En anteriores capítulos:

Tras la redada, el Trío de Oro parte a América en peligrosa misión diplomática. Lo ocurrido durante la ilusión tiene a los aurores prudentemente alejados, pero Harry ha estado luchando con visiones de una joven que identifica con Duham, y en consecuencia, planteándose una relación con ella. Ron, por su parte, sigue desapareciendo, para alarma de sus guardaespaldas, así que cuando Hermione regresa de Inglaterra (donde descubrió una serie de extrañas circunstancias en Hogwarts y adoptó a su pesar una quimera), el resto del trío sale a buscarlo.

La aventura se revela compleja. Nada más comenzar, los aurores se encuentran una tropa de dementores que extraen del subconsciente del auror una serie de memorias perdidas. A continuación se encuentran un boggart y finalmente una impostora que Harry identifica.

Es entonces que el detective Potter despierta de un sueño repleto de magia, y él y su esposa y compañera, la doctora Granger, reciben la asignación de un caso no muy diferente del que el detective soñó. El detective se encuentra descubriendo que conoce a personas cuya memoria no puede rastrear.


La estuvo observando como diez minutos antes de que ella se diera cuenta. Apoyada contra el escritorio –semisentada, en realidad–, con los brazos cruzados y el ceño fruncido, ha estado mirando la pizarra sobre la que han pegado las fotos de las víctimas y todas las pistas de que disponen, por al menos media hora. Quince minutos desde la vez pasada que compararon teorías.

–¿Qué piensas? –pregunta Hermione, apuntando.

–Pienso que son las tres y que ni tú puedes pensar claramente sin almuerzo –bromeó de vuelta.

En realidad, ha estado pensando solo a medias. Una parte de él solo observaba, comparando su vida con la que tan vívidamente le había mostrado el sueño. A Hermione, con la versión onírica de su mujer –melancólica, nostálgica, relativamente infeliz. Preguntándose con vergüenza si el no incluir a Angélica implicaba, de alguna manera, que una parte de él no la amaba suficiente.

–Vamos –se pone en pie, estirándose antes de descolgar su abrigo y colocárselo, el de ella y alcanzárselo.

La doctora se ve reticente.

–Vamos, pensaremos mejor con el estómago lleno.

Pasan de la cafetería de siempre. Hermione ni lo percibe, está pasando de una página a otra de su libreta de notas y musitando para sí teorías sobre el caso. Enfocada. Harry conduce lentamente, leyendo carteles y pancartas. Está buscando algo en específico, una cafetería que vio de camino al apartamento de Joy una vez, y que apareció en el sueño. Pequeña como es, Harry no tiene que pasarle dos veces por delante. Solo entonces Hermione lo nota.

–¿"3 escobas"? –lee, y se vuelve a su esposo, dudando.

–Nos hace falta un cambio de ambiente –se encoge de hombros el detective, y sale del auto–. Además, tienen la tarta de melaza en oferta.

No se lo esperaba, y le parece una señal –o tan cerca como se atrevería a esperar-. A Harry le gusta la tarta de melaza. Le gusta más el que Hermione sepa así, pero hoy no hay tiempo para eso.

La mujer duda, y entonces lo sigue con pasos vacilantes, la mirada fija en él.

Desde la puerta, Harry tiene la certeza de que ha estado aquí antes. Quisiera no tenerla, pero no lo puede evitar. Está en los adornos ridículamente románticos. Está en la cerveza de mantequilla, exclusiva del lugar, que se anuncia sobre el mostrador. Harry casi puede probarla. Le falta el aire y echa un vistazo fuera, deseando no haber venido.

La mano, delicada sobre su hombro, no le trae ningún consuelo. "No es real" le dice una voz, y está empezando a creérselo. Pero ¿qué es real?

–Harry –murmura Hermione, con voz cálida–, ¿qué está pasando?

–Conozco este lugar –explica.

Hermione guarda silencio por tanto tiempo, que él se vuelve. Su expresión lo sorprende y lo asusta.

–Creo que yo también.

Eso basta. El corazón le empieza a latir en el cuello, y se siente débil. Hermione lo toma de la mano, los dedos entrelazados con los suyos, y lo lleva a una mesa libre. Justo ha pasado el almuerzo, y las mesas libres, abundan.

