Varias citas en este capítulo. El título pertenece a un cuento de fantasía de una amiga mía. Hago referencia a "Dawson's creek", mi posición respecto a la historia está bastante clara (creo) pero no tienen que compartirla. Y a ver si identifican la frase de "Cumbres borrascosas" que usé. Nos vemos al final.
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El hambre y la bestia
–¡Quédate quieto! –ordenó Hermione, frotando el moretón en su cuello mientras fruncía el ceño; Harry tensó la espalda, poniendo en firmes la mitad superior de su cuerpo– Honestamente… Esto no es nada profesional… Aunque estés casado… ¿No pueden ser más cautos?
¿Le temblaba la voz? Harry buscó su mirada, inquieto, pero con un gesto la bruja lo forzó a recuperar la postura. Se preguntó si ella había lanzado un glamour sobre él frente al resto del departamento, si esa era la razón por la que los demás no habían notado nada en todo el día, o si en realidad Hermione estaría exagerando. Era una suerte tenerla a mano; si sus compañeros lo hubieran visto, habría sido la comidilla toda la semana. Y si la auror Isabel lo hubiera visto… no quería ni pensar en ello. Era en cualquier caso afortunado que fuera tan hábil con hechizos curativos.
Tenerla trabajando sobre su cuello le daba una sensación extraña.
A la sazón, estaban en el apartamento-estudio de la auror, una suerte de sala y cuarto y cocina, todo en uno, que ella insistía bastaba para sus necesidades de momento. Ciertamente era práctico poder convocarlo todo desde la cama. Había libreros del piso al techo alrededor, a Harry le divertía no saber de qué color eran las paredes. De todos modos, lo que los ocupaba hoy era el set de televisión. Ron, al verlo la primera vez, había dado vueltas sobre la caja, preguntando por qué solo se veía desde un lado, y seguía sin comprender cuál era la gracia, pero sobre Harry, al que se le había prohibido ver televisión en su infancia, la caja mágica ejercía una atracción comparable a la que ejercía sobre Ron la comida.
–¡Nos estábamos despidiendo! –se excusó el aprendiz de auror; Hermione resopló, pero no dijo nada –. Esas jornadas de madre e hija nos ponen de los nervios. Molly en serio tiene que dejar de ser tan posesiva.
–Tendrá que servir –La improvisada enfermera suspiró pesadamente al final, retirando las manos.
–Gracias –musitó el mago.
Ella simplemente se volvió y prendió el aparato. Aunque tenían películas alquiladas, preferían la sorpresa. Les tomó unos minutos ponerse a tono con la serie adolescente que estaban poniendo; Hermione la había estado siguiendo, pero Harry, no. Se la explicó entre diálogos.
–A ver si entendí –resume Harry, frunciendo el ceño como cada vez que no entendía la tarea de Transfiguración–: Joey ama a Dawson, lo conoce desde siempre, duerme en su habitación, se comunican con la mirada y todas esas bobadas románticas, pero es por eso que ¿está con todos, menos con él?
La expresión de Hermione fue extraña.
–Tiene miedo de lo que siente, Harry. No es que yo misma lo entienda; es decir, tendemos a buscar justamente lo que ella está dejando de lado. Con todo, he leído que esas relaciones tan estrechas no son saludables…
De pronto se voltearon, alarmados por el ruido, las varitas en alto; pero solo era Ron, que se deslizó por la ventana y directo a la cama.
–No sabía que se quedaba aquí –comentó Harry, uniéndose a Hermione en la tarea de quitarle los zapatos.
–Solo cuando se emborracha en el bar de al lado –respondió ella.
Harry se rió, y por el brillo en la mirada de la chica, supo que ella tampoco estaba tan enojada como quería hacer creer. El televisor lanzaba luces multicolores sobre todo alrededor, destacando la boca abierta de Ron y sus enormes pies.
–¿Ya lo discutiste con ella?
–¿Perdón? –preguntó Harry, volteándose a ver el perfil de Hermione, aún con el mando en la mano. Su pajama era de lo más infantil.
–Lo de ser compañeros…
–Vamos, Hermione… –rió él, pasándose la mano por el cabello– Se da más o menos por sentado, desde que entramos en la Academia…
–¿Le explicaste?
Harry se movió, incómodo.
–Tiene que saberlo, Harry. Su decisión tiene que contar.
Lo escuchó musitar algo que sonaba a "Que busque la información ella misma".
