Un permiso de doce horas, de vuelta en Inglaterra. La orden vino durante el cambio de turno. El pretexto: el debilitamiento de sus magias. Causa probable: la lejanía del suelo materno.
–Pero ¿se creerá que somos vampiros? –protestó Hermione entre dientes.
Como la orden fue transmitida por un subalterno, Harry no pudo distinguir si Luna se creía o no tal cosa. En cambio, supo que su compañera no hablaba de corazón. Este era el mejor regalo de cumpleaños que podían haberle dado a la auror.
No era exactamente un permiso, debían reportarse a entrenar. Luna necesitaba información y tenía a su vez instrucciones.
Naturalmente, cada uno viajaría acompañado por el aprendiz. Hunter, en el caso de Hermione.
Era más bien impresionante lo rápido que podía atravesarse el mar con magia, y lo inadvertidas que podían pasar sus horas de ausencia, en contraste con la cobertura mediática que habían tenido su llegada y su presencia en suelo americano.
9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾
Ron vuela delante, con el ministro de turno y Hermione, que hace de intérprete y mediadora, sin permitir que la escoba la amedrente o al menos, que se note. Harry se mantiene unos pasos por detrás; se supone que no esté al tanto de las conversaciones, aunque, en los buenos tiempos, se hubiera enterado, igual. Ahora está más al tanto de su aprendiz. Está volando detrás de él, y el mentor sabe que no es cuestión de destreza con la escoba. Al observarla, nota los labios temblorosos y azules. En efecto, los dementores se le han acercado más que a los otros.
–Esas cosas horribles –protesta la chica, tiritando–. Es como si se hubieran ido de Azkaban para concentrarse aquí. Y tener descendencia.
–Esta noche estaremos en casa –la anima el mentor.
Ha encontrado el chocolate que siempre lleva en su bolsillo. La chica mira del dulce a la mano extendida del profesor, y luego, a sus ojos, interrogante. Harry se vuelve enseguida, se supone que están a cargo de la seguridad de Ron y no se va a arriesgar con eso, muy a pesar de la presencia tranquilizadora de su compañera, que está, además, más cerca del objetivo. Su patética falla en encontrar a los jefes del grupo terrorista, le da la impresión de estar rodeado. Y no por dementores, solamente. Siente el dulce siendo extraído de su mano y escucha abrirse el paquete, pero se echa atrás, sorprendido, cuando pone un cuadrado frente a sus propios labios.
–Alcanza para los dos.
Incómodo, agarra el chocolate con la mano, echando una ojeada a Hermione. Algo le dice que los ha visto. No son pocos los secretos que le está guardando, estos días.
No consciente de esto, Duham se está chupando los dedos, golosa, a pesar de que el azul de su piel no ha desaparecido del todo.
–Tengo mi viejo boggart por ahí. De vuelta a Inglaterra, lo recojo.
Eso la tiene deprimida el resto del viaje.
9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾
–No me diga que no puede con el peso –bromea Duham.
Harry, con gesto indiferente, levanta la otra maleta. Sus zapatos se hunden otro centímetro en el suelo, pero no hace un gesto. Ha desarrollado bastante su musculatura desde aquel adolescente desgarbado y malnutrido. Sin embargo, su aparente indiferencia tiene mucho más que ver con su disciplina, y con un deseo irracional de lucir como un héroe. Paradójico, ya que se ha pasado la vida escapando de ese papel. Ha aprendido lo suficiente de las microexpresiones de su aprendiz, como para saber que está impresionada. En este caso, lo disimula riendo.
–¿Algo más que cargar? –presume el auror.
Duham lo desconcierta dando media vuelta a su alrededor. De no haberla visto, su reacción habría sido probablemente mucho más dramática cuando la chica se subió a su espalda. La reacción hace chocar las maletas con sus piernas, lo que, sumado al peso, lo pone al borde de la caída. No sabría decir cómo se mantiene en pie. Menos, cómo da un paso. Y sin embargo, camina. Hasta se gira y le sonríe. Los ojos de la chica lucen particularmente similares a los suyos, a la luz de la luna.
