Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, son de las maravillosas CLAMP. Yo solo juego con ellos =)
.:: La Princesa del Sadaijin ::.
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Flores de cerezo
Los finos rayos de sol iluminaban su melena castaña mientras caminaba, con paso firme, por la alameda que lo llevaba a Palacio. Durante el camino, se había dedicado a observar e inhalar el exquisito aroma de los jazmines y liliáceas doradas. Era tan dulce e intenso, muy similar a las gardenias chinas, que lo hizo evocar algunos momentos de su infancia cuando vivía en aquellas tierras del oeste, muy lejos de los muros que envolvían al gran Daidairi (1). Suspiró a tal recuerdo que de inmediato buscó el pedazo de papel que su madre le había entregado meses atrás. Solo cuando sintió su rugosidad en el bolsillo, siguió caminando al Palacio por la alameda multicolor.
Cuando el emperador no tenía intención de salir de su residencia para asistir al Daigokuden (2), pedía a su Guardia Real que se reuniese con él en el Salón del Trono, un ambiente lo suficientemente amplio para albergar a una treintena de soldados, al Consejo de Estado y a todos sus altos ministros. Para Shaoran era una oportunidad única, ya que cada vez que acudía al llamado, optaba por la ruta más larga, la que sin querer rodeaba al templo Shingo-in (3) y llegaba al jardín sintoísta.
Siguió avanzando hasta posicionarse en la entrada de la residencia del emperador y la miró con cierta añoranza y desilusión: Shaoran había pensado encontrarse, o al menos, observar a lo lejos, a la princesa Sakura; sólo su corazón se sintió tranquilo al ver a los dos imponentes y elegantes árboles de cerezo que flanqueaban la entrada del Dairi (4). Sentía extraña fascinación por ellos, posiblemente por tener una flor muy similar a la del ciruelo chino, y además por su intenso color rosa característico de los últimos días de marzo, lo que ya avisaba el festival del Hanami.
Hace unos años, el emperador Kinomoto había decidido quitar el viejo naranjo para colocar los cerezos como homenaje al nacimiento de su hija primogénita Sakura. El maestro taoísta le había predestinado a la niña un camino de fructíferos logros, incluso, dedujo que bajo su imperio podría retomarse la paz y tranquilidad y la unificación de su territorio.
Para la Guardia Real, era un verdadero honor que la princesa Sakura haya nacido en abril, porque les permitía demostrar su respeto y homenaje en distintas actividades por ser la flor de sakura, cerezo, el símbolo que regía el código de honor de los guerreros.
(1) Daidairi es el Gran Palacio donde se encontraban los Ministerios, oficinas, talleres, almacenes, entre otros.
(2) Daigokuden es la gran sala de audiencias del Daidairi donde se oficiaban las ceremonias de estado.
(3) Shingo-in es el templo budista que se encontraba dentro del Daidari.
(4) Dairi es el Palacio interno donde vivía el emperador y su familia. También tenía salones para reuniones como el Salón del Trono o Shishinden.
Shaoran atravesó el Dairi, y en vez de entrar al Salón del Trono, dobló a la izquierda, y como siguiendo sus instintos, continuó caminando por el pasillo interno hasta dar con su objetivo…la encontró: se alejaba por el sendero que iba hacia los jardines interiores. Miró hacia los costados y al no ver a nadie de la Guardia, decidió apresurar el paso y seguirla de cerca, sin que ninguna de las damas de honor se percatase de él.
Desde su posición, lograba ver la fina silueta de la mujer envuelta con un ropaje imperial de tonos púrpuras. Le gustaba la naturalidad de la heredera y sus facciones suaves y delicadas, como un elegante árbol de cerezo.
—¿Otra vez perdiéndose por el castillo, joven guardia? —le preguntó una voz que lo heló por completo imposibilitándolo de dar un paso más. Shaoran volteó y de inmediato hizo una reverencia al hombre que tenía enfrente—. Reconozco que el Dairi es grande y lleno de gratas sorpresas, pero no es nuestro, no podemos perdernos a nuestro antojo.
