Hola, hola. ¡Bienvenidas! Esta pequeña historia la escribí hace 10 meses y ni me acordaba de que se me había olvidado subirla. Releyéndola, se me ha pasado por la cabeza convertirla en un longfic o en un original, así que QUÉ ALEGRÍA habérmela encontrado. (Gracias a MGonzalez95, que ha sido quien me lo ha recordado).

La historia la escribí basándome en la imagen hecha por sandraesepe (¡podéis mirar su instagram, es una artistaza!), ya que ambas estábamos participando en una dinámica "Anti-San Valentín" del grupo de Facebook "Yo también estoy esperando un nuevo capítulo de Muérdago y Mortífagos".

Así que aquí os la dejo. ¡Espero que os guste un montón!


Odio este (maldito) día.

I

—Londres—

14 de febrero de 2003. San Valentín.

Joder, odiaba ese maldito día. Era una soberana mierda.

Las calles se llenaban de enamorados que se regalaban chocolates, flores y dulces. Se hablaban en susurros y sonreían como si esa felicidad fuera real, como si no fuera a acabarse nunca.

Draco no podía evitar burlarse en su interior. Si por él fuera, jamás saldría de su casa en San Valentín. Se quedaría leyendo un buen libro, bebiéndose dos o tres (o diez) copas de whisky en Malfoy Manor, solo y amargado como tanto le gustaba estar.

No era solamente porque ese fuera el día de «los enamorados», cuando todo el mundo adopta la falsedad más extrema de todo el año, sino que el día de San Valentín era especialmente… doloroso para él.

El día 14 de febrero del año 2000, tres años antes, el Ministerio había acordado llevar una nueva campaña de Rehabilitación para antiguos mortífagos y una nueva iniciativa había cobrado importancia. ¿Cómo asegurarse de que algunos antiguos mortífagos pudieran reinsertarse en la sociedad? Muy fácil: borrándoles la memoria.

Draco Malfoy no tenía recuerdos del año 1999, aunque sabía que lo había pasado en Azkaban por completo, a espera de juicio. Su primer recuerdo después de la guerra procedía del día 14 de febrero del 2000. Había abierto los ojos en una sala oscura, encontrándose con la maldita noticia de que, al parecer, él mismo había aceptado someterse a ese horrible obliviate que le había dejado solo, perdido y vacío. El año 1998 estaba muy borroso, aunque aún era capaz de recordar algunos instantes sin mucha importancia. 1997… no, apenas guardaba alguna memoria de ese año. Conservaba imágenes de sus clases en Hogwarts, de la ansiedad en su pecho cada vez que pensaba en el Señor Tenebroso y en sus oscuros planes… pero no era capaz de recordar uno solo de ellos. ¿Voldemort? Borrado de su mente por completo. Conocía su nombre, sí, pero le era imposible evocar su rostro, su voz o lo que se sentía al estar en su presencia.

Draco cruzó la concurrida calle londinense en ese frío día de invierno. Llovía de nuevo, como lo había hecho durante toda la semana. Llegaba al Ministerio de Magia con tiempo de sobra, como todas las mañanas. Acudía a su trabajo en la Oficina de la Ley Mágica Internacional sin mucho interés, en realidad solo tenía que realizar un montón de papeleo ese día. Lo odiaba, sí, pero tampoco podía hacer otra cosa. Se le daba bien trabajar para el Ministerio y había quedado liberado de todos sus antecedentes penales en el 2000, tras borrar su memoria. El Tribunal Mágico lo consideraba arrepentido y merecedor de empezar desde cero. Draco sabía que él mismo había rogado para que le dieran esa oportunidad, había suplicado que, por favor, le concedieran su libertad… pero simplemente no recordaba haberlo hecho.

No llegaba a entender el motivo exacto por el que él habría pedido algo como eso. ¿Por qué querría él formar parte de esa absurda sociedad? Si apenas era capaz de soportar a nadie. No tenía amigos, no tenía familia, no tenía nada. Solo tenía un trabajo y cada día menos ganas de vivir, a decir verdad. Era como si, con sus recuerdos de los últimos años, también se hubieran marchado sus deseos y sus ilusiones.

Draco cruzó el hall principal del Ministerio agarrando su maletín negro con fuerza. Llevaba una gabardina del mismo color y tan solo su bufanda gris y verde delataba que alguna vez había formado parte de Slytherin. Al menos de eso sí que se acordaba.

Todo el mundo caminaba de un lado para otro por esos pasillos y no le pasaron desapercibidos un par de hombres que llevaban enormes flores mágicas que escupían fuegos artificiales. Se preguntó qué clase de persona podría ser conquistada el día de San Valentín con una horterada semejante.

Se aclaró la garganta, apartando la mirada de esas personas tan «felices» y se dirigió al ascensor que lo conduciría al quinto piso del edificio, donde se encontraba su oficina. La puerta del elevador estuvo a punto de cerrarse, pero consiguió pararla con su maletín y colarse dentro del cubículo justo a tiempo. Fue en ese momento cuando se encontró con Hermione Granger.

Joder, qué maldita puta mala suerte.

Hermione Granger no significaba mucho para él, si tenía que ser sincero. Había sido su compañera de colegio en Hogwarts, su competidora principal en prácticamente todas las asignaturas y la mejor amiga de Potter, que ya no era su enemigo mortal porque… porque apenas recordaba la mayoría de las peleas que —según le habían contado— había compartido con él. Draco no tenía amigos, eso era cierto, pero tampoco tenía enemigos porque… porque no se acordaba de nadie.

Pero, si algo seguía en su mente a la perfección era ese momento del día 14 de febrero del año 2000 cuando había abierto los ojos en esa habitación oscura y se había encontrado con Hermione Granger. Ella misma fue la encargada de borrar sus recuerdos. Apenas una aprendiz del Departamento de Aplicación de la Ley Mágica y ya había sido capaz de interceder en su mente de ese modo.

Draco jamás olvidaría cómo había sucedido, cómo ella lo había mirado después de hacerlo… como si se arrepintiera, como si hubiera querido desaparecer de allí del modo que fuera. Y lo había hecho, en realidad. Hermione se había levantado de su silla, guardando su varita dentro de su bolsillo y había dicho, con voz impersonal:

—Bienvenido a su nueva vida, señor Malfoy.

La desesperación y la soledad en ese momento habían sido brutales para Draco. ¿Nueva vida? Si ni siquiera había sabido dónde coño estaba…

Draco sacudió la cabeza, regresando a su realidad. Entró al ascensor y ni siquiera saludó a Hermione Granger, que lo observó un instante. Las puertas del ascensor se cerraron y ambos quedaron solos en ese cubículo tenuemente iluminado.

Entonces, para su sorpresa, Hermione sacó su varita de su bolso marrón. Llevaba el cabello castaño, largo y tan rizado como siempre y un vestido rojo que le sentaba como un guante, ajustándose a su cuerpo definido y atractivo. Ante los ojos de Draco, Hermione agitó su varita y él temió que fuera a atacarlo. Estaba tan cerca de él que, durante un instante, Draco creyó que estaba a punto de lanzarle una maldición. Alzó su mano para detenerla.

—¿Qué dem…? —preguntó Draco.

Desinite —dijo ella.

Y, con ese hechizo, el ascensor se detuvo de repente con un fuerte golpe que retumbó en el suelo. Draco abrió mucho los ojos, observándola. ¿Acaso estaba loca?

—¿Se puede saber qué estás haciendo, Granger?


¡Espero que os haya gustado!