Nota del autor: este sí acaba de salir del tintero. Mitad recuerdo, mitad misión. Y Duham, de vuelta. Cobrará protagonismo pronto.
Diplomacia
El agua estaba a la temperatura justa para apenas sentirse sobre sus cuerpos, mientras Harry le sostenía las manos. En realidad, por dentro, se estaba muriendo de risa, y Hermione parecía saberlo, o quizás era únicamente que la situación la exasperaba. Sin verle bien la cara, Harry supo que estaba frunciendo el ceño. Cuidó su propia expresión y el muro entre sus respectivas magias. No quería que se lanzara como una furia contra él.
El silencio era tenso y jocoso, y tenso.
Ay, cómo odiaba el papel de damisela en apuros.
"Está bien no dominar todos los campos, ¿sabes?" le había dicho Luna esa mañana, a modo de saludo, mientras se sentaba a su lado con una bebida extraña en la mano. Sin que pareciera venir a cuento, como de costumbre. "No te lo tomes a lo personal." Con lo irritada que estaba, si alguien más se lo hubiese dicho, Hermione le habría arrancado la cabeza; pero Luna era como el viento: era imposible luchar contra ella. Igual le respondió entre dientes: "No quiero dominar vuelo en escobas, solo nadar como antes…"
Antes… Antes, la auror era de las mejores, la que se escogía para atravesar el foso sin ser notada, durante cualquier misión de reconocimiento. ¿Y ahora? ¿El trauma, o la inactividad? ¿Los músculos se atrofian en una burbuja sin tiempo? Tendría que conducir una investigación sobre sí misma; era la única que había recibido tal maldición, salvo si contaban a la Bella Durmiente.
Resopló. Había heroínas con las que no se identificaba.
El pataleo era hipnótico: Uno… dos… Olas tibias chocaban contra la piel de Harry, haciendo que se erizara. Era una sensación no muy diferente de cierto hechizo que había probado la noche anterior. Sugerencia de Ginny, que a su vez se lo había encontrado en Corazón de Bruja, bajo numerosas y veladas insinuaciones. Aparentemente, tenía efecto retardado. Si no estuviera tan divertido, estaría en una situación un tanto inconveniente.
De pronto, una voz personal se escuchó, magnificada:
–Auror Potter, se le requiere en el Departamento de Relaciones Extranjeras.
El requerido fue quien resopló esta vez, frunciendo el ceño. Hermione alcanzó el fondo con los pies en un movimiento fluido que le llevó un poco demasiado cerca de su compañero de entrenamiento. Se quedó callada, esperando el exabrupto, que nunca vino. Sus ojos se estrecharon, y sus labios se unieron en una línea pálida y fina. Harry se encerraba en sí mismo demasiado a menudo. Se preguntó cómo iban a escapar de ese continuo uso de su imagen, de la culpabilidad de querer llevar una vida propia.
Se preguntó si eso era peor que re-entrenar a su propia compañera.
–No me puedo creer que te preguntes eso –protestó él.
Vaya, se le había olvidado levantar la barrera entre sus mentes. Eso la irritó más. Poder pasar tan rápido de la irritación, a la inseguridad, a la culpa, y de vuelta, era de lo más exasperante. Que la maldición hubiera dejado su mente así de expuesta, era peor.
Al menos era Harry quien la leía.
Lo sintió sonreír, y al darse cuenta de que lo había hecho de nuevo, levantó de golpe la barrera. El auror dio un paso atrás, confuso. Un segundo más tarde, su compañera pasaba de nuevo por la fase de culpa.
–Lo siento –dijo.
Lo sentía.
Harry la observó. Instintivamente decidió callar, en lugar de explicarle cuánto peor había sido el no estarla re-entrenando, el antes de encontrarla, ese año y pico que para ella no había existido. Escogió no pensar en ello. La tercera parte de la vida de los humanos –magos o mugles- pasa durmiendo, según ella misma le había hecho notar alguna vez, poco antes de desaparecer del mapa; Harry incluía todo ese período en una misma pesadilla única, y procedía a olvidarlo.
