Los recuerdos de June
Ya había transcurrido una semana desde que Shun se había marchado de Jabal al-Tair, aquella isla a la que conoció simplemente como la Isla Andrómeda.
Allí tan sólo quedaba su maestro y su compañera de entrenamiento: June.
Allí, muy adentrado por el Golfo de Adén, la bella jóven de sedosa cabellera rubia, daba por finalizado su entrenamiento del día en aquella pequeña isla del sur del Mar Rojo.
Desde pequeña mantenía la costumbre de jugar con su soga de entrenamiento en la costa y cuando se cansaba se sentaba a observar el mar. Las olas solían tranquilizar su ansiosa cabeza, y aquella vez lo necesitaba particularmente; finalmente se acercaba el día en que recibiría el derecho de reclamar la armadura del Camaleón.
Pese a lo que hubiera imaginado, finalizar dicha etapa le generaba una gran incertidumbre; todavía no sabía muy bien qué sucedería luego… Tenía intenciones de seguir el ejemplo de su amigo y abandonar la isla, pero a diferencia de él, no tenía otro sitio a dónde ir, tampoco había nadie que esperara su regreso. Si su presencia no era requerida en el Santuario de Athena podía; o bien quedarse allí o marcharse a otra locación y entrenar nuevos guerreros. Sin embargo, a pesar de sus condiciones inhóspitas, aquella isla había sido su único hogar, en donde tanto su maestro como los otros aprendices, habían sido como una gran familia para ella. Y en donde permaneció más que en ningún otro sitio; durante casi la mitad de su vida.
La Isla Andrómeda había sido su salvación… quería retribuir del mismo modo ¿para qué marcharse a hacer aquello que también podría hacer allí?; entrenar a más niños y ayudarles a volverse tan fuertes como ella, como su maestro… o como Shun...
¿Pero a quién quería engañar? No, no sólo era que su entrenamiento de aprendiz estaba llegando a su fin…
Era inevitable, por más que intentara distraerse con otras cosas, desde su partida, los recuerdos de su joven amigo volvían de manera intermitente, al fin y al cabo, había sido exactamente en aquella misma playa sobre la que caminaba en esos momentos donde lo había visto tanto llegar como partir.
Shun era el primer amigo que había hecho después de perder a lo que quedaba de su familia.
Luego de sobrevivir a un naufragio, dónde fue socorrida por quién se convirtió en su maestro; Albiore de Cepheo, seis años atrás, también en aquella misma playa.
A diferencia del flamante caballero de Andrómeda, ella llegó por accidente, inconsciente y arrastrada por la corriente del mar.
Del mismo modo que los pensamientos positivos eran convergentes en su joven amigo, aquellos que se aproximaban a su pasada infancia, eran dispersos y borrosos; recordarla le era muy doloroso.
Desde que June se había colocado aquella máscara por primera vez, había jurado abandonar todo rastro de feminidad.
Cuando Shun llevaba apenas unas semanas, la había encontrado llorando, y con su máscara a un costado.
En aquellos años, la rubia y sedosa cabellera apenas llegaba a tocar sus hombros, lo suficiente para cubrir parte de su rostro. Cuando escuchó a Shun acercarse, se paralizó. Pero lo que la había perturbado, no era el hecho de que le viera su rostro, ya que el muchacho era muy respetuoso y se había quedado a sus espaldas. Sino que la afligía que aquella cualidad que siempre había considerado femenina, estaba siendo expuesta y podría validar un motivo de expulsión.
Sin embargo, el tiempo (pero fundamentalmente conocer aquel muchachito de ojos dulces llamado Shun), le ayudó a comprender que tanto las lágrimas y el dolor no poseen género; simplemente complementan al ser humano. La sensibilidad de aquel muchacho le sirvió de brújula, orientándola en su aprendizaje como guerrera de Athena.
Cuatro años después, mientras curaba las heridas de su amigo, June finalmente se enfrentó a aquel recuerdo y pudo contarle parte de su pasado:
—Hace algunos años, perdí a mis padres en Ogaden, Etiopía. En esos días, éramos muchos niños condenados a aquel cruel destino, entre ellos, había una una niña con quien jugaba, se llamaba Marjani. Por aquellos años Somalia había invadido la zona que limita con Etiopía. Muchas personas murieron.
Una noche, mi padre volvía de traer alimento para mi y para mi madre. Pero unos soldados le dispararon por error. Estaba oscuro y perseguían a un rebelde que estaba escapando.
