La enfermedad de Otelo
Harry convocó su escoba. Duham fue la primera en sostener la suya, después de él. Su hermana solo se inclinó y agarró una, a la manera muggle. Todavía las escobas sabían, tan bien como ella misma, que no le gustaba despegar los pies del suelo.
–Bien, ¿quién ha jugado quidditch?
Varias manos se alzaron en el aire. La de Duham, incluida.
–Déjame adivinar, ¿buscadora? –le preguntó su mentor discretamente.
La chica sonrió. Hermione vio estrellitas en sus ojos, y de pronto se le fue olvidando Azkaban, Parkinson y todo lo relacionado; hay locuras peores que otras.
–Estamos buscando la máxima velocidad –Se dirigió a la clase–. Quiero que vuelen tan rápido como puedan hacerlo con seguridad, y luego más rápido, según vayan entrando en confianza. Quienes los persigan no van a andarse con trapos tibios.
Se montó en su escoba y, pateando, se elevó en el aire. Duham dejó una estela plateada al seguirlo. Hermione voló justo tras ellos, y apretó la velocidad. Harry la saludó, sorprendido. Nunca volaba a su altura. Solo le quitó la vista de encima cuando Duham, con una voltereta impresionante, los sorteó y se puso al frente.
–¡Cuidado! –le gritaron a la vez.
Harry le echó una ojeada a Hermione, que asintió, y persiguió a la nueva, pero pronto se dio cuenta de que la chica sabía lo que hacía, a pesar de su crianza muggle. Como él. Con una carcajada de puro alborozo, empezó a maniobrar en torno a ella, describiendo círculos, y ella captó su propósito y empezó a subir y bajar en el aire en perfecta sincronía. Los demás reclutas se quedaron ensimismados, como ante un espectáculo de gimnasia, hasta que Hermione les ordenó seguir acelerando. Ni a toda velocidad iban a alcanzar a esos dos.
Fue ella quien se quedó atrás. Le faltaba el aire. En realidad, no quería ver el espectáculo, ella misma.
Casi chocó con la lechuza, apenas logró mantenerse sobre la escoba al hacer una pirueta para evadirla, e incluso entonces, el animal comenzó a seguirla. Lanzando una maldición entre dientes al tiempo que observaba alejarse al grupo, Hermione se dejó alcanzar. En efecto: carta para ella. Confirmando la asistencia a la fiesta. Por las barbas de Merlín, ¡la fiesta!
La orden oficial viene en uno de esos ratos de aburrimiento absoluto en los que Harry, en su cubículo, encanta pequeños objetos para que evadan su agarre (y a continuación, los atrapa), mientras Hermione, como de costumbre, apenas saca la nariz del libro.
–"Pociones y hechizos que afectan la memoria" –lee Harry, inclinándose para tener a ojo la portada–. Nunca creí que hubiera suficientes para llenar un libro…
Hermione, como de costumbre, lo ignora y pasa la página. Harry encanta una pelotita de papel, que vuela sobre su oreja; atrapa sin dificultad la snitch improvisada y suspira, hastiado. Distraídamente, se inclina sobre el hombro de Hermione y lee trozos de la página: corteza cerebral, sinapsis, axones, son términos repetitivos. A la izquierda, en letras grandes y ornamentadas, el subtítulo: "Obliviate". Harry se salta lo que ya conoce desde Hogwarts: sus efectos sobre las zonas cerebrales donde se almacenan datos objetivos, sus ventajas, los detalles de su pronunciación y movimiento de varita. Hermione está resaltando en amarillo una pregunta: "¿Dónde residen las emociones?".
–¿Sistema límbico?
Hermione resopla y levanta la vista.
–¿Te lo presto?
