Lo que podrías querer saber:
Sí, es un harmione. Y va a tener final feliz harmione. Pero con calma. Antes hay mucho angst. No sé si encaja como "slow burn", pero te llevas la idea.
Estoy lidiando con todo el canon incluyendo epílogo (salvo por "la semana pérdida" de la que nadie se va a acordar al inicio). Eso significa que hay quien está casado, y por realismo tiene que actuar como tal (incluso si Hermione no ama a Ron románticamente, se preocupa por él como una amiga, y no puede rechazarlo todo el tiempo. Lo que no puedas soportar, simplemente sáltatelo. No hay tanto).
No va a haber adulterio ni divorcio. Cómo puede ser, está en el capítulo 30. Puede parecer un tecnicismo pero a algunos nos importa. Sí va a haber muchos sentimientos pobremente reprimidos, mucha tensión sexual, escapando por las costuras, puede calificar como infidelidad emocional.
No va a haber bashing.
Harry y Hermione ahora son aurores, juntos. No sé por qué no encuentro otros harmione en que lo sean. El canon no explora a profundidad el día a día de los cazadores de magos oscuros lo que me dio banda ancha para inventar, para lo cual NO SE TOLERARÁ PLAGIO pero pueden usarlo dando crédito al de la idea original. Si escribes un buen fic sobre Harry y Hermione siendo Aurores juntos, házmelo saber, me encantaría leer y comentar.
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Nido vacío
Su cuero cabelludo cosquilleó al roce de una mano femenina. Harry cerró los ojos. Había traición, por todas partes, salvo en esa mano. Hasta que se fuera, como todos.
Lágrimas de miedo, enfriando sus mejillas.
Labios temblaban, cálidos y secos, bajo los suyos. Sorprendidos. Un último destello de dorado brillante a la luz de las velas, borroso a través de las lágrimas, antes de cerrar los ojos otra vez. No quería escuchar de consecuencias.
"Confía en mí, Harry". Conocía esa voz. Confió.
Roce de labios, ligero. La vida reventando las costuras del invierno. Aferrarse. El roce áspero de una lengua contra sus labios. Locura, y el olor a cadáver que desaparecía en el sabor a calabaza y cuero, y melaza.
"Estoy tan cansado de las pesadillas"
Harry se despierta de golpe, y se sienta con dificultad, una mano sosteniéndole mientras pasa los dedos de la otra entre sus cabellos empapados en sudor. La angustia le quita el aliento. Es un poco como cuando perdió a Sirius, o a Dumbledore: lacinante, desorientador, impregnado de negación y de la urgencia de volver atrás y cambiarlo todo. Tiene lo suyo de nostalgia.
No le sorprende no acordarse de nada. Se ha vuelto habitual.
El sexto sentido se ha extendido para chequear el estado de su compañera, a unos kilómetros. Afortunadamente, no se ha despertado; Harry recordó establecer la barrera entre sus centros de magia antes de acostarse, y esta sigue funcionando. El contacto con el espíritu de Hermione lo tranquiliza, llena parte del vacío que el sueño le ha dejado. La imagina boca abajo, el rostro volteado hacia la ventana y una mano delante de la boca, como una niña; una visión a la luz de la luna.
La mano del mago, al retirarse de su cabello, pasa sobre su rostro y se empapa en lágrimas. Las mira, plateadas, como si no supiera lo que son.
Hermione supondría que es la fecha.
Suspirando, planta los pies desnudos sobre la alfombra, hunde la cabeza en sus manos, luego las junta y mira al vacío.
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Hermione se asoma por encima del montón de archivos en el que está trabajando para descubrir a Harry, la pluma casi colgando de su mano inerte, con la mirada perdida en el pergamino.
–Ya vale. Acaba de irte a casa.
Eso le gana una mirada intensamente verde a través de las gafas algo torcidas, que le hace sentir un vacío en el estómago.
–Pero aún hay trabajo –comenta Harry, confuso.
–Honestamente… –la auror resopla y hace girar los ojos, incluso cruza los brazos tras el montón de papeles, pero sonríe– No me eres nada útil así. Y alguien tiene que estar con los chicos, ¿no? Ve.