Mi madre me escondió bajo un mesob, una especie de cesto para guardar granos que también se utiliza como mesa y que mi madre había fabricado con fondo falso. De ese modo, cuando los soldados decidieron entrar y requisar la casa, se llevaron a mi madre pero yo permanecí escondida.
Al día siguiente, como nadie regresaba, fui a buscar a mi compañera de juegos. Cuando abrí la puerta, la encontré acostada, acurrucada entre los cuerpos de su madre y abuela. Ningún niño debe vivir algo así, ver algo así...
Vestidas de niño, y con el mesob a cuestas, decidimos huir de allí. No recuerdo cuanto tiempo vivimos entre un grupo de nómades de la etnia Afar, en ese tiempo ambas nos habíamos vuelto muy unidas. Marjani se había convertido en una hermana para mi.
Un día, una mujer misteriosa, que ocultaba su rostro tras una túnica, le ofreció al líder a cambio de nosotras, un camello. El hombre no lo dudó ni un instante, al fin y al cabo, comíamos y bebíamos más que el animal y no podíamos cargar entre las dos, lo equiparable al rumiante. Cuando nos marchamos de allí, ella nos dijo que éramos reclutas para convertirnos en guerreras y que juntas partiríamos hacia nuestro lugar de entrenamiento. Pero Marjani no confiaba en la mujer, estaba asustada, ya había vivido algo así con su hermano mayor, a quien reclutaron para "guerrero" por la fuerza, asesinando a su madre y su abuela delante de ellos por querer evitarlo.
Traté de tranquilizarla, pero sin querer traicioné su confianza... le aseguré que todo saldría bien y que no dejaría que le pasara nada malo.
June se había quedado callada, pues no podía continuar con la historia. Le hacía daño... Y Shun, lo comprendió, cuando aquella pausa se convirtió en silencio. Bajo aquella máscara, había lágrimas que le ahogaban el alma.
Con pensamientos divergentes para no volver a ese tiempo pasado, June se percató de que el clima la invitaba a refrescarse, aquella tarde, particularmente calurosa la convenció de cambiar su juego de la soga por nadar un poco.
Se quitó la máscara, y se desnudó completamente para entrar al mar y recibir la espuma de las olas. Hacía mucho tiempo que no sentía tal soledad, sin embargo encontraba en ella mucha paz, particularmente disfrutaba de la libertad de poder dar rienda suelta a travesuras como aquella sin ningún pudor.
Así pasó un buen rato disfrutando de su nado recreativo sin notar que el sol había comenzado a ocultarse tras las nubes y el viento traía un augurio de tormenta.
De no estar tan distraída también hubiera podido apreciar a un barco sin bandera y a un hombre que se acercaba nadando hacia allí.
Cuando June se percató de que el mar estaba más picado, salió hacia la costa pero allí sólo encontró su máscara y algunas de sus prendas, pero la mayoría, habían desaparecido.
Una voz masculina que ella no registró haber escuchado antes, pronunció:
—¿Pero mira nada más lo que trajo la marea?
June, ya con la máscara en su sitio, volteó la vista y allí se encontraba un joven de algunos años mayor que ella, su ropa todavía estaba empapada, claramente había llegado allí nadando y no se veía muy amistoso, aún así, con tranquilidad le preguntó:
—¿Has sido el que robó mi equipo de protección? Vamos, devuelvemelo, prometo no hacerte daño si lo haces y desapareces luego.
—¿Y si no lo hago?
—¡Te arrepentirás de haberte cruzado conmigo, imbécil!.
—Desnuda y desarmada... Admito que tienes agallas. Especialmente para hablarme de ese modo; una mujer no debe contestar así.
—Te lo advertí.
June tomó la soga que aún seguía en aquel sitio, y la extendió en el aire hacia su objetivo, logrando enredarse exactamente alrededor del cuello de aquel desconocido, con tanta destreza y velocidad, que él mismo, no la vió venir.
Aquel muchacho, intentó aflojar la tensión que le impedía respirar correctamente. Pero le fue imposible, al cabo de unos minutos, cuando estaba perdiendo la consciencia, una flecha logró cortar la soga, liberando la tensión y obligando al cuerpo de aquel individuo a desplomarse sobre la arena negra.
—Si no ha visto tu rostro, no es necesario arrebatarle la vida.
June sintió un escalofrío, algo en el timbre de esa voz le sonaba familiar.
—¿Marjani? ¿Eres tú?
