"Fuego e hijos de dragón"

–Prométeme una cosa, Harry –exigió Hermione en aquella, su primera misión imporante.

"Lo que sea", pensó su compañero, sin decirle.

–Promete que no vas a usar la píldora.

Solo había una cosa a la que se pudiera estar refiriendo. Todos los aurores llevan segura bajo la primera capa de piel una píldora que les causará una muerte instantánea. Diseñada para que una mordida la extraiga, tienen órdenes de usarla si caen en poder enemigo portando información vital y confidencial. Nunca se sabe lo que un mago oscuro te pueda hacer: Legilimens, ilusiones que duran una vida, Cruciatus, Imperio. Ni siquiera el Superviviente está exento de las órdenes.

–Promételo.

Hermione lloraba, aquella vez. Estaban rodeados, y él sí que portaba información que haría mucho daño en las manos equivocadas. Harry no se atrevía a prometer. Ya había muerto una vez. No había sido tan duro como, digamos, verla morir a ella.

Así que Hermione lo hizo mirar el asunto desde su punto de vista.

La verdad, en todos esos meses de escapar, durante la guerra, nunca se le había ocurrido pensar que Hermione llevara veneno en su carterita de abalorios. Lo cerca que estuvo de perderla, cuando Voldemort le hizo creer que estaba muerto. La historia, a pesar de sus años de antigüedad, le heló la sangre.

–Hermione, no me voy a matar –prometió–. Aunque solo sea por Lily.

Pero no lo prometía por Lily. Por primera vez se le ocurrió que morir, sería una enorme falta de cortesía hacia todo lo que Hermione había hecho alguna vez para mantenerlo vivo. Hacia el (¿se atrevía a nombrarlo?) amor que le tenía. De pie frente a esta fuerza gigantesca y tangible que desafiaba clasificación, Harry no pudo sino reconocerla, aunque se negara a analizarla.

Esa promesa le salvaría la vida muchas veces más.

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–¿Cómo se les ha escapado todo esto? –preguntó Duham, casi saltando en su silla.

Madame Pince le lanzó una mirada de advertencia que la chica no se atrevió a ignorar. Par de los libros que tenía sobre la mesa, no deberían estar allí. Su amigo fijó los ojos rojizos y hambrientos en la serpiente-dragón que se movía lentamente sobre la página abierta; la mirada de Duham se deslizó más bien hacia la serpiente del distintivo, tan distinta del animal del dibujo, salvo en la expresión igualmente solemne y vacía. La criatura fluyó por encima de la palabra "sueños". Duham deslizó el dedo bajo la descripción.

–Nunca he experimentado una llamada así.

–Quizás tu voluntad es demasiado fuerte –respondió él–, tampoco tenías el impulso de iniciar el contacto.

La estudiante se puso en pie, se acercó a las paredes. Cerró los ojos. En su magia, la magia de la escuela se sintió como un mar al que se unía su arroyo. Ella era el latir en una arteria en el sistema vascular por el que corría, no sangre, sino magia.

–Podría mostrártelo –dijo el chico a su espalda.

Duham se volteó de golpe. Por toda respuesta, le alargó la mano, ignorando la expresión intrigada de la bibliotecaria que la siguió todo el camino hasta la puerta, y de vuelta cuando la estudiante regresó a recoger todos los libros que se habían quedado sobre la mesa.

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La guerrera se acerca al fuego con el corazón latiéndole a mil. El comandante está allí, rodeado por su gente, con una mano sobre la rodilla. La luz le dibuja un halo rojo-dorado alrededor. Alcanza un trozo de madera, dibuja algo sobre la ceniza. ¿Planes? ¿Historias? Doce pares de ojos, fijos en él.

Cómo le gustaría sentarse sobre sus rodillas. Las demás cuentan sobre mucho más. La sangre del dragón es fuerte en sus hijos. Pero no siempre son creíbles, las historias que puedan contar las chicas sobre su ídolo.

Ni siquiera ve acercarse al intruso:

–Draco –saluda el comandante, poniéndose en pie con agilidad, un movimiento más de orgullo que de deferencia.

Ojos tan fríos en expresión como en color, le apuntan directamente, sin que el ¿aliado? pierda la sonrisa. La chica descubre los dientes, rabiosa. Puede que este también sea su superior, pero no le gusta nada. La guerrera adivina en el rictus de los labios delgados un apodo muy diferente al de:

–Comandante.

No se dan la mano. Se adivina humor hacia el obvio desprecio del recién llegado, que aprieta el bastón con tanta fuerza que sus nudillos quedan incluso más pálidos que el resto de su piel. De debilidad, se diría.

