Dos toques a la puerta, y Duham se deslizó al interior apenas tuvo permiso. A la sazón, Harry estaba guardando su capa de invisibilidad. Cualquier motivo que hubiera tenido la aprendiz para venir a verlo, se desvaneció de su mente ante el género gris-plateado.

Wow… ¿esa es la Capa? –con una mala educación poco habitual, como atraída por un magneto, la chica se acercó, la mano extendida para tocar.

Los brazos de Harry se tensaron, pero no la retiró. Los dedos –uñas cortas, limpias, sin pintar, Harry notó– se hundieron en los pliegues.

Es como agua.

Y como agua, la Reliquia se adhirió a los dedos de la chica, siguiendo su retirada. Harry parpadeó, convencido de que había sido un truco de la luz.

Es realmente útil en el terreno –y solo vaciló un momento antes de extendérsela–. Pruébatela.

¿Serio? –sus propios ojos lo miraron de vuelta, emocionados, al tiempo que el dueño asentía.

Duham no perdió un segundo en ponérsela. Sus hombros desaparecieron, y las mejillas sonrosadas bajo los ojos brillantes desaparecieron a continuación, súbitamente, en una carcajada de cristal.

La siguiente reverberó a espaldas del mentor.

Ven a por ella.

Sonriendo, el auror le dio una pequeña charla de las características y propiedades de las capas de invisibilidad. Claro que no podía encontrarla con la vista, mientras la portara. Ni la muerte podría, según la historia. Pero tenía otros sentidos, y quien se esconde no se ríe, ni provoca. De pronto y sin avisar, se movió a un lado, el brazo extendido como un bailarín, y ella cayó justo en el espacio. Atrapada.

Las risas debieron servir de aviso, pero la puerta estaba entreabierta, y Hermione dio un paso dentro de la habitación antes de congelarse en el sitio. Primero vio la luz, cayendo sobre las hebras blancas en el cabello de cuervo del mentor, y sobre la ropa desarreglada, como tras el ejercicio. A centímetros de él, la cabeza de su hermana, tan cerca que si estuvieran a la misma altura rozarían. La perfección y la belleza del cuadro le quitaron el aliento con la potencia del fuego maldito.

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Harry llega a la cocina a tiempo para sentir la distorsión en la protección mágica. Hacia afuera, no hacia dentro. Su mirada se desvía hacia la aprendiz, cuya misma presencia revela quién salió. El otro par de ojos verdes observan la puerta. La chica está frunciendo el ceño, lo que la hace lucir más que nunca como Hermione.

–Confidencial –es lo único que la aprendiz puede decir.

El mentor se deja caer sobre un taburete, apenas comenzando a distinguir que la pesadilla comienza de nuevo. No como ayer, nunca como ayer: hay un precedente después de todo: Ron sobrevivió, quién sabe a qué; pero Harry se encuentra combatiendo con el viejo instinto de no confiar. La aprendiz le pasa discretamente una taza como la que ella está bebiendo, que él naturalmente ignora. Anonadado y furioso. Además…

–¿A dónde thestrales va? –murmura la chica.

Justo lo que él pensaba. En su fuero interno decide seguirlo la próxima vez.

Pero ¿mientras tanto?

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Hermione y su nuevo familiar esperan de pie frente a la pared que ya hace cinco minutos se ha abierto al callejón Diagon. Huele exactamente como la primera vez que vino, antes de tener una varita, cuando todo era nuevo y brillante y la magia negra no era sino un punto en la distancia. La impaciencia del gato acaba por hacerla avanzar entre el gentío bullicioso y cálido, gente que la roza a un lado y al otro, en esa compañía indiferente propia de los lugares públicos. Es el mismo felino el que la precede a la tienda de animales mágicos –atraído por la comida, seguro-, donde cajas y jaulas todavía llenan cada centímetro, ratitas "presumidas" todavía juegan en una esquina del mostrador, y el conejo –se diría el mismo- se sigue transformando con un pop. La voz de la vendedora rompe su estupor.

–¿Buscas algo específico, queri…? ¡Oh! ¡¿Una quimera doméstica?!

Sacando sus gruesas gafas negras del bolsillo, la bruja se pone a examinar al animal, que la ignora olímpicamente, prestando toda su atención a los sapos. Una esquina en la mente de Hermione se pregunta si las ancas de rana son de las preferencias de las quimeras.