Claro que pasado un tiempo suficiente para no parecer desesperado, hace levitar los bultos ante ellos, cuidando de usar magia no verbal y sin varita. Nada de perder el prestigio.
El aliento de la chica contra su cuello le pone la piel de gallina.
Desde la ventana de la oficina de Ron, Hermione los sigue con la vista, aparentemente impávida, mientras el ministro le pregunta la utilidad de la silla de escritorio. El pelirrojo no deja de girar sobre esta como sobre cualquier atracción de parque.
No nota la sangre de su mujer, cómo esta sale de sus palmas y se desliza por sus uñas y el dorso de sus dedos plegados, ni la gota solitaria que cae sobre la alfombra.
9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾
Seis horas completas de sueño, un verdadero lujo. Casi le da rabia no aprovecharlo. Con todo, pasarse la noche dando vueltas en la cama está fuera de discusión, así que a las tres de la mañana está en la sala de entrenamiento, dando su quinta vuelta en torno a la sala.
Es el 19 de septiembre de 2019.
Hermione cumple 40.
O no.
La suspensión temporal durante su secuestro hace muy difícil precisar su edad ahora es más joven que él, lo que no deja de resultarle simpático-, y asimismo, la fecha exacta en que cumple años.
Da igual.
Es su cumpleaños, y ni siquiera están en el mismo país.
Harry no piensa en eso. No piensa y punto. El corazón bate potente en su pecho, y una gota de sudor solitaria resbala por su cuello ya empapado. Harry cuenta. Uno dos... "Un auror inglés", canta en su mente, "fuente del poder. El muro, el muro, el muro gris, el muro gris y rojo..." No es una canción elaborada, sirve para mantener el ritmo durante los largos entrenamientos, y Harry la usa con sus aprendices como alguna vez la usaron con él. Es útil y punto.
Más útil que él, en cualquier caso.
Podría estar pensando en los cumpleaños anteriores. Sobre todo en Ron, buscando complicidad cuando Hermione lo mandaba a paseo por olvidar la fecha o por tratar de regalarle un elfo ("¡era broma!" ). "Y no la llames Herms" le recordaría el auror, paciente, solo para verlo fallar en esto, también. Ron nunca lo ha entendido, y Harry tiene la intuición, pero no la destreza lingüística para explicarle que hay magia en un nombre, que este representa la persona hasta volverse su esencia misma; no tiene las referencias literarias para ilustrar cómo el nombre de algunos cambia al recibir una misión. Nunca ha necesitado que su compañera se lo explique. No le parece tan difícil pronunciar su nombre, entero y perfecto: Hermione.
El ritmo del ejercicio lo tranquiliza hasta parecerse al sueño. "Cinco aurores, cinco aurores, cinco aurores muertos", canturrea. "Mi compañero, el seis. La Bestia, la Bestia..."
La ve de reojo, amarrándose el cabello en una coleta deportiva antes de echar a correr hasta ponerse a su altura. El corazón le ha dado un vuelco de verla tan hermosa y tan... joven. Es Duham, claro. Por un segundo pensó
Son las cuatro, y Duham también está despierta desde medianoche. Hasta ahora, el celular la ha mantenido ocupada, pero no aguantó más, se vistió y vino a entrenar. No esperaba encontrar a Harry. Tampoco la sorprende. "Varitas, luz de cielo, alas de ciclón. Seis aurores, seis aurores, seis aurores muertos. Mi mentor, el siete" canturrean a coro, como si estuvieran entrenando en el grupo. Ella solo está un pelín más cerca.
A las cinco y media aún no han llegado los demás. Mentor y aprendiz se han tendido sobre la manta de entrenamiento. A Harry se le ocurre que estaría bien tener un techo encantado, aquí. Como el del Gran Comedor.