La cabeza de Harry es un revoltijo de preguntas inconclusas envueltas en humo de alivio. Tal vez Hermione le pueda explicar… dar sentido… Tal vez… solo tal vez… ella no sea parte de lo que no es real. Casi no se atreve a preguntar:

–¿Cómo que tú también?

–No sé, Harry. ¿Puede que hayamos venido alguna vez?

Harry busca en su mente. Sí, si hubieran venido, esa información, guardada en su subconsciente… pero no podría haber sido reciente. Es de lo más extraño estar en un lugar al que no recuerdas haber venido, pero que reconoces.

–Estuve aquí en el sueño.

Hermione espera largo tiempo, dejándolo hablar.

–Tú, yo, Ron… Adolescentes… Incluso Chang, ¿te acuerdas de Chang? Flashes, pero estoy seguro…

–Tal vez estuvimos aquí hace tiempo –se plantea la mujer, mirando alrededor–. No luce nuevo.

–¿Qué les traigo, queridos?

Harry salta, reconociendo la voz, y levanta la mirada a la mujer de edad mediana y busto prominente que los observa.

–¿Madame Rosmerta?

Poniendo los brazos en jarras, la mujer los escruta con más cuidado.

–¿Quién me habla?

–Probablemente no nos reconozca –interviene Hermione–, pero mi esposo cree que estuvimos aquí hace tiempo.

–Antiguos parroquianos, ¿eh?

Pero ya Harry está mirando por encima de su hombro. Una chica acaba de entrar, seguida de un hombre de su edad. La chica, copia fiel de Hermione, se vuelve hacia su acompañante, riendo de algo que evidentemente este le dijo hace un momento.

–Ordena por mí –pide a su mujer, y se acerca los recién llegados llamando– ¡Ron! ¡Joy!

Se vuelven hacia él, sorprendidos.

–Ey, ¡Harry! –levanta la mano el pelirrojo.

–Pa, ¿qué haces aquí? –dice la chica mientras los hombres se dan la mano.

–Vi este lugar hace poco y se me ocurrió probar –responde el padre, abrazándola–. Tu madre está por allá.

Y en efecto, Hermione está alzando la mano desde la mesa. La chica responde y avanza sin mirar atrás. Ron y Harry se dirigen una mirada nerviosa.

–¿Nos unimos a las chicas?

Ron se encoge de hombros, y Harry lo sigue. Pronto escuchan a las "gemelas" conversando animadamente sobre la propuesta de Joy, que aparentemente fue el motivo de que se reuniera con su padrino. El político ha tenido éxito en impulsar algunas estrategias a favor de los indigentes y de la educación.

–¿Qué te parece? –le pregunta Hermione, ya en el auto.

Harry, que bajo la influencia del estómago lleno se ha adormecido en el asiento del pasajero, entreabre los ojos.

–¿Sobre qué?

–Joy. Ron.

–¿Qué pasa con ellos?

Hermione lo observa.

–A veces eres muy ingenuo, Harry.

El detective se endereza en su asiento, negando con la cabeza.

–Se llevan demasiado tiempo.

–A Joy nunca le han gustado los de su edad…

"Y Ron cree que las castañas listas son su tipo", ambos lo saben. Harry muerde un bozal que no por figurado se siente mejor. Su brazo izquierdo empieza a arder en serio, y de pronto todo se le oscurece; se pregunta si está teniendo un ataque al corazón.

–¿Te sientes bien?

Se le ha aclarado la vista, pero Hermione lo vio agarrarse el brazo.

–No me duele el pecho –responde, más para sí que para ella.

El que sospechara, ya es una respuesta para ella.

–Eso no significa nada.

Y apretando el acelerador, comienza a llamar a Urgencias.

–Ya cálmate, Hermione. Ya se pasó. Y no puedo tener al departamento entero creyendo que tengo un ataque al corazón.

–¿Cómo es el dolor? –pregunta la doctora, ignorando la queja, aunque cuelga el teléfono.

–No es opresivo. Solo quema.

La línea en sus labios le hace recordar que eso también puede ser un síntoma.