Harry se encoge de hombros y sigue leyendo. Su compañera lo fulmina con la vista, pero eventualmente se vuelve al libro, un dedo fino pasando rápidamente por debajo de las líneas. "Este hechizo no tiene efecto conocido sobre el espíritu. Sus efectos sobre las emociones –que en la fecha de su diseño se creía residían en el corazón- son poco confiables, limitados en los ámbitos espacial y temporal, a veces conllevando comportamientos incomprensibles para el hechizado, aunque los casos reportados de retorno espontáneo de dichas memorias son cuando más…"
–Están fuera del caso –anuncia Luna innecesariamente, con voz cantarina.
Ambos se vuelven, sorprendidos: no la vieron llegar; lo que tiene una explicación obvia, ya que la mujer está levitando por encima de la división, como si todos lo hicieran todo el tiempo. Ignorando su sorpresa, la jefa continúa.
–Por lo pronto Max y a Sparkie se harán cargo.
–Pero ellos estaban a cargo de la conferencia de prensa esta tarde –recuerda Hermione.
Harry la mira, sorprendido. Vaya con su cerebro. ¿Lleva la cuenta del horario de todos los aurores?
–El resto del tiempo, estarán entrenando a los nuevos, hasta que llegue otro caso.
Y flota fuera de sus vistas, probablemente camino a destapar teorías conspirativas que, contra todo pronóstico, no son tales, mientras Harry le pregunta a Hermione.
–¿Qué hay de malo con la conferencia de esta tarde?
–Eran la escolta de Ron –dice ella, simplemente, y aprieta los labios.
Harry trata de no sentirse feliz de que ella no quisiera ver a Ron. Falla miserablemente. Nadie tiene la llave de sus sentimientos. Entonces se da cuenta de que hablan de una conferencia de prensa, ergo periodistas, ergo gente como Skeeter, frente a los cuales se presentará el Trio de Oro como en realidad no lo hace desde años atrás. Y entonces, cada vez que lo hacían, algún estúpido periodista salía con preguntas capciosas sobre la relación entre ellos. Y eso era cuando Ginny estaba viva, y cierta cortesía profesional los restringía, solo a veces. Hoy no va a ser divertido.
–Y eso es todo lo que sabemos sobre el caso, hasta ahora –concluye Ron.
Harry y Hermione, a su espalda, siguen con la mirada el ir y venir, los movimientos nerviosos de los periodistas, las manos en alto. Harry está aburrido. Quisiera volar en escoba. Quisiera estar entrenando a su aprendiz, aunque al mismo tiempo esto la idea hace sentir medio incómodo. Cuando empieza a desear estar en el silencio de su biblioteca, sonríe; a veces todavía las emociones de Hermione se deslizan subrepticiamente hacia él. Se acaba de aislar de nuevo, cuando su brazalete se congela, y de repente se pone a hervir. Lanza una protesta en voz baja al tiempo que escucha el resto de la pregunta que están formulando a Ron. Ni siquiera ve nada de particular en ella. Por lo visto, Ron tampoco. Pero Hermione está furiosa y los periodistas, muy callados; algunos llevan sonrisas cínicas, pero eso va con el trabajo, ¿no?
–¿Cómo esto se relaciona con el caso? –pregunta Ron.
La periodista que hizo la pregunta lleva las uñas más largas que ha visto desde Skeeter, y un vestido brillante, y gafas con forma de corazón. Su sonrisa se ensancha, y Harry observa su pluma con suspicacia. El mago pone su micrófono en la línea privada y le pregunta a su compañera por la intervención. Otro flash lo hace parpadear. Hermione pone una mano en el hombro de Ron y le habla al oído. Los hombros del ministro se congelan un poco.
–Nuestra vida privada no es el propósito de esta rueda de prensa –comienza Ron–, ni lo es las razones por las que mi mejor amigo -enfatiza– se está quedando en nuestra casa en este momento. Pero visto que la curiosidad pública es difícil de contentar, me dignaré señalar, de nuevo, que cualquier relación inapropiada entre los aurores detrás de mí tiene más que consecuencias disciplinarias. Como a menudo se olvida (ya que en realidad no tiene mayor importancia, luchamos en una guerra por ello después de todo), yo soy un varón de sangre pura. Hay ceremonias que, aunque disponibles para todos, son más tradicionales en casos como el mío. Mi esposa y yo tuvimos el más tradicional de los matrimonios. Significa que tomamos el Voto.
