Yo soy

Se extiende visita diplomática de la comunidad mágica del Reino Unido

Ron Weasley, Ministro de Magia de Gran Bretaña, anunció en la tarde de hoy su permanencia en los Estados Unidos por otros cinco días, con el objetivo de solidificar los lazos de amistad y compañerismo entre las comunidades mágicas de ambos países mediante tratados de comercio. En la declaración oficial, en la que el político europeo destacó los lazos que nos han unido a través de la historia (ver en página 5), estuvieron también presentes dignatarios de los dos continentes, incluyendo los conocidos héroes de guerra británicos Harry Potter y Hermione Granger-Weasley (ver biografía en página 7), los cuales han aprovechado la oportunidad para nutrirse de la experiencia de nuestros aurores. La agenda oficial, actualizada, comprende un coctel de despedida al que dichos dignatarios estarán invitados.

Los tratados de comercio podrían o no incluir permisos para la exportación de mandrágoras y el retiro de impuestos para productos tan necesarios como el cuerno de unicornio, hasta ahora…

−Profesora.

McGonagall levanta la vista del ejemplar de "The New York Ghost" tan rápido como sus cansados huesos le permitien. Ojos que tan vivaces como los tuviera Dumbledore 30 años antes, se posan en el joven prefecto que ha entrado a su oficina de modo tan intempestivo. Lo interroga con la vista mientras su boca, en una línea severa, lo reprende. El chico la observa con aprensión desde la puerta, que aún sostiene con manos de nudillos pálidos. Aunque enseguida empieza a balbucear, no es la profesora lo que más lo intimida.

−Creo que está ocurriendo de nuevo.

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Es extraño lo que te hace estar lejos de casa. Harry no se considera particularmente patriota, pero las primeras notas de "God Save the Queen" lo conmueven; se halla a sí mismo saludando, la varita, vertical ante su rostro, y los ojos, fijos en su bandera. Su bandera. Su sitio. Este lugar le parece terriblemente frío, a pesar de estar mucho más cerca del trópico que su hogar. Los dementores no bastan para explicarlo.

No se le ocurre que eso tenga algo que ver con estar distanciado de su compañera.

Compañera que ha levantado la varita en perfecta sincronía con él, y una vez más ha dejado caer el muro entre sus centros de magia, permitiendo que el sentimiento, idéntico en ambos, haga eco de uno a otro, un eco tan a tono que se parece al silencio.

Aun cuando las notas se apagan y el acto avanza, el mago sigue respirando superficialmente, con un globo en el pecho muy parecido a la nostalgia o al orgullo, o a ambos. Ron aún sostiene el sombrero con las dos manos, con tanta fuerza que tiene los nudillos blancos, y sigue mirando la bandera. Explorando según dicta el protocolo, la vista del auror tropieza con Duham, a su derecha; la aprendiz tiene la mano contra el corazón. A Harry le sorprende verla llorar.

Es entonces que su mirada tropieza con Malfoy. No lo había visto antes, solo ahora se distingue claramente porque, aun habiendo tantos ingleses, es la única otra persona que sigue con la mano sobre el corazón. La otra sostiene un bastón en el que se apoya pesadamente. A Harry le parece que luce un poco enfermo. Pero ¿qué hace aquí?

Gira a la izquierda, la boca entreabierta, a punto de preguntarle a Hermione, pero duda. Ella sigue sin mirarlo a los ojos. Y, francamente, estos días, es él quien tiene más razones para mantener la distancia. No le gustaría que Hermione supiera de los sueños. La sola idea hace que él también levante sus defensas.

–Duham –pregunta, en su lugar.

–Auror –responde esta, secándose las lágrimas a escondidas.

Harry siente el temblor en su voz. Se sorprende teniendo ganas de abrazarla, en una emoción que le cuesta identificar. Es el tipo de cosas que le pasa con Hermione a menudo, pero en fin: una compañera es parte de ti. Sacudiéndose la confusión, se fuerza a regresar a lo esencial, al tiempo que pregunta:

–¿Qué hace Malfoy aquí?

La chica ya está sacando el celular del bolsillo. Harry aún no tiene tanta costumbre de usar la World Wizarding Wide Web, y le sigue pareciendo anacrónico ese aparato en este mundo de velas y paredes de piedra. Con todo, el progreso se impone.

