La cruzada de la última DunBroch.

Capítulo XIIII.


Los nueve muchachos se asoman por tres de las ventanas que están más cercas en aquel bar, la brisa marina revolotea sus cabelleras, en algunos casos a penas levemente, y enfría levemente sus cuerpos, sin embargo, sus mejillas se mantiene enrojecidas y cálidas gracias a las altas temperaturas que emana el bar que fisgonean sin vergüenza alguna. Desde afuera logran ver, completamente maravillados, el gran grupo de gente que se ha acumulado alrededor de dos individuos en específico. Una muchacha que aparentaba la edad de Tadashi o tal vez uno pocos años más, de piel oscura, una sonrisa juguetona que le viajaba de oreja a oreja y un cabello corto bien atado en una coleta alta; ella estaba sentada en la barra de la taberna, con una enorme jarra de algún liquido espumoso dando vueltas de vez en vez en su mano izquierda, balanceando sus piernas con cuidado para no chocar con ningún cuerpo ajeno o con las sillas cercanas. A su lado derecho, gesticulando de tal manera que dejaba muy en claro que estaba contando una gran aventura, había un enorme hombre de anchos hombros que dejó encandilados a dos de los jóvenes.

Hans y Anna observaban encantados a aquel sujeto tan enorme y fuerte de melena rubia que no paraba de sonreír con una picardía hipnotizante, rebosantes de sentimientos que no comprendían en lo absoluto pero que disfrutaban al máximo. Sus mejillas estaban particularmente más rojas que las del resto del grupo, sus pupilas estaban distintivamente más dilatadas y sus corazones bombeaban con muchísima más emoción. No tenían ni idea de qué diantres les ocurría, pero tampoco les molestaba en verdad.

–Bueno –comienza Mérida, finalmente alejándose del cristal. Los demás voltean justo a tiempo para verla sonreír con seguridad y colocar sus manos en la cintura–. Vamos a hablar con ellos.

La mirada de Tadashi es severa. –Y nada de dragones –dice mirando a Mérida y a Hiccup, quienes agachan la mirada para luego asentir levemente.

–Nada de dragones –asienten enfurruñados.

Los niños, luego de decidir que había demasiados rufianes para que los acompañaran todos y que por eso solo vendría con ellos Gunter para que los demás se dedicaran a cuidar de las manadas, de Nix –a Jack le costó bastante desprenderse de su coneja, pero terminó accediendo al comprender que la gente no solía dejar entrar a animales a las tabernas– y de Chimuelo, se adentraron contentísimos al local, emocionados por hablar con los que parecían ser los dos individuos más queridos y populares de aquella zona, la verdad es que no tenían ni idea de cómo se llamaba siquiera el pueblo o ciudad donde estuviesen, simplemente confiaban en poder descubrir algo de aquellos atrayentes personajes.

En cuanto se adentraron en el bar, el olor a sudor, alcohol y pescado les pegó en las narices como el puñetazo firme de una bestia colosal, tanto que incluso algunos tuvieron que taparse con ambas manos las narices o retroceder unos cuantos pasos por el súbito cambio. Algunos de ellos, los que le escucharon, renegaron un poco al oír las risas de Gunter, quien estaba más acostumbrado a ese tipo de hedores.

El plan para acercarse a ese dúo era sencillo, tan solo se acercarían con toda la calma del mundo, escucharían encantados las historias que tenían para contar y en algún punto uno de ellos pregunta si sería posible ver a la gigantesca criatura en la que llegaron, sería fuera, tal vez con más privacidad, que Mérida hablaría para ellos no solo para saber cómo tratar con esas criaturas –innegable era que algo así podría ayudarle a infundir terror en aquellos que tomaron por la fuerza su reino–, sino también para saber si estarían dispuestos a seguirles o ayudarles a buscar algún guerrero que se les una. Pero todo se complicó en cuanto un miembro de la embarcación El Inevitable se fijó en algo extraño.

La señora Merino era una mujer en los finales de sus treinta, con un cabello ensortijado y bien sujetó en una firme trenza que de vez en vez, a causa de los vientos marinos, dejaba algún que otro mechón naranja sobre su rostro. La señora Merino, también, era una mujer de voz firme que, durante muchísimos años, estuvo ahí para transmitir a la velocidad del rayo los mandatos de su capitán por todo el barco, y que ahora estaba para repetir los mandatos de su nueva capitana, Sarah Sharpe. Otro detalle que destacaba de la señora Merino es que su firme mirada verde podía indicarte muchas cosas sobre ella, sobre todo sus emociones, en especial una muy fuerte: la ira.

Merino lo había visto miles de veces, imbéciles llenos de cicatrices, con una cara que tira para atrás y demasiadas armas distribuidas por todo su cuerpo, entrando en bares de la zona con lo que ellos llamaban sus mercancías, presumiendo que podrían entregar cada uno de los marineros presentes todo lo que ellos necesitarán luego de tantísimo tiempo en el mar, sin placeres ni deseos cumplidos. Ese tipo de gente solía a traer a niños y niñas muy pequeños, a pobres criaturas indefensas que no conocían nada mejor ni tenían salvación… a menos, claro, que el pobre infeliz de turno se adentrara a uno de los bares donde los tripulantes del Inevitable, quienes tenían como norma destripar a cualquier imbécil con ese negocio que se toparan.

Lea recibió un leve golpe en el hombro de momento a otro, dejó su jarra de cerveza a un lado y miró allí donde Merino el apuntaba con la cabeza. La voz corrió rápido, a cada segundo había más y más miembros del Inevitable que eran conscientes de la presencia de aquel sospechoso sujeto. Antes de que aquel hombre siquiera proponer ninguna de sus porquerías o siquiera dar algún otro paso, ya estaba uno los marinos detrás de él, dispuesto a rajarle la garganta de lado a lado.

–Papá, no veo, ¿me subes a tus hombros? –pregunta de momento a otro una de las niñas que van con él, extendiendo sus bracitos hacia el hombre, quien sonríe con gran ternura a la par que asiente y se inclina para tomarla con delicadeza. El marinero que seguía detrás del desconocido da un traspiés torpe al ver la escena, confundido si debería continuar o no, es entonces que la niña rubia que está siendo levantada por el desconocido pega un respingo al ver alguien armado. El desconocido, seguramente, extranjero, reacciona de inmediato, dándose vuelta lo más rápido posible y usando su cuerpo como escudo para los niños que lo acompañan.

–¿Qué diantres? –suelta mientras retrocede, aun asegurándose de mantener a los niños a salvo.

Sin saber muy bien que hacer, mientras Maisie y Jacob avanzan hasta la entrada pues la noticia ya ha llegado a ellos, la señora Merino se levanta y, desenfundado una daga, avanza hacia el desconocido y le apunta el cuello con el arma.

–¿Qué relación tienes con los niños? –interroga fríamente, asustando a la niña rubia que sigue en los brazos del hombre.