—Discúlpeme, Yamazaki Sama —respondió avergonzado. El rubor se intensificó en sus mejillas al tanto que la mirada del aludido se hacía más aguda; lo examinaba cuidadosamente con el ceño fruncido. Desde que había asumido el rango de Jefe real de la guardia, Takashi Yamazaki no había visto a un espadachín tan diestro como Shaoran, y tan hábil con el arco y la flecha. Pero cada vez, lo veía más distante, perdiéndose por los muros del palacio con excusas cada día más inexplicables.
Y no podía permitirse que el mejor de sus hombres sea asesinado por una irresponsabilidad, por el efecto efímero de un amor imposible.
—Esta planta solo vive d años, ¿sabía eso usted? —añadió Yamazaki con brusquedad, caminando alrededor del árbol y señalando los arbustos llenos de liliáceas, las que infundían ese aroma tan especial en todo el recinto—. Apuesto que vendrán nuevas, plantarán más lirios dorados y usted no tendrá la mínima oportunidad con la princesa.
Shaoran sonrió de lado. Él ya sabía que aquello era imposible, pero los ojos verdes de Sakura lo tenían ensimismado.
—Sin duda —respondió— pero es también obligación del jardinero mantenerla con vida —contestó con ligereza—. Si él sabe que lo mejor es que la base se mantenga bajo sombra y sólo la cima reciba la luz del sol… podría conservarla muchos años más.
—Eres listo, Umemura —le dijo Yamazaki suavizando el gesto. Al fin y al cabo, ¿quién era él para mandar en el corazón de su séquito? Sabía que muchos jóvenes nobles pretendían a la princesa y, un guardia, de pueblo, sin sangre real, no tendría oportunidad alguna.
Shaoran reprimió otra sonrisa. Llevaba poco tiempo en el Palacio, y tenía previsto quedarse muchos meses más; pero nadie conocía lo rebelde que podría llegar a ser, tan o más que su melena chocolate.
—Sólo cuido de la familia real. Es mi deber —le respondió arreglándose el cuello de su traje color azul.
Caminaron de vuelta hacia el Salón del Trono, siendo saludados por algunos cortesanos, entre ellos, la señorita Amamiya y su escolta de jovencitas, todas con sus tradicionales vestidos beige. Otros sujetos cruzaron el patio en su misma dirección y al reconocer su vestimenta, no dudaron en mostrarle sus respetos. Los hombres de la Guardia Real tenían poder, limitado por el momento, pero capaz de infundir pavura.
Solo que eso no era suficiente para llamar la atención de una heredera, la futura emperatriz.
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El Salón del Trono era un edificio de dos pisos de estilo chino con un tejado a cuatro aguas, hecho totalmente de madera ciprés, recubierto en su interior con finos azulejos de cerámica. Las decoraciones eran exquisitas, al igual que todo el complejo imperial, talladas y maravillosamente pintadas en tonos dorados.
Al otro extremo, las pinturas de Atsushi sobresalían en las paredes blancas, remarcando también los elegantes fusumas (5) de sutil decoración, de abanicos y dragones. Las diferentes misiones a la Corte Tang en China hicieron del imperio japonés una suerte de recipiente con gran poder adquisitivo.
(5) Los fusumas son las puertas corredizas típicas de Japón, también se puede usar como separador de ambientes.
Por una de las grandes puertas laterales, ingresó el emperador Kinomoto ataviado por varios caballeros de similar rango que él y se dirigió al centro del salón donde se encontraba su trono. Shaoran reconoció a los hombres como los miembros más honorables de la corte, todos vestidos de verde, símbolo de su jerarquía y privilegiada cuna.
De pronto, uno de ellos avanzó hacia el emperador y le entregó un pergamino que tenía un sello muy particular. Lo leyó un par de veces no dando crédito a lo que veía.
—¡Imposible! —masculló con ojos exorbitados—. ¡Yamazaki, acércate por favor! —su voz sonó más grave al llamar al jefe de la Guardia Real.
El aludido se colocó de inmediato frente al monarca; aunque lo negase, en ese momento sintió un escalofrío que le heló la sangre. El emperador poseía un carácter muy afable pero el tono que empleó al llamarlo, le provocó cierto temor.
—¿Qué se le ofrece, su majestad?