–Para ya. Ya no duele. ¿Ves?

–Harry James Potter, como me dejes sola por no alarmar al departamento, te juro que…

–Lo juro, Hermione. Es en serio. Ya no duele.

–Igual tenemos que chequearte.

Y comienza el circo, Hermione saliendo del auto y ordenándole no moverse mientras hace contacto con cada uno de los amigos que tiene en altas plazas –y que la adoran. Enfermeras y médicos sometiéndolo a cada examen físico o complementario imaginable. Al final, lo que contó fue el tiempo: aparentemente los jóvenes no sobreviven a un infarto, por lo que el mero hecho de que estuviera vivo era un poderoso disuasorio de un ingreso. Igual, son horas en observaciones. Harry sabe que tendría que estar agradecido, pero no puede sino estar molestarse. No quiere ni pensar en lo que va a pasar si en el departamento se enteran.

–¿Qué pueden tener en común?

–Harry, no voy a tener esta conversación ahora.

–¿Cuándo, entonces? ¿En casa? Y si me da esto de nuevo, ¿despertarás a todo el hospital?

La ve morderse el labio. Detrás del reto en su mirada hay muchísimo miedo.

–Ven aquí –le dice; Hermione le da la mano, permitiéndole que la atraiga a su lado, que la haga inclinarse, apoyar la cabeza sobre su pecho, donde escucha su corazón–. Estoy seguro de que fue psicosomático, ¿vale? Pero necesito saber a qué me atengo. ¿Es que Joy te dijo algo?

–No.

–Entonces, ¿qué te hace pensar eso?

–Las chicas somos criadas para saber de emociones.

–Pero no entiendo. Ella es una genio, y él no tiene una gota de inteligencia emocional, y muy poca académica.

–¿Qué pueden tener en común? Pues sentido del humor, interés en los deportes, algún error en su pasado…

El dolor empieza de nuevo. Harry trata de no entrar en pánico, de estudiarlo con objetividad. No le falta el aire. El dolor no se extiende, solo arde. "Como un brazalete", piensa. Claro que no es prueba de nada. Y se va a observar muy de cerca.

Tan de cerca, que no se da cuenta de cuándo Hermione dejó de enumerar.

Por otro lado, no le gusta nada que esa enumeración fuera tan larga.

–Conozco a Ron –se limita a comentar–. Si me estuviera escondiendo algo, lo sabría.

–Ustedes no se pasan el día juntos, Harry. Ya, no. Y él también es obtuso. Puede que ni se le ocurra que está en algo que nos pueda parecer mal. O puede que esto esté comenzando.

–¿De veras crees que hay algo entre ellos? –dice, con un nudo en la garganta (que espera no tenga nada que ver con el corazón).

Hermione escucha unos cinco latidos más, antes de responder:

–Supongo que lo descubriremos paso a paso.

A Harry no le gusta esa respuesta. Pero le acaricia la cabeza, enredando los dedos en su cabello, tan voluntarioso como su dueña.

–Podríamos hablar con ella. Hacerla razonar.

–Hablaré con ella. Pero… Harry… –Hermione vacila; Harry se imagina que está dividida entre preocupación por él, y la verdad que quizás necesite escuchar– Joy es terca. Lo más probable es que intervenir solo la empuje.

–Hablaré con Ron –gruñe el detective; la quemazón persiste, pero no se extiende.

Primera vez que piensa de nuevo en el sueño, y es para decidir que quizás algunas cosas son mejores allí.

Hermione levanta la cabeza, lo mira a los ojos.

–Mira, Harry… Esto no me gusta un ápice más que a ti, pero no es como si pudiéramos prohibirlo. Es adulta. Y seamos sinceros, ¿quién nos va a gustar para Joy?

–Alguien de su edad. Responsable. Menos payaso. Que no la haga llorar.

Dos segundos más, y Hermione asiente.

–Buen punto. Espero que haya cambiado algo desde entonces.

Todos los exámenes fueron negativos. Así que Harry y Hermione se van, con muchos agradecimientos y una batería de seguimiento.

