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Un enorme dragón
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El enorme dragón, de escamas doradas, emergía del lago lentamente. Parecía que había despertado recién de un prolongado sueño, o viajado por incontables horas por el inframundo. Increíble que de tan pequeño espacio pudiera salir tremenda criatura. En cuanto se percató de Sakura, blandió su cola, mostrando sus rojos iris con impaciencia. Buscaba algo y lo quería a como dé lugar.
La princesa sintió cómo su cuerpo se estremecía de terror, se sentía desorientada y sumergida en penumbras… Temía moverse y que eso fuese el impulso que necesitase el dragón para atacar de una vez. Ninguna de las estrategias aprendidas con la espada o el arco podrían salvarla. Estaba sola contra la bestia.
El animal, con cuerpo de serpiente y largos bigotes, no dejaba de mirarla, liberando enojo a cada desliz, escupiendo fuego a cada paso. Era el terror de la noche, del mundo subterráneo, de las cavernas de Hirouse.
Sus fosas se dilataron mientras seguía arrastrándose por la orilla del lago, de pronto cobró vida y sus grandes alas se abrieron para escalar al cielo. A pesar de su gran tamaño, era muy ágil. Sakura admiró el dorado de su piel y lo reconoció por fin. Era Fucanglong, el dragón de los tesoros escondidos, el que todos querían encontrar. Cuenta la leyenda que, allá donde el fuego era su hogar, en el núcleo más recóndito del planeta, acumulaba oro y piedras preciosas y que debía cuidar de las legítimas dinastías del imperio de la misma manera en que resguardaba la perla mágica que colgaba de su cuello.
Entonces… ¿por qué quería atacar a Sakura? ¡Debía rendirle pleitesía! Ella era la futura emperatriz de Heian. ¿O qué estaba buscando? ¿Qué tesoro Fucanglong quería hallar en Sakura?
Por tan solo un segundo, la princesa se mantuvo tranquila, pero cuando vio que el dragón volaba en círculos sobre ella, sabía que iba a lanzarse en picado con aquellos cuernos de ciervo que la aterrorizaban.
Lo vió... Se acercaba…
Podía sentir el ardiente aliento saliendo de su boca… Y ella quiso correr, mas no podía, estaba aturdida, mirando con terror el rojo brillante de los ojos de la bestia, color que sólo era visible por la noche, cuando salía del inframundo.
La iba a atacar, de eso no tenía dudas pues su mandíbula se había abierto dejando atrás la oscuridad de su cavidad para someterla al más llamativo y poderoso matiz de naranjas y rojizos.
Entonces, de pronto, una gema brilló en medio de los dos, la luz que emitía era inigualable y ya la joven no supo nada más.
Todo quedó sumergido en una oscuridad espantosa…
¿Por qué le sucedía esto a ella?
Solo despertó cuando sintió que su alma regresaba a su cuerpo de manera feroz, ahogando gritos en un cuerpo que no sabía ni donde se encontraba.
Abrió sus ojos de inmediato, se extrañó al ver los crisantemos otra vez.
¡No podía seguir con esto! Ya estaba muy cansada de soñar con la misma bestia una y otra vez y ni maese Hikari podría decirle que significaba. Tenía que buscar a un maestro ommyoshi (1), alguien que le interpretera con celeridad los sueños, pero era difícil en Kioto.
(1) Los ommyoshi, son los intérpretes oficiales de ommyodo "la vía del yin y yang", de los sueños, tradición prestada de China.
Pensó en ir al pueblo, podía hacerlo, se vestiría con su kachie, y con Chiharu podría buscar el pueblo de expatriados marroquíes y lograr que le leyera el gran oráculo egipcio. Le parecía más exótico y acertado, cada pergamino era distinto y se maravillaba tratando de descifrar qué decía.
Sin embargo las pesadillas la seguían...