–¿Perdón?

–No te lo repito, imbécil –ladra Merino–, responde antes de que te raje la garganta.

El hombre sigue confundido y algo escandalizado, pero responde firmemente. –Esta es mi hija –dice señalando con la mirada a la niña rubia–, y estos son sus amigos. Soy, por decirlo de alguna forma simple, uno de los adultos responsables de ellos.

Todos los marineros del Inevitable fruncen el ceño al ver a una pequeña niña de cabello rojo y mal cortado apuntando a la señora Merino con una flecha.

–No os atreváis a lastimar a Gunter –amenaza con los dientes apretados, Merino se queda sorprendida al ver que el resto de los críos están igual de dispuestos a defender al hombre.

Luego de unos segundos de silencio, los marineros guardan sus armas y relajan su cuerpo.

–Perdonad, ha sido un malentendido –dice con tranquilidad, como si no hubiera estado amenazándolo hace tan solo unos pocos segundos, confundiendo al inusual grupo–. Por estas zonas suelen venir idiotas con la intención de vender a niños como esclavos, no nos gustan esos sujetos.

Tadashi observa escandalizado a la mujer. –¿Por qué pensaríais que Gunter es esa clase de hombre? –cuestiona gravemente ofendido, señalando con una de sus manos al hombre que los acompañaba, intentando señalar que era evidente el hecho de que aquel buen sujeto jamás haría tan terrible.

La tripulación del Inevitable posa sus miradas fijamente en la ropa extraña del hombre, los pantalones de cuero y el chaleco de piel blanca, en su torso lleno de cicatrices terriblemente notorias, en todas las armas que tiene pegadas a su cinturón, en las dagas que se dejan ver desde el final de sus altas botas y en esa expresión de peligroso rufián que tenía pintada en toda la cara.

–¿Nos lo están preguntando en serio? –cuestiona Lea cerca del lado derecho del rostro de la señora Merino.

Finalmente, Jacob y Sarah, junto con una Maisie que se alza en las puntillas de sus pies para ver qué es lo que está ocurriendo exactamente, llegan a la entrada para ver con sus propios ojos cual era el problema que había comenzado de momento a otro en aquella parte de la taberna.

–¿Todo bien, señora Merino? –pregunta Sarah mientras avanza firmemente y con el mentón en alto hasta el inusual grupo con los pulgares metidos en su cinturón de cuero negro. Mérida baja su arco y flecha, a pesar de que no guarda su proyectil en ningún momento, mientras Rapunzel le da palmaditas a su padre para que la deje en el suelo.

La señora Merino asiente. –Sí, parece que está todo bien, capitana. Solo ha sido un malentendido, disculpe las molestias.

Pero la capitana del Inevitable se limita a ver de pieza a cabeza a Gunter.

–¿Cuál es tu relación con los niños? –cuestiona lo mismo, señalando con la cabeza a los mencionados

Gunter suspira cansado por tener que repetir una respuesta que ya había dado. –Por decirlo de algún modo, soy uno de los adultos responsables de ellos.

Jacob se cruza de brazos y, al igual que la capitana, observa al hombre de hito a hito. –Eso no suena muy bien, amigo. ¿A qué te refieres exactamente?

Gunter quiere tomar a los niños y pirarse por todas las molestias que se están tomando, pero también debe de admitir que le parece muy positivo que esa nueva gente a la que sus niños quieren acercarse sean tan cuidadosos y protectores.

–Esta es mi hija adoptiva –dice, señalando con una mano a Rapunzel que lo está sujetando de la otra–, estos niños son sus amigos –dice, señalando a los otros ocho jóvenes, simplificando lo mejor posible el tipo de relación que compartían esos niños–, y como los padres de estos muchachos o están muertos o son unos malditos irresponsables, otra gente y yo nos estamos encargando de ellos.

–Mis padres no son irresponsables –contradice Tadashi cruzándose de brazos.

–Dejar que tu hijo de catorce años salga en busca de aventuras por todo el tiempo que quiera solo porque te quieres centrar en tu niño genio no es responsable, Tadashi.

–¿Y quién es esa otra gente? –cuestiona Maisie, dando unos pasos hacia adelante y finalmente integrándose en el interrogatorio de aquel sujeto, quien vuelve a bufar para demostrar lo cansado que está ya de todas esas preguntas acusatorias.

–Son unos cincuenta hombres más que ahora mismo están afuera, lidiando con las mascotas.

Nuevamente, la tripulación se queda en silencio, hasta que es Maisie, todavía confundida de por qué había un grupo de niños en una taberna, se atreve a preguntar.

–De acuerdo… suponiendo que todo lo que has dicho es cierto y tú realmente estás cuidando de estos críos.

Gunter la interrumpe. –Claro que estoy cuidando de estos críos.

–Mi pregunta es… ¿qué hacen aquí?

–Queríamos enterarnos quienes son Maisie y Jacob y qué diantres es el Inevitable –responde casi de inmediato Mérida, aprovechando la oportunidad que le han ofrecido en bandeja de plata para saciar las ganas que tenía de hablar con esa gente.

Es entonces que todos los marineros parecen comprender mejor la situación. Ese tipo de situación también la conocían, niños emocionados por Roja y Azul, emocionados por todas las leyendas y rumores que corrían con el viento por todas partes con respecto a Jacob y Maisie, incapaces de contener las ganas de saber todo lo posible de las grandiosas aventuras que había librado majestuosamente el Inevitable. Era cierto que la mayoría de los críos se esperaban a que salieran de las tabernas pues sus padres les prohibían entrar a ese tipo de lugares… pero, ahora que se fijaban bien, esos niños, aparte de ser bastantes, no tienen pinta de ser de los que esperan pacientemente fuera de tabernas, son de los que se escabullen de sus casas, se meten por las ventanas y no dejan en paz a nadie hasta que consiguen lo que quieren.

Maisie, en cuanto sonrío tiernamente al sentirse identificada con todos ellos, sintió también las miradas burlonas de toda la tripulación del Inevitable, hizo todo lo posible para ignorarlas y hablar con tranquilidad.

–Bueno –dice dando una palmada y acercándose a la chica de cabellos cortos y naranjas, la que ya empezaba a guardar su arma–. Yo soy Maisie Brumble –se presenta, señalándose a sí misma–, y este es Jacob Holland –sigue, ahora apuntando a Jacob, quien les guiña un ojo a los niños haciendo que algo dentro de Hans y Anna enloqueciera–. El Inevitable es el barco al que pertenecemos, éramos cazadores de monstruos marinos, pero hace varios años aprendimos que no merecían ser cazados, solo querían la misma paz y armonía que nosotros buscábamos.

A Hiccup se le escapa una preciosa sonrisa al mismo tiempo que la emoción empieza a rodear dulcemente todo el cuerpo de Alberto.

