–¿Qué recuerdas?

Están sentados, con las rodillas en alto y los brazos alrededor, directamente sobre la piedra. Tan cerca que Harry puede escuchar su respiración, aún agitada por la rápida, ansiosa exploración de esta suerte de cárcel que llevó a cabo minutos antes. Tan cerca que sus pies se tocan, y sin embargo, no se ven, aunque estén frente a frente: la oscuridad es aún más penetrante que al entrar en las catacumbas.

Quizás deba empezar por ahí.

–Recuerdo entrar contigo en las catacumbas –comienza Harry–, y el boggart.

–Eso es un comienzo.

La voz de la mujer suena alegre, como el de la niña demasiado entusiasta que fue una vez. Quizás por eso su compañero ladra:

–¿Eso va a ayudar, cómo?

Sigue el silencio, pesado y terrorífico.

–¿Qué quieres que te diga, Harry? Cuando nos desaparecí, el destino era la residencia. No sé por qué aparecimos de vuelta en esta tumba de piedra. ¿Lo intento de nuevo? ¿Y si escindo a uno de nosotros? Tampoco veo aperturas en la piedra, y no es que la cámara sea tan grande como para que se me haya pasado tal cosa. ¿Qué más quieres que haga? Por otra parte, es posible que hayamos aparecido en el lugar equivocado por estar desorientados…

–No estoy desorientado –ladra el auror.

Un silencio, muy breve.

–Lo sé.

Al aparecer aquí, la leona había atravesado un período de silenciosa negación, palpando el entorno –roca pulida y pequeños animales y frío, tanto frío- para descubrir que, en efecto, estaban de vuelta en las catacumbas; esta vez, encerrados en un sector no muy amplio y con aún menos iluminación. No tuvo tiempo a entrar en pánico, al menos, no inmediatamente. Mientras ella exploraba, Harry solo se había deslizado por la pared hasta caer sentado e inmóvil, llorando amargamente como un hombre que acaba de perder un hijo. Una hija, en su caso. Ello había requerido alguna explicación.

–Teníamos una niña –había respondido el auror, y el medio abrazo confundido de su compañera se había petrificado en torno a él–. Se llamaba Angélica.

Hermione había empezado a temblar en torno a él, mientras él, muy lentamente, le contaba de Angélica y su gusto por los caramelos de limón y ciertos libros del Dr Seuss, su terrible miedo a los robots y la manera en que hoy había salvado a un niño en el supermercado. Su voz cascada y su impresionante fuerza física, y cómo le gustaba ayudar en la cocina. Harry estaba en duelo por una niña enferma que nunca había existido en esta realidad y un mundo sin magia donde sin embargo se había sentido completo y perfecto. Y Hermione lloró con él, con tal desesperación que Harry cerró el enlace tanto como pudo, temiendo volverla loca con un dolor que no le pertenecía. Tampoco le debería pertenecer a él, supone. Pero ahí está.

Y sí, está desorientado. Pero primariamente está "en duelo", aunque esas palabras no basten para describir el agujero negro en su pecho.

–Lo más probable es que este sitio esté plagado de hechizos anti-aparición –aporta, ahora, calmado pero frío como la piedra alrededor–. Entonces ¿qué?

Suena como si ella se obligara a llenar el silencio:

–Háblame de lo que hicimos antes. ¿Dónde estamos?

–¿En América?

Un latido.

–Sí, supongo que seguimos en Estados Unidos –dice, mesurada, para luego explotar–. Oh, Merlín, ¡se suponía que hoy fuéramos al hospital a visitar a las víctimas! Apuesto a que Ron no ha ido una vez a mostrar simpatía…

Casi cualquier otro mago le hubiera ladrado que solo son muggles; pero resulta que él, como ella, se crió entre muggles. Aunque no es que haya sido una buena experiencia. Mientras su compañera habla, una cuerda se enreda sobre su estómago al pensar, no en los heridos, que en la mente de los terroristas solo son daño colateral (aunque le sepa mal reconocerlo), sino en el objetivo probable de los terroristas: la exposición de la comunidad mágica. Esto puede ir mucho, pero mucho peor.

