El frío

Todos los agentes se verán cara a cara con situaciones extremas… –anunció el entrenador, indiferente, caminando entre los tanques transparentes de agua helada.

Los reclutas ya no estaban escuchando. No por estar sumergidos, no; la magia se ocupaba de que las palabras llegaran límpidas a sus oídos. Incluso tenían los ojos abiertos, para probar que lo habían logrado: que sus magias formaban un aura protectora en torno a su piel. Insuficiente para protegerlos del frío, claro.

Insuficiente para respirar.

La disciplina y el autocontrol son imprescindibles… –siguió en entrenador.

Harry se precipitó en la sala, y se quedó petrificado por un momento, incapaz de comprender la multitud de cuerpos sumergidos y como muertos que se veía a través de los cristales sudorosos, y al auror paseando entre ellos con un rictus cruel. Su mirada voló al tanque justo al lado del entrenador, donde Hermione flotaba, su pose, perfecta, y sus cabellos flotando como algas alrededor. Un cristal de hielo se interpuso entre sus ojos por un momento eterno. Su corazón dio un latido doloroso.

¡Ah, señor Potter! –llamó el entrenador– ¡Qué amable por parte de usted el unirse!

Estaba en la enfermería, señor… –se apresuró el recién llegado, con una sombra de temor– Habrá usted escuchado…

Sí –dijo el hombre, con una mueca–, supe de su estúpida protesta en la pasada lección, y de las tres fracturas resultantes.

El aprendiz no lograba mirarlo a los ojos. No hacía sino recordar la agonía de sumergirse en agua helada. El temblor de los músculos torácicos, tensos, a los que se ordena no respirar por un período indeterminado.

¿Cuánto llevan así, señor?

Señor Potter, quizás podría usted informarnos de la utilidad de este entrenamiento.

¿Señor?

Tengo entendido –se explicó el entrenador, ignorándolo– que usted tuvo una experiencia similar durante el último año del Señor Oscuro.

En esa especie de trance de quien lleva al menos una semana sin dormir, y ya no puede contar por lo errático de la agenda, Harry registra la orden y la cumple. Como, por otra parte, hizo cada uno de los demás reclutas.

Pueden salir –concede el entrenador, al tiempo que hace a Harry un gesto para que continúe. Todos los aprendices flotan, como en trance, al exterior de sus respectivos tanques. Súbitamente, el entrenador aparece en la parte superior del de Hermione, sosteniendo su cabeza por debajo del agua. Nadie protesta. La chica se debate, brevemente. A Harry se le escapa un gesto de urgencia, que solo arranca del entrenador un gesto arrogante. Si la "rescata", los dos estarán fuera del entrenamiento. "… asesinados -o peor, expulsados".

Nunca permita que el enemigo conozca su debilidad, señor Potter. Ahora, continúe la historia.

Harry puede ver cómo la aprendiz se desvanece en entre las paredes de cristal, mientras continúa el relato, el corazón apretándose de angustia a cada segundo.

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Pisadas resuenan en el callejón vacío. Tap, tap. Charcos, Merlín sabrá de qué; lo salpican, y Harry protesta entre dientes. Hermione, una sombra silenciosa, la varita en la mano, lo adelanta. Por un momento capta un flash de su expresión –resuelta, cerrada–, que es su mejor índice de lo que la auror siente desde que él mismo cerró el lazo empático, y traga con dificultad. "No me puedo creer que no me lo dijeras". No lo ha puesto en palabras, pero es el trasfondo de cada palabra que le ha dirigido desde que se hizo notar la desaparición de Ron.

Estaban en el Departamento de Aurores de los Estados Unidos, esperando a que Ron acabara otra de esas reuniones confidenciales; a fuerza de costumbre Harry ya no lo encontraba estresante. El de la cicatriz, que había logrado por fin pegar ojo la noche previa, estaba a la sazón conversando con incipiente y desconfiada simpatía con un auror americano. Michael había llegado a relevar, y Hermione debía estar en alguna otra parte del edificio; últimamente evitaba estar con Duham y Harry en el mismo lugar. Los aprendices estaban en una mesa vecina, conversando, y por primera vez, el ojiverde prestaba más atención a la charla de estos que a la suya:

–¿Por qué tantos papeles vacíos? –decía Michael, espiando una segunda carpeta.

–Está escrito en sangre de thestral –respondía Duham, aburrida–. Y deja de tocar los casos ajenos.