La imagen de una muchachita de casi su misma edad de cabello a los hombros y oscuro, ataviada con un vestido corto y una armadura plateada, se interpuso entre aquel cuerpo masculino y June. Quitó el morral del moribundo, para extraer las prendas robadas, y arrojarlas a su dueña. Quien comenzaría a cubrir su cuerpo de ninfa esculpido sobre mármol. Mientras se vestía, la muchacha misteriosa se dirigió a aquel hombre y volviendo su rostro; que no poseía máscara alguna, hacia el de June, sonriendo le respondió:
—Tal parece que no me olvidaste.
June, presa de la emoción, no quería otra cosa más que correr y abrazar a aquella muchacha pero se contuvo, y exclamó:
—¡Marjani! No puedo creerlo, ¿realmente eres tú? pensé que habías muerto.
—June, no tengo mucho tiempo para explicarte, si valoras la amistad que nos unía, debes confiar en mí y perdonarle la vida a éste hombre.
June hizo una pausa, notó que su vieja amiga Marjani, se había arrodillado frente a aquel muchacho. Como no poseía la máscara característica, pensó en aquella orden de mujeres a los que les estaba permitido conservar su feminidad pero que funcionaban como escoltas de la Diosa. Si bien, su maestro le había mencionado a modo de curiosidad, no recordaba su nombre.
—¿Y tu máscara?
—En el ejército de Artemis, dicha ley, sólo aplica a los hombres, no para con las mujeres.1
—En ejército de Artemis, dicha ley, sólo aplica a los hombres, pero no para con las mujeres.
Como una respuesta hostil, a June se le habían contraído las pupilas y acercándose rápidamente hacia donde había dejado el extremo de soga del que debió despegarse para vestirse, lo lanzó hacia Marjani, quien luego de percibir dicha táctica, saltó hacia atrás y desde el aire nuevamente lanzó otra flecha para cortar otro extremo más de aquella arma de largo alcance.
—June... No estoy aquí para ajustar cuentas contigo, no te guardo ningún rencor por lo sucedido, en absoluto, pero si me atacas a mi o a éste hombre, no me dejas otra alternativa más que defendernos.
—¿Qué te sucedió?...
Marjani cerró sus ojos, llena de dolor en su corazón y volviendo a observar al joven inconsciente desplomado sobre la arena negra de aquella playa, le respondió:
—Aquella noche en que atacaron nuestra aldea, entraron en lo que fue mi hogar para llevarse a mi hermano mayor; Axum para obligarlo a combatir. El hombre a quien casi le quitas la vida.
June no pudo evitar lanzar un gesto de asombro tras aquellas palabras y mientras Marjani asistía a aquel joven, le fue narrando.
—Luego de que lo sacaran por la fuerza de la casa, mi madre le rogó al soldado que no se lo llevara. Pero en respuesta le dispararon por considerar que imponerse era traición. Cuando descubrieron que mi padre era de la etnia Afar lo golpearon hasta que agonizó... Estuve encerrada con sus cuerpos unos días hasta que me encontraste. Ni mi deriva en el mar fue tan desesperante como aquellos dos días encerrada sola con el cuerpo de mi familia, sobreviví con la esperanza de que algún día me encontraría con mi hermano. Él es lo único que me queda de mi familia. No se suponía que viniera por él, mucho menos que me encontrara contigo. Pero aquí estoy frente a ambos. Si el destino me ha traído hasta aquí, para completar una misión, también lo hizo para que encontrara a mi verdadero hermano.
—Lo siento Marjani... Pero él estaba por atacarme. No importa si es tu hermano, el camino lo convirtió en un hombre que hace lo que sea por sobrevivir
—June, ¿Acaso no recuerdas lo que hicimos para sobrevivir aquellos años? ¿Qué tan tan distintas fuimos de él? No viajamos dentro de un moseb, vestidas de niños por diversión. Perdimos las ganas de jugar. Sobrevivimos ocultándonos y robando a los adultos porque desconfiábamos de ellos, por más que fueran amistosos, sus intenciones nos eran desconocidas. Vivimos entre los nómades porque nos habían descubierto y prácticamente sentían que estaban en su derecho "vendernos". Por ello, en el momento en el que cambiaste de parecer, intentando convencerme de confiar en aquella desconocida, nuestros caminos comenzaron a tomar rumbos diferentes. A pesar de todo, tu fé en las personas aún seguía intacta, la mía había desaparecido. De allí en más ya nada sería igual.
—¡Yo siempre te creí mi hermana, Marjani!
— Es verdad, fuimos amigas y muy unidas, pero eso fue hace mucho. No tengo tiempo, necesito irme de aquí para encontrar a esa mujer antes de que sea demasiado tarde.