La parte de su mente que habla con la voz y la lógica de su compañera, comprende por qué en tal situación su mente se ha refugiado en un sueño. Comprende, incluso, que la experiencia completa de vivir sin magia, se haya reflejado en la enfermedad de una hija. Pero su mente se aparta de toda esa reflexión como un cuerpo enfermo al adoptar una posición antálgica: se aparta del dolor. Harry se pregunta confusamente el momento exacto en que perdió la cabeza, y si en realidad la ha recuperado. ¿No es más lógico pensar que nunca dejaron las catacumbas? Quizás –se le tuerce el estómago al pensarlo-, quizás sigue en la ilusión, y ahora, tan profundamente que no es capaz de percibirlo.

–¿Qué papel juegan los nativos en esto? –interrumpe– ¿Fueron siquiera reales, o hemos estado en las catacumbas todo este tiempo?

–Harry…

La mano del auror se contrae ante el contacto: la yema del dedo de Hermione ha tocado el dorso, y frío y calor irradian desde ese punto. Súbitamente, le agarra la mano, palma contra palma, aferrándose a ella como a una prueba de que al menos ella es real. La siente inhalar de golpe. Le pican los dedos por lanzar un lumos y poder así verla; pero sería imprudente, quién sabe qué enemigo humano, animal o vegetal nativo de la oscuridad podría ser atraído por el súbito destello de luz. Pero puede tocarla. Es real. Tiene que serlo. También puede sentirla a través del enlace, aunque se siente tantísimo más cerca. Ella está en el eje de sí mismo; es más probable que él no exista.

–Esto es real, Harry –susurra ella dulcemente, leyendo en sus pensamientos con más claridad de lo usual.

Por mucho rato, el mundo se circunscribe al sonido del aire entrando y saliendo de sus pulmones, y al latido de su corazón, como un galope. A la mano fría y sudorosa contra la suya. A la dureza de la piedra.

–Creo que la aldea también fue real –responde a su pregunta, finalmente–. Me gustaría haber prestado más atención. Esa gente sabe más de lo que revela.

Hay otro silencio. A Harry no le gustan los silencios. Sin visión, no escuchar lo hace depender enteramente de los sentidos más débiles. El olor a calabaza y cuero y tarta de melaza lo tranquiliza, pero le da hambre. En más de un sentido.

–Sigue hablando –suplica Hermione.

–Tú deberías ser quien contara –pide él a su vez, sediento de su voz; y luego tiene que explicarse; le toma unos segundos racionalizar–. Eres tú quien llevó a cabo el hechizo. Si la desorientación tiene algo que ver con que acabáramos aquí, eres tú a quien afecta. ¿Qué recuerdas?

Se da cuenta de que su amiga lo escruta en la oscuridad. Agradece que no saque el tema de su crisis de llanto, el síntoma más claro de distrés que alguno haya mostrado. En cualquier caso, se dice, es cierto que no fue él quien los apareció aquí. No se le ocurre ningún razonamiento capaz de batir el suyo.

–Recuerdo la hostilidad de los americanos –aporta finalmente la mujer–. La investigación, que no llegaba a ninguna parte –"Tu ausencia" – Luna nos pidió que volviéramos a Inglaterra por turnos, para el reporte.

–Siento no haberte dicho lo de Ron –murmura Harry.

–No tuviste tiempo –lo excusa ella–. Aunque sí que pasamos toda la noche juntos cuando regresé…

Harry casi puede verla cubrirse la boca con una mano, los ojos grandes de alarma. Acaba de escuchar, demasiado tarde, el segundo sentido de la expresión e imagina el rubor que (está seguro) la está cubriendo hasta el pecho y la raíz de los brazos, aunque la manera en que ella controla la voz, la honra:

–No es momento de hablar de eso. ¿Cómo fue exactamente que desapareció la primera vez?

