Nota de autor: Estoy en cuarentena y sin Internet, salvo que alguien me de un momento en la suya. En cambio, tengo varios capítulos más, escritos, con lo que las publicaciones específicas están aseguradas por este mes.
Sin embargo, ahora que trato de publicar, la máquina ajena está reaccionando mal con el sitio web: falta puntuación, sobre todo en los diálogos, y hay correcciones automáticas que no ordené y que dan resultados extraños (acabo de recortar a Al lo que este celular había extendido a Alabama). Lo estoy corrigiendo, advierto salvo que "se me vaya" algo.
Bienvenidos a los chicos nuevos, me da tremenda alegría cada vez que veo uno más que me ha añadido a sus favoritos.
Aplausos a todos los médicos, enfermeras, técnicos de la salud, que leen y sus familias. Todos los que en general están ahí afuera en tiempos de pandemia. Qué corazón más grande tienen.
A los demás, quédense en casa, ¡por favor!
Descargo de responsabilidad: Ustedes-Saben-Quién escribió Harry Potter, pero se supone que lo repitamos cada vez.
Bastet
Pies separados, hombros a la misma altura, protectores sobre sus orejas, el brazo estirado sostiene la pistola al tiempo que el otro sostiene al primero. El entrenador parece medio inquieto y medio complacido de su postura. Complacido, porque le ha enseñado y Hermione es, siempre, una alumna ejemplar. Inquieto, porque es una extranjera, y aunque en rigor se le permite estar aquí, al empleado no se le escapa que los ingleses, esta vez, no son, precisamente, invitados.
Complacido, además, porque le gusta. Hermione lo ha notado en las mil maneras en las que ha sido ligeramente demasiado amable, en las que ha estado un milímetro demasiado cerca. La auror lo ha registrado, sin prestar demasiada atención. Merlín sabe lo poco que le hace falta el romance a su vida.
Apunta y dispara, pegándole al muñeco demasiado lejos del centro de la diana. No es tan diferente de una varita, pero es diferente. Por qué los aurores ingleses no entrenan con pistolas, se le escapa; no le gusta herir, pero en batalla siempre se hiere, y no siempre hay una varita a mano.
No importa.
Siente el estallido de la máquina cada vez que presiona el gatillo, y con cada disparo, un poco de tensión se disipa o se ajusta a los músculos necesarios, a la postura; su cuerpo, adaptándose a la nueva herramienta. Otro disparo, y el retroceso la obliga a reajustar. Otro disparo. Sus oídos no sufren la explosión, que sin embargo reverbera por su cuerpo. Otro disparo, y otro, y otro, en rápida sucesión. Una especie de exultación ciega, expandiéndose por su cuerpo.
Las siguientes balas golpean el centro de la diana, sin errar.
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–Noah, ni siquiera se ven bien juntos, ella es muy bajita.
–Apenas más que su hermana.
Hermione se detiene en seco, el corazón latiéndole aprisa. Michael da tres pasos más, estruendosos y torpes, sin que las chicas lo escuchen, a pesar de que el cubículo del departamento de aurores en que se encuentra parece estar justo al lado de la charla.
–Pero si es de lo más machorra
–Te digo que se fueron de la mano.
–Además, ¿viste como tenía el pelo? A ver qué estarían haciendo tan temprano en el salón de entrenamiento
Se fuerza a dar el siguiente paso, y el otro, y pronto está marchando a la misma o mayor velocidad. Al sonido de sus pasos, las tres aprendices le dirigen miradas de terror. Atraviesa el resto del departamento como una exhalación, y va directamente, sin preguntar, hacia la oficina de Luna. Gira el picaporte y... cerrado.
El aprendiz sentado en el escritorio a su derecha se congela frente a su mirada.
–¿Dónde está Luna?
Se levanta en firme. Detrás de él, la ventana; llueve, de nuevo. El felino en el cuadro a su lado (¿Sejmet?) Le echa miradas como listo para merendárselo. Huele a presa. Hermione nota sus uñas roídas y la tiza en su hombro derecho; le gustará el billar. El pensamiento la irrita sobremanera.
–¡¿Cómo cómo no está?!
