Las chicas en el salón de entrenamiento estaban haciendo de todo menos entrenar. Hermione hizo rodar sus ojos mientras se acercaba sin explotar demasiado sus habilidades como auror.

"Avis" susurró.

Cualquiera diría que a estas alturas los aprendices serían capaces de ver a un auror con toda una bandada de pájaros volando alrededor como la prima rara de Cenicienta, pero claro, su tema de conversación era siempre más interesante.

–Auror Hotter, deberían llamarlo –susurró una chica, y la oyó todo el salón (¿en serio se creía discreta?). A Hermione le hirvió la sangre. Suponía que esta chica iba a ser la primera en morir, de la camada.

–¡Oppugno!

–¡Protego!

Los pájaros se estrellaron contra el escudo que Duham acababa de invocar, como si fuera una ventana de cristal. Su hermanita no había estado en el grupo, pero había corrido y se había puesto frente al atacante en nada de tiempo, arreglándoselas además para proteger a sus colegas. Hermione y su hermana aún dirigían sus varitas una a la otra por otro segundo, y entonces Hermione se enderezó y sonrió.

–Bien hecho, Granger –le dijo, tratando de no mostrar cuán raro encontraba el pronunciar su nombre de soltera en segunda persona–. Te moviste rápido –frunció el ceño al resto de las chicas, que habían palidecido pero aún no se habían movido, y añadió–. Les recuerdo que no todos los aprendices se vuelven aurores expertos, y hay una razón para ello, como la hay para todas las notas que se piden para entrar aquí: si no están preparados, no son más que carne de cañón. ¡Vigilancia constante!


–¡Debiste verla, entonces! –se rie otra vez, carcajadas graves resonando en todo el salón–. Tantos años odiándonos, los chicos, y es ella quien se va a las manos. Estaba espléndida. Cuando sacó la varita, el tipo por nada se orina en los pantalones… ¿Hermione nunca te contó?

Duham, a su lado, sacude la cabeza, aún riéndose sin vergüenza. Su trago se derrama, y ella limpia el desastre con un "ups" que parece un hipido.

Es muy tarde. Todos los invitados a la fiesta se han ido hace tiempo, Ron probablemente anda dormido en algún sofá y Hermione está peleando con Kreacher sobre quién limpia el salón de baile, quizás creando un desastre aún mayor. Hace una hora alternaba dicha actividad, con pelearle a ellos por no apoyarla en eso. Se han refugiado. No por eso Hermione está menos presente.

–Tú sí que debes tener… problemas… con las citas –dice Duham entre uno y otro hipido.

Harry la observa, calculando cuántos tragos se habrá tomado.

–¿Por?

–¿No tienes… una historia que no… incluya a Mia?

Harry piensa por un momento. El alcohol jugando su papel, es sin vergüenza que Harry sacude la cabeza:

–Ninguna interesante.

–Vamos, ¿la Cámara de los Secretos?

Él asiente vacilante.

–Supongo… ¡Te sabrás mi vida mejor que yo!

–Eso es porque ella… tiene el mismo problema… contigo.

–Pero ni siquiera estaba ahí.

Duham se encoge de hombros.

–¿Y qué? La mitad de las historias que cuenta vienen de libros de todos modos.

Se ríen a coro, de nada en particular. Harry se siente flotar, como sobre una alfombra de memorias. Recuerda, sin saber por qué, las citas en las que el citar a Hermione acabó volviéndose un problema. Sobre todo la primera, con Cho. Ginny se acabó acostumbrando.

–¿No deberías ir a casa?

Duham asiente e hipa de nuevo.

–Deja, no creo que te puedas aparecer. Yo quizás pueda aparecerme yo mismo una vez, pero tampoco creo que pueda llevarnos a los dos sin escindir a alguien. ¿Llamo a Kreacher para que te lleve?

El miedo en los ojos de la aprendiza lo hace reír de nuevo:

–Siempre te puedes quedar aquí, hay cuartos de sobra.

Esta vez la chica se sonroja un poco. Decididamente, el miedo a Keacher hizo retroceder el efecto del alcohol. Harry se encoge de hombros.

–Solo por hoy. No le digamos a Luna.

Se pone en pie y se estira, buscando a su compañera con la vista. Aún con paredes de por medio, la ubica sin falta. Ya no está furiosa. Su magia suena como si por fin el alcohol le hubiera hecho efecto a ella también. Como si estuviera tarareando.

