Oh, my! Acabo de entrar en los reviews de Revelio tras par de meses ¡y me encuentro tantos, tantos comentarios! Ay, tengo una sonrisa de oreja a oreja que no se me quita. No me alcanzan las palabras para transmitirles la emoción. ¡Ustedes son increíbles, chicos! Quisiera mandarle un abrazo a cada uno, un regalo, no sé… Solo espero que los que escribieron como invitados se pasen por aquí y puedan recibirlo.

Así pues, voy a hacer lo que nunca, y a responderles por aquí:

Quiero agradecer especialmente a Criss por sus buenos deseos y su apoyo, cómo me gustaría poder escribirle directamente.

A Natalia, a quien le encanta esta pequeña familia que es Revelio; casi tanto como a mí.

A Yoseline, que no podía sobrevivir sin la continuación, y a Andree.

A Anne, que por supuesto tiene razón XD

Lilo, tu deseo será concedido.

A Grace, que está preocupada por Ron; no te preocupes, él va a salir bien parado.

A Alone, me conmueve haberte metido el bichito del Harmony (la mano en el corazón); me pasé por esa historia que recomendaste (la segunda), no está mala.

A Yoselin, que quiere que recuperen todas sus memorias; veremos, veremos XD.

Alondra, creíste bien.

A Dayane, a Sam, a Guest, a funny…

A AlenDarkStar, ¡gracias! Se nota que eres escritora también, me encantó que comentaras más de una vez y ver, entonces, cómo tu comprensión de la historia iba evolucionando, y las preguntas inteligentes que me pusieron a pensar también.

A Shuanime, ya sé, ya sé… XD

Y a Marinaaaaa, jennhhgp, Lord Renxx, Cathy, Montei, Karou, que siempre me han apoyado. Los tengo muy metiditos en el corazón.

No me puedo creer que Revelio tenga tantos seguidores, me siento como una influencer XD

Ciertamente la vida ha estado difícil en estos cuatro meses. Mi país salió brevemente de la cuarentena y volvió a ella. El nene de la casa entró a la escuela primaria en el medio tiempo. Y estuve actualizando otra historia.

Pero no he estado inactiva: fui capítulo por capítulo anotando todos los cabos sueltos que tengo que cubrir antes del final, que ya no puede estar muy lejos (relativamente hablando, ustedes saben que de pronto tomo un desvío y me tomo seis capítulos en eso XD)

En realidad, lo que más me ha retrasado en regresar a escribir capítulos de Revelio, fue lo mucho que me gusta; llevo casi dos años en este mundo formado por Obliviate y Revelio, se imaginarán lo importante que es para mí; pero tiene competencia, y como soy perfeccionista, a menudo me congela la posibilidad de bajar la calidad de la escritura, lo que resulta en postergarla hasta que se me ocurra una idea genial que requiere más paz de la que he tenido estos meses.

Ustedes merecen lo mejor.

Pero por lo mismo, merecen algo. Así que dejaré fluir la pluma y confío en que les guste.

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Pendientes

"Tareas en cola, Ministro" enunció la puerta de su despacho apenas la hubo atravesado.

"Ahora no" gruñó el pelirrojo, sentándose, la cabeza entre las manos.

Merlín, por favor, que venga…

No entendía cómo el mundo podía no contener la respiración hasta que Hermione llegara… o no.

"Mensajes" cantó el pedazo de madera a continuación, habiendo meramente saltado la lista de tareas; Ron gruñó y una figurita se estrechó contra la puerta que, impávida, continuó enunciando:

"Privados"

Había sido Hermione quien la había hechizado alguna vez para que Ron no pudiera escaquearse completamente con una orden. El recuerdo lo golpeó en el estómago con la intensidad de una bludger perdida, y el presentimiento, la dolorosa anticipación de los detalles, millones cada día, que se la van a recordar.

Y entonces, como para demostrar que podía ser peor, el tono de la puerta cambió por una voz gruesa que le dio escalofríos y lo hizo pasar a modo alerta en milisegundos. Le dio la contraseña, la garra en su pecho apenas insinuando la manera en que se sentía su corazón.