Un año de secuestro doble: en tiempo congelado, y en lo más profundo del bosque, inalcanzable. Un año de no saber de ella; de su conexión, cortada; de escuchar de todos que ella habría muerto, aunque él no hubiera sentido la frialdad de la muerte en ella, antes del súbito silencio de su enlace místico –una irregularidad, decían, y en el fondo creían que sí, que él había sentido la frialdad, y no la había reconocido, o querido reconocer-. Un año de ver a todos (Ron, el último) dejar de lado la esperanza, seguir con sus vidas, mientras él, él solo, seguía buscándola, cada vez con menos ayuda, cada vez con menos credibilidad, hasta que el haber sido alguna vez el Niño que Vivió ya no alcanzaba para apagar la irritación o la piedad en los ojos de los otros, cada vez que él les pedía una información más, un favor más, otra zona a explorar. Más que el aislamiento, le dolía que no entendieran, que inadvertidamente su falta de colaboración redujera sus chances de llegar a ella. Los chances de ella, de sobrevivir.
–¿Harry?
Salió de la pesadilla que se resistía a tener, con un estremecimiento. Sin darse cuenta, la había acercado a así mismo, y tenía los nudillos blancos de apretar.
–Lo siento.
Forzó los músculos a relajarse, a retomar la posición anterior, y ella lo miró fijamente. La pesadilla se diluyó en la piscina y en un par de ojos cafés.
–Voy contigo –dijo la auror, al fin.
–Eso no va a cambiar nada –replicó su compañero con pereza.
–No me importa. No está bien que te sigan usando así.
Al acercarse al borde, los movimientos de la auror seguían siendo incoordinados, y quizás por eso –por recordarle a sus hijos- al notarlo Harry sintió como si se quedara sin aire con los pulmones llenos, como si le hubieran inflado un globo dentro, algo muy parecido a la ternura. Ella era su milagro, y todavía a veces lo asaltaba la sorpresa de haberla encontrado viva. "Ahora eres un año menor que yo", había sido lo primero que le había dicho a su compañera, tan pronto como los ojos de ella se habían enfocado. Se lo había dicho porque la otra opción era echarse a llorar como un niño.
"No te rendiste" le diría ella mucho después de la recuperación, de la piscina, de unas cuantas misiones en las que había demostrado estar mejor que nunca. Él la miraría, y recordaría un momento, mucho antes de esa pesadilla, en el que había sido él en el hospital; él con esa pierna izquierda lesionada, inútil. Sí se había rendido, hasta que ella había aparecido, espléndida por sobre la patética imagen de su propia pierna, y llamándolo por todos sus nombres y apellidos; enfática; y así, cada día, hasta ese glorioso momento de reflejarse en sus ojos cálidos y orgullosos, al fin de su siguiente misión juntos.
Sí, se había rendido. Era ella quien no se había rendido, por los dos. Pero no se lo dijo.
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–¡Mia! –grita Duham.
De pronto, todo en el campo de visión de Hermione es castaño y espeso. "Así que así es como se siente Harry" piensa la auror, sonriendo al recuerdo de tantos abrazos compartidos a lo largo de los años. Cuando Duham retrocede, sus ojos verdes brillan. A Hermione le da un salto el estómago, y lo ignora. Tiene práctica en eso.
–¿No dijimos que frente a casa de papá y mamá?
–Te retrasaste.
Duham está por protestar, pero tuerce los labios. Es mucho menos puntual que su hermana. ¿El subtexto? Debió habérselo esperado.
La mayor mira alrededor, y de nuevo tiene esa impresión de déjà vu. La habitación de Duham replica la suya de soltera: sobria, ligeramente impersonal, misma distribución; lo que hace más notables sus diferencias: el desorden se mantiene en la línea de lo insostenible. Los libros no se concentran en estantes, hay pilas en cada superficie y hasta en el suelo que solo pueden mantenerse en pie por efecto de magia. La pila al lado de la puerta está coronada por un tomo de la biografía de Tom Riddle.
–¿Nos vamos? –sugiere la aprendiz.
–¿Dos apariciones una tras otra? –replica la mayor– Ya estoy muy vieja para eso.
–No puedes hablar en serio. ¿Una heroína de guerra no es capaz de esa tontería?