El chico tartamudea, ofrece disculpas que no le competen. Hermione se frena, apretando los labios y recordándose a sí misma que no es esto lo que la exaspera. Respira profundo.
–¿En Hogwarts? –lee entre líneas del balbuceo confuso.
Asentimiento vigoroso.
–Quédate –le ordena a Hunter, sin mirarlo.
Con un ondeo de su capa, Hermione se arrodilla frente a una de las varias chimeneas sin grabados ni pretensión, del departamento, el frío del suelo a través de sus pantalones y el calor del fuego frente a ella, dándole náuseas anticipadas. No le gusta que su cabeza gire sola, ni siquiera cuando sabe a dónde va. Respira profundo, para frenar su respuesta visceral tanto a las noticias recibidas como a la expectativa de tener parte de su cuerpo a kilómetros. De ningún modo puede dejar que el cambio de humor llegue al otro lado. Cierra los ojos e introduce la cabeza en la chimenea.
El despacho se asemeja más al Dumbledore de lo que recuerdaba, y los directores siguen dormitando en sus sillas. Algunos gatitos antaño en el departamento de Umbridge, habiendo entonces escapado –al parecer, ni sus gatitos la soportaban–, ahora son las mascotas comunes de los cuadros o se han buscado dueño; algunos duermen sobre uno que otro director; una bruja distraída acaricia al suyo mientras se hace la dormida. Los vivos, ausentes. Dumbledore no está a la vista. Siempre podría llamarlo en una emergencia, pero no lo va a despertar de su sueño simulado porque su jefa no está en el puesto de trabajo.
Justo cuando se va a retirar, escucha las voces.
–Habrá que llamar a los padres –Es la voz de McGonagall; le sobresalta darse cuenta de la cascada que suena.
–Pero ¿qué les vamos a decir?–Es la voz ansiosa del profesor Flitwick.
–Lo que sucedió. Entre todos tal vez podamos comprender...
–¿Profesora? –llama Hermione.
Un momento de vacilación, y finalmente la figura alta y quizás algo inclinado de la directora se perfila frente a la chimenea.
–Señora Granger –responde.
Hermione se encuentra muy por debajo de su nivel, como para leer su expresión. El trato formal no significa nada: es lo habitual, entre directora y padres. Si hay más reserva de lo normal en su voz, tal vez se deba a que, después de todo, interrumpió una charla. El profesor Flitwick la saluda, quizás un poco demasiado alegremente, antes de desaparecer.
–¿Algún problema con los chicos? –verifica
–Ningún Weasley o Potter ha tenido problemas en lo que va de semestre.
No le pasa desapercibida la especificidad de la respuesta. Vacila. Después de todo, no le compite indagar en problemas de otros alumnos.
–Tenía entendido que estaban ustedes del otro lado del mundo. ¿Todos están bien? ¿Arthur, Molly? ¿Harry?
–No... no... Todos bien –ignora la culpa que la atenaza al darse cuenta de lo poco que ha pensado en sus suegros desde que los muchachos fueron a Hogwarts... antes, incluso... Apunta el ir a verlos en su agenda mental mientras añade –Es sólo... Luna... Tenía un informe para ella, pero no se encuentra en la oficina. Me dijeron que estaba en la escuela.
Otro momento de vacilación. Ve la máscara caer con un suspiro, y la directora confiesa:
–Está en la enfermería.
Su corazón se salta un latido.
–¿Qué le sucedió? ¿La atacaron?
–No estamos seguros.
–¿Cuándo?
–Esta mañana.
Hermione calcula. Más cinco horas de diferencia horaria hacen... demasiado tiempo.
–¿Querría que acabe de cruzar?
A Hermione se le encoje el corazón al ver sus labios gastados apretarse en una línea firme.
–Tal vez pueda ayudar –insiste.
Otro latido, y la profesora se aparta. Segundos más tardes, comparten oficina. Hermione desliza los ojos por los retratos. Le parece que Dumbledore le guiña un ojo, pero al mirarlo, el anciano ronca pasiblemente en su silla.
–¿Qué sucedió? –pregunta, mientras la profesora se dirige a la puerta, visiblemente guiándola a la enfermería.