–Deberías ir tú –protesta el mago, mientras se levanta y estira–. Sigues siendo la preferida de Al.
–No seas tonto –dice la bruja, aunque Harry puede sentir una sonrisa jactanciosa en su compañera.
Bucles castaños reflejan luz a medida que la mujer se pone en pie. Harry la sigue, hipnotizado, por el laberinto de pasillos hasta el elevador, que se detiene frente a ellos con voz cantarina. Lo ignoran.
–¿Seguro que está bien?
–Seguro.
La conexión empática entre los aurores se hace eco de esa seguridad. Es una calidez similar a beber chocolate caliente en los inviernos de Hogwarts. Calidez que se enfoca en su frente cuando Harry coloca ahí los labios en un beso distraído y rutinario, y no por ello menos.
–Llámame si pasa algo. Y no te demores demasiado, ¿sí?
Diez minutos después, fue la llamada.
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Gira, agachándose para evitar una maldición, y otra la alcanza. La sangre se derrama de su frente. Apenas gime cuando desvía otra y lanza la suya, dos, tres en rápida sucesión, tan rápido como puede deletrearlas. Otros Aurores luchan, pero no a su lado, ya no; han logrado separarlos. Sin embargo, Hermione, en el centro, recibe la mayor parte de la atención. Todo su cuerpo está iluminado (a pesar de ser la hora más oscura, antes del amanecer) a base de maldiciones. Su chaleco de cuero de dragón le ha salvado la vida más de tres veces esta noche; ella ha visto venir la muerte, sin tiempo para pensar más que en Hugo, que hoy viajará en el expreso de Hogwarts por primera vez. Pero su varita golpea y corta con la eficacia del mejor Auror, y los enemigos caen, uno por uno. Uno de ellos, apenas un adolescente, hipnotizado por sus movimientos, se deja alcanzar por un Avada perdido –fuego amigo-; Hermione es el último reflejo en sus ojos.
Una risa aguda llega a los oídos de la leona, y esta se gira solo por un momento, pero no puede dejar que la bruja de Parkinson la distraiga.
–¿Arrestarme? –Dice esta, entre carcajadas histéricas– ¡Ni siquiera puedes alcanzarme! "
–Cinco – cuenta la Gryffindor entre uno y otro hechizo –. Pronto ... sin hombres ... tras quienes ... esconderte.
La de pelo negro cuenta rápidamente, y su sonrisa se desvanece, pero cuando da un paso adelante, es para lanzar una maldición que el auror evita con facilidad. Entonces, escucha los gritos de Max. Casi se da vuelta, y habría sido su muerte, esta vez de veras. Evita por poco otra luz, pero ha logrado ver el cuerpo torturado y retorcido de su colega.
–¡Traidora!
El adjetivo suena maldito (estando, como está, detrás de puta e irresponsable en su lista de los peores epítetos). La risa, otra vez, y otra oleada de hechizos. Se inclina y trata de respirar a través del terror y la angustia.
–¿Yo, traidora? –Parkinson susurra seductoramente–. ¿Y qué de ti? Tú la -ah, tan leal- Gryffindor. Un sangre pura por marido, y aún te quedaste al de la cicatriz como amante. Ni siquiera un Slytherin engaña a su pareja así. Ni a un aliado. Potter tiene agallas después de todo. ¡Y el cornudo va y viste la túnica de ministro!
–¡No les llames así!
Hay un chillido, y la auror se congela por un segundo, aterrada de que sea Harry; otra maldición pasa a través de su hombro derecho al tiempo recuerda que él no está aquí, y a pesar del dolor se siente aliviada. Aprieta los dientes, oliendo sangre. No reconoció la voz. Tal vez no era uno de los suyos.
–¿Cómo es? –Parkinson gime, genuinamente interesada– ¿El sexo? Dicen que es increíble, sintiendo lo que el otro siente y todo...
La leona tropieza, y las maldiciones vuelan sobre su cabeza mientras rueda y se pone de pie, sin nunca detenerse. Otro cae ante su varita. El último hechizo del enemigo es repelido por su brazalete; típico Harry, protegiéndola incluso sin estar aquí.