–¿Es hora?

–Es hora.

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Encerrado en el estudio de Ron –al menos, el que se le ha reservado en la residencia americana-, Harry mira al fuego a través de su whiskey. El color es exacto al cabello de Hermione frente a la luz. Haciendo una mueca, se lleva la bebida a los labios, mientras le llega, de lejos –pero ni tanto: la habitación reservada al ministro no está tan lejos de su estudio-, la pelea.

–¡No haberte desaparecido, y no hubiéramos tenido que buscarte!

Los gritos del pelirrojo son demasiado confusos como para oír, a pesar de su volumen, que le hace agarrarse al asiento para combatir el impulso de darle un puñetazo. Hermione no necesita que luche sus batallas. O eso le ha dicho.

–¡No es mi culpa lo que publique el estúpido periódico! –le llega la voz clara de la mujer–. Y tú también estabas en el andén cuando tomaron esa foto. ¡No me irás a culpar de que salgamos los tres!

Apoyando la cabeza en el espaldar de la tosca pero ornamentada silla –casi un trono-, cierra los ojos. Está agotado. A pesar de haber perdido solo par de días en la confusa aventura, no ha recuperado siquiera el sentido del tiempo. Todo le parece parte de la pesadilla.

Todo.

Al final, no fue tan difícil, el regreso en sí.

Hermione, después de todo, tenía razón.

Como siempre.

La oscuridad impenetrable solo… desapareció gradualmente. Hermione sí que los había aparecido en la misma residencia, en los jardines. No fue fácil de creer, y Hermione explicó algo del efecto de la magia del hoklonote, aislándolos del mundo, sus propios secretos tomando forma de oscuridad y de piedra.

Fue fácil regresar.

Pero les costó demasiado caro.

Les costó la verdad.

De golpe se levanta y en el mismo movimiento estrella el vaso casi lleno contra el interior de la chimenea, provocando una llamarada peligrosa que no le importa a absolutamente nadie. Los gritos prosiguen como si nada, y él mismo solo se lleva las manos temblorosas a las sienes, torturado.

La verdad… La verdad fue siempre extraordinariamente simple, y ambos la sabían y se la habían mostrado mil veces el uno al otro y al mundo sin palabras, sin admitirla siquiera ante sí mismos.

La verdad es lo que él gritó en la cueva, desesperado al ver que todo contacto se seguía desvaneciendo ante su propia negación.

La verdad es que se aman.

Aunque en realidad esa palabra es vacua e insuficiente, demasiado –y mal- utilizada a través de los siglos. Hay que inventarse otra.

Pero el ponerlo en palabras lo cambia todo. Lo hace real.

La verdad es que su amor es demasiado grande y demasiado poco… inocente.

Y ahora…

"La verdad es que estamos perdidos, Harry"

Con un ondeo de capa que haría morir de envidia al mismo Snape, el auror sale de la habitación medio en llamas –se apagará solo.

En toda lógica, nunca debieron ser compañeros. Siempre fue un peligro demasiado grande. A cierto nivel, todos los sabían. Quizás entonces hubieran podido poner una distancia saludable a tiempo.

Y sin embargo, su matrimonio con Ginny… Harry no solo estaba cumpliendo un rol, está seguro. En tanto esposa y madre, la adoraba, de veras. Aunque Hermione… siempre estuvo en otro nivel. El luto por Ginny fue real. Pero a Hermione no la hubiera sobrevivido. Punto.

Objetivamente sabe que lo que le está haciendo a sus mejores amigos es bajo y ruin. Su familia se destruyó por la muerte, pero la de Ron se va a destruir por su culpa si no toman medidas radicales.

Y, francamente, le cuesta que le importe.

Harry no se puede creer que este sea el último vuelo de Buckbeack, que todo vaya a acabar aquí, que de regreso a Inglaterra Hermione vaya realmente a renunciar. Es impensable que pierda a su compañera.

Y, admitámoslo, está más que un poco ebrio, de pena más que de alcohol.

Así que, en realidad, no es sorprendente que se encuentre respirando hondo y desarreglándose el pelo frente al dormitorio de la escolta.

No, no lo ha pensado ni remotamente lo suficiente.

–Hunter –llama al entrar.

El chico, todavía sonriendo a medias, se voltea hacia él. Se pone en firme a la vista de sus ojos inyectados en sangre. Harry se lo imagina perfectamente cómo estaba un momento antes –relajado, brazos cruzados, apoyado en la columna frente a Duham, que sigue sentada porque no le tiene una pizca de temor a casi nada.

Le gusta la chica.

Esto puede funcionar.