Harry desvió la mirada del sonrojo del aprendiz al auror que tenía al frente, que le sonrió, indulgente. Debía pensar que se trataba de celos: cuando tu chica, veinte años menor, comparte con un coetáneo… El inglés se sorprendió al descubrir que sí estaba algo… preocupado.

–¿Dónde está Ron?

Era la voz de Hermione, y lo tensó al instante. El auror al lado suyo le dirigió a la dama una sonrisa carnívora. De pronto a Harry no le caía tan bien.

–Debió terminar la reunión hace una hora.

–Estas cosas se extienden –intervino Duham, encogiéndose de hombros, al acercarse.

–Pero no se extendió.

La mirada que Harry y Duham cruzaron, bastó para que Hermione le pidiera al americano un minuto a solas con "su equipo".

–A ver si comprendí –resumió, pálida, con los labios tan apretados que habían tomado el mismo color de la piel–: Ron exigió irse solo. Dos veces.

–La segunda, no preguntó –se defendió Harry.

La auror lo ignoró.

Tras enviar a casa a Duham "por si Ron regresara", Hermione ha dejado a toda prisa el ministerio americano (Harry, dos pasos por detrás) y, a una distancia prudencial, se ha refugiado en un callejón. Respirando hondo, ha levantado la varita. La fórmula de uno de sus propios hechizos experimentales –uno que el Ministerio jamás aprobará, y Harry comprende lo poco que hubieran resistido en la última guerra si los mortífagos hubieran tenido acceso a esta herramienta–, su mano aferrada al antebrazo de su compañero, y por un momento la conexión entre ellos ha flambeado abierta. Demasiado corto. Ha dejado al auror ansioso y como sediento de esta intimidad que no sabía haber echado tanto en falta. Atontado, además.

Este encantamiento los ha puesto en un radio de cinco kilómetros de la ubicación de su amigo. Poco preciso, y lo sería menos si la conexión en el trío no fuera tan cercana. Pero es algo.

La mujer da media vuelta lentamente, buscando. A su alrededor, casas de pintura descorchada, con graffittis obscenos. Frunce la nariz levemente; huele a orinas, y el aire sabe rancio. En la esquina, hombres vestidos de andrajos se calientan en una hoguera que hicieron en una papelera metálica. El aire es opresivo y frío.

–Hazlo de nuevo –pide el auror–, usa mi magia.

Ojos marrones encuentran los suyos por un segundo, se apartan. Vacila antes de alejarse hacia el contenedor de basura del rincón, de espaldas a él y oculta de los muggles por el mismo horror metálico. Harry le echa una mirada de desconfianza a los mendigos. Una parte de él, esa que le habla con la voz de su compañera, lo reprende por ello. Aún está discutiendo con esa parte cuando la auror le pasa por al lado, pasos resueltos hacia los muggles, que se vuelven hacia ella.

Son relativamente jóvenes, solo uno tiene canas evidentes, aunque la barba les da un aire mayor a la vez que desaseado. A Harry no le gusta la expresión de ninguno de ellos: el de la derecha la mira como hambriento, los ojos inyectados en sangre, y el de la izquierda no deja de frotarse los dedos como si contara dinero al tiempo que la observa donde deberían estar sus bolsillos. Hay un tercero, que está como ido; es el que lleva mangas cortas, y la flexura de su codo parece un alfiletero.

–Buscamos a un amigo. Pelirrojo, pecas, así de alto.

El tercero abre la boca pastosa para preguntar qué ganan con decirle. Hermione saca de sus bolsillos tres frascos de fuego azul.

–Nunca se apaga –les dice.

El primero abraza el suyo.

–Cool, chica –dice, riendo–. Me tienes que enseñar ese truco.

El segundo sigue mascando, su frasco en una mano.

El tercero se ha apelotonado con el suyo en el suelo frío y húmedo. La auror aferra su varita bajo la capa, a punto de lanzar un hechizo de secado que lo pondría mucho más cómodo. Harry le aferra el codo; la conoce.

–Podría estar en la iglesia abandonada –dice uno de los desconocidos.

Otro apunta.

Hermione le da las gracias, y uno de ellos se echa a reír como si fuera lo más curioso que ha escuchado jamás.

El vertedero se vuelve aún más frío al avanzar.

Quince minutos más tarde no han encontrado nada.