Gabrielle llevaba esperándolo casi toda su estadía del otro lado del mar.

La chica está pálida. Tiembla, una colcha barata aislándola del frío, pero nada para aislarla de los recuerdos. Ron no muestra emoción alguna al recibirla, como no sea el rodearla con sus brazos, que es esencial para mantenerla en pie. El subalterno dibuja una garra sobre su corazón, y desaparece.

Ron espera a desaparecer a su vez, antes de mirar a los ojos vacíos.

–¿Me reconoces, Gabrielle?

No responde.

Esta noche va de mal en peor.

Bill está esperándolo con la puerta abierta. Fleur sale disparada hacia su hermanita, a la que baña en preguntas histéricas en su idioma gutural. A él no le dirige siquiera una mirada. El ministro se fuerza a no bajar los ojos ante su hermano mayor, aunque la autoridad de la luz, por la que él mismo luchó, le pesa.

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Harry acerca su mano a la mejilla de su compañera, sin atreverse a rozarla. La acaricia a distancia, aprendiéndose de memoria los rasgos que ya se sabía mejor que los propios. El arco del cuello. Los hombros… La frente. Es agridulce, tenerla tan cerca y tan lejos. Sonríe posesivamente al notar que, aunque no la está tocando ni de cerca, a ella se le pone la carne de gallina donde sea que su mano sobrevuele. Al moverse, Hermione expone el cuello a su examen. Al auror se le seca la boca.

De pronto abre los ojos y el león cierra de golpe el enlace entre ellos al tiempo que empieza a buscar excusas para las dos horas que lleva contemplándola en silencio, pero ella lo corta.

–Biblioteca.

Ni una palabra más. Harry asume que se le permite seguirla. Van al Ministerio, después de todo; los dos trabajan ahí. Se le ocurrió mencionarle que tiene un Libro sin Fin; pero él sabe, como ella, que la biblioteca y archivo del Ministerio incluye libros específicamente protegidos, montones de documentos en sangre de thestral, etc.

El sujeto de la recepción los saluda con la mano. No que ella lo haya visto. Harry se encoge de hombros hacia él.

–Lindo traje–se ríe el sujeto.

Harry mira hacia abajo, y sus manos se extienden como alas. Poniendo los ojos en blanco, apaga el glamour.

–El de ella, quería decir –responde el otro, echando a la mujer una mirada que a Harry no le gusta. Al volverla de nuevo hacia el auror, el tipo abre los ojos y levanta las manos, medio asustado– ¡Ya sé, ya sé que tiene dueño!

Harry lo pasa con la rapidez de una tormenta.

Y choca con John, que a su vez se apoya pesadamente en la pared, desequilibrado por el impacto que un mes atrás lo hubiera dejado impávido, tirando atrás al mismo Harry en su lugar. El ojiverde le alarga la mano sin pensar y lo agarra, flexionando cuatro dedos en torno al pulgar del otro e incorporándolo.

–Bueno verte, Harry– le dice el otro con una sonrisa torcida.

Tiene un parche a un lado de la cara; no alcanza a cubrir el agujero donde solía estar su ojo. Alivio y culpa envuelven al superviviente, al recordar la última vez que lo vio entero. Pero evita mirar las heridas. Cortesía profesional. No le gustaría que miraran las suyas. Le da una débil sonrisa.

–Y a ti, colega.

–Los estaba buscando –continúa el otro, convocando una pluma muggle, a la que quita la tapa con los dientes–. Ef por el entrenamiento de fupervivencia –articula en torno al plástico, al tiempo que marca algo en un blog de notas que acaba de sacar del aire–, no podemof feguir poftergando lo de uftedef dof.

–Creí que estábamos muy cortos de personal –replica el ojiverde, de cara a la evidencia: John no debería estar aquí ni por elección. Hasta el esfuerzo de tapar la pluma lo deja ligeramente verde.

