elsa, temblorosa, se mira fijamente las manos en silencio.
–Destruyó tu hielo –murmura Jack, adivinando los pensamientos de la antigua princesa de Arendelle, haciéndose escuchar gracias al absoluto silencio–, ¿cómo lo ha hecho?
–No ha sido mi hielo más resistente –masculla Elsa, enojada por el temor que notaba a su alrededor–, no quería matarlo, pero si vuelven a ser así de idiotas supongo que no tendré más opción.
Luego de las respiraciones necesarias para que todos se tranquilizaran, Elsa y Tadashi son los primeros en voltear enojados hacia Mérida e Hiccup, quienes sienten miles de escalofríos atacando sus cuerpos.
–Lo sabemos, fue una estupidez y nos pudimos haber metido en un problema aun mayor que este –suspira derrotada Mérida, sabiendo que no tenía ni una sola buena excusa.
–Seremos más precavidos desde ahora –promete Hiccup, agachando la cabeza.
Los niños mayores se miran entre ellos y suspiran rendidos, ¿realmente tenían la capacidad para seguir enojados? La verdad es que no, por eso estaban a punto de suspirar derrotados y aceptar las disculpas de sus parejas, pero los rufianes son más rápidos que su debilidad ante sus amados.
Con los manos a cada costado, Atila y Mano de Garfio encaran enojados al vikingo y a la britana.
–Pues claro que no prometéis no volver a hacerlo… hasta que se os olvide la tontería que habéis cometido.
Los dos niños tiemblan ante las duras del hombre con casco de cuernos.
–Nos vamos a asegurar que aprendáis bien la lección, niños, esto no se puede repetir –regaña Mano de Garfio, los dos niños se ponen pálidos.
–¿Nos vais a dejar sin comer en la cena? –cuestiona espantada Mérida, recordando los castigos de sus padres, es cierto que mayormente solo la dejaban un par de horas, tres como mucho, encerrada en su habitación, y que aquello de no cenar había sido en una ocasión en la que estaban muy enojados con ella, pero a falta de habitación no sabía que otra cosa podrían hacer los rufianes.
–¿Vais a dejarnos una noche solos en el bosque? –pregunta ahora Hiccup, rememorando aquella vez que su padre lo envió a hacerse "un hombre" al bosque una vez que estuvo particularmente enojado cuando él apenas tenía nueve años–. ¿O vais a azotarnos?
Todos los rufianes parpadean escandalizados ante las palabras de Hiccup.
–¿Qué? ¡Claro que no! –exclama Atila–. ¿Quién haría…? Ah, claro, tu padre –suspira lo último, volviéndose a preguntar qué demonios pasaba con los antiguos adultos responsables de esos pobre niños.
Mano de Garfio también suspira rendido. –No, no va a hacer un castigo físico ni que afecte a vuestras necesidades básicas, por amor a Dios.
Los niños dejar escapar largos suspiros de alivio.
–No tenéis permitido acercaros a vuestras parejas por una semana.
Mérida e Hiccup vuelven a palidecer.
–Prefiero lo del bosque –se apresura a decir el vikingo, Mérida asiente repetidas veces.
Tadashi frunce el ceño. –Eso también suena a un castigo para nosotros –argumenta cruzándose de brazos, hace una mueca en cuanto ve a los rufianes hundiéndose de brazos.
–Daños colaterales –responde con desinterés, Elsa y Tadashi fruncen el ceño–. La cosa es que nada de mimos, ni besitos, ni abracitos ni ostias en vinagre. Nada de nada.
–Dijisteis que no nos quitarías nuestras necesidades básicas –reclama Mérida dando un zapatazo en el suelo, Hiccup asiente con fuerza al argumento de la futura reina de DunBroch.
Mano de Garfio se pasa la mano pueda por la cara mientras exhala pesadamente.
–Niños, vuestra pareja no es una necesidad básica.
–¡Sí que lo es! –exclaman los dos al mismo tiempo
–¡No lo es! –braman ambos rufianes.
Atila prefiere dar por terminada la discusión. –¡Está decidido! ¡No tenéis permitido estar con vuestras parejas por una semana! ¡Ese es vuestro castigo!
–¡Pero…! –intenta Hiccup.
–¡Sin peros!
