Advertencia: Disculpen la tardanza. Este es un capítulo de transición, pero espero escribir más rápido en lo adelante.
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Inocencia"
Harry apoyó la cintura contra el buró, la mirada fija en la chica cuya teoría le parecía cada vez menos loca y más brillante.
−Supongo que hay casos en que sería útil –respondió lentamente, invitándola a elaborar con la mirada.
−No sería tan difícil –Duham se encogió de hombros con algo de dificultad; abrazar un mamotreto tiende a limitar tus movimientos−. Es básicamente lo mismo que cuando le preguntó por la diadema a esa fantasma. Mire…
Se acercó de golpe, sin mucho respeto por el espacio personal de Harry, que retrocedió sin queja. El libro cayó sobre la madera con un golpe seco. Observando su perfil, la vio colocarse un mechón de cabello tras la oreja en un gesto rápido, pragmático, antes de buscar una de las páginas marcadas, con las dos manos.
El olor a cuero era intenso.
Sacudió la cabeza antes de inclinarse sobre el libro, siguiendo la explicación de la chica. Alguna vez Lupin le había dicho que lo mejor de ser profesor es cuando ese estudiante te supera. Harry pocas veces se había topado hasta entonces con esa experiencia, y poco a poco se iba dando cuenta de que nunca había tenido un aprendiz tan listo como Duham. Presentía que le iba a resultar tan intoxicante como el olor a melaza.
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El helicóptero hace un ruido infernal, y Harry se estaba preguntando a qué venía este tipo de transporte entre magos cuando dio el primer vistazo a la ciudad. Le quitó el aliento. Harry Potter nunca ha tenido tiempo para desarrollar gran sensibilidad a la belleza, y no recuerda haber visto otra ciudad desde el cielo, con lo que no tiene punto de comparación. Con todo, su primer impulso, instintivo, ha sido abrir el espectro de su magia a su compañera, compartir lo que siente.
Se vuelve hacia la silueta de Hermione, recortada contra el atardecer americano. Rayos de sol anaranjados prolongan su cabello castaño en rizos insólitos. Reservada, ni siquiera parece respirar, pero su magia escucha la de él, y las emociones del uno hacen eco en el otro. Es otro milagro que agradecer; hace semanas que Hermione mantiene la distancia, y un muro firme se interpone en el lazo empático entre ellos.
Harry desvía la mirada, avergonzado.
Atenuadas, le llegan las palabras: "Magnífico", ha pensado ella. "Terrible".
Sí, eso más o menos lo describe.
Su viaje a América ha sido confortable y silencioso: un traslador, par de periodistas, una breve reunión, todo muy diplomático. No se les ha proporcionado más información, la poca que tienen es Ron quien la ha recibido, y Harry sospecha que no les está contando todo. Ron, ahora sentado entre ellos, simulando dormir. Ron, que está cada vez más pálido y callado.
−¿No deberíamos estar en la escena? –preguntó Harry al pelirrojo a su salida de la reunión confidencial– ¿No se supone que sus aurores están al límite controlando la crisis? Un equipo británico…
Con una mueca, Ron repitió lo escuchado:
−"Estados Unidos no se hará responsable de daños materiales o humanos a los visitantes extranjeros" –y súbitamente cambió el tono−. Si no nos necesitan, ¿qué…?
La mano de Hermione, apretando su antebrazo, lo hizo callar, con una mirada elocuente al personal de servicio a su alrededor, puesto a su disposición y sin dudas listo para espiar. "Rehenes", la palabra relució, efímera, en la cabeza de Harry. Un mensaje intencional. El auror apretó los labios y frunció ligeramente las cejas, permitiendo que el brillo de sus ojos verdes transmitiera lo que no podía callar, ni a demanda de la diplomacia. Hermione no podía darle la explicación completa por esta vía, la palabra misma simplificaba tanto la situación que no era del todo cierta; pero muchos años de ser una celebridad, aunque a desgana, le han enseñado al mago los detalles: están a salvo mientras el incidente no amenace seriamente la seguridad de la comunidad mágica americana. Con todo, aunque no los retengan de modo permanente, es una demostración de fuerza: no podían negarse a acudir al país atacado cuando se sospechaba de su propio país, sin desencadenar un incidente mayor. Sus vidas no valen tanto.
A Harry el chantaje no le sienta bien.