–Por eso vamos a prescindir de todo el teatro del secuestro, pero hay que salir de esto. Es solo un par de días, y ustedes ahora mismo no tienen caso que pueda quedar colgando.

–¿Cuándo…?

–Tampoco es que les vayamos a dar el día y hora con anticipación –se ríe débilmente el gigante–. Ya les llegarán las precisiones. El mensaje va a ser un traslador, así que no va a ser tan diferente.

–Le diré a Hermione.

Ella le lleva ventaja, pero nunca ha requerido ayuda para encontrar lo que busca en una biblioteca, y no es que a él se le pueda perder. La encuentra discutiendo con un antiguo archivador, persuadiéndolo de que se abra. Mientras se apoya contra la pared, los brazos cruzados, la mirada del auror va al delicioso parche de piel a su espalda, justo encima de la cándida tela azul, parcialmente cubierto por mechones de cabello que han escapado del peinado; y de pronto es como si su propio traje se hubiera encogido.

"¿Qué estás haciendo?" Se interpela. "No puedes mirarla así." Y todo el rato es como como si su cuerpo estuviera desconectado de su conciencia: su mirada sigue recorriendo su cuerpo, adivinando lo que la tela no le deja ver. De pronto esa parte de su mente que habla con la voz de la sabelotodo, viene a corregir su léxico: "Sería más correcto decir: 'no debes', Harry. Poder, puedes, como lo evidencia el hecho de que lo estás haciendo ahora mismo". Gime entre dientes ante la reacción física, inmediata y violenta, que la inocencia provocadora –y tan Hermione- del comentario le ha despertado.

Una gaveta sale despedida hacia delante, casi golpeándola y sacándolo a él del círculo vicioso; pero todavía le cuesta calmarse, y aún más revelar su presencia. Solo cuando la ve empinarse, pies en punta y la mano extendida hacia un libro que no tiene manera de alcanzar, se le acerca, toma el texto y se lo entrega. Apenas han rozado, aunque la mujer ha tomado aire de pronto, y el calor irradiando de su cuerpo se le ha quedado grabado en la piel. Hermione gira la cabeza hacia él, delicioso rubor extendiéndose desde su pecho; Harry lo ve subir y bajar bajo la tela azul, y le falta el aire. Es por poner distancia que bromea:

–¿Eres una bruja o no?

El tono fue quizás muy suave. Cariñoso. La alusión fue intencional, aunque puede que tampoco sea lo más prudente seguir recordándole cuántas memorias comparten.

–No voy a usar accio sobre un ejemplar –se explica ella, llevando el libro a la mesa más cercana–, capaz que la fricción haga caer libros alrededor.

–Puedes levitar tú.

–No te acuerdas de con quién estás hablando.

–¡Es como dos centímetros, Hermione! –se ríe.

Sigue roja y sin mirarlo. Algún instinto de cazador le hace sonreír de medio lado y, por primera vez que recuerde, se atreve a flirtear:

–¿Soy tan irresistible?

–¿Ahora mismo? Sí –le responde ella abiertamente, y se deja caer en una silla.

Touché. Lo ha dejado boqueando como un pescado, y sus pantalones le hacen saber que todo el esfuerzo que haya hecho para calmarse, ha sido en vano.

Y cómo estaría si supiera que lo que le ha dicho ni se acerca a la realidad. Hermione abre el pesado libro, la cubierta golpeando la mesa con un "bang", y suspira. Hoy cada vistazo de él le trae recuerdos. Desde antes de despertar por completo sintió el eco de sus manos, y no pudo más que asombrarse de cómo han cambiado en estos años, sin dejar de ser las mismas; cuánto más firmes y cálidas se han vuelto. Cuánto confort traen. Cuán sexis… "Mala, mala Hermione". Suspira de nuevo, apretándose los ojos con la punta de los dedos, brevemente

El ojiverde, totalmente ignorante del curso de sus pensamientos, se sienta prudentemente a su lado, viendo a la mujer colocarse un rizo tras la oreja y, abriendo la mano, convocar pergamino, tinta y pluma, sin varita. Recuerda haberle enseñado a hacer esto, y unos recuerdos llevan a otros…

–Empieza por el primer archivo –le instruye ella, interrumpiendo.

