Cuestión de confianza
–El sigilo es con seguridad una de las cosas más importantes para un auror.
Los reclutas estaban en firme frente a él, ninguno lo miraba a los ojos. Solo quedaban siete, y aprendían rápido a actuar como profesionales que se suponía que eran. Al menos, frente a la autoridad. También lejos de ella, si sabían lo que les convenía.
–Tienes que seguir tu objetivo sin ser visto o escuchado. Tu presencia no puede ser evidente. Debes ser hábil y flexible como serpiente. Para un Slytherin, quizás esos elementos ya son rasgos de personalidad, pero incluso si eres Gryffindor y todo en ti protesta contra ello…
–Los magos oscuros son Slytherins…
Harry observó al atrevido. Era tan, pero tan joven…
–… señor –completó este, inhibido.
Lucía como Neville, ahora más que nunca. Quizás porque a pesar del entrenamiento, aún no había perdido la grasa de sobra.
–¿Te llamas…?
–Hunter, señor. Michael Hunter.
Un nombre muy grande. Esperaba que su poseedor viviera para hacerlo valer.
–Entonces, Hunter… Si matamos a todos los Slytherin, el mundo será un paraíso, ¿no?
El resto de los reclutas se burló, las chicas cubriendo sus bocas y lanzándole miradas atrevidas al profesor.
–Pero la verdadera dificultad –continuó su clase– es prestar atención, mientras te mueves. Es no distraerse. Es no perder de vista lo que hay justo frente a tus ojos.
Como dos chicas, echan a correr bajo la lluvia hasta la cabina telefónica. Los muggles no tienen por qué ver un hechizo repelente de agua. Hermione le pasa un brazo por el hombro y la hace entrar primero, antes de echar una mirada nerviosa alrededor, y secar sus ropas con un golpe de varita, y a continuación, su propio libro.
–¿Estás bien? –le pregunta.
–Es solo agua, Mia –bromea Duham–. Sí que hay poco espacio aquí.
–Deberías haber visto la primera vez que vinimos –recuerda Hermione–. Éramos seis –por un momento recordó las manos de Harry, húmedas de nervios, mientras recibía la placa que ella le pasaba: "Harry Potter, misión de rescate". Sonríe.
–Creo haber oído esa historia en alguna parte –dice Duham con ironía–. ¿Nos podemos mover ahora?
Hermione la golpea con el libro en la cabeza, y ella se hace la dolida en lo que su hermana marca, sin dejar de murmurar: "creo que esas fueron sus exactas palabras".
–¿Y eso que me fuiste a buscar? –pregunta la más joven, en lo que la luz dorada se extendía hacia sus rodillas.
Hermione aprieta los labios en una línea.
La verdad, los eventos de Azkaban la han dejado con un mal sabor en la boca, una sensación de peligro inminente. Entre confusión por no saber su origen, vergüenza por haber perdido el control, miedo de no saber por qué –y de estar enloqueciendo, de paso–, más miedo de ser descubierta, no ha podido dormir nada. Lo que le queda claro, es que no quiere que Duham camine sola. Ni Harry, tampoco. Claro que no se lo explicó cuando lo dejó en el ministerio más temprano que nunca y se dio la vuelta a buscar a su hermanita.
–¿Mia?
–Estamos en el trabajo –la distrae–. Aquí, es Auror Granger, para ti.
Duham la sigue, los ojos puestos en ella. Ve a través de la técnica, que la mayor no se ha molestado en esconder.
Harry vuelve los ojos del chico pálido y asustado en la sala de interrogatorios, a las dos mujeres que van con él.
–¿Deberíamos dejarla ir? –le pregunta a su compañera.
Lo alcanza un ramalazo de miedo que lo deja aún más confundido, pero cuando Duham se vuelve hacia su hermana, esta asiente.
–Ya has visto suficiente teoría y entrenamiento en pre-auror –le dice a través del nudo en la garganta –. Lo harás bien.
Harry pone la mano en el hombro de la aprendiza, y la empuja ligeramente hacia adelante. Pero cuando la chica atraviesa la puerta y, a través de la pared encantada, la ven acercarse al sospechoso, solo la mano de Harry impide a la mayor seguirla.