−Así que iremos de turistas –preguntó Harry, irónico.
−Quizás nos permitan entrar al departamento de aurores. No pidas más. Dicen que los mejores cerebros del mundo están trabajando en desarmar los dispositivos restantes –acabó por agregar Ron, en respuesta a su sugerencia.
−No serán los mejores hasta que no incluyan a Hermione.
Esta enrojeció ligeramente, pero ninguno de los tres hizo otro comentario.
De modo que ahora los mejores aurores del Reino Unido se sientan mano sobre mano en un helicóptero, a cientos de millas de distancia de su propia tierra, disfrutando la vista, mientras, abajo, la ciudad arde.
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−Quién ha dicho que yo lo ordené.
Es una pregunta, a modo de afirmación. Del otro lado, el subalterno balbucea, aterrorizado. La persona de este lado de la línea tiene la vista fija al frente.
El único que no le tiene miedo, se sienta allí, una media sonrisa iluminando sus facciones.
−Pronto estaré allí en persona, para aclarar... malentendidos.
Cuelga. Sus miradas se cruzan, apasionadamente frías, por lo que dura una eternidad.
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La mesa de trabajo está llena de esquemas, fotos y notas apresuradas. El arma de distribución masiva se encuentra dibujada con el trazo y la caligrafía diminutos e impecables de Hermione. Otros datos del ataque terrorista tienen post-it por todos lados. El poco orden que hay, se debe a la misma auror.
Manos acariciándole la espalda, la nuca.
Harry cierra los ojos y traga con dificultad.
Hermione, en quien no debe pensar.
Hermione, que, dos pasos más atrás, discute a viva voz con un auror americano. La diferencia en jerga y acento no hace más que contribuir a la diferencia de criterios. Un poco menos de diplomacia, y se estarían acusando de incompetencia el uno al otro.
–Por nuestras venas también corre la sangre de Merlín, Morgana, los Peverells…
–Son los autores de este crimen los que le dan importancia a eso, no yo –interrumpe Hermione.
–Ya, solo destaco que no se suponía que nos contáramos entre los países… en dificultad.
Harry, a través de la conexión empática, por bloqueada que esté, puede escuchar claramente la respuesta de Hermione. O es solo que la conoce tan bien que podría jurar que está pensando: "O sea, que sabían que esto estaba pasando con ellos, ¿y no los alertaban?"
–Quizás, de haber intervenido en sus dificultades, no se encontrarían ahora en esta situación.
–Deberían agradecernos el tacto –comenta jocosamente el auror–. De lo contario, tendrían a toda Europa planteándoles este tipo de dificultades diplomáticas.
El asunto es grave. A retazos, porque nadie tiene la paciencia o las ganas o el permiso de darle la información completa, han aprendido de la situación en Alemania, bajo la nueva tiranía; de la guerra civil en Italia, la neutralidad de Suiza y de Japón y el soporte del contrabando de magia negra a cada uno de esos países. Hermione estaba con él cuando les mencionaron los campos de concentración en Francia y las defensas de la auror se derrumbaron. Detrás, un tatuaje negro sobre piel arrugada. No sabía que su abuelo hubiera estado en Natzweiler. Se sintió como si se hubiera vuelto a meter de cabeza en un charco helado en lo más crudo del invierno escocés. Esta vez, sin la promesa de una espada que lo fuera a resolver todo.
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–¿Lo comprendes ahora?
Michel le devuelve a Duham la mirada con estrellas en los ojos. Está claro que le gustaría decir que no, solo para que le explicara de nuevo; pero ella lo mira severamente, y ya tiene que ir a su guardia, así que reprime sus protestas y se levanta con un agradecimiento tímido y apresurado. Después de todo, con la escasez de aurores tras la redada, solo están ellos cinco, y solo ellos dos son aprendices. Tienen en común ser los más brillantes. Y están casi solos. Otras oportunidades se darán. Se dispone a soñar con ella a lo largo de su turno.
La puerta apenas sisea al cerrarse.
Harry no siente nada de esto. Inclinado sobre su buró, tiene los pensamientos en cualquier lugar menos en el problema a resolver. Su mente está embotada. Se pregunta fugazmente si tendrá que ver con la magia en su brazalete, que no se recarga hace tanto tiempo. Hermione ya no lo toca jamás.
No pensar en ella.