–Intenta de nuevo –la urge; podría acercarlos al objetivo, y le va pareciendo que no hay mucho que perder–. Algo me dice que esos hombres no son de fiar.

Una mirada reprobatoria, que le recuerda los tiempos del PEDDO con tanta fuerza que casi comete el error de sonreír; pero Hermione extiende la mano y alza la varita. Harry se acerca. El contacto es casi eléctrico desde antes de que se toquen; su mano envuelve la femenina, un poco más pequeña y fría. Los dedos de la leona se flexionan sobre los suyos, aunque no es necesario; el gesto de un gato apoyándose contra el amo que lo acaricia. La empatía se abre apenas, suficiente para que su magia derive a través de sus manos unidas hacia la varita ajena. Al instante se siente débil. Los hechizos experimentales tienden a consumir demasiada magia.

El error es enseguida aparente. Ya la luz escaseaba en la ubicación anterior, pero aquí es como de noche; una noche nublada, tormentosa, enferma. El frío es ahora intenso como en un congelador, penetrante, como nadar en agua helada y sin piel: Harry imagina su propio corazón formando cristales de hielo; como agua, también, corre en sus oídos. "¡Lily, toma a Harry…!" grita una voz, en la distancia.

Dementores.

Una nutria plateada flashea delante de él, se enciende y se apaga, algo va mal con ella.

–¡Harry! –grita Hermione, entre dientes apretados– ¡Lanza tu patronus! ¡YA!

"Un recuerdo feliz". Su boda. Ron, sonriendo. Molly, llorando. Ginny, de blanco. Su propio ciervo salta de la varita, creciendo en el proceso, y se gira a mirarlo; parece un fantasma con bajo voltaje: casi invisible, flasheando a cada instante.

"¡A Harry no!"

Se aferra a su recuerdo feliz, pero Ginny se sigue desvaneciendo para mostrar a Hermione en el vestido beige de las damas de honor. Dulce, nostálgica.

Si no se centra los van a matar a los dos.

Se enfoca en los chicos, correteando juntos por el jardín. La pequeña Lily en su escoba de juguete. Ginny diciéndole que es padre por primera vez.

–¡Expecto Patronum!

El ciervo carga contra el primer dementor, lanzándolo como si fuera de humo. La nutria de Hermione ya ha cargado contra el segundo.

Y el frío se intensifica.

Harry mira hacia arriba, donde otro dementor ha surgido, flotando, su terrible capa negra ondeando, irreal. Y otro. Y otro. El mismo sonido parece congelarse.

Hogwarts, destruido.

El cadáver de Colin.

Cedric, muerto.

Sirius, atravesando el velo con una sonrisa.

"No", sacude la cabeza y busca desesperadamente un recuerdo feliz, pero toda la felicidad parece haber desaparecido. La imagen de su madre, desplomándose, hace eco en la imagen de Hermione en el Departamento de Misterios, su débil "Oh" sorprendido antes de que se le doblaran las rodillas; en la imagen de una Hermione de trece años desmayándose bajo una marea de dementores (como siempre, por su culpa). Imagen que parece repetirse hoy.

En el momento en que grita el hechizo, la nutria de Hermione flashea hasta desaparecer, y su propio ciervo se vuelve, asustado. La realidad se funde con los recuerdos. El dementor más cercano se baja la capucha.

Hermione, sonriendo a Ron en su propio traje de bodas.

El medallón, el horcrux, esa mirada roja en los ojos de su amigo, la terrible culpa en su propio pecho.

"Necesito que me oblivies."

Se tambalea hacia atrás, y el ciervo empalidece hasta ser casi de humo.

La mira, tensa… hermosa… Casi se le había olvidado ese momento. Sacude la cabeza, deseando olvidarlo de nuevo y enfocarse. Su mente inquisitiva insiste en extenuar el recuerdo. ¿Qué quería ella olvidar, exactamente?

–Harry –suspira la auror, la mirada fija en la fila de monstruos que se dirige a ellos desde la boca del callejón.

–¡Expecto Patronum!

La mano de la auror se ha deslizado en la suya, su enlace mágico se ha abierto de golpe y la magia de la mujer fluye hacia él, drenándola. "Tan cálido". Gratitud y miedo se funden en un remolino, pero el ciervo fluye de nuevo de su varita, más brillante que antes, y ataca, al tiempo que la auror echa a correr, arrastrándolo con ella, e incluso mientras los dementores siguen desenterrando de su inconsciente polvorientas piezas de rompecabezas.