No sólo quería eliminar de su subconsciente el rostro de Kaito sino a la temible imagen del dragón dorado porque a su vez, sentía un presentimiento que nacía desde lo más profundo de su acongojado corazón, un tormento que le recordaba el poco tiempo que le quedaba para que dejara la vida que tanto amaba… entre ellas no ir nunca más al Burakoin.
Todavía aturdida, decidió caminar un poco por el jardín hasta sentarse en uno de los bancos de madera con la mirada escalando las paredes del recinto. No tenía duda que, si no fuera por Naoko y Chiharu, no podría estar ahí, disfrutando unos segundos de intimidad, viendo el agua correr desde el arroyo. Ellas sabían por qué Sakura elegía este jardín para pasear, leer o… escaparse de la realidad.
De pronto una voz la llamó y su corazón se detuvo…
—Sakura-hime...
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El viejo Saidajin Fujiwara esperaba con impaciencia en la puerta Shōmeimon (2), se notaba muy furioso, no encontraba a su hijo Kaito y Utsugu no era de gran ayuda por estar ocupadísimo con los preparativos para la ceremonia protocolar con la recién llegada.
(2) Era la puerta principal del Palacio del emperador (Dairi), se abría a un jardín con árboles de cerezo.
Los días anteriores al cumpleaños de la princesa, se celebraban pequeños banquetes para los invitados más honorables del reino. Uno de ellos era la tan esperada Rika Sasaki del oeste de Heian, cuyo padre estaba encargado de todo el emporio comercial de Nagasaki, lugar estratégico para el viejo Fujiwara pues obtenía un reporte casi diario de las exportaciones e importaciones.
Con esto, el emperador Kinomoto, jamás podría quitarle su puesto. Y justamente esa era la principal enseñanza que su difunto padre le había heredado: ser un maestro en la política, ser astuto y saber cómo crear nexos para nunca abandonar el poder.
—Su majestad, ya tenemos todo listo para recibir a sus invitados —le dijo a Kinomoto al verlo atravesar el patio, a su lado estaba el Jefe de la guardia real, Yamazaki. Entre las primeras cosas que modificaría cuando subiese su hijo al poder sería desterrar a buena parte del ejército. Muy pocos le brindaban confianza.
—Esperaba escuchar eso —respondió—. Tu hijo ya debería estar acá, ¿habrá ocurrido algún percance?
—Disculpe las molestias, pero Kaito ha tenido que hacer una diligencia personal —mintió—, su madre se encuentra enferma. Sé que no debí darle permiso, pero debe comprender que el amor de un hijo por su madre es único a pesar de las faltas y el bajo rango del que haya nacido.
—No he dicho nada, Fujiwara —le contestó palmeando la espalda—. Haces bien que Kaito sea respetuoso y honre a su madre. Eso me causa una buena impresión en cómo tratará a Sakura cuando sean esposos.
El sadaijin inclinó la cabeza en señal de agradecimiento y con claro orgullo. Era un hombre sagaz, no cabía duda. ¿El emperador podría enterarse de su mentira? Claro que sí, por ello, había enviado a su sirviente a buscar a su hijo -a donde quiera que esté- con el mensaje de no aparecerse durante la tarde.
Caminaron hacia el gran muro sur del Gran Palacio, el cual era una réplica exacta al Palacio Interno (dairi), pero con notables diferencias: las dimensiones eran mayores, casi el triple que el Dairi y segundo, estaba totalmente invadido por flores de melocotón hechos de papel y seda. Ahí, en toda la puerta de Suzakumon, estaban formados los miembros de la guardia real al lado derecho, y al izquierdo, las damas de la corte, comandados por la Dama Izumi. Kinomoto se acercó y con mucho cariño saludó a la mujer, recordando el gran aprecio que le tenía por haber cuidado de Sakura cuando era niña, y que aún seguiría haciendo si su hija no fuera tan risueña y confiara más en Chiharu y Naoko, hija y sobrina de Izumi.
—Aún no puedo creer que la pequeña Sakura tomará esposo pronto, su majestad.
