Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, sino a las maravillosas CLAMP. =)
Espero les guste este capítulo. Estuve participando en el FICTOBER de SAKURA de WonderGrinch que no pude avanzar con esta historia. Lo siento! Además, ando muy bajoneada, pero ojalá me reponga.
.:: La Princesa del Sadaijin ::.
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El ruedo
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—Cincuenta, por favor —le dijo al anciano que sujetaba con sus dos manos un cuenco de arcilla. Había interrumpido su rutinario andar por el sendero Gioko para arremeter contra él y pedirle las monedas que necesitaba a cambio de una buena ración de té y especias.
Su tez se mostraba opaca pero sucumbió al encanto del té pues era conocido que, en el siglo IX sólo era una bebida para los monjes y los de la élite; no para un viejo como él. Podría sacar provecho en el mercado negro y venderlo por un buen precio.
Sin embargo, aquella voz, profunda y arisca lo hizo querer sonsacarle la verdad de su presencia en Gioko. Ya lo había intentado hace un mes, cuando lo visitó para dejarle los excedentes del shōen, mas siempre se mostraba hermético. Sentía que tenía la misión de descubrir las verdaderas intenciones del porqué, tan joven, se había involucrado tanto en esta guerra insulsa.
—¿Cree que será suficiente, señor? —logró decir—. Mire que, en lo que va del año, es la segunda vez que los chinos envían una misión para Heian.
—Sólo haga lo que le pido —masculló el joven con suficiencia. Los Tang en China podrían tener el poder, pero aquí, en Japón, mandaba su Clan.
El viejo lo observó temeroso y accedió a entregarle las monedas de oro. No era mucho, pero lo suficiente para transportarlas a la capital como prueba. Así lo dejarían libre, o al menos eso pensaba. Contó cada una de las monedas y las guardó en una pequeña bolsa de tela que escondió entre su ropa. Con un ágil movimiento, desenvainó la espada y le propinó un tajo en la pantorrilla derecha del viejo. Lo vio caer al suelo largando gritos de dolor.
—Lo siento, pero son órdenes —guardó su espada y se alejó del pueblo, huyendo con la luna como único testigo.
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Según el calendario japonés, el Día de las niñas o el Hinamatsuri era el más esperado por las pequeñas del pueblo, vestían a sus muñecas con hermosos retazos de seda y les hacían los peinados más honorables de la corte. Rika Sasaki recordaba cada uno de los festivales y se sentía muy a gusto de estar nuevamente en su tierra natal; el frío de Nagasaki le hacía mal para sus pulmones y por más que tomaba algún compuesto herbal no sentía mejoría ni le aliviaba su respiración silbante.
—Ordenaré que le preparen una dosis de Kampo (*), señorita. Verá que se sentirá mejor —le dijo la Dama Izumi en cuanto la vio toser y sentir en su corazón que algo se quebraba. Así como a Sakura, le tenía un gran afecto y esperaba que la Maeste Hikari le preparara el brevaje idóneo para calmar su enfermedad.
(*)Kampo: es una tradición medicinal oriental practicada desde hace más de dos mil años, alivia el asma.
Rika observó a Sakura detenidamente, sabía que su amiga no estaba enamorada de Kaito, pero una noticia así tendría que tenerla furiosa; a estas alturas, casarla con uno de sus mejores amigos de niños no era raro en Heian, pero sí lo era para Sakura quién toda su vida había soñado con el amor romántico, idílico, aquel que las princesas y emperatrices estaban negadas por nacimiento. Mordió un bocadillo y siguió analizándola, ¿qué le pasaba a su amiga que no se mostraba enojada?
Sakura debía despertar de su estado de limerencia. Estaba perdida en una bruma romántica y sensual que había nacido desde que Shaoran le había rozado los labios suavemente, desde que su tacto había electrizado su piel y había escandalizado a todo su cuerpo como nunca antes lo había estado.