Dolor, y pérdida. Un anillo de carne en torno a su cintura. La presión deliciosa y terrible de su entrepierna contra la de Ella. La consistencia de su piel perfumada contra sus dientes, de su pecho contra sus manos. Sonido, metal contra metal. El placer de enterrarse en su calidez. El peso sobre sus brazos, y el temblor de sus piernas, y el olor a sudor y a sexo. Por última vez.

Oh, la intensidad del miedo.

Jadea, su atención oscilando entre la realidad y visiones cada vez más lejanas, como sueños al despertar, agua entre sus dedos, a medida que el frío queda atrás.

Labios, rozando los suyos con la suavidad de un pétalo. En su espíritu, un agudo inhalar de sorpresa y un suspiro de alivio se transforman en algo más, algo instintivo y ardiente, familiar como un mejor amigo al que nunca conociste, y excitante, totalmente nuevo. El invierno, alrededor, pero dentro del círculo de sus brazos, la primavera, arde. "Nada. Todo. Lo que quieras".

Su mano de pronto siente frío: está suelta, y Harry mismo se siente como un barco a la deriva. Hermione se ha detenido, y gira, la varita en la mano. Alrededor, la escasa luz revela muros de piedra. Casi todo lo que su compañero ve, es los destellos que esta arranca a sus cabellos y a su piel. El silencio en torno es irreal. Huele a algo podrido.

"¿Qué estaba pensando?" Levanta la cabeza, mirando hacia el lugar de donde han venido, confundido. Siente la pérdida, la necesidad de saber; pero las imágenes se han ido, dejando nada más que una desesperada nostalgia.

–Homenum Revelio –susurra la mujer, por lo visto sin efecto–. Lumus.

Su compañero le hace eco. Una cucaracha camina sobre bolsas de nylon en el suelo vecino. Las ventanas del edificio de al lado están clausuradas con irregulares pedazos de madera. La patética luz de las varitas no hace mucho más que competir con la luz del día que muere. La oscuridad magnifica los jadeos de su compañera; el sonido le provoca una emoción extraña: le recuerda algo, algo importante, algo que tiene que encontrar desesperadamente. Algo que no está ahí.

–¿Dónde estamos?

–Ni idea –responde la mujer.

–Deberíamos volver a casa.

Hermione aprieta los labios. Su compañero reconoce el gesto a pesar de la escasez de luz, sobre todo por experiencia. No se esperaban ser placados por un escuadrón de dementores fuera de control –o con licencia para matar-, por agresivos que parecieran los de Azkaban estos no tienen comparación. Ron podría estar en ese mismo tipo de aprietos, pero Ron fue directamente a un destino que conocía, al tiempo que ellos van dando bandazos con la esperanza de encontrarlo; y por todo lo que saben los dementores estaban ahí para evitar que irrumpieran en una reunión confidencial a la que el Ministro estaba invitado. Cada uno vacila en arriesgar tan seriamente la vida de su compañero con tal de encontrar a un tercero que ni siquiera desea que lo encuentren.

–Vámonos.

En vez de sostener su mano, Hermione lo abraza, dejándolo sin aire por más de una razón. El tipo de abrazos de hace tanto tiempo: fuerte y sin inhibiciones. "Creí que te perdía". "Creí que nos perdíamos". Harry no recuerda ya lo que los dementores han extraído de los retazos de su memoria borrada, y todavía demasiado aturdido como para recordar prohibiciones, se muere por besarla. Huele a calabaza y a sudor, a tarta y a sangre. Dulce y metálico.

–Estás herida.

–Solo fue un arañazo.

Duda, pero la abraza, a su vez, con una mano en su nuca, apretando el rostro de la mujer contra su hombro.

El vértigo de la desaparición lo marea. Sin embargo, aparecen en el mismo lugar. Hermione se separa bruscamente, mira alrededor. El auror siente la confusión.

–Tu magia está agotada.

–No tanto así.

–Intento yo.

Y la urge de nuevo a sus brazos, ansioso por devolverla al lugar donde encaja tan justamente, y donde la puede proteger. O le parece.

El vértigo y… nada.

–Hay algún tipo de guarda –concluye.

Incluso a la escasa luz, le ve el miedo en los ojos.

–Vámonos.

De nuevo están corriendo, varita en mano, pisando material de dudosa procedencia y siendo salpicados desde todos lados. Para colmo, ha empezado a llover. Al menos el callejón está terminando; se asoman a la entrada y salen espalda contra espalda, las varitas alzadas y hechizos preescogidos en la punta de la lengua.