–Entonces… –empieza Mérida, como quien no quiere la cosa–, ¿podemos ver al monstruo marino que ha venido con ustedes? –cuestiona, con una sonrisa enorme de oreja a oreja. Maisie y Jacob se dedican una miradita cómplice para luego asentir contentos.

Los niños celebraron de la manera más caótica y tierna posible. La capitana Sharpe y Jacob llegaron a comentar que niños con esa emoción sin duda alguna funcionarían bien en la mar si ellos así lo querían, sobre todo por la insistencia que presentaron cuando los marineros les dijeron que tendrían que esperar un poco a que terminaran con sus tragos para ir a ver al monstruo marino hembra que, hace muchos años, Maisie había nombrado Roja.

–¿Roja? –cuestionó Anna mientras intentaba sentarse en un altísimo taburete cerca de la muchacha que había descubierto era tres años mayor que Tadashi.

Maisie se hundió de hombros para luego darle un largo trago a su cerveza. –Es roja, por eso se llama Roja.

Anna frunce el ceño, no muy convencida por la lógica que seguía Maisie Brumble.

–¿Y si encuentras otra que también es roja? ¿cómo la llamarás?

La muchacha de piel negra soltó una risilla. –No voy por ahí nombrado a monstruos marinos, no son mascotas, son criaturas independientes que no nos necesitan en lo absoluto y solo quieren un vida tranquila sin idiotas clavándoles lanzas en el lomo o intentando matarlos.

Algunas miradas infantiles, las más cercanas a la conversación, miraron con cierta gracia a Hiccup, quien solo siguió tomando tragos pequeños a un brebaje ajeno que no le parecía que tuviera tanto alcohol como para no poder consumirlo e ignorando abiertamente la sorna de sus amigos y las mirada inquisitiva de Gunter.

–Hiccup –lo llama haciendo que aquel vejete amigable y muy distraído notara los sorbos que había dado–, ¡Hiccup! ¿Has estado tomando cerveza?

–¡Solo tres sorbos! ¡Además esto es más ligero que la hidromiel! –se excusa rápidamente, la capitana Sarah alza una ceja.

–¿La hidromiel?

Hiccup corretea hacia ella para huir de un enojado Gunter. –Mi padre me la hizo probar con diez años, es la bebida típica de mi gente.

Un tripulante parece reconocer de qué está hablando Hiccup.

–Espera ¿la hidromiel no es ese licor tan fuerte que los vikingos toman todo el tiempo? –el niño asiente–. Esa… esa cosa tumbaría a cualquier bebedor habitual de cerveza.

Los marineros observan espantados al niño, quien no entendía del todo bien por qué todo el mundo estaba tan escandalizado, se le ocurre añadir, sin pensárselo mucho primero, que realmente no soportó muy bien la hidromiel pues recuerda que le dijeron que se había desmayado casi por dos días enteros por todo el licor que entró bruscamente y en gran cantidad en su organismo, además que su padre había estado notable decepcionado por lo poco vikingo que había demostrado ser ese día. La preocupación de los adultos solo aumentó.

–Lo que dije –señala Gunter mientras le acerca comida a Hiccup–, o muertos o malditos irresponsables.

La tripulación del Inevitable asiente mirando fijamente a todos los niños presentes, los cuales se cuestionan si realmente los familiares que antes se encargaban de criarlos y cuidarlos antes eran en verdad tan terribles como todos los nuevos adultos que llegaban a sus vidas se encargaban de recalcar e insistir en cada ocasión que tenían. Algunos llegaron a una respuesta afirmativa rápidamente, sin tan siquiera preguntárselo más de una vez, otros no paraban de comparar todo lo que había llegado a aprender y vivir en esos casi dos años de aventura con lo que habían experimentado en sus hogares. La cuestión es que todos llegaron a la conclusión de que, fuera su vida antes de la cruzada mejor o peor, si tuvieran la oportunidad volverían a comenzarla sin remordimiento alguno, no se arrepentían de nada.


Maisie quedó asombrada por la facilidad con la que Hiccup, un nombre rarísimo la verdad, consiguió que Roja confiara en él. El niño se limitó a acercarse solo y lentamente, bajando la cabeza ante la enorme criatura y extendiendo con delicadeza una de sus manos hasta el enorme hocico de ella. Roja lo aceptó con gusto y cuidado, ese tipo de cuidado que las titánicas criaturas marinas utilizan para aquellos que reconoce como delicados y preciados. Aquello fue sumamente sorprendente, tanto que Maisie llegó a creer firmemente que estaba presenciando algo sumamente importante e histórico.

Las lamidas que le dieron Roja y Azul a la pobre Elsa fueron más extrañas y divertidas, sin duda alguna, tanto que a Maisie le costó procesar el hecho de que aquello, seguramente, también sería algo sumamente importante.

–¡Denme un respiro! –lloriqueó la niña, escapando de Azul y de aquel dragón de negras escamas llamado Chimuelo que, aunque los sorprendió un poco al inicio, pronto les pareció completamente normal teniendo en cuenta las criaturas que siempre los acompañaba. El resto de los infantes rieron al ver al monstruo marino y al dragón intentando llenar de sus babas a la niña de nieve que ya no sabía ni para donde escapar, porque ni la tripulación ni Hiccup parecían dispuestos a calmar a sus criaturas y porque Jack había dejado muy claro que, mientras estuviese llena de babas, no la sacaría de allí volando.

Si alguno de ellos hubiera podido entender la conversación, o más bien discusión, entre ambas criaturas, seguramente las risas hubieran aumentado inmensamente, porque algo así iba la reyerta entre ambos seres

¡Apártate de la pareja de mi humano, idiota marino! –rugía Chimuelo mientras se apresuraba a acercarse todo lo posible a Elsa–. ¡Busca tu propia humana extraña!

¡Eres un egoísta! –se quejaba Azul, irritado porque en tierra no se podía trasladar también como podría hacerlo en agua–. ¡Cosas así se comparten!

¡Sí y a mucha honra! ¡Y ella no es una cosa! ¡Es la pareja de mi humano! ¡Ergo es mi humana!

Azul estaba desesperado. –¡Pero hay algo en ella diferente! ¡Solo déjame acercarme, cabezota!

¡No! –rugió con firmeza cuando finalmente consiguió atrapar a Elsa con sus colmillos, tirar de su ropa y apretujarla contra el suelo de manera que Azul no pudiese volver a babearla. La pobre chica se sintió aliviada por un momento, pensando que el juego de "a ver quien babea más a Elsa" había terminado, lamentablemente para ella Chimuelo empezó a babearla sin parar mientras miraba con desconfianza a Azul, el pobre monstruo marino que empezaba a sentirse terriblemente frustrado.

Bañada en saliva de dragón y de monstruo marino, Elsa pensó en congelar a esos dos para que la dejen en paz.