Con todo, el corazón sigue pesándole en el estómago, y esa parte de su mente conectada a ella, reservada -a sus miedos, a sus deseos- sigue terriblemente vacía.
Le cuesta un momento darse cuenta de que está solo con su aprendiz, pero entonces, enseguida siente el peso de sus ojos en la silencio se prolonga tanto que tiene que voltearse. Se pregunta si ha recibido entrenamiento como legilimens.
–Mire, auror Potter –comienza, atrayendo la atención del mago con su súbita formalidad–, no sé qué está pasando entre mi hermana y usted, pero se están matando de trabajo, los dos. Ella es así habitualmente, quiero decir que está exagerando. Muchísimo. Y usted (disculpe) tiene la cabeza en cualquier parte menos sobre sus hombros. Aunque pretenda trabajar.
Harry siente de pronto un montón de cosas -orgullo, preocupación, angustia-, pero ninguna de esas es problema de la chica.
.–Disculpa, aprendiz, pero en general, si algo sucediera, sería entre compañeros, y a resolver en dúo.
–Ya debería conocerme lo suficiente como para saber que cuando se trata de mi hermana esa respuesta no va a bastar.
Harry se desordena el cabello, y su mirada se pierde alrededor, entre perdido y exasperado. La terquedad de estas mujeres lo van a acabar sacando de quicio.
–La redada fue muy dura para todos –se resuelve a confesar, los labios, secos.
La chica aprieta los ojos en una línea que le trae demasiados recuerdos. Del sueño, incluso.
–Pero sabes bien que eso no es excusa. Bastantes muertos costó este ataque terrorista, no hemos capturado a los líderes de la célula, y mientras los americanos nos culpen, puede convertirse en un incidente diplomático internacional. No hay tiempo para problemas personales.
Duham se le acerca, resuelta, y Harry deja de lado la descripción de trabajos que ella conoce al menos tan bien como él, para observarla, curioso.
Tiene valor, la chica. Se para a su lado mirándolo directamente a los ojos, se gira, se empina sobre la mesa. Harry sonríe con disimulo, imaginando la cara que pondría Hermione al ver estrujados sus preciosos pergaminos.
No ir allí.
Huele a melaza y a cuero, y a calabaza.
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Charlie los encuentra echados en la hierba más suave. La cabeza de ambos se encuentra a la misma altura, estando Luna arrodillada. Ojos asombrosamente azules se encuentran con otros no tan diferentes, saltones. Salvo por el ocasional pestañeo, menos frecuente en el centauro que en la auror, deben llevar más de quince minutos inmó pelirrojo los observa, divertido. La chica ha girado la cabeza ligeramente. Firenze permanece impasible como el tiempo mismo. Perezosamente, el pelirrojo de aparta del árbol y se acerca a la visión azul-dorada, sin que ninguno de los dos personajes de señales de notarlo. No pasa menos de quince minutos más frente a ellos, antes de impacientarse.
−A ver si adivino. Estás estudiando el funcionamiento de sus ojos.
Incapaces de ignorarlo por más tiempo sin lucir insoportablemente snobs, ambos se giran hacia él, como imágenes en espejo
−Exactamente –responde Luna, al hacerlo−. Le parece muy interesante el funcionamiento del alma de los magos.
El pelirrojo asiente con gravedad.
−Gusto en verte de nuevo por aquí, Luna.
−Siempre es bueno venir cuanto los automnímbulos dorados anidan.
Firenze se gira hacia ella, y a Charlie le parece que le va a preguntar sobre los automnímbulos dorados, así que interrumpe.
−Venía a ofrecerle a Firenze que participara en mi próxima lección.
−Como profesor, supongo –comenta Luna, una sombra tras sus palabras.
Firenze vuelve sus ojos extraordinariamente azules, hacia el pelirrojo, una vez más, y este se apresura a responder.
−De más está decir. Ya yo soy las clases sobre fisiología de los magos y de las criaturas que no pueden expresarse. Nada más adecuado que cada especie hablando de sí misma.
−No me molesta –habla al fin la creatura−. En tanto tú seas modelo para mi próxima lección a los jóvenes de mi manada.
−Es justo –se encoge de hombros el mago−. Me encantaría tener a Lupin de vuelta para esa clase sobre hombres lobo.
Hay un momento de silencio, hasta que Luna, de golpe, señala más allá del Weasley.