–Discutimos. Se escudó en la falta de relevo, pero me hubiera impuesto si Duham no nos hubiera interrumpido. La chica se plegó como una silla –gruñe el auror–. Es más respetuosa de la autoridad que tú.

El silencio, esta vez, está suficientemente ocupado. Harry lo llena con imágenes de la charla que tendrá con su mejor amigo si sobreviven. Una charla de puño a mejilla. Espera que el resonar lejano de piedra contra piedra no sea el heraldo ominoso de una especie de derrumbe, igual podría ser el poderoso cerebro de Hermione y su pesada y bien aceitada maquinaria.

–A dónde habrá ido –vocea el ojiverde lo que ella está pensando.

–No sé, Harry –suspira ella–. A veces me sorprende lo poco que lo conozco.

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–¿Tienes sed? –pregunta Hermione.

A su voz le sigue el sonido del agua invocada, que a veces cambia de tono. Harry se la imagina emergiendo de la varita hacia la boca de la mujer y chorreando por su barbilla hasta empaparle la blusa. El auror traga con dificultad.

–Estoy bien.

La corriente líquida se detiene. La mano de Hermione no se ha movido de la suya, ni siquiera para invocar. Es prácticamente su única línea hacia la cordura.

–¿Cuándo empezaste a perder contacto con la realidad? –retoma Hermione.

Harry piensa hacia atrás.

–Es difícil de decir, exactamente.

–La oscuridad rarifica los recuerdos –asiente su compañera, empática.

Harry piensa en los dementores con un sudor frío que le hace mirar alrededor, consciente de que no vería a la creatura en esta oscuridad. El ataque de los dementores ocurrió arriba, en la relativa claridad, pero ya entonces su realidad estaba como doblada sobre sí misma.

–Hermione… los dementores… ¿afectan la memoria?

Casi la puede ver fruncir el ceño.

–A qué te refieres.

–Tú sabes… Mi madre… Nunca la había recordado tan bien como en tercer año.

La escucha suspirar.

–Los dementores acceden al subconsciente –explica–. Así es como sacan los miedos más primitivos. A veces extraen algo más, como recuerdos muy tempranos o traumáticos. O ambos.

–¿Y la oscuridad?

–¿La que traen con ellos? –Suena desconcertada.

El hombre mira alrededor, la boca abierta, buscando las palabras.

–Hermione, creo que esta vez recordé algo más –susurra agitadamente–. Algo importante. Pero ni siquiera recordé que recordé, hasta ahora. ¿Eso tiene sentido?

–Bueno… –parece pensar antes de responder lentamente– el miedo a la oscuridad también radica en el subconsciente… ¿Quizás esta oscuridad y la ansiedad de estar aquí te ayudan a reconectar con tu subconciente?

–¿Por qué ya no recuerdo lo que recordé?

Está empezando a sonar como un trabalenguas.

Quizás por no tener mejor respuesta, Hermione insiste.

–¿Quizás bajo hipnosis? Estamos cortos de legilimens, pero seguro que puedo encontrar a alguien.

Conmovido por esta nueva prueba de devoción, Harry gatea hasta su lado. El proceso es incómodo y un poco peligroso, pero realmente necesita estar más cerca.

–Gracias –murmura contra su hombro antes de voltearse y sentarse a su lado, tan cerca que ya no hace tanto frío.

La mano de nuevo en la suya, Hermione lo presiona por un momento, y luego se quedan en un silencio que esta vez es cómodo.

–Quizás deberías ser tú quien contestara.

–¿Qué?

–¿Cuándo me viste "normal" por última vez?

–¿"Normal"?

–Cuerdo. "En contacto con la realidad" como dijiste.