El emperador se detuvo, perfilando un semblante melancólico, sopesando el peso de sus palabras y promesas, sobre todo, encontrando la mejor respuesta.
—Yo tampoco, Dama Izumi, yo tampoco —la mujer quiso decirle algo más pero no se atrevía, menos con tanta gente alrededor. Si algo había aprendido de trabajar para la corte imperial, era cuidar sus palabras y mencionar lo que tenía que ser mencionado en el momento y lugar adecuado. Lo que tenía que contar, podía esperar.
Con un leve suspiro, el emperador retornó a su lugar, donde ya lo esperaba Tsukishiro, arreglando el cuello de su ikan verde. Intercambiaron miradas cómplices. No pudieron hacer más porque era anunciada la tan esperada señorita.
—¡Bienvenida Sasaki-san! Es un placer tenerla en Heian —saludó el emperador a la recién llegada, haciendo el mismo gesto para toda su corte, compuesto por tres jóvenes más, todas vestidas con colores pasteles.
—Permítame escoltarla al aula de audiencias —pronunció la Dama Izumi—, hemos preparado como aperitivo el inarizushi (3), como cuando nos visitaba de niña y jugaba con la princesa.
La joven, de facciones delicadas y cabellera castaño oscuro sonrió muy amablemente. Cómo no recordar aquellos viajes durante "Hinamatsuri". Siempre había admirado la habilidad de las damas de la corte para preparar los mejores platillos de Japón. Ahora, con diecisiete años, ya no estaba para fiestas ni festivales infantiles, sino para buscar esposo y apoyar a Sakura en el próximo paso que daría.
Lo que no sabía la Dama Izumi, era que la joven, guardaba un secreto tras sus orbes chocolate.
El Sadaijin la saludó y también se unió a la escolta al Daigokuden (4). Luego, confiscaría los pergaminos que había traído en la carroza y buscaría la información que necesitaba para su próxima asamblea con el emperador. Algo, que muy casualmente quería saber de los puertos, era la cantidad de inmigrante ilegal y narcotraficante procedente de Korea y China que habían llegado durante el último año a Nagasaki.
(3) Eran paquetes de tofu fritos rellenos de arroz, funcionaban como aperitivos por su sabor.
(4) Gran sala de audiencias dentro del Palacio principal
La fila de mujeres llegó al recinto y haciendo una venia honorífica, hicieron pasar a la recién llegada. La sala contaba con unas altísimas paredes blancas, pilares color bermellón y tejas verdes que se utilizaba para oficiar las más importantes ceremonias y funciones de estado. La Dama Izumi había preparado un gran baquete para recibir a una de las mejores amigas que la princesa tuvo de niña, no escatimó en gastos y preparó además del inarizushi, una ración de su tradicional sakuramochi y hishimochi, ambos pasteles de arroz con flores de cerezo y multiples capas brillantes que simulaban a los diamantes.
Sin más, el emperador, como ningún otro había hecho y mostrando garbo de su sencillez, decidió ingresar al final, no sin antes dirigirse a su Jefe Real:
—¿En dónde está mi hija, Yamazaki-Sama?
El aludido iba a responder pero Tsukishiro, el edecán, fue más rápido.
—En sus aposentos, su majestad —dijo con ligereza pero totalmente aterrorizado, hecho que Yamazaki no pasó por alto.
—Por favor, ¿puede avisarle que está aquí ya, la señorita Sasaki?
—De inmediato iré con Nodoka, con su permiso —se despidió inclinando su cabeza.
Para un maestro en el arte de la guerra como él, podía reconocer cuando alguien engañaba o decía la verdad y Yukito Tsukishiro escondía algo. Por eso, Yamazaki quiso ir a su encuentro, seguirlo y ver hasta dónde llegaba con el mensaje, pero no podía, tenía que seguir escoltando al emperador hasta el Daigokuden. Lo único que sí hizo, fue seguir su figura hasta perderse en el campo y en ningún momento Yukito se dirigió a las habitaciones imperiales, sino, todo lo contrario, tomó la ruta hacia el jardín trasero.