–Ahí hay una iglesia –murmura Hermione.

Hacia allí corren.

El edificio está en ruinas. Le falta las puertas, de cada vitral quedan tres cristales coloreados; en el más intacto, una mujer de blanco se arrodilla, pero falta el resto de la escena, no se entiende nada. Al entrar Hermione frena un estornudo discretamente; el polvo se arremolina en los haces de luz provenientes de las ventanas, y cubre todas las superficies. Dentro, los bancos que están, se hallan boca abajo. Harry alza la varita para lanzar otro Homenum Revelio, pero Hermione le sostiene la muñeca; una mirada inquisitiva hacia la mujer, y esta apunta a una caverna aún aislada por una reja oscura. "Catacumbas" dibuja con los labios. Harry observa la cueva, deseando con todas sus fuerzas no tener que ir allí. Al menos es más alta que la del sauce boxeador.

La leona escanea por guardas cerca de la entrada, mientras Harry lee el cartel escrito a mano con letras irregulares que todavía cuelgan de ella: "Prohibido: Tumbas". El término no es muy invitador. El varón se adelanta. La reja se abre con un chirrido, y Hermione baja la cabeza, medio esperando un ataque sorpresa.

–Deberías haber traído a la quimera –susurra.

Hermione lo hace callar, pero está disimulando la sonrisa.

Y la oscuridad se cierra sobre ellos.

Como era de esperar, no hay absolutamente ninguna antorcha encendida, y no pueden encender nada por temor a alertar a quien sea que esté dentro. Esperan en la puerta a que los ojos se les acostumbren a la escasez de iluminación, la cual es más fosforescencia y radiación fúngica que verdadera luz. No es fácil acceder a una oscuridad tan completa. Por un segundo Harry se pregunta si no estarán siendo paranoicos, pero entonces se acuerda de los dementores. Exoesqueletos de insectos no identificados se quiebran bajo sus pies, es el único sonido en lo que parece kilómetros y cabe preguntarse si llegará a oídos hostiles. Hermione susurra algo a su espalda, y el camino se abre. Qué lista.

Se guía por la pared, ignorando lo resbaloso de la piedra y los ocasionales movimientos bajo sus dedos. Hermione se ha aferrado a su capa. No le gusta tocar insectos. De todos modos tiene la varita lista, que es lo que hace falta.

Y de pronto, de nuevo, el frío. "No. No ahora". Pero la verdad, cabía esperárselo; si los dementores de fuera estaban protegiendo este lugar, por qué iba a haber una sola línea de ellos. La espalda de Hermione se pega a la suya, ojos ciegos escrutando la oscuridad a ver de dónde viene la amenaza, aún más oscura. Ambos lanzan el patronus al mismo tiempo, habiendo llegado a la conclusión de que tienen que correr el riesgo con la luz. Insectos se arrastran, evitándola, sus patitas haciendo un sonido crujiente y asqueroso; su cantidad y tamaño son terroríficos, Harry se pregunta qué comen o si esto es usual en las tumbas.

Ciervo y nutria vacilan ante la figura agachada sobre otra: un dementor, a punto de dar el Beso. Alrededor hay un corro de las mismas asquerosas criaturas, las capuchas apuntando ora a la figura yacente, ora a Harry mismo. El grito se alza, horriblemente multiplicado y deformado en los túneles. Llamándolo. Harry se hubiera echado a correr hacia los dementores de no ser por la mano de Hermione en la suya. Sus ojos van de ella a la mujer en el suelo; juraría que era su voz, pero no es posible… ¿Y por qué los patronus no atacan?

–Gira.

–¿Qué?

–Gira, Harry –insiste la auror mientras un hombro presiona su escápula.

–¡No voy a dejarte frente a esa cosa!

–Tengo una idea, Harry. Confía en mí.

–No si te va a ganar el Beso.

Rompiendo la formación, la auror se pone frente a él, que solo alcanza a protestar antes de que un sonoro crack señale un cambio por demás imperceptible, salvo porque la voz es ahora la de un hombre, y Harry juraría que es la suya.

–Riddíkulo –jadea la auror.

Y así como así, los dementores se ponen a bailar como los zombies de Thriller. Eso le arranca una carcajada hasta a él.