Todavía no se le ha ido el rubor.

Harry alarga la mano hacia la carpeta; tiene una mancha de tinta y algunas letras están desvaídas. La fecha es de hace veinte años. Un joven pestañea lentamente en la foto. El auror levanta la vista para verla leer en silencio, y se le pierden los ojos en las palabras que dibujan sus labios, hasta que ella levanta la voz.

–¿Los reconociste?

El tono es demasiado suave, un susurro, secreto.

–¿A quién?

–El mercado. Aquellos chicos.

–¿Debería?

–El guarda… En la prisión…

No lo había pensado. Harry mira a un lado, buscando en su memoria, y de pronto busca febrilmente en el archivo, alcanza otro.

–Estos son los supuestos Caballeros de Walpurgis.

Hermione no tiene nada que comentar, y no importa. Harry trabaja febrilmente, colocando un archivo sobre otro y lado a lado, comparando.

–Aquí está… Y aquí…. Son contactos… ¿Cómo es posible que ese tipo haya pasado el chequeo de antecedentes?

–No hay un archivo para él –Hermione explica–, eso es que no tenían nada sobre él. Aparte de par de gamberros como amigos.

Los iris de Harry se mueven de un lado a otro, y de pronto está de pie, levantando la varita. Hermione está instantáneamente a su lado, sosteniéndola al medio, haciéndola bajar. Sacude la cabeza.

–Hermione, ese tipo oblivió a nuestro testigo…

–Necesitamos más que un viejo recuerdo para acusar –le murmura ella, mirándolo directo a los ojos.

Es un error y tiene que luchar con todo lo que tiene porque no la transporten veinte años al pasado. No ha incorporado a su mente las memorias de entonces –ni sabe si es posible, tras el Obliviate-, pero habiéndolas visto en tercera persona, puede imaginar perfectamente el color de sus ojos mientras hacían el amor. De la otra dimensión, se acuerda. De sus ojos oscurecidos de ganas, delgado anillo verde en torno a sus pupilas. Deja de respirar, no sea que su olor acabe de lanzarla abismo abajo.

El caso… ¿Qué decían sobre el caso…?

El auror ha bajado la varita por completo. Uno, porque mirarla de tan cerca lo afecta. Y dos, porque tiene razón, como siempre. Solo tienen la voz de un chico a la distancia de veinte años, ni siquiera la cara –cubierta con máscara-, que en todo caso no sería la de hoy.

Asintiendo, Hermione levanta los dedos, toma aire y empieza a enumerar:

–Sabemos… o creemos… que ese hombre no está más allá de cooperar en un asesinato de odio… o no lo estuvo, hace veinte años. Pero hoy ¿qué motivos podía tener?

–¿Chantaje? –propone Harry– No es probable que la organización esté activa después de tanto tiempo, bajo el radar.

–No podemos descartarlo. Sobre todo, teniendo en cuenta que el nombre también apareció en lo de América.

Feo, feo.

–Hay que informar de esto.

Ambos han pensado al mismo tiempo: "Ron". Harry gira la cabeza, cuadrando la mandíbula al tiempo que su compañera lanza un suspiro pesado. No hace falta discutirlo. Antaño, Ron le creyó cosas peores con menos prueba que esto; Ron les creería por pura amistad, pero los dos saben que él va a estar menos que cooperativo luego de anoche. Y francamente, ¿quién puede culparlo? De pronto el auror se da cuenta de lo que estuvo a punto de hacer, del riesgo que hay para Hermione en investigar o acusar a un sujeto a quien ella misma atacó; ya Ron los sacó del caso por esto, y Harry recuerda muy bien cuán peor podría haber sido –puede ser todavía.

–Este no es nuestro caso –insiste, alarmado.

La auror levanta una ceja, intrigada.

–Tribunal militar, ¿recuerdas?

–Pero bueno, Harry, no vayas de extremo a extremo. Tampoco podemos reservarnos evidencia.

