Revelio
Es curioso lo que ocurre en el cerebro en momentos altamente emocionales. Al aparecer, entre las violentas ganas de vomitar (peor aparición que ha tenido en su vida) y el dolor cortante de una escisión menor, todo lo que Harry percibe, son los ojos de Hermione, encendidos desde dentro, hermosos como el fuego visto a través del whiskey; a pesar del metro y medio, del encantamiento escudo y de las lágrimas que los separan, ve con toda claridad los destellos dorados en los iris. Con la misma claridad con que ve –o recuerda- en ellos lo compartido.
Qué estúpido, venir a contarle a su compañera de su confusión y de su culpa, sin haber entendido lo evidente: que ella es la razón. Desde siempre. Bastante despistado, para un auror.
En la periferia de su visión se alza el resto de la figura femenina, azul como los sueños o la melancolía. Si se concentra, ve, enmarcando los ojos, los hilos cobrizos escapados del peinado, y los rastros de las lágrimas que ella no ha secado, en la prisa. La varita de la mujer le apunta, en tanto intruso. Capta el movimiento agitado e irregular de su pecho.
No es que ella pueda confundir su identidad: a través de su Nexo –aún cerrado– escapan llamaradas que los fusionan a su pesar.
–Hermione…
De ella, un suspiro, largo y quebrado, audible. De pronto está ahí mismo, cambiando la varita de mano para extender la derecha hacia su mejilla, su frente, su barbilla. Arde la palma de su mano, suave y a la vez encallecida lo justo para que el cosquilleo en su rostro Harry lo sienta a todo lo largo de su columna. Se encuentra inclinando la cabeza, presionando contra esa mano, con los ojos entrecerrados. ¿Es él quien tiembla? Sus ojos -¡sus ojos!- llenan su campo visual.
–¿Estás bien? –pregunta al fin su compañera.
El auror asiente. Físicamente, lo está.
La varita de Hermione cae al suelo, haciendo eco, de la mano de su dueña que, indolente, se derrumba en el sofá, con el rostro entre las manos y el gesto de quien regresa.
–No deberías estar aquí –se escucha, atenuado.
Se descubre de rodillas ante ella. Es más una búsqueda de cercanía, que una súplica. Curioso, los detalles en que se enfoca su mirada cuando los ojos de la mujer –cubiertos por sus manos- no lo ciegan. El rizo descuidado de un mechón de cabello rebelde. El color de sus uñas. El rítmico latir de la arteria en su cuello, y la armonía de las líneas descendiendo al escote… Desvía la mirada.
Pero aún sin verla, no escapa de su encanto. Es el olor, dulce y amargo, intenso. Un trasfondo de whiskey. ¿Estaba ahí antes?
No tiene más respuesta que el silencio.
–Estoy tan jodido. Hermione…
Levanta la mirada, esperando que su compañera lo conozca tan bien como para ver esto que lo devora... por extraño que sea. Y en efecto, ella lo ve. Su miedo. Su culpa. Y su amor. Un amor que se prohíbe a sí mismo.
–No eres tú, Harry –dice con firmeza.
Le resulta incomprensible, la frase. Como embotado, sigue el movimiento de Hermione: la mano que se acerca a la superficie del asiento a su lado, que agarra, que se abre ante él, mostrándole el brillo tenue e inocente del frasco que Ron les lanzó, ahora vacío; tallado en él, solo una palabra: Revelio.
–No eres tú, Harry –repite–. Al menos, ya, no...
–¿Qué es eso…?
–Recuerdos ... Mis recuerdos ...
Harry mira alternativamente a sus ojos y al frasco. Al tomarlo, las manos rozan levemente con una descarga eléctrica; la ve estremecerse. La botella es suave y fría al tacto, como su antiguo contenido.
–No entiendo.
–Tal vez sea mejor que no entiendas.
Un lobo solitario aúlla en la distancia. Harry mira el frasco, a Hermione, y comienza a sentirse igual de solo.