Todo el trayecto al salón de eventos, la castaña había ignorado rotundamente las llamadas de atención de Yukito. Por una parte estaba molesta con él porque había interrumpido el mejor momento de su vida hasta ahora. La mezcla de timidez y dulzura que provenía de los labios de Shaoran la hicieron maravillarse y sentirse viva, con unas ansias de zarpar con él y navegar por los más oscuros océanos.
Fue un simple roce pero cargado de emoción, era desde ya una necesidad que cada vez crecía más y más y que la abrumaba deliciosamente…
—Su alteza, están llegando nuevos invitados. No se olvide que tenemos hoy el festival de linternas.
—Gracias, Dama Izumi —le respondió mecanicamente, ella sólo adoraba su hermosa pulsera de jade nefrita que llevaría desde hoy hasta siempre. No dejaría ni un día de usarla.
Así el dragón la atormentase y se transformara la mayoría de sus veces en la imagen de Kaito, no dejaría de amar a su soldado de cabellera rebelde.
Las nubes adquirieron un color rojo al ser iluminadas por los rayos del sol y las jóvenes sabían que ya era hora de arreglarse para el gran evento de la noche. ¿Qué hubiera pasado si en vez de nacer en Heian, lo hubiera hecho en Goshi? Hubiera conocido a Shaoran y lo hubiera querido de la misma manera que ahora lo adoraba. Estaba segura que, cada rayo de oro que brillaba en sus ojos le decía lo cual embelesado estaba por ella.
Ensimismada en aquel hermoso arrebol, pensando nuevamente, en su pequeño lobo.
—¿Recuerdas el último festival de las niñas, Sakura? —la aludida sonrió con tristeza, aquellas épocas del Hinamatsuri eran doradas, jugaban por los jardines, reían con Tsukishiro que aún era un soldado y trataban de molestar a Utsugu y Kaito, los pasteles de arroz eran la delicia y el premio por ser mujeres. Ahora, el premio, no existía, ser mujer se había convertido en una maldición.
—Pues, creo que regresaré a Heian —le confesó Rika mientras sus damas le colocaban el elegante vestido de fiesta.
Sakura no sonrió, se quedó pasmada con tal confesión.
—¡Pensé que te alegrarías! Estaremos cerca como cuando éramos niñas. ¡Seremos cuñadas!
—Oh, lo siento Rika —parpadeó—. Algo escuché.
—No pierden costumbre, ¿cierto?
—¿Estás segura que quieres casarte con Utsugu? —le preguntó la princesa,
—No realmente —ladeó la cabeza—, pero sé que sería bueno para los negocios de mi padre. Es el precio que debemos de pagar por ser mujeres. Además, el palacio del Ministro es hermoso, no tanto como el tuyo pero tiene su encanto.
Muy a diferencia de la señorita Sasaki, Sakura seguía sopesando las consecuencias de sus decisiones. En algún momento pensó que su suerte sería distinta, que se casaría por amor… No le era indiferente Kaito, siempre lo había visto como un joven bien educado, amable pero poco dispuesto a aceptar promesas en el tiempo. De niños era un cantar, solían pasar las tardes juntos con su fiel amiga Rika, pero desde que creció y debió irse a Tsobira para el entrenamiento, no lo vio más.
—¿Por qué no me cuentas lo que te pasa, Sakura? Te conozco y hay algo raro en ti.
Tan ingenua tampoco era. Sabía que el favor de un amor podría pagarse de muchas maneras. Ya había sucedido con Ban-Ghi hace unos años, murió inocentemente por confiar en las personas equivocadas y aunque Rika fuera su amiga de la infancia, sería la esposa de Utsugu... Él le contaría a su padre, el viejo Fujiwara, y podría estar en problemas. Si se escapaba o no con Shaoran, sería problema suyo y de nadie más.
