Nota del autor: no tengo que avisarles de las escenas "steamy", ¿verdad? Deben haberse acostumbrado con Obliviate. (¿Por qué les llaman lemons?)
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Tal vez soñar
–Sí, Hermione. Tendrías que haberte borrado de mi mente, y eso no es posible. No en este mundo.
Algo húmedo y cálido le cae sobre el cuello, así que Harry levanta una mano y la enreda en el cabello de su mujer –voluntarioso como ella misma- antes de atraer lentamente su cabeza hacia la de él. A centímetros, se detiene, mirando en sus ojos a la pálida luz que entra por la ventana. Inquietudes, ilusiones, recuerdos. Una esencia concreta. Lo que sea que busca, está ahí.
El beso es húmedo y cálido desde el principio. Hermione abre la boca contra la suya. Experto en besarla, hay una especie de maravilla en descubrir en cada uno de sus gestos, familiaridad. Placer. Devora un suspiro que va directo a su vientre. "Prohibido" dice el sueño que le acababa de contar; pero otra parte de él gruñe "mía".
Hermione se ríe contra sus labios, exultante.
–¿Qué? –pregunta su esposo, una sombra de sonrisa en los labios.
–Solo… tú.
El alivio se desliza sobre su piel como un encantamiento desilusionador. No sabía cuánto se temía que ella de pronto lo reconociera diferente en esta intimidad. Gira la cabeza para profundizar el beso, mordiendo suavemente los labios de su mujer como si con ello pudiera llevarse una pieza de sí mismo.
La mano de ella se desliza, fresca, contra la piel de su abdomen, bajo el pullover. Las asperezas hacen cosquillas. Ella para de besarlo para observar el abdomen ahora expuesto, maravillada, presuntamente, con la rítmica contracción de los músculos bajo sus dedos. Mirándola, se atreve a deslizar sus propios dedos contra el exterior del muslo y hacia arriba, por fuera del casto vestido beige, hasta su espalda, y de vuelta. Él mismo, está temblando. Con violencia. E incluso a la luz de la luna, puede ver el rubor sobre las mejillas de su esposa. La reacción de ella es vagamente sorprendente, pero en las memorias del detective, no es nueva; a pesar de los años, a veces se ruboriza al principio, no importa cuán atrevida se muestre después, y el hecho no deja de maravillarlo. Harry, por su parte, no recuerda haber temblado así ni en su primera vez. En ninguna las dos. Tal vez se trate de que, aunque siempre está de hambriento de ella, nunca estuvo tan cerca, sospechando a la vez no tener derecho. En cualquier momento el sueño lo puede succionar como un agujero negro, dejarlo temblando de nostalgia y de ganas.
–¿Te he dicho ya que te amo?
Iris castaños de pupilas dilatadas se desvían hacia los suyos.
–No hoy –responde la mujer.
–Tengo tantas ganas de tocarte…
–Eres mi esposo, Harry –dice ella, riendo; y sin aliento, añade– tócame.
El corazón le late en la garganta al tiempo que su mano se desliza por el borde del vestido, se hace un sitio y lentamente asciende por sus piernas. Hermione cierra los ojos. El corazón de Harry parece suspendido en la aceleración de su aliento. De súbito, inclinándose sobre su vientre, Hermione deposita en él un beso húmedo. Su reacción es poderosa e instantánea: un intenso temblor, el latido doloroso de su hombría, más hinchada que nunca; Harry gruñe en tono bajo al tiempo que su esposa muerde suavemente la piel por debajo de su ombligo. Pero ella no se detiene. Mordiendo cada vez más bajo, desliza los dedos bajo los boxers. El aliento se la queda a Harry en la garganta al tiempo que lenta, oh tan lentamente ella expone su carne dolorosamente excitada, liberándola de tal forma que la falta de presión lo hace lanzar un suspiro de alivio.
Una parte de él no se lo puede creer. "Hermione es mi esposa, lo es, de veras" se repite como un mantra, sin que se lo acabe de creer a pesar de la miríada de recuerdos, a pesar del contacto de los dedos fríos con su bajo vientre. Quizás por eso su aliento contra la piel más sensible del glande lo sobresalta. Y entonces, ella lo besa allí. Es solo un beso, húmedo, a labios cerrados, pero incluso viéndolo, no se lo cree. La ve descender de nuevo (mirada fija y el ceño ligeramente fruncido en concentración) y se prepara para el nuevo contacto, aferrándose a la ropa de cama. A pesar de eso, un temblor más violento lo recorre al tiempo que Hermione, sosteniendo la base, expone la punta a la calidez del interior de su boca. No es la primera vez que experimenta este contacto íntimo con una mujer, en ninguna de sus existencias, y sin embargo es todo nuevo y potente como la explosión de una supernova. Le sorprende no haber terminado entonces. Cuando se le aclara la vista, ella lo está mirando.
