Aviso: Pará esos maravillosos amigos que leen mientras escribo: esto no es un capítulo nuevo, solo la segunda mitad del antiguo capítulo 11 (que sí termina aquí): según comenté en su nueva versión, lo dividí para lograr un mejor efecto en los próximos lectores.
El título incluye el de una película japonesa que me encanta y que deberían ver.
Creo que es importante que sepan que los personajes hablan un poco de la existencia o no de Dios. Si estoy adoptando alguna postura, es la opuesta a la mía propia. Esto es ficción de ficción, chicos. Me imagino que nadie se moleste por eso. No es que los personajes sepan más de esto que nosotros mismos. Pero ¿qué es un buen funeral si no se habla de lo trascendente?
Personas que pasan
Esa tiza era prima hermana de la pluma de Umbridge. La miro con desconfianza. Malos recuerdos. Sigo prefiriendo desollarme las manos a la antigua y aguantar el dolor de los cortes contra el polvo del suelo. Aunque arda como el demonio.
–Voy a terminar antes que tú.
–¡Harry! –me regaña– No podemos echar una carrera. Esto es serio. Nos va a afectar para siempre.
Es a medias un acto, por supuesto. Lo veo en la manera en que se arquean las comisuras de sus labios.
Se trata de dibujar el círculo alquímico con nuestra sangre fresca. El dolor es parte de la magia también. Hermione me lo ha explicado. No me gusta. Especialmente no me gusta que Hermione tenga agarrada esa tiza que bebe de sus arterias, aunque no le importe el tatuaje que le va a dejar, esta vez, sobre la piel del seno izquierdo. Sobre mi puño, leo mi propia cicatriz.
Un mago pasa a nuestro lado, una carpeta en la mano, tomando nota y revisando nuestro círculo. Yo le podría decir que es perfecto. Vamos, es Hermione quien lo ha diseñado.
–¿Quién es el afortunado? –pregunta.
–¿Perdón?
El hombre fija los ojos en Hermione frunciendo los labios. No parece que le guste la ceremonia.
–¿A quién debemos sacrificar si esto va mal?
Como el resto de las veces que nos han preguntado, los dos saltamos a la vez.
–A mí.
Nos miramos furiosos, pero el hombre solo hace un sonido desaprobador con la lengua y, tomando nota, se marcha.
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–Lo siento muchísimo.
–Murió con honor. Todos querríamos irnos así.
Murmullos vagos, bajos, respetuosos. La ocasional sonrisa, un mecanismo de defensa psicológico ante la solemnidad y la presión de todo.
La muerte es un poco banal, como la vida.
La fila de reglamentarias capas blancas, guantes blancos, saluda a las familias de los caídos. Harry odia los funerales, pese a su prolongado contacto con la muerte –o quizás debido a ello- nunca sabe qué decir. ¿Siguiente gran aventura? Alguna vez se atrevió. Todavía no le han vuelto a hablar. El occiso tiende a comprenderlo mejor que los que quedan atrás. En el fondo, Harry mismo empieza a dudar de ese rato que pasó con Dumbledore en un sueño en King's Cross, hace demasiado tiempo. Que pase en su mente no excluirá que sea real, pero no lo incluye, tampoco. ¿Y si fue un "coctel de endorfinas", como sugirió Hermione alguna vez? (Como si él quisiera entender lo que es una endorfina).
Esta vez al menos no le han lanzado ningún hechizo informulado, y logra pasar a la sala relativamente indemne.
Los guantes pican a quienes no tienen costumbre de llevarlos.
Las conversaciones se calman un poco al verlo entrar. Alguno busca a Hermione a su lado. Ella está con Ron, por hoy, lo que le da una mezcla de náuseas y alivio. No tiene idea de cómo enfrentarla, tras la redada y lo demás. Se encontrarán dentro, claro, pero quizás ni tengan que hablar, es un funeral después de todo.
"Qué cobarde", piensa.