Por la inclinación de su hombro, sabe que la mujer está mirando al techo rocoso. Hermione suspira, y hay algo en su actitud que cambia, pero Harry no sabría qué es.

–Justo después del boggart. Cuando te retrasaste y retrocedí.

Y antes de que haya escuchado el final de la frase, regresa a él, como un flash, una imagen que lo hace inhalar y girar de golpe. Las manos del auror tantean la cintura, los hombros, con urgencia.

–¿Estás bien? –le pregunta mientras se separa y descubre el abdomen de la mujer, ignorando el súbito jadeo de esta y su pobre defensa–. Allá atrás tenías… estabas herida… Yo…

A ella le cuesta recordar, más aún con los dedos callosos de su compañero recorriendo su abdomen. Las manos de Hermione finalmente logran atrapar las ajenas, pero Harry está aterrado, es difícil detenerlas. Finalmente, de alguna manera, logra localizar el recuerdo mientras frena un escalofrío culpable.

–¡Te dije que era un rasguño! En el hombro. No lo vas a poder sentir.

–Merlín, creí que…

–Estoy bien –le asegura la auror con firmeza.

Bajo esa luz, Harry se hace consciente de que está medio inclinado sobre ella con las manos bajo su blusa, en la oscuridad. Se retira de golpe, ruborizado y jadeando.

–Lo siento… Lo siento, yo…

–Está bien, Harry. Solo estabas preocupado por mí.

Pero es incómodo, ahora. Se aparta de ella con vergüenza, enderezándose las gafas, y tras un momento la siente abrazar las rodillas. Podría haberla explorado a través de su unión, pero entró en pánico, e incluso los hechiceros recurren a su corporeidad en momentos así. No es solo eso. El enlace se ha estado comportando raro. Lo puede sentir. Todo ese tiempo de separación (desde la redada, sobre todo), no podía ser bueno. De todas maneras, ahora no se atreve a acercarse, y menos de esa forma tan íntima, por discreta que sea. Se esfuerza por superar el momento ubicando la imagen que recordó en un momento concreto de su convulsa jornada de trabajo.

–Te vi herida –explica lentamente–. Aquí. Antes del sueño.

En el silencio que sigue, no sabe si Hermione está pensando. Espera que esté pensando. A ver si algo cobra sentido.

–El hoklonote –descubre ella al final.

Y así de fácil, esa pieza se integra en el puzzle de su memoria. Recuerda la figura en sus brazos, idéntica a su compañera; la súbita certeza de que era una impostora, el miedo terrible por Hermione, la duda y la rabia ante los ojos familiares con expresión de dolor, de traición, de miedo, cuando la creatura trataba de persuadirlo de que la liberara. Y el chillido de alarma, exactamente igual al de Hermione. Exactamente. Él lo sabría. El efecto final era mucho más de lo que lograría una simple dosis de multijugos. Recuerda cómo el Hoklonote se deslizó, miembros adelgazando de golpe hasta ser niebla en la llave que la sujetaba, y la maldición rabiosa en sus propios labios. Recuerda la empatía medio abierta, y del otro lado, alivio. Exultante.

De lejos, le llega la explicación de Hermione, de la que solo capta una fracción.

–Se alimenta de mentiras. Lo que te haya dicho –le avisa con ansiedad–, lo más probable es que no fuera cierto.

Le toma un rato darse cuenta.

–¿Cómo sabes del hoklonote?

La mujer se levanta. El movimiento es tan repentino que el frío súbito lo hace estremecer. Ella de queda un momento de pie, antes de caminar rápidamente hacia el perímetro de la habitación. Harry se da cuenta de que tiene una mano medio levantada, y la vuelve a colocar en su lugar.

–Cuidado –recomienda, antes de seguirla lentamente, un paso a la vez, tanteando el terreno, brazos extendidos al frente para no caer.