La noche había llegado, la luna se alzaba con elegancia en el manto celestial oscurecido, el campamento de la cruzada hacia horas había sido montado a la perfección, la cena ya resguardaba cómodamente en los estómagos de todos los seguidores de la futura reina de DunBroch… y Mérida e Hiccup estaban enfurruñados de la vida, recostados uno al lado de otro, con los brazos cruzados, pucheros en los rostros y el cuerpo agotado de tantos planes con terribles finales. Ambos estaban indignadísimos, sobre todo porque ni siquiera la carta de "yo soy la reina y así lo ordeno" de Mérida había funcionado para librarse de aquella terrible penitencia.
–Quiero abrazar a Elsa –masculla Hiccup.
Mérida da patadas al aire de la frustración. –Yo quiero recostarme con Tadashi.
–No es justo –dicen los dos al mismo tiempo entre lloriqueos.
Sus parejas, que todavía no se pueden dormir, acostados bastante lejos de ellos, suspiran pesadamente.
–Nosotros no hicimos nada, ¿por qué esto también nos afecta a nosotros? –cuestiona frustrada Elsa.
Tadashi suspira pesadamente, admitiendo su derrotada. –Supongo que nos sirve como lección para no volver a dejarles salirse con la suya.
–Pues cuando lo pones así tiene lógica y todo… por muy injusto que realmente sea.
–Ya, creo que ellos también pensaron en eso.
–Definitivamente –asiente lentamente– ¿sabes? Es realmente sorprendente como no me di cuenta hasta ahora lo maquiavélicas que eran sus mentes.
–Sí, a mí también me pillaron desprevenido. Habrá que tenerlo en cuenta de aquí en adelante.
Los dos mayores se quedaron en silencio por unos segundos.
–Quiero abrazar a Hiccup –lloriqueo Elsa.
Tadashi aprieta con fuerza los labios. –Yo quiero recostarme con Mérida.
–No es justo –dicen los dos al mismo tiempo, vencidos a causa de las malas decisiones de sus parejas.
–Voy a desmayarme –insiste por vigésima vez Hiccup con los brazos cruzados.
Atila suspira. –No, Hiccup, no vas a desmayarte por no estar con Elsa.
–¡Claro que sí!
–Claro que no, venga, niño, solo ha pasado un día.
Hiccup infla los cachetes. –Pues se ha sentido como una vida.
–No, no es cierto, solo exageras.
–Es mi percepción –argumenta alzando el mentón–, ¿qué sabrás tú objetivamente de mi percepción? Y, ¿sabes qué? Mi percepción ahora mismo me dice que me voy a desmayar, lo que significa que este castigo me está afectando físicamente, por lo que ya no podéis aplicarlo.
–Que todo lo que tú puedas respirar para mantenerte con vida sea su aroma no es nuestra culpa, Hiccup –masculla el rufián, sintiendo como la paciencia se le iba.
–¿Y se puede saber que haréis si me desmayo tal y como te he estado advirtiendo todo este tiempo?
Atila bufa. –Pues nos detendremos, te atenderemos como es debido, incluso te llevaremos en brazos si hace falta, pero ni un metro te podrás acercar a Elsa hasta que la semana no pasé.
–¡Estáis siendo muy injustos!
–Eso es lo que os ganáis por ser tan imprudentes.
Y solo para molestar, Hiccup se tiro al suelo y fingió haberse desmayado. Atila se limitó a cogerlo de una pierna y luego tirarlo sobre uno de sus anchos hombros y caminar con el vikingo agarrado como si fuera un costal de papas.
–¿No te pesó ni un poco?
–No, es como cargar un bolsa de plumas… además, ¿tú no estabas desmayado?
Hiccup gruñó desesperado.
–¡Oye, Atila! –lo llama Gunter–, esta también se ha desmayado –avisa señalando a una Mérida tirada en el suelo.
Aun con Hiccup en el hombro, Atila se dio unos cuantos cabezazos contra el primero tronco que encontró por simple y pura frustración, notando como sus ganas de vivir, por culpa del dramatismo de esos niños insistentes, iban descendiendo abruptamente a pasos agigantados, todo mientras Mano de Garfio se encaminaba a colocarse a la enfurruñada Mérida en el hombro. A los niños no afectados por el castigo la situación no puede parecerles más divertida.