Una hora más tarde, todos los jardines estaban relucientes y brillantes por el juego de luces que habían creado con las linternas chinas. En uno de los lagos, encendieron las velas y soltaron las linternas de loto para que navegaran en los lagos artificiales del palacio. Era un espectáculo hermoso que la pequeña princesa había disfrutado desde niña cada noche previa a su cumpleaños.
Shaoran estaba frente a ella, al lado de la Guardia Real. De vez en cuando se dejaba llevar por las liláceas doradas que aromatizaban todo el jardín con su dulce perfume; otras, desviaba sus orbes a la silueta de la princesa quien conversaba con una mujer de cabello corto que le parecía extrañamente familiar.
El séquito de mujeres que acompañaban a la princesa vestían todas con un traje crema y unos adornos delicados que sostenían su peinado.
Su tez tan blanca como la nieve hacía perfecto contraste con las delicadas hojas del cerezo que ya florecían por primavera.
Todos los miembros jóvenes del Clan Fujiwara eran nobles de la corte y por lo que veía, los invitados principales a la ceremonia ¿celebrarían el compromiso del Sadaijin y Sakura?
Sintió un golpe en el corazón.
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La noche no podía ser más perfecta para el viejo Fujiwara.
El tipo estaba muy confiado con la tarea que estaba haciendo Utsugu. Todos los invitados se habían distraido rapidamente, admirando la decoración del festival de luces que se realizaba en el lago oeste del palacio. La princesa, tan ingenua y estúpida, había desestimado una presentación oficial en la Corte y sólo quiso una demostración tradicional de los faroles chinos. Ya a estas alturas debería olvidar las tradiciones chinas y ceñirse a las nuevas que la Era Heian estaba imponiendo, pero su padre era muy condescendiente, felizmente había educado bien a sus dos hijos. Ellos harían cumplir la norma a carta cabal.
El cielo era iluminado por una hermosa luna llena que reflejaba su plateado encanto en las lagunas del jardín. La noche fue perfecta para sus objetivos también, logró rebuscar y leer cada perfamino que su futura nuera había traído en su carruaje desde Nagasaki. Al parecer su confidente había sido lo más meticuloso posible para hallar los más grandes indicios del comercio ilegal chino, era exactamente lo que había anhelado encontrar desde que recibió la mejor noticia del reino hace unos meses atrás.
Posiblemente sea la primera pista para Fujiwara, aún le faltaban más piezas de rompecabezas para completar su ansiada búsqueda. Con certeza, él sabía que varías cosas estarían por cambiar en el palacio.
Sonrió con angurria y disfrutando de su poder no se dio cuenta que en los pasillos empezó a gestarse un ruido extraño, como de repiqueteo de campanas; de pronto un juego de voces se hicieron presente y al agudizar el oído sólo logró escuchar lo que sus nervios le permitieron escuchar. Tampoco pudo reaccionar, debía seguir escondido en el depósito, detrás de los barriles con tal que nadie lo viera y lo delatara.
—Sakura es una niña fuerte, ha sacado el carácter de su madre —dijo una mujer mientras que dos más corroboran tal afirmación. Recordar a la madre de la princesa le ocasionó una sensación nórdica, de fastidio, como si él no hubiera conocido a aquella mujer estúpida.
—Cree usted, mi señora, que ¿estaría feliz que Sakura se casara con el hijo del ministro?
La mujer gruñó. A él le importaba muy poco lo que podría haber pensado Nadeshiko. Aunque daría lo que fuera por ver su rostro níveo al enterarse que los Fujiwara estaban logrando lo que ella tanto había protestado.
—Claro que no.
Las voces siguieron su camino y él mantuvo la calma unos quince minutos más para luego, enrollar los pergaminos y guardarlos dentro de su túnica roja. Salió de prisa hacia sus aposentos transitando la senda de albaricoques con el pensamiento clavado en callar, pronto, a aquella mujer.
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—¡Feliz cumpleaños, onee-san! (11) —la saludó con mucha efusividad un jovencito de aproximadamente catorce años en cuanto la vio ingresar al Salón de Cortesanos.