–No creo que lo hayas entendido bien. Ser compañeros es una relación profesional, pero la magia de base… ¿Me estás escuchando siquiera?
En realidad, él estaba más o menos distraído. Recuerdos de la noche anterior se agolpaban en su mente, y al regresar a la realidad, estuvo seguro de que Hermione había visto la sonrisa estúpida en su rostro, y de que no le había gustado. Y estuvo aún más seguro una vez la chica le atizó en la cabeza con el mando a distancia.
–No creo que estés comprendiendo la severidad del caso –lo reprendió–. No es solo el ÉmPathós, ni es solo el círculo, o la alquimia, o el brazalete. Es un combo de magias diversas que interactúan…
–Ya, ya –protestó Harry alzando las manos–, pero a Ginny ya no le está gustando esa ceremonia de tres días; cuando se entere de que antes se usaba para casarse… ¿En serio hay que contárselo? La mayoría de la gente ni siquiera lo sabe.
Hermione estuvo callada por un momento, abrió la boca, la cerró de nuevo, y finalmente se decidió a hablar.
–Harry –suspiró; a su amigo le cosquilleaba la piel cuando decía su nombre así–, esto va a usar todo lo que sintamos, y lo va a hacer permanente. Va a…
–Sí, pero no interfiere con la voluntad… No nos va a obligar a nada…
–La sugerencia va a estar siempre ahí –sugirió la hechicera, quedamente–. Este tipo de magia está diseñada para… bueno… para consumarse…
A pesar de la oscuridad y de la distorsión de colores que proporcionaba el televisor, Harry la vio enrojecer y no pudo sino hacer lo mismo, y casi gruñe de frustración, al notarlo.
–Hay montón de familiares que se hacen compañeros.
–No es lo mismo, Harry.
No lo era. Cuando lo miró a los ojos, se dio cuenta de que no tenía que explicar por qué.
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Los gritos atraviesan la enfermería. No los gritos de los heridos, ni de los moribundos, no. Harry tuerce el gesto, ensordecido, mientras sostiene a su mentora en lo que es más una llave que un abrazo. Y la mujer pelea. Pelea como lo que es: la auror con más experiencia del departamento (salvo por los fantasmas). Harry siente como si estuviera sosteniendo a McGonagall; es patético e incómodo, muy poco digno. Desesperado. Harry recuerda las enseñanzas de esta misma mujer: "una mente fría es la mejor de las armas en batalla"; y es justo la que ella ha perdido.
Por sobre las camillas, mira a Hermione, que a su vez levanta la vista del moribundo al que acaba de sedar. Harry no se atreve a pedirle que paralice a su mentora. Ella merece más que la frialdad y la impotencia de un "Incarcerous".
Lo que lo devuelve a la tortura de sus tímpanos. Cierra los ojos y respira. A pesar del volumen, no entiende lo que dice la mujer, más allá de la ansiedad de regresar, la angustia, la negación de la caída de su compañero, el simple y visceral deseo de irse con él, a donde sea.
Es Hermione quien se pone en pie directamente frente a ella y, clavando los ojos en los suyos, le dice quedamente:
–Albert está muerto, Isabel.
Gracioso, cómo las palabras se escuchan a pesar del ruido. Y ahora los gritos son más agónicos si es posible. A Harry le parece captar una protesta vehemente y desesperada. Lo vehemente lo impulsa a creer. Lo desesperado… no tanto.
–Debe calmarse, profesora –la compele Hermione, quizás usando magia, Harry no sabría decir–. Así, no le comprendemos.
–¡No puede estar muerto! –exclama la auror, ahora más coherente– ¡Yo lo sabría! Lo siento aquí –su puño cerrado golpea su pecho entre el corazón y el estómago–¡Está vivo! ¡Y lo dejaron allá! No necesito que me sigan, solo denme la varita, déjenme ir…
Los sollozos ahogan el resto de la frase mientras Harry la sostiene en pie una vez las rodillas de la mujer no resisten su peso. Cruza una mirada con su compañera. Comprenden. Si Isabel y su compañero transgredieron las reglas, si llegaron a ser íntimos, la profundidad de su vínculo en teoría sería suficiente para sentir la fuerza vital del otro. ¿Cómo retenerla, entonces? ¿Cómo seguir el protocolo? Veinte años antes ellos mismos la habrían guiado de vuelta. Por otro lado, la misma desesperación podría estarla impulsando a confesar una transgresión disciplinaria que con toda seguridad le costará su carrera.