–La hallamos en el bosque.
–¿Bosque?
–Es habitual que visite el Bosque Prohibido, o sus inmediaciones.
Hermione siente la calidez en sus palabras. Informalmente, Hogwarts está abierto a todos sus héroes de guerra. Los padres limitan sus visitas, pero no es poco habitual que alguno de ellos comparta con Hagrid una taza de té.
–Firenze la trajo –continúa la profesora, mientras cruzan frente a la gárgola de piedra–. Armó un pequeño escándalo, subiéndola por las escaleras en su lomo. Poppy cree que fue hechizada.
El corazón esta vez le late con un tipo muy diferente de emoción.
–Magos oscuros.
Dos latidos.
–Desafortunadamente, no creo que sea así.
La auror se detiene, y la profesora marcha pesadamente tres pasos antes de voltearse hacia ella, ojos opacos bajo el sombrero puntiagudo. Del otro lado del pasillo cuelga un tapiz de Gryffindor, su león, indiferente a las preocupaciones de sus antiguas protegidas.
–Comprenderá que no estoy en libertad de discutir ciertas cosas ...
–Hogwarts, ¿es segura? –interrumpe la madre.
–Tanto como siempre lo ha sido.
Un troll flashea en la mente de Hermione.
–Agradecería que el señor Ministro no escuchara de esta conversación –está diciendo la profesora.
–¿Ron? –pregunta la auror, atontada, retomando el paso.
–Me temo que la política no siempre es una buena influencia.
A Hermione la cabeza le da vueltas, atando cabos. No se atreve a preguntar si la referencia es algo en particular, o si la directora simplemente tiene malas experiencias con los políticos. Los Weasley siempre han sido para ella de confianza. Salvo Percy, claro. Pero siempre uno tiene un comportamiento diferente con sus alumnos sesenta años menores. Sobre todo si no son compañeros de lucha.
–No se preocupe, profesora. Esto es entre usted y yo.
Supone que el silencio representa confianza. Los hombros de la hechicera de edad, han caído, con alivio.
–Entonces, ¿qué está en libertad para discutir?
–Me temo que algún tipo de influencia pesa sobre los chicos –dice, de la nada.
–¿Todos?
–Algunos, más que otros.
–¿Por qué lo dice?
Silencio.
–¿El Ministro ha comentado sobre el club?
–Club.
–Supongo que no.
La profesora suspira, llegando a la puerta de la enfermería. Penetran lentamente. Hermione nota la soledad del ala. Una cama está cubierta de cortinas. En efecto: Luna duerme sobre ella. Se ve tan pálida como siempre. A Hermione se le antoja raro ver a su antigua amiga durmiendo, los ojos saltones plácidamente cubiertos por las pestañas.
–Directora –interviene la señora Pomfrey, la expresión sorprendida al ver a Hermione–, señora Granger.
–¿Cómo está Luna? –pregunta Hermione, saltándose los saludos.
–En general, su estado es bueno –La enfermera se acerca y toma la muñeca de la rubia, se detiene quince segundos, luego continúa–. Debería despertar esta tarde. Sufrió varios aturdidores. Con un poco de suerte, ningún Obliviate efectivo.
–¿Hay razones para sospechar... ?
–No es una conclusión médica –la tranquiliza la enfermera–, es solo que no se me ocurre otra razón por la cual quisieran atacarla, salvo que había visto algo impropio, y aún entonces ...
Hermione se aferra a uno de los pilares de la cama. Sobre su pulgar, en pequeño, el escudo de Hogwarts. La yema, ausente, traza las letras del lema.
–Es la superior de los aurores.
–No está exactamente en guardia, en los terrenos –la enmienda McGonagall–. Habrá sido fácil.
"O conoce al atacante."
–Si el ataque fue organizado... ¿Qué es ese club del que me hablaba? ¿Estarán involucrados?
–Desgraciadamente, no tengo ni idea –responde la directora–, el club está amparado por una especie de secreto y el Ministerio me impide investigar más. O cerrarlo.
–Ron tiene que detener esto –piensa Hermione en voz alta; La directora le dirige una mirada triste–. ¿Han descartado a los habitantes del bosque?