Al final nadie aguantó nada. Hiccup y Mérida se escabullían en las noches para acurrucarse todo el tiempo posible con sus parejas, a lo que estas, obviamente, respondían de manera positiva y les dejaban quedarse todo lo que quisieran, mientras que ni uno solo de los rufianes pudo soportar por dos días los berreos, las quejas ni los lloriqueos de esos tres sacos de malas decisiones, catástrofes y caos puro, por lo que, luego de una larguísima charla de por qué no podían volver a cometer semejante tontería, les levantaron el castigo y, como si no hubieran estado escaqueándose en las noches para quedarse abrazados a sus amados, Mérida e Hiccup brincaron contentísimos a los brazos de sus parejas, las cuales los recibieron con risillas encantadoras y muchos besos en la mejilla.
Tadashi incluso sintió la tentación de llevarse a un lugar apartado a su reina y darle un largo beso en los labios, pero las miradas de los rufianes estaban tan clavados en ellos que prefirió dejarse esa gran muestra de afecto para otro momento, tal vez un poco más tarde, cuando los padres de Rapunzel no estuvieran tan estresados y enfurruñados.
Y dado a que llegaron a la costa de la antigua Grecia justo cuando el sol se ocultaba tras la belleza del inmenso mar que se mostraba ante ellos, Tadashi concluyó que aquel momento, en el que los demás estaban jugando maravillados con la arena y los rufianes preparaban todo para un nuevo campamento, era el momento perfecto para hacerlo. Así que, para que nadie se alarmara al notar su ausencia, con señas le indicó a Alberto que se apartaría un momento con Mérida.
Se alejaron un poco entre risillas tontas y rápidas miradas hacia atrás, la futura reina no sabía a dónde se estaban dirigiendo y, en cierto punto, él tampoco.
Cuando estuvieron lo suficientemente alejados para estar cómodos, Mérida rodeó con ternura el torso del filosofo mientras este sostenía con delicadeza las mejillas pecosas de la reina. Ella deja escapar unas encantadoras risitas mientras él se acerca a darle un beso esquimal. Se quedan en silencio por un largo momento, mirándose fijamente a los ojos, diciéndose todo lo que sentían sin pronunciar ni un solo sonido.
–¿Te he mencionado ya lo mucho que agradezco ser tuyo? –le preguntó dulcemente, rozando los labios de Mérida con los suyos propios. Ella se sonroja e intenta agachar la cabeza o ocultarse en el cuello de Tadashi mientras sigue riéndose. No puede evitar pensar en lo mucho que le gustaría decirle cosas así de bonitas.
Mientras él la llena de miles de besos en el rostro, ella sigue pensando en promesas de amor eterno que dedicarle.
De repente, esa vocecilla más madura y sabia de su cabeza le responde algo que ella logra pronunciar cuando vuelven a mirarse a los ojos.
–Voy a amarte esta vida y todas las que vengan después –le promete con dulzura contra los labios, completamente seria y sincera, mirándolo fijamente a los ojos, provocando un enorme sonrojo en las mejillas de Tadashi.
Él sujetó con más firmeza las mejillas de ella y tiró para juntar finalmente sus labios en un intenso beso. Se sintió como el mismo paraíso ese beso, se sintió como respirar correctamente después de tantísimos años de respiraciones entrecortadas y complicadas, se sintió como una enorme explosión de todos los sentimientos positivos, se sintió… se sintió como ese reencuentro que miles de vidas anteriores venían esperando tantos años. La promesa se repitió, aquella que se pronunció en los inicios de la humanidad, aquella que marcó para siempre a ese par de almas, la promesa se repitió y, por eso mismo, todo se repetiría.
Rapunzel frunce el ceño al no ver ni a su futura reina ni a Tadashi.
–¿Dónde están esos dos? –cuestiona empapada de pieza a cabeza, Alberto se aleja un poco de ella antes de responderle que se han ido a un lugar más privado–. ¿Para hacer qué? ¿Por qué no se han quedado con nosotros?
Alberto alza una ceja en dirección de Rapunzel, esperando hacerse comprender de esa manera, obviamente, no logra nada y lo nota a la perfección pues la joven de Corona se limita a volver a preguntarle lo mismo, ahora ladeando la cabeza.
–Han ido a hacer cosas de pareja.
Las mejillas de Rapunzel se sonrojan levemente. –Ah, vale, ahora lo entiendo, ¿te han dicho cuando piensan volver? –sigue preguntando mientras se sienta al lado de Alberto para relajarse un rato luego de varios minutos jugando con el agua y la arena. El monstruo marino seca rápidamente las gotas de agua que han caído levemente sobre una pequeña porción de su antebrazo.
–Que va, no, no han dicho nada más que se alejarían un poco.
Rapunzel, en ese momento, centra su atención en otra cosa.