–Fue nombrado embajador recientemente.

–¿Qué había de malo con el anterior?

–Un escándalo con una banshee, aparentemente –menciona la chica, acariciando el pulgar con la pantalla de abajo arriba; Harry supone que hace una lectura rápida del artículo en cuestión.

–Usaba recursos del estado para ello –se extraña Harry, espiando a su antiguo enemigo.

–No, es solo que los americanos prestan mucha atención a la vida personal.

No le gusta ver al rubio aquí, para nada. Si le faltaba algo de frío al país, Malfoy lo trae. El auror se asegura de que sus tres colegas estén en sus puestos, protegiendo al ministro, antes de moverse discretamente a la esquina, donde se desilusiona antes de deslizarse hacia el aristócrata. Este se ha volteado, y el movimiento de los guardaespaldas indica que se retira temprano. Con todo, es complejo apresurar el paso, con tanta gente tan cerca es imposible no tropezar con alguien. Moverse en los espacios vacíos se vuelve su objetivo. Malfoy está a la vista, no le cabe duda de que lo alcanzará.

Tropieza; un espacio vacío que no es tal. Al instante saca la varita y apunta al lugar aproximado donde se halla el otro objeto, pero no logra revelar su identidad; se ha movido. Girando los ojos a uno u otro lado, levanta un escudo. Casi se olvida. Hermione es quien usualmente se ocupa de la protección.

No pensar en eso.

Lanza un Expelliarmus informulado, y automáticamente siente la presencia, exploratoria y un tanto irritada, de Hermione. Con el rabillo del ojo mira a su puesto habitual; en efecto, no está allí.

–¿Hermione? –susurra.

–Harry –es la voz de su compañera.

–¿Qué haces aquí? ¿Quién está con Ron? Te dejé en tu puesto…

–Dejaste una ilusión en mi puesto. Me he estado moviendo a través de la multitud desde que hablabas con Duham.

Hermione suena fría, controlada, poco natural.

–Hermione –responde, prudente–, ¿qué dejamos en la tumba de mis padres en quinto año?

–No supiste dónde estaban tus padres hasta séptimo –sisea–. ¡Solo deja caer el maldito muro! Se supone que pueda rastrearte a través de continentes y aquí al lado tuyo sé menos de tu ubicación que de la de cualquier persona en este país. Y ya no veo a mi objetivo. ¡No podemos trabajar así!

A través del espacio aparentemente vacío, Harry ve a Malfoy desaparecer a través de una pared, con todo y limusina. Aprieta la mandíbula.

–Eres tú quien se ha aislado desde la redada.

Silencio, un sonido irritado. Harry la ve en su mente: los brazos cruzados, la varita en su mano derecha. Pero esta vez, es él quien tiene razón, y si fueran a debatirlo, tendrían que hablar de los sucesos durante la redada, y posteriores. Ninguno de los dos tomará el riesgo. La siente regresar a su puesto, dejando su magia expuesta a él. Se siente un poco como el fuego en invierno, pero Harry no se fía; puede que se aísle de nuevo. Si se arriesga a confiar, dolerá.

Con una última ojeada rabiosa al sitio donde dejó de ver a Malfoy, la sigue.

–Era Malfoy –le susurra al alcanzarla.

Su silencio lo sorprende.

–Siempre lo es –responde ella, al fin.

Harry se pregunta si debe molestarse.

–¿Qué viste?

–No estoy segura –confiesa la auror, llegando a su puesto y fundiéndose con la ilusión que la representaba como si nunca hubiera dejado de estar allí.

Harry, en cambio, debe regresar a la esquina para retomar su corporalidad. Duham lo sigue, torciéndose las manos.

–¿Lo seguimos? –pregunta por la comisura de la boca.

Harry casi sonríe. Le parece una niña jugando a detectives. Quizás se ha hecho muy mayor.

–Te falta entrenamiento para eso.

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La aprendiz pestañea, sacudiéndose el sudor que amenaza cegarla. Nunca se le ocurrió que fuera tan difícil ponerse en pie mientras bloquea ataques, pero no lo ha logrado en cinco minutos completos. Aunque Harry no ha hecho comentarios sarcásticos (como los que habrían hecho en preauror), salvo recordarle que deje de usar Expelliarmus (su muletilla personal) cada cinco segundos, esto solo lo hace peor. No puede ni apretar los dientes, furiosa, porque tiene que seguir invocando un escudo tras otro. La magia vibra en toda la habitación. Se pregunta si podría usar algo de magia sin varita sin que el Auror Potter se de cuenta.