Lo que se pudo lograr por unos segundos, porque Roja se acercó un poco a la zona de la orilla donde se habían arrimado esos tres y, por unos bellos segundos, Elsa creyó ver a la majestuosa criatura con un caballero de brillante armadura que venía a salvarla de los animales locos… la idea duró poco, porque con un movimiento leve de cabeza Roja hizo que, renegando e imitándola burlescamente, Chimuelo se apartara para que así ella pudiera quedarse todo lo que quisiera con la pobre cría.

–¿Alguien puede hacer algo ya? –lloriqueó Elsa intentando patéticamente escapar de las lamidas constantes de Roja–. ¡Hiccup! ¡Haz algo!

–Estoy dibujando la situación para recordarlo en la posteridad –dice señalando con una mano los bocetos que había hecho rápidamente, los cuales, para molestia de Elsa, realmente se veían muy bien.

–¡Y yo estoy ayudándole! –anuncia contentísima Rapunzel mientras rebusca en una bolsa que uno de sus padres le tendía–. ¡Luego le daré color con mis pinturas!

Elsa estaba llorando de la frustración. –¡Eso no me ayuda en nada!

–Ya… es que eso no es el punto –río levemente Rapunzel–, la gracia de esto es poder reírnos todos algún día.

–¡Ya os estáis riendo!

–Sí, pero esto tiene que seguir de alguna manera.

–¡Alguien haga algo! –vuelve a rogar, ahora mirando a los adultos–. ¡Si me terminan comiendo va a ser vuestra culpa!

Mano de Garfio suelta una risilla. –Venga, que solo juegan contigo.

Intentando sacudírselo del cuerpo, Elsa agita las manos para deshacerse de toda la baba posible, el problema es que de inmediato Roja la vuelve a lamer.

–Creo que marcan su territorio –comenta Anna con los brazos cruzados–, como si estuvieran peleando por quien tiene derecho a quedarse contigo.

Hiccup se enternece. –Ow, Chimuelo sigue intentando reclamarte como su propiedad –señala haciendo que todos miren al dragón que seguía buscando por su posibilidad de retomar el control de la situación–, es algo muy tierno cuando lo piensas así.

Mérida suelta una risa burlona.

–Agradece que no marcan su terreno como los perros marcan los árboles –se burla mientras cubre levemente su boca con una mano para ocultar sus risas.

–¡Oh, cállate! ¡Sois unos traidores! ¡Dejándome abandonada de esta manera!

Tadashi se hunde en hombros. –Es divertido –comenta con sencillez, como si aquello fuera el mayor argumento.

–Sí, pero ya ha sido bastante –comenta Jacob, levantándose finalmente, siendo rápidamente seguido por Maisie pues, por mucho que al mayor no les gustara admitirlo, realmente ella era la que mejor se entendía con Roja mientras que Jacob solía quedarse un poco al margen, sin comprender del todo cómo podía comunicarse mejor con la más grande los monstruos marinos–. Venga, dejad en paz ya a la cría –ordenó con bastante firmeza, haciendo que Azul aceptara la derrota y que, lentamente y entre algunas quejas que nadie comprendía, Roja aceptara a dejarla ir de su baboso agarre.

En cuanto tuvo oportunidad, Chimuelo avanzó rápidamente a Elsa, volvió a tomarla del cuello de la ropa y sosteniéndola en todo momento la hundió en el agua salada. Maisie y Jacob se espantaron en intentaron detener al dragón, pero Anna e Hiccup se apresuraron a decirle que era completamente normal.

Elsa salió tosiendo y escupiendo bruscamente pues la habían dejado unos segundos de más, aparte de que Chimuelo la había pillado desprevenida, ahora estaba calada de pieza a cabeza, con la ropa tan pegada a su cuerpo que ahora solo era una capa más de piel, con las trenzas hechas un desastre y el pelo en la cara como consecuencia… pero al menos ya no estaba llena de babas de dragón y de monstruos marinos.

Muy orgulloso de sí mismo, Chimuelo, sin soltarla en ningún momento, avanzó hasta Hiccup imitando levemente lo que había visto de los caballos y allí dejó a una Elsa muy estresada e indignada con todo el mundo.

–Gracias, amigo –le dice en cuanto Elsa queda sentada a su lado con los brazos cruzados–. ¿Cómo estás, cielo? –le pregunta con dulzura mientras intenta acercarse. Elsa rehúye de él.

–Cobarde traidor –masculló mientras intentaba huir de los mimos de Hiccup, quien hace una mueca al oírla tan enfurruñada.

–Venga, Elsa, ha sido divertido –intenta seguir acercándose, logrando finalmente rodearla con sus brazos, pero sin quitarle los morros de la cara ni logrando deshacerse el cruce de brazos.

Elsa oculta su rostro de la mirada de Hiccup. –Ha sido divertido para ti, a mí no me ha hecho ninguna gracia.

–Tienen gracia los dibujos –comenta por lo bajo Rapunzel, señalando la libreta de Hiccup, quien le hace una seña para indicarle a la menor que no era el mejor momento para presumir de las habilidades artísticas de ambos, por muy buenas y geniales que sean, Rapunzel comprende que ya habrá tiempo para eso luego.

–¿Quieres ir a la taberna para entrar en calor? –le pregunta con dulzura mientras deshace las pequeñas trenzas de su cabellera para, cuando su cabello estuviese seco, volver a hacerlas. Elsa, aún mosqueada, se limita a asentir levemente porque sería ridículo negar que tenía muchas ganas de ser consentida por su pareja.

Volvieron al cabo de no mucho tiempo, cuando los animales ya estaban más tranquilizados, además de demasiado cansados como seguir peleándose por quién babea más al pobre espíritu puente entre humanidad y naturaleza, cuando Elsa ya estaba de mejor humor, algo adormecida por el cansancio y con bastante ganas de seguir siendo consentida por su vikingo.

Y una vez todos estuvieron con los parpados pesados y los bostezos saliendo de vez en cuando, Alberto, mirando de reojo a Tadashi que le apoyaba por completo en silencio, decidió tomar aire y soltar la primera pregunta que tenía para confirmar lo que ya venía sabiendo desde hace un tiempo… podía confiar en ellos.

–Entonces… ¿qué os parecen los monstruo marinos? –balbucea un poco, sintiéndose tonto y juzgado cuando las miradas se centran en ellos.

–¿Tú que crees? –pregunta algo ofendida Elsa, aún en brazos de Hiccup.

–Lo tuyo es un caso aparte –dice Jack–, a mí me parecen maravillosos.

–A mí me parecen babosos –contrapone Elsa, sacándole risas a sus amigos–. ¡No tiene gracia!

Contiendo sus carcajadas, Mérida niega. –Claro que tiene gracia, te han bañado a base de babas, Elsa. Aunque dudo que haya sido para marcar territorio, me encantaría saber por qué.

Rapunzel soltó lo primero que se le vino a la cabeza. –Tal vez les agradaste mucho y Chimuelo no quiere compartirte.

