–El ocultamiento y el disfraz son esenciales para sobrevivir –informó Luna, caminando por la habitación aparentemente vacía.

Su varita apuntó a una ligera desviación de la luz cerca de la pared, y una joven maldijo, ahora visible.

–Los magos oscuros no dudarán en matarla en el acto, si tan solo sospechan que han visto algo –respondió la rubia y, dándose la vuelta, reanudó sus pasos con gesto ausente–. Ocultarse es mantenerse seguro... la mayor parte del tiempo... Por supuesto, mientras esté disfrazado, tampoco puede confiar en que los aliados lo encuentren.

Un joven parpadeó, sin darse cuenta de que ya no era parte de la alfombra.

–Debe confiar en su determinación y habilidades. Por lo demás, está completamente solo.


–No puedo creer que vayas a llegar tarde otra vez, Harry –protesta Hermione, observándolo por encima de la carpeta que ha estado estudiando.

El mago mientras frota la toalla contra su cabello, y ve los ojos color miel regresar al documento. Pone cada vez menos fuerza en ello. Hoy Hermione va de beige. Le queda bien.

–No tienes que esperarme –señala.

–No seas ridículo.

La bruja le seca el cabello con un movimiento de varita, y se acerca para ajustar sus ropas, arreglándole el cuello con la facilidad de la experiencia. Él se queda, como de costumbre, paralizado, pero su amiga nunca quiere oír nada al respecto, así que Harry deja que el escalofrío lo recorra y el calor lo llene como un zumbido de magia. La carpeta flota junto a ella. Hermione la agarra antes de darse la vuelta.

–Vamos –le ordena, dándole un emparedado con una mano mientras la otra sostiene la de él. Harry trata de detenerla por un segundo para que ponerse los zapatos, pero todavía está saltando sobre un pie para cuando ella entra a su chimenea y directamente a la privada de Ron en el Ministerio. Saludando a la secretaria, camina hacia el pasillo que conduce a la sede de aurores. Finalmente el auror logra alcanzarla y ponerse a su lado en el momento en que llegan. Beatrice lo saluda alegremente y él sonríe, incómodo, al tiempo que es conducido a un asiento vacío.

–Odio las reuniones –se queja William, de nuevo; ha convocado una almohada, en la que se apoyan sus manos, y en esta, su cabeza, y el auror se inclina hacia atrás, un poco demasiado cómodo–. Era más animado cuando teníamos que luchar contra mortífagos, en vez de llenar con palabras bonitas el horario laboral.

–Déjalo –Hermione le susurra a su compañero, sin mirarlo-. Aprovecha para desayunar.

Harry, que ha estado mirando a su colega con ojos asesinos, desvía la mirada hacia su compañera, quien en ese momento está respondiendo a su celular mágicamente modificado, en alemán. La punzada de celos que siente al verla sonreír, se desvanece cuando su brazalete se vuelve azul frío bajo su piel. Los ojos de la auror se estrechan. Harry sospecha malas noticias, y sigue mirándola incluso cuando Luna ha flotado hasta el centro de la habitación y comenzado a hablar.

–¿Qué pasa? –pregunta en un susurro.

–Nada, espero –responde ella, y sus labios se aprietan en una línea.

Los equipos se van yendo a medida que reciben sus misiones. La habitación está medio vacía para cuando Harry deja de lanzarle miradas interrogantes.

–Buckbeack –llama Luna por fin– ¿al tanto de los nuevos hallazgos?"

–Claro– responde Hermione por ellos.

Harry tiene suerte. Con una compañera como esa, ¿quién tiene que leer? Hermione lo cubre, como siempre.

–Entonces saben a dónde lleva esto –Luna hace que un viejo zapato de bebé levite hacia ellos, y Harry lo atrapa fácilmente.

–¿A dónde vamos? –pregunta en un susurro.

Hermione lo mira con severidad justo antes de que el traslador se active. La expresión de su amiga es tan familiar que le divierte. De todos modos, la sonrisa muere en cuanto se da cuenta de dónde están.

Azkaban.