–Lugares oscuros. Nos vamos a encontrar muchos más boggarts.

El frío ha desaparecido, notablemente con la mano de Hermione en la suya.

–Ya da lo mismo –murmura Hermione antes de musitar, resignada–: Homenum Revelio. Lumus.

Segundos pasan antes de que la auror, súbitamente, eche a correr hacia adelante. Harry la sigue, evitando las paredes cuyo recubrimiento ha visto ahora con tanta claridad. Esto solo puede significar que encontró algo grande. El eco de sus pasos sigue siendo demasiado llamativo, pero si la onda tardó segundos, quizás lo que encontró esté muy lejos para escuchar incluso en estas condiciones.

La luz, vibrando en su varita, dibuja saetas doradas de una a otra tumba. Una calavera lo espía desde una, otra le sonríe desde su sitio, y tropieza con un fémur saliente que cae estrepitosamente a su paso. El girarse a mirar –reflejo–lo retrasa, y Hermione se pierde en la siguiente curva.

Su figura lo espera justo del otro lado, la varita apuntando hacia una de las tumbas y el ceño fruncido, concentrado.

–¿Qué…?

Harry bizquea hacia el dedo que ha aparecido sobre sus labios, y de ahí a los ojos cafés, tibios como caramelo, que relucen frente a él a la luz tenue de las varitas.

–Deberían estar aquí –es la voz femenina; murmura–. Desaparecieron.

Los ojos de la mujer vacilan sobre sus labios, y de pronto retira el dedo, formando un puño antes de volverse de nuevo hacia las tumbas. A Harry le pica el lugar que el dígito infractor rozaba. Su mirada se detiene en la mujer, con una breve ojeada a su foco de interés, en el que el auror no ve nada más que una pizca de polvo y huesos resecos –cierto, infantiles, pero nada más–. Alza la mirada por encima de ella y hacia el túnel adelante. Juraría haber escuchado algo, pero justo antes de lanzar el hechizo, lo alcanza otro sonido.

Sollozos.

¿O risas?

El que vengan de la mujer a su lado lo alarma más aún. Su conexión con su compañera está cerrada, pero ¿tanto? Porque todo lo que siente dentro de sí mismo, es adrenalina. Miedo, también. No tristeza. No histeria.

La varita baja, pies vacilantes se acercan a la otra figura humana con algo similar a la sumisión.

–¿Her…?

Impacta contra él como una roca, sacándole el aire. Delgados brazos lo rodean, urgiendo su abrazo. Comienza a hablar, pero al vibrar su pecho con las primeras letras, siente los dedos fríos y callosos abrir delicadamente el cuello de su camisa para dejar directamente en su pecho un beso suave. Calor y frío irradian desde ese punto, y a Harry se le tensan inconscientemente los brazos. El rostro se vuelve hacia él, la barbilla en su pecho. Menos mal que no basta la luz; esos ojos cafés lucen enormes a través de las lágrimas, y Harry se derrite cada vez que la ve llorar.

Se calla.

No es difícil adivinar qué la ha puesto en ese estado: dementores, y luego el boggart. A pesar de la sorpresa, y de tener a Hermione al lado en aquel momento, no lo ha dejado indiferente el escuchar los gritos de lo que pretendía ser su compañera. Ya nunca será lo mismo, con el Enlace entre ellos, que puede hacer ese tipo de experiencias, infinitamente más fácil (al asegurarle que no es en realidad su amiga la que está en peligro), o infinitamente peor (si lo estuviera). Pero ella siempre ha sido más sensible.

–Déjame curarte –murmura en esa cercanía tan íntima; está preocupado por la sangre–. Abre el Enlace. ¿Dónde te hirieron?

La figura en sus brazos ¿es un poco más pesada, o le parece?

Dando un paso atrás, la auror deja caer la capa. Harry inhala con fuerza, entre dientes, el flujo de aire haciendo un sonido audible contra su lengua. Debajo, blusa y pantalón son negros; imposible ver la herida, hasta que se quita la blusa, quedándose en un ajustador con fino borde de encaje.

Y la herida, debajo.

"No. No, no". Es una herida incisa: pequeña por fuera, profunda; del tipo que provoca hemorragia interna. "¿Dónde quedó el cuero de dragón?" se pregunta una parte de él, un grito desesperado. Las manos le tiemblan al acercarse al punto que daría cualquier cosa por borrar. La varita del mago es apartada de golpe, quizás a la auror le preocupe el efecto de un hechizo lanzado en tal estado de nervios. Harry roza la piel circundante con reverencia, con sus manos y luego con sus labios. Su cerebro se anula ante la posibilidad de perderla.