En silencio, guía a la chica a través de la casa, al cuarto de los chicos, que siempre está impoluto. Cuando enciende la luz, la aprendiza salta a la primera cama que ve sin pensar mucho, y Harry tiene que reprimir el impulso de arroparla como haría con Lily. La chica es mucho mayor. Y no lleva su apellido.

–Dulces sueños –le susurra al apagar la luz.

Ella ya está dormida.

Mientras apaga la luz, se le ocurre que cuando despierte, a Duham le encantará el estante de los libros, y los pósters de quidditch. No importa el equipo al que apoye, hay de todo tipo colgando en ese cuarto. Con cinco niños en el trío, es difícil mantener uniformidad.

La casa de Hermione está mucho mejor iluminada que la suya, incluso sin luces y de noche. Suficientes ventanas. La luz de la luna le da a todo un toque extraño. Harry se sienta en la meseta de la cocina y apoya la cabeza sobre su brazo, reuniendo fuerzas para subir las escaleras.

Y se despierta con el sabor amargo de un sueño recurrente e imposible. Hermione, sosteniendo en brazos una niña de ojos verdes. "Quizás he estado pensando demasiado en los chicos". Harry se frota el rostro con las manos y, poniendo una mano sobre la meseta, se levanta.


Los golpes en la puerta eran ligeramente más ruidosos y bruscos de lo normal, y Ron se dio prisa en abrir. El llanto desesperado se extendió al interior. Desesperación contagiosa. Harry se movió como una exhalación, pasando a su amigo y dirigiéndose a la habitación antes incluso de murmurar:

¿Seguro que no es problema?

Donde come uno, comen dos –Ron apartó la pregunta con un gesto–. Que lo digan los Weasley…

Gracias por esto, colega…

¿Ginny sabe…?

Finalmente he tomado a Al y me lo he llevado y ella no ha tratado de detenerme.

Qué mala suerte… enfermarse justo ahora…

El niño berreó impaciente en los brazos de su padre, que lo estrechó contra sí y apretó el paso mientras Ron se adelantaba para abrir la puerta. Dentro, Hermione se volvió hacia ellos al instante, la varita en su mano, en un gesto casi instintivo a pesar de llevar tan poco tiempo como auror; el gesto súbito hizo protestar el contenido de la cuna sobre la que hasta entonces había estado inclinada, pero la bruja lo ignoró. Su rostro aún relleno como su cuerpo se iluminó, y por un momento sus ojeras no fueron tan profundas, y el desorden en su cabello dejó de importar, cuando extendió las manos hacia el niño en brazos de Harry. Su mirada pasó de hijo a padre, y de nuevo al bebé al que apretó contra sí mientras buscaba detrás de ella el sillón, y se sentaba pesadamente, en una posición extraña, evitando las heridas del parto. La cuna levitó y se meció lentamente, haciendo callar a Rose en su interior, a pesar de los berridos de Al; Hermione misma había lanzado el hechizo insonorizante sobre la zona. A pesar de los repetidos intentos de Ron por llevarlo de vuelta afuera, Harry observó hipnotizado mientras ella trabajaba sobre los pliegues estratégicamente situados en su bata, al tiempo que Al boqueaba desesperadamente, ahora en silencio, oliendo la cercanía de la leche, sus manitas agarradas a la tela frente a su boca; el pezón color vino se mostró apenas por un instante, antes de desaparecer entre sus labios. Canturreando suavemente, Hermione empezó a mecerse, la mirada fija en el crío calvo pero de ojos intensamente verdes que la observaban como si fuera el cielo.

Se parece mucho a ti –comentó un momento después, interrumpiendo el canto.

El silencio, tras el llanto, era ensordecedor.

Hermione acarició suavemente las mejillas de Al, puso un dedo sobre su nariz. Harry, que por otro lado apenas la había visto desde el nacimiento, no recordaba que hubiera sido así de cariñosa ni con Rose. Algo entre agradecimiento y afecto se acumuló en un charco cálido sobre su estómago. No respondió. Ron finalmente se las arregló para sacarlo de allí, frunciendo el ceño ligeramente.


Desde el retrato en la cima de las escaleras, una versión de Ron veinte años más joven lo saluda al llegar. Harry sonríe justo cuando la Hermione de papel se voltea hacia él con una sonrisa. Mira a su propio reflejo, que en ese momento se endereza las gafas con la misma mano con que sujeta la varita, como siempre confuso ante la perspectiva de saludar a su propio yo.