–Firenze está investigando esa posibilidad –dice la enfermera–, pero la señorita Lovegood no tiene un colmillo marcado en toda su anatomía.
–¿Y extraños?
–La protección de Hogwarts es formidable, más aún tras la guerra. Lo sabríamos.
De golpe, Hermione se ve en la misma posición, veinte años antes. Entonces, eran los profesores los que discutían posibles situaciones, y el trío escuchaba a escondidas para investigar por su lado. Se siente extraño, estar del otro lado.
Esta vez tampoco están dándole todas las respuestas.
Con todo, sigue habiendo estudiantes con oídos atentos en Hogwarts. No le da tranquilidad, exactamente, pero si quiere mantenerlos a salvo, sería estúpido pasarlo por alto. Aunque no puede ser muy obvia la razón por la que quiere consultarlos.
–¿Solo Firenze sabe dónde estaba?
–Me temo que sí –es McGonagall, la voz cálida y profunda, la mano delgada sobre la madera de la silla.
Hermione calcula rápidamente. Puede esperar, pero Firenze podría tardar días en regresar, si es minucioso.
–No creo que despierte pronto –interrumpe a la enfermera, la mano en su hombro.
Largas sombras bajo los ojos quietos de Luna.
–Debería ver a los chicos –musita.
–La señorita Granger-Weasley tenía Pociones –ofrece la directora.
Hermione coloca una mano en su antebrazo antes de continuar hacia la puerta. No es como si pudiera asegurarle que todo irá bien. Le tienta pensar que esto es un evento aislado, pero a juzgar por su propia experiencia en la escuela...
–Ah, señora Granger.
Se vuelve, interrogante.
–Feliz cumpleaños
Su antigua profesora, la figura delgada y algo inclinada, se desdibuja en medio de la relativa oscuridad y frescura de la enfermería desierta. Al lado, la enfermera, más joven, toda de blanco, severa como una madre. Y en el medio, una silueta yacente, Luna, a quien no le ve el rostro. Es la imagen que se lleva a las mazmorras. En algún momento representó seguridad. Aún tiene efecto. Cómo le gustaría irse a dormir a su antigua Casa, a la luz del fuego.
Espera a Rose a la salida de Pociones, siguiendo con la vista las intrincadas columnas que hoy le parecen serpientes enroscadas.
–¿Mamá?
La chica la ha visto primero. Se le acerca, abrazando un montón de libros de portada de cuero, sobre cuyas letras metálicas se refleja la luz de las antorchas; sus ojos también lucen extrañamente irreales.
–Rosa.
–¿No estabas en América?
–Tuve que traer un informe. ¿Tu hermano? –pregunta la auror, al tiempo que hace levitar el paquete de libros– ¿James? ¿Al? ¿Lily?
–Todos bien. ¿Pasa algo?
La adulta sacude la cabeza. Se da cuenta de golpe de estar haciendo lo mismo que sus profesores, tantos años atrás. Bien Tal vez si Dumbledore hubiera guardado más tiempo sus secretos, el mundo mágico habría perecido sin la ayuda de tres adolescentes, pero ya no están bajo el reinado de Voldemort y como profesora y como madre debe proteger a los chicos mientras sea posible. Eso es lo que deja en la difícil posición de obtener información sin decirle a sus hijos para qué, y ellos tienden a percibirlo todo.
–¿Y por aquí?
Afortunadamente, Rose vacila un segundo, lo que le da pie a preguntar.
–¿Qué sucede?
Mirando alrededor, la chica sugiere:
–Encontremos un salón vacío.
Las mazmorras, verdinegras, se alzan amenazadoras en torno. Hermione y la chica caminan por pasillos llenos de imágenes serpenteantes y ocasionalmente aladas, reptileanas en todo caso. Una conspiración tras otra se deja sospechar en la mente de Hermione, más de una vez se piensa sacar a los chicos de la escuela para enseguida decirse que está siendo ridícula, mientras Rose pega la oreja a la tercera puerta y espera unos segundos, antes de atreverse a echar una ojeada al interior y hacerle una señal a su madre. Se detiene antes de entrar; un gato negro les ha echado una ojeada al salir del salón vacío.