Voltea la cabeza hacia la chica, que hace un momento estaba apoyada sobre un codo, la cabeza sobre esa mano, mirándolo, pero ahora está acostada sobre su espalda, celular en mano. Es un cachorro: cambia continuamente de posición, los ojos brillantes y la lengua ágil. No ha tratado de establecer conversación, pero le ha hecho algún comentario. De qué, el auror no sabría decir. El sueño lo vuelve poco coherente. También lo ayuda a no pensar en lo que evidentemente podría estar pensando. Quizás la continua distracción de su aprendiz lo ayuda, también. Es curioso que no hayan hablado de por qué están ambos aquí de madrugada.
–... siete aurores muertos. Mi aprendiz, el ocho–canturrea la chica, mientras marca.
¿De dónde habrán sacado esa canción? piensa Harry, cerrando los ojos y dejándose ir.
–Está despierta –se le escapa.
–Ya le mandé un mensaje a medianoche. ¿Debería llamarla? –valora la hermanita.
Harry no responde.
9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾
Tendida sobre el césped, de cara a las estrellas que las luces circundantes le impiden ver, Hermione extraña Hogwarts. Era todo tan fácil, entonces. Cierto, monstruos susurraban en las paredes del castillo, algún troll usaba el baño de chicas, y un perro de tres cabezas podía acabar arrancándote la tuya. Pero no había política para complicarlo todo.
Cuánto más fácil sería encontrar al culpable de esta crisis, si fueran adolescentes, de lo que es para ellos como figuras públicas. Cuánta menos burocracia.
Su mente bulle con mensajes ocultos de tantos políticos de sonrisa carnicera juraría que al menos algunos tienen tratados clandestinos con la parte equivocada de Inglaterra-, pero no sabe integrarlos. Diría que la parte más importante a ellos también le resulta desconocida. Ron, en el otro extremo del espectro, sabe más de lo quiere admitir incluso ante ella. Es político, también; no le puede reprochar que guarde ciertos secretos profesionales. Mirando a las estrellas, ruega a Merlín que no sea la información que le falta a los demás. Ello implicaría un conocimiento demasiado íntimo del lado oscuro.
Además, están las distracciones.
Cierra los ojos, sintiendo cómo se cierra su garganta. Es difícil, tan difícil, no pensar en su hermanita, en Britania, con su compañero. Es tan difícil no envidiarla.
Quizás sería menos complejo si tuviera algún caso suyo en que trabajar. Desde los Lefaye, nada digno de mención. Participar en casos de otros redadas o misiones diplomáticas- no llena su tiempo ni su mente como se necesita para que deje de pensar en el bebé torturado por el que ni siquiera puede preguntar.
O en su compañero.
Pero no debe curiosear, y no logra concentrarse en los cabos que debería estar atando. Lo único que puede hacer, es extrañar.
Hogwarts: olor a pergamino, la voz templada de McGonagall, dorado saliendo de su varita en dirección al ratón de turno, y ese pliegue en las comisuras de los ojos de la profesora que decía: "estoy orgullosa de ti". Hogwarts: miles y miles de tomos ordenadamente dispuestos en estantes; su mesa preferida de la biblioteca, frente a la ventana, desde donde se veía verde desde el gris del castillo hasta el marrón cambiante del bosque. La cabaña de Hagrid en el camino, con su huerto de calabazas tras las cuales se había refugiado con Harry, aquella vez. Hogwarts: tenderse en el sofá de la sala común, escuchando crepitar el fuego. Vivir la novela mientras leía cualquier otra cosa; los chicos jugando snap explosivo bajo su mirada en cierto modo protectora. Deslizarse a través de los pasillos bajo la capa de Harry. La Sala de los Menesteres, y el calor de Harry a su espalda, mientras la nutria plateada se deslizaba de su varita. Al mirar arriba, de noche, desde el Gran Comedor o desde la Torre de Astronomía, las estrellas.
Harry está bajo las mismas estrellas más o menos.
Hogwarts: amigos, libertad.
El pasado, una página, y el futuro, todo un libro en blanco.