–Yo que tú, seguiría entrenando a su manera –comenta Sorv, sentándose a su lado, las piernas cruzadas–. Ya yo te entreno sin varita.

Duham aprieta el puño. Un: "no eres tú quien está peleando desde el suelo" es lo que toca, pero no es el momento.

Harry baja la varita.

–¡Siga! –ordena la aprendiz, casi con furia, antes de arreglarlo:– Por favor…

Harry vacila, sus ojos pasando de los arañazos menores en sus mejillas y brazos a las rodillas sangrantes (en algún momento cayeron sobre los cristales de la lámpara que ya habían hecho estallar).

–Hermione…

–¡No es Hermione, es Duham! ¡Siga, por favor!

En efecto, los ojos que brillan con tanta decisión son verdes. Un sentimiento muy parecido al respeto, en su pecho. En realidad, deberían estar descansando para su siguiente turno, pero es ella quien ha pedido entrenamiento, y la verdad es que solo eso la salvará en batalla. Duda un momento más.

La varita se alza de nuevo.

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Malfoy tiene que estar por aquí, en alguna parte. Escrutando el buró lleno de papeles en una distribución escrupulosamente lógica, Harry se pregunta cómo puede haber tanta información, y cómo en tanto orden puede perderse la que necesita. Claro que lo uno responde a lo otro. Levanta el esquema que recuerda difusamente, de aquella patrulla. Se da la vuelta entreabriendo los labios, pero la pregunta se le queda dentro, y el nombre de su compañera se desvanece en la enorme habitación vacía. Claro, ella está de guardia. No pueden dejar solo a Ron, y no pueden dejar a dos aprendices juntos en una misma guardia. Aparte de actividades públicas, hace días que solo la ve en los cambios de turno. Deja caer los hombros, consciente de que esto es, sin embargo, lo conveniente.

Se fuerza a concentrarse en el trabajo. Hermione es metódica. La explicación que se requiere tiene que estar aquí, en algún lado.

Al lado, unas notas sobre una organización llamada "Caballeros de Walpurgis", y una descripción, debajo. Le suena de algo; pero claro, es un lugar geográfico, debe sonarle. Se inclina, lee la fecha de la fundación y se estremece, alcanzado por el frío terrible de las noches de Escocia cuando solo había una tienda sobre su cabeza. Por alguna razón, también le parece recordar una máscara de tigre. "Adolescentes más o menos influenciados por las ideas de Quien-No-Debe-Ser-Nombrado", "muy jóvenes para Azkaban", "se perdieron de vista en el caos de la post-guerra".

Su vista se desliza al esquema. Sobre el dragón, hay pegado un post-it. Algo sobre un espíritu protector. En algún momento Hermione comentó algo sobre pueblos antiguos creyendo ser literalmente el ombligo del universo. Los antiguos eran profundamente nacionalistas.

Hermione. Roce de dedos entre los suyos.

No ir allí.

Se cubre el rostro con las manos, con ganas de gritar de frustración. Tanta información inútil. Malfoy tiene que estar por aquí, en algún lado.

O no.

En realidad, todo lo que tiene es la visión de su antiguo enemigo, y un odio profundamente arraigado. Se pregunta si lo odiaría así de no ser por las pesadillas que Hermione aún tiene sobre su mansión. Se pregunta si hay algo aquí sobre él, o si sigue persiguiendo un fantasma.

Un destello de azul lo pone en guardia solo un momento: es Duham, atravesando la habitación a la carrera. Harry se encoge de hombros y vuelve al trabajo, pero apenas ha vuelto a mirar a la mesa cuando los gritos lo alcanzan. Son del tipo menos preocupante: alegría, entusiasmo. Conoce suficiente de miedo y de dolor, para distinguirlos a la primera. Las palabras "quidditch" y el nombre de un equipo americano acaban por hacerlo dejar el esquema donde estaba.

–¿Un partido?