Un auror pasa junto a él camino a un pensadero; en el de al lado, una anciana sacudida por la pena vierte hilos de un azul-plateado sobre otro. Alguien acaba de desaparecer en un tercero. Pensaderos blancos, sin adornos, aunque diferentes en diseño. Siete… ocho… Demasiados. Se le pone la carne de gallina. Aún no están todos los retratos correspondientes, pero frente a cada pensadero hay un cartel (blanco) con el nombre del occiso.
Todo ese blanco se ve muy bien en la sala de madera rojiza, que recuerda la sangre.
Se acuerda de haber ido a comprar su propio pensadero póstumo con Hermione. Ambos, muy jóvenes. Ambos fingiendo bromear, porque es lo que harían los jóvenes en casos como ese. Los jóvenes, que se creen inmortales. Pero hacía falta fingir que no habían luchado contra ningún mago oscuro, o visto morir a buena parte de sus amigos. Hacía falta fingir que habían sido de su edad alguna vez.
Y aquí traen el retrato de Christine, que está teniendo problemas en mantenerse solemne, cuando nunca lo fue. Los que lo conocieron se echan a reír disimuladamente. Esta vez no es ningún mecanismo psicológico de defensa. Alguna vez Hermione le dijo que era casi un reflejo condicionado, reírse al verla. De pronto Harry nota cuánto menos sabor tendrá el departamento sin que llegue Christine, tarde como de costumbre, fingiendo estar asustada por hacer de ello una comedia, aunque sepa que tiene a todos los jefes en el bolsillo a golpe de carisma.
Todos se giran buscando con la vista a su compañero, aunque la costumbre dicta que sea la familia quien se acerque antes que nadie, y ahí está su esposo, en primera fila. O el que fuera su esposo en vida. Está muerta, después de todo.
–¿Dónde está Sam? –alguien susurra, por ahí cerca.
Samuel es alto, de piel casi azul de tan oscura, hombros poderosos y lo que Hermione ha descrito como los ojos más gentiles que ha visto alguna vez. El único auror que conocen que se niega a matar. El único objetor de conciencia del departamento. Cuando supo la suerte de Christine, todos oyeron los gritos, los insultos, la negación de todo lo que ha creído jamás. Irónico, ya que se pasó la vida tratando de convertir a Christine, cada vez más asustado de ir al cielo sin ella. Hermione se hubiera preguntado si, al despreciar a su dios, buscaba ir al mismo hades al que, está seguro, Chris fue.
Sería imposible, si estuviera, no notar su presencia. No está en la sala.
Chris le agradece a su esposo por todo lo que implicó compartir su vida, y los chistes que inserta a cada rato les hacen reír a todos, con una risa incierta, que no pretende ofender y se pregunta si se le permite salir de entre los dientes. Harry nota el alivio del hombre (muggle, le parece) cuando se aleja. Con sus hijos el dolor es más grande y los chistes, más graciosos. Es ya la única forma en que los puede acariciar. El más pequeño se echa a llorar, y los pensaderos alrededor tiemblan, quizás es el mayor el que está haciendo magia accidental; les lanzan un escudo neutralizador. La madre de Chris, Catherine, se acerca, con las mejillas y la piel misma, secas y pálidas y manchadas como pergamino viejo; está en una especie de sopor. Los ojos de la misma Chris recorren la habitación a cada rato.
De pronto se iluminan. Así es como los demás saben que Sam llegó. Por los signos en su magia, Harry se da cuenta de que lo han sedado.
Se cruzan sus miradas.
–Samuel –respira el retrato.
Todos aguantan el aliento, y el silencio se prolonga, interminable. Los ojos de la pintura tienen todo de eternidad.
–Tú sabes –le dice al fin.
El auror asiente una vez, y luego otra, y luego, en sucesión cada vez más rápida e irregular, apretando los dientes. Lágrimas mudas le cruzan las mejillas. Abre la boca, pero no sale un sonido. Harry se pregunta si lo silenciaron, también, como medida de seguridad.