–¿Te molesta el agua de mar, Alberto? –pregunta mientras señala la mano que sigue refregándose contra su piel, el muchacho se siente palidecer, pero logra disimular lo mejor posible.
–Un poco la verdad –responde casi sin pensar, al notar la expresión confundida y a la vez interesada de Rapunzel, se apresura a añadir lo siguiente–, preferiría no explicar por qué.
Espera más preguntas, sobre todo acusatorias, pero Rapunzel le sonríe cariñosamente y asiente con firmeza.
–Entendido, tendré más cuidado la próxima vez para no mojarte –promete dulcemente, dedicándole una hermosa sonrisa a Alberto.
Él solo logra parpadear, asombrado por la comprensión absoluta de Rapunzel, no logra hacer otra cosa más que agradecerle de la forma más sincera que puede para luego despedirse torpemente cuando ella decide que ya ha descansado lo suficiente para volver a jugar con el resto de sus amigos.
A Alberto le encantaría tener la valentía suficiente para acercarse, mostrar su verdadera forma y compartir momentos así con sus amigos… pero en cuanto el agua le roza el recuerdo de las antorchar y las trincheras le ataca con crueldad junto con las horribles palabras de su padre.
Se abraza a sí mismo, deseando tener una buena razón para confiar en alguien además de Tadashi. Le gustaría tener una firme prueba de que ellos lo aceptarían a pesar de no ser nada similar a lo que ya han visto.
Suspira pesadamente mientras desvía su mirada hacia otro lado, cualquier otro.
Es entonces que lo ve, bastante lejos, arribando desde el horizonte cristalino que reflejaba la belleza del cielo, con la noche llegando junto a él. Un hombre despreocupado al que no le podía distinguir ni un solo rasgo, acompañado de una muchacha mucho más joven que él… ambos montados en una criatura.
Una criatura marina con el cuerpo completamente rojo, mucho más enorme que el barco que la acompañaba, mucho más enorme que ningún palacio que había visto hasta el momento, mucho más enorme de lo que jamás se hubiese atrevido a soñar. Alberto se levanta sin realmente controlarse a sí mismo, escuchando, pero no viendo, al resto del grupo reaccionar con la misma impresión a la escena frente a ellos.
Escucha, también, unas voces alegres.
–¡Son Jacob y Maisie! –afirma alguien desde el puerto que, ahora lo nota, realmente no está muy lejos.
Otro señala al barco. –¡También viene el Inevitable!
–¡Viene el Inevitable! –se repite una y otra vez.
–¡Vienen Jacob y Maisie! –celebran miles de voces.
–¡Viene el Inevitable! ¡Vienen Jacob y Maisie! –se canturrea una y otra vez.
Detrás de él, Alberto escucha a Mérida.
–Por todos los cielos… ¿qué es eso? –cuestiona la futura reina, admirando con los ojos bien abierto aquella majestuosa imagen.
–No tengo ni idea –confiesa Alberto, mirando de vez en cuando a Tadashi, que parece leerle la mente.
–¿Habéis visto eso? –cuestiona Anna luego de correr hacia ellos–. ¡Vamos a ver! ¡Vamos a ver!
Mérida sonríe de oreja a oreja al ver como todo el grupo concuerda con la menor de ellos.
–Vamos, pues, descubramos quienes son Jacob y Maisie, y qué es el Inevitable.
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¡Más personajes se integran en el fanfic!
Ah... momentos TadErida... como los amo.
Mérida e Hiccup son dos niños caprichosos que no aguantan ni dos segundos sin sus dosis correctas de mimos.
Por cierto, si no lo habíais notado, la parte en la que Tadashi dice "¿Te he mencionado ya lo mucho que agradezco ser tuyo?" Es una referencia a la canción Nothin de Bruno Major, me gusta mucho la parte de "Have I told you lately I'm grateful you're mine". Lo he cambiado más que nada porque siento que Tadashi no diría cosas como "eres mía", sino que admitiría con gusto "ser de Mérida".
Los personajes de Sea Monster han sido introducidos en este fanfic, básicamente porque simpeo fuertemente por toda esa gente... no me miréis así, no es mi culpa que tengan todos un diseño tan bueno.
Como ya os he spoileado, falta básicamente nada para la revelación del secreto de Alberto, y creo que ya os imagináis que los demás van a estar más que encantados.
¿Para qué están aquí Aladdin y Hércules? Creedme, serán una cantidad inmensa de cosas importantes.