La sonrisa en los labios de los tres se congeló un tanto cuando Hermione, sin aviso, salió corriendo de la habitación. Harry y Ron se miraron y salieron tras ella. Ginny protestó a sus espaldas que ella nunca había necesitado un cortejo para ir a vomitar, pero fue Ron quien miró hacia atrás, en tanto que el auror llegaba a la puerta del baño donde su compañera acababa de desvanecer mágicamente el contenido del lavabo. No por mucho tiempo. Nuevas arcadas la sacudieron, y Harry le apartó el cabello del rostro en tanto que ella se inclinaba, todo su cuerpo contraído en espasmos y soportado en sus manos a los lados del lavabo. El marido llegó por fin, su expresión, confusa, pero un momento después se pasaba la mano tras la nuca, algo de orgullo deslizándose en su postura

Quita esa cara –saltó Hermione–. Todos sabemos que tienes la culpa.

Cuando volvió a inclinarse sobre el lavabo, los chicos se miraron por encima de su cabeza. Ron, ahora, parecía a punto de vomitar él mismo.

Ve con Ginny –Harry pidió.

El pelirrojo pareció dudar por un momento, pero cuando se oyeron nuevas arcadas, se estremeció y asintió.

Tomó un rato que el malestar se pasara. Harry hizo aparecer un pañuelo, lo mojó, y de vez en cuando le refrescaba la frente o el cuello; a ella le aliviaba, la veía cerrar los ojos cada vez que lo hacía. Finalmente, aún inclinada, como para no ser vista así, Hermione se lavó la cara y se enjuagó la boca. Su compañero le soltó el cabello, pero no se movió. El peligro no había pasado.

¿Estás bien? –se atrevió a preguntar, dudando.

Sobreviviré.

Aún no lo miraba.

No me gusta que me veas así.

No seas ridícula. He visto peores.

Aún dudó antes de agregar:

Ron tampoco quiso ser un idiota, ¿sabes? Solo está orgulloso de ser padre…

La chica suspiró y levantó la vista.

Lo sé. Sí que me acuerdo de cuando se pasó todo un día vomitando babosas por defenderme. Supongo que, crecidita como soy, puedo soportar par de semanas.


Harry, tendido sobre la cama, las manos tras la cabeza a modo de almohada, ha estado observando el techo por un rato –las sombras cambiando con el amanecer–. Apenas durmió. Es aún temprano. Sin ruido, se vuelve hacia la mitad vacía, preguntándose por qué se siente como si alguien debiera estar ahí. No Ginny. De nuevo tiene esa impresión extraña, cálida pero confusa, como si se le hubiera olvidado algo, pero las memorias no le llegan; en cambio, su mente navega hacia recuerdos más afines a los de la noche anterior, como si no hubiera dormido desde entonces.


Nunca he visto uno, amigo. Dice Ginny que duele mucho… –dijo Ron, entusiasmado.

Ron –Harry le hizo callar–, es de Hermione que estás hablando…

Y al decirlo, la miró. La chica estaba más pálida que la sábana sobre la que estaba sentada y la pared del fondo, y tenía la vista fija, frunciendo el ceño solo cuando sentía comprimirse su abdomen. Por mucho que doliera, se las arreglaba para manejarlo. Ron siguió como si no lo hubiera oído:

–… pero he escuchado todo tipo de cosas asquerosas: que vacían la vejiga, que…

¡Ron! Vale que seas un poco obtuso, pero si no te das cuenta solo, ya te lo digo yo: te estás pasando.

Solo digo… –protestó Ron.

No, soy yo quien digo. Estás hiriendo a Hermione, y me da exactamente igual que seas el padre: si no te callas ahora mismo, me encargo de que te saquen del salón.

Ron se puso serio enseguida y parecía estar a punto de ponerse en modo macho, cuando Hermione chilló. Un muchacho vestido de azul, muy joven, seguramente recién salido de la universidad, se aproximó; Harry lo siguió de cerca con la mirada. Se preguntaba si debía llamar a otro médico cuando un mayor se acercó. Pese a la edad que aparentaba, o quizás debido a ella, el médico mayor irradiaba apatía y la mirada de Harry pasó del uno al otro sin saber a quién elegiría si pudiera.

No se puede trabajar con los dos aquí –dijo el doctor con voz monótona.

Hermione agarró la mano de ambos, sus nudillos blancos del esfuerzo, y se las arregló para hablar:

Eso no fue lo acordado.

¿Quieres un bebé sano, o no?

Harry se preguntó si usar confundus sería útil, pero enseguida decidió que podría comprometer sus conocimientos y por tanto poner en peligro a Hermione.

El padre se puede quedar. ¿Quién es?