—Tamashiro acaba de entregarme una nota de mi madre. ¡¿Cómo es posible que no me haya enterado de esto?!
—No hay de qué preocuparse, su majestad —contestó mucho más tranquilo—. La capital está a salvo; el día de ayer, se logró detener el avance de la revuelta en el sur.
—De todos modos, lo que sucedió es una clara advertencia —interrumpió con altivez un hombre de cabello oscuro que se encontraba a la izquierda del emperador—. Que un miembro del Clan Soga haya dirigido un golpe contra el Gobernador Tachibana, no es algo que debamos tomar a la ligera —acotó.
El emperador asintió con preocupación.
—No podemos permitir que suceda lo mismo que con la reforma Taika, Yamazaki-San —apuntó Kinotomo.
—Indudablemente, mi señor —habló otro hombre de cabello gris, el ikan (6) que llevaba puesto era púrpura lo que hizo que Kinomoto posara su vista en él y escuchara lo que tenía que decir con mucho respeto—. Por eso, creo que debe considerar la propuesta del ministro Fujiwara.
Los ojos de Shaoran se posaron entonces en el sujeto que había hablado hacía unos segundos, el que estaba a la izquierda del emperador. Era el Sadaijin (7) acompañado de su hijo mayor, el heredero del Clan Fujiwara (8) y heredero también del puesto como ministro de estado; un joven apuesto, cuya armadura gris contrastaba con su cabellera oscura. Al otro lado del salón, tres jóvenes, vestidos con un ikan verde miraban con expectativa lo que el Emperador iba a escuchar, como si todo hubiese estado planeado, como si aquella situación no fuera por infortunio sino por un ágil juego de rompecabezas.
(6) El ikan es la vestimenta tradicional masculina de influencia china y estaba formado por el tocado kanmuri, el hō (sobretodo) y el hakama (pantalón). Dependiendo del rango, se utilizaban colores distintos: púrpura, verde, azul.
(7) el Sadaijin era el Ministro Superior de izquierda y estaba sobre todas las ramas del Departamento de Estado, tenía un poder absoluto en las decisiones del emperador.
(8) La familia Fujiwara era poderosa, comenzaron a obtener posiciones políticas a mediados del período Asuka en el siglo VII.
Además, no era novedad que todos en el Palacio supiesen de los intereses del ministro, nada diferente a lo que sus ancestros habían logrado hace dos siglos atrás en Nara, cuando instauraron un régimen político en que los Fujiwara serían los asistentes más cercanos del Emperador.
—En efecto, su majestad —habló nuevamente el ministro Fujiwara—. Ya que estamos todos reunidos aquí, ruego por favor considere la proposición de pedir en matrimonio a su hija mayor.
—Sakura aún no está lista para el matrimonio —enfatizó el emperador, pensando inmediatamente en su primogénita, una niña dulce que no tenía por qué sufrir las decisiones de un estado político en constantes cambios.
—La unión podría ser provechosa, es por el bien del imperio, mi señor —agregó el de vestimenta púrpura.
—Es más, el príncipe Touya es muy pequeño, y a pesar que Otsugu, mi otro hijo, podría ser el regente, la Corte podría verse como débil —agregó el viejo Sadaijin Fujiwara con triunfo en los ojos.
—¡Es la bisnieta del emperador Kammu, quien dio inicio al período Heian! ¡imposible que no esté destinada a ser la Emperatriz! —exclamó Kinomoto totalmente exacerbado.
—Lo sé, su majestad, pero sin un esposo, no dude en que los Taira o Tachibana (*) deseen reclamar el poder —prosiguió, con total calma—. Un asalto puede suceder, ya pasó en el Sur, ¿por qué esperar hasta que suceda aquí en Kioto? Su madre está visiblemente afectada con la derrota de su hermano…
Kinomoto le dirigió una mirada agresiva.
—Sin contar con que el Emperador Tang decida prolongar su corte desde China —añadió el hombre de traje púrpura—, usted muy bien sabe, su majestad, que están muy involucrados con la ruta de la seda, dominan el comercio del Mar Amarillo y Nagasaki es el único puerto de entrada y salida para Japón.