Furioso rasgar de plumas en toda la habitación. Los periodistas más jóvenes sacan sus dispositivos móviles mágicamente equipados, buscan en la World Wizarding Wide Web. Alguno pregunta a su vecino.
–Esperando que este tema no salga al menos en el próximo año, aclaro que en esta variedad de matrimonio entre hechiceros, cualquier relación que pueda conducir a la concepción de un heredero que no es hijo del cónyugue en cuestión, implica la muerte en las siguientes setenta y dos horas del acto, haya o no concepción. Como mi esposa muestra un envidiable estado de salud, supongo que no sea necesario aclarar que la relación entre mi esposa y el Salvador del Mundo Mágico es de amistad, pura, profunda y curtida por más de veinte años de luchar juntos. La lista de casos que han resuelto, y me refiero después de vencer a Voldemort –traga con dificultad; todavía le cuesta usar el nombre, aunque sabe que como ministro, no tiene de otra que mostrar coraje–, les ha merecido propuestas para jefe de aurores y para ministro, a ambos, y en general escribiría un pergamino más largo que esta habitación. Se diría que merecen su respeto.
Y a Harry no deja de darle vueltas en la mente lo que Ron mismo, con voz muy diferente, le dijo en la oficina, o la manera en que apartó a Hermione de él en la estación, días atrás. Supone que debe sentir, otra vez, esa calidez de cuando sus amigos le cubren las espaldas, esa que le permitió sobrevivir a Hogwarts; pero en realidad está más bien confundido.
–No es tu culpa –escucha a Hermione, su voz deformada por el audífono–. Sabes que llevan años buscando escándalo en el Trio. Aprovechan cualquier cosa.
–¿No será un animago, también? –pregunta Harry quedamente, mirando a la periodista.
A Hermione se le escapa una risa discreta que lo calienta por dentro.
–No lo vamos a descubrir hoy, y en realidad da lo mismo. Son como cucarachas. Siempre saldrá otra.
Harry, de pie en su propio salón de baile, decide que después de todo la casa de Hermione no era tan pequeña como para no acomodar a sus amigos. No tenían que haber usado el salón de baile de su propia casa, tan grande que se hace evidente la escasez en número, y tan gris. "Pocos pero buenos" decide mirando a Neville, que ha venido de Hogwarts. Este ya le ha dado noticias de cómo van sus hijos (que por cierto aún no han escrito este año). Igual le duele darse cuenta de que, después de una vida, los únicos que ha creado son los que tenía ya en Hogwarts (sobre todo, miembros del ED), junto con unos pocos aurores, y ambos grupos han sido diezmados en la guerra contra la magia oscura, antes o después. Le duele, también, estar solo en una esquina de su propio salón de baile, mientras sus amigos andan con sus cónyugues, con quienes son más o menos felices, pero siempre acompañados.
Se pregunta si su compañera sigue en esa reunión a donde ha sido llamada a última hora para ayudar a traducir de las varias lenguas que conoce.
El lugar no es bello y no está arreglado. La única interesada en este evento era Hermione, que dispuso, para los arreglos, exactamente de una hora: la del almuerzo. Así que aparte de pelear con Kreacher hasta conseguir que este al menos aportara los bocados, y encantar las copas para que variedad de bebidas flotaran sobre el salón (efectivamente llenándolo de luz multicolor), no pudo hacer mucho más. La música suena sin imponerse sobre las voces quedas de los invitados. Harry espera que no sea todo tan desastroso como se teme.
No se da cuenta de la presencia de la chica hasta que esta se pone de pie a su lado; solo su mirada insistente lo hace voltearse hacia ella Duham.