En algún lado, la voz de Parkinson aún chilla, pero Hermione intenta ignorarla. Mientras esté hablando, no está lanzando maldiciones. Otro enemigo se derrumba con un eco apagado.
Entonces, el tono de Parkinson cambia dramáticamente.
–O aún no lo has querido reconocer…
La auror mira en su dirección rápidamente, al tiempo que algo frío llena su estómago. Los ojos de la Slytherin están muy abiertos, y su boca lo está ligeramente, una mezcla de sorpresa y alegría que a la Gryffindor le da náuseas.
–Es así, ¿verdad? Haciendo como que Potter es un amigo… pretendiendo…
–Él es mi amigo, tú…
La risa llena la oscuridad, y Hermione se olvidó de contar enemigos, y de pronto algo quema su flanco derecho, haciéndola gritar, más de sorpresa que de dolor en realidad.
–Oh, ¡ustedes, Gryffindors, son tan divertidos! ¿Y qué pasa si fallas? ¿Si… no, no, "cuando"… lo reconozcas? Que ardes por él, que te mueres por tenerlo, que sueñas…
Luz verde casi alcanza a la Slytherin, y su sonrisa solo empalidece por un momento antes de ampliarse.
–Vamos, Granger. Lo sabes. Sabes que no puedes impedirlo. Es cuestión de tiempo. No te puedo imaginar dejando desprotegido a tu precioso compañero, así que no puedes alejarte de la tentación. Solo avanzar. Te guste o no, ya estás en el camino de… bueno, de los traidores…
De repente, sonidos de aparición, y sombras que se acercan. La auror no se gira, atontada por el cacareo absurdo de Parkinson. En piloto automático –inclínate, lanza, atenta-, baila con la muerte otras tres veces hasta que su inteligencia regresa, solo un poco por delante de las sombras. Justo a tiempo para que se de cuenta de que la identidad de estas no importa. Si son enemigos, igual está muerta. En ese segundo de no saber, piensa "Oh, Harry me matará esta vez"; pero con el alma a los pies, sin humor. Lily también monta el Expreso de Hogwarts hoy, sin ella Harry estará completamente solo en esa mansión oscura donde se quedó viudo no hace dos años. Una casa que también alberga recuerdos de su padrino perdido. "Tendrá a Ron", razona y deja de pensar en otra cosa que no sean las maldiciones que siguen golpeando el escudo de su contrincante. Pero su espíritu aún duele con eco de un amargo deseo que no se atreve a expresar, ni siquiera ante sí misma: "Creí que la última cara que viera, sería la suya".
De pronto, Parkinson deja caer la varita, y se oye la voz de Luna canturrear, y casi se desmaya de esperanza.
–Parkinson, tienes derecho a guardar silencio...
El amanecer acaba de estirar sus rosados apéndices por el cielo.
Cuando el equipo de Luna se ha ocupado del resto, y están de vuelta en el cuartel general, y el medimago la ha curado lo mejor posible (sacudiendo la cabeza ante muchas de sus heridas, exasperado), la rubia apoya una mano en su hombro y Hermione casi se cae del agotamiento con el leve peso que pretendía tranquilizarla.
–Los nargles me avisaron que era una trampa –susurra la rubia, soñadora.
–¿Bajas...? –la garganta de Hermione se cierra.
–Increíblemente, ninguna –se une Sparkie a la charla, con una inconfundible chispa de admiración en su voz –. Max fue tocado, pero se va a poner bien. Eres tú la más herida…
Los ojos de la leona vagan alrededor, fijándose en los dispositivos no tan mágicos que ha logrado integrar a la Fuerza. Solo lo que funcionaría en un lugar tan cargado de magia.
–Lo que estoy, es agotada. Y en camino –susurra Hermione, poniéndose en pie–. Mis hijos me están esperando desde ayer. Espero que hayan empacado…
Sin embargo, cuando entra al pasillo vacío que conduce al cuartel, la alcanza. Galvanismo. De pronto se da cuenta de que su brazalete la ha estado quemando por un rato –solo otra incomodidad, mezclada con el dolor y la fatiga, apenas perceptible en esas circunstancias-. Solo ahora la percibe.