–No –lo detiene ella, dos pasos por delante; segundos después, se explica–. Comienza por el lado opuesto. Si nos movemos, ambos, en sentido de las agujas del reloj, cubriremos más espacio.

El auror asiente lentamente, pero si ella se hubiera volteado, y hubiera habido luz, hubiera visto una sombra de duda en su rostro.

Pasan minutos antes de que pregunte de nuevo:

–¿Cómo sabías del hoklonote?

–¡Shhh! –recomienda la auror, volviéndose para murmurar sonoramente–. Estando en lados opuestos de la habitación, tendríamos que hablar muy alto.

Se encoge, debidamente castigado. Es cierto. Cada palabra hace eco, Harry supone que hay algún tipo de cúpula allá arriba. Igual, al pensarlo de nuevo, se imagina que a estas alturas han hecho suficiente ruido para despertar a lo que sea (además, piensa con resentimiento, ella habló más que él). ¿Para qué callar ahora? Es confuso y extraño, pero le hace caso.

Se esfuerza en explorar las grietas, palpando lentamente cada espacio entre las piedras. Un insecto camina sobre el dorso de su mano; sacude esta con fuerza, desterrando al invasor. Es asqueroso. Y sin sentido. Dan la media vuelta a la habitación, y todavía no encuentran una salida, hasta donde pueden palpar.

–Usemos Lumus –sugiere.

Un rato largo, el corazón latiéndole fuerte en el pecho. Es un riesgo calculado. Hermione sabrá cuán grande. De muy lejos le llega su aquiescencia, y entonces, la débil iluminación de dos varitas se abre paso en la oscuridad. Espera un momento, casi esperando la mandíbula de una planta carnívora gigante descendiendo del techo que no pueden ver. Cuando su respiración se empieza a normalizar, se da cuenta de que el riesgo ha sido inútil: el haz no va muy lejos. A Harry se le cae el alma a los pies, seguro de que Lumus Máxima no va a funcionar en estas condiciones. Aquí hay un hechizo devorador de luz, seguro. Entre los dos lo mejor que lograrán es explorar con la luz un poco más de lo que tocaron.

Al menos, parece no haber enemigos a la vista. Salvo que cuenten a los insectos. No es por hablar que se van a encontrar algo peor, y hay algo que lo ha estado carcomiendo:

–Con sinceridad –pregunta–, ¿cuánto tiempo podemos soportar aquí?

–No nos vamos a morir aquí, Harry.

–Cuánto tiempo.

Sus corazones laten par de veces antes de que le llegue la respuesta.

–Semanas –se ha volteado hacia él, a juzgar por el sonido de su voz–. Teniendo magia, tenemos agua. Lo que no podemos invocar, es comida –la siente moverse–. Aún podríamos tratar de cazar algo.

Harry hace una mueca en la oscuridad.

–Vamos –responde ella con una carcajada (aunque no lo ha visto)–, para esto es el entrenamiento de supervivencia ¿no?

–¿El que no hemos hecho este año? Hermione, ¿podemos siquiera hacer fuego?

Silencio.

–Quisiera que estuvieras fuera.

–Hermione…

–No. Si estuvieras fuera, podrías venir a buscarnos.

–Eso funciona en ambos sentidos…

–Yo nos traje aquí –¿Se está cubriendo el rostro?–. Yo y mi sentido del deber.

–Se trataba de Ron…

–Y debí haberte escuchado. Él había estado bien las veces anteriores. Probablemente esté en casa.

–¿Sabes quién más está en casa? Duham. La hemos entrenado bien. Sabrá qué hacer.

No es el silencio lo que lo alerta, es lo que le está llegando a través de su empatía. No lo puede interpretar bien, ¿realmente la conexión entre ellos se ha afectado? Se le cae el alma a los pies; unos días sin hablar, y ¿se quedan sin la mejor de sus armas?