–Mira, a lo mejor estoy exagerando –comienza la chica–, pero Anne está muy rara.
Rose se apoya en un pie, luego en otro, al tiempo que se tuerce las manos. Hermione no ha visto esta reacción salvo en casos de caída drástica de calificaciones, y aún entonces, solo una vez. Anne ni siquiera es tan cercana a Rose ¿o sí? Los libros levitan hacia un pupitre cercano y caen con un sonoro pop mientras la más joven continúa.
–Se escapa con chicos. Ayer estaba con uno en el dormitorio, y no me dejaba entrar –un leve tinte rosa sobre las mejillas de la chica revela lo que sospecha, y Hermione se decide prohibir todo contacto extra entre las compañeras de dormitorio. ¡Solo tienen 13!
–Ella no era así, de verdad –acentúa la hija, vehemente–. Y los chicos... Venía del comedor, y me topé con una pelea. No entendí bien, pero parece que Art había traído una cesta de la cocina y dos chicos se peleaban por ella.
–¿Arthur?
–Él solo se echó atrás. Parecía tan sorprendido como yo. Tengo la impresión de que toda la escuela se está volviendo loca.
Hermione la escruta. El distrés es real, y a Hermione le da mala espina. Rose nunca ha sido histérica. Con todo, no le parece racional preocuparse por peleas y amoríos de adolescentes. Ni hay una explicación mágica para tal cosa, que la auror conozca. Le pasa un brazo por el hombro y la atrae hacia sí, apoyando la barbilla en su cabeza de fuego. Por la ventana puede ver el viento sacudiendo el follaje del Bosque Prohibido, colores de primavera en pleno otoño. Hogwarts...
–¿Alguna posibilidad de que sea casual? –quisiera preguntar, pero no se atreve.
–¿Me hablan de un club?
–Un club –pregunta la adolescente, sin apartarse.
–No tengo más información –no puede contarle lo del Ministerio.
Hay un silencio. Es probable que Rose intuya que no están dando toda la información.
–No entiendo. ¿Quieres que me una o algo?
–¡No! No, Rose, para nada, solo tengo curiosidad.
–Pues no sé, no me han invitado. ¿Le pregunto a Hugo?
–No, no quiero que se preocupe. O bueno... quizás sí. No sé si es bueno, manténganse al margen –corta la madre; Hugo no lleva un mes en Hogwarts–. Solo mantén los ojos abiertos, ¿sí? –vacila, pero su razonamiento previo no se sostiene contra la posibilidad de dejar a la niña en Hogwarts sin aviso ni resguardo– Probablemente no debería decirte esto, pero hubo un ataque cerca del Bosque Prohibido. Nada grave –asegura, para borrar la alarma de la expresión de la chica–, quizás una de las mascotas de Hagrid. Solo... ten cuidado. Tú y tu hermano, manténganse juntos.
–No tenemos la misma Sala Común –comenta la chica–, pero le aviso. ¿Lo vas a esperar?
Mirando el reloj, sacude la cabeza.
–Ya tienes que correr para llegar a clase. No nos da tiempo a hablar antes de la próxima hora. Solo transmítele el mensaje, ¿sí? –y para acortar el silencio, agrega– ¿Qué toca ahora?
–Encantamientos
"Bueno, al menos no es Astronomía" se plantea, calculando el tiempo que le llevará llegar al segundo piso.
–Flitwick sabe que estoy aquí. Te dejará pasar.
Un último abrazo, y la chica agarra sus libros y corre hacia la puerta. Como de costumbre, no se ha acordado de su cumpleaños.
Esa idea sobre Hagrid no es una probabilidad, pero al salir de las mazmorras su mirada se dirige a la salida y a las escaleras, dudando. Debería irse vía red flu, como llegó, y de paso avisar de su partida; pero quizás valga la pena una pequeña visita al semigigante. Puede tener información, y francamente ha pasado el tiempo desde la última vez. Y nadie conoce el Bosque Prohibido como Hagrid, salvo quizás Firenze.