Sakura, con lágrimas en los ojos, se lanzó al cálido abrazo de su pequeño hermano sin importarle que todos los miembros de los departamentos de gobierno estaban ahí, ofreciéndole el banquete de cumpleaños. Lo había extrañado muchísimo, no obstante, sabía que el entrenamiento en Tamagoshi debía ser su prioridad.
—¡Cada día creces más, Touya! —el aludido le sonrió muy contento. Le sacaba una cabeza y aún estaba en proceso de crecimiento, pero saber que ya podía proteger a su hermana lo llenaba de orgullo.
(11) hermana mayor, honorífica.
Después del desayuno, salieron con su séquito en dirección al campo de batalla donde tendrían lugar las primeras actividades en honor al cumpleaños de la princesa.
Eran las diez de la mañana y todo vibraba en el Gran Palacio. Desde la noche anterior habían empezado con los preparativos y habían adornado cada espacio con unos elegantes lazos de seda rosada y verde, los colores favoritos de Sakura. En tanto los jardines sintoístas y pasarelas estaban decoradas con diversas linternas rojas, al muy estilo oriental que contrastaba con el agua del estanque que circulaba bajo los puentes, no sólo como imitación de la naturaleza, sino como una compenetración creativa, selectiva y compositiva que evocaba el encanto de las cuatro estaciones.
Todo este mágico espectáculo era doblemente precioso con la fila de cerezos en flor que ceñían al camino.
Cuando ingresaron a la arena del "Ruedo", todos hicieron absoluto silencio, solo la danza de influencia chinesca replicaba en el lugar al compás de los sonidos suaves y tradicionales de los tambores, platillos y gongs que conformaban aquellas melodías.
Sakura estaba encantada con todo el despliegue de energía, música y color del baile del León.
Ni bien se ubicaron en el palco principal, un nuevo silencio se instaló y empezó el desfile de la Guardia Real. Yamazaki ingresó junto a sus soldados de élite, todos montados sobre sus corceles ébano y vestidos con su típico uniforme de guerra. En la fila posterior, se encontraba Shaoran, impecable, serio, liderando el batallón de arquería.
—¡Muchas felicidades por este su onomástico, princesa Sakura! —exclamó Yamazaki con reverencia. Acto seguido, él y toda su caballería lanzaron flechas de fuego al cielo. El gong dio su toque final.
Sakura volvió a maravillarse con aquella lluvia dorada. Cada año, Yamazaki salía con un nuevo espectáculo, tendría que preguntarle a Chiharu de dónde provenía tal imaginación.
Lo demás, pasó bastante rápido. La demostración incluyó un breve campeonato de Kyūjutsu, lo que tanto esperaba Sakura por ser el deporte que ella practicaba secretamente. Durante toda la fiesta reprimía sonrisitas juguetonas que Touya no dejaba pasar desapercibido, así como a la hermosa pulsera de jade verde que llevaba en su muñeca derecha. Aquella piedra muy rara vez se veía en Kioto. Si no fuera porque su hermana estaba vestida y peinada como una reina, ya hubiera intentado molestarla.
Cuando se disponían a realizar el último campeonato y Shaoran ya se encontraba en la pista para hacer su demostración; el bombo y los platillos nuevamente tintinearon con la melodía característica de la Corte, agasajando a los recién llegados.
Por uno de los tres pórticos o Torii, estaba haciendo su ingreso el Sadaijin Kaito Fujiwara y su séquito, todos empuñados con largas arcos de bambú y armaduras impecables. Se dirigió hacia donde estaba el emperador y lo saludó con mucha diplomacia, luego al príncipe Touya y por último a la princesa Sakura, a quien se le acercó y por su calidad de prometido, la sostuvo de la mano derecha, depositando un suave beso en ella sin dejar de mirarla.
Sakura no se lo esperó y Touya peor. Lo miró con recelo… ¿era él quién le había regalado aquella joya? ¡¿Cómo se atrevía?! A duras penas había podido disfrutar de su hermana para que un Sadaijin quisiera llevársela.