–Hace siglos que no vendemos una –puede interpretarlo literalmente, la auror se imagina–. ¿Dónde adquiriste esta preciosidad?

–Digamos que por accidente. ¿Qué tienen para quimeras?

El sitio de aparición no está lejos de su destino. Casi antes de aparecer del todo, está caminando. Eficiente y profesional. En un bolsillo, encogidas, varias bolsas de sucedáneos sobre una gran cama de gato –las quimeras no son tan frecuentes como para tener un mercado floreciente para ellas solas–. En el otro, un libro sobre quimeras domésticas que la tendera le prestó como un favor especial. Aparte de preguntar si efectivamente hay riesgo de que el animal ataque a los muggles, la auror por una vez no tenía cabeza para indagar sobre su nueva mascota.

No es hasta sentir el olor a limpio y a productos dentales, que se congela.

"Madre-hija"

La información de Dennis no ofrece duda: como en la ciencia muggle, la posibilidad de error es despreciable. La poción multijugos no cambia el código rúnico, apenas lo disfraza. Compartiendo la mitad de las runas, una relación familiar de primer grado es la conclusión más probable con diferencia. Su mente poderosa ha dividido la revelación en una serie de hechos, analizando de manera automática sus implicaciones.

I. La muestra extraña podría ser de su propia hija, pero es ridículo pensar que Rose estuviera implicada en un asesinato. La vio ayer. Está en Hogwarts, protegida y también aislada. No tiene motivo, ni oportunidad para un crimen. Revisando esos momentos, no encuentra nada en el comportamiento de la niña que pueda implicar culpabilidad o disfraz. En buen auror, debería revisar su coartada –el Trío mejor que nadie sabe lo fácil que es salir de Hogwarts cuando se quiere-, y comparar la muestra de código rúnico con el de la niña, todo lo cual hará, quizás.

II. La muestra podría ser de su madre biológica.

Sin embargo, la señora Granger no es una hechicera, el patrón rúnico no debería ser el de una.

II. 1) La señora Granger es una hechicera…

a) … pero la señora Granger no lo sabe. Hermione no sabe si eso es posible. Nunca ha leído de un caso cuya hechicera no revelara rastros de magia, ni siquiera al nacer, cuando la pluma mágica debe escribir su nombre, pero supone que es posible, si su magia es muy débil. El código rúnico es una invención tan reciente –ni siquiera se acepta en el Wizengamot, lo que es ridículo- que este podría ser el primer caso en que tal paradoja se ponga de manifiesto.

b) … pero lo ha ocultado, hasta de sus propias hijas. Para Hermione, esto sería casi impensable, la magia forma una parte tan integral de un hechicero. ¿Es posible ocultarla completamente? ¿Dejar de usarla? ¿Por qué? De un novio muggle, seguro: es la ley; pero ¿de un esposo con quien compartes una hija? Tendrías que estar aterrada de que te abandonara al saberlo. Además, nadie en Hogwarts conocía a ninguno de sus padres, se le dio tratamiento de nacida de muggles desde el primer día.

De sangre-sucia.

La cicatriz a lo largo de su antebrazo todavía pica a veces. Se frota con la manga, impaciente. Años de vivir como paria en su propio mundo, con una espada de Damocles colgando sobre su cabeza. Su madre, ¿reconoció el obliviate antes de que pronunciara el hechizo?

¿Cuánto tiene que reescribir?

¿Más que con la tercera posibilidad?

II. 2. La señora Granger no es su madre biológica.

El razonamiento no ha tomado más que una fracción del tiempo que pasó en la oficina de Dennis. Es el shock lo que persiste. Las probabilidades pasan en bucle por su mente, mezcladas con recuerdos de su niñez (el olor a limpio, a pasta dental de menta, a productos de estomatología; la imagen de la cabeza de su madre inclinada sobre un paciente, vista desde la mesa auxiliar donde una Hermione de cuatro años se sentaba a hacer garabatos en viejos libros de Anatomía; el zumbido –seguro que pocas personas en el mundo lo encuentran tranquilizador- de herramientas de limpieza dental). Le resulta muy difícil mantenerse imparcial, el terror que siente ante la tercera posibilidad le impide ponderar el resto. Nunca habría sospechado lo que se siente descubrir de pronto que es adoptada; lo desestabilizador que es no tener identidad. Solo ahora se da cuenta de que nunca ha comprendido a Duham. Tanto que sufrió la pérdida de sus padres, ¿y todo ese tiempo, ya los había perdido?

