Nota del autor: un capítulo de recuerdos, así que no voy a poner los recuerdos en cursiva como suelo hacer. En cambio, dividiré una escena desde el punto de vista de Ginny (¿quién no adora que los muertos hablen?), que sí estará en orden cronológico, y en cursiva, para ser identificable. Las memorias no están en orden no cronológico sino temático. Pensamientos y términos, en cursiva, como siempre.
A los que ya lo hayan leído: incluí una escena de la niñez de Duham, al final. La tenía planeada para acá, pero como recordarán, inicialmente este capítulo era muy largo, cuando lo dividí olvidé incluirla.
El inicio de los días
Hoy es el día. Hoy estaré casado con la bruja más hermosa… la más maravillosa… la más genial e inteligente del mundo.
–Te ves como un opaleye de las antípodas en época de apareamiento –dice Charlie, una mano en mi hombro.
Cualquier otro día, me quedaría boquiabierto ante la referencia, luego me encogería de hombros y seguiría comiendo. Hoy, todo lo que puedo hacer, es sonreír.
–Gracias, colega.
Mi reflejo (larga túnica blanca, flor roja en la solapa) no parece mío. Y es que no soy yo. Soy suyo, y como todo lo suyo, soy perfecto. Así, ya no pienso como el perdedor que fue al baile con la peor túnica de gala (no hay comparación, por cierto).
Tampoco pienso en las pomposas felicitaciones de Percy, o en la manera en que George me llevó aparte y me preguntó si estoy seguro, alternando chistes sobre oportunidades perdidas con tantas otras chicas del planeta.
Imagino a Hermione, en su ceño fruncido cuando piensa, en su sonrisa brillante cuando se permite sentir, a veces reprimida cuando no quiere reírse de una de mis bromas (a veces las hago solo por eso), en la manera decidida y casi desafiante en la que alza su varita ante un enemigo, o sus ideas ante cualquiera que las quiera (o no) escuchar.
Pienso en que esta noche estaremos juntos de veras, y esa sola idea luce como todas las navidades del mundo, combinadas.
No por el sexo (aunque apenas puedo imaginar ella y mi cama, combinadas, sin que se me acelere el pulso).
Sino porque, esta vez, soy el Elegido.
Por ella.
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Recuerdo cuando todo cuajó. Llevaba tiempo consciente de que algo pasaba, pero no quería confesármelo… Es decir, los dos son tan jodidamente leales…
Estaba anocheciendo, estábamos en la cama, y Harry tenía una mano sobre mi vientre, apenas prominente, pero donde James se estaba moviendo como loco; recuerdo la risa como si hiciera eco a mi alrededor aunque probablemente es solo un efecto añadido a posteriori. Yo todavía sonreía cuando él se volvió, de pronto serio. No me cuesta nada evocar su expresión de angustia en el momento, la manera ausente en que se disculpó. Antes de que me diera cuenta, se había ido. Ni siquiera se había cambiado el pajama.
A pesar de mi presunta ignorancia, no me tomó ni un segundo saber exactamente dónde estaba. No llamé a mi hermano, no llamé al ministerio. Me aparecí en la sala de la casa de mi hermano. Ordenada, iluminada, llena de libros.
Creo que fue la primera vez que odié a la sabelotodo.
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Ya casi. Pronto estaremos enlazados. El encaje de las mangas levita sobre la poción mientras la remuevo una… dos… tres veces; espero, reteniendo el aliento, hasta que el color en la estela del torbellino se aclara, como indica la receta. Aspiro con cuidado y su potencia me hace cerrar los ojos. Más intoxicante que la amortentia, en efecto. Dudaba de la precisión de la receta. Ya no más. No conviene probarlo todavía, pero puedo oír, tras el burbujear del líquido, el distintivo siseo musical que es de esperar en esta fase de la preparación.
–Hermione…
–Ron…
Le sonrío y, apartando otro mechón de cabello que me entorpece la visión, regreso al trabajo. Siento que se acercó, así que le echo una ojeada interrogante, solo por un momento. Noto que está mejor vestido de lo habitual, sin pensar en ello realmente.
–¿Has estado en esto toda la noche?
Si lo estuviera realmente escuchando, me pondría en guardia. No lo hago.
