II

—Sala de los Menesteres—

14 de febrero de 1997. San Valentín.

Draco contuvo la respiración al cerrar el armario evanescente. Seguía sin funcionar, ¡ese maldito trasto era una auténtica basura!

El joven sintió desesperación. Llevaba meses intentando arreglar ese maldito armario y la presión que sentía sobre su espalda era increíble. Voldemort iba a matarlo. ¡Le iba a asesinar si no conseguía que esa mierda funcionara!

Furioso, pateó el armario. Después empujó un espejo pequeño, situado en una estantería de madera justo a su lado. Antes de darse cuenta, Draco derribó la estantería completa y se encontró a sí mismo rompiendo y destrozando todo lo que se encontraba: rasgó telas, rompió estatuas y pateó baúles y cristales en el suelo. La rabia fluía en su interior, provocaba que quisiera gritar y que se quedara sin respiración al mismo tiempo. Su corazón latía a toda velocidad y lo hizo aún más cuando reparó en que…

…en que alguien lo estaba mirando.

No, alguien no, Hermione Granger.

Sacó su varita tan rápido como ella misma se armó. No tenía intención de atacarla, pero eso ella no lo sabía.

—¿Qué demonios haces aquí, Granger?

No era la primera vez que lo seguía. El trío dorado llevaba todo el curso persiguiéndolo a todas partes, vigilando cada uno de sus movimientos y acechándolo en cada esquina. Tampoco era la primera vez que ella accedía a la Sala de los Objetos Ocultos, Draco lo sabía. Sí era esa la única ocasión en la que se habían encontrado allí.

—Tendría que ser yo quien te haga esa pregunta a ti.

Draco soltó una carcajada sarcástica.

—Estoy haciendo Magia Negra.

Hermione se acercó a él con cierta cautela. Hacía meses que se observaban el uno al otro, de un modo mucho más intenso que el modo en el que lo hacía también con Potter y con Weasley. Con Granger era distinto, radicalmente diferente; se miraban en la distancia, como si midieran fuerzas con el otro. Se estudiaban al dedillo y ambos habían memorizado a la perfección todos los movimientos de su oponente, el modo en el que hablaban e incluso habían llegado a oler el aroma que desprendía el otro: a libros y a canela, ella; a lluvia y a hierba, él.

Ella pareció comprender que, a pesar de su tono de voz, Draco no mentía cuando había afirmado que estaba realizando Magia Negra.

—¿Qué tramas?

—No te metas —advirtió él—, te lo digo por tu bien.

Llegó hasta él y ambos se observaron una vez más, tal y como habían hecho tantas veces en los últimos tiempos. Como si midieran fuerzas. Como si… algo los atrajera el uno al otro.

—Voy a hablar con Dumbledore —advirtió Hermione—, le diré que estás utilizando esta habitación para…

—¿Y también le vas a decir que me has seguido hasta aquí y por eso lo sabes? —replicó él, burlón—. ¿Le dirás que ahora me espías y que te pasas horas y horas mirándome por todas partes?

Hermione frunció el ceño.

—Sí. Lo he hecho por un bien mayor.

Un bien mayor. Tenía que reconocer que Granger era graciosa, al menos eso.

—¿Y si yo le digo que estás aquí porque eres mi cómplice, Granger?

Estaban cerca, mucho más cerca de lo que habían estado nunca, pero ninguno de los dos bajó la varita ni la guardia. Se estudiaron con los ojos y Draco se fijó en que, aunque fuera bastante más baja que él, no parecía tenerle ningún miedo. Decidió que eso debía cambiar, así que caminó un paso más hasta quedar tan pegado a ella que podía sentir su aliento rozando su cuello.

—No seas estúpido, Malfoy, ¿quién va a creer que tú y somos cómplic-

No dejó que terminara de hablar. Quizás, solamente, estaba tan enfadado que no pudo controlarse. Se inclinó unos centímetros y la besó bruscamente, casi con violencia. Dos segundos después ella lo apartó de un empellón.

Hermione quiso pegarle, darle una buena bofetada y empujarlo a varios metros de ella. ¿Quién demonios se creía Draco Malfoy que era? No solo la insultaba, humillaba y ofendía a cada ocasión que tenía. ¿Ahora también la besaba? Le habría dado un buen golpe, de verdad que lo habría hecho… pero una extraña corriente pareció impedírselo. Fue como si su mente comprendiera de pronto lo que acababa de suceder.

Que Draco Malfoy acababa de besarla.

Así que, en vez de salir corriendo y delatar el oscuro plan de Draco al director del colegio, optó por hacerle caso a la parte más pequeña de su cerebro, la que le decía que hiciera justamente eso que no debía hacer.

Se acercó de nuevo a él y le devolvió el beso.

Draco tiró su varita e hizo lo mismo con la de ella. Las hormonas adolescentes de los dos magos parecieron ocuparse de apagar la parte racional de los cerebros de ambos, dejando encendida solamente el área que se ocupaba de dar y recibir placer.

La tomó de la cintura y la apretó hacia él. Después besó de nuevo a la bruja, acariciando sus labios de forma insistente pero firme. Hermione gimió cuando Draco la alzó unos centímetros entre sus brazos, depositándola sobre una armario que guardaba… quién sabía qué. Ella abrió las piernas, dejando que él se situara entre ellas y Draco bajó su mano derecha hasta la pierna desnuda de ella, colándola por dentro de su falda y subiendo sus dedos por su rodilla.

¿Qué era eso? Furia, quizás, deseo, liberación… ambos estaban tan frustrados, tan enfadados con el otro, que estaban aprovechando la única vez en toda su vida en la que se habían quedado solos.

Draco volvió a pegarla a él y esta vez sintió la presión de las caderas de Hermione contra esa zona sensible de él que comenzaba a endurecerse. No apartó sus labios de los de ella, la besaba como si eso fuera lo único que podía hacer.

—Esto no está bien —susurró Hermione, cerrando los ojos y dejándose acariciar.

Y cuando él alcanzó sus braguitas con sus dedos y la acarició por encima de ellas, supo que tenía razón. No, no estaba bien. Jamás lo estaría.

—¿Y qué?

Hermione abrió más las piernas. Aunque luego lo negaría, en ese momento quería que la acariciara más, lo necesitaba. Ella dejó de besarlo un momento, centrándose en recibir el placer de sus dedos. Lo miró a los ojos, centrándose en esa mirada gris y fría que jamás había visto tan de cerca.

—Algún día —susurró—, vas a tener tu merecido, Malfoy.

Y más que una amenaza, pareció una promesa. Pero una promesa seguida de un beso violento que los sacudió a ambos, que provocó que todo su mundo pareciera dar vueltas. Lo bueno se había convertido en algo malo y lo malo… lo malo estaba demasiado bien.

Cuando Hermione cerró los ojos de nuevo, trató de no pensar en lo que estaba haciendo y, más importante, con quién lo hacía. Draco Malfoy descubrió ese día que besar a Hermione Granger servía para olvidar su dolor.