La cabaña, desde lejos, invita, quizás por todo el verde alrededor. La antigua estudiante no recuerda tanto verde. La misma cabaña está cubierta de parras, reptando por el techo y descendiendo por las ventanas. La puerta está entreabierta, pero Hermione de todos los modos golpea. En lo que espera la invitación, mira al huerto, cuyas calabazas gigantes parecen del doble de tamaño que las de tercer año.
–Entre.
La cabaña está un poco diferente de la que recuerda. Su mirada va primero a la mesa, donde hay una rana plateada sobre una roca en medio de una palangana con agua; esta sigue los movimientos del animal como si magnéticamente la atrajera. A un lado, el semipiterno frasco de caramelos de café. Del otro lado –Hermione tiene que mirar dos veces para comprender lo que ve–, un terrario lleno de Billywigs.
–¿Hermione?
La expresión del semigigante al acercarse la hace adivinar crujidos óseos en su futuro próximo, y con reflejos de auror se sitúa estratégicamente del otro lado de sus muebles (caso que al hombrón se le ocurra abrazarla).
–Tanto tiempo, Hagrid –Le sonríe.
Los ojos del mago están sospechosamente húmedos mientras la examina con la misma atención que si estuviera por anunciar que ha crecido mucho.
–¿Y Harry? –Añade, mirando a la puerta, esperanzado.
–En América. No podríamos dejar al Ministro completamente solo. A Ron –aclara, al ver la incertidumbre del semigigante.
Hay un sonido extraño, musical y deformado, y Hermione se sobresalta, su mano volando a la varita hasta rastrear el origen hasta la boca abierta del reptil.
–Nunca había visto una rana de esas –comenta.
–Ni yo, ni Charlie. Luna dice que es una rana lunar –el escepticismo de Hermione se diluye al mirar de nuevo a la rana–. Mucha vida, por aquí, estos días; como en primavera, pero mejor. Salen animales que nadie había visto. Juraría que vi un uro el otro día. ¡Un Uro! –Ríe– ¡En Escocia!
Aún la mirada del hombre se desvía una vez más a la puerta, lamentando, antes de que sus manos como tapacubos le hagan un gesto, invitándola a acercarse. Hermione mira sin pensar en la cesta que alguna vez perteneció a Fang, y tiene que mirar de nuevo. Instantáneamente comienza a retroceder.
–¿Hagrid? –Pregunta, la voz, temblando– ¿Eso es una quimera?
–¿Eh? –Hagrid, distraído, sigue su mirada– Ah, sí. Una doméstica –explica con un gesto indiferente.
–Hagrid –lo llama de nuevo, la voz un poco más cascada y la mirada, en el animal, que se la regresa con los ojos color arena, impasibles–, eso está clasificado de cinco cruces y echa fuego. Y tú sigues viviendo en una casa de madera.
–Es una quimera doméstica –explica de nuevo Hagrid, suavemente, como si hablara con un niño tonto–. Es solo un gato, ¿ves?
La cabeza parece estar a medio camino entre gata y leona, pero la cola es bastante parecida a Mushu, y Hermione se pregunta, una vez más, cuán seguros están los niños en esta escuela.
–Nunca había visto una en el Bosque Prohibido –continúa el hombrón, como si nada–, pero tú sabes, nadie lo conoce por completo, y estos días aparece de todo –las manos regordetas se mueven en el aire, los dedos abiertos, ilustrando .
–Deberías reportarlo al ministerio.
–Oh, es solo temporal –aclara el semigigante con una risa nerviosa–. Es muy pequeña, y estaba sola. La pobre, creo que alguien cazó a la madre. No podría dejarla ahí.
La cola de reptil lanza una llamarada a la oreja del gato, que la sacude sin prestar atención. Quimera y hechicera se miran fijamente. Hermione se fija en los grandes ojos y las mejillas regordetas. Sí que es un cachorro. Uno peligroso. De pronto el animal se levanta y Hermione da un paso atrás, instintivo.
–Pero ¿dónde la vas a liberar?
Suena casi histérica. Imágenes de Hugo entrando al Bosque Prohibido para encontrar una quimera tamaño legendario, no se le van de la cabeza.
–Las quimeras domésticas sin madre no se adaptan bien al bosque.
–¡¿No la vas a liberar ?!
–Me había pensado que sería un buen regalo –suena indeciso.