–Eso suena mucho a Hiccup –bromea Hans–, se pone de los nervios en cuanto tiene que compartirte con alguien más.

–Oigan –los vuelve a llamar Alberto–, pero y si fueran… diferentes… entonces ¿qué os parecerían los monstruos marinos?

Anna alza una ceja. –¿Cómo diferentes?

Alberto intenta buscar las palabras correctas, balbuceando por un momento mientras gesticula con las manos, todos, a excepción de Tadashi que no hace nada más que apoyarlo en silencio absoluto, lo miran fijamente por confusión hasta que, finalmente, Alberto logra soltar algo.

–Más humanos –propone lleno de nervios.

–¿Cómo? ¿Gente pez? –es lo primero que se le ocurre a Hiccup, emocionada, Anna suelta un suspiro muy infantil que revela que se le ha ocurrido algo que no tiene nada que ver con lo que Alberto ha insinuado ni con lo que Hiccup preguntaba.

–¡Sirenas!

–No precisamente –murmura Alberto, volviendo a dejar confusión en las mentes del resto–. Como un humano normal… pero con escamas, ¿qué os parecería eso?

Alberto pega un respingo al ver los rostros llenos de emoción de todos.

–¡Eso sería genial! –es Mérida la primera en decir algo–. Gente con escamas, eso sería genial de ver, aunque algo eso no creo que exista, y si existe estaría muy profundo en el mar…

Jack también suspira. –Buah, me encantaría ver algo como eso.

Los demás asienten con ilusión.

–¿De verdad? –murmura Alberto, los chicos asienten, el monstruo marino suelta un suspiro pesado que lo aliviaba de todo el peso que había sentido hasta ese momento–. Bueno… está bien.

Alberto se levanta, confundiendo aún más a todos sus amigos, haciendo sonreír a Tadashi.

–¿Qué haces? –pregunta Hiccup.

Alberto entonces coge carrerilla y salta desde el puerto de madera hasta el profundo mar.

Jack suelta un gritillo agudo y lleno de angustia en cuanto el agua termina de salpicarle en la cara de todos. El hombre nuevo que ahora los acompaña parpadea confundido ante el horror que invade a aquel extrañísimo grupo de niños, dragón, lobos, caballos, coneja y rufianes.

–¡Alberto, no! ¡Puedes morir congelado! –chilla mientras vuela con velocidad hacia el agua.

A pesar de su angustia, Hans puede ser lógico. –¿Congelado? ¡Estamos en el Mediterráneo!

–¡Alberto, no vayas a la luz! ¡Mucho menos a la luz de la Luna! –brama Elsa mientras corre detrás de Hans y Jack, quienes ya han saltado hacia el agua para salvar al muchacho que ellos juraban que no sabía nadar puesto a que nunca lo habían visto metiéndose en el agua–. ¡Y no tragues agua!

–Con que esto era lo de "no vayas muy lejos o te ahogarás" –murmura Anna, tan afectada por la rareza que la rodea que ni siquiera puede exaltarse.

–¡Deja de estar tan tranquilo y haz algo, filosofo loco! –ruge Hiccup mientras zarandea de un lado a otro a Tadashi que, por el movimiento, siente que está a punto de vomitar lo que poco que comió en todo el día.

–Él está bien, todos cal… ¡Ah! ¡Oye! –Tadashi se abalanza contra Hiccup luego de que el vikingo le diera dos bofetadas y le ordenara que dejara de decir que todo estaba bien.

–¡Papás! ¡Haced algo! –ruega Rapunzel llorando del estrés y el susto. De inmediato, la mitad de sus padres saltan sin pensárselo al agua para ayudar a los niños que se han metido en las profundidades del mar, mientras que la otra mitad se encarga de separar a los chicos mayores que no dejan de pelear como tontos.

–¡Salid de allí! ¡No puedo perder tantos soldados antes de si quiera llegar a DunBroch! –ordena Mérida desde el borde del puerto donde está asomada junto a Elsa–. ¡Jack más te vale no ser capaz de volver a morir!

Es entonces que la cabeza de Mano de Garfio sale del agua. –¡Mierda! ¡Nadar con un garfio es jodidamente complicado!

–Papá no te mueras por favor –ruega Rapunzel llorando cada vez más fuerte.

–¡Me has roto el labio, vikingo idiota! –brama Tadashi cuando ya están separados.

–¡Tú me has arrancado pelo, niñato asiático! –contraataca señalando el cacho de pelo que le faltaba en la nuca–. ¡Elsa, ayúdame con este idiota!

–¡Hay gente ahogándose por aquí, Hiccup! –refuta Elsa volteándose a mirarlo–. ¡Dejad de pelear con niños y venid a ayudar!

–¡Alberto está bien! ¿Cuántas veces tengo que repetirlo?

–¡Hasta que salga del agua tan bien como juras que está! –gruñe Mérida.

–Pues ya salí.

Los que quedaban en la superficie alzan la mirada a un Alberto parado en la otra esquina del puerto, con Hans y Jack tumbados a cada lado suyo y los padres de Rapunzel flotando detrás de él. Antes de poder sentir algo de alivio, los niños se fijan en las escamas, la cola, los colmillos, las garras y en los ojos de pez.

–Hola, chicos –saluda intentando fingir que no ocurre nada raro, moviendo una de sus manos de un lado a otro mientras desvía la mirada por la vergüenza.

Elsa se lleva las manos a la cabeza. –¡Han hechizado a Alberto! –exclama espantada y los demás niños entran en pánico absoluto en cuanto escuchan sus palabras.

–¡No han hechizado a Alberto! –responde desesperado Tadashi moviéndose bruscamente entre los brazos de los padres de Rapunzel que lo tenían sujeto–. ¡Él solo es así!

Elsa voltea a ver a Tadashi. –¿En serio?

–¡Sí!

–Ah, de acuerdo –asiente hundiéndose en hombros–. Pues que impresionante, ¿eh?

–¿Gracias? –murmura Alberto.

–¿Puedes hablar con los peces? –pregunta Anna.

Alberto bufa pesadamente. –No –gruñe.

Jack alza la cara entre escupitajos y jadeos pesados.

–¿Nadie ha muerto?

–Bueno, Hiccup y Tadashi han estado a punto de matarse –señala Mérida–, pero no, nadie ha muerto.

–Ah, que bien –suspira Jack–, porque lo de estar muerto es cosa mía.

Y dicho aquello se desmayó del cansancio, lo más cercano que tenía él a dormir.

Anna es la primera que logra decir algo. –Entonces… ¿eres una sirena o no?

Cuando finalmente Jack se levantó y todos los rufianes que se lanzaron al mar estuvieron secos, todos se pusieron delante de Tadashi y Alberto, para que explicaran mejor la situación. Mérida estaba en el centro del grupo contrario a los filósofos, con los brazos cruzados y realmente indignada.