–Una heroína de guerra conserva sus fuerzas para la batalla –responde sabiamente la veterana–. ¿No me invitas algo?
–Pero papá nos espera… –protesta– y me muero de hambre… Aquí nunca guardo comida. Los libros, sabes…
Una vieja foto de Harry, Ron y ella cuando niños (evidentemente un recorte del periódico reciente), se apoya en el montón de libros sobre el escritorio, inclinándose ligeramente debido a la delgadez del papel. Reprimiendo el disgusto que siente cada vez que ve su imagen replicada y manipulada, dirige a la joven una mirada interrogante. La aprendiz se encoge de hombros.
–Me dan curiosidad –replica–, cómo han cambiado. Y así estudio a los profes. "Conoce a tu enemigo", ¿no?
Hermione le revuelve el cabello con un poco más de fuerza de la necesaria, y la chica empuja su mano, riendo. La mayor sostiene la foto. Le sorprende la brillantez de su propia sonrisa. La adolescente en blanco y negro, sosteniendo negligentemente su libro ("Nombres mapuches", cree recordar, por la característica portada de diseño ancestral), se inclina hacia Harry, que, acostado a su lado sobre la hierba, las manos tras la nuca, parece simplemente feliz; Ron, a su otro lado, parece estar haciendo alguna payasada.
–Colin debe haberla tomado –recuerda, con el corazón en un nudo de nostalgia.
Y coloca la foto de vuelta, posando su mirada solo un instante sobre el antiguo libro de sectas al tope de esta pila.
–¿Ya descansaste suficiente, anciana? –bromea la chica.
–La paciencia es una virtud que puede salvarte la vida, aprendiz –contesta, bromeando.
La chica atrapa un libro de la pila más cercana y trata de golpearla en la cabeza, con un libro sobre sueños, nada menos.
–Espero que no creas en esas cosas –señala Hermione, invocando sin esfuerzo otro libro para bloquear el ataque; dragones, esta vez–. Quizás podrías gastar las energías… no sé… en ayudarme a peinarme.
–¿A qué viene eso?
–¿Por los viejos tiempos?
–En los viejos tiempos eras tú quien me peinaba a mí.
–Exactamente.
Duham parece un poco más que irritada, pero de pronto muebles y pilas de libros de alzan y reorganizan, una silla presiona a Hermione tras las rodillas haciéndola caer sentada, y un espejo se posa frente a ella; en el espejo ve un peine aterrizar dulcemente en la palma de la mano de su hermanita.
–A ver qué te hago…
El estudio metódico de la habitación de la protegida, se interrumpe bruscamente cuando todo el pelo de la veterana se levanta de golpe y se tuerce en un peinado de peluca francesa.
–¡Oye!
–Deja improvisar a la experta…
Y el pelo se tuerce de nuevo. A algunos cabellos les cuesta cambiar su disposición respecto a otros.
–¡Eso duele!
–Seguro que menos que la maldición que te echaré si no me dejas…
–¡Con que me desenredes el pelo, basta!
En realidad, es divertido, pero no se lo va a decir.
–Solo desenredarte el pelo, ¿eh? –y le lanza un hechizo alisador.
–No me gusta la magia en esto.
–A papá y mamá no le gustaba en los dientes, y mira lo bien que te resultó en cuarto año.
–Te he contado demasiadas historias –musita la auror.
El contacto del peine con su cabello la calma un poco. Olvidando el propósito del retraso, la auror se relaja y se concentra en la sensación, en la nostalgia. La han peinado en tres momentos de su vida: el primero, cuando era niña y su madre la peinaba sin magia -proceso agotador y doloroso-; el segundo, cuando Duham, a los tres años, decidió que no era justo ser siempre aquella a la que peinaban, si su peinadora también tenía cabello, tortura que se prolongó porque Rose sacó la misma conclusión al tocarle el turno; la tercera, tras la maldición, cuando estuvo en el hospital, tan funcional como un robot en cortocircuito.