Agrego con cuidado esa única pluma de fénix, quizás el ingrediente más importante. Será el fin de toda interacción con la poción, hasta que termine de hervir y debamos beberla. La sola idea me hace burbujear el estómago de gusto y de terror mientras la poción de hecho implosiona en un espectáculo de colores cálidos que traen a mi mente multitud de recuerdos de Gryffindor. Harry y yo envueltos en bufandas rojo y oro. Harry, Ron y yo en la sala común. Harry volando en otro match de quidditch, y yo tratando de respirar a través de la ansiedad y el temor a que se caiga de nuevo.
Pero el terror está ahí. Cómo no estar. Por la magia de esta poción, tendremos que luchar juntos contra Voldemort, de nuevo. La mayor parte del tiempo ni siquiera sabré que es ilusión.
–Aún falta…
Hay un golpe, sobre madera; me sobresalta, y el cucharón cae sobre la poción haciéndola chapotear. La revuelvo precipitadamente, por suerte su color no ha cambiado. El torbellino dorado se está desvaneciendo, pero eso ese normal.
–¡Esto es delicado, Ron!
–¡Eso es lo único que te importa!
–¡Va a afectar mi sistema toda una vida! ¡Y el de Harry! ¡Tengo que poner atención!
–¡El personal del Ministerio está para eso! ¡¿Y cómo diablos te dejaron prepararla a ti?!
–¡Nadie va a tocar mi ÉmPathós, salvo yo!
Está lívido. Literalmente. Pálido hasta los labios. Las pecas resaltan. Como porridge y leche. Me seco las manos en el vestido, y por alguna razón él luce horrorizado. Miro hacia abajo, reparando en el atuendo tan elegante en el que Fleur me embutió. Atuendo. Elegante. ¡Oh, Merlín, me perdí la cita!
En lo que trato de decidir cómo arreglar esto, Ron parece reparar en que solo ahora me di cuenta. Es perspicaz cuando no me conviene.
–Ahórratelo –dice, cortante.
Se va como una exhalación, pero apenas me ha dado tiempo a suspirar, cuando vuelve a entrar y deja algo al lado mío, y se vuelve a ir, sin un comentario. Es una bolsa de piel. Miro a la puerta, a la poción, alargo la mano hacia el paquete. No parece que muerda. Cuando lo volteo, un anillo cae sobre la mesa.
Pasa un minuto… dos… hasta que suspiro de nuevo.
–Oh, Ron…
No puedo decir que no me lo esperara. Pero menos mal que no fui a la cita, no sé cómo se hubiera tomado esta reacción. Tras años de estar juntos, no es un "sí" lo que me sube de inmediato a los labios. Es "sí" está ahí también, supongo. Como si fuera mi destino. Como si alguien ya lo hubiera decidido por mí, sin preguntar.
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Desde donde estaba, podía oír los sollozos y las protestas. Ella le estaba pidiendo que se fuera. No recuerdo las palabras exactas. Se estaba disculpando por haberlo alarmado. Ninguno de los dos controlaba aún lo que llegaba al otro a través de la conexión que compartían desde hacía tan poco. El distrés en que ella estaba, lo había convocado.
Claro que los culpaba. Irracional o como fuera.
Esa fue la primera piedra: fue ahí que me di cuenta de lo poco que había entendido, de lo poco en serio que me había tomado la jodida poción y el maldito brazalete, en mi estupidez, en mi fe en la lealtad de mi esposo, de mi Gryffindor, de mi salvador del mundo mágico.
Solo entonces, en la sala de mi hermano, escuchando los sollozos de ella y los murmullos tranquilizadores de mi hombre, me asusté de lo caro que lo iba a pagar.
Él la había sentido llorar desde el otro lado de la ciudad, y había venido.
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Casi es el momento. No sé por qué me da tanto rechazo, verla jurar amor eterno a Ron. Tan perfecta, con esa sonrisa amplia que recuerdo de nuestro cuarto año, antes de que todo eso fuera terriblemente mal. Ron lo nota, también. Está positivamente estupefacto, colgando del movimiento de sus labios. Dudo que escuche una palabra. Yo las escucho, todas. Y no sé lo que siento, pero arde. Los rodeamos, todos: Charlie, Bill, Percy, George, Arthur… y sus respectivas esposas, quienes las tienen… yo, también, con Ginny… Los varones, como es tradicional, tenemos las varitas listas para hacer que esas palabras sean las últimas que pronuncie como mujer soltera (y solo puedo recordar cómo Hermione frunció el ceño al leer sobre esto, protestando contra el sexismo en las ceremonias tradicionales de todos los mundos). Y creo que no puedo. Creo que a ese arco de magia le va a faltar la mía. De pronto no puedo sentir nada en mi interior, sino rechazo, miedo, ganas de irme a esconder en mi armario bajo las escaleras, como si de nuevo Voldemort estuviera ahí afuera, y tuviera que enfrentarlo sin mi mejor amiga.