Sólo esperaba que sus presentimientos no fueran correctos y no sucediese un accidente cualquiera de estos días, al menos no antes de que él mismo decidiera el destino de sus hombres.
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La voz que pronunció su nombre la sorprendió, por un segundo, olvidó la pesadilla y se centró en aquella silueta que irrumpía en su jardín favorito.
Aquel lugar era el más impresionante que Sakura podía conocer dentro de Palacio. No era el templo sintoísta ni la pagoda de cuatro niveles en el extremo este, sino el hermoso jardín de crisantemos que el sensei Sakuteiki empezó a diseñar unos años antes. Sus notas sobre jardinería habían logrado extenderse tras las fronteras lo que hizo que Kioto sea aún más utópica.
Sakura se había detenido para observar las flores del elegante cerezo, faltaba una semana para su cumpleaños y aún no había ido a probarse el vestido final que usaría en "el ruedo", una demostración de lo mejor del arte japonés, incluido el combate ecuestre del arco y la flecha que hacían en su nombre; era la manera en que su padre y hermano la agasajaban como la indudable futura reina.
Sin embargo, traía los parpados muy pesados, tanto que la obligó a sumergirse en un sueño profundo dónde Fucanglong volvía a atacar con aquellos iris ardientes… lo que aún no entendía era porqué aparecía una gema que resplandecía frente a ella y la protegía, ¿qué podría significar? ¿Qué le querían decir aquellas imágnes?
No lo sabía… Últimamente sus pesadillas se habían intensificado y no había ninguna poción potente que la hiciera no soñar. Reconocía las artes de Maese Hikari, era la mejor, pero la cantidad de brevaje que le preparaba no era suficiente. Quería más…
Pero, la voz que la había llamado, fue reconfortante en cierto modo. Una presencia mágica que había aprendido a amar se había posado junto a ella, reflejando su silueta frente al estanque… su corazón seguía saltando de emoción al reconocer a su otra mitad.
—Princesa.
Sakura alzó la vista, sonriendo sorprendida, como si la presencia de su interlocutor fuera una casualidad.
—Pensé que no ibas a venir —le dijo. Por un segundo se imaginó que el mensaje había llegado a manos equivocadas o que Tsukishiro la estaba engañando.
—¿Cómo no lo haría? Si lo que quiero más en esta vida, es a usted, princesa.
Ella sonrió, pero inmediatamente le replicó:
—No te encontré ayer en el Burakoin.
—¿Fue otra vez a practicar? —le preguntó asustado—. Tenga cuidado, la descubrirán un día de estos. Además, si no estoy yo para guiarla…
—¡No me importa ya, Shaoran! ¡No me importa nada! —exclamó con la angustia a flor de piel, Shaoran se arrodilló ante ella y la abrazó con fuerza, transmitiendo todo el amor que sentía por ella.
Como respuesta al corazón profanado de la princesa, las hojas de los naranjos del claustro parpadearon como lágrimas de plata y el rumor de la fuente serpenteó entre los arcos. El mundo allá afuera parecía hostil, desagradable, nada comparado a los brazos de Shaoran.
La primera vez que vio a Sakura fue cuando tuvo que acercarse a los aposentos del Emperador con toda la guardia real. Era hermosa, delicada, con rasgos muy finos y unos impresionantes ojos verdes. No usaba mucho maquillaje, no lo necesitaba, podía competir con las más hermosas flores de otoño; sin embargo, ahora se veía pálida, con unas grandes ojeras, con un sufrimiento que se igualaba al de él.
Shaoran acarició con delicadeza su cabello, delineando poco a poco su rostro hasta cogerla del mentón, obligándola a verlo. Quería que esas bellas esmeraldas no llorasen más porque también le estrujaba el corazón.