(*) al igual que Fujiwara y Minamoto fueron clanes políticamente poderosos. Ejercían altos cargos en la Corte.
Era cierto, pero tanta información lo abrumó, Kinomoto era incapaz de decir una palabra. Cuando le instaron a llamar a una reunión jamás se imaginó recibir tales noticias y peor, tomar una decisión que podría marcar el futuro de su hija.
Por su parte, el joven Sadaijin se mantenía impertérrito, examinando la situación que se presentaba frente a él. Su séquito estaba al tanto de las negociaciones bajo la mesa que se habían dado entre su padre y los hombres de púrpura. Con un ligero triunfo en los ojos, decidió mirar el rostro de su futuro suegro: tendría unos cuarenta años, o un poco más, y siempre le había tenido admiración por las decisiones que había tomado años atrás y por la generosidad que mostraba a todos los miembros de su palacio. Sin embargo, para ser emperador, le faltaba un poco más de carácter.
Para Shaoran, la discusión no tenía cuándo acabar. Todos alzaban la voz presentando su punto de vista, incluido su jefe de armas que con firmeza tenía claro que la seguridad del reino siempre sería prioridad. En cambio, el ministro Fujiwara presentaba un análisis económico que, casualmente, había realizado del puerto de Nagasaki; pero lo que más llamó la atención del guardia, fue el color de dicho pergamino, uno muy similar al que él tenía en el bolsillo. Sin querer, llevó su mano hasta allí y se cersioró por enésima vez en el día si aún se mantenía en su lugar. Tenía pavor de solo pensar que aquel papel cayera en manos equivocadas.
—Está bien —manifestó el emperador unos veinte minutos después llamando la atención del castaño; al ver la mirada del monarca, sólo atinó a tragar seco.
Kinomoto hizo una pausa, y luego, con una mueca de dolor, pronunció solemnemente:
—Sakura se casará con Kaito.
Fue ahí cuando lo que más temía se presentaba ante Shaoran Umemura. Lo había presentido días atrás… cuando luchando en el Sur, se imaginó perdiéndola. Yamazaki se lo había advertido y a pesar que amaba admirarla a lo lejos, no verla nunca más le dolía hasta el alma. Lo que sintió en ese momento fue inexplicable, una punzada le había estremecido el corazón, como si fuera una flecha de acero atravesándolo y partiéndolo en minúsculos pedacitos… Su princesa era la prometida de Kaito Fujiwara, el sadaijin.
Cuando se dio cuenta, había levantado la cabeza y tenía los puños tan apretados que parecía que estuvieran sangrando, los nudillos carmesíes le indicaron al paje del Sadaijin que algo estaba sucediendo y que incluía a la princesa de su amo.
El joven Fujiwara tampoco dejó pasar ese detalle y observó al guardia real con mucha cautela, saboreando cierto triunfo. Un triunfo que no entendía porque fluía en ese instante frente a un simple soldado, de baja categoría desde luego, que estaba para servirle a él.
Posiblemente se deba al futuro político que tendría por delante, como esposo y futuro padre del próximo emperador… un Fujiwara más como miembro real de la Corte. Además, Sakura le pertenecía, estaba destinada a él, y no dejaría que ningún plebeyo se atreviera siquiera a robarle su princesa.
Entonces, como algo inminente, ambas miradas oscurecidas se encontraron, Kaito y Shaoran, como dos lobos al acecho de una presa, como el preludio a una lucha por supervivencia…
—Por órdenes del emperador, se termina por hoy la sesión —afirmó un sujeto de barba larga. Todos asintieron e hicieron la venia antes de retirarse por la puerta principal.
Kinomoto se despedía moviendo la cabeza hacia delante, sopesando la decisión que acababa de tomar; con el dolor en su corazón logró articular palabra hacia uno de sus caballeros:
—Quiero ver a Sakura —el joven paje asintió con la cabeza y salió con rapidez sin percatarse que había tropezado con Shaoran, quién aún se mantenía estupefacto y que solo caminaba porque Yamazaki lo tenía agarrado del brazo.
El bullicio del salón fue lejano para él, y todos los invitados sólo eran una silueta borrosa, que se volvió totalmente oscura cuando las puertas de roble se cerraron tras él.