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Ya está. Cómo me temía que llegara este momento, y ha pasado. No sé si hice bien. No sé si hice mal. Yo monté este espectáculo… bueno, no del todo… ¡¿quién toma el Voto en estos días?! También lo saboteé, a mi manera. Probablemente sea solo hipocresía, darle ese empujón la relación de Ron, y luego no querer que Harry añada su magia a la mezcla. Solo… se sentía mal. La mano sobre mi vientre, donde James aún reside de milagro –ya le tocaba estar fuera–, sé que tuve razones para ponerla fuera de alcance. Pero no quería hacerlo cuestión de vida o muerte, de veras que no quería. He perdido la cuenta de las peleas. ¿Por qué no me escucharon? Un matrimonio corriente debería haber alcanzado. Dice Hermione que no. Que con cualquier cosa de menos, el Enlace toma precedencia. Claro que no era a la magia vinculante a lo que yo me refería, sino a la pasión común de los mortales, muggles y magos y ratas. Que ella, personalmente, me lo haya explicado, no me ayuda con la sensación de culpa.
Bastó un susurro. Mi esposo apenas se volteó, como si lo estuviera esperando todo el tiempo. No sé qué sentir al respecto. Podría haberlo hecho… o dejado de hacer… por mí, por lo que le dije. Probablemente haya sido por ella. No bastará para echar abajo la magia que envuelve todo esto, ni de lejos.
Pero ahora todo debería estar bien… ¿verdad? Ahora, todo será como debió haber sido desde el principio. Ron y Hermione, Harry y yo. Si hay un Gran Planeador, sé que este era su plan. Solo, lo sé.
Lástima que nuestros hijos no puedan casarse, siendo primos y eso.
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Mi momento ha llegado. Me pregunto por qué lo pienso así: mi momento. Se siente más profecía que la que esfera que agarré en el departamento de misterios.
Escucho canturrear a Ginny, abajo, mientras me visto y trato de peinarme mi cabello. No sirve, pero no importa. A Hermione no le importa. El corazón me da un salto en el pecho cuando me la imagino.
La ropa de golpe se ajusta a mi piel. Me alarmaría si Hermione no me lo hubiera explicado y hecho probar cuando la compramos. Es un uniforme especial, versátil, casi vivo. Se limpia y repara a sí mismo. Lo vamos a necesitar. Tres días de rito ininterrumpido, reviviendo pesadillas… sería vergonzoso y desagradable sin esto. La magia nunca deja de sorprenderme.
No estoy nervioso. No entiendo cómo la Ceremonia puede ser fuente de ansiedad. Nada va a cambiar. No vamos a ser más amigos de lo que somos ahora. Solo vamos a obtener una línea privada, que nos mantendrá comunicados a través de cualquier espacio físico. Útil en batalla. Sin embargo, no puedo dejar de sonreír, en silencio. Ginny diría que me brillan los ojos. Y no tendría ni idea.
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Lo gracioso, es que hasta entonces no se me habían ocurrido las distintas facetas que tiene la lealtad. Hasta entonces, solo me había parecido increíble hasta lo ridícula, la idea de Harry siquiera besando a alguien más, por poderosa que fuera la conexión entre compañeros y a pesar de que yo también había oído de lo frecuente que era, entre ellos, y a pesar de las prohibiciones, volverse amantes. Claro, yo sabía que Harry había estado a solas con Hermione durante meses, y que si algo hubiera pasado entre ellos, él no hubiera podido ocultarme esos recuerdos. Así que ¿qué iba a temer que estuvieran al tanto del distrés del otro? ¿Por qué me iba a quejar de que la bruja más brillante de nuestra generación, le cubriera las espaldas, lo mantuviera vivo para mí?
"Estúpida, estúpida" murmuraba como un mantra en mi mente, mientras James, sobresaltado por la aparición a la que no estaba para nada acostumbrado, no dejaba de moverse.
James, nuestro hijo.