–Este no es agresivo, Hermione. En la jerarquía de Parkinson, es solo un peón –le dice él–. La chica estará bien
Hermione no lo mira, pero saca su varita y, con la otra mano, aprieta fuerte la de él. Frases sueltas de interrogatorio estándar los alcanzan, y por largos minutos no hacen más que observar. Hermione ha ampliado la cara y la voz del sospechoso, en busca de microexpresiones, pero sigue dirigiendo miradas nerviosas a Duham. Y el miedo sigue ahí.
–¿Qué pasa?
–No es el momento, Harry –lo corta.
Este lanza un hechizo alrededor, para protegerlos de oídos ajenos, y vuelve a preguntar. Las palabras monótonas de Duham –su voz, ocultando perfectamente el nerviosismo de la primera vez– no sirven de distracción.
–No me elegiste a mí para interrogarlo –señala Hermione, sin mirarlo–. ¿Es por Azkaban?
Él la mira en silencio.
–Confío en ti, Hermione –le dice al fin–. Eso no cambiará por un poco de síndrome de burn-out.
–Es más que eso –señala–. Si lo descubren… He estado investigando, Harry… Un guarda es también un representante de la ley. Atacarlo sin pruebas en horario laboral puede ser interpretado como ayudar a escapar al prisionero. Para los aurores, es tribunal militar.
El concepto los hiela, y sus ojos se encuentran solo por un segundo, hasta que el hechicero le pasa un brazo por los hombros. Ella se resiste débilmente.
–Nadie lo sabe –señala él–. Deja de preocuparte…
–Si me sacan de la Fuerza… –lo interrumpe, pero no encuentra qué más decir, hasta que las palabras salen por sí mismas– No quiero dejarte solo.
Él la hace girar y busca su mirada, antes de rodear con la mano izquierda el brazalete de ella.
–Todavía no se ha descubierto cómo revertir los efectos de la poción empática –le recuerda él–. No me vas a dejar solo.
Pero ella ya está resoplando.
–De mucho nos va a servir si no me dejan estar ahí para cubrirte las espaldas.
–Hermione, protegerme ha sido tu trabajo a tiempo completo desde que yo tenía once. ¿No quieres unas vacaciones?
–Claro que no –dice ella, vehemente.
Él se ríe, con esa risa de niño que nunca deja de quitarle el aliento. Se descubre escondo su propia sonrisa tras labios apretados en una línea, en los que Harry fija su mirada de pronto. Y así de simple, la habitación no tiene suficiente oxígeno.
–Me gustaría oírte reír más a menudo –dice él, ausente–. A veces me siento como su ya no recordara la última vez.
Y, sacudiendo la cabeza, se gira hacia la pared transparentada.
Hermione cierra los ojos. Le toma mucho tiempo recordar de qué hablaban.
–Sobre el guardia –dice ella, más para distraerse que por verdadero interés–. Verifiqué sus antecedentes, está limpio. Claro, no estaría en Azkaban si no. Sé dónde vive su familia y su rutina…
Su tono es de desesperación, pero pasa un rato antes de que las palabras fuercen su camino fuera de su boca.
–¿Qué si ataqué a un inocente, Harry?
A Harry no es que le de lo mismo, pero honestamente… solo Hermione estaría preocupada por la moralidad de su acción, y no por lo que podrían hacerle a ella. No es tan inocente como para no saber que ir a prisión es una posibilidad.
No sabe qué decir.
En lo que se vuelve, la puerta se abre y apenas le da tiempo a retirar el hechizo antes de que Luna se deslice dentro de la habitación. De todos modos, tras una sonrisa distraída, los ignora. Tampoco parece mirar a la sala de interrogatorios, sino a algún punto del techo. Lanzándose miradas nerviosas, los subordinados regresan a sus funciones, observando a la aprendiza perder la paciencia hasta recoger sus papeles con fingida parsimonia y regresar a su lado. Para entonces se han dado cuenta de que se han perdido lo importante, y no pueden preguntarle delante de la jefa, que justo en ese momento parece darse cuenta de que siguen ahí.
–¿Han visto hoy a Ron? –pregunta la rubia.
–Claro que lo hemos visto, Luna –Hermione responde con paciencia–. Vivimos juntos, ¿recuerdas?
–¡Oh! Pero estoy segura de que querría verlos ahora mismo –responde, distraída.