–¡Lo pasan por TV! –chilla Duham, con el tono que usaría Hermione para referirse a la última edición de "Hogwarts, una historia"; la Confederación Internacional del Estatuto del Secreto de los Brujos sigue prohibiendo ese tipo de emisiones, pero Estados Unidos se ha apoyado en tecnicismos y sofismos, y mientras los teóricos los rebaten, las emite igual.

En la práctica, combinar quidditch y televisión tiene un resultado interesante sobre los brujos. Mucho dinero en juego.

Harry mira al buró, resentido. Lleva en esto más tiempo que el que probablemente dure el partido. Desde la misma posición puede ver por encima del hombro de Duham la maniobra en pantalla; algo que él ya ha logrado alguna vez, pero se ve más impresionante a través del cristal.

–Esos Wendigos son buenos…

–He calculado la probabilidad estadístico-matemática, arithmántica y rúnica de que ganen.

El tono de sabihonda lo hace sobresaltar ligeramente, no está seguro de haber escuchado alguna vez a un amante del quidditch expresarse así.

–¿Eso no es un poco como adivinación?

La mirada de la chica lo hace dar un paso atrás, pero los gritos vuelven a llenar la habitación, y de pronto Duham está de pie y chillando como una verdadera fan de los wendigos. Harry suspira, aliviado. Se deja caer al mismo tiempo que la aprendiz, a su lado, y solo lo percibe cuando la chica le pasa las palomitas. Como todos, cae bajo el hechizo sin demasiada resistencia.

–En talento no difieren demasiado de los Chupacabras –comenta.

–No, y además esos tienen mejor manejo como equipo –confirma Duham, pasándole una cerveza de mantequilla.

Ella estaba tomando del mismo lugar, pero Harry no lo piensa mucho antes de pegarse. Está en su punto de frío. La chica ha empezado a jugar con su cabello, mordiéndolo o pasándolo por sus labios; un gesto nervioso poco común. Harry nota que su pullover es una mezcla curiosa de imágenes de los Beatles y animes japonés.

–Con todo –agrega la aprendiz, el mechón de pelo en su mano–, he leído que el buscador de los Wendigos tiene el récord en este continente.

Y justamente el jugador se lanza en picada, y las frases fervorosas del comentarista se mezclan con los gritos de magos y brujas. Los buscadores de uno y otro lado de la pantalla siguen con la vista la pelotita dorada en un silencio profesional. Duham y Harry se inclinan inconscientemente con los gestos que esperan del jugador en pantalla, que de pronto luce desconcertado.

–¡¿Pero está ciego?! –reclama Duham– ¡Si está en la primera grada!

Harry se pregunta si será un juego arreglado, ha oído hablar de ello. La situación de la snitch le parece igual de evidente. Deja que Duham le arranque la botella de las manos y la vacíe, al tiempo que lanza otra mirada culpable al buró.

–No se puede pasar la vida trabajando –aconseja Duham, sin mirarlo.

El auror se sienta de nuevo, frustrado. Enseguida convoca dos botellas más.

–¿Sabe qué me gustaría? –dice Duham, agarrando una– Ver a nuestro equipo desde aquí.

Harry la mira, inquisitivo. La aprendiz le devuelve la mirada y le sonríe. Recordando sus lágrimas ante la bandera, le dan ganas de saber más, pero no sabe cómo sacar el tema. En el fondo, no tiene excusa para ello.

Los Wendigos marcan otra vez, y el otro buscador gira la cabeza frente a la cámara, visiblemente buscando la snitch.

–Ese es inglés –comenta Duham.

–¿Cómo…?

Levanta el celular de la mesita de café. Es toda la explicación que hace falta.

Los Chupacabras logran anotar.

–Extraño Inglaterra –las palabras salen por si solas del pecho de Harry, que se sorprende de la confidencia casi tanto como la chica a su lado.

Intercambian miradas incómodas y ella estira el brazo de la cerveza hasta chocar las botellas. Harry cree haber entendido: está apelando a la excusa del alcohol.

–Extraño la lluvia perenne –agrega la chica, con una media sonrisa, aprovechando la salida que acaba de crear.

–… y la nieve… –agrega él, siguiendo el juego.

–Y el acento.

–Ni siquiera entiendo a los de aquí –bufa el auror.

–Es bueno poder hablar con usted.