Harry conduce. En el asiento de atrás, Hermione y Angélica juegan y palmean cantando: "Bingo se siente un poco mal". Sus voces contrastan; la de Angélica es grave y cascada. Hermione ha incorporado gestos a la canción, pero a Angélica les cuesta recordarlos. Harry las mira por el retrovisor cada vez que para en la luz roja. Ojalá hubiera más luces rojas.

Cerca de casa tienen que detenerse: Angélica no puede esperar ni unos minutos para ir al baño. Harry las ve desaparecer por la puertecita al tiempo que descuelga la llave de la gasolina, decidido a aprovechar el corto lapso para rellenar el tanque. Todavía está en eso cuando las ve caminar hacia el interior de la tienda; Hermione le lanza una sonrisa deslumbrante y el detective se resigna a que la compra de suministros incluya varios paquetes de golosinas.

El ruido lo hace reaccionar por instinto y antes de recordar que no está de servicio, ya ha entrado a la tienda, la mano en el arma de reglamento. Le cuesta comprender lo que sucede frente a él: alguien está gritando, el hombre detrás del mostrador parece petrificado, y del otro lado, Hermione está abrazando a Angélica, de pie al lado de un estante volteado, al tiempo que otra mujer, muy cerca, abraza a un niño de quizás uno o dos años. La mujer extraña está llorando y balbuceando algo en la dirección general de Hermione. El detective se acerca a su familia, vagamente consciente de que hubo peligro y de que ha pasado; abraza a Angélica, comprueba que no está herida.

–¿Qué ocurrió?

Los aplausos comienzan antes de que entienda lo que ha sucedido.

–Parece que el niño trató de trepar al estante –Hermione le informa en medio del alboroto–. Casi se lo lanza arriba. Yo estaba de ese lado con Angélica, y de pronto siento que se suelta y me volteo, y ya está cerca del mueble. Juraría que se me paró el corazón, Harry –el detective ve la angustia en el rostro de la mujer, la abraza sin dejar de observar a la niña–, sé que es fuerte pero ¿tanto? Al sujetar el estante, dio tiempo a que los adultos llegáramos hasta que los dos salieran de debajo.

Sin comprender el balbuceo de la extraña, Harry entiende lo general: Angélica acaba de salvarle la vida al hijo. Mira de la mujer al niño a su propia hija que a su vez dirige la mirada alrededor con una sonrisa vaga, sin creer completamente que los aplausos sean para ella. De golpe atrae su cabecita contra su propio pecho, aterrorizado.

"Y pensar que allá no existe"

Cierra los ojos, deseando con todas sus fuerzas olvidarse de ese sueño estúpido.

Hermione los urge hacia el auto. En el asiento de atrás lleva a cabo un somero examen físico y neurológico. Conversan la posibilidad de llevarla a urgencias, pero Hermione está bastante segura de que la niña no fue herida; su vista siendo más rápida que su cuerpo, no perdió detalle del evento. Ir al hospital significa también introducirla en un ambiente extraño, que su enfermedad puede interpretar como hostil. La doctora decide observarla en casa. Apenas atraviesan el umbral, se lleva a Angélica al baño, donde podrá limpiarla y examinarla a su gusto.

Harry, aún en el umbral, pone una rodilla en el suelo para acariciar a Anubis, que ha venido a darles la bienvenida y cuyos agudos ladridos tienen lo suyo de reconfortantes. Anubis, un perro sin raza rescatado del refugio, es el cuarto miembro de lo que queda en casa de la familia. Una vez bañado y cuidado, pasó a lucir poco más o menos como un Golden retriever y, a pesar de su nombre, es dorado, lo cual Hugo no parece haber tenido en cuenta al ponerle el nombre. Por otro lado, su hocico es agudo y realmente recuerda el rostro del dios egipcio. Con las patas del can sobre sus hombros, Harry puede mirar sus ojos, extrañamente similares a los de una esfinge. Le recuerdan algo, pero preferiría no saber qué.

Desde la cocina, donde ha comenzado a preparar la cena, puede escuchar chapotear a las chicas. El sonido le deja una sonrisa en los labios y un peso en el corazón.

¿Qué le está pasando?