Una especie de risa amarga se traba en su garganta.

–¡Querida! –chilla la señora Granger desde la ventana.

"No, no", todavía no sabe cómo confrontarla. Sin establecer lo más probable, no puede planear su curso de acción para exponer la verdad. Ni ha abordado el desastre inherente a que esta mujer -¡o su verdadera madre!- esté involucrada en un asesinato mágico.

Pero la puerta se está abriendo, y Hermione, con largos años de práctica, logra modificar la máscara de cera que es su rostro dibujándole una sonrisa convincente.

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–Así que… más tiempo libre –comenta Duham.

Está sentada sobre una rama baja, las palmas sobre la madera, moviendo las piernas alternativamente como una niña. Es un buen día, soleado, y hace fresco, sobre todo en la rama. Al parecer, siempre hace buen clima en esta residencia; hay una serie de artículos deportivos debajo del árbol, y no lejos, una cancha de baloncesto, y una piscina. Debe tratarse de un hechizo similar al de las ventanas del Ministerio inglés, pero en mucha, mucha mayor escala. Harry, apoyado en el árbol con los brazos cruzados y la vista en dirección a la entrada del jardín, tiene que reconocer que así es difícil mantener el mal carácter.

–¿Entrenamos?

El auror le lanza una ojeada.

–Hermione, ¿serio tienes energía para eso? –pregunta, exasperado.

Pero sonríe. Hay cosas que no cambian. Granger negándose a tomarse el día libre, es una de ellas.

Ninguno de los dos comenta el cambio de nombre.

Qué ganas tiene de que su compañera llegue. Por una multitud de razones.

–¿Una siesta? –sugiere la chica, entonces, acosándose sobre la rama y estirándose como un gato.

El pelinegro no contesta. Debería dormir, probablemente no ha tenido cuatro horas de sueño seguidas en toda la semana y se empieza a notar; pero una parte de él está segura de que habrá un desastre y segundos de diferencia entre la muerte y la vida.

Qué patético que tenga ganas de ir a los eventos diplomáticos de la tarde…

–Una cita, entonces.

La mira, estupefacto, con tal expresión que la bruja se echa a reír. Se deja caer de la rama sobre una patineta, lucha por un momento por mantenerse en equilibrio y parece lograrlo, le sonríe. Y entonces, resbala. Harry, con reflejos de auror, la estabiliza sin pensar. De golpe se empiezan a reír los dos como niños, con un toque de histeria.

Cita, ¿eh? No mucho después queda claro que ninguno de los dos sabe cómo se supone que sea tal cosa. Harry ya no se acuerda de cómo son las citas casuales sin certeza de matrimonio posible o consumado; tuvo exactamente una en toda su vida. Sigue sufriendo flashbacks hacia sus dos primeras citas –Cho y Ginny–, con la desventaja de que ni siquiera se acuerda bien de ellas; así que se trata más bien de un pánico vago y generalizado. Duham no parece menos insegura, y por fin Harry le cree que no ha tenido tal cosa, por difícil que sea concebirlo en una chica como esta. En su falta de experiencia, se identifican de una manera extraña.

Tampoco es que puedan salir de la residencia. Dan una vuelta por los –amplios– jardines, que Harry encuentra levemente amenazadores, quizás por lucir mucho más artificiales que el follaje al que está acostumbrado. Así que Duham le enseña unos trucos con la patineta, que –sorprendentemente- sabe manejar; pero eso lo asusta por otras razones. ¿Cómo se puede mantener sobre la tabla en esa… posición? A veces parece que un soplo casual de viento es todo lo que la separa de partirse la cabeza o desnucarse; la risa nerviosa de Duham ¿lo confirma?

Finalmente dejando de lado la tabla, la auror lo toma de la mano (dejándolo patidifuso) y lo hala hasta que hacer que la siga. La mano es pequeña, fresca y sin callos. Harry juraría que no tiene cicatrices. Una novedad. De pronto se da cuenta de que le gustaría mucho que esa mano fuera así siempre.