–Si tiene razón –dice Hermione, medida–, se organizará un escuadrón de rescate…
–Tengo razón…
–… pero por ahora, necesitamos su fuerza aquí…
–¡Yo no estoy aquí! –exclama la auror enfáticamente; la boca de Hermione permanece abierta, sin saber qué decir.
El estado de Harry no debe ser mucho mejor que el de su compañera, porque un momento más tarde se halla en el suelo sin aliento, viendo a su mentora desaparecer con la varita de otro herido. El silencio es ensordecedor. Se levanta a seguirla pero sin demasiada convicción.
–Déjala ir –suplica el ocupante de la primera cama; los dos se vuelven hacia él, hallando a otro de sus mayores; bajo la sábana, hay un vacío donde debían estar las piernas–. Cuando yo no había dado la primera muestra de magia, Albert e Isabel ya habían intercambiado brazaletes. Déjala ir.
Una frase resuena en la mente del auror: "hay más de mí en él que en mí misma"; no está seguro de la procedencia de la frase, pero sabe que no es suya. Hermione ya no lo mira. El hechicero desvía la vista de ella a la entrada de la enfermería. Su mente le dice que no volverá a ver a Isabel, pero no es como si pudiera, de golpe, digerirlo.
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Harry camina entre sombras, refugiado en la infinidad de rincones de su casa. Desde que terminó el papeleo y pudo poner un pie en el hall del ministerio, ha deambulado así: sin rumbo. En algún momento de la noche hizo lo mismo en una calle bien provista de burdeles que apestaban a sudor y alcohol, donde invitaciones y risas venían de todas partes, tentándolo con la promesa de olvido. Todas las chicas de la calle no sacarían de él esta hambre rabiosa. Pero oh, cómo quiso ensayar. Ojos famélicos se deslizaron por un rostro tras otro, por un cuerpo tras otro, buscando sin hallar esas curvas que tenía la certeza de que cabrían perfectamente en sus manos, curvas que había sentido tantas veces contra sí al entrenar, aunque tan a menudo estuvieran cubiertas con mucha más modestia que las que hoy veía. No lo puso en palabras, no. Extraña a Ginny, su cuerpo dócil y exuberante, y a la vez se siente culpable, como si la hubiera estado usando. No admite ni ante sí mismo lo conveniente que fue para olvidar que el objeto de su deseo le estaba vedado. Se niega de plano a recordar lo que la ilusión le mostró, o sus reacciones; práctica, no le falta.
La aparición es como otro paso más, de una casa a otra.
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–¿No es demasiado estudio para un día?
–Ronald –regañó Hermione, levantando la nariz del libro gordísimo que estaba embutiendo en la cabeza de Harry–, por última vez: si te quieres ir, te vas.
–Ni siquiera tienen examen…
Hermione hizo rodar los ojos, pero empezó a explicar pacientemente. De nuevo.
–Hay razones para que los aurores se mantengan actualizados. Por lo menos leyendo las circulares. Nos jugamos la vida…
–De Herbología –interrumpió Ron en tono jocoso.
Hermione cerró el libro de un golpe.
–A ver dónde estarían ustedes dos si yo no hubiera estudiado el Lazo del Diablo para cuando lo enfrentamos en primer año.
–Quizás deberíamos dejar el resto para mañana –sugirió Harry, poniéndose en pie al tiempo que enmascaraba su mala gana; no le gustaba mucho estudiar pero era mucho más fácil con Hermione que sin ella.
–Tú te quedas aquí –cortó Hermione, volviendo ojos dragonáceos hacia él.
Harry se sentó de golpe. Ron miró de uno a otro y cruzó los brazos antes de señalar:
–Es la una de la mañana…
–Bueno, si el estudio no puede empezar hasta que James se duerma, es lógico que nos demoremos –rebatió Hermione.
–Y tú no estás en condiciones de mantener este ritmo –completó Ron.
La mirada de Harry voló al abdomen de su compañera, que lo estaba encogiendo, aunque en realidad todavía no se le notaba nada.
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Harry camina entre las sombras, mucho más escasas, del hogar de su compañera. La presencia de Hermione es bálsamo y obsesión, una droga. No pudo dormir en su propia casa, y ciertamente no puede dormir aquí.
Le parece que el aire se cierra a su alrededor. Este lugar le trae muchísimos recuerdos, como si alguno lo evadiera, haciéndolo divagar por otros tantos al buscarlo. A Harry nunca le han gustado los misterios sin resolver.
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–Esta runa… ¡Sé que la vi en algún sitio! –la joven Hermione frunció el ceño y se mordió el labio.