−¡Mira, un Blibbering Humdinger!
La chica sale corriendo hacia la pretendida ubicación del ser inexistente, mientras Firenze sigue su mirada. Los machos, de una u otra especie, hacen un curioso cuadro, observando a la niña grande saltar una y otra vez hasta alcanzar la rama pretendida.
−¿Sigues preguntando por cada especie que se le ocurre inventar?
−En este mundo no hay nada imposible –responde el rubio, sin pestañear.
Y el pelirrojo se vuelve hacia el centauro, manteniendo la expresión jocosa, esperando que no se le note la lástima. Hay cosas imposibles en este mundo. Un centauro y una hechicera, son una de ellas.
−¿Algo nuevo? ¿De lo que te pregunté?
−Ni siquiera la ciencia de los centauros es tan antigua, Charles Weasley.
−¿Y las estrellas?
Los ojos intensamente azules del centauro parecen nublarse.
−Está bien que gran lobo ataque a la liebre. El lobo tiene una camada que alimentar, y la liebre no ha saltado lo suficiente. Sin embargo, no está bien que la arpía ataque un niño humano. No está bien que un humano ataque a otro. Las estrellas no saben gran cosa del bien ni del mal. La naturaleza es sabia y cruel.
−Estás hablando como Bane.
−Me preguntaste sobre las estrellas –comenta el centauro, impasible−. Marte brilla cada vez más.
El pelirrojo espera, pero no llega otra respuesta, y Luna está de vuelta, tan animada como siempre, aunque sin Blibbering Humdinger. Reconociendo la derrota, el pelirrojo decide salir
−Bueno, supongo que yo debería…
Y el centauro se pone en pie, de pronto, mirando hacia el castillo, justo antes de romper al galope.
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Harry se deja caer pesadamente en el sofá de la esquina, y se hunde; salta, se debate, sintiendo que se ahoga, hasta que de pronto el movimiento cesa y él se halla recostado y arropado. Pestañea. El corazón le bate como loco. Se levanta con ansiedad mal disimulada, y el mueble regresa a su posición lentamente. Mirando con sospecha el decorado excesivo de la habitación, el auror se sienta con cautela en la esquina de un sillón más convencional, espera un segundo, suspira. Toma un rato que se vuelva a relajar.
Frotándose el rostro tras las gafas (se le entumece, por todo el día de convertirlo en máscara, sea para reír o para esconder algo), e insistiendo sobre la cicatriz (que el sigue picando, aunque menos, desde el viaje) se pregunta fugazmente qué necesidad hay de tanto lujo no solo en la parte de la residencia reservada a príncipes y ministros, sino incluso en este lugar, sitio de reunión de aurores acostumbrados a recursos espartanos.
Fuera, le parece escuchar aún a los periodistas, aunque sabe que no es posible, que la residencia está bajo protecciones mágicas especiales. Como una película, su mente agotada proyecta escenas casi inconexas: un buró del departamento de aurores americano, lleno de archivos que se escriben a sí mismos; una pared oscura; platos cubiertos de nylon pero vacíos, que se llenan en tu mano; un auror tan cubierto de glamour que cabría preguntarse si estaba allí. Fragmentos de presentaciones oficiales, públicas, políticas, con todos los ojos clavados en él aunque sea Ron quien hable. Encuentros secretos con seres de acento casi incomprensible, que hablan en jerga extranjera sobre bombas de hechizos cuyo mecanismo hasta a Hermione le cuesta comprender.
Y Hermione, distante. Hermione, de la que él debería distanciarse. En la que, en realidad, ni siquiera debería estar pensando.
Sin embargo, le cuesta no sonreír al recuerdo de su ceño fruncido cuando la auror vio las habitaciones. De su protesta susurrada, sobre tal o mas cual país en vías de desarrollo, y cuántas vacunas podría comprarse con esto.
Pero no puede, no debe pensar en nada de eso.
En su mente, Hermione de beige sentada sobre una butaca intensamente roja, aparta el libro y le sonríe.
Harry sacude la cabeza.
Piensa en la escasez de aurores, tan seria esta vez que han tenido que traer aprendices.
Los mejores.
Los que no paran de asediarlos a preguntas.
Piensa en la casa que dejó atrás. No en la suya, llena de sombras, solitaria; sino en el hogar iluminado y lleno de libros en el que pasó las últimas semanas. No se le ocurre que sea extraño.