–¿Mucho? –le pregunta, pero está sonriendo.
Él le dedica una mirada de fiera que la hace reír y pasar al terreno relativamente más seguro de su garganta. Antes de que llegue, él intercepta su boca, deseando probarse en ella. Quizás así se lo crea. Pero apenas ha comenzado a sentir sus sabores mezclados cuando ella se frota a todo lo largo de su cuerpo, haciéndolo perder el sentido. Agarrándose a su piel como el náufrago a un madero, Harry se encuentra sin voz más que para emitir sonidos roncos que no parece capaz de controlar, al tiempo que ella desliza la punta de su lengua a lo largo de su carótida, solo para morderla en juego. La punta de su nariz fría se desliza a lo largo del terreno ahora húmedo. Es extraño el simple efecto de su aliento sobre la piel sensible.
–Hermione –logra emitir; es aviso y plegaria.
Sus manos han encontrado por fin la suavidad de los glúteos de su mujer bajo el vestido, y a medias por debajo de su ropa interior. La frescura y suavidad de la piel lo maravillan por un momento.
–Me gusta que hagas eso –le susurra ella en el oído, con voz grave, quebrada.
Cierra los ojos, gruñendo. No se puede quitar de la cabeza la imagen de Hermione tomando su intimidad en su boca, concentrada en su placer. Entonces, la dama desliza sus manos por debajo del pullover, acariciando su espalda a ambos lados de su espina dorsal, hasta hacerlo pasar por su cabeza.
Como el hombre famélico que es, el auror se lanza sobre el hombro delgado de su compañera, mordiéndola en sus prisas. La escucha inhalar bruscamente, y deja ir su presa, solo para besar la marca, apesadumbrado. Sosteniendo su nuca sobre una mano, se dedica a dar suaves, húmedos besos por su hombro, deslizando a la vez la tira de su vestido. El gemido lo sorprende, y una ola de calor sube y baja por su columna al tiempo que retrocede.
Hermione tiene que ser lo más hermoso que ha visto en su vida.
Así, aferrada al lado del vestido que ya no se sujeta a sus hombros, la cabeza hacia atrás sostenida por la nuca, los cabellos en una cascada derramándose sobre la mano del hombre, ojos vidriosos, labios entreabiertos liberando suspiros que huelen a calabaza y tarta de melaza y algo que solo ella tiene, es la efigie misma del deseo. Harry se da cuenta de que si se mirara al espejo de Oesed, no vería otra cosa. A pesar de toda su experiencia, delante de esta especie de diosa del amor, no puede sino preguntarse si él hizo esto.
Inclinándola hacia atrás, la deposita sobre la cama, tendiéndose a la vez sobre ella. Su cintura hace contacto, y solo la cercanía con su húmeda, tibia intimidad lo eleva a niveles de dolor y expectativa que no habría creído posibles. Entonces, ella se mueve, inquieta, excitada a su vez. Lo está mirando a los ojos, pero Harry dudaría que vea nada. Ese olor que es ella y nada más, se ha acentuado, los envuelve. "Por favor, Merlín, no me lleves ahora" suplica, al tiempo que entierra el rostro en el valle entre sus pechos. Ella se queda quieta, expectante, hasta que Harry alcanza sus pezones; entonces un chillido bajo y animal como el de una loba en celo se comunica de un cuerpo a otro. "Y que yo resista" pide, cerrando los ojos.
Controlando el impulso de arrancarle el vestido sin más, se apoya en una mano y ambas rodillas para bajar la otra mano y levantar el borde de la tela, acariciando de paso el suave interior de sus muslos. Su dedo se topa inadvertidamente con la ropa interior empapada, y succiona con más fuerza el pezón –arrancándole un balbuceo confuso- al tiempo que desplaza la tela para tocarla allí donde es más sensible. La siente debatirse, luchando, y busca sus jugos para hacer el contacto con su botón, aún más placentero.