–Pues bien, se le pasa al departamento y deja de ser nuestro problema.

–Acabamos de establecer que no hay suficiente para acusarlo. Como no investiguemos nosotros…

–¿Luna? –pregunta Harry.

Ah, cierto, no le ha contado.

–Suponiendo que esté disponible.

Y brevemente le cuenta lo que supo por McGonagall, en Hogwarts. Que no es mucho.

–Le iba a preguntar a Ron pero…

No hace falta que termine la frase.

–Entonces tenemos que pasar por Hogwarts.

–Nadie puede saberlo, Harry.

Esta vez le ha puesto la mano en la muñeca. Harry desvía los ojos hacia allá, sacudido. El contacto ha sido como una pequeña descarga eléctrica, suponiendo que esas fueran de lo más agradables. Hermione también ha retirado la mano como si quemara.

–¿Quién está a cargo del caso?

–Max –responde ella, antes de recordar; sacude la cabeza y, con la voz vacía, enmienda–. Sparkie, la última vez que me fijé.

Harry la mira brevemente; se pregunta si debería decirle que hizo todo lo que pudo, en la redada. Palabras vacías. Ni siquiera sabe si el auror sobrevivió. Max era confiable. Sparkie lo es un poco menos; es demasiado jovial, confiado. Hay que andar con pies de plomo con este guarda o, con el antecedente de su pasado encuentro, puede costarles caro. Demasiado caro, piensa Harry, mirándola.

La castaña a su vez tiene los ojos desenfocados, mirando a lo lejos. Finalmente, lanza un suspiro rasgado y se cubre los ojos con el talón de la mano.

–¿Qué?

Lanza un muffliato silencioso y espera a que ella le responda.

–El otro día vi a Dennis –le cuenta–. No sabía que estamos fuera del caso. Se fijó en el código rúnico de una muestra obtenida de la escena. Harry… –tiene anillos en torno a los ojos– era de mi madre.

La idea es tan fantástica que está a punto de echarse a reír.

–¿La señora Granger?

Hermione se encoge de hombros.

–Todo lo que sé es que la muestra procede de un familiar de primer grado. Mi madre, o mi hija. Por navaja de Ockham…

La gravedad de la situación lo alcanza.

–No es posible que sea Rose –la sigue–, pero la señora Granger es muggle…

–Exacto. Tomé muestras de ella, y se las envié a Dennis para antes de regresar con ustedes, pero esto no va tan rápido.

Harry se abre a la empatía con prudencia. Del otro lado, un terror confuso. Lenta, muy lentamente, como quien se acerca a un thestral salvaje (o a un hipogrifo), le pasa una mano sobre el hombro, cerrándose al contacto eléctrico de la piel suave contra las puntas de sus dedos. De golpe Hermione se ha girado hacia él en un medio abrazo, y el auror aprieta los dientes, tratando de controlarse.

La leona esconde el rostro en su cuello. De pronto se ha dado cuenta de que más allá de quienes sean sus padres, este es su compañero. Él es su identidad, ahora. "No voy a llorar", se dice a sí misma; pero ya las primeras lágrimas han empapado el hombro de Harry.

–Lo siento –se excusa, sorbiendo por la nariz y tratando de apartarse–, estoy hecha una llorica. Soy peor que Chang.

–No hay mujer en el mundo más valiente que tú, Hermione–replica él.

Su cuerpo se ha relajado automáticamente, y toda la piel le cosquillea. Sabe que debería alejarse: incluso ahora, las memorias de treinta años de abrazos le vienen en oleadas; cómo su cuerpo, como sus manos, ha cambiado: del chico delgado al capitán del equipo de Quidditch, al aprendiz cada vez mejor entrenado, a este hombre en toda regla con musculatura que es el doble que la de ella. Y con todo, se siente débil ante lo mucho que lo necesita.

No sabría qué la pone en guardia. Harry no se tensa y no se aparta. En su espíritu, apenas el reconocimiento de una intrusión. Hermione se vuelve, secándose las lágrimas aprisa.