June por primera vez sentía que necesitaba hablar de todo ello, sin embargo, la joven satélite, no parecía dispuesta a conversar sobre el pasado, por el contrario, se veía un tanto inquieta, como un conejo que presiente los ojos de un predador a la lejanía.
—¿Qué mujer?
—Debo encontrar a una muchacha que estuvo aquí hace más de una semana atrás.
—Sólo los pescadores van y vienen de ésta isla.
Una silueta femenina cayó como de un salto del cielo y luego de escuchar las últimas frases, respondió:
—Quizá se refiere a nosotras, cazar, pescar, es lo mismo. Cuando se trata de una presa, no tiene escapatoria, ¿verdad Marjani?
—¡Selene!
Una mujer de cabellera verde lima, se presentó ante ellas, al igual que Marjani, llevaba su rostro casi descubierto, exceptuando por una diadema que rodeaba parte de su mandíbula.
Cuando se dirigió su mirada hacia la de June, ésta última sobresaltó. Si Shun le hubiera dicho que en lugar de un hermano, tenía una hermana mayor, esa mujer hubiera sido la candidata perfecta dado a su gran parecido, una versión femenina pero muy ruda, voluptuosa, de labios carnosos y ojos felinos, su cabellera era menos alborotada y de un color más claro pero chillón... toda una femme fatale
—¿Qué haces aquí, ya habíamos acordado que iríamos hacia el Este? ¿haciendo migas con santas de Athena?, qué linda.
—Debo pedirles que se retiren, este es un territorio sagrado de entrenamiento y pertenece a los aspirantes a Santos de Athena, no son bienvenidas aquí.
Selene, comenzó a contonear su caderas mientras caminaba hacia June, y llevando uno de sus mechones, coquetamente hacia atrás, le dijo sonriendo sardónicamente.
—¿Te atreves a amenazar a Selene de Lince? Muchachita, quizá cuando tengas tu cloth sagrado, pueda tomar en serio tu advertencia...
June no esperó para intentar darle un buen golpe con sus puños, ya que no quedaba más que un tramo corto de su soga de entrenamiento. A lo que Selene, con tan sólo tres de sus dedos, le dio vuelta su brazo, el dolor hizo arrodillar a June sobre la arena que ya había comenzado a enfriarse por la puesta de sol.
—... De momento cierra tu boca, observa y aprende. ¿Dónde está la muchacha con la marca de la luna en la frente?
—¡No sé de qué estás hablando!
Selene le dio un puntapié que desplazó a June algunos metros.
—¿Segura?
—¡Retírense de esta Isla, Inmediatamente!
—¿Quién está allí?
—Si sólo escuchan a alguien con una cloth, entonces obedecerán al Santo de Plata de Cepheo
Albiore, el maestro de June y Shun había acudido allí. Su figura corpulenta y sus antebrazos rodeados de cadenas, resultaban muy imponente, especialmente con la tenue luz de la luna menguante de aquel anochecer. La aspirante a Santa, se incorporó y se apartó rápidamente de allí.
—¡Mierda! justo cuando se estaba poniendo divertido, lástima. —balanceando sus caderas, Selene giró y caminó rumbo al mar, no sin antes lanzarle un guiño a aquel guerrero mientras llevaba su cabellera nuevamente hacia atrás de su espalda. Marjani, mientras tanto, se acercó a su hermano que aún se encontraba inconsciente y vaciló unos segundos para luego replicar:
—No me iré si no me aseguro que este hombre estará a salvo.
—Tienes mi palabra —respondió
—Se lo encargo.
Y así como llegaron, estas jóvenes guerreras, se marcharon de aquella Isla.
Albiore socorrió al joven bandido y al día siguiente, bien temprano le presentó a unos pescadores para que trabajaran juntos. Luego de verlo marcharse junto a ellos, volvió a su cabaña, y encontró a June sentada fuera de ella, quien todavía no se había colocado aún el equipo de entrenamiento.
—¿Sucede algo June?
—¿Por qué dejó marcharse a ese hombre?
—¿No crees que merecía una segunda oportunidad?... Aquel muchacho me recordó a muchos aspirantes a Santos de Athena. Separado de sus padres y obligado a combatir para sobrevivir... A veces pensamos que quien va por un mal camino, es porque lo escogió y se merece todo el mal y el daño que le ocurra por caminar allí... pero nunca nos preguntamos si realmente tuvieron la posibilidad de elegir.