A su mirada interrogadora, Duham apunta a la cocina, que proceden a asaltar. Los elfos a disposición de los diplomáticos usan pequeños trajes a medida, Harry no los había visto y se pregunta si Hermione lo ha hecho, y su reacción. Duham se arrodilla frente a uno y le pide caramelos de menta y chocolate y tarta de melaza, y cerveza de mantequilla, si tienen; así que desde la manta de picnic en el jardín, convocan tanta comida que tienen que hacerla levitar, junto con una carga de bebidas.

Adormitándose sobre la hierba fresca, con un trago de vodka muy rebajado en la mano, las preocupaciones relegadas a un rincón de su mente, Harry ladea la cabeza para ver a Duham, que ha levantado los brazos en cruz y pone un pie frente al otro como si estuviera marchando sobre una cuerda floja. Flores empiezan a brotar a su paso. Harry recuerda de golpe a su madre abriendo la palma para mostrarle a su hermana aquella flor, abriéndose y cerrándose.

Ese es el segundo momento más extraño de la jornada, porque a la vez que mira a Duham, no ve sino a su madre y a Hermione, superpuestas. Nada que ver con complejo de Edipo. Es pura similitud, física. Si no hubiera estado acostado, lo habría tirado de espaldas.

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Cuando me miraba así, siempre me hacía preguntarme. Dónde estaba, cuán lejos. Si él mismo notaba el cambio. Un minuto estábamos riendo juntos, y al siguiente era como si él fuera un fantasma, o como si fuera yo, la muerta. Allí, sentada con las piernas colgando, con el estómago convertido en un nido de pixies, mirándolo alejarse, me preguntaba sobre él, sobre ti, sobre mí. Muchas veces me pregunté objetivamente sobre mi curso de acción.

Pero verás, que me acercara a él era lo más natural del mundo. Es verdad que estaba preocupada por ti, por lo que te iba a pasar si caías en la tentación tan evidente para todo el mundo por mucho que la negaras. Pero el factor principal, es que el Auror Potter era… bueno… Harry… Había una suerte de tirón en mi sangre. Aún no había escuchado sobre el GSA, y no me lo hubiera tomado en serio. Lo cierto es que teníamos una química extraordinaria.

Los planes tenían muy poco que ver con ello, como poco habían tenido que ver con mi incorporación al cuerpo de aurores; al final, "La-que-mira-a-los-ojos-al-dragón" gozaba de toda libertad, de toda inmunidad. Sí, técnicamente tenía mis planes, y se diría que había escogido ser auror solo por ellos. La realidad es siempre más rica.: me encantaba ser auror. Se podrá decir muchas cosas sobre mí, pero era todo lo que decía ser. Solo… en momentos diferentes.

Y los amaba de veras. A ti, como a él.

Me buscaba en esos ojos verdes, tan verdes como los míos, iluminados de dentro cuando me veía, cuando me veía realmente, y de pronto sospechaba lo que era ser parte de algo.

Tenía ganas de que valiera la pena.

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–Y encontramos esa caja de recuerdos que dejaste –parlotea la madre, feliz, sobre un pedazo de la tarta que papá fue a buscar a la esquina a última hora–. ¿Te la llevarías hoy? Es difícil moverla para esos arreglos que te comenté.

Mecánicamente, Hermione asiente con la cabeza. Le duelen las mejillas con la sonrisa forzada, pero su padre la mira de cerca, parece percibir que hay algo mal. De pronto Hermione se da cuenta de que si esta no es su madre, ese tampoco será su padre. ¿Cuánto tiene que reescribir?

¿Se acuerdan, siquiera? Porque si la restauración de memorias es siempre incompleta, es enteramente probable que no sepan nada de su propia adopción.

Pacientemente, con movimientos calculados para que su mano no tiemble, deja a un lado el plato, con el merengue derritiéndose hacia un lado, y sigue a su madre haca el ático por escaleras que crujen bajo sus pasos. Arriba, el bulto, prolijamente empacado y con su nombre encima. Hermione lo está encogiendo y levitando hacia su bolsillo cuando la puerta se cierra.

–Vale –dice su madre–, ¿es Duham?

El cambio de tema y tono es tan drástico, que a incluso a la auror le toma un momento detectar la razón. Quiere preguntar: "¿Por qué no quieres que papá sepa?" Pregunta en su lugar:

–¿Siempre tiene que ser Duham?