El hijo de Harry, que nunca permitiría que un niño creciera, como él, sin padre; que nunca nos dejaría solos. Que nunca se inclinaría siquiera a abrazar de modo comprometedor a otra mujer, y menos, a la que había sido su hermana durante una década, y a la que estaba, desde hacía demasiado tiempo, de novia con su mejor amigo.
Como si Harry requiriera llevarla a la cama para amarla con todo su corazón de hombre.
Me di cuenta, con toda la certeza de mujer, de enamorada y de madre, que yo podía darle todo lo que tenía, ser la mejor de las amantes y parirle una veintena de hijos, y nunca tendría todo su corazón. Me di cuenta que había una sola razón por la que yo tenía lo que tenía: a él como esposo, a mi hijo. Y esa sola razón, era que Hermione lo permitía.
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Es hoy, por fin. El comienzo de los días. La magia nos probará y nos juzgará dignos. ¿Estoy asustada? Nah. Más bien, ansiosa. No dejé de desayunar, ni de dormir, pero ahora estoy impaciente por estar allí. Apenas pauso frente al espejo, revisando que mi cabello siga mágicamente alisado, y el maquillaje, sutil y elegante, y profesional. Igual estaremos hechos un desastre la mañana de la ceremonia de graduación, de aquí a tres días.
Un sentimiento verde esperanza y color oro está formando un pozo en mi estómago. Una felicidad calma. Siempre pensé que sentiría algo así el día de mi boda, sabiendo que tras la ceremonia no amaría ni más ni menos a mi novio por volverse esposo, y al mismo tiempo, sabiendo que la ceremonia lo significaba todo. Podría tener algo que ver con los antiguos ritos. Yo me quedé extasiada al leerlo, casi intoxicada por la magia rúnica y la delicada red de poder de esta relación, tan íntima que había acabado resultando incómoda para los cónyugues, incluso mucho antes de que otros hechizos dieran la posibilidad de ruptura, de divorcio. Me parecía poético que hubieran sido olvidados hasta que ser desenterrados por la Fuerza por su utilidad en batalla. No me gusta la adivinación, pero desde un punto de vista puramente literario, me gusta pensar en términos de destino.
Casi puedo ver sus manos sostener el cáliz. Entenderás el simbolismo cuando tu cuchillo penetre mi palma para verter mi sangre en el cáliz? Sé a qué sabe tu sangre. He estado bañada en ella alguna vez.
Respiro profundamente y me aparezco en el punto de encuentro, unos cinco minutos antes de tiempo.
Harry ya está allí. Me sonríe, sin una pizca de solemnidad. Le sonrío. Estamos de vuelta a Hogwarts, se han acabado los exámenes y nos vamos, simplemente, a pasar otro día despejado junto al lago. Así que nos damos la mano y nos encaminamos a revivir el infierno.
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–Voy a matar a tu hermano –me dijo Harry.
Si me hubiera mirado, se hubiera dado cuenta.
Pero no me miraba. En su lugar, a pesar de las manos de ella empujándolo, urgiéndole a irse, a volver conmigo, la abrazaba como si le fuera la vida en ello. Le frotaba la espalda. Enredaba los dedos en su cabello indomable. Y ella apoyaba la frente en su hombro, rendida a medias. No había nada comprometedor en eso.
Fue en ese momento en que yo misma decidí que tenía que hacer algo al respecto. No cuando me presentaron a la supuesta hermana de Hermione –aunque, si hay algo de lo que los Weasley saben sin lecciones, es de genética-. No cuando lo vi hacer su juramento como auror y compañero, y tomarla de la mano, con esa sonrisa que no me dirigía ni a mí.
Ahí.
Y el prohibir que ella pusiera un pie en mi casa, solo me dio el tiempo necesario para pensar una medida definitiva.
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–¡Mamá, mira! ¡Habla!
–Qué bueno, querida –respondió la señora Granger, distraída.
–Dice que le gustan las hamburguesas. ¿Podemos comprarle una, papi? ¿Podemos?
–Los muggles no lo van a permitir –intervino Sorv, aún observando de cerca a la serpiente.
–Tesoro, los adultos están conversando –fue el único comentario del señor Granger.
Los adultos habían ignorado a Sorv de nuevo. Duham empezaba a sospechar que no podían oírlo. Sin perder un ápice de emoción, se volteó hacia el terrario.
–Dicen que los animales no hablan –le siseó.