–Hola –susurra él, tratando de sonreir.
Ella duda por un momento.
–No estoy segura de cómo llamarle, ahora que no estamos en el Ministerio. ¿Auror Potter?
–"Harry" servirá. Y tutéame. Fuiste damita de honor en mi boda, ¿sabes?
La chica usa un vestido beige, nada revelador, pero que favorece su juventud y belleza. Está a medio camino entre la Hermione que asistió al baile de navidad con Krum, y la que estuvo a su lado al recibir la Orden de Merlín. Inocente pero madura. El recordar a su compañera, lo pone cómodo rápidamente. El vestido le queda bien.
–Espero que estés disfrutando del entrenamiento –dice.
–Bueno, supongo que no puedes ponérnoslo fácil si debemos estar preparados para que nos torture el tipo de villano a quien ustedes se enfrentaron cuando eran más jóvenes que yo.
–Buen pensado –comenta Harry, sonriendo.
Le cae bien la chica.
–¿Hermione te invitó? –se pregunta.
–Bueno, en realidad fue Ronald. No creo que se haya dado cuenta realmente que esto era para los de su generación.
Harry se ríe.
–Vaya, sí que piensas que somos antigüedades.
Mira alrededor, encontrando un montón de adultos responsables que con toda seguridad se habrán ido hacia las diez y media, teniendo deberes familiares importantes que atender. ¿A dónde y cuándo se fueron esos años de juventud y libertad?
–Volaste bien hoy –agrega.
La chica le sonríe (la sonrisa de Hermione) y su propia alegría empalidece. Debe estar llegando a la crisis de la mediana edad. Esa sonrisa es devastadora.
Hermione se aparece desde el trabajo (tarde, llegando muy tarde a su propia fiesta) y sin siquiera cambiar de ropa, ni ponerse el maquillaje, entra al salón de baile. Lo primero que nota es a Harry, hablando con Duham, y de pronto esta no es su hermana, sino una chica preciosa flirteando con su compañero. "¿Para qué miré hacia allá?" se pregunta, mordiéndose el labio; el lugar está más bien oculto. No le gusta. El que estén ocultos, ni el que sonrían. Resueltamente camina en la dirección opuesta, saludando a amigos y colegas.
–¿Y cómo están los chicos? –pregunta Seamus– A veces los envidio: Hogwarts, sabes…
–Firenze los ha visto de lejos –sonríe Luna, soñadora–. Ha estudiado sus estrellas y…
La auror sonríe educadamente, pero sin enfocarse. Está tratando tan duro de no mirar a la maldita esquina, que ha hecho que todo el grupo se voltee para encararla.
–¿Y Ron? No lo he visto… Aún están casados, ¿verdad?
Si tuviera un galeón por cada vez que oye esto, sería tan rica como los Malfoy.
–Bueno, si estar aquí significa que ahora estás con Harry –interviene Dean.
–¡Oh, no! Ron y yo –hizo énfasis en los nombres– planificamos la fiesta para que no se sintiera solo, ahora que Lily también se fue… Él se está quedando en nuestra casa.
Seamus, que le había dado un codazo a Dean, se ríe, nervioso.
–Sí, eso sería raro, ¿verdad?
Hermione bebe del líquido azul y le echa un vistazo a Harry, aún en la esquina, aún con esa hermosa bruja de veinte años.
Los demás al parecer han notado su ausencia, porque lo próximo que escucha es la palabra "quidditch".
–No delante de Harry –los interrumpe en un susurro.
Se vuelven hacia ella, una sonrisa paralizada en el rostro de Dean.
–Ginny, saben.
Seamus se muestra avergonzado al tiempo que Dean traga con dificultad. Difícil que no sepan del accidente. Las Harpías estaban de moda, entonces.
–Está bien, chicos. No se incomoden. Es solo que… Prefiero evitarle el disgusto.