Es entonces que nota el cambio. La oscuridad se ha espesado. Lo veía, pero ahora lo siente al tacto, como algodón de azúcar. Con el corazón triplicando su velocidad de latido, Harry da un paso en el espacio vacío, y siente como si el terreno físicamente cediera.

–¿Hermione?

De lejos, de otro mundo, le llega la voz.

–¡Hermione!

Se acerca al centro de la habitación tan rápido como puede, sin prudencia, pero enlentecido por la oscuridad como lo sería por olas del mar, hasta que se topa contra un cristal. Manos frías se aprietan contra el súbito obstáculo, y siente golpeteos apagados, como si Hermione le estuviera dando puñetazos.

–¡Aquí! –grita, palmeando la cueva.

–Quédat…

–¿Estás herida? –grita, sintiéndose estúpido y redundante.

La siente cambiar de posición, y sigue con la mirada virtualmente ciega por la ilusión, los movimientos subsiguientes. Su brújula al menos funciona de nuevo de maravilla. La siente pensar, poderoso cerebro trabajando en cómo reunirse con él. La sigue, pegado al cristal, con prudencia. Del otro lado, irritación. Pero no esperará en serio que se quede quieto.

–¡Vigil… tante!

Lanza un vistazo alrededor, de mala gana, forzado por el eco de las palabras de Moody. Ningún peligro a la vista, salvo el mayor de todos: están separados. No se abre una vía entre ellos. Un metro tras otro, y nada. La pared de piedra tampoco los detiene, hasta que Harry no puede más que reconocer la ironía de que se les ha abierto una salida justo cuando no pueden tomarla juntos. Por el momento, existe en ambos lados; con suerte (aunque no tiene mucha), abriendo caminos paralelos. Es la pared entre ellos la que representa un problema. Eventualmente se engrosa. Tiene que seguir a su compañera con el enlace como única guía. La leona vacila –Harry juraría haber sentido su mano contra el cristal, justo frente a la suya propia-, pero de pronto se aleja, quizás habiendo topado con otro obstáculo.

–¡Hermione!

Le aterroriza la oscuridad sin ella.

–Lumos.

La luz lo deja ver solo piedra antes de ser engullida a centímetros. Se pregunta si debería continuar, pero cómo la va a encontrar, entonces. El enlace se está portando tan errático, no puede confiar en eso. "No puedo confiar" piensa, y el corazón se le aprieta en el pecho. Le dan ganas de sentarse y abrazar las rodillas como si fuera de nuevo el chico de la alacena bajo las escaleras. Alguien vino a sacarlo de ahí. Por un momento se pregunta si va a estar aquí, solo, en la oscuridad, por semanas.

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Es imposible calcular el tiempo que ha estado aquí, cuando la escucha. Dentro. Es la voz de Hermione multiplicada. La siente sollozar, y gritar, como varias Hermione de fondo. Instantáneamente se pone en alerta, oteando la oscuridad, la varita en alto. Sus sentidos físicos, maximizados, siguen sin percibir nada. Cero. El vacío.

"Harry" dice una tercera Hermione, una calmada, en su mente.

El mismo sentido que antes le dijo que no era ella, cuando tenía su copia exacta entre sus brazos, esta vez le dice que sí, que es ella. Aunque no tenga sentido.

"Está bien, Harry" susurra la misma voz. "Estará bien. Solo… proyecta lo que quieres decirme"

No está bien. No está bien en absoluto. Harry está solo, aislado de su compañera, en un medio hostil y tan falto de luz que bien podría estar en el espacio sideral, salvo por la gravedad que en cualquier momento lo puede lanzar por un agujero en el suelo, invisible para él. Y por lo visto, ni siquiera conserva la cordura. Lo que explica en parte su siguiente conclusión:

"¿Nos podemos… leer la mente?"

Eso hace salir una cuarta voz, carcajadas teñidas de histeria que hacen eco de un modo levemente amenazador. Nunca ha podido transmitir oraciones enteras. ¿Realmente lo escuchó? ¿De mente a mente? Se siente ligero y extraño.