Hogwarts
Estaba en la Torre de Astronomía, con Harry. Como tras el entierro de Dumbledore. Era de día, igual. Sin embargo, se veían las estrellas. Nadie dice que los sueños sean coherentes. Harry tenía la mano contra el muro, y ella también la colocó, curiosa. La sensación era rara, vibrante, como agarrar una manguera a través de la cual pasa agua, o sangre.
9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾
–El condenado hechizo no me sale –se queja Duham, sin dejar de practicar el movimiento de varita; sus ojos tienen toda la seriedad que su pose desenfadada pretende desmentir. Creo que cada Granger tiene su punto débil. El de otros, es la escoba. El mío, es el patronus. ¿Tiene sentido?
Harry sacude la cabeza.
A su alrededor, los chicos se entrenan, echándoles miradas curiosas al par. La falta de sueño hace a Harry hipersensible a la atención, pero el asunto que tiene entre manos es más serio. La chica es la más avanzada de la clase, puede escribir un libro sobre los Patronus y tiene magia suficiente para producir un escuadrón de ellos. ¿Por qué no le sale, cuando el mismo Harry tuvo éxito a los 13? Duham ha sido mucho más feliz que cualquiera de ellos.
Es un hechizo avanzado, pero el truco es el recuerdo.
–¡Pero es que lo he intentado con todo! Recuerdos con Hermione, con mamá, con papá
–¿Tus amigos?
La chica aprieta los labios en una línea. "No quiero hablar de eso" parece decir.
–¿Será el movimiento de varita?
–Todavía no he visto un caso en que ese sea el problema– contesta el profesor.
Hace un minuto que un avión de papel insiste en chocar contra su sien. Es difícil concentrarse en la lección. Por otra parte, sabe lo que dice el mensaje: Luna requiere su reporte. Por inútil que le pueda resultar.
–¿Estarás bien?
Duham para de moverse para observarlo, y el mentor se aclara la garganta, incómodo, consciente de su desliz. Es que han pasado tanto tiempo juntos en América (compartiendo las guardias y por tanto el turno de descanso, en un lugar pequeño, tan rodeados por extraños que casi parecían náufragos) que se siente un poco raro dejarla sola.
Su preocupación no era superflua. Una vez el auror ha partido, las risitas y los comentarios a su alrededor se vuelven evidentes. Duham hace su mejor esfuerzo por concentrarse en el hechizo, pero finalmente detiene el movimiento al tiempo que cierra los ojos y suspira. Las risas se intensifican. Quisiera que preguntaran ya, y poder darles la respuesta que se merecen.
–¿Qué pasó exactamente en América?
Desgraciadamente, no es el club rosa el que hace el primer movimiento, sino uno de los chicos. Estos le caen mejor. La respuesta tiene que ser cortante, igual.
–Eso es problema de quienes fueron a América.
–Sabes que una aventura con tu mentor conlleva expulsión inmediata.
No es estrictamente cierto: un cambio de mentor conlleva mucho papeleo, pero es posible. Así que es cierto cuando dice:
–No se me ocurriría poner en riesgo mi carrera.
El club de las chicas, del que ha estado tan feliz de ser excluida, sigue riendo y mirándola de reojo. Le da ganas de gritar. Al pasarles por al lado, le lanzan una pregunta que no entiende y no se toma la molestia de entender.
–No somos amigas, Barbie –contesta.
Quizás está un poco demasiado irritable. La falta de sueño, probablemente. En los vestidores, se recuesta en varios asientos, apoyando un pie sobre el último de ellos; la rodilla en alto lanza una sombra triangular. Para cuando cierra los ojos, y coloca el brazo sobre estos, ya lo ha visto tras la puerta.
–El tema no está abierto a discusión.
–¿Qué te hace pensar que vengo a discutir?
La chica hace rodar las órbitas bajo párpados cerrados. Tantas, tantas razones
–Sé que no he sido el mejor compartiéndote –admite Sorv, tras un largo silencio–. Sabes que dependo demasiado de ti.
Lo mira, preguntándose dónde aprendió a decir la retorcida verdad de una manera tan elegante.