Desvía la mirada de los huevos a Hermione, que acaba de pasar del baño al cuarto de los niños, con Angélica envuelta en una toalla, solo para salir detrás de la niña desnuda con una blusa azul celeste tamaño infantil en la mano. Qué bueno que miró, porque la niña viene en su dirección. Le da el tiempo justo para apagar el fuego antes de que se abrace a su pierna.

–Ayudo a papá.

Harry aprovecha la desnudez de la pequeña para examinarla, asegurándose por sí mismo de que no hay marcas violetas en su piel.

–Angélica –la madre se arrodilla a su lado– es muy peligroso que las niñas entren a la cocina.

Angélica niega con la cabeza, tan violentamente que el cabello castaño baila frente a sus ojos verdes al tiempo que afirma enfáticamente:

–¡Ayudo!

–Angélica…

Presintiendo otra crisis en la familia, Harry ofrece:

–¿Qué tal si todos se sientan en la barra, y Angélica me ayuda a abrir estos frascos?

–Eso es cristal…

–Hermione, la niña es muy fuerte, pero no tanto como para partirlo. Tú vas a estar con ella.

Con los labios en una línea, pero viéndose con las de perder, la mujer reclama al menos.

–Nos vestimos primero.

Mientras se alejan, le pregunta gentilmente a la niña por qué insiste. "Extrañé a papá" dice la niña simplemente.

¿Qué está mal conmigo?

Está fascinado y distante con la niña a la que suele adorar. Como si otra persona estuviera en su mente. Un extraño. Un fraude.

Pero su mujer no lo percibe. Le sonríe por encima de la pasta al tiempo que ambos escuchan las incidencias del día en casa de Gin, al tiempo que Anubis salta y hace piruetas en la esperanza de que Angélica, una vez más, "olvide" las reglas de mamá y le lance una albóndiga. Por lo visto, Angélica y los gemelos jugaron a los magos, con pedazos de madera por varitas, y a Ginny no le gustó nada que tomaran sus escobas, los persiguió por toda la casa (Angélica se ríe muchísimo al llegar a esa parte). Pero antes de que los descubrieran, estuvieron jugando pelota. La sonrisa de Hermione es más honesta que la suya propia. "Todo la maravilla", parece decir. Pero mientras Hermione le recuerda que no hable ni mastique con la boca abierta, Harry, de pronto, desaparece.

Y está en una cueva llena de huesos, a oscuras salvo por la fosforescencia cuyo origen no puede comprender. Mira su mano, y casi suelta el pedazo de madera que sostiene. Se mira. Todo en él es negro, pero tanto la textura como el peso de su vestimenta le resultan extraños. Se lleva las manos a la cara, palpando su vieja cicatriz –el accidente en que murieron sus padres- y la concavidad donde van sus ojos, y su nariz.

–¡Hermione! –grita.

Siente su presencia. De alguna manera sabe dónde buscarla. Es la misma conexión de siempre, más evidente, casi tangible, como un ojo en su frente. Extiende la mano hacia donde está. Su mujer está aterrada, buscándolo. La puede sentir. No está lejos.

–¡Harry!

Pestañea. La mira, del otro lado de la meseta, inclinada hacia él, las manos a ambos lados de su rostro. Angélica está llorando. Mira su mano, sosteniendo la cuchara; la deja caer. Mira alrededor, bruscamente, casi sacudiéndose las manos en sus mejillas. Está a punto de preguntar: "¿Dónde estoy?"; pero lo sabe. Está en su propia cocina. Comiendo. Con su familia.

–¿Vamos al hospital?

–¿Desaparecí?

–Como una crisis de ausencia –lo observa, asustada, pero ya está retrocediendo para confortar a la nena–. Está bien, Angélica. Tu padre solo necesita sueño, es todo. Estará bien.

Sintiéndose peor que nunca en la vida, Harry rodea la meseta para hacer girar a la niña, lo que la pone a reír sin por ello dejar de llorar del todo. La abraza, su cuerpecito fresco contra su cuello.

–Te diré lo que vamos a hacer. Vamos a leer de tu libro nuevo.

La niña chilla feliz, la crisis, olvidada, mientras la lleva en brazos hasta la librería.

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–Lo vi –le dice a la oscuridad.