Un relámpago de culpa en los ojos de su madre antes de que se cierren. La señora Granger suspira.

–Lo siento, nena. Es solo que… sabes que hace tiempo que me da razones para preocuparme. Solo pensé… ¿Qué está pasando?

¿Por dónde empezar? ¿El engaño de sus padres? (Porque varias opciones posibles, implican que al menos su madre le ha mentido toda una vida, se acuerde o no.) ¿Harry y lo imposible de su situación? ¿Ronald? ¿La crisis internacional? ¿Rose y Hugo en un castillo con cámaras secretas?

Hermione suspira.

–Trabajo.

La quimera, al trepar por su capa, la desestabiliza, lo que tiene la ventaja de atraer, de su madre, una mirada prudente, y desviar la charla.

–¿Qué te reocupa de Duham, en realidad?

Los labios de la mayor se aprietan en una línea.

–Se hizo un tatuaje –dice la señora al fin.

Hermione jadea, tratando de no reírse. Serio, ¡un tatuaje! Lo primero que le ha venido a la cabeza, es lo mucho que su madre le insistía, cuando niña, en que nunca se le ocurriera marcarse la piel; al mismo tiempo, el tatuaje de Ron, y lo poco que ha afectado su vida. Por un momento la imagen de una calavera con una serpiente por lengua le hiela la sangre; pero eso es una marca, es diferente.

–¿Cómo es? –pregunta, de todos modos.

–No sé… Es una de esas cosas que se mueven de lugar –"tatuaje mágico", traduce Hermione, y se relaja–, y solo vi un pedazo, en su espalda. Capaz que haya estado ahí por años –se queja–, y solo ahora lo veo porque se descuidó. ¿Eso es posible? –con glamour, seguro, pero Hermione hace un sonido impreciso y le permite seguir–. Creo que hasta vi piedras incrustadas. Asco de prácticas… inseguro… infección…

La charla se vuelve menos coordinada, y la Gryffindor se asegura de lucir como si escuchara, mientras su quimera bosteza y se hace un ovillo, ahora en el suelo. Explora el rostro de la mujer, la forma de los ojos y la altura de los pómulos, la fuerza de la barbilla. Cada rasgo diferente la asusta, para cada uno busca un análogo en su padre que lo explique. Si no lo encuentra, su corazón late rápida y dolorosamente. A veces la explicación está en sus abuelos, y suspira al encontrarla.

Pero necesita estar segura. Antes de salir, encontrará en el tocador el cepillo de pelo de su madre. Esta vez espera no llevarse por accidente pelos de gato.

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Resulta que en las habitaciones había un surtido de entretenimientos, incluyendo billar y karaoke. A Harry no le gusta mucho cantar, nunca ha probado uno de estos.

Ahí acaban, riéndose del surtido de canciones muggles y mágicas, la mayoría pertenecientes a la generación de Harry –está visto que los políticos no están en sus 20s–, en todos los idiomas. Y ahí está Harry, aclarándose la voz y nervioso ante la perspectiva de cantar para nadie menos que su aprendiz. Extraño, cómo eso puede dar casi tanto miedo como enfrentar a un mago oscuro. Y Duham, desternillándose de risa ante sus patéticos intentos de cantar en japonés.

Como probar otros idiomas está de moda, ella prueba el coreano.

Él, el alemán –con resultados desalentadores para su futuro aprendizaje de lenguas.

Ella, el francés.

Unos siete segundos pasan en los cuales Harry no recuerda conscientemente la canción, y sin embargo la sonrisa se le diluye y sus nudillos empalidecen, aferrados al apoyabrazos.

« Dans mes absences, parfois, sans doute, J'aurais pu m'éloigner » (…) (1)

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Acostada en el catre, encogida sobre sí misma, lágrimas silenciosas brotaban de sus ojos abiertos. La puerta estaba entreabierta, y el enlace entre ellos, silente, así que no esperaba hallarla así. El primer impulso del auror fue dar media vuelta.

Igual se quedó, desorientado, preguntándose si algo estaba mal y si podría ayudar, por tanto tiempo que Hermione acabó alargando la mano hacia él, sin cambiar de postura. Se sentó a su lado, sobre el catre, frente a sus rodillas, sin atreverse a preguntar.

Es la canción –respondió su compañera, empática, a su pregunta no formulada.