Harry está aquí.
Capa negra. Pantalones negros. Chaqueta negra. Piel pálida bajo la cicatriz quemante. El único toque de color, son sus ojos –sus ojos verdes y eléctricos, y casi oscuros, también, tormentosos-. Su olor la alcanza –césped de verano y menta- y la mujer jadea, mientras los brazos del mago vienen a rodearla, sosteniéndola con tanta fuerza que tiemblan. Largos segundos pasan hasta que se obliga a sí mismo a poner distancia –sosteniendo primero las mejillas de su compañera, luego los hombros de esta–. El gemido llega a sus oídos al tiempo que el dolor se comunica místicamente. Los ojos verdes se fijan en el hombro derecho. La magia del hechicero aún se adhiere a ella –a toda ella. Hermione sabe que es un examen de sus heridas, un refuerzo de su propia magia, un bálsamo curativo, y sin embargo, en su fatiga, su autocontrol se desliza lo suficiente para que ella lo sienta.
–Fuiste sola– escupe él, la violencia enmascarando apenas un miedo que la sobrepasa–. Merlín, Hermione. ¿Por qué fuiste sin mí? ¿Qué si te hubiera perdido?
–¿Los chicos…?
–¡No son preescolares! ¿Por qué no me llamaste?
–No sabíamos…
–¡Luchaste…!
–¡Por favor, déjame hablar, Harry! ¡No puedo explicar si no escuchas!
Él retiene sus palabras, sosteniéndole la mirada de tal manera que casi la hace sentir mareada. ¿De qué estaba hablando…? ¡Ah! La falta de sueño debe estarla afectando más de lo que pensaba.
–Se suponía que iba a ser fácil–informa ella quedamente, y con algo de disculpa–. Rutina. Aparecer y leer sus derechos. Tú estabas con tus hijos, Harry; no tienen a más nadie para para quedarse a ayudarlos en un día como este...
–¡No importa! –su vehemencia la hace callar al instante.
Miran dentro de los ojos del otro, y todo un coro de ángeles pasa entre ellos. Pero las miradas no llevan el sonido de su voz, y la hace feliz que él hable:
–Lo sabes. Sabes que habría estado allí enseguida. ¿Cómo piensas que se siente que estés herida, tan lejos, tan fuera de alcance? ¡O peor! ¿Te crees que no me acuerdo de cuando desapareciste? ¿Qué crees que me hizo el escuchar… –Harry apretó los dientes en torno a las palabras–… escuchar que habías luchado contra todo un escuadrón casi tú sola? ¿Qué estuviste en peligro? ¿Que yo no estuve ahí? Sabiendo que fue porque dejé el trabajo temprano, porque no fui contigo…
Pixies baten alas de colores contra la piel de la bruja, incluso mientras ella susurra:
–Yo no necesito…
–¡Claro que sí? ¿Para qué es el brazalete? –le suplica, con ojos brillantes– ¡Dime, Hermione! Lo juramos. ¡Ya no luchamos solos!
Ella se entrega al casto intercambio de calor que sin embargo tiene su efecto. Las manos del compañero descansan en su espalda, presionándola contra él.
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Cuando aparece en casa, lo primero que ve es a Ron sosteniendo a su hija, con la barbilla sobre la cabeza de esta y la mano sobre su espalda. Se ve casi tan agotado como la auror. Algo muy parecido a la culpa amenaza con ahogar a Hermione. Rose se ha quedado dormida, parcialmente apoyada en él. Ni siquiera su voz la despierta.
–¡Maldición, Hermione! –susurra enérgicamente–. ¿Por qué tuviste que ir? ¡¿Por qué tú?!
–Soy una auror –replica, con lógica–. Me comprometí a esto.
–¡Harry no fue! ¡Y tú también tienes hijos…!
–No me regañes, Ronald –interrumpe ella, rodando los ojos, pero sin más energía para luchar–. Esa es mi línea, no la tuya.
Pero en realidad está conmovida. Y se siente culpable. E intenta enmascarar ambos sentimientos.
Su mirada ha volado a la niña. Se sienta a su lado con cuidado.
–¿Durmió algo? –pregunta Hermione.