Hermione acaba de sentarse en la cama. La siente girar hacia él.

–De pronto estaba en esa caverna.

–¿Qué caverna?

–Lo último que recuerdo… del sueño. Una caverna. Fuimos buscando a Ron, pero nos separaron. Hubo alguien… Me hizo creer que eras tú. Era exactamente igual a ti. Exactamente, Hermione –mira a la oscuridad, donde ella está–. Pero la descubrí, y la inmovilicé, y de pronto cambió. Se volvió delgada como alambre, desapareció como humo. Yo… no podía agarrarla. Tú estabas asustada, traté de llegar a ti y entonces…

–¿Entonces?

–Entonces me desperté.

Hay un silencio. Harry medio que se espera que Hermione insista: "solo fue un sueño"; en cambio, se acuesta a su lado, la cabeza sobre el hombro izquierdo. Huele muy bien. Tan bien, que lo distrae. Le acaricia la espalda ligeramente.

–¿Qué era, Hermione?

La mujer gira la cabeza hasta mirarlo inquisitivamente.

–La criatura, ¿qué era?

No sabe de dónde viene la certeza de que ella tendrá la respuesta. Quizás de tantos casos resueltos. A Harry le sabe extraño y familiar, y le sorprende descubrir que esta dinámica se parece mucho a la del sueño. Quizás más que a la de la realidad.

–Un mundo mágico, me dijiste –responde ella, y él asiente levemente contra su cabello, sin dejar de acariciarla–. ¿Con elementos folclóricos? ¿Religiosos? –nuevo asentimiento– Suena como un Hoklonote, pero tendría que investigar.

–¿Hoklonote? –farfulla el detective.

–Una criatura de los Choctaw, un pueblo indígena americano. Se alimenta de mentiras. Puede tomar la forma de quien quiera.

Ahí está, de nuevo. La estudiante perfecta. Recitando el libro de texto. ¿A qué versión de Hermione le recuerda? ¿O son la misma? Se siente extraño, como si la realidad y la ficción danzaran cambiando de lugar.

–¿Pueden crear ilusiones?

–Quizás –se escucha desde su pecho–, tendría que investigar. Los Hoklonotes están muy lejos de mi campo. Además, el sueño no tiene por qué replicar exactamente la realidad, y menos aún, los mitos de la realidad, sobre todo si no los conoces.

–Pero si no los conozco, ¿cómo puedo soñarlos?

Silencio.

–Tienes razón –dice al fin.

Está muy quieta, casi inmóvil.

–Hermione –pregunta, sin cuestionar el impulso; un gemido, más que otra cosa– ¿qué si aquello fuera lo real?

¿La siente tensarse?

–Pero recuerdas tu vida aquí. Es decir, me llamaste "doctora" sin que yo te explicara nada…

–Recuerdo ambas vidas.

–¿Con claridad?

El tono es distante. Se da cuenta de que se ha sacado a sí mismo de la ecuación para darle una respuesta. Si fuera cualquier otra persona, tal vez lo habría descartado por lunático –con el consiguiente miedo por el riesgo para la vida de la familia, de los niños–. Lo asalta una ola de ternura por esta mujer que ha sido siempre su compañera en tantos sentidos. Precisamente por eso, le debe la verdad. A donde sea que los lleve.

No quiere decir que sea fácil. Pasan minutos antes de que se atreva a hablar, pero entonces, dudando al principio, cada vez con más fluidez, comienza a contarle aventuras, muchas, suficientes para llenar dos series de al menos siete libros. Una, fantástica. Otra, realista. Hermione lo escucha con tanta atención que si no asintiera a veces y le preguntara de vez en cuando, creería que está dormida.

Estar aquí, juntos, compartiendo esto, se le antoja tan íntimo como hacer el amor.

Y a veces, hay silencio.

–¿Qué piensas?

La siente moverse contra su pecho.

–No sé, Harry… ¿En qué momento "recordaste" todo esto?

–Creo que ha estado ahí todo el día de hoy, simplemente esperando… esperando a que me lo creyera.

–Y ahora te lo crees.

Harry observa la oscuridad a su alrededor, y se lo pregunta.