El chico es muy pálido. Su cabello negro, sedoso, le recuerda al Auror Potter. Duham no sabe muy bien quién le gustó primero, y quién, a causa del parecido con el otro. No recuerda la primera vez que vio a su mejor amigo. Ahora, son de la misma estatura, aunque estando ella acostada, no se note.
Estás feliz sugiere, cautelosa.
–El caso es que esta vez no tengo nada en contra.
Sí, está feliz. Lo ve en sus ojos de destello rojizo, en la manera en que se fruncen sus cejas. Quizás un extraño no vería nada en ello (no sabría decir, nunca ningún extraño ha visto a Sorv, que ella sepa), pero lo conoce desde hace demasiado tiempo.
No está segura de que sea bueno que Sorv esté feliz.
–Si te he impedido hacerte de amigas, se supone que esté aquí para intercambiar historias de chicos, ¿o no?
Lo ha dicho con un deje femenino que la hace reír a su pesar.
–Vamos, sabes que me quieres contar.
El caso es que ella tiene otros amigos, y su mejor amigo no se pone celoso por ello. Quizás le está buscando la quinta pata al gato.
–¿Qué podría contarte, que no sepas? –pregunta, mirando de nuevo al techoTodos los títulos (veterano, legendario, poderoso) son un tanto fríos
–De alguna manera hay que expresarlo –responde Sorv entre dientes.
–No te ha sentado tan bien.
–Es lo de héroe. Sabes lo que opino al respecto.
Mejor no llegar a ese tema.
–Lo principal es que es mi mentor, y es increíble, Sorv. Tengo tanto que aprender de él... A su manera, es tan brillante como mi hermana.
–¿Qué alumna estrella no ha caído bajo el hechizo de su profesor? –aporta el chico.
–A mí me ha tomado un poco demasiado tiempo –protesta Duham, sentándose.
–Yo también fui tu profesor...
Lo empuja, en juego, y él ríe entre dientes. Hay algo de euforia en contar estas cosas. Nunca había tenido la oportunidad. El espejo frente a ella muestra ojos brillantes y una sonrisa un poco idiota, la cabeza inclinada hacia atrás. Le parece que se ve particularmente bonita.
Nunca le había prestado atención a tal cosa.
–Hay algo más. No puedo ponerle el dedo encima. Es como un tirón en mi sangre. Química. No sé.
–Tú no crees en las almas gemelas.
Se encoge de hombros. Claro que nunca ha creído en ello. Ni siquiera ha merecido la pena discutirlo, jamás. Sin embargo
–¿Sabes de esos puntos?
Se toca el dorso del brazo izquierdo hasta la muñeca, y la espalda, cerca del cuello. Lugares que en ella son de lo más sensibles, como Sorv sabe perfectamente.
–Él responde exactamente igual que yo.
–Mucha gente tiene mayor sensibilidad allí.
–Dije "exactamente igual", y son solo aquellos sitios que he tocado accidentalmente. Además, le gusta el quidditch
–Pero ¿me quieres convencer de que son almas gemelas?
Sorv la mira, con una sonrisa ligeramente depredadora.
En realidad, ella no quiere decir tal cosa. Simplemente, que hay una sensación de pertenencia, como si fueran del mismo clan. Se pregunta si la relación mentor-alumna ha venido a replicar de alguna manera una relación padre-hija. Lo descarta. El señor Granger fue un buen padre, ella no echó en falta ese tipo de vínculo. ¿O sí?
9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾
–Ron, te aseguro que no tengo ningún deseo de celebrar mi cumpleaños.
–Vamos, Hermione, a todo el mundo le gusta su cumpleaños, y a todo el mundo le gustan las ferias.
Hermione rodó los ojos, preguntándose qué Ron había aprendido sobre ella en los últimos veinte años.
–Ya deberías saber que a mí, no.
En otras condiciones, Hermione lo habría ignorado por el resto del día, o hasta que Harry lo hiciera entrar en razón. Ron, por su parte, se hubiera encerrado dramáticamente quejándose de sus esfuerzos incomprendidos. Pero estaban en un país extraño, él era el ministro y Hermione, su escolta.