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Separado del Dairi, el resto del área del Gran Palacio era ocupada por ministerios, oficinas menores, talleres, celdas de almacenaje, y un gran lugar abierto para banquetes. Al este, se encontraba el recinto perteneciente a los guardias reales. Una sucesión de edificios con techos inclinados de madera ciprés y tejados con guijarros.
Si no fuera por Yamazaki, Shaoran no hubiese podido llegar hasta ahí sin montar una escena de celos. Tampoco podría asegurar que el Sadaijin Fujiwara saliera ileso. Conocía a su soldado y de un solo flechazo, podría acabar con cualquiera.
Por fin a solas, Yamazaki tuvo que encararlo y recordarle su función en el palacio. Debía olvidar a la princesa.
—¿Es que no lo ven? ¡Su alteza está en peligro! —le aseguró bebiendo un poco de sake y haciendo clara referencia a la princesa Sakura. El dolor que sentía lo hizo desear con todas sus fuerzas secuestrarla para largarse al oeste y no regresar más a Heian.
Los ojos oscuros de Yamazaki lo examinaron de arriba abajo; ya había aceptado que Shaoran Umemura, su mejor espadachín, tuviera un gusto casi platónico por la princesa, pero esto era demasiado, no le iba a permitir mentiras; menos aquellas que podían llevarlo a la muerte.
—Imposible, Umemura —masculló—. Su unión con Fujiwara fortalecerá al imperio.
El aludido lanzó un grito de burla.
—El hijo que tendrán gobernará estas tierras y le dará poder ilimitado a los Fujiwara. ¡De facto le están entregando el control del país! ¡El trono será disputado!
Esta vez, bajo la tenue luz que iluminaba el cuarto, las facciones de Yamazaki se volvieron distantes. Nunca lo había visto tan furioso.
—¿Y a usted qué le molesta, joven soldado? —le increpó, sin quitarle la mirada, los ojos ámbar de Shaoran se abrieron sorprendidos—. Nosotros seguiremos siendo la protección del emperador y su familia. No perderás tu trabajo, tendrás con qué mantener a tu familia. ¡Así que consigue una linda concubina o cásate con alguna de las damas de la Corte y sé feliz!
Shaoran frunció más el ceño. Sus convicciones no podían flaquear. En sus planes no estaba el matrimonio, menos el concubinato; de dónde provenía, eso no era una decisión fácil ni menos una opción para tomar a la ligera. ¿Qué diría su madre?
—Y tenga cuidado con lo que dice por estos pasillos. Una vez, puede ser suerte, la próxima, la muerte —apuntó molesto—. Recuerde Umemura: acá, no tenemos amigos.
Para cualquier guardia, aquella llamada de atención podría significar incluso la expulsión; para cualquier otro, fijarse en la heredera al trono, podría llevarlo a la muerte. ¿Quién en su sano juicio podría enamorarse de la princesa, la destinada al Sadaijin Fujiwara?
Pero lo que nadie sabía era que la rebeldía era parte de él, como una segunda piel.
—Está advertido, manténgase fuera de la política.
Y Yamazaki salió del cuarto, librando la idea de mantener o no a su mejor soldado en el palacio; quizá, lo más lógico sería enviarlo al Norte y desaparecerlo de la vista del Sadaijin, al menos hasta que la boda se haya realizado.
Todo se estaba complicando y más aún con Kaito Fujiwara a punto de ocupar el más alto cargo. Si hasta ese momento ningún político se habría dado cuenta, los Sadaijin eran el poder detrás del trono.
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Sakura llegó corriendo a su cuarto. ¡No pensó jamás que la obligarían a casarse! Había jugado mucho con Kaito y sus hermanos cuando eran niños, e incluso su padre había aceptado que aprendiesen juntos a tocar los diferentes instrumentos musicales… pero matrimonio, ¡imposible! Se encontraba desesperada y devastada, preguntándose una y otra vez el porqué de su mala suerte. Sentía que su alma la había abandonado, seguro había salido huyendo y se encontraba perdida en algún laberinto sin salida, o arrinconada al pie de un precipicio, lista para saltar a un río caudaloso y sin fin.