Harry miró la puerta, nervioso; no faltaba mucho para que los examinadores los encontraran. Y los expulsaran del entrenamiento. Las carreras de obstáculos no eran broma.
–¿Qué te parece?
–No lo sé, Hermione, ¿un caballo? –murmuró, impaciente.
–El ministro tiene una manada de unicornios –comentó Luna, sin que viniera a cuento–. Así evita ser envenenado.
Aquello tenía sentido.
–Hambre –susurró Hermione, abriendo los ojos–. Sí, estoy segura. Las bestias necesitan alimento.
Del hechizo que comenzó a susurrar, Harry no recordaría media palabra. Justo en la última sílaba, se lanzó sobre su mejor amiga y la apartó de la línea de visión al tiempo que un lumos pasaba justo sobre sus cabezas desilusionadas. El resto del equipo siguió en la esquina, con la adición de Luna, que siempre parecía como protegida por la dimensión alternativa en la que vivía perennemente; ya Harry ni se preguntó cómo el entrenador no escuchaba su canturreo. Él mismo dejó hasta de respirar hasta que este pasó de largo. Nadie veía a Hermione, naturalmente, pero el aprendiz casi podía oírla pensar.
–Bestia. ¿Qué necesita una bestia?
–¿Comida? –susurró Harry, pensando en el plato de Ron.
–Y hembras. Y territorio –sugirió Hermione, y comenzó a recitar otro hechizo.
Harry de pronto se acordó de que estaba estrechando contra sí una hembra muy apetecible. Se apartó de golpe. A pesar del mimetismo de Hermione, por el cambio de ángulo de su voz supo que lo estaba mirado, inquisitiva. Su futuro compañero no le explicó nada. Se apresuró a olvidarlo él mismo.
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Lo detiene un suave chasquido de madera vieja. Busca con la mirada el origen.
Hermione está bajando las escaleras. Una túnica vieja protege su cuerpo del frío cortante, pero no de sus ojos. Todavía oculto en las sombras, observa su descenso, el suave balanceo de sus caderas, los movimientos de sus piernas gráciles y la tela que dibuja el espacio entre sus muslos. De pronto no puede respirar de pura rabia. Impulsivamente, avanza y espera a que ella lo vea. Habría percibido su presencia de todos modos, si estuviera alerta.
Lo hace ahora, encuentra sus ojos y desvía la mirada rápido. Harry no se da permiso para bajar la suya. Con todo, lo primero que pregunta es:
–¿Estás bien?
Es su compañera, después de todo.
La bruja suspira.
–Lo tomamos por un hechizo de memoria –dice; la frustración en su voz lo haría sonreír, pero también escucha el temblor, y le cuesta controlar el impulso de presionar, de subir las escaleras y estrechar el espacio entre ellos hasta que… no sabe hasta qué–. Ha pasado tiempo desde que cometimos un error tan estúpido.
–Era magia oscura –cierra el auror–. Son especialistas del disfraz.
Ella asiente, poco convencida. Se está retorciendo las manos, como cuando está nerviosa. Baja un escalón. Pregunta:
–¿Estás bien?
Ahora lo está mirando a los ojos.
–No puedo deshacerme de la… frustración… –confiesa él entre dientes.
Algo primario brilla en los ojos verdes; a Hermione le fascina como las feromonas de un vampiro. No es que la bruja no haya imaginado los efectos del hechizo sobre su compañero; es de sospechar que sea similar o peor que el que ha tenido sobre ella. Con todo, escuchar su confesión le hace cosquillear la piel. Se muerde el labio inferior.
Los ojos del auror se desvían automáticamente hacia el gesto.
–Veo que tú has encontrado una manera.
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Hermione se deslizó silenciosamente de los brazos de Ron y se quedó de pie junto a la cama. Él sonreía en sueños; por una vez no solo satisfecho sino también confiado. Cerró los ojos, sintiéndose como la peor de las traidoras. Desde el momento en que lo vio, virtualmente se lanzó a sus brazos (algo que no estaba segura de haber hecho alguna vez) y lo besó con toda la pasión que no podía llevar a otra parte. Lo que estuvo enormemente mal. El pelirrojo la había recibido con igual entusiasmo, levándola a la cama y haciéndole el amor con toda la experiencia de casi veinte años de matrimonio, usando su magia tanto figurativa como literalmente. Sin embargo, solo cuando le había dado la vuelta, cuando sus caricias podían confundirse con las de cualquier otro, cuando la memoria de la ilusión que hoy la había afectado la había sumergido de golpe, y antes de que la pudiera apartar de su mente, solo entonces, ella había gritado su placer.