—Permítame, su majestad Kinomoto, sé que la princesa gusta mucho de las actividades ecuestres y más si involucran un arco y una flecha —dijo con una clara doble intención, ¿Acaso él sabía su secreto? —. Por ello quisiera participar en el Ruedo final con dos de mis mejores hombres —finalizó Kaito. Su padre, el ministro de izquierda, le brindó una sonrisa complacida. Las cartas estaban echadas.
—Qué gentileza la de usted, joven Fujiwara. Por supuesto que tiene mi autorización. Estoy seguro que a Sakura le encantará, ¿No es cierto, hija?
La aludida asintió con un suave movimiento de cabeza.
—Un honor, su alteza —le respondió a Sakura—. Entonces que empiece el Ruedo. ¡Escoja a sus mejores hombres, edecán Yamazaki! —exclamó, alejándose del palco; junto a dos jóvenes más, montó su caballo blanco y de inmediato se posicionaron en el centro de la arena, donde Shaoran se encontraba.
Sin demoras, Yamazaki llegó con su segundo en combate.
—Umemura y Takashiro, mi señor —los presentó.
Iba a ser una pelea intensa, tres a tres. De fondo, gritos, exclamaciones y música empezaron a notificar el encuentro, atrayendo a nuevos aldeanos y cortesanos. Toda la guardia imperial estaba ubicada al noreste del campo, expectantes del show que se iba a librar en aquel terreno infértil. Apostaban por el joven Shaoran, habían visto el estilo y la maestranza que tenía al usar el arco y la flecha…
Sin embargo, el arco largo y asimétrico del joven Sadaijin era poderoso, capaz de llegar a largas distancias, listo para la caza. Kaito lo había escogido como símbolo de autoridad y poder, con la empuñadura por debajo del centro, propio de la cultura Yayoi. Miró su reloj antiguo, reliquia de su Clan, y como si calculara el tiempo que le tomaría ganar esta contienda, lo guardó en el bolsillo de su pantalón de su hakama (12) con mucha soberbia. Sakura vio cuando presionó el cronómetro superior como un maniático del control.
(12) Es un pantalón con pliegues por delante y por atrás que utilizaban los nobles de la era Heian, así como los que montaban a caballo.
Entonces empezó… Los seis montados sobre sus corceles comenzaron a recorrer el recinto ovalado, primero lento y luego cobrando velocidad para tener el impulso suficiente y empezar a disparar al blanco a pleno galope manteniendo el equilibrio y la concentración, siendo capaz de controlar al caballo solo con sus piernas.
Kaito era muy bueno, instruido desde niño en las artes japonesas por grandes jinetes; pero Shaoran era mucho mejor. Había logrado enfocar toda su frustración en el juego para dejar en ridículo al Sadaijin. En su tierra, él también había sido entrenado con diversas disciplinas y ésta era su favorita. Se había posicionado a la vista de Sakura y por un segundo, le pareció que ella le regalaba una sonrisa de ánimo lo que hizo que se hinchara de emoción y cogiera una de las flechas para disparar… pero de pronto, un ligero ardor lo remeció y un sonido como golpe seco retumbó con mucha intensidad frente a él.
—¡No!
Habían dado en el blanco… pero no había sido él.
Sakura se levantó de su lugar asustada, largando un grito de conmoción.
La flecha que había lanzado Kaito había rozado al Guardia, tan cerca que unas pequeñas gotas de sangre caían en la arena.
Shaoran se llevó la mano libre a la oreja derecha y sintió el líquido acompañado de un ligero escozor. Levantó la cabeza, parpadeando hasta recuperar la claridad y vio al sujeto de cabello oscuro frente a él, con una cara de fingida preocupación.
Kaito Fujiwara sabía.