En los ojos café de su padre pudo vislumbrar el dolor que sentía él por tomar esta decisión tan drástica e invasiva. A ella nadie le había preguntado qué era lo que quería, ¿por qué entonces todos tomaban su vida como si fuera una mercancía? ¿por qué les pertenecía a todos menos a ella? "¡Qué rabia!" se decía cada segundo.
Se tiró a su futón de seda, tras las cortinas blancas; al menos, la transparencia le permitía unos milímetros de intimidad para estar abrazada a su soledad y poder digerir aquella información pero era insuficiente. Se encontraba rodeada de todas sus damas y a pesar de tratarlas más como amiga que como princesa, existía el dolor de un corazón que necesitaba gritar en silencio…
Ansiaba unos minutos más para ella y sólo quedaba una cosa por hacer: agarró tinta y un pedazo de pergamino; escribió un breve mensaje con una caligrafía que no era la suya y cuando terminó, lo enrolló y lo ató con un hilo verde.
—Naoko, tienes que llevar esta nota, por favor —le pidió a una de sus damas quién entendió a la perfección para quién iba dirigida tal misiva.
—Chiharu —llamó a su otra dama, una jovencita de larga melena castaña—, ¿podrías prepararme el Kachie?
La mujer asintió con una ligera mueca de preocupación. De inmediato se dirigió a sus asistentes y les solicitó salir del recinto con la excusa de buscar astromelias frescas para aromatizar las cálidas noches de la princesa. Ella en cambio, se retiró hacia el ambiente continuo para preparar la vestimenta.
Cuando Naoko se encontraba en el umbral de la puerta, la esmeralda agregó:
—Y por favor pídele a Maese Hikari otro frasco, de lo mismo que me dio la otra noche.
—Pero, princesa…
—No —detuvo su objeción—. Lo necesito —afirmó con un susurro.
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Durante las largas caminatas por el Gran Palacio, Sakura prefería pasar las tardes en el templo Shingo-in. Su jardín tenía dafnes de dos metros de altura y unas hermosas azaleas blancas que perfumaban el ambiente primaveral de Kioto. En invierno, el espectáculo era mucho mejor porque los finos rayos del sol que lograban filtrarse, hacían relucir de un caoba cobrizo a la madera y azulejos del techo.
Pero Sakura no sólo iba hasta allí por el jardín o cuestiones religiosas, sino porque podía escabullirse hacia el Burakoin (9) y observar los entrenamientos de los guardias para los torneos de arquerías. Se acercaba su cumpleaños y una exhibición del arte del Kyūjutsu (10) era parte del programa de tal esperada celebración.
Fue así, como una tarde, hace cuatro meses tomó una decisión: vestirse con un kachie (11) de bajo rango y conseguir un maestro particular para que le enseñara a manejar el arco y la flecha. No era el mejor traje y muchas veces había preferido quitárselo y que todos se enteraran quién era, pero le servía muchísimo para sentirse libre cuando recorría el pueblo, visitaba la feria de verano o el mercado de Seda y claro está, las clases del arte japonés de la arquería. Algo de lo que se sentía demasiado orgullosa pues la alta corte solo permitía que las mujeres aprendieran a tocar instrumentos delicados, de cuerda principalmente, pero ella era rebelde y no se sentía satisfecha con pasar todo el día en el templo o en el salón de las damas.
(9) Burako-in era un recinto utilizado para entrenar. Se encontraba fuera del Palacio interno.
(10) Kyūjutsu es el tradicional arte marcial japonés del tiro con arco.
(11) Kachie es el uniforme de los guardias de bajo rango.
Ahora ella, con su traje de guardia de bajo rango, ingresó al Burakoin, buscando a su maestro particular. Hasta el momento nadie la reconocía, el ligero bigote que llevaba puesto ella y Chiharu las ayudaba a camuflar la identidad y perderse en el mar de guerreros del lugar. Solo dos jóvenes o quizá tres, sabían de su secreto. Uno de ellos, la vio cruzar el pórtico y se adelantó a darle el encuentro.