–Estaré bien –asegura la dama.

Los ojos del auror, escépticos, se alzan hacia los suyos; manos graciosas, si encallecidas, aprietan sus propias manos contra los costados, y la voz insiste:

–Estaré bien.

Pero él está sintiendo miedo proveniente también de aquel lado.

–Tenemos que llegar a un hospital.

Las manos de la mujer vienen a sostener su cabeza, en copa. Lo observa, y el tiempo se detiene. Hay un número de elementos perturbadores en algún lado más allá de ese rostro, pero no lo alcanzan.

–Harry… Sobre Duham… –No quiere hablar de eso; su lado del Enlace pugna por cerrarse, pero ella insiste– ¿Te gusta?

–No es el momento…

El índice viene de nuevo a apoyarse sobre sus labios. Cosquillea. Harry evita besarlo.

–Te gusta.

El enlace ha comenzado a irradiar dolor y un sentimiento insidioso y reprimido de traición. Puede sentir que su compañera está tratando de cerrarlo.

–Sí o no, Harry –exige; el tono de mandona es familiar–. No es tan difícil de responder.

–Ella es solo una aprendiz.

Los labios se aprietan en una línea; es más experiencia que visión lo que se lo hace saber.

–Y yo, ¿qué soy?

–¿Her…?

–¿Te gusto?

La pregunta lo congela. La respuesta está clara.

–Tú eres mi compañera, mi amiga. La esposa de Ron.

Cualquier otra respuesta los forzará a separarse, porque si hubiera entre ellos cualquier tipo de atracción, tendrían que mantener distancia. En nombre de la amistad. Y porque su amor podría matarla.

–Deberías estar con ella…

–¡Her…!

–Eres lo mejor para ella –lo interrumpe–, y probablemente es lo mejor para ti. Los demás hemos escogido, en algún momento… debemos lidiar con nuestras elecciones… Tal vez sea mejor así…

La idea de ella lidiando sola con sus elecciones le da más o menos la misma alegría que un encuentro cercano con un dementor.

–No debes preocuparte por mí. Estaré bien.

Lo está atrayendo –manos rodeando su rostro, forzándolo a ponerse en pie–, y Harry virtualmente se tambalea contra el cuerpo delgado y frágil, y tan cálido… Dedos masculinos, callosos, rozan la piel desnuda de la espalda cimbreante; la figura medio desnuda en sus brazos se aparta del cosquilleo, pegándose a su propio cuerpo en toda su longitud, y se estremece en sus brazos, callada. La nariz en el agujero de su cuello le hace cosquillas. El auror mira hacia arriba, ciego, tratando de controlar esa hambre imprudente que va creciendo en su estómago. La chica siempre ha sido tan independiente, pero cuando lo abraza puede sentir que se abandona –el rostro en su pecho, los brazos aferrándose a él… Un abandono que exige el suyo. Ya no le importa gran cosa que note su reacción, aunque no puedan hacer nada al respecto en estas húmedas catacumbas y otros factores se lo impidan fuera de ellas; es la más hermosa de las hechiceras. Cómo le gustaría que fuera suya.

El roce de los labios contra su cuello no hace nada por ayudar. Es tan ligero que a Harry le cuesta comprender que es intencional; demasiado, y demasiado poco. Un sonido gutural, casi animal, emerge de su garganta, al tiempo que su mano, como por sí sola, se desliza por toda la espalda de la mujer –cobrándole un gemido propio– para sostener su cabeza contra la piel sensible. Pero la sensación de sus dientes es demasiado intensa, el mago gira la cabeza hacia la de ella, y sus labios se encuentran.

Varias cosas ocurren en un orden más o menos confuso. Uno, los labios suaves y perfumados se abren a los suyos, lengua acariciando sus propios labios con una urgencia que lo hace gruñir al tiempo que se hunde en esa boca hambrienta. Dos, el enlace se abre por completo. Y Harry estaría luego bastante seguro de haberlo descubierto por sí mismo, aunque sin dudas el contraste entre sus acciones y lo que le transmite su empatía, se lo confirma.

Dolor, traición.

Interrumpe el beso de golpe al tiempo que su posición se vuelve una llave.

–Quién es usted y dónde está mi compañera.