–¿Esto? –cuestiona apuntando a las escamas de Alberto–. ¿Era esto el gran secreto? Realmente hemos pasado meses cuestionándonos qué demonios estabas escondiendo… ¿para que sea solo esto?

–Literalmente soy de una especie de ser vivo diferente, Mérida.

–¿Y qué más da? –exclama muy indignada–. ¿Qué pensabas que pasaría?

–Que os asustaseis y quisieras acabar conmigo con antorchas y trincheras –responde con cierta obviedad, intentando quitarse de la cabeza la imagen de su padre, tranquilizándose al sentir una mano de apoyo de Tadashi reposando en uno de sus hombros.

–¿Por qué haríamos eso? –cuestiona ahora, igual de ofendido, Hiccup.

Alberto hace una mueca mientras se hunde en hombros. –Es lo que haría la gente normal.

–¡Aquí nadie es normal, Alberto! ¡Tenemos tres personas con poderes mágicos –grita, comenzando a señalar a cada uno–, tres encantadores de animales, una reina con pésimas ideas…!

–Oye, más respeto –corta Mérida cruzándose de brazos.

Hiccup la ignora para luego señalar a Mérida y Tadashi. –¡Y dos subnormales que se enamoran y se saben sus nombres al momento de conocerse! ¿Quién te parece normal, Alberto? ¿Quién? ¿Los rufianes? ¿Los lobos? ¿Tal vez el dragón? ¿El dragón te parece normal, Alberto? ¿El maldito bastardo de la muerte y el rayo te parece normal?

–De acuerdo, de acuerdo, ya entendí, no sois normales.

–Exacto –asiente Jack–, no te atrevas a volver a confundirte –Alberto asiente desviando la mirada–. Ahora, ¿puedes o no puedes hablar con los peces?

–¡Que no! ¡Pesados! –ruge en cuanto ve a Anna asentir con fuerza ante la pregunta–. ¿Puedes tú hablar con las ovejas, Jack? ¿Puedes, Jack? ¿PUEDES?

El fantasma, ocultándose detrás de Rapunzel y Mérida, niega algo asustado. –N… no, pero es que…

–Entonces, ¿por qué podría hablar yo con los peces? ¡No soy un pez! –Anna abre la boca y alza la mano, pero Alberto la corta de inmediato–. ¡Y sí, puedo comer peces sin que sea canibalismo! ¡De la misma forma que no entendéis balidos y os coméis ovejas yo no los entiendo y me los puedo comer!

Pero Hiccup parecía no entender… o no querer entender.

–¿Y qué hay de ellos? –pregunta señalando a los monstruos marinos–, se llaman igual que tú.

–Eso es coincidencia, Hiccup, evidentemente es una maldita coincidencia.

El vikingo entrecierra los ojos. –¿Estás completamente seguro?

Alberto alza un momento una mano, para indicarle que le diera un segundo, de inmediato se lanzó al mar para volver a mojarse –porque se había secado ya hace varios minutos– y se volvió a alzar en la tierra ya con colmillos y cola para así amenazar a Hiccup.

–Bueno, ahora sí –dice mientras su cola se mueve de lado a lado–. ¡Voy a hacerte entender a hostias!

Hiccup chilla, aunque con algo de gracia, y la persecución de vikingo por monstruo marino comenzó.

Mientras ambos fingían enojo o temor entre risas, mientras el resto de chicos, por las risas, deciden seguirles y unirse a un bando u otro, mientras otro momento ridículo y extremadamente divertido se formaba entre todos los infantes, ninguno podía dejar de pensar que no cambiarían esta extrañísima unión por absolutamente nada, por mucho que esto fuera consecuencia directa de la horrible vida que habían tenido hasta ahora, por mucho que los demonios del pasado siguieran arañando sus pieles, ellos realmente agradecían al destino haber acabado donde estaban en ese preciso momento.


El viento marino ondea su cabellera rubia, por muy atada que estaba su trenza, el viento seguía sacando pelillos y pelillos que revoloteaban como les daba la reverenda gana. Un suspiro pesado escapa de sus agrietados labios y, por el viento, ella siente que se le devuelve, llenando nuevamente su cuerpo de aquel terrible peso que llevaba ya casi dos años llevando. Unas lágrimas se le escapan, pero usas sus manos para limpiarlas. No, eso sí que no, se negaba a seguir llorando como una maldita cría, tenía que seguir adelante, tenía que seguir avanzando, se negaba a seguir llorando y llorando por algo que podía arreglar si se ponía a ello.

Se monta en los lomos de la Pesadilla Monstruosa, Tifón, enganchando la prótesis en el estribo de hierro, se siente un poco más segura de esa manera, sabiendo que el metal la ata para siempre a su compañero de vuelo, sabiendo que no caería por muy fuerte que azotara el suelo. Un suave gruñido que llega a parecer un ronroneo le avisa que su dragón está ahí para ella, con una caricia en la cabeza le otorga su agradecimiento.

Se prepara para alzarse al vuelo, de regreso a la gran búsqueda que ha tomado tantísimo de ella y de su salud mental, pero la llegada de Barrilete y su jinete la espantan.

–¡Patapez! –regaña por el susto, pero la preocupación que mostraba de antes el vikingo rubio le indica que algo serio está ocurriendo… no sabe definir si quiere enterarse o no de lo que está sucediendo.

A Patapez le cuesta un poco comenzar a transmitirle el mensaje que le encargaron, pero, luego de unos pesados minutos, logra tomar el aire necesario y avisar a la jinete de la Pesadilla Monstruosa.

–Es el jefe… dice que quiere verte –logra murmurar lleno de nerviosismo–, en el Gran Salón… se veía realmente enojado, Astrid, yo que tú voy buscando una buena excusa para explicar por qué volviste a buscarlo cuando te dijo específicamente que no lo hicieras… no sé por qué insistes, Astrid, vas a terminar en problemas, y si te metes en problemas te quitarán el privilegio de ser jefa, y si te quitan el privilegio de ser la futura jefa ¡le darán ese puesto a Patán!

Astrid aprieta con rabia la silla de montar hecha de cuero, clava sus cortas uñas en el duro material y reprime el dolor que empieza a sentir todo lo que puede. Asiente bruscamente y tan solo con esa rabia que ebulle dentro y fuera de ella, Patapez comprende que ha escuchado a la perfección del mensaje y que él se tiene que pirar inmediatamente a menos que quisiera sufrir la ira de Astrid por estar demasiado cerca.

La vikinga cambia el rumbo y se dirige a máxima velocidad hacia el Gran Salón de Berk, para descubrir lo más rápido posible qué era exactamente lo que Estoico quería repetirle después de tantos discursitos con respecto a que tenía que detener todo lo que estaba haciendo… ese maldito desagradecido, todos los días ordenándole que se detuviera cuando todo lo que quería ella era encontrar al hijo del jefe.