Ron solo toma su mano, con expresión de ansiedad. Sabe que él preferiría abrazarla, asegurándose de que está viva y bien, y tal vez sacudirla un poco. Levanta la otra mano a la frente de la niña, pero sus dedos están manchados de sangre.
–Hugo está dormido –susurra Ron.
–Voy a darme una ducha.
Aprieta su mano, agradecida, y se va. Conoce sus miedos. Sabe lo difícil que ha sido para él criar a los niños solo, cuando ella ha estado lejos. Sabe cuánto peor sería si desapareciera para siempre. Lo ve todos los días en los ojos de Harry.
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Las jaulas y los búhos en su interior no hacen ruido mientras Harry y James los empujan a través de la barrera hasta la plataforma donde espera el Expreso de Hogwarts, tan rojo y cálido como siempre. Pero hace frío. Incluso si sus respiraciones no relucen como dos años antes, y la mañana es cálida con lo último del verano, están pálidos y fríos por dentro. Lily, la más joven, parece haber tenido un encuentro cercano con un dementor, así de vacía parece, a pesar de ser su primer año en Hogwarts. Su madre no está. Y la extrañan. Muchísimo.
Hermione se ha quedado cerca de la barrera a propósito. Un segundo antes de ver al primero de ellos, su interior le da la bienvenida. Cosas de compañeros. Su espíritu reconoce la presencia, en el suave ronroneo de su centro de magia; un poco como un patronus del color del cielo. Agridulce y picante. La magia se extiende para alcanzarla en oleadas de calor. Casi puede ver el patrón eléctrico que indica que su compañero está cerca.
Antes de que sus oídos físicos escuchen sus pasos, Hermione empuja a Rose ligeramente. Ya hablaron de esto, y por una vez, la adolescente ni siquiera ha protestado. No le gusta Albus como cuando era niña, pero toda la familia está muy afectada, y Rose tiene el corazón de su madre. Abraza a Albus primero.
Ron sigue a sus chicas.
–¿No está la atmósfera sobre ellos un poco demasiado pesada? –susurra cerca del oído de su esposa–. Tanto luto debe ser perjudicial para los niños.
Él se está asegurando de que nadie más lo oiga; en reconocimiento, ella susurra su respuesta:
–Ron. Por una vez. Ni una sola palabra.
Llegan a la barrera y ella abraza a cada niño. Cuando llega a Lily, Albus ya se ha ido a buscar a Scorpius. Ahora tienen algo más en común. Harry no protesta. Ron se para a su lado, incómodo.
–Lil... –susurra el padre a su hija menor.
La pelirroja lo mira fijamente y lo golpea el parecido. Con la madre de ella. Con la de él. Se detiene boquiabierto. Por suerte, ella parece haber preparado su propio discurso.
–Los he escuchado... a ambos... explicándole todo a mis hermanos. No te preocupes, papá. Estaré bien.
Él traga y asiente. Hermione ya le ha pedido a Hugo que cuide de la niña. Ambos van en el mismo año, y es probable que ambos entren en Gryffindor.
Los niños caminan hacia el tren, pareciendo aliviados de acercarse a una atmósfera más alegre. Hermione ve los intentos de Harry por controlar su expresión. Como de costumbre, una cantidad ridícula de personas lo observan, a pesar de que el grupo está más o menos protegido por la barrera.
La bruja lo rodea con sus brazos y lo aprieta con fuerza. Tras un momento, Ron se une, transformándolo en un abrazo grupal. Se siente bien, hasta que él dice:
–Debes reconstruir tu vida, compañero...
–Ron... –le advierte la mujer, sin mirar.
–¡Es verdad! Yo también la amaba, ¡ella era mi hermana, por Merlín! ¡Pero han pasado casi dos años! Y todavía vistes luto. Ya me estoy preguntando si es por ella. No estoy más que expresando lo que sienten todos...
–¡Ronald! –grita Hermione, pero vuelve a susurrar al agregar– No estás en tu oficina, ni dando un discurso…
–Eso no es…
–No estoy seguro de si quiero vivir con ustedes dos, incluso temporalmente –corta Harry.