Hermione desvía la mirada del bichejo y hacia Hagrid solo un momento, suficiente para ver la expresión nerviosa, indecisa. "Oh. No, no, no... "
–¿No era hoy tu cumpleaños?
Mordiéndose el interior de la mejilla, la antigua estudiante controla el impulso de vocear lo que había pensado. El hombrón, malinterpretando su expresión, le está sonriendo como si le estuviera regalando una cuenta en Gringotts.
–Me figuraba que te encantaría. Un regalo que es puro Gryffindor –le dice–. Además, es adorable, ¿verdad? No tan diferente de Crookshanks cuando la miras bien.
Hermione la mira bien. No le encuentra el parecido.
A la auror no suelen gustarle los animales peligrosos.
Finalmente, la mujer se siente con suficiente control para razonar.
–Hagrid, yo soy una auror. Tengo misiones, y entrenamiento y –le da un vahído al recordar el viaje de supervivencia que el dúo ha estado postponiendo todo el año; estar sola en el bosque con Harry ha aumentado estos días su grado de dificultad, y ahora el pretendido secuestro puede llegar en casi cualquier momento– No puedo cuidar de un gatito, ni se hable de la cabra y del dragón...
–Oh, será fácil –las manos ondean por el aire, descartando–. Manejaste bien a Grawp. Minnie va a ser mucho más fácil. Es muy inteligente. Si le dejas comida a mano, hasta se alimentará sola.
–Suponiendo que no se coma al vecino.
–No les gusta la carne humana.
–A la rata del vecino.
–Bueno –Hagrid ríe, una mano sobre la protuberante barriga, como un extraño papá Noel–, eso es un peligro con cualquier gato.
–O al perro o a la vaca del vecino. ¿Cuánto crece un bicho de estos?
Hagrid se ha acercado sin cuidado al animal y le está acariciando el lomo de cabra. El dragón entrecierra los ojos. Una locura. A Hagrid el bicho le cabe en una mano, lo que no es mucho decir.
–Ya su tamaño es casi el de un adulto –le dice–. La juventud se le reconoce en los bigotes, ¿ves?
–Tener permiso del ministerio para un familiar de estas será una pesadilla.
–Vamos, no será para tanto. ¿Qué te van a negar?
Hermione está a punto de ladrarle que ser del Trío de Oro no vale mucho veinte años más tarde, que no lo usaría para tener una mascota de todos los modos y que ciertamente no va a usar su matrimonio para esto, pero se contiene. En su mente, la confusa decisión de apartar al monstruo de los niños sin meter a Hagrid en líos. Aunque no sepa qué hacer con él después. De algún modo se sabe incapaz de dejarla en un zoológico.
–¿Minnie? –Fabrica, imaginando un moño rosa en la cabeza sin tiempo de la quimera. "Le vendría mejor Bastet" piensa, antes de controlarlo.
–¿No te gusta? Siempre puedes cambiarle el nombre...
"Oh, otras cosas cambiaría..."
Por primera vez ve en el semigigante una expresión de abandono, pero ¿qué hacer para consolarlo?
De un salto, la quimera baja de la antigua cama del perrazo y salta sobre la silla, la mesa, al aparador –que cruje bajo su peso–. Se acerca a su reticente ama, sin prestar mayor atención a los patéticos intentos de esta de retroceder sin huir. Los ojos de arena se fijan en los ojos castaños con una especie de enigma. Como con los hipogrifos, Hermione trata de no pestañear. Nota vagamente que, a pesar de su ataque de pánico –comprensible si se tiene en cuenta la peligrosidad de las quimeras–, el animal es mucho menor que un caballo.
Tiene una expresión difícil de leer. Los ojos arena son desconcertantes. Con todo, Hermione le parece inteligente de esa manera particular de las esfinges. También le parece que la creatura, a pesar del cariño de Hagrid, se siente profundamente sola.
No quiere que le guste.
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Avance:
Se ha vuelto más consciente, más cuidadoso, mientras su mente se prepara para tomar una decisión de esas que cambian la vida.
Duham
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¿Les gustó el regalo de Hagrid?
Comentarios, ¿por favor?