–Es fácil hablar contigo –responde al final–. En la oscuridad. Puedo hacer como si me lo creyera y ver si hay algo de verdad, sin que implique creérmelo realmente.

–Eso no tiene sentido.

–Lo sé.

Y espera su respuesta. Fresco entra por la ventana entreabierta, fresca está la sábana limpia bajo su espalda, fresca y cálida, la piel de su mujer, y el detective acaricia su hombro desnudo, haciéndola estremecer. Siente el aliento contra su pecho. Un suspiro.

–Todo mi entrenamiento me recomienda mandarte al psiquiatra.

–Lo comprendería –responde él; ambos saben que no lo va a hacer.

–Esto es muy raro.

Él se ríe suavemente. Luego, escucha el movimiento de las hojas en la brisa de invierno. Huele a hierba seca.

–Nunca he escuchado de una confabulación tan compleja.

–¿Confabulación? –pregunta, volteando la cabeza para mirarla, aunque no puede verla bien desde ese ángulo.

–Así es como se llama cuando te inventas recuerdos y te los crees.

–Ah.

Se siente tan bien, estar aquí, acostado, con la persona que ama, esa en quien puede confiar. Se siente tan maravillosamente bien, que puede ignorar la dolorosa falta de la magia, como la carencia de un brazo.

–No sería una ilusión.

–¿…?

–Si aquel fuera el mundo real… –Harry se estremece: ¿cómo supo que esa era la pregunta, si ni él mismo lo sabía? –esta aún no debería ser una ilusión, sería demasiado compleja. ¿Quizás una realidad alternativa?

La imagina perfectamente –ojos abiertos, iris yendo de un lado al otro, sin ver, buscando respuestas no en el mundo sino en su propio y brillante cerebro; el cabello levantado y rebelde. La imagina en blusa blanca y falda negra, como en el internado. La imagina en capa negra, como en el otro internado, ese de la otra realidad. La imagina simultáneamente mordiendo un bolígrafo y el extremo de una pluma de ave.

–¿Como otra dimensión?

–¿Sería posible?

–No creo… No tengo referencia alguna de entidades mágicas viajando entre dimensiones…

–Harry, imagina… Imagina la cantidad de poder que tomaría…

Suena fascinada. Por primera vez, Harry tiene miedo.

–Pero solo es un sueño, ¿verdad?

La siente aquietarse lentamente, como una tormenta eléctrica. La mejilla está contra su corazón, debe haber escuchado la velocidad de sus latidos. Se siente cálida y fresca.

–Sí… Supongo…

La mujer cambia de postura, adelantando ligeramente la rodilla, llevando el antebrazo hacia arriba, más cerca de su cuello, su mano en un puño suave. El efecto de ese movimiento inocente sobre su cuerpo es devastador, descargas eléctricas subiendo y bajando por el muslo, tomando su vientre y su acelerando sus latidos. Y ella solo se está acurrucando. Una parte de Harry lo encuentra de lo más extraordinario. Le hace recordar que si el detective ama a su mujer, adora hacerle el amor, el auror de la otra realidad está positivamente famélico de su contacto.

–Harry… ¿qué si yo he soñado lo mismo?

La noción no le resulta tan extraña como se imagina que debería. Se da cuenta de que una parte de él lo ha estado esperando.

–¿Qué querría decir eso, en ese mundo? –responde el detective.

–No sé… –pero ya puede sentir una hipótesis en su voz–. Me dijiste que éramos compañeros.

–Trabajábamos juntos –asiente él.

–No es como aquí, ¿o sí?

–Con magia –responde–. Una aguda percepción del otro. Algo de comunicación telepática. Sensaciones. Había un lazo físico, un brazalete –recuerda.

–Como el dolor en tu hombro.

No se le había ocurrido. Asiente lentamente, preguntándose, el sueño tornándose más real por minutos.

–Tal vez… –hipotetiza la doctora– Tal vez el que hayan despertado en ti esos recuerdos, se proyecta en mí. ¿Tal vez esa parte de ti está llamando a su compañera en mí?

–¿Qué significa todo esto, Hermione? ¿Quién soy?