Hermione trata de no girar los ojos cuando su jefa hace referencia a otro animal inexistente, mientras Harry se excusa y, con una última mirada a la aprendiza a la que deberían haber prestado más atención en la hora precedente, toma la mano de Hermione y la saca de allí.
–¿A dónde vamos, Harry? El caso…
–No podemos preguntar ahora de todas maneras –dice él–. Vayamos a ver a Ron.
Hermione clava los talones en el suelo, y su compañero se gira con sorpresa. Con un hechizo que los aísla de oídos indiscretos, la bruja le pregunta.
–¿Para qué?
A través de la cabeza de Harry pasa una multitud de respuestas. En realidad, se da cuenta, está acostumbrado a contarles sus problemas a sus mejores amigos, y a resolverlos entre los tres. Con la mayoría de los casos en su línea de trabajo, no es tan necesario, pero ahora se trata de la tercera parte del trío mismo, y decir que lo involucra emocionalmente es quedarse corto. Esta vez, sin embargo, no es como en los viejos tiempos. Esta vez es su compañera la que actuó de forma inexplicable. Y Ron es la autoridad. Aunque este también es Gryffindor, hasta la punta del pelo, y nunca le importó infringir normas por su mejor amigo, este asunto es serio. Hermione misma insistiría en ser reportada, si no temiera que la apartaran de su compañero. Si no temiera tener que dejar a Harry sin su protección personal. No debería poner a Ron en esa situación.
En su memoria, la risa infantil de su amigo el día anterior, mientras cazaban ranas de chocolate.
–No podemos contarle, Harry –dice Hermione–. Es el Ministro. No nos puede cubrir. Hay consecuencias legales para estos asuntos. Y para cubrirlos desde una posición política.
Harry asiente, sin fuerzas.
–Pero Luna dice que quiere vernos –Hermione resopla, y Harry se apresura en señalar–. En general Luna no se equivoca. Llámalo nargles o instinto, ¿cuántas veces nos ha salvado la vida?
La hechicera sacude la cabeza pero lo precede camino a la oficina de Ron.
Este lo recibe con la misma sonrisa tensa que en cuarto año.
–Creí que el caso que los ocupaba no era de alto perfil –lo saluda el ministro al tiempo que Harry se aparta para dejar paso a Hermione, la expresión tan cerrada como la de él; tras años como aurores, las máscaras son un reflejo–. ¿Qué los trae por aquí?
–En realidad, nos dijo la jefa que nos esperabas.
Un silencio incómodo se instala mientras los aurores se sientan frente al superior, impasibles. Hasta que Ron, dirigiéndose directamente a su esposa, le pregunta.
–¿Por qué atacaste al guarda?
La mujer se tensa. El brazalete de Harry comienza a temblar como ella debe estar haciéndolo por dentro.
–¿A qué te refieres? –se resguarda ella.
El gesto herido de Ron no le pasa desapercibido a sus amigos.
–El guarda a quien obliviaron en Azkaban, estaba siendo vigilado. Se sabe que fue atacado por una auror el día y hora en que ustedes estaban en Azkaban, y se sabe también que se tomaron medidas para que no se supiera. Ahora bien: podrían habérmelo contado. Podríamos haberlo arreglado juntos…
Harry está a punto de lanzar un encantamiento de privacidad, hasta que recuerda que en la oficina de Ron están preinstalados.
–… pero ahora alguien más lo sabe, y si la oficina de aurores no lo ha escuchado, con toda seguridad lo hará pronto, aunque yo no intervenga. Lo que quiero saber es quién lanzó el Obliviate.
–Yo lo hice –confiesa Harry espontáneamente.
–¡Harry! –susurra ella.
Sus dos amigos se giran hacia este. Hermione se ve asustada, su mirada va de Harry a Ron y su compañero sospecha que ella está por echarse más culpas de las que tiene. Ron, por su parte, se pone en pie, fuera de sí de rabia. Harry adivina que no tiene nada que ver con reglas rotas. Ahora: si es por no habérselo contado, o específicamente por compartir el secreto con su mujer, no lo sabe. Harry se pone en pie al mismo tiempo. Hace un esfuerzo consciente para no alcanzar su varita de inmediato, pero vigila la de Ron.
–Guarda la varita –este le ordena a la auror, que solo la agarra con más fuerza, desafiándole con la mirada–. No es tan fácil cubrir un ataque al ministro en su propia oficina. No queremos a todo el departamento de aurores aquí, convocados por la alarma anti-hechizos.