–No estoy seguro de soportar no saberlo.
La auror levanta la barbilla, señalando a la esquina. Harry sigue su mirada para ver la sombra pálida, amenazadora, de su pensadero blanco. ¿Un mal augurio? Al tratar de levantarse, la leona interrumpe su impulso con la más leve presión sobre su mano.
–¿Seguro que quieres saber?
Él asiente. No tiene idea de lo que está a punto de descubrir, pero ¿cómo irse desconociéndolo? ¿No regresará con el tiempo, solo por curiosidad? ¿No se arrepentirá, si finalmente luego el descubrimiento resulta imposible?
¿Y cómo puede Hermione decir "no eres tú" cuando el corazón se le sale el pecho con su mera cercanía?
–¿Qué voy a ver? –pregunta, simplemente.
Ha aprendido a prepararse para todos los campos de batalla.
La mujer lo hace sentar a su lado. Sin dejar de sostenerle la mano con las dos suyas, sigue mirando al suelo, quizás tratando de encontrar las palabras; y Harry no se queja, bebiendo mientras tanto de su belleza rebelde y domada, que esta túnica realza, fundiendo memorias que podrían ser de ayer.
–Al parecer... –Se interrumpe a sí misma– ¿Qué recuerdas de esos días que pasamos en el bosque de Dean?
–¿Días? –pregunta él, confuso– Fue solo un día, ¿no? Luego Ron vino y sacó la espada del agua y…
Ella está sacudiendo la cabeza, hasta que a Harry las palabras se le van como niebla. Está tan seguro… pero ¿cómo podría Hermione equivocarse?
–¿Has contado la cantidad de recuerdos que tienes de ese lugar? –señala al final.
Lo intenta. Está la memoria de la nieve. Está aquel lago que se podía ver desde la tienda de campaña, sin embargo, no está seguro, hay otro recuerdo de montar guardia en medio de un bosque, con árboles por todo alrededor. Sin contar esa noche en que encontró la espada. También está ese evento, en la tienda; el baile del que no se debe hablar. No está seguro. Debería haber habido más de un día.
–Ron lo recuerda diferente –piensa Harry en voz alta.
Mirándolo fijamente a los ojos, Hermione asiente con lentitud. Ron no es el tipo de permitir que alguien más se lleve la gloria que podría haber ganado.
–Bueno... al parecer... –y apunta vagamente hacia el pensadero– quisiste olvidar... me pediste hacerte olvidar… tuve que conectar tus recuerdos de esa manera.
Harry medio se pone en pie, horrorizado, sin darse cuenta hasta caer de nuevo sentado en el sofá.
–Yo no... tú no...
No.
Es imposible.
Harry se acuerda de todo: guerra, torturas. Todo. La muerte de su padrino, que todavía le causa pesadillas. Los gritos de Hermione en la Mansión Malfoy. Hizo lo aconsejado y "aprendió de ello"… o hizo como que aprendió.
Harry es un montón de cosas, pero un cobarde, no. ¿Por qué le pediría que le hiciera olvidar? ¿Qué puede haber sido más terrible…?
Nunca... jamás... le pediría…
¡Y a ella! ¡Y que fuera ella la que llevara a cabo el hechizo! ¡Sobre él! ¡Sabiendo que lo había lanzado sobre sus propios padres solo unos meses antes! ¿Cómo podría haber sido tan cruel como para pedirle tal cosa?
–Tenías buenas razones –lo defiende su compañera, como de costumbre; evitando su mirada, esta vez–. No estoy segura de que el trío hubiera sido... funcional... si hubiésemos seguido concentrados en un drama así. Tan jóvenes y sin enfoque… –divaga– Aberforth tenía razón, no era una misión para niños…
El auror no sabe si sentirse ofendido de que lo acuse de tal petición, o culpable, o si no creerle. Puede que esto último se halle fuera de la ecuación; como su compañero, si no puede confiar en ella, mejor caer muerto. Pero una historia así… está mal en tantos niveles…
–No me dijiste nada.