Ni bien llegó al área de entrenamiento prosiguió a colocarse su guante especial en la mano derecha, para así evitar salir lastimada mientras que con la izquierda sacó la primera flecha. Disparó dos, tres, cuatro veces y ninguna llegaba al blanco.
Por más que quería, no podía concentrarse, su espíritu estaba perturbado. Ansiaba abandonarse al arte como tantas veces lo había hecho, dejar que su cuerpo sea ligero y se mimetice con su alma para lograr el blanco perfecto, pero no podía: la imagen de Kaito aparecía una y otra vez atormentándola. Si se casaba con él, ya no más podía ir al Burakoin ¡y por supuesto que no quería! Le había costado muchísimo estar ahí y como testaruda que era, no permitiría que se lo quitaran tan fácil.
Sonrió con nostalgia al recordar aquel día, hace cuatro meses, cuando conoció a Shaoran Umemura y le dio la orden de entrenarla. Chiharu, al reconocerlo, de inmediato le había comentado todo acerca de la nueva adquisición de Yamazaki, como le gustaba llamarlo a la mayoría de oficiales reales. Le habían dicho que era un joven excepcional traído desde la aldea de Goshi y Sakura quiso, con más ganas que antes, probar que tan cierto era eso. Cuando el joven castaño escuchó su pedido se había mostrado reacio más que sorprendido, incluso con cierta perturbación en su rostro. Tsukishiro, el edecán y hombre de confianza de su papá, tampoco quería, pero nada pudieron hacer ante la princesa y su rebeldía innata, sobre todo, cuando ágilmente le respondió:
"Entonces, dígame usted, Umemura, ¿acaso, mi obligación como futura soberana no implica conocer cada estrategia que pudiese poner en práctica para mantener a mi reino en paz?"
Se enorgullecía de sus palabras, tanto que sin querer, la quinta flecha logró llegar lo más cerca del centro del tablero. No había querido admitirlo en aquel instante, pero le había gustado el color de ojos del muchacho, de un ámbar intenso, similar a las astromelias de su dormitorio.
Sonreía nuevamente cuando una sombra familiar se interpuso entre ella y el tablero.
—General Tsukishiro, buenos días —saludó la princesa Sakura imitando el lenguaje corporal de un guardia subalterno.
—Buenos días —le respondió con simpleza, ateniéndose a su papel. Aquel joven había cruzado el terreno en cuanto la vio llegar al recinto, poseía una larga y bien cuidada cabellera plateada—. Solo quería comunicarle que su mensaje llegó y todo está bajo control.
Sakura asintió agradecida.
—¿Ya regresó Touya? —lo miró expectante.
—Aún no, pero está previsto para esta tarde.
Sakura hizo una mueca de felicidad. Sería su cumpleaños número diecisiete y anhelaba que su hermano menor regresara a tiempo de su entrenamiento extramuros. No podía celebrar su cumpleaños sin él, además, era el único que podía entenderla, quizá al ver su tristeza, podía interferir en la decisión de su padre y explicarle el error que sería casarla con Kaito Fujiwara.
—Entonces, Yukito —se dirigió al edecán mientras sacaba una nueva flecha— mañana a la hora del mono (11).
El general le sonrió como respuesta antes de retirarse y dirigirse hacia el palacio de su padre. Por un segundo quiso lanzar la flecha al aire y dejar que el viento la transportase envuelta en llamas azules hacia aquellos muros enyesados, blancos como una garza resplandeciente, tan fríos como el corazón de una doncella obligada a olvidar lo que dictaba su corazón…
(11) en el Japón antiguo, la hora se contaba de dos, en doce periodos que tenían el nombre de los signos zodiacales. La hora del mono de 3 a 5pm.
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Notas de la autora:
Muchas gracias por leer hasta aquí. n_n
Estoy muy agradecida por sus comentarios, en especial a: Ely, Benani0125, Sandra Matute, Flor de Gaia y Lotusblte94! Leerlas me pone muy contenta!
Disculpen si hay algún error pero no tengo Beta, así que hago lo mejor que puedo! Si ustedes tienen alguna sugerencia, duda o lo que deseen, por favor no dejen de comentármelo, estaré muy feliz de leerlas!
Besos, Lu.