–La mayoría de las personas no son muy listas –respondió la creatura, y Duham palmeó, emocionada–. ¿Me traerás algún ratón?
A Duham no le gustaba la idea de llevarle un roedor. En realidad, no creía haber visto uno jamás. Mamá decía que eran sucios.
–¿Podemos llamar alguno, Sorv?
–Seguramente –comentó este.
Así que Duham hizo lo que Sorv le había enseñado: cerró los ojos y extendió aquello a lo que Sorv llamaba magia, convirtiéndolo en esencia de queso. Por un instante, no pasó nada. Luego, empezaron a venir chillidos de todas direcciones, a medida que las demás señoras notaban el aflujo de pestes.
El primer ratoncito que llegó era diminuto. Duham se inclinó hasta casi mirarlo a los ojos.
–Leche-vieja-salada –pidió el ratón, moviendo la nariz.
Hizo aparecer un poco de queso para él. En realidad, le parecía muy poco inteligente, pero levantó los ojos hacia el terrario, indecisa. La serpiente no podía verlo desde ese ángulo. El ratoncito no tenía la culpa de no ser listo.
–Aliméntala –ordenó Sorv, persuasivo; pero su voz sonaba excitada esta vez, así que Duham lo miró, y de nuevo a la serpiente, y de nuevo al ratón.
No le gustaba lanzar al ratoncito a la serpiente. Miró a los demás media docena- que habían respondido a su cebo, casi mareada. No le gustaba, no. No podía elegir cuál iba a desaparecer en la mandíbula de su nueva amiga.
–Huele a ratón –siseó la serpiente.
–Hambre –gimió un animal peludo bajo la charla y los gritos aislados de la multitud.
–Aliméntala –ordenó Sorv otra vez, y sus ojos rojizos brillaron sobre la niña, casi hipnóticos–. Es la regla –agregó, más persuasivo–: los débiles son presa de los fuertes.
–Pero hay un vidrio de por medio –se excusó la niña.
–Desaparécelo, entonces. Con una parte bastará.
Ahora sí, le dio un poco de asco, ver tantos animales de un sucio pelaje gris, en una pequeña multitud que ondeaba. Les excitaba el olor. Pronto hubo una pequeña pelea en torno a carroña quizás imaginaria. Cuando sacó otro pedazo de queso, comenzó la guerra, haciéndola dar un paso atrás. Donde estaba su pequeño amigo peludo, de pronto había sangre.
–¿No somos amigos? –preguntó Sorv, sin mucha emoción.
Duham asintió. Él era su mejor amigo, el que estaba todo el tiempo con ella (incluso cuando se suponía que estaba durmiendo), contándole cuentos e inventando nuevos juegos para ella. Incluso en la guardería, mantenía a los matones a raya. Su protector.
–¿No confías en mí?
Duham asintió otra vez, pero tragó con fuerza.
–Aliméntala.
La niña no pudo apartar la mirada del viejo ratón debatiéndose en el aire, colgado por la cola de una extremidad invisible, hasta que la serpiente lo alcanzó, mordiendo cada vez más hasta que la cola despareció en su mandíbula. Aún miraba a la serpiente, transfiriéndole todo el asco que había sentido hacia la multitud de ratones, cuando sintió la mano de Sorv en el hombro, y luego en el pelo. Le preocuparía que le desordenara el peinado, pero ya sabía que con él las cosas no funcionaban así.
–Eres una bruja de talento, Duham –la alabó, la voz llena de ambición–. Espero grandes cosas de ti. Ahora, otro –jadeó, excitado.
Duham miró alrededor, medio preguntándose cómo es que los adultos no notaban nada, y entonces Sorv agregó:
–Que sea el que llegó primero.
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Avance:
Un auror pasa junto a él camino a un pensadero; en el de al lado, una anciana sacudida por la pena vierte hilos de un azul-plateado sobre otro. Alguien acaba de desaparecer en un tercero. Pensaderos blancos, sin adornos, aunque diferentes en diseño. Siete… ocho… Demasiados. Se le pone la carne de gallina. Aún no están todos los retratos correspondientes, pero frente a cada pensadero hay un cartel (blanco) con el nombre del occiso.
Todo ese blanco se ve muy bien en la sala de madera rojiza, que recuerda la sangre.
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Nota del autor:
Abajo hay una casilla para los reviews. Háganse la idea de que es un huequito en mi corazón, y rellénenlo.