Esto tiene que funcionar.

–El ministro y la auror se van a pasar por el hospital antes del baile de despedida. Repórtate con ellos.

–Pero… señor…

–Ahora.

Si interrumpe la pelea, mejor.

El joven aprendiz se cuadra y saluda antes de salir, casi marchando. Duham lo sigue con la vista. No sonríe, aunque sigue relajada.

–Auror Potter –le dirige la palabra, seria–, si viene a hablar sobre usted y yo, más vale que deje lo que sea que esté pasando con mi hermana, en la puerta.

Harry le dirige una mirada voraz.

–Eso, aprendiz, es imposible.

Los ojos verdes se encuentran, se enfrentan, y la joven asiente lentamente. Es parte del juramento. A donde va uno, a lo que sea que vaya, siempre va su compañero. Harry espera que ambos sepan que lo que le está diciendo va más allá.

–¿La oferta se mantiene? –pregunta.

Fluida como el agua, la aprendiz se levanta. A Harry le maravilla lo seductora, lo tentadora que es. Cuánto se parece a Hermione. Pero ¿cómo distinguir si es eso lo que lo atrae? ¿Cómo olvidar a Hermione por el tiempo suficiente como para saber exactamente qué siente por otra?

Duham es, sin embargo, una fuerza en sí misma. Se detiene violando ligeramente su espacio personal, la cabeza inclinada hacia atrás, mirándolo a los ojos, retadora. La cercanía y el olor a calabaza y cuero lo hacen tragar en seco.

–¿Te gusto?

Con el alcohol, una avalancha de recuerdos –de sueños- pasa frente a sus ojos. Quizás visible para ella. Le parece recordar que es una legilimens bastante buena para su nivel. No le importa. Las mil maneras que su inconsciente ha imaginado de hacerle el amor a ese cuerpo, más vale que las sepa desde ya.

–Esto va así –le dice, sin tocarla–. Esta noche vamos juntos al baile. No va a acabar en la cama, por mucho que me guste la idea. No te voy ni a besar hasta que esté al ciento veinte por ciento seguro de que me importas bastante más que tu cuerpo –"o el de tu hermana" no hace falta decir.

La chica da un paso adelante, casi pegándose a él.

Eso es respuesta en sí misma.

–A estas alturas tienes que saber que yo soy exclusivo.

–Justo –maúlla la chica.

Harry se sorprende evitando sus ojos a favor de su cabello, del ángulo de su barbilla, de la deliciosa curva de su hombro. Se niega a mirar más allá.

–Yo también soy exclusiva –le dice la chica, forzándolo a volver su mirada hacia sus labios–. La fidelidad va en la mente, también.

Harry no responde de inmediato, aunque para ser franco, no sabría decir por qué.

–Justo –dice por fin.

–¿Esto sería a largo plazo?

–Te tengo que tratar como me gustaría que trataran a Lily.

–¿De matrimonio y todo?

–Lo uno lleva a lo otro… si todo va bien.

La chica duda por un momento antes de preguntar:

–¿Cómo te sienta la perspectiva de volver a ser padre?

La afirmación casi le hace dar un paso atrás, literal, más que figurativamente. Lo trae de golpe a la sobriedad. Como en una experiencia extrasensorial, se ve frente a ella –maduro, curtido, con el cabello entrecano–, y la ve, fresca y alegre, la misma personificación de la adolescencia que acaba de dejar. Le cuesta imaginarse a los chicos que su pregunta acaba de evocar, le cuesta imaginarse en ese papel porque lo jugó hace tanto tiempo que era casi otra persona. Cree que tendrían los ojos verdes. ¿"Que tendrán"? Si la ha soñado en su cama, y no es tan inmaduro como para olvidar que, en esto más que en aquello, lo uno lleva a lo otro, pues forzosamente…

–Me haré a la idea –dice al final, con la voz más estable de lo que se esperaba.

La chica asiente gravemente, y un segundo más tarde, se echa a reír.

–Bien, supongo que ya hemos tenido "la charla". ¿Podemos relajarnos?

Es tan abierta y tan brillante, y el cambio es tan súbito que incluso después de tantos shocks, uno tras otro –o quizás debido a ellos– el auror se encuentra sonriendo.

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Corto, ya sé. Quizás querían una versión en presente y detallada del final de la aventura, con todo y declaración. Si es así, aún hay tiempo para flashbacks; si la piden, quizás la escriba. (Lo estaba haciendo, pero me sonó demasiado teatral.)

Obviamente no pueden confesarse lo que no saben, pero ya están por enterarse del Obliviate y etc. Tan, pero tan cerca.

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