Y su mirada regresa a su compañero, que no luce para nada disgustado. Debería sentirse bien por ello. "Al final vas a ir" se dice, con un suspiro, y disculpándose atraviesa la habitación, su mirada fija en la chica, que se ríe una vez más para el momento en que ella los alcanza y los saluda al fin.
–Hola.
Harry se vuelve de pronto y su mirada va de una a otra. La gente tiende a encontrar sus similitudes alarmantes, sobre todo porque dada la diferencia de edad no pueden considerarlas gemelas. Pero a él le afecta. Hermione se da cuenta. Su propia sonrisa empalidece, y se cuestiona, con dolor en el pecho, si debería preguntar si interrumpió algo. No puede soportar la idea (de preguntar, de estar en lo cierto, de mostrar cuánto le importa). En su lugar, adopta su mejor pose profesional.
–Harry, tenemos algo que discutir –y volviéndose a su hermana, pregunta–. ¿Te importa?
La chica sacude la cabeza, de pronto seria, y mirando a su hermana mayor con desconcierto, se aleja.
–Lo siento, Harry –susurra; lo siente de veras–, pero acabo de escuchar de la situación en Francia…
–¿Francia? –pregunta él, igual de profesional– Está bastante lejos de nuestra jurisdicción…
–Sí, pero verás… Como sabrás, el Ministro de Magia de allá murió de pronto. Y por lo que aprendí hoy, resulta que su muerte no solo fue repentina, sino también la única que ha llegado a los periódicos. Ha habido varias, Harry. Inexplicables. Y nadie se hace preguntas.
Se miran a los ojos, y sabe que él comprendió. No es duro vincular esta situación con su quinto año en Hogwarts.
En realidad, ella se pregunta cómo se le ha pasado algo tan grave, a ella, que siempre se mantiene al tanto de la situación internacional. Pero claro, mantener a Harry a salvo y emocionalmente estable al tiempo que pelea con Ron y prepara la entrada de los chicos a Hogwarts, realmente ha llenado su agenda en los últimos tiempos.
Harry se ha llevado la mano a la cicatriz.
–¿Pasa algo? –le pregunta.
De pronto ha recordado que no es la primera vez que lo ve hacer eso en los últimos días.
Ante su falta de respuesta, precisa:
–¿Has sentido algo en tu cicatriz?
Para su desmayo, Harry no responde enseguida, y cuando lo hace, no es con una respuesta directa:
–¿Por qué preguntas eso?
–Es así, ¿verdad?
Las piernas le fallan, y él la agarra, con las manos en los codos. Hay silencio, y los ojos verdes la detallan, preocupados.
–¿Y bien?
Él sigue dudando antes de responder.
–Es más bien una picazón, en realidad…
–Y no se te ocurrió hacerle un comentario a tu compañera…
–No lo comenté ni conmigo mismo, Hermione. Creí que se trataba de mi piel, envejeciendo.
–Tu piel –resopla ella–. Tienes una cicatriz dibujada por magia oscura, y te pica, pero se te ocurre ir a ver a un dermatólogo muggle. ¿Y te llamas auror?
Harry aprieta los dientes.
–¿Y qué con eso? ¿Quieres que crea que mi archinémesis está de vuelta, luego de veinte años?
–La vez pasada le tomó once, Harry…
–Igual, me niego a creerlo en base a una picazón…
–Y ahora me recuerdas a Cornelius Fudge…
Las personas a su alrededor comienzan a notar la pelea, aunque la sostengan en voz baja. Al tanto de las miradas, Harry reprime la urgencia de mirar alrededor y, mordiendo el interior de su mejilla, la toma de la mano para guiarla. Trata de lucir relajado, y cuando la mira, ve que ella lo imita también en ese sentido, sonriéndoles a sus amigos, aunque con frialdad. Bien. La pequeña caminata dulcifica su humor, pero él espera a pasar varias puertas para darse vuelta. Ahora están en un closet, así que no hay otra vía de entrada o salida y no comparten la habitación con nadie más.