–Yo tampoco lo recuerdo.
Esta vez lo mira a los ojos, interrogativa. Por un segundo, Harry no comprende; y entonces, es su turno de lucir avergonzado.
–Bueno... no estoy seguro ... pero hubo una vez…
La auror lo observa, desconcertada, por largo tiempo, y esta vez es él quien le evita la mirada.
–Tú también me pediste que te hiciera olvidar.
De su compañera, él piensa como de sí mismo: que es demasiado valiente, que soportará todas las memorias como ha sobrellevado las de la guerra; tal vez precisamente por estar tan fuera de lugar, casi ha olvidado ese único momento de debilidad de su parte. Una debilidad cuya causa nunca ha conocido hasta ahora. Es casi onírico, en realidad.
–Fue el día de mi boda –los ojos de la chica se comienzan a dilatar, y una O perfecta se dibuja en labios igualmente perfectos, y Harry tiene que luchar por retomar el hilo–. Parecía tan extraño de tu parte, que yo... como que lo enterré... pero, ¿qué tipo de recuerdos podrían ser tan dolorosos...? ¿Y por qué crees que influyen ahora sobre mí? ¿No es eso todo el punto del olvido? ¿No dejar rastro?
La mujer palidece y desvía la mirada, ofreciéndole una visión devastadora de su cuello a través de mechones de cabello adheridos a la humedad en su piel. A Harry le cuesta seguir la respuesta a las preguntas que hizo él mismo.
–Obliviate no fue diseñado para afectar el sistema límbico y otras zonas relacionadas con emociones –y Harry recuerda, vagamente, haber leído algo así sobre su hombro; con voz más suave, la mujer añade–. El espíritu queda también sin tocar.
Es evidente que la principal de las preguntas quedó sin respuesta. El ojiverde reformula.
–¿Qué voy a ver?
Y esta vez, el rubor se extiende deliciosamente de las mejillas de la mujer, a su cuello, hasta las manos que todavía sostienen la suya, que parecen calentarse aún más hasta que ella lo suelta de pronto. Harry observa, extasiado, el contraste que hace con el vestido azul donde su pecho se alza y baja en respiraciones agitadas. Finalmente la ve sacudir la cabeza.
–Tienes que verlo tú mismo –dice al fin, con un trasfondo en la voz.
El auror trata de encontrar sus ojos, sin éxito; las manos nerviosas se aprietan en su regazo. La oye musitar algo sobre el derecho del propio Harry a saber. Sobre Ron no habiendo visto más que una parte. Nada tranquilizador. Nada que aclare. Con otra mirada nerviosa al pensadero de la esquina, Harry se pregunta qué se hizo de aquello de no aumentar el miedo a la cosa que se nombra.
–¿Qué es exactamente lo que voy a ver allí? –insiste.
Hermione cierra los ojos, toma aire profundamente y lo libera antes de mirarlo directamente a los ojos. Pero Harry no llega por eso a ningún descubrimiento, más bien se distrae. Poniendo los ojos en blanco, su compañera toma el toro por los cuernos:
–Vamos, Harry... ya te dije que era sobre el bosque de Dean. Estábamos solos ... juntos, congelándonos, muertos de miedo... adolescentes... mucha adrenalina ... ¿no te da una pista?
El auror parpadea, y entonces comprende.
–Quieres decir que nosotros...
Ella asiente una vez.
La enormidad de lo que le está diciendo le hace abrir la boca, tomar aire, ponerse de nuevo en pie. Tras un momento echa a andar de un lado a otro, desarreglándose el cabello, incapaz de mirarla, aunque siente el peso de la mirada café, resuelta y paciente una vez más.
–Cuánto tiempo.
–¿Una semana? No sé, Harry. Los recuerdos no vienen con fecha.
–¿Qué…?
–Lo tienes que ver.
–¿Quién más sabía?
–Nadie. Nadie, absolutamente nadie.