Por eso Hermione, su uniforme y su ceño fruncido se abren paso entre los escasos clientes (es jueves) de una feria muggle más bien discreta. Cubre la retaguardia, sitio más probable un ataque.
Una salida como esta es una locura, Ron necesita madurar con urgencia si aún no se ha dado cuenta de que su caprichoso regalo de cumpleaños puede acabar matando a la homenajeada.
Una barba de helado sobre el labio superior, Ron la hala hacia la rueda de la fortuna, donde el pelirrojo se balancea feliz mientras su esposa se colorea de verde –su miedo a las alturas no es exclusivo de volar en escoba–. Quizás Hermione parezca la clienta más escéptica que ha tenido el Túnel del Terror en su historia, aunque en realidad le encantaría poder cerrar los ojos o dejarle esta tarea al aprendiz; pero, en fin, a quién asusta un payaso malévolo tras haberle dado la cara a Voldemort. La espalda contra el kiosko, la auror mira pasar las nubes mientras Ron hace su tercer intento de ganar para ella el peluche más feo que cualquiera de los dos ha visto nunca.
Lo peor es, claro, la adivina. Solo levanta una ceja mientras Hunter se desternilla de risa, la oreja extensible desapareciendo en la carpa. Aparentemente, Ron hallará su primer amor en una chica con un pasado reprensible, como el suyo. Hermione no puede contar cuántas cosas están erradas solo en esa afirmación. Igual, ya los ha complacido en tantas cosas que opone una resistencia muy débil cuando la empujan hacia la carpa. "Que esto se acabe antes de que lo maten" pide a quien sea que la esté escuchando.
La adivina, con su turbante y su bola de cristal, parecía una caricatura de Miyasaki en aquella atmósfera tan cargada de incienso.
–Te vendría bien creer, sí –dice, sacándose el cigarro de la boca mientras la escrutina.
–Difícil, habiendo escuchado lo que le dijo a mi esposo.
–Oh, él no es tu esposo, no, no.
Da risa que esta mujer pretenda saberse su vida mejor que ella.
–Son diez, querida. Sí, diez.
Le dan ganas de ponerle diez galeones ordenadamente sobre la mesa, pero sería una ruptura grave del estatuto. Lo pone en euros, absteniéndose de comentar que no le cree demasiado a quienes cobran profecías.
–Termine pronto –le recomienda–. Voy a encontrar al príncipe azul y todo eso.
–No, no, no, tú ya estás ligada a alguien.
Eso le gana una mirada especulativa. Hermione se echa atrás y cruza los brazos. La mujer apaga el cigarro, retorciéndolo contra el cenicero.
–¿Quién es esa, ligada a los dos? Hay algo oscuro en ella, sí, sí.
"Deja a mi hermana en paz" le quiere decir pero se aguanta. La mujer solo está pescando.
Probablemente.
9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾9¾
–Realmente no esperaba que lograras un patronus en doce horas –responde Harry, dejando la toalla sobre el dorso de la silla con un gesto irritado–. Solo me llevo el boggart y listo.
En realidad su frustración tiene poco que ver con ella, y mucho, con la noche sin dormir, su falta de utilidad a Luna durante el reporte, lo breve del viaje. Quizás incluso más con el hecho de que la vuelta al hogar no le haya dado la satisfacción que esperaba.
–No sabría qué hacer con el tiempo libre.
–Ve a ver a tus padres.
–Ni siquiera saben que estoy aquí, y en menos de una semana estaré aquí de nuevo.
–Duham, eres una chica hermosa y brillante. Me cuesta creer que no tengas con quién pasar cuatro horas libres.
–¿Has visto a los chicos alrededor? Ni de broma.
El auror se volvió, y sus ojos verdes, al reflejar la luz de las velas, brillaron sobre ella. Verdes como los míos. La imagen la dejó sin aliento.