Seguía sin mirarlo, había cerrado los ojos. Harry miró a la pequeña grabadora en la mesa auxiliar, pero no entendía la letra.

¿Francés?

Su facilidad para las lenguas siempre le había asombrado.

Hermione asintió.

¿Es… triste?

No obtuvo respuesta esta vez. En su lugar, Hermione se sentó y alargó la mano, rebobinó el casete –un leve zumbido llenando el silencio– y lo mandó reproducir. En esa posición, su cabello quedaba muy cerca de la nariz de su compañero. Olía muy bien. Se quedó así, además: sentada con las piernas sobre el catre y la mano izquierda equilibrando su cuerpo, mientras la canción empezaba.

Puede que me aleje –dijo mientras sonaban las primeras notas, alarmándolo por un momento, hasta que con un gesto de su mano el auror comprendió que le estaba traduciendo la letra, en lo esencial–, como si hubiera perdido mi ruta, o cambiado…

Al intervenir antes que la cantante, permitía que luego Harry escuchara el tono original, sin por ello dejar de comprender la letra.

Así que, solo para que lo sepas… –y el final de las palabras de Hermione se mezclaron con las de la cantante.

Luego hubo una pausa, incluso del instrumento. Ambas mujeres comenzaron a hablar juntas.

No te olvido, no, jamás –la voz de Hermione sonó cascada, vehemente–. Estás en mi interior, en mi vida, en todo lo que hago. Mi primer amor, mis primeros sueños vinieron contigo. Es nuestra historia, nuestra…

Hermione acababa primero cada verso, pero su falta de histrionismo –y la poca musicalidad de la traducción- no hacía sino intensificar la sinceridad, la fuerza de la emoción que la canción transmitía.

Sabes tanto de mí, de mi vida, de todo lo que hago con ella. Mi felicidad y mi desolación, son compartidas… contigo.

No lo había mirado, y sin embargo a Harry se empezó a sentir ligero, mareado. Al menos esa parte de la letra, iba sobre él. La miró, su cuello grácil medio oculto por hilos de cabello. Habría dado cualquier cosa por atraerla hacia sí, en ese momento.

Puesto que el tiempo puede encarcelar nuestros sueños y nuestras ganas, hago elecciones y viajes, y a veces pago el precio. La vida me sonríe o me hiere, pero no importa qué pase…

Y el coro se derramó sobre ellos, como latidos. Las palabras ya no eran extrañas, ni siquiera extranjeras. Lo que hubiera en ellas de misterioso, no hacía sino intensificar lo que comprendía.

Incluso del otro lado del mundo, continúo mi historia contigo.

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Duham, extenuada, se ha adormecido en una manta frente a la puerta cerrada de la habitación del político. Harry también tiene el sueño ligero, y tampoco ha dormido en demasiado tiempo, pero no puede relajarse lo suficiente, y de todos modos siempre debe haber alguien despierto y en guardia. Ron, el traidor, seguro que duerme como un bebé, tras pasar el día de reunión en reunión, sin una sola palabra respecto a sus actividades de la mañana.

Hermione llega antes del cambio de guardia. Sin una palabra, se sienta a su lado, la espalda apoyada al lado de la puerta.

–Ve a dormir –sugiere.

–Estoy bien.

Un resoplido.

–Estás extenuado. Apuesto a que has pasado más de treinta y seis horas sin pegar ojo.

De pronto están de vuelta en el bosque, peleando por quién es menos capaz de montar guardia, quién debería regresar a la tienda.

Harry se plantea la posibilidad de contarle de las escapadas de Ron, pero sigue siendo su amigo y le parece que sería una suerte de traición. No es factible que haya ido con otra mujer. Casi sería más fácil si lo fuera. Así que no debe ser problema de Hermione. Como mínimo, quisiera hablar con Ron antes, sin ánimos caldeados.

Aunque si no quiso que fuera con él, ninguna de las veces, ¿por qué le va a contar a dónde?

–¿Cómo fue el viaje? ¿El bicho?

–Con mis… padres.

Hermione se plantea contarle más de Hogwarts, y de su familia; pero esto último es una herida demasiado fresca. Sobre lo primero, quizás debería preguntarle primero a Ron sobre el club, tener datos concretos que ofrecer. Con un poco de suerte, no será petrificada entre el momento de confirmar cualquier sospecha, y el de contárselo.