Harry y Ron se observan a través del escritorio, las manos en puños.
–Me imagino que sabes –sigue dirigiéndose a Hermione, sin quitarle la vista de encima a su compañero– lo que les va a pasar si se escucha de esto. De haberlo sabido, yo lo habría cubierto… sí, Hermione, lo habría hecho, ¿siempre te tiene que sorprender…? Pero no fui yo quien lo descubrió, alguien más lo sabe. Por no haber seguido canales oficiales, el departamento de aurores no está enterado. Con todo, lo que puedo hacer por ustedes es lo siguiente: se salen del caso de inmediato, y se concentran en entrenar a los reclutas. Y enfócate –le ordena, viendo en sus ojos la negativa–, ese rasgo obsesivo en tu personalidad no va a ayudar. Si no me escuchan, se va a saber. Y no por mí.
Los hombros de Harry se han relajado apenas un poco. Hermione mira de uno a otro, todo el tiempo recordando los pormenores del caso mientras una gran parte de su mente está fija en la escena del cuerpo del más joven de los Lefaye. Está casi por encima e su fuerza de voluntad, incluso pensar en dejar el caso a medias –caso, además, en el que apenas estaban empezando–, pero no tienen alternativa. Se siente chantajeada por su esposo, pero sabe que es irracional, que no es él quien la hace sentir así sino la frustración en ella misma.
–Yo le pido a Luna que los transfiera sin mucho alboroto a otro caso, cualquiera. Algo de muy bajo perfil. Ahora váyanse –suspira, y se sienta, luciendo más cansado que nunca.
Harry sale el primero, y la puerta se cierra antes de que Hermione lo siga. Se vuelve hacia Ron, esperando.
–Lo estabas protegiendo –susurra el ministro, sin mirarlo.
–¿Cómo…?
El primero suelta una risa amarga.
–¿Cuándo te has metido en problemas tan serios, si no es por protegernos… por protegerlo…?
La verdad, Hermione no se lo había planteado –de veras que no tenía idea de qué la había poseído, para actuar así–, pero cuando Ron le preguntó, supo que tenía razón al instante. Supo que el escudo había sido, más que para nada más, para mantener a Harry lejos de la amenaza mientras ella la neutralizaba. Pero sigue sin saber por qué vio una amenaza en el guardia, poco más joven que ella, que les trajo a la prisionera.
–¿Lo amas?
–¿Qué…? Ron…
Sus labios tiemblan un poco, y el silencio se alarga hasta que ella se da cuenta de que es su elección el cómo la conversación continúa. Dudando, elabora:
–Pensábamos que lo habías superado hace años… antes de los niños…
Ron se rie con amargura.
–Pero hay un "nosotros" que evidentemente no me incluye.
No le responde. ¿Cómo responder a eso?
De pronto, él está frente a ella, sus labios contra los de ella, demandantes. Sus brazos la aprietan contra él, siempre manteniendo la distancia de su brazo izquierdo, siempre consciente del brazalete, como si quemara. Hermione lo deja hacer, hasta que él se aparta y, franco como siempre, le suelta:
–¿Por qué no me respondes?
–Creí que lo estaba haciendo…
Lo intenta de nuevo, y de nuevo, pero la falta de pasión es evidente, incluso para ella. Siente que él se aparta, y murmura:
–Lo siento, Ron.
No levanta la mirada, para no ver la rabia en sus ojos.
–Lo sabía –dice–. De alguna manera siempre lo he sabido. Sintiendo que te excita más entrenar con él que hacer el amor conmigo. Diablos –ríe amargamente– hay más electricidad cuando se miran el uno al otro desde lados opuestos de una habitación, que la que jamás he experimentado de primera mano…
–No seas tonto, Ron…
–¿Crees que no sé por qué no tomaste ese puesto de profesora de metamorfosis, cuando McGonagall te lo ofreció?
Hermione no responde, de nuevo.
–Querías que estuviera protegido –siguió Ron–. Te entrenaste día y noche, incluso físicamente, para ser su escudo…
–Harry necesita uno. Sí que le dije que no se volviera auror, pero…
–Te hubiera encantado ser la mejor de la clase, y ahora siendo pagada por ello. Pero lo dejaste atrás, y nunca volviste a pensar en ello…
Suena herido en lo más vivo, y lejos, donde Hermione no puede alcanzarlo.