Esa vez, era Harry quien, a veces, la peinaba. Su madre no se acostumbraba al hospital mágico, ni sabía lo sobrecargadas de trabajo que se encontraban las enfermeras, a pesar de la magia (o quizás porque, confiando en ella, siempre había escasez de personal). Ron aún se sentía inhibido por haber perdido la esperanza en su propia esposa, y, con la excusa de los niños, casi no iba a San Mungo. Era Harry quien se quedaba, a pesar de las miradas enrojecidas de rabia y de llanto de su propia esposa, la cual, sin embargo, para entonces llevaba un año acostumbrándose a perder ante el simple fantasma de la amiga. Hermione todavía no sabe demasiado de esto último.
–Creo que después de todo sigues teniendo el cabello más claro que yo –comenta Duham.
–¿De verdad?
Hermione clava los ojos en la imagen del espejo, que asiente, separando cabellos individuales. Está adormecida. Quizás por eso no siente tanto la sorpresa.
–Amarillo, beige, marrón; tu cabello pasa por esa escala de colores. El mío no baja de beige, y llega al negro.
A Hermione ese detalle le causa cierto grado de desazón.
–No se nota.
–No mucho –reconoce la chica.
El cabello de la mayor se le desliza entre las manos.
–Vamos –dice Hermione–. No quiero dañar más tus libros.
Al girarse para salir, su mirada se posa en el potente diseño a pluma al lado de la puerta. Duham debe tener amistades con extraordinario talento.
Aparecen directamente en el recibidor de sus padres, que al oír el pop parecen también aparecer del aire, lágrimas en los ojos y todo. Mientras su madre abraza a Duham musitando alguna protesta sobre el encuentro familiar postpuesto, su padre le da a la mayor un beso en la frente. La chica le pasa un brazo por la cintura a su hermana y se inclina para pasar por debajo del brazo del padre, mientras grita:
–¿Qué nos hiciste de cena?
La cocina de papá es invariablemente deliciosa. Algo sobre ser dentista le ha dado un profundo sentido del gusto y (Hermione sospecha) muchas ganas de desobedecer sus propias recomendaciones profesionales. Como siempre, la mitad de la cena pasa sin una sola palabra, en un silencio para nada incómodo, roto solamente por preguntas de la madre y monosílabos complacientes de ambas hijas, entre bocado y bocado. Claro que hacia los postres la charla se anima.
–Diles lo buena que soy –pide la más joven, ojos brillantes sobre su hermana, y continúa sin esperar–. La semana pasada entré en una sala de interrogatorios y el hombre confesó, ¡así de simple! Al parecer, él pensó que yo era un valioso testigo…
–Igual tienes que entrenar –corta la mayor con firmeza.
En su mente, el recuerdo de Harry en sus primeros días de aprendiz: los mismos ojos, brillando como cuando había volado en escoba por primera vez; incapaz, pese a sus notas en Defensa contra las Artes Oscuras, de creerse que es tan bueno en esto. Y como entonces, ahora le toca a ella disimular la sonrisa enternecida, ser el cable a tierra. Confiar en sí mismo es bueno, pero confiarse tiene resultados fatales.
–Pero tengo el mejor de los mentores.
El presente la recibe con la toda la suavidad del concreto, y se vuelve, buscando en los ojos de su hermanita la fuente de ese tono de voz. Responde lentamente, con prudencia:
–Sí, Harry es lo mejor que hay.
Es honesta: aún recuerda su quinto año en Hogwarts. No le gusta nada el cambio de expresión de Duham. ¿Debieron haber tratado este tema en concreto en la seguridad de la guarida de soltera?
–Aún no puedo soportar la idea de que ambas enfrenten criminales –protestó el padre–.¿Qué hicimos mal al criar a dos brujas para que además salieran valientes?
Evitan el tema. Papá solo está bromeando a medias, y no sería la primera vez que esto degenera en discusión.
–No has traído a tu esposo en mucho tiempo, Hermione –interviene la madre, salvando como siempre la vida de todos–. Y eso que te dejé el mensaje con él.
–Yo también lo vi –ofrece Duham con la boca llena, ganándose una mirada ceñuda, con lo que traga antes de continuar–. Hasta me invitó a una fiesta…
–¡Ah! Así que fue él…
La señora Granger le echa una ojeada, probablemente escuchando el alivio en su voz.