La idea le viene de golpe: "quiero probarla". No se da tiempo a pensar, no traza largo camino de exploración, apenas se toma el tiempo de succionar su abdomen, besando reverente las pálidas estrías que hicieron espacio a sus hijos, mientras desliza la ropa interior. Enseguida se posiciona entre sus piernas, aferrado a sus glúteos. Y ya ella se ha dado cuenta de lo que piensa hacer –lo ve en sus ojos-, pero apenas le da tiempo a prepararse para el contacto antes de que él lance el primer lengüetazo contra el mismo botón de su placer.
La ola los golpea a los dos. Harry no se lo esperaba, y se queda estupefacto y jadeando al tiempo que el primer orgasmo de ella se le comunica al mismo tiempo que escucha su grito ahogado. Es tan potente, tan temprano, tan repentino, y tan extraño el experimentar de primera mano lo que siente su compañera, que al principio no sabe lo que ha ocurrido. Luego, solo le cabe estar agradecido de no haber, él mismo, terminado antes de empezar. Desliza la lengua de nuevo sobre la piel sensible, haciéndola arquearse contra el nuevo embate, hasta que es su mujer la que lo hace trepar hasta sus labios. Un beso húmedo, extraño y exultante, con sabor a ella. Sus caderas, a la altura justa para unirse por fin.
Hermione lo urge, empujando sus glúteos al tiempo que arquea las caderas. Y Harry concede. Cierra los ojos al primer contacto de sus labios húmedos. Puede sentir cada milímetro de roce, cada contracción refleja de los músculos de su mujer en esa vaina perfecta. Es otro milagro que no termine entonces.
Pero el placer, increíble como es, se prolonga, y Harry sigue vivo y presente para escuchar el gemido grave contra su oreja, sentir la corriente de aire cálido de su aliento acelerado, cuando se entierra profundamente en ella. Incluso –milagro- resiste el retirarse casi hasta salir, solo para entrar de nuevo, lentamente, las sensaciones millones de veces más potentes de lo que le parece haber experimentado jamás.
El siguiente gemido que escucha –un aullido, en realidad- lo hace estremecer de nuevo, sabiendo que está cerca, que ambos están cerca. Sabe que no podrá resistir otro orgasmo compartido. El auror en él sospecha, aunque no lo vea con sus ojos muggles, el círculo arcano de luz azul alrededor, iluminándose más con cada embestida, potenciando su unión, alimentándose de ella. Hermione es refugio y calor. Las rodillas levantadas, las manos arañando su espalda al tiempo que arquea la propia, está muy lejos de la chica bien compuesta que fuera en otros momentos. "Mía" piensa Harry, enterrándose en ella, los ojos fijos en los suyos. "Mía, mía".
"Tuya" la escucha decir, en su mente, a la vez que el tsunami se abalanza sobre los dos, dejándolos empapados y asustados y medio heridos. El último grito –su nombre- parece resonar en la habitación incluso después, cuando, con su frente sobre la de ella, alientos mezclados, Harry se pregunta confusamente cómo es posible que el mundo no haya estallado sin más.
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Huele a emoción, a excitación y miedo. Es increíble el calor, todo el mundo se apretuja, se empuja y se alza para escuchar a medias. Por amplificada que esté la voz, el eco y el murmullo y los gritos de coraje no hacen nada para facilitar el seguimiento del discurso.
El comandante ha venido.
Me abro paso entre la marea. Una cabeza se aparta y me deja verlo, apenas un punto gris a la distancia. Alzo a Kira, que lanza un chillido de emoción ante el movimiento, y luego chilla, dejándome ver a través de sus ojos cómo el comandante le pone una mano en el hombro a Lid y le da la mano. Me imagino que Lid debe estar rojo hasta el pelo. Se lo merece, la última escaramuza fue un éxito gracias a él, pero no puedo reprimir la envidia.
Alguien grita "Pendragon, Pendragon" y lo siguiente que sé, estoy gritando a todo pulmón y el bramido a mi alrededor es tal que me pregunto cómo no cae el subterráneo sobre nuestras cabezas. El comandante se acerca, sonriendo casualmente, la camisa gris medio abierta bajo el portabalas muggle, exalando carisma; a medio camino, lo alzan, poco menos que duplicando su ya considerable estatura. Tiene una risa abierta, hipnotizante. Ojos intensamente azules se deslizan de uno a otro, posándose muy brevemente sobre mí.
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Harry se despierta de golpe, y es como si la cabeza de su esposa aún estuviera sobre su pecho, castaño destellando oro justo por debajo de su campo de visión; es como si todavía sintiera los jadeos; su cuerpo está completamente saciado, relajado.