–¡Tonterías! –exclama, mandona, separándose del abrazo–. Te estamos ayudando a cerrar la casa hoy, y mañana te vienes con nosotros...
Entonces se da cuenta de que no era en serio; pero bien podría serlo. Recuerda cuánto odiaba Harry sus peleas.
–Lo siento –se disculpa, de todos modos.
Mantiene una mano sobre la espalda de Harry. Una joven la mira raro, antes y después de echar una ojeada a Harry y Ron. En algún lugar, alguien toma una foto.
–¿Cómo te va como Ministro de Magia? –Harry pregunta a Ron después de un momento.
Él, también, trata de ser cívico. Y es una distracción bienvenida.
–Bueno, Hermione cree que no he desarrollado suficientes habilidades diplomáticas... –nada que comentar– pero es genial. Todos escuchan, para variar –Ron baja la voz antes de agregar–. Hermione revisa cada uno de los discursos, y escribe más de la mitad, para ser sinceros...
–Tú también ayudas con nuestra planificación –señala Harry.
La sonrisa de Ron se ilumina, incluso mientras sigue hablando:
–De hecho, ya que está haciendo la mitad de mi trabajo, me preguntaba cómo se está desempeñando en el suyo propio... ¿Algo sobre otro dictador internacional?
–Oh, pero eso no es nuestro, Ron... Quiero decir, quienquiera que esté tratando de revivir el Imperio Británico, no está causando muchos estragos aquí... Es más bien dominio del Departamento de Asuntos Internacionales... ¿No estás recibiendo sus informes?
Hermione pierde el hilo, volviendo su atención a los preparativos. Por primera vez desde Hogwarts Harry necesita a sus amigos bajo el mismo techo. Especialmente a ella y Ron. Pero también al resto; y por mucho que odie las fiestas, ya ha decidido organizar una, solo para reunir a los amigos con los que él ha perdido contacto. No puede dejarlo solo en esto. Para eso están los compañeros.
Mientras caminan de regreso a través de las barreras, alguien se acerca a Ron, y él se pone su sonrisa más política –solo Harry y ella notan la máscara–, y sacude la mano del hombre. Solo entonces, la magia de Harry alcanza de nuevo la de ella.
–Diría que estás herida aún –afirma.
Está parado un paso detrás de ella, sin tocarla físicamente, pero manos invisibles recorren su cuerpo buscando heridas, rozando su espalda, lamiendo sus brazos hasta que encuentran su hombro. La bruja se estremece.
–Vale, es cierto, no me tomé las pociones, ¡no tuve tiempo! –susurra rápidamente, mirando a Ron, que aparenta escuchar al elector–. Pero sabes cómo es, Harry. Primer día. Chicos que atender…
–No, supongo que no tuviste el tiempo –admite–. Pero quiero que me prometas que no irás sin mí nunca más. Nunca más.
–Oh, cállate, Harry. Sabes que no puedo…
–¿Qué hacen? –pregunta Ron, desconfiado.
El elector se había ido sin que se dieran cuenta.
–Nada – responden ambos a la vez.
Ron agarra la mano de Hermione y la lleva tras él en un gesto demasiado evidente.
El calor de su pulsera ha disminuido con la ira de su compañero. Se arriesga a mirar a Harry, que observa a Ron. El silencio llena los minutos, y solo mucho más tarde, cuando Ron es interceptado nuevamente, y en una voz tan baja que podría estar hablando solo, Harry agrega:
–Por favor. No te puedo perder a ti también.
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Hermione despierta con un grito ahogado. Con la respiración aún alterada, la mujer escruta su entorno. Su esposo ronca estrepitosamente a su lado, la boca abierta, un hilo de baba saliendo de la comisura. El tatuaje mágico que él se hizo tras aquella apuesta, apenas se mueve; las piezas de ajedrez duermen enredadas, como cachorros, y a la luz de la luna ve que sobre la torre negra, el caballero apoya la cabeza y el alfil, la espalda. Arropa al chico –un chico, en realidad, a pesar de su edad- y se desliza fuera de la cama, tomando un libro antes de bajar las escaleras para servirse un poco de agua y tal vez encontrar un lugar cerca de la chimenea donde pueda ahogarse en la historia en lugar de dejar que el miedo la envuelva.