Su mirada pasó de uno a otro. Harry y Ron se miraron, y a Harry casi se le caen los espejuelos cuando dijo:

Los dos.

El médico lo observo, aburrido.

Un matrimonio moderno, ¿eh?

Y pareció divertirse con esto lo suficiente como para olvidar que debía sacar a uno de los dos de allí.

Hermione apenas protestó cuando, una sábana cubriendo sus muslos hasta la mitad de sus piernas, le alzaron estas hasta los soportes de la mesa ginecológica. Cuando el médico pareció desaparecer tras la sábana, sus codos se movieron de modo que a Harry lo hizo sentir enfermo; parecía tener los dedos dentro de Hermione, y probablemente así fuera. Hermione seguía terriblemente pálida pero sin hablar. Seguía agarrando a Harry con su derecha, y a Ron con su izquierda. El chillido del principio no se había repetido. Al parecer, aquella contracción la había tomado por sorpresa.

Tienes 8cm, pero te voy a ayudar –dijo el médico–. Cuando sientas la contracción, puja con todas tus fuerzas.

Hermione no pareció oírlo, pero obedeció, contrayendo el rostro. Se le escapó un sonido extraño entre los dientes apretados. El médico pareció decepcionado.

No grites. No pones toda tu fuerza si gritas.

Hermione cerró los labios en una línea y lo intentó de nuevo, y el sonido fue menor esa vez, pero Harry vio el médico hacer un movimiento extraño, como si abriera algo con las manos, y un verdadero grito de angustia se le escapó a la mujer.

¡La está lastimando! –gritó Ron.

Era un eco de lo que Harry había querido gritar un momento antes, pero este no solo se había reprimido, sino que además había susurrado un muffliato entre dientes, y ni el médico ni la enfermera reaccionaron al exabrupto.

Siéntate –le dijo a Ron–. Solo lograrás que nos hagan salir, y Hermione se quede sola.

Se está portando mal –susurraba el médico a la enfermera.

Harry se hubiera levantado de Hermione no habérselo impedido, pero Ron, que no se había sentado, protestó de nuevo:

¡Lo está intentando!

El hechizo seguía funcionando, afortunadamente.

Harry vio al médico empuñar una tijera y apuntarla al interior de Hermione. Esta ni protestó. Ron se veía como si se fuera a desmayar, pero agarraba la mano de Hermione, los codos sobre la camilla. Harry hacía otro tanto, del otro lado.

Algo estridente que sonaba como 'buajaja' le hizo levantar la vista. El médico y la enfermera se afanaban más lejos de la sábana. Harry respiró hondo, y sintió una profunda debilidad. Por suerte no estaba en pie. El médico le dio a Hermione una bola de carne arrugada con diminutos brazos abiertos como en cruz que temblaba con la violencia del llanto. No se parecía a nadie más que a Ron. Harry se sintió perdido. Por un segundo, había esperado ver una imagen de sí mismo.

Ron tomó al bebé de los brazos de Hermione y jugó con sus pequeños dedos, maravillado de que la naturaleza hubiera querido repetirlo a él.

Ya puede entrar el hermano –dijo el médico.

De pronto se había vuelto simpático.

¿Hermano? –dijo Ron, distraído.

¿Es una hermana?

No tenemos más hijos.

El galeno le echó una mirada a Hermione, que lo miró en blanco, y se encogió de hombros.

Hermione cruzó una mirada con Harry. Se veía traumatizada, tenía los labios azules y temblaba. Harry había visto a Ginny temblar después del parto, aparentemente todas lo hacían, pero nunca había visto nada más horrible que la expresión de su compañera ahora mismo.

Por eso cuando, dos años después, llegó a casa de la pareja, tras una llamada de celular de un Ron tan frenético que no le había dicho nada útil, no se sorprendió de encontrar a Hermione en una esquina del baño, casi hecha una pelota salvo por la masa en su abdomen, temblando como loca y con los mismos labios azules de la otra vez.

Hay que llevarla a San Mungo –dijo Ron enseguida.

Estaba arrodillado junto a Hermione, de espaldas a él.

Quiere tenerlo en casa –dijo Harry–. Tenemos que respetar su voluntad.

¡Y cuando lo dijo, tú te opusiste tanto como yo! –Ron se volvió, los ojos azules disparando toda la rabia que no podía expresar en miedo.

¿Te encerraste aquí? –le preguntó Harry a Hermione– ¿Por eso?

Ella escondió la cabeza entre sus rodillas. Con su vientre abultado, se veía patética en esa posición.