–Entonces para cuando Ron volvió…
La voz que responde, suena áspera:
–Siguió, un poco más. No sé cuánto…
–¡¿Con él cerca…?! Entonces ¿cómo es que no supo…?
–Estábamos... reacios a dejar ir... lo que fuera que pasaba… Estábamos... creo que estábamos... enamorados, Harry... Nos amábamos. Con tanta profundidad y crudeza como era posible... bajo esas circunstancias...
Palidece al escuchar la vehemencia en su voz por demás objetiva. "Estábamos enamorados" ha dicho ella. Y las palabras de Ron hacen eco: "nunca, jamás, me ha dicho que me ama". La posible relación lo culpa y lo exalta a la vez, lo confunde.
Pero no existe tal relación. O eso espera… ¿no?
Claro que lo espera. Si lo que fuera que hizo en su adolescencia, acabó con el matrimonio de su mejor amigo antes incluso de que empezara, con su familia soñada, con toda su vida, no puede sino lamentarlo profundamente.
Entonces, ¿por qué se siente a la vez tan bestialmente orgulloso?
Y le viene a la cabeza la noche de la redada, bajo la ilusión. ¿Puede reclamar esas palabras para sí? ¿Realmente? "Te amo. Y te deseo tanto…" El monstruo tan temido en su pecho ya está del todo despierto, y olisqueando, y enseñando los dientes en una sonrisa macabra. Cierra los ojos.
–¿Cómo Ron lo descubrió? ¿Por qué ahora?
–Le había dado a guardar a mi madre ciertas posesiones. Estaban en una caja, reducida. Parece que la dejé caer, ayer. Ron debe haberla encontrado. Registrado. Mi viejo bolso estaba ahí, con las memorias –apunta al frasco que él todavía sostiene, y Harry lo mira, como fascinado y repelido a la vez–. Debe haberlas visto en algún momento de la fiesta.
–¿Dices que Ron solo vio una parte? ¿Cómo lo sabes?
–Habría sido más violento, si no. Además, no reconoció la casa.
Harry no comprendió lo segundo, lo primero era suficientemente perturbador.
–¿Tan malo es?
Sin respuesta.
–Ahora que lo sabes, a lo mejor no necesitas ver...
–Lo voy a ver igual.
Pero se queda. Se desarregla el pelo, mirando al pensadero, preguntándose cómo se supone que siga con su vida normal, cuando su compañera y mejor amiga, que es la adorada esposa de su hermano, también fue suya (en esta dimensión, en su carne de auror)... cuando no solo la desea, sino que al parecer ya la ha tenido... Todas esas preguntas que nunca debería haberse hecho ni en la soledad de su propio corazón (si sabe a melaza, como huele; cómo suena su nombre en la voz de su compañera al llegar al clímax), ya no puede apagarlas. Febril, anticipa y teme que está a punto de averiguarlo, le guste o no, y no de su manera favorita.
–¿Valió la pena? –se atreve a preguntar–. ¿Me sabrías responder?
Y se atreve a mirarla (pálida; vestido, cabello y ojos, los únicos toques de color).
–Recuerdas más de mí siendo esa chica, que yo misma.
Y en efecto, la recuerda, igual de pálida y varias veces más triste, el día de su boda. Algo le dice que Hermione se ha quedado corta en su descripción, y que fue mucho, mucho más que una semana robada de un presente gris y un futuro incierto. El fantasma de la enormidad de lo perdido, se alza, todavía invisible pero sospechado, un poco más allá del pensadero blanco al que se acerca. Su mano flota sobre el gas-líquido, sintiendo en la piel la niebla helada que este emana, antes de tocarlo y desaparecer.
Hermione lo observa ir antes de cerrar los ojos. Detrás de sus párpados, ve lo mismo que él. Una vez, ha entrado al pensadero solo una vez, pero esto ha creado en su mente tal resonancia que se diría que recuerda. Se sabe bien cada frase y silencio, demasiado bien; aunque falta emoción detrás, como si fuera una vieja novela y no su propia vida.