El primer aviso de que no está en su cama, es el vacío. Las gafas se deslizan por su nariz, a un pelo de caer. Pareciera estar levitando, girando suavemente en medio de la negrura absoluta hacia lo que su innato sentido de la gravedad le hace saber que es "abajo", aunque no vea el suelo.
Pero eso no puede ser.
Una inyección súbita de adrenalina. Puede que no comprenda la sensación de levitar, pero sabe que está inmovilizado, aunque no sienta cuerdas. Han asaltado su casa, quizás lo drogaron, no entiende de qué otro modo podrían haberlo atado sin resistencia. ¿Y Hermione? ¿Y Angélica? Frenético, lucha por moverse, debatiéndose como un poseso; pero es como si todos sus músculos estuvieran espásticos, aunque sin dolor. "Mi esposa" trata de decir, y sería una súplica y una demanda y una pregunta a la vez, pero su garganta no emite sino un gruñido sordo. Y eso le da miedo, un miedo terrible a lo que podría significar.
A su alrededor hay pisadas, sobre algo que suena como hierba mojada. Una risa que no suena cruel, le da esperanzas. Sin pensar en ello, extiende su sexto sentido hacia Hermione. No está tan cerca. Entonces, el detective recuerda que no puede hacer esto antes de que logre determinar si se acerca a ella, o se aleja. Confundido y más asustado que nunca, trata de preguntar de nuevo, sin lograr más que antes. El auror le hace saber que está petrificado, el detective se niega a creerlo. Le cuesta respirar.
De pronto, lo hacen descender, arrancándole un gemido. Cae de lado, y la gravedad lo mueve naturalmente hasta permitirle descansar en su espalda, aunque igual podría haber caído boca abajo y ahogarse. Nadie verifica.
Auror y detective pelean en su conciencia. No piensa en que está en un país extranjero, en que siempre estuvo en peligro. En su mente, la sonrisa inocente de su hija, los ojos de Hermione, y un alivio infinito al pensar que sus demás hijos están lejos, fuera de las garras de aquellos a cuya merced está a su pesar. En realidad, es sorprendente que nunca le haya sucedido algo como esto, con la cantidad de asesinos que han encerrado juntos, él y su mujer.
Su familia.
Las pisadas se alejan. Nadie le da una patada en las costillas, nadie le manda callar y en general no escucha una puerta cerrarse, pero igual podría estar enterrado, para la movilidad que tiene…
Silencio.
Se fuerza a centrarse en respirar. Es algo en lo que auror y detective están de acuerdo. Lo primero es oxigenar su cerebro, y entonces, reunir información y comprender qué ocurre. Huele a césped y a tierra húmeda. Sus ojos distinguen una estrella a la distancia, a través de una rendija con forma irregular, como ramas entrecruzadas. A través de su ropa se filtra la humedad.
No pueden haber llegado a la niña. No la escuchó chillar. "No la han tocado" se fuerza a pensar. "Hermione la tomó y se fue. No la han tocado". Le da una cierta medida de paz, aunque sabe que se engaña.
De algo está seguro: no está en casa.
Intenta de nuevo luchar contra sus ataduras, buscando una cuerda que simplemente no está ahí; pero esta vez, logra moverse. Al principio no se lo puede creer. Explora cuidadosamente el entorno, moviendo sus ojos y escuchando con atención. Nada. Muy lentamente se apoya en el suelo y se incorpora de un salto silencioso y felino.
Nada.
Se encuentra en un bosque, completamente solo. No hay cuerdas a su alrededor. "Drogas", imagina, comprobando su estado físico y mental; no está mareado, no se siente extraño en absoluto. Se lleva una mano a la cabeza, la enreda en su cabello, sacando hojas y ramas al peinarla.
Casi pisa la varita.
De hecho, la mente lógica del detective no comprende cómo distinguió una varita en medio del bosque, con el suelo lleno de ramas, o siquiera cómo sabe qué es. Se inclina lentamente y palpa el suelo; el instrumento encaja perfectamente en su palma, se siente cálido y toda su piel cosquillea al contacto. Siguiendo la varita hasta el puño cerrado a su alrededor, ve las mangas largas de la capa.
"No"
Aprieta el puño alrededor de la varita, dirigiendo la atención hacia la distancia. Puede ver luces fluctuantes. ¿Fuego?
–Homenum revelio –murmura sin pensar.
Se inmoviliza, incapaz de comprender lo que ha hecho, mientras algo que sabe que es su magia se desliza hacia la varita y afuera.