Tenían que toparse con la única otra persona que usa a diario la biblioteca.

–Mia –saluda Duham–. Harry…

Hay un quedo reconocimiento en los ojos de la aprendiz. Como si se lo hubiera esperado, y se encogiera de hombros ante las cosas del destino. Hasta puede que haya un poco de placer estético, al verlos juntos. Hay amor, por su hermana, y al volverse hacia él hay también un poco de deseo. Pero también hay lo suyo de dolor.

–Un minuto –susurra su compañero, haciéndola vibrar con el aliento cálido en su oreja; Hermione retira la mano que sigue sobre su pecho y lo deja ir.

No es sino hasta cinco estantes más allá que Duham se vuelve, los brazos cruzados.

–Tu amor la puede matar –le dispara a bocajarro.

Harry se siente entrar cada palabra en el estómago como una andanada de balas; tiene razón.

–¿Qué pasó anoche?

–No es cosa tuya.

–Creí que teníamos… algo.

Harry la mira a los ojos –tan similares a los suyos– y exhala.

–No ha pasado nada de ese tipo… anoche.

Duham lo mira en silencio, y los dedos del veterano rascan la cicatriz en su frente y continúan hasta enredarse en su cabello en un gesto nervioso, preguntándose si dijo una palabra de más. El cerebro de esta chica no es menos poderoso que el de su hermana. Por otra parte, él mismo, habiéndolo vivido, no se lo cree.

–¿Y entre nosotros? Eso… –apunta con la barbilla– ¿qué fue?

Harry sacude la cabeza y se cubre los ojos. Pasa un minuto antes de que pueda responder:

–Te dije que no te iba a besar hasta estar seguro de que me importabas.

–¿Y resultó que no te importo?

Levanta la vista hacia ella. No le va a dar tregua.

–Lo que pasó ayer arrojó más dudas… Hay… razones para creer que mi subconsciente… me está jugando una mala pasada.

–¿Con ella?

Sí que tiene buen instinto, la chica.

–Duham, ahora mismo no te puedo dar nada. Hay cosas que no te puedo decir. No es mi secreto –piensa en voz alta.

La chica suspira.

–Harry, para mí no ha sido jamás ningún secreto que tienes a mi hermana entre ceja y ceja (joder, no es un secreto para nadie en Inglaterra, incluyendo su marido) y nadie fuera del trío está mejor situado para saber que lo opuesto también es cierto. Pero ella está bajo el Voto. De nuevo: tu amor la puede matar.

Vaya, el efecto no desaparece con la repetición.

–Me vas a tener que perdonar que sea sincera, a veces hace falta que alguien te diga la verdad sin tapujos. Y la verdad es que nunca, jamás, podrás llevártela a la cama sin ponerla en peligro de muerte. Por muchas ganas que le tengas. Y estoy segura de que no lo vas a intentar, porque por muchas ganas que le tengas, la amas más todavía. Probablemente más que yo.

La chica lo mira a los ojos y suspira, se limpia las lágrimas que han salido sin quererlo.

–Así pues, ¿qué vas a hacer? ¿Piensas vivir abstinente por el resto de tu vida?

Al final, él se las arregla para responder, entre dientes.

–Eso difícilmente sea tu problema, aprendiz.

–Es mi problema. Uno, porque es mi hermana, y conviene que la tentación no sea mucha. Dos, porque soy la imagen de mi hermana. Si alguien tiene una posibilidad, aunque sea remota, de ganarte de veras, esa soy yo.

Su apertura lo deja literalmente boquiabierto, abrumado. Por si va a hablar, la chica levanta la mano, palma hacia adelante.

–Te dije que la fidelidad va en la mente –empieza–, pero sabes, ese es el problema con los viudos: siempre tienes que competir con los recuerdos. La diferencia es que, en tu caso, no es la muerta la que te trae de cabeza. Pero es igualmente inalcanzable y, dadas las circunstancias, todas las chicas en Inglaterra estamos de acuerdo en que es mejor un Harry Potter a medias, que ninguno. Quién sabe –se encoge de hombros–, puede que, al final, el cuerpo pueda más.