Se sentó en las escaleras, con el rostro entre las manos, esperando poder, una vez más, ignorar lo que significaba.
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La luz de la luna se filtra de pronto entre las cortinas. El brillo en los ojos verdes está allí, de nuevo. Hermione no se sorprendería de verlo convertirse en lobo. Tiene todo de territorial.
Harry la ve sonrojarse hasta el cuello (un cuello grácil, en todo punto adorable; un cuello que moriría por beberse de un trago), sabe que él lo ha causado, y la idea es intoxicante. Está a un punto de confesarse que le encantaría borrar de ese cuello, y de todo lo que lo acompaña, hasta el mismo recuerdo de la última hora.
"No, no la he encontrado" quiere contestar la bruja, y habría sido cierto. Solo se ha probado a sí misma lo que ha sabido todo el tiempo: que no funcionaría; que la sed que siente no será saciada, jamás. Pero no puede decírselo realmente, ¿o sí? En el lado más material, físico, del comentario, Harry ha estado en lo cierto. Y aún, se plantea negarlo (después de todo, las cabezas de varios bebés han bajado por el mismo canal, de ninguna manera el simple sexo podría cambar tanto su paso) pero decide que es ridículo.
Una parte del auror (la parte que no está enloquecida de rabia) piensa, intoxicada, que ella siempre se pone adorable cuando se ruboriza así.
–Lo detectas –responde su compañera.
La admisión cambia el gesto del auror. Luce incluso más salvaje, si eso es posible. Sin embargo, su respuesta es mesurada.
–Siempre.
Hermione asiente, pero traga con dificultad. Aunque toda la magia de los compañeros ha sido adaptada para limitarla a peligro, de modo que todo detalle íntimo de la vida de un auror no ponga a su compañero en situaciones embarazosas, da lo mismo. Mezcla entrenamiento intensivo con estar en compañía de alguien por veinte años, y la profundidad de tu intimidad con esa persona será similar a la que comparten los gemelos. No hay necesidad de magia empática para todo.
–No lo soporto –dice el auror.
Suena como si las palabras le despellejaran la garganta.
El silencio se extiende.
–Yo también lo supe. Cada vez.
Y el silencio es eléctrico y peligroso. Lo que tienen pende de un hilo. Una admisión más, y serán evidentes las razones por las que toda la lealtad del mundo les exigirá que se separen. Y se sentirá como ser picado en dos con una sierra eléctrica.
Hermione baja un escalón, espera, baja otro. La túnica dibuja el espacio entre sus piernas. Lo alcanza, y trata de seguir adelante; pero al pasar por su lado, el brujo agarra su mano, o más bien, la cierra sobre su puño. Sus brazaletes chocan haciendo un sonido metálico apenas audible. Ninguno de los dos se voltea. Solo se quedan ahí, respirando la esencia del otro. A él de pronto le dan muchas ganas de comer tarta de melaza. Se rehúsa a fantasear con sirope derramado sobre cierto cuello grácil, con lamerlo sin dejar de darle tiempo a que ruede hasta el espacio entre los pechos –espacio que se ha profundizado con la lactancia, y sí, él lo notó, y lo recuerda– de modo que su lengua pueda seguirlo hasta allí… Inhala ruidosamente, luchando contra la imagen que ya ha decidido ignorar. Y deseando con todas sus fuerzas, estar bajo algún tipo de magia oscura, para tener una excusa.
La hechicera abre su puño lentamente. Sus uñas cortas dibujan líneas en la palma de la mano que las cubre, y entonces, entre sus dedos. Por un momento, Harry cree que los entrelazará con los suyos. Enseguida, se odia por ello.
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Avance:
Me di cuenta, con toda la certeza de mujer, de enamorada y de madre, que yo podía darle todo lo que tenía, ser la mejor de las amantes y parirle una veintena de hijos, y nunca tendría todo su corazón. Me di cuenta que había una sola razón por la que yo tenía lo que tenía: a él como esposo, a mi hijo. Y esa sola razón, era que Hermione lo permitía.
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En el próximo capítulo tendremos montones de puntos de vista en flashback y mezclados con una escena de funeral… creo… Por favor díganme si me estoy pasando de angst. También pueden señalarme errores, ¿eh? No me pongo brava. Los comentarios van aquí abajo.