"No"
Pero tiene que saber, ¿o no?
–Lumos –dice a continuación, con la voz temblorosa.
Alza el extremo más lejano de la varita, ahora convertida en linterna, deseando pensar que hay un encendedor en alguna parte incluso sabiendo que no es el caso. Instintivamente, como cada vez que tiene miedo, sus sentidos se han extendido hacia su compañera. Como una brújula siempre apunta al norte, el Enlace apunta a Hermione. Está más cerca que antes, y adelante. Se siente ligero y confundido, sufriendo profundamente la pérdida de alguien que sin embargo está ahí.
(Y de alguien que quizás no existe.)
Tropieza con algo en la oscuridad, y se aferra al tronco de un árbol, desgarrándose las palmas. La varita cae dibujando un círculo de luz al girar. El auror jadea. Se levanta, arrastrándose. Se corta con un filo invisible, sisea. Finalmente, alcanza la luz. El detective decide usarla como una linterna.
No mucho más allá, le llega el sonido. Canto. Gutural. Suena primitivo. Simple y rítmico. Hermione está hacia allá –aunque el detective no comprenda esa certeza–, así que no le queda de otra: se agazapa y avanza.
Primero, es la luz. Y el humo. Enseguida, las tiendas, como sombras enormes y triangulares recortadas contra la negrura. No hace falta ver muchas películas del oeste para reconocerlas como un campamento nativo. El detective se desliza como una sombra de tienda en tienda, evitando la luz y la gente; pero al voltearse se encuentra un par de ojos impasibles que lo siguen. Solo entonces el auror recuerda el hechizo desilusionador, y tras la siguiente tienda, lo pronuncia.
La tienda, incidentalmente, es grande. De dentro llega una voz anciana; Harry apaga la varita y la introduce entre las pieles, desplazándolas apenas. Dentro hay un círculo de hombres sin camisa, torsos sudorosos y bronceados. Hay mucho humo, del tipo que marea y cubre con su espesor el rostro de cada uno de los espectadores. Un recipiente pasa de mano en mano con lentitud ritual. El auror reprime el impulso de toser. A pesar de esto, la atmósfera lo atrapa como un baño caliente.
Justo frente a él, una vestimenta de piel y plumas de la que procede la voz. El auror se siente un chico; le da la impresión de que, como Dumbledore, este hombre es capaz de ver a través de los hechizos.
El mayor está, evidentemente, contando una historia. Las palabras son largas y pronunciadas sin prisa. Poco le llega al auror; poco, y deformado. Formula un hechizo de traducción cuya eficacia le sorprende:
–… y Gran Águila –dice la historia– extendió sus alas, y por allá por donde volaba, las tierras fueron fértiles, las mujeres, fecundas, y muchos hijos nacieron a la gente. El Gran Águila atravesó las fronteras de los de cara pálida –Harry juraría sentir los ojos del anciano en él–, guiando a la gente a salvo por sus tierras, dándonos la victoria en las batallas. Tuvimos muchas tierras y mucho maíz. Allí a donde iba, el Gran Águila vencía a los espíritus en grandes batallas en las que los truenos dejaban la tierra negra y estremecida de sangre inmortal.
El canto es un potente somnífero, ¿o es el humo? Harry se encuentra sumido en otro entorno irreal, su vista cubierta de alas de águila y sangre negra, espesa, cayendo sobre la tierra; las alas se transforman en flechas, y ahora la sangre es humana, y hay gritos, de guerra y de dolor y de victoria; y de pronto esos gritos son de terror, y las flechas detonan con potencia terrible, hasta formar grandes nubes en forma de hongo.
–Pero la gente no fue agradecida con el Gran Águila –el inglés casi puede sentir la cabeza del anciano oscilando pesadamente de uno a otro lado–, olvidó Su nido. Entonces, los Cara Pálida, como serpientes venenosas, se deslizaron en nuestras tierras y en nuestros oídos, ofrecieron muchos y buenos caballos por esa tierra. A los jóvenes se les encendieron los ojos, y no escucharon ya consejos, y vendieron. Así, los hombres blancos trajeron muchos de sus cachorros núbiles, a los que instalaron en la tierra prohibida…
De pronto, todos los ojos se vuelven hacia él, y se hace silencio. Harry mira de uno a otro, encontrándose reflejado en todos los ojos; pero nadie se mueve para atacarlo, y más avergonzado que herido, el auror deja caer la piel, preguntándose confusamente cómo es que el hechizo desilusionador ha dejado de funcionar. (Tiene que preguntarle a Hermione qué tipo de humo tiene ese efecto.)