Siente su presencia antes de que los ojos de Duham se desvíen. Hermione. Toma aire y se voltea. Nunca le ha visto esa expresión. Si lo presionan, dirá que es de lo más sexy. Desafío. Mira de una a otra, y el aire parece crepitar de magia contenida.

Al final, solo cuatro palabras.

–Sabes que tengo razón.

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Caminan en un silencio preñado por los pasillos de St. Mungo. Harry anda casi en puntas. Hermione da miedo, cuando se pone así. Aunque la razón le de ganas de sonreír -y hacer una danza de la victoria. Un poco tonto, en realidad.

–Luna Lovegood –pregunta Hermione a la sanadora, mostrando su identificación.

La mujer mira de ella a Harry Potter y parece a medio camino entre desmayarse y pedir un autógrafo, pero finalmente apunta con un dedo tembloroso al corredor por donde viene, y la auror continúa a paso firme, ignorando lo demás. A cada lado hay habitaciones, pero los sanadores los evitan. Hermione parece rodeada de un aura cada vez más oscura.

–Luna Lovegood –pregunta a un interno.

Esta vez, cuando lo dejan atrás, Harry le pone una mano en el hombro que la hace detener casi de inmediato, aunque solo gira a medias y el rostro nada más.

"Ese casi se orina en los pantalones, Hermione. Bájale a la intensidad"

La siente tomar aire y suspirar. Por la empatía le llega el placer culpable de que esté usando esta conexión tan íntima; aunque está perfectamente justificado, es decir: la alternativa era conducirla a una habitación vacía para decirle esto. La idea le parece un poco demasiado atrayente. Lo interesante de su conexión empática: es mucho más difícil disimular. Oleadas de calor le llegan a través de la ventana que ha abierto entre sus espíritus, y de lejos le parece escuchar a sus voces internas en oposición, pero medio adormecidas por una especie de murmullo sensual, un ronroneo felino.

"Duham…" le llega claramente su voz principal.

"Duham tiene veinte años"

Hermione resopla. Un sanador levanta la vista hacia ella, alarmado, y mira de uno a otro; no es el único perplejo ante la inmovilidad de los dos y la manera en que su expresión corporal reacciona a la del otro, sugiriendo un lenguaje sin palabras que ninguno en el hospital ha visto nunca en persona.

"¿Cuánto escuchaste?" proyecta él.

"El final. Desde la enumeración"

"¿Qué es exactamente lo que te tiene tan disgustada?"

Hermione cruza los brazos, y lo que se proyecta de la mente de ella hace a Harry sonreír de medio lado.

"¿Posesivos, estamos?"

"No es cosa de broma, Harry. Genial que hayamos identificado el problema, ayer… lo de las memorias… pero lo que es a mí, sí que me han jodido el subconsciente, y a estas alturas no sé cómo deshacer el daño"

"¿Y qué te hace pensar que a mí no?"

Hay apenas una insinuación, un reflejo pálido de los sueños que ha estado teniendo, y Hermione jadea.

"No es el lugar ni el momento" lo corta.

"Ya, porque es más seguro hablarlo en mi habitación a medianoche"

La mujer suprime rápidamente su propia reacción, pero en su mente hay como un aroma intoxicante, y el brazalete está caliente. A Harry no se le quita la sonrisa.

"Estás jugando con fuego, Harry"

"Es divertido"

"Es peligroso"

Lo deja atrás, pero su compañero la alcanza sin esfuerzo y camina a su lado.

"Ya en serio, qué te disgusta tanto"

"Me disgusta que me disguste"

"¿Qué? ¿La idea de que me eche mujer?"

Una especie de gruñido, de mente a mente, es su respuesta.

"Lo inevitable" agrega ella al final.

Y ya están cruzando la última puerta a la derecha, la que les señaló el último. Y allí, como era de esperar, yace Luna. No hace falta el parte médico para darse cuenta de que está pesadamente drogada. Muy rara, incluso para sus estándares.