¡Eres una Gryffindor! –exclamó Ron–. ¡No puedes tener miedo a los obstetras!

Cállate –ordenó Harry, inclinándose para tomarla en brazos.

Ron pareció querer protestar, pero una mirada a su mujer, y se calló.

¡Pasó por la maldición del dolor sin pestañear y no…!

Ninguno de los dos sabe lo que es esto –apuntó Harry–. Déjala tranquila.

Este lanzó un gemido aterrorizado.

¿Y si se muere?

¡Cállate, Ron!

La siguiente contracción fue tan violenta que no pudieron llegar a la cama. Harry se las arregló para frenar la caída de modo que ella no se hiriera.

La miró y de nuevo se dio cuenta de lo raro que era tenerla así. Claro que la había visto asustada, durante y después de Hogwarts; el entrenamiento como Auror tenía momentos diseñados para que nada te pareciera peor, para que nada te diera miedo nunca más. Y sin embargo, esto no lo había visto nunca.

¿No hay una poción? ¿Nada? –dijo Ron.

Podría afectar al bebé.

Tenía el hechizo en la punta de los labios.

Hermione gritó de nuevo. Por mucho que se controlara, aún la tomaba por sorpresa.

En ese momento se oyó la voz de Ginny en la puerta. Harry miró al cuerpo de Ron, desvanecido al lado de su esposa desde que había visto la cantidad de sangre que manaba, al cuerpo tembloroso de esta, y gritó una invitación a su propia esposa. Un momento después la pelirroja los había localizado. Se paró en la puerta, su mirada un tanto fría sobre la mano que su esposo seguía sosteniendo, y avanzó, con el andar de pato propio de su avanzada gestación. Cruzó una mirada con Hermione.

¿Puedo ayudar?

Esta asintió.

Ginny se arrodilló entre sus piernas y levantó el vestido ensangrentado.

Creo que veo la cabeza.

Mirando alrededor, la valiente pelirroja frunció el ceño. Murmuró un hechizo que despejó por completo a su hermano.

Ve y trae agua caliente y toallas.

El pelirrojo echó una ojeada a su esposa y empalideció pero tuvo la presencia de ánimo de atraer mágicamente unas toallas limpias e irse a poner agua a calentar.

¡Y vuelve pronto! –gritó la pelirroja tras él.

Cuando el pequeño Hugo nació, de nuevo Ron agarraba la otra mano de su mujer. Ginny los miró –el trío de oro, una vez más juntos contra el mundo– y decidió no separarlos, así que ella misma convocó las tijeras y cortó el cordón antes de darle a Hermione el crío medio azul. Enseguida agarró la otra mano de su esposo y esperó que este se pusiera en pie y la ayudara a hacerlo. Harry miró de una a otra y no parecía decidirse, así que en la siguiente contracción, Ginny no controló el gemido que pugnaba por salir. Eso seguro que atrajo su atención.

Vamos, Harry –confirmó–. Yo también estoy de parto.


Harry reconoce los pasos de su compañera antes de que toque la puerta, reconoce el patrón de su magia acercándose a la suya como un hierro debe reconocer al imán, sabe que viene a chequear que esté en casa, que esté bien. A pesar de todo, cuando ella entra, no sabe qué decirle. Se queda observándola intensamente, y a ella la sonrisa y la palabra se le congelan en los labios. La ve mirar alrededor. Está seguro, en ese momento, de que ella, como él, no sabe explicar lo que siente. De que echa algo de menos. De golpe, sin siquiera saludarla, se le ocurre preguntar:

–¿Por qué la llamaste Rose?

A pesar de lo azaroso de la pregunta, Hermione no pide que la repita, y apenas se toma un momento para responder:

–Porque no podía llamarla Lily.

Recién bañada, con el cabello mojado cayendo sobre sus hombros, una mano ausente sobre el manillar de la puerta, y esa bata de casa que él sabe ancha y poco atractiva y sin embargo no logra ver como tal, Hermione es el concepto mismo de lo que él hubiese querido para sí. Sus ojos vacilan sobre la figura de la mujer, hasta que ella se resuelve a cerrar la puerta a su espalda.


Nota del autor: Este capítulo pretendía incluir escenas de Harry y Hermione como aurores, pero se me hizo muy largo. Mejor, ya que me da la posibilidad de preguntarles: ¿cómo les gustaría que describiera la escena en la que se convierten en compañeros? Tengo una idea, pero quisiera enriquecerla a su gusto. Me da un poco de miedo hacerla tan solemne que se vuelva ridícula. Los comentarios, abajo. ¡Gracias!