–Apuesto a que, entre ustedes tres, él fue el único emocionado al respecto –la aguijonea la joven–. Es el tipo divertido. Siempre hablando de quidditch…
–No sé qué le ve…
–Es divertido –defiende Duham–. Me pregunto cómo ustedes dos terminaron juntos... No es como si pudieran discutir las últimas lecturas…
–Y tú, Duham –interrumpe la madre, de nuevo–, ¿cuándo me vas a traer un chico? Estoy deseperándome…
–Mami, si ya te hubiera traído a alguien, estarías asustada –touché–. Además, quién sabe… capaz que traiga alguien pronto.
Todos la observan. A Hermione, algo amargo y ardiente le baja por la garganta.
–¿Alguien que conozca?
–Bueno, estoy conociendo gente nueva, ahora que trabajo…
Su mirada aún sigue a Duham mientras esta ayuda a recoger los platos, la sigue escuchando bromear con papá en la cocina. El corazón le late en la garganta mientras espera cualquier palabra reveladora.
–Hermione –susurra su madre.
La auror se vuelve hacia ella y sonríe, ausente.
–Debes vigilar a tu hermana, querida
Tampoco puede estar en desacuerdo con esto. Estoy preocupado por ella. No es ella misma en estos días…
La chica le está contando a papá el entrenamiento con Harry. El tono de su voz es inconfundible.
–Ni siquiera vuelve a casa…
–Ni yo, mamá –descarta la bruja, irritada–. Lo estás notando más ahora porque estás jubilada…
–¡Hermione Jean Granger! –y la hija se pone en alerta; no por ser bajo el volumen, es menos mandatorio el tono– Escucha cuando tu madre te habla.
–Lo siento –se excusa a regañadientes.
La madre mira a los ojos de la hechicera, sacude la cabeza y se pone en pie. Unos minutos de charla aparentemente feliz en la cocina, y Duham sale secándose las manos, y sonriendo, soñadora. Hermione espera hasta tenerla sentada antes de preguntar lo que hace tanto la tortura:
–Duham… ¿De quién hablabas antes… el hombre que esperas traer…?
No sabe cómo enfrentar el tema. Espera estar equivocada, pero si Duham tuviera a alguien en mente ¿podría ser otro que Harry? Para la chica, para cualquier joven, él es un héroe de guerra, una leyenda viviente, un hombre maduro, guapo, ahogado en secretos de estado, leal, valiente… un sueño hecho realidad.
–Espero que no sea tu mentor.
Se da cuenta un segundo demasiado tarde de que fue muy directa.
–Eso no es tuyo para decidir, 'Mia.
–Estoy preocupada por ti... por ustedes dos. Él tiene edad suficiente para ser tu padre, Duham...
–Eso no es asunto tuyo…
–… y una viuda –continúa Hermione, levantando la voz–. Y no sé por quién estoy más preocupada: por ti, como sustituta de otra..."
–Él es tan viejo como tú, ¡y yo ya soy adulta!
–… o él. No creo que puedas comprender la profundidad de las lesiones que podrías causarle solo por ser inmadura...
–¡Es suficiente!
La mirada de las dos hermanas vuela hacia la fuente de la voz: su madre, ahora al lado de ambas.
–No sé qué está pasando, pero más vale que se comporten como hermanas al menos bajo este techo. Y dense por satisfechas que no puedo encerrarlas a ambas en el cuarto oscuro hasta que empiecen a pensar como tal…
De pronto la mujer alzó la vista y, los ojos enormes, se llevó una mano al pecho. Auror y aprendiz se giraron para ver un enorme ciervo plateado dar un paso al frente.
–Siento interrumpir –dice el animal, en gestos atípicamente humanos al formar las palabras; la voz, de Harry–. Hermione, se te necesita en el Ministerio ahora mismo.
–Voy contigo –dice Duham sin dudarlo.
Hermione la ignora. Con un mismo gesto ha acariciado al ciervo y se ha subido encima de la figura aparentemente etérea. Sin perder un ápice de elegancia, el animal da un giro y se desvanece gradualmente, con su jinete.
–¿Eso era un Patronus? –pregunta la muggle, que ha aprendido más de lo conveniente en los últimos años– No sabía que se podían montar…
La joven aprieta los labios y no responde.