Si es que hasta ese momento lo sospechaba, ahora, lo podía confirmar. Solo era cuestión de tiempo para que el joven sadaijin se percatara que algo raro sucedía en torno a la princesa. Sus miradas no eran para él, sus sonrisas tampoco… nada de él le llamaba la atención. Y ahora entendía el por qué…
Simultáneamente, Touya observó a su hermana, no le quitaba los ojos de encima. Al inicio le pareció imposible que el Sadaijin más importante, su futuro cuñado, se hubiese presentado en la arena para retar al más hábil de la Guardia Real. Ahora, esto sólo confirmaba los rumores que ya se escuchaban por ahí, rumores que quiso negar cuando le preguntó a Tsukishiro el día anterior. Y aunque Sakura trataba de ocultar su ansiedad, no podía… ¿Cómo su padre no se había dado cuenta de esto? ¿Cómo era posible que su hermana, a quién él debía cuidar, estuviera enamorada de un guardia? ¡No! ¡Sakura no podía estar con un simple recogido, con un soldado de bajo rango!
Touya los miró encolerizados.
Ahora, sadaijin y soldado, corrían al mismo blanco, galopando velozmente y escuchando gritos de toda la comarca. Sólo existían ellos dos contra el mundo, el resto era nada.
Su hankyu, un arco mucho más corto y que tantas veces lo había ayudado a ganar, estaba a la espera de su estocada final. A veloz galope, se adelantó a Kaito por segunda vez y con la presión ejercida en sus piernas, Shaoran elevó el arco y extrajo la flecha, pasándola cerca de su oreja antes de disparar. Fue un golpe letal, entonces decidió lanzar el tercero y jurarse ganador de la contienda cuando de repente, su caballo se agitó embravecido.
Chocó con fuerza en el suelo, y un dolor terrible le ascendió por el brazo, parecía que estuviese siendo abrasado en llamas. Algo le salpicó el rostro y se encontró tosiendo mientras se daba la vuelta y rodaba sobre la espalda.
Sakura seguía parada, totalmente aturdida con los pensamientos que revoloteaban su cabeza, y con sus sentimientos a flor de piel. Se vio imposibilitada de hacer algo por el agarre de Touya.
—Disculpe, joven guardia. Una liebre que cruzaba el campo nubló mis reflejos —dijo Kaito en tono grave en cuanto bajó del caballo; tenía las pupilas contraídas cual signo de enojo.
El joven soldado también lo miró feroz, como un lobo a punto de atacar. En ese instante recordó lo que la sacerdotisa le dijo antes de dirigirse a Kioto.
Derribado del caballo y ensangrentado, temiendo que nunca más pudiera mover su brazo a causa del disparo perdido de Fujiwara, Shaoran le regaló la más impávida de sus sonrisas cínicas. Si su oponente creía que tenía la guerra ganada, se equivocaba, no le iba a dar el gusto de que Sakura fuera suya.
Fujiwara reconoció esa mirada, la había visto meses atrás cuando sometió a duelo al heredero del Clan Taira quien no se doblegó y peleó en su defensa. Era una mirada retadora.
Cortesano y plebeyo se estaban revelando al poder real en frente de un millar de personas. Aquel poder que Kaito creía poseer si se convirtiese en padre del futuro emperador. Nadie debía interponerse en su camino. Cueste lo que cueste, él iba a instituir al Clan Fujiwara dentro del palacio Heian.
Y contra todo, Shaoran no iba a permitir que Sakura, su cerezo, sea la princesa del Sadaijin.
Era un reto implícito, aceptado por ambos.
Era la guerra que nacía entre ellos por el amor de una misma mujer.
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Notas:
Este capítulo es uno de mis preferidos n_n ya que, me encanta ver a Shaoran utilizando el arco y la flecha y más porque pelea contra Kaito xDD
Saludos a todos, y gracias por leer. Espero sus comentarios.
Besos, Lu.
P.D. ¿Quieren leer lo del FICTOBER? Creo que les gustará la historia n.n Les paso el link?