–También me gusta ser auror…
Él se vuelve, evadiendo su mirada.
–Sabes que te adoro, 'Mione, pero ser su segundo…
–Yo soy su segunda… –interrumpe ella, antes de que él especificara en qué sentido– tú eres Ministro…
Dos golpes en la puerta, y Harry entra, lanzándoles una sonrisa resguardada.
–Parte del equipo se quedó atrás… –señala.
La bruja le echa una última mirada a su esposo y sale, murmurando una disculpa. Los ojos de Harry se estrechan y se dirigen a Ron.
–¿Algo más?
–Nah, solo entrenando para un tercer hijo…
–Sin detalles –corta el pelinegro, apretando los dientes.
–¿Por qué?
Ojos verdes y azules se encuentran con rabia apenas oculta.
–No discuto contigo las posiciones favoritas de Ginny.
Ron da un paso atrás, y el silencio se extiende. Entonces, se encoge de hombros. Hay algo en su expresión que a Harry le resulta familiar, y aunque honestamente no le parece que sea el momento, Ron no es de escoger los momentos cuando se trata de Hermione… o de alguna otra cosa. Y teniendo en cuenta este recibimiento, Harry está casi seguro. Cierra la puerta y pregunta.
–¿Celoso, de nuevo? Dime que no es eso.
–Vete, Harry –dice el pelirrojo.
El auror suspira.
–Colega, deberías haberlo superado hace tanto… Ella y yo hemos sido compañeros por veinte años… ¿Por qué aceptaste que se tomara la maldita poción si no podías soportar…?
–¡Lo hubiera hecho igual! –grita Ron, tomándolo por sorpresa.
Harry lo mira, lo encuentra jadeando, más rabia en su mirada que la que él ha visto en mucho tiempo.
–Quería que estuvieras a salvo –explica el pelirrojo, con rabia apenas controlada–. No me habría dejado sustituirla, aunque me hubiera hecho auror. No sé si no confía en mí o en mis habilidades pero…
–Es por eso que no entraste a la Fuerza.
No es una pregunta: es una revelación. Harry se enfoca en el puño de Ron, y busca las palabras; necesita las perfectas para esto:
–Ron, yo no estoy amenazando la relación entre ustedes. No te haría eso a ti, y no la pondría en peligro a ella. Y dicha relación, dicho sea de paso, a diferencia de otros matrimonios, no se ha desvanecido con los años… que lo diga yo, que vivo con ustedes…
–Pero ese es el problema –apunta Ron, la voz vacía–. Nada ha cambiado. Yo soy el tipo que no la llevó al baile, y tú eres el hombre al que seguiría a través de las puertas del infierno. Yo llevo el anillo, pero tú llevas el brazalete.
Harry mira a lo lejos, y se desarregla el cabello, sin aliento, en lo que Ron va de un lado a otro de su habitación. Finalmente, Harry lo ve sacar una botella. La luz dorada de la habitación se refleja en el wiskey de fuego. Harry le acepta un trago.
–¿Qué es exactamente lo que me quieres decir, Ron?
La voz apagada del pelirrojo alcanza apenas sus oídos.
–Ella nunca, jamás, me ha dicho que me ama.
El silencio se hace pesado.
–Estuve en tu boda, colega –dijo Harry–. Escuché sus votos.
Y el recuerdo –la mano de Ginny en su hombro, las sonrisas estúpidas de todos mientras algo sin nombre le ardía dentro– casi lo hace vomitar. La risa de Ron, hoy, no tiene nada de alegría.
Para colmo, de vuelta en la oficina de aurores, no puede mirarla a los ojos, y Hermione también le rehúye la mirada.
Avance:
Harry está recordando lo que Ron le ha revelado, sobre la devoción de años de esta mujer, que en sí misma va más allá de la de otros, que es un misterio, y lo demás. Hunde la nariz en su cabello. Recuerda todo lo que han pasado juntos, todas las veces que ella ha sido lo único entre él y la muerte (de manera literal y figurativa), las veces que ha vuelto porque ella lo estaba llamando. "Mi ángel guardián" piensa, y la aprieta con más fuerza, inclinando su cabeza sobre el cuello de su compañera (tan fresca y cálida, tan pequeña y tan poderosa a la vez).
Gracias por todos sus comentarios!