Sakura enjugó sus lágrimas y trató de sonreírle. Ella también amaba el ámbar de sus ojos.
Era el secreto más grande del Palacio.
—Tengo algo muy especial para Ud., princesa.
—¿Insistes en eso, Shaoran? —lo reprendió, agestando el rostro—. Prefiero que me llames Sakura.
Shaoran sonrió de lado, y removió su cabello chocolate.
—Pasado mañana es su cumpleaños, y quería hacerme presente con un pequeño obsequio.
—Con que no participes en el Ruedo, estaría contenta —le recriminó suspirando. Desde hace un tiempo, albergaba en ella un presentimiento arrollador—. Prómete que no participarás.
—No puedo hacer eso, princesa. Pídame lo que quiera menos faltar a mis obligaciones como guardia real.
—¿Por qué tienes que ser así, Umemura? —volvió a increparlo usando su apellido, creyendo que así podría desestabilizar su orgullo de soldado—. ¿No logras comprender acaso que mañana o pasado podría estar comprometida con Kaito como excusa de la celebración de mi onomástico?
Negar que el corazón se le partía en pedacitos era poco, verdaderamente Shaoran sentía que estaba a punto de desgarrar su alma con el inmenso dolor que sentía.
Escaparse no sería una opción porque lastimaría a Sakura, mancillaría su honor y le quitaría el futuro que se merecía como emperatriz de Heian... ¿Y casarse? ¿Casarse con Sakura? ¿Qué pasaría si lograra desposarla y llevarla a vivir al otro extremo del oriente?
Sería un amor prohibido, mal visto por todo el imperio, desde luego. Si él no fuera un simple soldado o un arrimado que llegó a palacio por su manera de combate, entonces podría ganar el favor del emperador y ser un buen esposo para ella.
¿Qué haría entonces?
Nunca antes necesitó tanto tener un apellido ostentoso o pertenecer a alguno de los clanes más reconocidos de Japón...
¡Podría hacer pacto con el mismo Tengu (*)con tal que lo dejaran cerca a la princesa!
(*) Demonio japonés, presagio de guerra.
Con pesadumbres, Shaoran limpió sus lágrimas y acarició suavemente su piel. Llevó su mano al bolsillo y de él sacó un pequeño paquetito que se lo entregó con un notable sonrojo.
La princesa se sorprendió muchísimo al ver aquel elegante pañuelo de seda que envolvía su regalo, una tela finísima digna de las altas dinastías. Sin embargo, lo que en realidad llamó su atención fue lo que guardaba dentro, dejándola estupefacta: una finísima pulsera de oro y jade nefrita. La pureza y el verdor de la piedra complementaban su brillantez. Era realmente una joya de un valor incalculable.
A diferencia de occidente, en Japón y China, la nefrita era la piedra preciosa más bella, símbolo de estatus y utilizada para los adornos más caros.
La castaña no podía dar crédito a lo que sus ojos veían.
—¡Es hermoso, Shaoran! —exclamó totalmente anonadada.
—Me alegra que le haya gustado, princesa. Perteneció a mi madre.
Sakura abrió sus ojos de par en par, pensó que probablemente su madre había sido concubina de algún cortesano para que tuviese una joya tan fina, pues, hasta donde sabía, los Umemura eran una familia comerciante en Nagasaki, o… lo había conseguido al hacer negocios con los chinos. De todos modos, un objeto tan preciado, con un gran significado sentimental no podía recibirlo… Ella muy bien lo sabía.
—Debe ser lo único que tienes de ella… —musitó—. No puedo aceptarlo, es robarte algo de tu madre.
—Por favor, princesa… tómelo —le indicó Shaoran tomándola de la mano y colocándole la hermosa pulsera, la que resplandeció y dio color a su piel—. Ella estaría encantada al saber que usted es la que escogió mi corazón.