"Te acuerdas de lo que decía Snape al respecto" recuerda ella, la voz serena.

"¿Te lo conté? ¿O acabas de leer en mis recuerdos?"

Un espacio.

"No lo sé…"

En algún punto, la realidad se ha vuelto tan extraña que no es posible sorprenderse más.

"El Enlace no funciona así" afirma el auror categóricamente.

"Ahora, sí"

La respuesta lo hace apoyarse contra el cristal, al que le ha dado la espalda. No recuerda la última vez que le temblaron las piernas como ahora.

"¿Cómo voy a creerlo?"

El mundo parece componerse de esos: sus propias pisadas, y el aire saliendo y entrando a sus pulmones. Y el latir de su corazón. Tras los gritos y llantos de versiones lejanas de su compañera, el silencio es tan profundo… le parece como si pudiera escuchar dos sets de latidos, vagamente superpuestos, como el trote de un caballo. Pero no es posible… ¿verdad?

"Tú sabes que es verdad"

"¿Estás bien?"

"Si no contamos aterrorizada y humillada, supongo que sí"

"¿Dónde estás?"

"Tengo la espalda virtualmente pegada a la tuya"

Harry se vuelve, palpa, pero solo hay piedra.

"¿Qué está pasando?"

Silencio, los gritos se agudizan antes de que la voz calma los supere.

"El Enlace… se está completando"

Y de nuevo lo deja estupefacto, entre la enormidad de lo que acaba de decir y su nueva manifestación. Harry empieza a negar con la cabeza incluso mientras recibe en su mente una imagen que Hermione está proyectando con tanta nitidez que se puede leer en ella. La página de un libro. Puede ver hasta el doblez en la parte superior de la página y la gota de grasa en la tercera línea. Al principio Harry está demasiado ante el método como para fijar el contenido. Entre compañeros se puede proyectar una palabra, una imagen simple, pero ¿esto? Entonces, presta atención a la imagen. Un círculo azul de aspecto antiguo con símbolos alrededor. Sabe exactamente dónde estuvo en contacto con tal símbolo.

En un sueño.

Mientras le hacía el amor.

"Escúchame, Harry" suena agitada. "Si estoy en lo cierto, el lugar en que estamos es una manifestación más del nido del hoklonote. No nos podemos permitir una mentira más. Esta… 'actualización'… del Enlace es un milagro, uno al que no teníamos acceso hace veinticuatro horas y sin el cual ya estaríamos perdidos irremediablemente. No lo malgastes. No nos lo podemos permitir. ¿Me entiendes? Cualquiera que sea la consecuencia… lidiaremos con ella… luego…"

"No fue un sueño" es todo lo que él puede pensar.

Hay como una especie de silencio, profundo y más oscuro que este lugar, a pesar de la explicación de Hermione.

"No"

Mil preguntas se le agolpan al hombre en la mente mientras Hermione de nuevo encuentra refugio en su razonamiento.

"Supongo que es estratégico" está ella diciendo… o pensando, directo a su mente; lo que demuestra que la telepatía no es, después de todo, inmune al exceso de información. "No es que sea fácil separarnos, con el Enlace, me ibas a encontrar enseguida salvo que hubiera obstáculos físicos, y aún así… Tenían que poner en juego algo más."

"¿Angélica…?"

Es una pregunta crucial, y Harry agradece que Hermione no lo pueda ver, ya es bastante malo que se le quiebre la voz.

"Existe. Está allá, en algún lado. Tal vez podamos verla de nuevo, si el Departamento de Misterios tiene acceso a esa dimensión. Podríamos preguntar"

"¿Cómo puede ser… de vuelta aquí… que no te afectara… que no me dijeras…?"