–Fue agradable estar en casa –dice, en su lugar.

El silencio no les pesa. Eventualmente, Hermione se deja ir lo suficiente como para apoyarle la cabeza en el hombro. Luego de un viaje como ese, nada puede sanarla fuera del consuelo de su mejor amigo. El brazo del auror se extiende tentativamente por su espalda hasta abrazarle los hombros.

–Hermione… –el nombre le quita el aliento– Hermione –repite, saboreándolo, la canción, fresca en su mente; aunque no sabría cómo hablar de ella.

La mujer se queda en silencio, los ojos abiertos frente a la pared ornamentada. Harry mueve la otra mano a su chaqueta, pero tan lenta y cuidadosamente que ella no ve venir lo que le extiende, hasta que está frente a sus ojos. Levantando la cabeza por un momento, estira la mano.

–Feliz cumpleaños.

–Harry, esto es…

Poca gente sabría lo que es esto, de mirarlo; para Hermione, sin embargo, las runas deben ser inconfundibles. Su mano está a una pulgada del tomo, sin tocarlo. Tiene los ojos del todo abiertos ahora, la boca semiabierta, y destellos dorados están pasando por su empatía a través del muro que Harry ya no se atreve a bajar. Se da cuenta de que su amiga está reprimiendo un chillido de emoción.

–¿Esto es un Libro sin Fin?

Está hablando a medias para ella misma. La voz le gorjea, escapando a su control. De nuevo parece la chica de Hogwarts, con una enorme sonrisa y el cabello erizado de emoción, y el auror sabe que si estuviera en pie estaría dando saltitos. Si Harry se hubiera mirado en un espejo, le habría sorprendido la talla de su propia sonrisa; pero no está pensando en eso ahora mismo.

–¡Harry, esto es escandalosamente raro! –chilla– ¿Cómo…?

El hechicero sisea una petición de silencio, mirando alrededor, alarmado; si Ron se entera, va a estar seriamente molesto.

–Y caro –añade la mujer, bajando el tono–. Y…

Ahí viene el "no debería aceptarlo", pero a juzgar por las miradas hambrientas que le está lanzando al libro, y los labios temblorosos, Harry sabe que no se va a atrever. Además, qué haría él con un libro como este; ella lo sabe, que rechazar un objeto así sería un desperdicio y una afrenta. Y lo desea muchísimo.

La tradición exige un "gracias" y un beso en la mejilla. Hermione en su lugar se lanza a sus brazos, casi tumbándolo al suelo, en un gesto casi infantil. Harry se ríe en silencio, abrazándola a su vez –cálida y suave, toda cuero y calabaza-, hasta que ella se desliza alcanzando su mano para adquirir el tomo. Sentándose, todo su cuerpo se pliega en torno al libro, en intimidad expectante; sus manos acarician la cubierta. Todos los libros del mundo… salvo aquellos específicamente encantados para no aparecer, todos aparecerán en sus páginas. De golpe abraza el volumen, riendo. Ojea a su compañero, y de nuevo el libro. De golpe, se le acerca de nuevo, con un beso; pero Harry se sorprende, se mueve, el beso cae muy cerca de sus labios.

Así ruborizada, verdaderamente parece una niña.

Las dos manos abren el libro cuidadosamente, lo apoya en sus piernas, sus ojos escanean las páginas que se van llenando de letras. El libro, tomando una forma específica, ha adquirido una cubierta rica en perlas que relucen a la luz de las velas. Harry se arrima, curioso.

"¡Que me bese con los besos de su boca! Mejores son que el vino tus amores; mejores al olfato tus perfumes" (2)

Es de madrugada para cuando, el libro pegado a su cuerpo y Harry, a su lado, Hermione se pone en pie y se va al balcón contiguo. Le brillan los ojos, y a su compañero le parece que rara vez ha estado tan hermosa. Un poco como en aquella primera fiesta de Navidad, en cuarto.

Mucho ha llovido desde entonces.

–Te hace feliz…

–Harry –comienza ella, con un tono que sugiera preocupación por su estado mental–, es el mejor regalo que me han dado en la vida.