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El Ministerio es un desastre. Los memos siguen volando dentro y fuera de los elevadores y los burócratas siguen estampando firmas en papeles sin sentido, al tiempo que la ventana muestra un tornado lejano, como de costumbre, pero hay tensión en el rostro de demasiados burócratas, y la sala de conferencias está sellada desde la mañana. Y eso que es domingo. La oficina de aurores respira un ambiente extraño: lo que están allí, se mantienen inactivos, o se mueven como gallinas sin cabeza.
–¿Qué ha sucedido? –pregunta Hermione al llegar, al tiempo que el ciervo bajo ella se desvanece en una nube de luz, dejándola graciosamente en el suelo.
Es uno de los aprendices el que responde. Como siempre, a la situación de emergencia han llegado los más cercanos, no los más idóneos.
–¡Auror Granger! –responde el chico, asustado; mira a un lado y al otro antes de comprender la exhortación de su superior, y responder, tembloroso–. No se sabe, auror. Alguna situación con Estados Unidos. Parece como si hubieran declarado la guerra –añade en un susurro histérico.
Incapaz de sacar más información del joven, la auror aprieta los labios en una línea.
–Un lindo dispositivo –le informan del otro lado; se voltea y, en efecto, es William, de innegable buen humor–. Arma de distribución masiva, seguro… como la que vimos en Irak el año pasado, pero más desarrollada… Liberó un hechizo en el metro de Nueva York. Enloqueció a los muggles, siguen atacándose unos a otros como bestias… Los polis muggles creen que es un arma biológica, pero se siguen preguntando de qué enfermedad se trata…
Hermione respira hondo, distraída de la cruda discriminación de William por la enormidad del problema. Su cabeza traza una tela de araña con las posibles causas y repercusiones, incluyendo la posible exposición del mundo mágico americano y sus consecuencias para el resto del mundo globalizado que inevitablemente comparten magos y muggles (con la pesadilla que ha sido evitar avistamientos de varitas por cámaras de vigilancia). Los magos americanos pedirán cabezas, y no estará fuera de proporción con el daño. Por qué cabezas británicas, aún no lo comprende.
Con dolor en el pecho, se resigna a que Harry, una vez más, va a tener que servirles de bandera.
–¿Y Harry?
Sparkie ha levantado los ojos, inyectados en sangre.
–En la reunión. Solo ha salido a llamarte.
–Auror Granger, la esperan.
Todos se vuelven a la mujer tímida y sin aliento que acaba de entrar. Las miradas de todos sobre la pobre secretaria la hacen parecer pequeña. Sus ojos no dejan de ir de uno a otro, evitando los de Hermione. Esta última ya no está: alterna camino con trote (cuando nadie la ve) por los largos pasillos: derecha, izquierda; baja y sube escaleras que no dejan de ondear como olas, demasiado impaciente para elevadores. El Departamento de Relaciones Internacionales la recibe con ojos fríos de extranjeros y la mirada excesivamente cálida de Ron, que la invita a sentarse a su lado y le agarra la mano bajo la mesa. La brillante hechicera se estremece de temor ante las posibles reacciones de los estadounidenses, que, además, encuentra ocultas tras expresiones rigurosamente ilegibles.
Harry sigue evitando su mirada.
Todo el Trío de Oro está a cargo del caso. La irregularidad no se le escapa: esto está demasiado lejos de las funciones del Ministro de Magia. Las relaciones con la potencia americana deben estar aún peor de lo que sospechaba.
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Nota del autor: ¿Me estoy pasando con el drama? Ese Harry tratando de encontrar a Hermione cuando todos se han rendido, es también de Lorien829: "Shadow Walks". No la estudié, la referencia no fue intencional, pero está claro que influye. Espero ese año no parezca que sale de ninguna parte, pero es él quien un poco que lo ha enterrado; a la herida en la pierna de Harry sí que había hecho alguna referencia.
A Duham no le gusta la invasión de su privacidad, seguro saben por qué :)
La diplomacia me va a dar algún dolor de cabeza, pero tengo cómo estudiarla, me parece, como para hacerlo creíble.
Como de costumbre, me harán inmensamente feliz con sus reviews.