Sakura sintió cómo su cuerpo se estremecía. Nunca nadie en ese inmenso palacio se había preocupado en darle un regalo que tuviese tanto significado. Desde ese momento, prometió que aquella joya la acompañaría en cada momento de su vida, incluido aquel matrimonio con Kaito, si es que antes, claro, no desistía y se escapaba con Shaoran.
Con una energía renovada, la princesa corrió hasta subirse al puente de madera y se trasladó al otro extremo del lago. Shaoran la siguió entre sigiloso y preocupado por estar alejándose del lugar donde deberían estar, pero al final, no le importó en lo absoluto con tal de estar con ella.
Para él, haberla visto a través del biombo tantas veces, o recolectando las flores del jardín del templo había sido una de las más preciadas tareas que había tenido hasta ese entonces; a veces tenía que confesar que transitaba por el Palacio con la soltura que le otorgaba su cargo con el fin de verla o al menos perderse en esas hermosas esmeraldas.
Hasta que llegó el día que jamás imaginó. Ella se acercó a él y le pidió ser su profesor particular de Kyūjutsu. Había querido refutar y explicarle que era una práctica peligrosa, que solicitaba mucho entrenamiento y que estaba prohibida para mujeres, pero ella, con decisión y aplomo dejó en claro que no temía a los retos. Propuso vestirse como hombre con tal de aprender aquel arte y estar lista para cualquier rebelión, quería defender a su pueblo… Con algo así, jamás podía negarse. Era todo lo que una líder y futura reina podría llegar a ser.
—¡Princesa! ¡Princesa! —exclamó Tsukishiro atravesando el pórtico. Chiharu lo seguía con el rostro pálido.
Al escuchar la voz del edecán, los jóvenes decidieron bajar del puente y esconderse detrás de las grandes rocas que simulaban montañas. Eran tan altas que muy pocos sabían que, unos pasos más allá, se abría a otro jardín más pequeño pero igual de hermoso. Tenía un camino empedrado sobre un maraviloso estanque de aguas cristalinas que llevaba hacia un pequeño pabellón, la casa de té, con su típica arquitectura de influencia china. Era el lugar donde ambos se encontraban cada vez que querían estar completamente solos.
Sakura decidió subir los escalones con rapidez, saltándose los farolillos de piedra, pero pisó en falso y tambaleó hasta que Shaoran la cogió de la cintura para evitar que cayese. Entonces sus ojos se encontraron…
Y el pabellón se volvió nada, el jardín un firmamento, su mundo.
Sus mejillas se tornaron de un carmesí intenso, similar al color de su túnica imperial. Shaoran la sostuvo ejerciendo presión y sin querer sintió el perfume que expedía aquella vestimenta, era una mezcla de vainilla y chocolate, como aquellos inciensos que maese Hikari le obsequiaba cada vez que tenía control médico.
Los ojos ámbar del joven guardia irradiaban ternura y admiración, pocas jóvenes de la nobleza podían comportarse como ella lo hacía. Iba a ser emperatriz, pero su naturaleza rebelde y su cándido corazón la transformaban en la flor más rara del reino, aquella difícil de encontrar.
Se podía sentir la tensión en el ambiente, él despojado de todo, hipnotizado de la profunda mirada esmeralda que ella le brindaba.
Y Sakura… ignorando al pudor, sintiendo cómo su corazón galopaba de emoción y cómo se exaltaba al calor que nacía desde lo más profundo de su alma, una mezcla que nunca antes había experimentado…
Duró un par de segundos, para ellos significó una vida entera, pero ambos supieron que nunca más podrían mirar a nadie de la misma manera.
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Notas de la autora:
Muchas gracias por leer hasta aquí. Sé que demoré en actualizar, pero estuve con mucho trabajo (u.u) y encima lo de la U... me recarga bastante. Voy por la tercera semana y ya quiero vacaciones =/
Mis dolores de cabeza me lo piden a gritos.
Bueno, nuevamente gracias ^-^!
Pronto les traeré noticias y prometo actualizar rápido, ¡porque se viene lo bueno!
Besos, Lu.