–¿Qué estamos haciendo aquí? –pregunta, tratando de mantener el miedo fuera de su voz.

No todos los días se va a la cárcel sin previo aviso.

–Si hubieras leído los memos –explica Hermione con calma– sabrías que los Lefayes tienen familia aquí.

–¿Aquí? –Hermione asiente– ¿Mortífagos? –pregunta de nuevo, y ella asiente una vez más.

La referencia suena extraña en su propia voz; tantos años sin usar esa palabra, incluso si otros aurores lo hacen a menudo. No es que pueda pasar meses sin pensar en todos esos años de su juventud (toda su adolescencia, en realidad), pero ha quedado atrás. O eso espera. El leve fruncimiento de ceño de su compañera, tan pequeño que esta debe pensar que él no lo ha visto, empeora el miedo que siente. Sin embargo, sigue siendo imposible.

–Han pasado veinte años, Hermione… –responde, y los ojos verdes se estrechan, descartando toda posibilidad–.Voldemort y compañía se han ido hace mucho, a Azkaban o al infierno, y los que quedan están bien escondidos, por no decir, un poco demasiado viejos para pensar en nuevas glorias.

Suena a la defensiva, y la mirada de la bruja se desvía hacia donde descansa la mano de Harry: sobre su frente.

–Harry, no soy yo quien nos envió aquí –le recuerda–. Es sólo una pista. La única que tenemos, en verdad.

–¿Familia?

Ella se encoge de hombros.

–No cercana. Además, las víctimas eran demasiado jóvenes para haber sido mortífagos. Sin embargo, ya sabes, todo lo relacionado con la guerra hace que a todo el mundo se le pongan los pelos de punta. Así que tenemos que comprobarlo.

Ella siente que la angustia de su amigo disminuye con lentitud, y él apoya el cuerpo contra la pared al lado de una ventana antigua, la única en la habitación, probablemente más ventilación que aquella de la que gozan los prisioneros. Azkaban debe ser un lugar mucho más feliz desde que los dementores fueron despedidos, pero sigue siendo la peor prisión de la historia. El gris de las paredes y el sonido melancólico de las olas rompiendo contra las rocas los mantiene en silencio mientras esperan al oficial. Un momento después, Harry se apoya en la ventana. La vista es increíble, el mar les da un sabor a infinito... y a su propia insignificancia. No es que los prisioneros lo disfruten, en cualquier caso. Es soportable para los aurores solo porque se van a casa esta noche.

Hermione, en cambio, lo observa a él.

Intenta no admirar la imagen de su compañero recortada contra el cielo gris. Honestamente, está tratando de no ver cómo su cabeza se inclina, pensativa, lo que lo hace lucir poético y real, sus manos masculinas y llenas de cicatrices agarrando la cornisa de piedra, sus ojos verdes, casi grises por el reflejo del paisaje. Se pregunta cómo el mago del cuento logró sacarse su propio corazón. Como que necesita el mismo hechizo ahora mismo.

La voz del hombre la saca de su ensueño.

–Hermione...–vuelve sus ojos hacia ella– Sobre ayer…

–¿Qué?

Todas las defensas de la mujer se han levantado al instante. Él se ve desconcertado.

–Oh, solo... pensé... espero que no te importe...

Ella suspira y trata de ser más abierta.

–Puedes preguntar, Harry –lo alienta.

No puede pensar en nada que haya hecho el día anterior que pueda provocar preguntas incómodas.

–Es solo que... Ayer, cuando Ron habló sobre tu hermana... bueno, senti en ti... podría estar equivocado… – no es probable, pero ha aprendido a dejar salidas a las preguntas espinosas– creí sentir miedo en ti. Espero que no sea yo quien lo cause.

Se congela. Vaya, a veces aún se le olvida. No basta controlar los actos, tiene que enmascarar los sentimientos, y a veces es tan difícil...

Espera que él no se haya percatado de sus más recientes estados de ánimo.

También se da cuenta de que notará si ella miente.

–En realidad, creo que sí –suspira.

Él sólo parpadea.