"No fue como para ti. No interactué con ella. Buena parte de lo que tú experimentaste minuto a minuto, solo apareció en mi set de recuerdos, en la misma manera en que tú despertaste con toda esa vida en el tuyo. Se siente como hilos en la mía. Si los sigo hay todo un juego de memorias detrás… memorias que no son de la realidad que conozco. Te aseguro que fue de lo más perjudicial para mi concentración, y creía haber caído en un hechizo de locura hasta que me contaste tu experiencia."

En medio del caos, la parte racional de su mente registra que entonces tal vez es cierto, tal vez es solo la desorientación lo que los ha traído acá en un fallo espectacular del hechizo de aparición. Hermione también estaba confundida. Peor que él.

"Y tampoco sabía cómo introducir el tema, luego" continúa la leona. "Hay tantas, pero tantas ramificaciones a esto…"

"¿Qué parte…?"

Silencio.

"Dijiste que no podíamos permitirnos otra mentira, Hermione. ¿Qué parte de lo que experimenté no 'apareció' en tu mente? ¿Qué parte, la viviste?"

"Es evidente, Harry" responde su compañera, en un tono familiar pero oscuro. "Tú tomaste control de aquella vida hacia el principio del día. Yo, hacia el final."

Como un autómata, Harry se encuentra preguntando:

"¿En qué momento…?"

"Hablábamos de Ginny… y de ti."

Un silencio pesado, ominoso, cargado. La distancia nunca se ha sentido tan pesada. ¿Se está ruborizando, o solo está asustada y curiosa? A Harry le cuesta tomar control de este enlace, es una avalancha de información tan grande que le cuesta saber exactamente qué es lo que ella experimenta.

"¿No te puedo ver?"

"No quiero que me veas"

Harry escucha el latir de lo que ahora sabe son dos corazones, acelerándose.

"En la otra realidad, luego de explicarme todo eso…"

"Sí" lo interrumpe ella antes de agregar, suavemente, "esa es la parte que no solo… 'apareció'".

Todavía la enormidad de su afirmación toma siglos para asentarse. Por un momento, están de vuelta en cama, la piel suave de sus muslos bajo sus dedos, un gemido y el sabor intoxicante… Pero inmediatamente detrás del deseo llega la vergüenza –tanto peor cuanto que ella tiene que haberlo recordado con él-, e inmediatamente, el miedo se traga lo demás.

"¡Hermione…! El Voto…"

"¡No me voy a morir por eso, Harry!" responde ella con igual vehemencia, sin que baste para desvanecer de la mente de su compañero la aridez de la existencia sin ella. "Si es una realidad alternativa, allá llevamos todo este tiempo… como marido y mujer…" apostaría a que se está ruborizando de nuevo. "No creo que lo que ocurra allá afecte lo que ocurre aquí."

"Pero esta vez estábamos conscientes de ello. Actuando. Así, ¿cómo podemos estar seguros de que no te va a…?" la urge.

"Yo lo sabría" le asegura ella.

El alivio es tan repentino y avasallador que Harry se caería si no estuviera ya sentado –habiéndose deslizado por la pared entre ellos.

"Vigilancia constante, Harry" le recuerda, haciendo sacar la cabeza de entre sus manos… y poco más. "Si estoy en lo cierto, la oscuridad se habrá diluido."

Tiene razón. Harry levanta la mano que sostiene la varita, percibiendo la ligereza del aire, tan extraña ahora.

"La turbidez del ambiente es proporcional al tiempo que llevamos danzando alrededor del otro y contando verdades a medias."

Y detrás de su voz calma, los gritos y llantos empeoran. Mal heraldo. A Harry el estómago se le hace un nudo ante la perspectiva de mirar de frente a la realidad. Algo terrible se alza detrás de la realidad. Algo indefinido.

"No te quiero perder" hace eco la voz del varón, esta vez pronunciada.

La respuesta llega directo a su mente.

"Ni yo a ti" susurra la mujer. "Pero respecto a la verdad… hoy no tenemos alternativa, más que mirarla a los ojos".