Las estrellas son particularmente brillantes, ahora que todas las luces de la residencia se han apagado. Hermione las mira –la cabeza, hacia atrás, y largos rizos derramándose sobre su espalda–, y Harry la mira a ella, encantado, hasta que la auror se apoya sobre la balaustrada, medio fundida entre sus hombros. Parece cansada, también. La idea no hace sino reforzar su empatía. La pregunta sale sin haber pasado por los filtros de rigor, pero Harry no sabe si arrepentirse, luego.

–¿Has sido feliz? –suelta el auror, sin pensarlo.

Hermione se vuelve, con una mirada ligeramente aprensiva; no de él –nunca de él–, pero sí de su pregunta. Armándose de valor –porque tiene que saberlo–, y con la mano en un puño para darse fuerza, Harry repite.

–En tu cumpleaños… No, en estas cuatro décadas, ¿has sido feliz?

La brisa sopla, fresca, entre ellos, y un pájaro canta, lejos. Los grillos no dejan de sonar a todo alrededor. La mujer al final se vuelve de nuevo, dándole la espalda a medias. Demasiado tiempo pasa hasta que le llega su voz.

–Tengo muchas razones para serlo. Ganamos la guerra y terminamos la escuela, tenemos un trabajo que significa algo. Tenemos familias… incluso recuperé a mis padres… y ahora tengo mascota, aunque no me da tanta gracia… –bufa.

Allá a lo lejos se extiende el vago dorado del principio del amanecer. Harry se ríe, pero espera, enteramente consciente de que eso no es nada como respuesta. Es largo, el silencio, y aunque el corazón le late fuerte y rápido como una batería, el mago no se atreve a interrumpirlo. Ya el sol está a medias fuera para cuando la leona añade, como al azar:

–Es muy raro tener amigos como ustedes… como tú… Conservarlos, es más raro todavía. Raro y precioso como este libro –señala sin separarlo de su pecho–. ¿Cuánta gente tiene ese privilegio? Yo… Yo lo tengo todo.

Apostándose al lado de ella, como si nada, Harry recuerda esa vez en la oficina de Ron, a principios de año, pero no sabe cómo posar la pregunta, o si debiera, y está seguro de que no debería importarle. "¿Y qué del amor?"

Así que, de golpe, desvía la charla al libro que acaban de leer.

–Poesía, ¿eh? Sí que se enfoca en el romance.

"Vaya, Harry, muy sutil", piensa, cerrando los ojos como si así Hermione no pudiera verlo. Incluso a través de las pestañas cerradas, la puede ver –la luz dorada bañándole el rostro y arrancándole reflejos de miel a su cabello.

–La reproducción es un imperativo biológico –se encoge de hombros la mujer, Harry siente el movimiento, tela contra tela, contra su propio hombro–, lo más parecido a un sentido de la vida que tenemos sin religión. Es así que todo parece volverse color de rosa cuando alguien se enamora. Pero solo lo parece. A largo plazo, ¿vale el romance lo que todos los demás tipos de amor?

Por alguna razón, al auror se le cae el corazón a los pies, pero sigue latiendo, solo un poco menos rápido que antes.

–Lo dices como si hubiera que escoger.

–A menudo la vida funciona así. Es como preguntarse por qué el mundo no es perfecto.

Pero no se puede aguantar, tiene que preguntarlo:

–¿Se puede ser feliz sin amor… sin amor romántico, quiero decir?

–Seguro –Hermione asiente con vehemencia, aunque allá, de fondo, a Harry le parece sentir un "eso espero".

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Avance:

–¡Harry! –grita Hermione, entre dientes apretados– ¡Lanza tu patronus! ¡YA!

"Un recuerdo feliz". Su boda. Ron, sonriendo. Molly, llorando. Ginny, de blanco. Su propio ciervo salta de la varita, creciendo en el proceso, y se gira a mirarlo; parece un fantasma con bajo voltaje: casi invisible, flasheando a cada instante.

"¡A Harry no!"

Se aferra a su recuerdo feliz, pero Ginny se sigue desvaneciendo para mostrar a Hermione en el vestido beige de las damas de honor. Dulce, nostálgica.

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Referencias:

(1) « Je ne vous oublie pas », Celine Dion.

(2) « Cantar de los cantares »

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¿Qué les pareció la "cita"?

¿Conocían la canción?

(Esa manera de organizar las teorías de Hermione, ¿fue suficientemente clara?)

Me encantaría saber qué les pareció.

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