Ni siquiera se da cuenta cuando se queda dormido.
Su cuero cabelludo cosquilleó al roce de una mano femenina. Harry cerró los ojos. Había traición, por todas partes, salvo en esa mano. Hasta que se fuera, como todos.
Lágrimas de miedo, enfriando sus mejillas.
Labios temblaban, cálidos y secos, bajo los suyos. Sorprendidos. Un último destello de dorado brillante a la luz de las velas, borroso a través de las lágrimas, antes de cerrar los ojos otra vez. No quería escuchar de consecuencias.
"Confía en mí, Harry". Conocía esa voz. Confió.
Roce de labios, ligero. La vida reventando las costuras del invierno. Aferrarse. El roce áspero de una lengua contra sus labios. Locura, y el olor a cadáver que desaparecía en el sabor a calabaza y cuero, y melaza.
"Estoy tan cansado de las pesadillas"
El cuerpo de una espalda adolescente, revelándose. Hipnosis. Fuego con sabor a vodka bajando por su garganta. Hechizos de cadencia musical. Un cuerpo cálido aplastado contra su estómago, y tela sobre ambos, aislándolos de un frío terrible, de un miedo terrible, del mundo. Piel bajo sus labios. Olía a melaza. Su cuello, en el anillo candente de unos brazos de la chica-mujer. O no. Senos danzaban frente a él, pezones evidentes a través de tela beige. Textura de seda contra sus labios. El canal cálido y tibio de la mujer, rodeándolo, por fin. Piel bajo sus dedos, no menos suave que el género sobre ellos; seda, por todas partes. Un gemido, y las contracciones del canal, lanzándolo al abismo.
"Te amo", ahogado en un beso.
Se despierta jadeando, desorientado, con el cuello torcido por el sillón. Le cuesta enderezarse; tiene las piernas dobladas sobre el brazo opuesto del asiento. No recuerda haberlas puesto así, ni haberse cubierto con esta manta; al poner los pies en el suelo la mira como si fuera a darle las respuestas (y honestamente, qué gracia tiene ser mago si no puedes preguntarle a los objetos qué hacen aquí). La aparta y examina sus pantalones, incómodo, física y emocionalmente, por la humedad en ellos.
−No me gusta nada este lugar.
El sonido le recorre la espina dorsal de arriba abajo, y Harry musita el hechizo de limpieza al tiempo que se cubre precipitadamente.
Suena exactamente como salida de su sueño.
Salvo en el tono.
−Es frío e impersonal –continúa protestando Duham a medida que entra en su campo visual–. Ya sé que impresiona, y ese es el objetivo, pero vamos, ¿es necesario usar todo el ingreso anual de un pequeño país, para eso?
Es difícil ignorar el brillo dorado de la lámpara sobre los bucles castaños. Gira la cabeza y cierra los ojos, preguntándose de cuándo acá sueña con adolescentes. Aprendizas, además. Y la hermana de Hermione, nada menos.
Hermione, en quien no debe pensar.
Gira la cabeza hacia la chica, que está de espaldas a él, observando el mapa. No tiene que estudiarla para saber que tiene justamente las mismas curvas que su sueño, ha adivinado. "¿Por qué no?", piensa (desesperado). Los términos "distracción" y "justo a tiempo" no pasan por su mente, pero están ahí, en alguna parte.
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Nota de autor: Sí, ya sé. Comienza el esbozo de relación Harry/Duham. que se viene anunciando desde el principio. La mayoría sabrá por qué es escandaloso. Algunos se han alarmado por las escenas que desde los primeros capítulos anunciaban esto, y les he prometido no excederme. Con todo, voy a tratar de ser fiel a los personajes, y el hecho es que Harry, que no sabe lo que nosotros, necesita desviar sus deseos , y (concédanselo) tiene delante el objetivo perfecto.
Entonces, a los que les choque, hagamos lo siguiente: o se imaginan que se trata de Hermione (muchas referencias a Obliviate, aquí), o se saltan el capítulo (pero se van a perder parte de la intriga).
A los demás: espero no estar yo mism tan escandalizad que no le haga justicia al potencial. No me gustan los personajes incorporados al canon a gusto del fan de turno, pero Duham me gusta muchísimo. Y Harry como mentor es un imán.