Teme que venga, al final, esa emoción. Aplastante.
Tiene que deshacerse de todos esos recuerdos, si quiere seguir con su vida.
Tal vez si los ve una y otra vez, le quemen; tal vez la disciplinen; tiene la esperanza de que la repetición haga desaparecer la sed.
Aunque hasta ahora, esta no ha hecho más que profundizarse y devorarla.
Y recuerda tan, pero tan bien, que abre los ojos justo a tiempo para ver a Harry ser expulsado del cuenco. Lo ve sentarse, jadeando, con los dedos enredados en el pelo y los ojos abiertos y ciegos fijos en el pensadero.
No se molesta en ponerse en pie. No la mira. No confía tanto en sí mismo. Aquí, en lo que solo ahora reconoce como la sala en que hace tanto tiempo se sentaron a ver en TV un programa de detectives, en la que ella se durmió en sus rodillas; el momentáneo refugio entre infierno e infierno. Está hambriento de lo que acaba de ver; lo ha estado por más tiempo de lo que sospechaba. Y se hallan tan, pero tan cerca de ese grado de intimidad…
Que hasta lo han superado.
Su mente repite, al lado de esos recuerdos, los de su único día como muggle –como su esposo-. La vida que debieron haber tenido, que habrían tenido. Tal vez.
Y es ridículo, cómo devoró esa reproducción de la primera vez que horas antes ni sabía que existía. Como si no hubiera tenido toda una vida de sexo después de eso. Ningún refinamiento posterior, ninguna habilidad cultivada, ha superado esos momentos de desnudez semi-inocente, incómoda y aterrada. Y ella…
Hermione fue suya, completamente suya, antes que de nadie. Una parte primitiva de él le dice que le da todos los derechos del mundo. Se dice a sí mismo que es más grande y más viejo que eso, pero ahí está el escozor, burlándose de él, quemándolo como el beso que le parece sentir todavía.
Maldice, llevándose la mano al corazón, queriendo extraérselo, o metérselo bien dentro. Revivirlo. Porque lo ha vivido. Cree sentir el dolor de la herida abierta de donde arrancaron el recuerdo. En su mente hace eco el sonido de su propio nombre en la voz extática de la que ya entonces lo era todo para él.
Maldice otra vez.
Qué ganas de romper algo.
Pasa mucho tiempo antes de que se ponga en pie. Vacila un poco, mirando alrededor, perdido. Hermione siente que la está evitando. Finalmente se acerca al bar, agarra la botella que ella misma había extraído y que sigue abierta, y un vaso, vierte el vodka hasta rebosar, duda, bebe, tose. Sirve de nuevo. Se acerca al sofá con tanta normalidad que engaña. Hermione acepta el vaso que le ofrece y lo sigue con la vista hasta que se sienta a su lado lado. Sigue sosteniendo la botella, él. No la observa.
–¿Fue en este mismo sofá?
Hermione se echa a reír, mirando el vaso.
–Es hasta la misma tele.
–¿La habitación de invitados?
–Misma cama.
–He estado durmiendo ahí todo el tiempo.
Pausa.
–Lo sé.
Es tan extraño el pasado, cuando se alza ante uno, inesperado.
–Hay partes confusas.
–Hay recuerdos perdidos –le recuerda Hermione–. El frasco se derramó, en la fiesta.
Asiente. Por mucho rato, no le habla.
–Qué te he hecho.
–Nada –responde ella con presteza, defendiéndolo como siempre–. Nada que no me haya hecho yo a mí misma. Y lo arreglaste, Harry. Me hiciste olvidar…
–Esa no fue manera de arreglarlo –exclama, casi violento, antes de esconder la cabeza entre las manos.
En qué desastre se han metido.
Qué hicieron esos chicos que fueron ellos mismos alguna vez.
El olvido, las mentiras, ¿hicieron más que poner un parche temporal a lo que habían vivido? Y ¿para qué? ¿Para acabar unidos a otras personas, arruinándoles la vida?