Con suficiente imparcialidad, se habría dado cuenta de la paradoja de preguntar esa, la más antigua y vital de las incógnitas, a alguien que podría no existir. Pero no es imparcial. La angustia le cierra la garganta.

–Detective y auror, ¿serían la misma persona? ¿O solo clones que intercambian cuerpos? –"Tú, ¿eres mi compañera, realmente?"

–No creo que tal intercambio exista –sugiere la mujer–. Ni siquiera en el mundo de la magia.

–Entonces ¿qué?

Ella hace silencio durante muchos latidos. A través de la ventana, Harry ve un pájaro posarse en una rama. Una lechuza blanca.

–Desde mi punto de vista –piensa la doctora en voz alta– es como yo hubiera estado en coma, o más bien (puesto que no he envejecido), como si hubiera estado congelada en el tiempo, mientras tú vivías –Harry se estremece, y Hermione levanta la cabeza y se mira en sus ojos, descubriendo de pronto:–. Eso sucedió realmente, ¿verdad?

Por un largo rato, se miran. Harry puede verse en los iris marrón, sus propios ojos extrañamente iluminados, intensamente verdes. Piensa en ese año sin ella, pasando por encima de la agonía para darse cuenta de que, para ella, la experiencia es similar. Salvo que esta vez es él quien experimentó el cambio de manera puntual, sin que nadie más lo supiera.

No responde.

Los ojos de Hermione vacilan, y vuelve a apoyar la cabeza bajo su barbilla.

–Por otro lado, los eventos de aquella vida no sean sino una versión mágica de lo que ha sucedido aquí. Ser huérfano, tus tíos, el instituto, los amigos que has hecho, tu carrera, son lo mismo. Incluso sigo a tu lado.

–En ese sueño –explica él lentamente, tragando ácido– estás casada con Ron.

Esto la hace reír contra su pecho, una risa insegura.

–Te aseguro que no me parecía gracioso. Estaban enlazados de tal modo que la intimidad con otra persona te mataría. En los siguientes tres días, Hermione. ¿Te imaginas?

–Con decir "casados" bastaba, Harry.

Él no responde. Hermione ha deslizado un muslo entre los suyos, quizás hasta sin saberlo, un movimiento familiar y absolutamente extraño; la suavidad del interior lo distrae. El cabello de la mujer le acaricia el cuello, aunque seguro que no es su intención. Puede sentir cada milímetro que se mueven sus dedos sobre su pecho. Su cuerpo sigue reaccionando furiosamente a la cercanía. Se pregunta si, de adolescente, habría tenido el autocontrol para seguir hablando. Por importante que fuera.

–¿Y tú? –ha preguntado ella, aunque le cuesta comprender las palabras.

–Viudo –se las arregla para confesar–. De Ginny.

Eso no la hace reír. En absoluto.

–Harry…

–No me digas que subconscientemente me veo con Ginny –amenaza–. O que te veo con Ron.

Hermione se levanta, una mano contra su pecho. Siente la mirada de su mujer, y aunque no pueda verla, su cerebro superpone el rostro que conoce, la expresión que tantas veces ha visto, a la oscuridad. Por largo tiempo, se están mirando sin verse.

–Yo sé que en algún momento te creíste que tendría algo con Ron –Harry traga en seco–, pero nunca hubiéramos funcionado. Hubiera sido una relación destructiva. En cambio, Ginny parecía perfecta para ti, y te idolatraba. Yo sí creí que irían bien. Cuando Joy, casi… casi…

–Yo no te lo hubiera permitido.

–No lo hubieras sabido.

–Sí, Hermione. Tendrías que haberte borrado de mi mente, y eso no es posible. No en este mundo.


Nota del autor: Incluí una parte explicativa al inicio del capítulo, porque comentaron que se habían perdido, y para más aclaración, paso a confirmar que incluso la Hermione muggle está en lo cierto punto por punto: al descubrir al Hoklonote, Harry fue catapultado a una realidad alternativa. Son las mismas personas, en otra realidad. Por otra parte, no va a durar mucho, si ya está teniendo flashes de sí mismo en la cueva donde lo dejamos. El próximo capítulo incluye más intimidad de la estrictamente permitida en el sitio web, considérense avisados y espero que les guste.