–El movimiento de varita.
Duham asiente y lo deja colocarse tras ella con un discreto bufido excéptico) guiar su mano. Esta vez, el entrenador permite que el olor intoxicante llene sus pulmones, a medida que las manos, unidas, se mueven lentamente en un dibujo sencillo. Duham gira la cabeza, mirando el brazo que no llega a rozar el suyo propio. Le gusta el olor a menta. Le gusta el calor sobre su espalda. Generalmente, mientras entrenan así, hay toda un aula observando. Por una vez, están verdaderamente solos, y se permite disfrutar de ese momento.
De pronto, casi sin quererlo, humo plateado sale de su varita.
Se quedan absolutamente quietos, inseguros de qué ha pasado. ¿Ha sido la magia de él la que ha llegado, a través de la de ella, a la varita?
–Inténtalo sola –sugiere, sin atreverse a dar la enhorabuena.
Se aparta de ella. Nada imita el calor de Harry contra su espalda, pero Duham cierra los ojos y se concentra en el recuerdo fresco –menta, verano–, mientras repite cuidadosamente el patrón y el hechizo.
Al abrir los ojos, es sobre todo por la mirada atónica del mentor, que sabe que ha funcionado.
–Felicidades –dice el auror gravemente. Intenta de nuevo.
Seis o siete intentos, y todos funcionan, ante la sorpresa del auror. La luz plateada ahora toma una forma imprecisa.
–No sé si sea animal o vegetal –bromea la chica.
El auror asiente. Es siempre bueno ver triunfar a sus aprendices.
–¿Voy a por el boggart?
Duham se encoge de hombros, pero el estómago se le ha achicado.
–Cuando estés lista.
Verla prepararse es un poco como verse a sí mismo a los 13. La mano apretando la varita hasta temblar, la postura inclinada, en guardia.
Uno, dos...
Y el dementor se levanta lentamente de la caja, al tiempo que las luces parpadean hasta apagarse, dejando que el frío se apodere de ambos. Harry sigue apenas la silueta de Duham, que convoca una débil luz plateada antes de derrumbarse; la sostiene y la coloca en el suelo antes de obligar al boggart a regresar a su hogar. Casi enseguida, la chica vuelve a moverse. Él se ha sentado en el suelo, a su lado, los brazos alrededor de las rodillas y el paquete de chocolates en la mano. Le ofrece uno en cuanto la aprendiz abre los ojos, en silencio. Esta se apodera de él y ambos comen sin una palabra.
–Esto es un avance prodigioso –la tranquiliza al fin, mirándola a los ojos–. No te exijas más. Hace un rato ni siquiera lograbas un patronus.
–Todo mi grupo tiene uno corpóreo– insiste ella, sin mirarlo.
–Ninguno de ellos ha tenido una reacción tan mala –apunta él–. No he visto una así desde mi propio aprendizaje.
Es una pregunta con la opción de no contestar, y ella acepta el desvío, masticando en silencio. Harry se pregunta cuánto se saldrá de sus potestades como mentor, si le pregunta a Hermione.
No pensar en ella.
Duham, como sin darse cuenta, se ha acercado a él. Aún está fría, la habitación.
–Hermione, ¿puedo preguntarte algo?
La chica asiente, sin corregir su nombre.
–¿Cómo lograste avanzar tan de pronto? Disculpa, pero es como para plantearse que ya lo hubieras logrado a solas, y quisieras mostrármelo con un poco de dramatismo extra.
–Ahora, si le respondo, va a sonar peor –La hechicera sonríe.
–¿Cómo, peor?
–Digamos que mi recuerdo feliz estaba más fresco en mi memoria.
Harry abre la boca, la cierra, la abre de nuevo.
–No sé por qué, ni siquiera sé si debería decirlo, pero tengo la impresión de que estás flirteando.
Con todo, lo sorprende que ella se gire y lo enfrente. Le sostiene la mirada con firmeza.
–Aurorr Potter, llevo semanas flirteando con usted, ¿solo ahora se da cuenta?