Ha tenido una pesadilla. Nada nuevo. Esta tiene el sabor del bosque y la nieve, y la voz del Mal. No puede recordarla. Rara vez puede. Pero no es tan aterradora. No como en su juventud, cuando el Mal caminaba sin freno. Ahora, incluso cuando entra a luchar contra la magia oscura de verdad, tiene su entrenamiento y a Harry a su lado. Su mano rodea su brazo izquierdo, cerca de su hombro, donde puede sentir, embebido en su piel, el brazalete que ambos llevan desde su graduación en la Academia de Aurores; la pulsera que los hace compañeros.
Ella no sabe que, justo antes de que se despertara, Harry se llevó la mano a la frente y la rascó, ligeramente incomodado.
Cuando ve a la mujer en la puerta, el mago jadea y a medias se levanta. No ha habido mujer en las noches de esta casa desde Ginny. Por una fracción de segundo, piensa, contra toda lógica, que es ella. Hermione se da cuenta. Los ojos de la mujer vuelan de los papeles olvidados en la mesa hasta sus ojos, verde brumoso, todavía medio extraviados. Simpatiza. Literalmente siente su pena, como un sollozo contra su piel.
–Necesitas dormir –comenta la bruja.
–Tengo trabajo que hacer –se defiende el hechicero, evitando su mirada, no queriendo preocuparla.
Pasa junto a él, toma un poco de agua para cada uno, se sienta a su lado, alcanzándole el vaso.
–Estaba teniendo una pesadilla, así que no puedo dormir –dice ella, confiando en verdades a medias–. Si no te importa, puedo quedarme... ayudarte... ¿o solo hablar?
Él sonríe, aliviado de tenerla a mano sin ser mimado... al menos, de forma patente.
El libro queda olvidado sobre la mesa. Hablan en voz baja durante horas, recordando la primera vez que tomaron el Expreso de Hogwarts. Él recuerda a Ginny como era entonces: una niña pelirroja escondiéndose tras su madre; pero no hay mucho más que evocar de ella en ese año. Recuerdan a Trevor, bendita su memoria, gracias al que se conocieron. Se ríen un poco y se tumban en la alfombra.
–Duerme –ordena, transfigurando un cojín en colcha, y haciéndolo reposar sobre él–. Mañana será otro día largo.
–No tengo muchas cosas que trasladar, Hermione. No me quedaré en tu casa por tanto tiempo.
–Eso también.
El hechicero la mira inquisitivamente, y ella pone los ojos en blanco.
–Los estudiantes de Hogwarts no son los únicos que comienzan lecciones.
–Aprendices –comprende Harry al fin.
–Directamente desde pre-Auror –ella asiente, su mejilla rozando la alfombra–. Mi hermana también estará ahí.
Suena soñolienta. Sus ojos están cerrados cuando él murmura un:
–Gracias, Hermione.
La mano izquierda del mago toca su brazalete, una pálida imitación del saludo oficial entre compañeros que renueva la magia en el interior del objeto.
Ella sonríe y toca el de él.
Pero cuando su respiración se profundiza, y la bruja sabe que su amigo duerme, abre los ojos y lo mira fijamente. Sólo lo mira. Harry olvidó quitarse las gafas y se ve simpático a pesar de las cicatrices alrededor de su cara. Se pregunta cuántas veces lo ha visto así. Estirando la mano, Hermione desliza los espejuelos por su nariz, los cierra y los deja entre ellos, en el suelo. Se voltea. Lo que ha sentido, la asusta.
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Avance:
(...) y lo próximo que sabe es que ella está sentada sobre sus muslos, inmovilizando sus manos tras su espalda, todo su peso usado con eficiencia para que no pueda mover un músculo. Él es consciente de su cabello ligeramente despeinado, sus mejillas sonrojadas y el jadeo, y de su propia excitación, que rápidamente atribuye a la adrenalina que le bombea en las venas, antes de que ella se levante y retroceda, permitiéndole respirar. Él no se pregunta por qué no ha podido respirar fácilmente antes, si ella no puso peso sobre su pecho. Es así cada vez.
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