–Lo siento, Harry. Supongo que...–no lo ha pensado mucho, así que formula y prueba sus conclusiones al mismo tiempo diciéndolas en voz alta–. Supongo que es solo mi propia crisis de la mediana edad. Duham es joven, talentosa y hermosa, y ni siquiera de una manera diferente, prácticamente soy yo, ¡dieciocho años más joven! Y ser reemplazada...

–Pero tú también lo eres, 'Mione.

Ella lo mira fijo, inclinando la cabeza hacia un lado. Parece perdido por un momento, como si se hubiera deslizado de sus labios sin que él quisiera.

–Quiero decir... hablas como si no fueras hermosa o talentosa o... bueno, supongo que no tienes su edad, pero ¿por qué importaría?

Hermione le ofrece una sonrisa espléndida, y por un momento Harry recuerda una conversación muy similar que tuvieron veintitrés años atrás. Curioso, cómo se acuerda de cosas que sucedieron hace una vida. Mientras tengan algo que ver con ella.

–Gracias por eso, Harry, pero ¿sabes? Los hombres tienden a querernos más cuanto más jóvenes somos... y no están equivocados: los argumentos de Ron son sólidos... "

–¿Así que estabas preocupado porque yo no te amara...?

La sonrisa de la bruja se entumece y frenéticamente explora los sentimientos de su compañero a través de su empatía. Después de un segundo, respira: él ha declarado la conclusión obvia, pero en realidad no la ha pesado o no sería tan casual al respecto. Casi se pierde el resto de su discurso con el ataque de pánico.

–¿... o preocupada por ser reemplazada por ella como auror, o como un amiga? ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? ¿Y conmigo?

Hermione todavía se pregunta qué parte de su declaración la describe mejor. Y le preocupa que pueda ser la primera. Después de lo que parece una eternidad, responde.

–Honestamente no lo sé, Harry. Tal vez me asuste que si consigues una nueva chica, te olvides de tus viejos amigos...

–¿Te sentiste así con Ginny?

"Ahora que lo mencionas..." piensa Hermione.

–Sería peor con una chica nueva –responde tentativamente–. Al menos Ginny creció con nosotros... luchó a nuestro lado... ¡Pero de ninguna manera quiero ser una carga, Harry! Quiero decir... si estás listo para reiniciar tu vida... amorosa, me refiero... estaremos bien. Nada tiene que cambiar.

Pero suena mucho más triste de lo que quiso.


La mano del hombre se cierra en un puño justo antes de agarrar el teléfono.

–Hablando –saluda.

–Sus perros están aquí.

La oficina tiene una gran vista, pero no hace nada para distraerlo de las palabras.

–Sabes que alguien recibiría el encargo. No puedo evitar que se investigue.

–Entonces yo no puedo evitar el resto –dice la voz sombríamente–. Su tiempo es limitado. Llámelos de vuelta.

El sonido intermitente del dispositivo le informa que ya no le escuchan. No es que sus temores y esperanzas tengan un oído acogedor en el hombre al que pertenece esa voz.


–¡Hermione, para! –grita desesperadamente, tratando de pasar su escudo.

Su hechizo rebota, nuevamente, haciendo resonar la poderosa energía que ella ha convocado, a través de la cual apenas puede escuchar sus gritos. La expresión del guarda ante su varita es bastante fácil de interpretar. Incluso con la distorsión que el escudo imprime a su imagen.

–Hermione!

Ha echado un muffliato sobre la escena, cubriéndole la espalda, pero con sonido o sin sonido, los oficiales deben estar a punto de llegar, puede mantener una ilusión solo por determinado tiempo, y no sabe si este tipo de comportamiento sería aceptado, incluso de ella, que tiene el historial más limpio de la Fuerza. Y puesto que hasta ahora ella siempre ha estado impecable, es aún más difícil entender qué ha pasado, cuándo o por qué. No es como si la mujer que babea en la silla de ruedas, con los ojos perdidos y la marca tenebrosa desvaneciéndose en el arrugado antebrazo, la pudiera choquear tanto. ¡Por las barbas de Merlín, se merece lo que le pasó! Que, muy probablemente, haya sido una enorme cantidad de Crucios recibidos de la mano de su maestro, aunque Harry acepta que veinte años es bastante tiempo para que aparezcan tales secuelas.