Lo ha dicho en un suspiro apenas audible, y a Harry el corazón le late muy rápido. Le parece que en ese suspiro hay algo de lobo herido. Más allá de la nostalgia por el país y su gente. Ha dicho "usted".

–Ni siquiera sé de dónde vengo –agrega, y esta vez, él la puede oír claramente. Se ha esforzado en que su tono no le de demasiada importancia a sus palabras–. No tengo idea de quiénes son mis padres.

–Yo tampoco me crié con mis padres –confiesa él, tras dudar un momento, tiempo insuficiente para darse cuenta de que esa información es de dominio público; ella no se lo echa en cara.

–Sus padres lo amaban –responde ella.

Suena como si eso hiciera toda la diferencia del mundo.

–Seguro que los tuyos te amaban, también.

–Pero nunca lo sabremos –comenta ella con una sonrisa triste, y suspira–. Mientras tanto, hay que pertenecer a alguna parte. Inglaterra, en mi caso.

A Harry se le ocurre que quizás la chica haya nacido en Australia. Se abstiene de comentarlo, pero la sola posibilidad lo hace consciente de cuán poco tiene esta chica, en materia de identidad. Cualquiera que sea la importancia atribuible a la historia familiar, ella le da mucha.

–Tú eres tú, Duham –le dice, mirándola a los ojos como si quisiera transmitirle esa certeza–. Eres muchas cosas: bruja, hija adoptiva –que tiene su importancia- de tus padres, hermana de mi compañera, y mi aprendiz. De quien estoy orgulloso, por cierto. Te aprietas las manos cuando estás nerviosa…

–¿Cómo lo sabe?

–¿Hace cuánto que te conozco? –responde él, riendo.

Pero algo en ella parece apagarse. No, no hace tanto que la conoce. Hace mucho más que conoce a Hermione, y ese es su gesto. Él lo nota un segundo más tarde.

–Vale, no hace tanto, pero sé lo que es un gesto nervioso. También juegas con tu pelo cuando estás distraída, te gusta aprender y los retos, amas el quidditch y la arithmancia –creo que eso significa que combinas lo mejor del trío–, te apoyas en la tecnología mucho más que nosotros, cambias de tuteo a respeto con más frecuencia de lo que puedo seguirte…

–¡Eh! No es justo. Es duro que tu profe sea el mejor amigo de tu hermana…

–… y amas a Inglaterra probablemente más que la mitad de su gente.

–Haría lo que fuera por ella –confirma la chica.

–¿Ves? Y… ¿de dónde sacaste esa ropa?

–La diseñé yo misma –dice ella, emocionada, dando un salto del sofá y extendiendo los brazos para enseñarle el pullover–. Me encanta el anime.

–Y diseñas ropa –completa él–. Al lado de todo esto, ¿qué importancia tiene quién te haya dado a luz?

La chica lo mira por tanto tiempo que los gritos lo sobresaltan. Duham comprende antes que él, Harry lo ve en su boca entreabierta y en sus ojos emocionados, en la manera en que la chica se pone en pie: el buscador extiende la mano hacia la snitch. Casi… casi… ¡La tiene! Los gritos del aparato se confunden con los suyos mientras saltan como críos, los dos, hasta que Duham se lanza a abrazarlo.

Pues resulta no ser remotamente tan incómodo como se temía. Encajan perfectamente. Cuando la chica se separa, las mejillas enrojecidas y los ojos brillantes, ligeramente avergonzada, a Harry le dan ganas de abrazarla de nuevo. Quizás, a algún nivel, y a pesar de toda su charla sobre la identidad, es el abrazo fácil y cálido de Hermione, con la boca inclinada hacia su cuello, lo que busca en esta chica, pero no se le ocurre pensarlo.

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Avance:

–No sé por qué, ni siquiera sé si debería decirlo, pero tengo la impresión de que estás flirteando.

Con todo, lo sorprende que ella se gire y lo enfrente. Le sostiene la mirada con firmeza.

–Auror Potter, llevo semanas flirteando con usted, ¿solo ahora se da cuenta?

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Nota de autor: Ya adelanté la mitad del próximo capítulo, así que el próximo viene pronto. Sus comentarios, por supuesto, ayudan. Casi siempre es un comentario lo que me impulsa a poner la escritura en mi lista, ya cargada, de prioridades.