–¿Qué te molesta, en realidad? –pregunta él– Tú eres la lógica. Sabes que es asumir demasiado, con tan pocas pruebas.
Ella se pregunta lo mismo. Mirándolo a los ojos, respira y abre los labios, pero estos tiemblan, y no sale una palabra.
–¿Es por el trabajo? ¿Azkaban? –pregunta él de nuevo– ¿Realmente tiene que ver con la situación en Francia?
Hermione no lo sabe. Probablemente se sintió así más bien cuando entró al salón de baile.
Él la mira a los ojos y duda.
–Quizás te trajo a la memoria cosas que querrías olvidar.
Ella asiente, aliviada de que él acepte esa versión, y deja que la rodee con los brazos.
–Saldremos de esta, compañera. De verdad. En cuanto a Francia, ellos pueden ocuparse, estoy seguro.
Hermione cierra los ojos y se deja envolver por el aroma a hierba fresca bajo el cual aún puede percibir el de Harry mismo, irrepetible. El brazalete canturrea, ligeramente más cálido que antes.
Harry está recordando lo que Ron le ha revelado, sobre la devoción de años de esta mujer, que en sí misma va más allá de la de otros, que es un misterio, y lo demás. Hunde la nariz en su cabello. Recuerda todo lo que han pasado juntos, todas las veces que ella ha sido lo único entre él y la muerte (de manera literal y figurativa), las veces que ha vuelto porque ella lo estaba llamando. "Mi ángel guardián" piensa, y la aprieta con más fuerza, inclinando su cabeza sobre el cuello de su compañera (tan fresca y cálida, tan pequeña y tan poderosa a la vez). A regañadientes la deja ir, y la observa fruncir el ceño.
–Esa túnica sí que necesita que la estiren.
Harry resopla.
–Kreacher está de mal carácter… traté de hacerlo yo mismo.
Hermione ya está lanzando los hechizos correspondientes, su varita apenas rozando la túnica, y una calidez calmante llena el espesor del tejido tras el breve contacto.
Ella, sin embargo, está usando el mismo atuendo que en el trabajo: ropa práctica, plegada a su figura, un poco polvorienta, que huele intensamente a ella (melaza y cuero y calabaza y flores) llenando el restringido espacio alrededor. Incluso con esa ropa, hace que el corazón le lata tan rápido que empieza a faltarle el aire.
–Estás listo –sonríe ella antes de salir del closet.
Él retiene su mano, y ella se vuelve, mira la cicatriz de ella al lado de la de él, lo mira a los ojos –interrogante, tal vez un poco ¿esperanzada? La deja ir. Cuando ella se va, él aún respira profundamente –un error, puesto que el espacio aún huele a ella– y la sigue. Tan pronto como está de vuelta en el salón de baile, encuentra un vaso de jugo de calabaza flotando cerca de su cabeza. Lo agarra y lo bebe sin respirar, como si acabara de salir del desierto tras años caminando por él.
Ron ha llegado, y le ha lanzado una mirada con un tinte de sospecha antes de poner la mano de Hermione en su propio brazo y guiarla a la pista de baile, donde de hecho hay dos parejas, a pesar de la escasez de personas.
El olor a calabaza y cuero se intensifica, junto con una mezcla de flores algo diferente. Harry se vuelve hacia la chica que de nuevo se ha puesto a su lado, y mira a la misma pareja. Hermione está tratando de guiar a un Ron muy patoso que a medias se opone a sus consejos, por mantener la tradición. El pelirrojo se ríe y ella le frunce el ceño, con los labios apretados. Harry nota que su compañera está tratando de reprimir la risa. Sin darse cuenta, le ha dado la mano a la chica a su lado, y la guía al baile, también.
Uno largo. ¿A que me merezco algo de cariño? O de odio, lo que sea. El espacio para comentar está justo abajo. No se preocupen, no va a hacer nada con la niña. Los que leyeron Obliviate saben por qué.