Y mientras tanto ¿cuánto tuvo que soportar su compañera? ¿Por qué la dejó sola?
¿Por qué demoró ella tanto en pedirle que la hiciera olvidar? ¿Por la absurda, estúpida petición de ser él mismo quien lo hiciera?
–¡Estuviste en mi boda, Hermione! –susurra con la voz rota, tratando él mismo de digerir la enormidad de su crimen; por fin se atreve a mirarla: su compañera, su amiga, su leal y valerosa leona– Tú… esa chica, la que más o menos recordaba… tú... ella... estuviste allí, para verme jurar amor eterno a alguien más, y no sabía...
–No puedo culparte por eso…
–¡Bueno, yo sí que puedo! ¿Y por qué, en nombre de Merlín? ¿Por qué no…? ¿Por qué…?
"Por qué no luché por ti"
Hermione le está dedicando esa sonrisa que reserva para él solo, y que derrite algo muy dentro.
–Teníamos una guerra por ganar.
–No es razón suficiente –dice, categórico.
–Sí que lo era, cuando no se sabía lo que tomaría ganarla. ¿Y si por nuestro drama adolescente Voldemort te hubiese eliminado? ¿Y si me hubiese utilizado a mí, para llegar a ti? A Ron, solo el medallón, sin la certeza, casi lo vuelve contra todos.
–Con razón –concluye Harry.
"No, no elegí a Ginny. Elegí a mi hermano, tal vez" mira a Hermione. "Quizás porque sabía que ella seguiría conmigo. Cobarde que soy"
La botella resuena contra sus dientes, y Harry trata de no toser. A su lado, Hermione debate qué lado del vaso usar, resistiendo el impulso romántico y un poco infantil de beber del punto al que su compañero también pegó sus labios.
–¿Y por qué no luchaste por mí... después de la guerra?
La auror sacude la cabeza.
–Sólo puedo especular…
Naturalmente, Harry lo ignora, todavía esperando una respuesta real.
–Tenías tu... cosa... con Ginny, Harry. No tenías recuerdos de nosotros y yo... yo había empaquetado los míos, dicho de forma bastante literal, yo ... aparentemente no podía soportarlos... en esas circunstancias... Una vez fuera de mi mente, no podían impulsarme a nada. O puede que sí: en vez de impulsarme hacia ti, me enviaron a otro continente; sobrecompensando como siempre –protesta para sí–. Nuestro momento simplemente... jamás llegó.
Él suspira. Ella continúa.
–¿Puedes arrepentirte, ahora? Nuestros hijos nacieron por eso. Tenemos buenas vidas… ¿no? –y sus ojos, enormes, vulnerables.
Harry se descubre inclinándose hacia ella milimétricamente, con los labios picando y la mirada fija en los labios que tiemblan.
–¿Dices que no soy yo? –susurra.
La leona parece nada más que una cierva atrapada en las luces del tráfico, con los ojos fijos en los suyos. La voz la hace mirar a sus labios por un momento. Harry la ve fruncir el ceño, concentrada, como él, en resistirse. Toma demasiado en responder:
–Ya no somos esos adolescentes –Harry la ve dibujar las palabras, sintiéndose más adolescente que nunca–. En cierto modo, nunca lo fuimos.
Y al regresar su mirada a la de ella, ve la súplica. Como si por fin encajara el mecanismo, se da cuenta de lo cerca que está del abismo. Y de lo que hay detrás.
¿Puede cambiarla por un solo beso suyo?
–Quieres decir –la ayuda– que ahora que sabemos, podemos dejarlo atrás.
Y ella se adelanta, una pulgada apenas, robándole el aliento con la súbita rebeldía, con el contacto de su aliento en sus propios labios; pero la auror se contiene, asiente, espera, se pone en pie de súbito. Harry nunca ha recordado tan claramente aquella danza en el bosque de Dean.