Desde que Hiccup se fue entre gruñidos y hachazos las cosas en Berk habían cambiado inmensamente. Sobre todo habían cambiado terriblemente tres personas en concreto. Astrid estaba llena de estrés, domó con lo poco que había aprendido de Hiccup a la Pesadilla Monstruosa que se suponía que debían de matar para completar su entrenamiento, repitiendo así lo que Hiccup intentó decir: los dragones no eran bestias asesinas que mataban por que sí, podían ser domados, podían convivir… podían conseguir la paz. Intentaron darle el nombre de Domadora de Dragones, pero se negó y se dedicó meses a recordar que todo lo que sabía lo había aprendido del chico al que había obligado a escapar lejos de la isla. También había dedicado meses enteros de su vida en crear mapas y viajar lo más lejos posible, todo para conseguir encontrar a Hiccup, todo para demostrar que seguía con vida, que seguía allí, en algún lado, seguramente desesperado, perdido y asustado, deseoso de obtener el derecho o la posibilidad de volver hacia la isla que lo vio nacer. Tenía que encontrarle, tenía que mostrarle todo lo que había arreglado ella misma para que su vida pudiese ser más fácil y pacífica, tenía que encontrarle… tenía que regresarlo a su lado para resolver todos los errores que había cometido, para sanar todas las heridas que ella misma le había causado… tenía que descubrir que seguía vivo.

Quien también había cambiado era Bocón, el gran hombre había caído en una terrible depresión que lo arrastraba a las peores formas de sí mismo. Estaba constantemente irritado, era casi milagroso hablarle sin recibir un rugido lleno de furia a menos que se tratase de Astrid, a quien a veces llamaba Hiccup o la trataba como tal por la confusión que toda la tristeza le traía; a Bocón le costaba salir del lugar donde estuviese, ya sea su casa, sumida en polvo y desorden, o la forja, donde se quedaba trabajar durante horas, desbordando toda su rabia y remordimiento contra el hierro que trabajaba. A veces no comía por días, a veces se atragantaba hasta vomitar y sufrir de dolores estomacales por semanas, todo entre lágrimas… todo entre miseria. Bocón extrañaba a su niño con todo su corazón, porque, joder, Hiccup siempre fue más hijo suyo que de Estoico, Hiccup era su niño. Él le había enseñado su oficio, le había cuidado cada vez que Estoico quería fingir que esa "decepción" no existía, le había asistido casa vez que las estúpidas normas o deseos de su padre le lastimaban o enfermaban, le había enseñado de los trolls, había estado allí para consolarle o aconsejarle cuando lo necesitara, había estado allí para defenderlo ya sea de niños o adultos crueles o de su propio padre. Bocón había estado allí, siempre había estado allí… y ahora su Hiccup no estaba.

Además de esos dos, Estoico había empeorado considerablemente, se había vuelto más huraño y amargado, estaba enfadado e indignado con todo aquello que lo rodeaba, todo aquel movimiento o decisión que se tomara sin su orden directa le ponía rojo de la furia más destructiva posible. Estoico se sentía personalmente ofendido por todas las familias de Berk, todas y cada una de ellas, se sentía personalmente ofendido por todos los hombres casados que podían abrazar, besar y amar a sus esposas, se sentía personalmente ofendido por todos esos padres que podían sentirse orgullosos de sus hijos varones. Estaba siendo insultado y le irritaba que ni uno solo de sus compañeros vikingos tuviera la decencia de disculparse y admitir que estaban llevando a cabo todas esas ofensas. Estoico estaba harto de todas las familias que le rodeaban, de toda la felicidad que se mantenía a pesar de lo solo que había quedado… sin esposa, sin hijo, sin absolutamente nada más que recuerdos que se empolvaban en casa.

Berk había cambiado, pero nadie podía definir si había sido para bien o para mal. Ya no había guerra contra los dragones, la paz parecía haber llegado para quedarse, pero eso había costado un hijo, una pierna y tres estabilidades mentales.

Astrid llegó al Gran Salón, donde un Estoico enfurecido le esperaba con el resto del Consejo vikingo y con sus angustiados padres. La joven Hofferson ni se inmutó, solo se colocó recta y con el mentón arriba, esperando por las palabras de su amargado jefe.

–Astrid Hofferson, hiciste exactamente lo que este Consejo te prohibió –comenzó Estoico, sentado en su enorme silla, sumido en la oscuridad natural de la enorme estancia–. Te hemos repetido en incontables ocasiones que has de detener tus viajes, tus padres se angustian por ti, este pueblo te necesita. Ahora que Hiccup…

–Le he comentado en incontables ocasiones que rechazo la propuesta de ser la futura jefa –interrumpe con la mirada y la voz cargada de rabia y veneno, apretando los puños tras su espalda–. Después de todo, ese es el puesto por derecho de sangre de Hiccup Haddock.

Astrid escucha al padre de Patán suspirando pesadamente. –Hiccup no está aquí. Ya no está.

–Estará en algún lado, y lo pienso encontrar –refuta Astrid.

–¿Y qué harás, hija –comienza su padre, con una crueldad que luego negará, preparándose para clavar la daga en la parte más sensible de la herida de su hija–, si lo que encuentras es un cadáver? ¿Qué harás cuando ya no hay más sangre Haddock que pueda tomar el puesto de jefe, ¿quién será el siguiente entonces?

–No encontraré un cadáver, encontraré un muchacho que quiere volver a casa y tener una vida normal y pacífica al lado de los dragones. Y, por cierto, ahora mismo se supone que tengo que volver a buscar para encontrarlo. Así que buenas tardes, señores y señoras.

Antes de poder escuchar los bramidos furiosos y preocupados de los indignados adultos, Astrid se monta en su Pesadilla Monstruosa y se alza lo más rápido posible al oscuro cielo nublado que advierte el comienzo de una terrible nevada que seguramente la obligará a quedarse quieta por un largo tiempo. Mucho más pronto de lo esperado, Astrid ya roza los fines de la isla de Berk desde el cielo gracias a la fantástica velocidad de Tifón, pero una mancha marrón sobre la arena de su isla distrae su vuelo y la obliga a frenarse. Se trata de un barco destruido tumbado bocabajo que es constantemente acariciado por la marea. Sabe a la perfección que no puede tratarse de Hiccup, sabe que no hay manera de que él se subiera a un barco para volver teniendo un dragón tan majestuoso como el Furia Nocturna y teniendo tan pocas ganas de regresar a la isla que lo vio nacer… Sabe que no es Hiccup, pero ella misma le pediría a Thor que la partiera con un rayo si acaso llegara el día en que permitiera que un inocente estuviera en peligro cuando ella puede hacer algo para evitarlo.

Desciende en picado mientras le indica a Tifón que lance un rugido que alerte al resto de dragones con jinetes. Esto la mantendrá dentro de Berk por mucho tiempo, le impediría seguir la búsqueda de Hiccup… tal vez es un mensaje de los dioses, quienes no creen que perder una pierna es suficiente e insisten en dejarle claro que la odian.