No cree que sobreviva esta noche, por mucho que el departamento de aurores monte guardia para protegerlo de sí mismo.
Sin despegar la vista de los hombros temblorosos de Sam, Harry intuye la presencia de su propia compañera, y ya no le parece tener suficientes razones para huirle. Por hoy.
No tiene que mirar para encontrarla. Un rincón de este salón tiene libros (historias y biografías de los aurores cuyos retratos adornan las paredes). Incluso si no la sintiera, podría hallarla siempre al lado de los libros. Y en efecto, está sentada en el suelo, a pesar de la abundancia de butacas. Allí es casi invisible. Va y se sienta a su lado.
–¿Sabes, Harry? –pregunta Hermione, las manos sobre los muslos y la mirada al techo– Antes creía que, si Dios existía, debía ser escritor.
Harry mira fijamente al techo, con la imagen de Sam y Chris grabada en su retina. No hay de qué sorprenderse en su confesión. ¿Cómo más imaginaría Hermione a alguien teóricamente bueno y todopoderoso?
–Y en realidad lo admiraba –continúa ella–. Es decir, si es que existe, entonces es quien ha creado todo esto –y su brazo ondea en un gesto que abarca la planta decorativa en un rincón, la luz del sol en la ventana, y un libro levitando de uno a otro estante, ordenándose a sí mismo.
–Oh, no es Dios el escritor–interviene Luna.
Ambos se voltean hacia ella, que acaba de deslizarse entre los mismos estantes, los ojos muy abiertos, como si quisiera transmitirles algo sin que nadie lo oyera.
–Hay un Dios, y hay un Escritor. No son el mismo. También hay algún otro escritor por debajo. Cada uno juega en el mundo que el otro ha creado. Bastante divertido, si me lo preguntas.
–Un poco llena, la oficina –murmura Hermione, escéptica.
Luna la ignora, agarrando el libro que venía a buscar y deslizándose lejos en el mismo movimiento desenfadado. A Harry no se le escapa la ironía de que ambas estén de acuerdo en algo por una vez, y aún discutan especificidades.
Hermione se echa a reír.
–Imagínate, alguien en alguna parte, en short y pantuflas, escribiendo pequeños y grandes milagros y giros de fortuna con la misma facilidad… Encuadernándolos en una novela: "Hermione Granger y Gran Biblioteca Mágica".
El auror se vuelve hacia ella, dejando que sus gafas, al apoyarse en la pared, se tuerzan. Siente tensarse los músculos de sus mejillas, en una sonrisa que apenas está allí. Se imagina un gran tomo encuadernado en piel de dragón. (No se le ocurre que ningún libro cuyo título comience por ese nombre, pueda ser delgado.) Hermione tiene estrellas en los ojos, y el cabello, tan desordenado como siempre a pesar del esfuerzo, le cae por delante de las orejas. Está bellísima.
–Cuando yo era adolescente la idea me gustaba.
–¿Ya no?
Incluso frunciendo el ceño, como ahora.
–A veces me siento como una marioneta.
Y el silencio se hace tan pesado que Harry se atreve a teorizar:
–Debería ser así, ¿no? Si fueras un personaje…
–Claro que no –dice ella con vehemencia; ojos fieros se encuentran con los del varón, y es quizás su mirada lo que la hace mirar hacia abajo, torciéndose las manos–. "Persona" se llamó primero a las máscaras de teatro. En sí mismo, el término no implica que tengas vida propia e independiente, fuera de las páginas de un libro. Seas un personaje real o imaginario, eres persona.
Harry se imagina un montón de almas en pena recorriendo la biblioteca, tocando los libros o hablando entre sí. Sacude la cabeza. Solo Hermione se sentiría así hacia alguien que no es más que tinta sobre papel. La vehemencia en su voz no ha disminuido un ápice.