Le hinca como una daga, la pérdida, las ganas; pero a la vez tiene la esperanza, casi la certeza, de haber retardado la condena mayor: si ella no se va, si se queda como su compañera…
Pasa mucho tiempo antes de responder.
–Lo que se había olvidado, permaneció en el subconsciente, agravado y magnificado por el Enlace. Ahora que lo conocemos, podemos dominarlo. No olvidar, eso no funcionó, pero podemos superar... lo que fue… lo que podría haber sido.
–¿Podría haber sido? –repite Harry.
Suena una alarma en algún lugar de su mente, o puede que en la de ella, no sabría decir, sus almas están tan mezcladas.
Pero tiene que saber.
–¿Si no hubiéramos olvidado…? –insiste, ignorando el peligro.
–Quizás –imagina ella–. O puede que hubiéramos muerto, en ese caso. Pero tal vez, tal vez, si hubiéramos esperado al final de la guerra…
–Podríamos habernos muerto sin… sin… –sin haberse siquiera deseado, pero no puede decir eso, ¿o sí?– O podríamos haber seguido nuestras vidas, yo con Ginny, tú con Ron, sin saber nada más.
–Pero quizás, solo quizás, terminada la guerra, yo me habría quedado.
Toda la vida que podrían haber tenido entonces se alza entre ellos.
Inspirando con fuerza, Harry mira a la antigua lámpara y, de paso, evita que las lágrimas caigan.
–¿Y ahora, qué? –hace eco a la pregunta que comenzó todo esto.
–Ahora volvemos a ser amigos. De verdad. Sin más.
Era más de lo que cabía esperar, supone.
Se encuentra frente a él, la mano de su compañera, extendida. Tiene una expresión tan determinada, tan suya, que lo hace reír entre dientes mientras le acepta el apretón.
Supone que debería irse, ahora.
–¿La tele sirve?
–Seguro.
Harry levanta las cejas hacia ella, que enrojece.
–Es un clásico –se ha acercado al aparato, y ahora deja reposar su mano sobre él–. Un mecánico especial le da mantenimiento.
–¿Me puedo quedar un rato?
Una mirada alerta hacia la entrada, y una sombra que pasa por ella, triste. Sin embargo, enciende la televisión antes de sentarse quedamente al lado de él. Están pasando un viejo show de detectives.
–Supongo que no tiene nada de malo ver una vieja serie con un viejo amigo –dice, antes de mojarse los labios con el vodka.
No es sino hasta que le apoya la cabeza en el hombro, que Harry se da cuenta de que está llorando.
Sin pensar, la envuelve en sus brazos, apretando la cabeza de la mujer contra su pecho con una mano mientras la otra va a su espalda. Esto no se parece en nada a sexto año. Esta desesperación lo asusta. Se asoma a ella como a un agujero negro, vacío. Es como si hubiera estado años guardada, añejándose, y solo ahora pudiera salir. Ahora, que es seguro.
Hunde la nariz en su cabello, momentáneamente transportado por el olor intoxicante -melaza, cuero- que solo puede describir como Hermione, mientras ella a su vez respira verano y césped cortado, y fresco olor a hierbabuena, y algo más que es solo su Harry, su amigo y amante y compañero, donde está segura.
El show continúa, sonido e imágenes antiguas reproduciéndose en segundo plano, y, fuera, empieza a llover.
No, no se acordaron de Duham. ¿Ven la parte en que Hermione le dice que hay recuerdos perdidos? Pues si en algún momento Hermione guardó las memorias de su hija (recordarán que la idea de almacenar sus recuerdos no fue para mantener un record ni como warning sino para aliviar su dolor, antes siquiera de saber que había una hija), estaban allí. Especificidades más adelante.
No es el final del libro, pero muchas cosas "aurorescas" empezarán a tener sentido a la luz de sus recuerdos recuperados, así que es el principio del fin.
Mucho fluff? Mucho angst? ¿Qué dicen? Si todos estamos aquí para eso XD
Necesito saber si les gustó, qué les gustó. ¿Comentarios?