June comenzó a sollozar... Y momentos después, por primera vez, contó toda su historia, incluso aquello que no pudo contar a Shun.
Unos días después de que aquella mujer misteriosa intercambiara a las niñas por camellos, subieron a una embarcación muy precaria. Luego de unas horas, la misma fue rodeada por piratas, varios botes desfilaban y un barco algo más alejado. La mujer misteriosa, sin vacilar, saltó de aquella embarcación hacia los botes, peleando contra todos ellos. Saltando y combatiendo contra aquellos hombres, uno por uno. Bajo aquel atuendo, se podía apreciar una armadura con brillos plateados al sol.
Sin embargo, en su batalla, se fue alejando de ambas niñas, mientras el viento hacía su parte, llevándolas a la deriva. Solas en la embarcación, sin poder maniobrar correctamente las velas, el peligro ya no eran los piratas, sino el propio mar.
Cuando llegó la noche el fuerte viento se transformó en tormenta y se desató sobre ambas quienes intentaron quitar una de las velas, con tanta mala suerte que la botavara giró sobre el eje del mástil y las expulsó al agua.
Mientras June había conseguido aferrarse a una red que colgaba de aquella embarcación, alcanzó la mano de Marjani para sujetarla, pero la tormenta era demasiado fuerte y el agua entraba violentamente por su boca y nariz, finalmente la fuerza la abandonó, y soltó de su mano a su amiga y se desmayó. Despertando más tarde en aquella isla...
—¡Si al menos hubiera soportado un poco más!
Albiore la observó y luego de mantenerse pensativo unos instantes le preguntó
—¿Qué crees que hubiera sucedido?
—¿Eh? Hubiéramos llegado aquí, y entrenado juntas
—Viviste convencida de que había muerto ahogada en el mar porque soltaste su mano, pero aún así, tu amiga sobrevivió. Quizá no te guste hacia dónde la arrastró la corriente de la vida, pero pudiste volver a verla, y aún más, descubriste que ella no te guarda rencor alguno. Aún así, sigues enojada contigo misma.
—Porque en su lugar, creo que no la hubiera perdonado jamás.
Albiore abrazó a su aprendiz, demostrando una vez más que era el hombre que sus alumnos más admiraban, no sólo por su disciplina y firmeza, sino también por su humildad y su capacidad de escuchar a sus estudiantes.
—Aprender a perdonarnos los unos a los otros, pero lo más difícil es perdonarnos a nosotros mismos.
Cuando June había terminado de llorar, Albiore le ofreció un paño que usaba para vendar sus manos, para que su alumna se limpiara el rostro, a lo que vio que ella se le había adelantado, sacando del escote del leotardo, un harapo... reconoció la tela, pertenecía al antiguo traje de entrenamiento de su ex alumno, el santo de Andrómeda y mientras se sonreía, giró su cabeza para que June pudiera quitarse la máscara sin problema. En tanto, aquel hombre recordó un detalle del relato de la jóven y luego de unos momentos le preguntó:
—Me habías contado que la mujer que las reclutó, poseía una armadura plateada debajo de su túnica, ¿verdad? No hay muchos Santos de Plata femeninos ¿Recuerdas cómo se llamaba aquella mujer que las reclutó?
—No recuerdo su nombre, era largo y complejo de pronunciar, pero sí que llevaba su ojo izquierdo vendado.
—No recuerdo a nadie con esa descripción... En fin, si ya estás lista, vayamos a entrenar.
Marjani había regresado a aquella playa, al final de cuentas, quería ver que su hermano estuviera a salvo.
—¿Ahora sí? ¿podemos irnos a cumplir nuestra misión?
—Gracias, Selene. Nunca imaginé que querrías acompañarme para hacer ésto
—Oye... seré muy ruda, pero tampoco tengo el corazón de piedra.
Marjani abrazó a aquella cazadora. Desde lejos observó la escena entre June y su maestro y sacó una vieja fotografía que conservaba desde antes que aquel infierno que cambiaría sus vidas se desatara. Allí se podían ver a June y ella de muy pequeñas, abrazadas como buenas amigas que supieron ser. Por un momento, iba a lanzarla y dejar que se la llevara el viento, pero la nostalgia le ganó y decidió conservarla.
1Debido a que la Diosa Artemis, desde tiempos mitológicos solo se rodeó de mujeres, cuando se permitió a los hombres formar parte de su ejército, por respeto a la Diosa, los mismos debían cubrir sus rostros con máscaras, era un modo de abandonar su masculinidad sin recurrir a la emasculación.