–Los personajes tienen actitudes, tendencias. Personalidad. El escritor les debe respeto. Les debe esas noches en vela rompiéndose la cabeza, pensando en cómo llevarlos hacia donde quiere que vaya el argumento. Les debe cambiar el argumento si no logra que vayan hacia allá. No puedes escribir Romeo y Julieta, y casar a Romeo con Rosalina.
Aún frunce el ceño, frustrada con la realidad misma por ser incomprensible. Harry piensa que Hermione, si fuera un personaje, le habría dado a un escritor muchos dolores de cabeza; se habría revelado, sin dudas, ante los deseos del "amo". Seguro se las habría arreglado para dejar ver los suyos, aunque fuera sometida al final por el poder inapelable de la tinta. La ve estirar el cuello, apoyar la cabeza en la pared. Piensa en alargar la mano y sostener la de ella. No se atreve. La hechicera, con todo su carácter, parece uno de esos personajes de transparencia fantasmal que ha evocado en la cabeza de su compañero.
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Entra al almacén, medio irritado por el súbito encargo. El papel en su mano se ha arrugado y sudado un poco, pero aún puede leer el sitio exacto donde se encuentra el retrato. Compara, se ubica, avanza. No quedan muchos retratos, le parece.
El almacén es sombrío. A duras penas encuentra a quien busca. Le cuesta mirarle a los ojos. Melody era una auror muy joven, y muy dulce. De hecho, las primeras palabras que le dirige su retrato son:
–Sí que me tomó poco tiempo.
–Lo siento.
–No –sacude la cabeza; los rizos rubios de muñeca se sacuden en torno a su rostro–. Supongo que fue mejor así. Vi menos sangre. Me gustaba ser auror, pero nunca me gustó la sangre.
–Fue rápido.
–No es cierto –Harry se alarma, pero ella solo parece divertida–. Estos retratos se diseñaron para actualizar los recuerdos hasta el momento mismo de la muerte. Descubrimiento reciente, muy útil para labores de espionaje. De hecho, Albert está por ahí –apunta–. Sigue actualizando recuerdos. Me temo que no son buenas noticias.
Harry desvía la mirada. No, no quiere saber.
A dos retratos de Melody, ve a Hermione. Está magnífica, en esa túnica beige que resalta sobre la butaca roja. Leyendo, claro. Justo cuando mira, el retrato de él mismo se une desde la pintura de al lado, y el de ella levanta la vista y le sonríe. El Harry de lienzo le pone dos dedos sobre la frente a su compañera y acaricia hasta su mejilla, y de pronto la besa en los labios. Harry devuelve la mirada a Melody, shock y una pregunta en los ojos.
–¿Qué quieres? –dice esta, de nuevo, divertida– El matrimonio es hasta que la muerte los separe, y a estos retratos los diseñan para después de la muerte. Técnicamente, solo el Enlace vale aquí.
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AvanceAvance:
–Espero que no sea tu mentor.
–Eso no es tuyo para decidir, 'Mia"–responde la chica.
–Estoy preocupada por ti... por ustedes dos. Él tiene edad suficiente para ser tu padre, Duham...
–Eso no es asunto tuyo…
–… y una viuda –continúa Hermione, levantando la voz–. Y no sé por quién estoy más preocupada: por ti, como sustituta de otra..."
–Él es tan viejo como tú, ¡y yo ya soy adulta!
–… o él. No creo que puedas comprender la profundidad de las lesiones que podrías causarle solo por ser inmadura...
–¡Es suficiente!
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Nota del autor: Les cuento que es de mis capítulos preferidos.
¿Les gustó lo blanco para el funeral? (Estaba pensando en los bomberos, en el "presenten armas" con guantes blancos, de ahí el color tema).
¿Qué les pareció lo del escritor y los personajes? Tanto Luna como Hermione han llegado, cada una por su vía, a la conclusión que todos sabemos cierta. Y como Rowlings, pongo mis palabras en la boca de Hermione, ¿no están de acuerdo conmigo?