Avanza hacia el terreno más allá, desconfiando de lo abierto, más ahora que lo pueden ver. Pero allá está su compañera. "Hermione" piensa, los ojos cerrados. Hermione" la llama en silencio. Los cantos le responden. Así que el ojiverde se adelanta hacia la fuente de las voces. El aire es fresco y límpido, sin la humedad enfermiza de las catacumbas ni el humo del cuentacuentos. Huele a fresco y a salvaje. Harry juraría que de abrir la boca podrá probar la carne asada de búfalo.
Finalmente, oculto entre dos tiendas, ve la luz del fuego. Sombras se dibujan sobre él y pasan, sombras de figuras que se interponen entre él y el ardor dorado, girando y haciendo movimientos salvajes. Sombras casi desnudas. Reconoce en los cuerpos la femineidad y la anchura de la preñez. Le parece reconocer gestos, como si fuera un teatro.
Se sorprende al reconocer una espalda. Tiene que ser Hermione, aunque ha transfigurado su vestimenta. Ve el sudor en los hombros descubiertos, reconoce la postura. No está herida. El alivio se abate sobre el detective, ante la sorpresa del auror, que ya a través de la empatía sabía que ella estaba a salvo. La mujer no se ha tomado la molestia de un hechizo desilusionador, o sufrió el mismo extraño efecto que él; pero las demás la reconocen como suya. Tiene que reprimir la urgencia de alcanzarla, casi asustado de que se desvanezca una vez más; pero dos zancadas discretas lo llevan justo tras su espalda, y el crujir de las hojas no lo delata en medio de los cantos.
Directamente tras ella, susurra su nombre en su oído. Le sorprende el violento temblor que la recorre, desde su punto ve alzarse su pecho aceleradamente. No se mueve más, pero lo ha reconocido. Sentidos mágicos, empáticos, se tantean mutuamente, dudando.
La leona da un paso atrás, hundiéndose en su pecho por un momento, hasta que Harry retrocede, a su vez. No puede simplemente girarse, llamar la atención de esa manera; tienen que retroceder con cuidado, reagruparse. Una de las ancianas ya los está siguiendo con la vista, sin dejar de mover los labios en este canto visceral. No es hasta pasar del círculo de luz, que le sostiene la mano y lo hala a lo largo de las tiendas, hasta la protección de un árbol.
–¿Estás bien? –pregunta el detective, palpando su rostro, sus hombros, buscando hematomas y sangre–¿Te han hecho daño?
–Estos no parecen hostiles –responde la mujer, evadiendo sus manos para mirar entre las ramas, asegurarse de que no los han seguido.
–¿Y Angélica?
La mujer lo observa por encima del hombro. Sus ojos están en la oscuridad, apenas iluminados por un punto. La ve abrir la boca, los labios temblando, y el detective tiene que apoyarse contra el árbol. Las manos frescas de la mujer en sus mejillas apenas se registran en medio del dolor. Los ojos fijos en el suelo –a través de las esbeltas piernas de quien trata de confortarlo-, Harry no registra mucho más que la inexistencia de una vida sin magia y de una niña enferma.
De golpe siente algo firme y cálido debajo, se trata de apartar violentamente y Hermione lo frena. Es un niño, unos cinco años; parece sentir la misma alegría con el encuentro que ellos mismos. Ojos desconfiados los escrutan. El auror retrocede, ahora con cuidado, para no dañar al crío; pero sin saber cómo responder. Finalmente, el nene se echa a correr a los brazos de una mujer que lo recibe, lo palpa con ansiedad y finalmente, abrazándolo, escupe hacia los extranjeros:
–Los hijos del dragón no son bienvenidos.
–Solo queremos irnos –chapurrea Hermione.
Un dedo frío apunta a la derecha. La mano de la inglesa sostiene la de Harry y lo atrae con ella hacia ese punto.
–Tenemos que salir de aquí –susurra la mujer.
A medio salto, se siente desaparecer. Lo identifica, y se niega a hacerlo al mismo tiempo; pero no hay cómo ignorar la aguda sensación de pánico en su interior, y es que no procede de sí mismo.
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Nota del autor: ¿Entonces?
(Ya sé que no comprendieron la escena del medio. Es solo una presentación, ya se aclarará. ¿Qué les pareció el resto?)