Pero esto es serio. Hermione está atacando a un guardia y, en su confusión, Harry es consciente de que, de todas las reglas que ella podría haber elegido romper, esta es la que la expulsaría de la Fuerza. Así, de golpe, la idea de perder a su compañera lo supera. Simplemente pelea con todo lo que tiene.

Allí, el escudo se quiebra. Harry se abre paso a su través, conteniendo la respiración mientras se las arregla para atravesar lo que se siente como gelatina congelada, luego inmoviliza las manos de la bruja a su espalda para evitar que la varita continúe apuntando al hombre. Este cae desde la altura a la que levitaba, sentado en el suelo, y enseguida se pone a jadear y gritar algo sobre brujas locas y demandas. Harry se da cuenta de que Hermione tiembla violentamente. Sin pensarlo, apunta su propia varitas hacia el guardia y lo oblivia. Hermione ya no parece a punto de saltar sobre nadie, Harry la suelta lentamente para hacer que el hombre caiga en una inconsciencia mágicamente inducida.

Respirando en sincronía con su compañera, permite que la paz momentánea se asiente. La mujer babeante cerca de la esquina ya es claramente visible: el escudi ha desaparecido. Con los confusos murmullos de la mortífaga, burbujas de saliva salen de la boda de esta.

–Hermione? –pregunta al fin.

La hechicera se deja caer hacia atrás, sobre su pecho. El olor de calabaza y tarta de melaza ahora lo rodea, mezclado con esa olor que es único de ella y solo se hace evidente con la adrenalina. Harry cierra los ojos. Tantas veces ella lo ha sacado a rastras de la vanguardia, sangrando y en el más intenso de los dolores; ese olor significa estar a salvo, y cómodo, y es excitante. Incluso ahora.

– Hermione? –la hace darse la vuelta con gentileza, las manos en los hombros de su amiga– ¿Qué fue esto?

–No debiste haberlo hecho olvidar, Harry –jadea–. Puede que te hayas metido en serios problemas.

–Entonces etaremos en problemas juntos –responde–. No es nada nuevo. Solo quiero saber qué pasó. Esto está más allá de poli bueno-poli malo. Está claro que lo estabas interrogando, pero ese no es el prisionero con el que vinimos a trabajar.

La mujer sacude la cabeza.

–Él puso a la prisionera en ese estado.

–¿No estaba ya enferma?

–Su historial no menciona nada como esto –argumenta Hermione–. El juez decidió privarla de libertad, no de salud. Y por lo que estoy viendo, puede que hayan llamado un dementor a besarla.

Harry mira a la mujer, y está de acuerdo.

–¿Qué, quieres investigar el trato que le están dando a los prisioneros? –no le extrañaría de ella, que lo tomara como causa– ¿Esto va más allá del caso? ¿Por qué lo culpas precisamente a él?

Hermione cierra los ojos, inspira hondo. Todo lo que ve, es al heredero de los Lefaye, con su piel de adentro hacia afuera reposando en su mantita de bebé. No puede responder a su última pregunta. No lo sabe. Lo de ella es la lógica, no el instinto. Él tampoco reveló nada, por mucho que ella lo haya asustado. Pero cuando mira al hombre inconsciente, ve una máscara de tigre sobre sus rasgos.

–Ya no nos servirá interrogarla –responde, en su lugar.

–Hazlo olvidar tú también –Harry pide–. Por si acaso.

Esta vez, hay pequeña sonrisa en sus labios cuando se vuelve hacia él.

–Confío en tu hechizo, Harry –le dice–. Solo le voy a añadir algunas memorias. Pongámoslo todo como lo encontramos.

Hermione se ocupa del hombre, y él mueve la silla de ruedas de la mujer hacia la mesa. "Caballero" murmura ella con una sonrisa rara. "Walpurgis". Harry no le presta atención.


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