Después de una noche y un día en el Inevitable, cuando el sol empezaba a ocultarse bajo el manto marino manchando todo a su alrededor de tonos anaranjados, Rapunzel tomó a todos lo mejor que pudo y los llevo a un lado algo alejado, casi tira uno que otro plato de comida, pero ni uno solo se quejó o mostró pelea por no ser llevado por la pequeña rubia, quien, junto con Anna, era quien solía infundir más ternura y salirse con la suya.

–¿Sabéis que necesitamos? –pregunta emocionada Rapunzel una vez todos se sientan en un círculo.

–¿Buena autoestima? –propone Jack a lo que Elsa y Anna asienten.

–¿Padres decentes y vivos? –habla entonces Tadashi, siendo secundado por Hiccup y Alberto.

Rapunzel, que hace unos segundos estaba llena de emoción, se desinfló por completo al escuchar una y mil propuestas depresivas de sus amigos de que podrían necesitar, lo peor es que ni una sola de las ideas que proponían se acercaba a lo que ella quería decir.

Suspirando, cortó la conversación antes de que el siguiente dijera una nueva tontería. –No, no me refiero a ninguna de esas cosas vitales ni básicas para un buen crecimiento. Hablo de algo más interesante.

–Bastante interesante eso de que prefieras algo interesante a algo beneficioso para tu salud –comenta Tadashi–, pero continúa, Rapunzel, que ahora nos ha picado el gusanillo de la curiosidad. ¿Qué crees que necesitamos?

–¡Apodos! –responde finalmente con una sonrisa preciosa extendiéndose por su pecoso rostro. Todos alzan las cejas, confundidos por su repentina respuesta, todos a excepción de Jack, quien no puede evitar soltar una leve risilla que cubre con una de sus pálidas manos.

Rapunzel hace morritos mientras los demás buscan respuestas lógicas en la reacción del niño fantasma.

–Hay que ver cómo te has quedado pillada con lo de ese árabe –comenta una vez se termina su risa, Mérida frunce el ceño por la confusión mientras el resto de los niños se cuestionan los unos a los otros con la mirada, respondiendo cada uno de ellos que no tenían ni la más remota idea de a qué se refería Jack.

Mérida se cruza de brazos. –¿A qué te refieres con eso Jack?

–A que Rapunzel se sintió retada por cómo se presentó ese árabe, ¿te acuerdas? Se llamó a sí mismo "el hijo del líder de los cuarenta ladrones".

Hans chasqueó al acordarse. –¡Es cierto! Y cuando Rapunzel habló con ellos, se presentó como "la hija de más de cincuenta rufianes".

–Bueno, es que lo soy, e intimidaba bastante en ese momento –se defiende rápidamente la rubia, cruzándose de brazos y alzando el mentón, pero de inmediato deshace la pose para ver a sus amigos–. La cosa es que cuando terminó todo el problema del heleno y el árabe.

–Creo que se llamaban Aladdín y Hércules –comenta Elsa con simpleza, Hiccup responde moviendo una mano de lado a lado.

–A nadie le interesa nada de esos dos idiotas.

–Dejad de interrumpirla –regaña Jack picándolos levemente con su cayado, sacándoles quejas infantiles a la pareja de nórdicos, pero el niño fantasma los ignora–. Continúa, Rapunzel.

La segunda menor asiente. –La cosa es que me quedé pensando en que en verdad imponía bastante respeto eso de tener apodos. Quiero decir mucha gente nos ha subestimado por ser solo niños, nuestros poderes o habilidades no es algo que se vea a simple vista, tal vez apodos serios ayudaría a darnos esa imagen de peligrosos y respetables.

Alberto asiente lentamente. –Estoy de acuerdo con ella, además, imaginaros cuando terminemos con la cruzada y Mérida nos lleve a DunBroch, necesitaremos nombres intimidantes que nos eviten la batalla.

La emoción empezó a florecer en el grupo, pero Mérida esbozó una sonrisa algo burlona. –Yo ya había pensado en algo –asegura, inflando el pecho como pavo real orgulloso, obteniendo toda la atención del resto de los niños–, es más, he pensado incluso en las posiciones que tendréis en la corte de DunBroch, también los terrenos que os otorgaré.

Alberto abre la boca por completo. –¿Terrenos?

–¡Pues claro! Sois mis más leales soldados, quienes me ayudarán a reclamar mi título de reina, cuando recuperé el trono y la corona que merezco por derecho de sangre, obtendréis, como mínimo, el título de lores y vuestras respectivas tierras, ya lo tengo todo pensado…


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Hey... lo de Astrid no os lo esperabais, ¿verdad que no?

¿Por qué Astrid no tiene a Stormfly y por qué ha perdido su pierna? Sencillo, al irse Hiccup, quien tuvo que vencer a la Muerte Roja fue nuestra pobre vikinga rubia, perdiendo así, al igual que Hiccup, una de sus piernas. Con respecto al cambio de dragones entre Patán y Astrid, es más que nada porque no encontré ningún motivo para que Astrid se acercara al Nadder Mortífero, me pareció más lógico que intentara domar el dragón con el que Hiccup quiso mostrarle al pueblo que estaba equivocado, así que domaría a la Pesadilla Mosntruosa y lo llamaría Tifón.

Con respecto al comportamiento del resto de vikingos, si es que vuelvo a hablar de Berk, me gustaría hablar mucho más de Bocón, tal y como ha aparecido en este capítulo, siento que Bocón siempre fue mucho más padre para Hiccup que Estoico, me di cuenta de la fuerte unión una vez volviendo a ver Cómo Entrenar a tu Dragón, la parte en la que Estoico dice que cuando él quiere enseñarle a Hiccup (creo que quería enseñarle a pescar), este prefiere ponerse a buscar trolls a los que Bocón responde de inmediato que los trolls que insisten. Eso me dejo pensando en que esos dos pasaban el suficiente tiempo como para que Hiccup creyera firmemente que trolls realmente existían, me quedo pensando en todo el tiempo que Bocón se queda cuidando de Hiccup porque Estoico seguramente o no quiere o no puede y ante eso solo puedo decir... ¿Qué demonios, Estoico?

Dejando ya el temita del "mejor padre del mundo", ¡he encontrado algo maravilloso!

No sé si lo recordáis, pero antes había comentado que no sabía como llamar a la zona de la actual Grecia pues no encontraba un mapa de la época que quería y sola habían varios que se contradecían unos con otros. La cosa es que acabo de empezar la universidad y tengo un profesor de historia que durante una de sus clases nos mostró una página maravillosa.

Se llama Geacron y es una página maravillosa donde puedes introducir el año y te mostrará un mapa mundi político, es tremendamente útil y perfecto para mis fanfincs, estoy tan contenta que tenía que mencionarlo.

Bueno, ahora sí, eso ya sería todo.

¡Hasta luego!