–¿Cómo estás, Luna? –pregunta la leona sentándose a su lado.

–Un dragón –murmura el águila con labios secos, y sonríe– de cuerpo fluido como un río… –Su mano serpentea en el aire– con escalas de piedra gris y magia líquida por sangre… Tanta, tanta magia…

Los compañeros intercambian una mirada por encima de la paciente. Bueno, al menos los dragones existen.

Un medicomago acaba de entrar, con la mano en un bolsillo de la túnica y la otra sosteniendo una carpeta.

–¿Puedo ayudarles?

–Somos del departamento de aurores –se presenta Hermione poniéndose en pie.

El profesional les sonríe.

–No hay nadie en Britania que no les conozca.

–¿Se sabe qué ocurrió?

–Los exámenes no han sido conclusivos –responde prudentemente.

–¿Cuándo podremos hablarle?

–Eso tampoco puedo decírselos con certeza.

–Tiene que haber algo que nos pueda decir.

–No sin una orden, no –les responde lacónicamente.

Harry da un paso, pero dos dedos de Hermione rozan su muñeca y se para en seco.

–Solo estamos preocupados por ella –explica empáticamente.

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–¿Ese no estará implicado? –pregunta su compañero saliendo de la chimenea.

Hermione desvía la mirada de la túnica que está sacudiendo, y se encoge de hombros.

–¿Tenías una orden?

–Hermione…

–Tú y yo sabemos cómo se maneja la confidencialidad, Harry. No teníamos nada. No tenemos nada –enfatiza mientras cierra la puerta de la oficina de entrenadores, ignorando a los aprendices en la sala gris del otro lado; una mano la apoya a la misma puerta al tiempo que se quita los zapatos con la otra, emitiendo un leve gemido de alivio–. Ni podemos levantar banderines rojos allá a donde vamos. Ya veremos con la señora Pomfrey. ¿Me ayudas con esto?

Se ha girado, su mano sujetando el cuello del vestido, mostrándole el complicado cierre. Harry alarga las manos sin pensar, dejando que se enreden en el cabello que la mujer justo ha soltado; no se entera de lo que está haciendo sino hasta que va por la mitad. De pronto se inmoviliza. Respira profundo.

–¿Harry?

–¿Te vas a cambiar? –pregunta con voz tensa– ¿Ahora?

–Andamos con disfraces extravagantes, Harry; incluso sin mi máscara ni tu glamour. En caso de que te lo estés preguntando, ya hemos llamado muchísimo la atención. Con la urgencia de chequear los archivos me olvidé de todo esta mañana, pero definitivamente debimos habernos cambiado antes de ir al hospital. Podemos aprovechar la ducha para ir planeando cómo le vamos a decir esto a Sparkie.

El auror traga en seco. Apenas escuchó la mitad del discurso, concentrado en la piel extra que el vestido ha expuesto. No es sino hasta que una yema roza accidentalmente la piel, que Hermione comprende. El punto de frialdad contra su espalda la hace estremecer, y el temblor persiste. Lentamente la piel de gallina se extiende por su cuello hacia abajo. Harry da un paso sin pensar, y haya apenas veinte centímetros entre ellos.

–No eres tú, Harry –repite con voz ahogada, las palabras que empezaron todo, anoche; pero el jadeo la desmiente, y a él, no hace sino embarullarle la mente todavía más.

El Enlace se abre, esta vez rasgado, irregular.

"Entonces, que no me juzguen por esto"

Y el auror avanza, las puntas de los dedos abriéndose paso bajo el vestido abierto, dibujando vías por su cintura hasta sentir contra su pecho la piel desnuda de su espalda y contra sus labios, la piel vulnerable de su cuello, que se extiende al contacto, regalándole un gemido.

Se arranca a duras penas de la fantasía que han evocado juntos, y el jadeo de su compañera amenaza con arrastrarlo de vuelta. La mujer tiembla, la cabeza gacha, los brazos en torno a sí misma, con los de Harry a uno y otro lado de su cuerpo, dedos erguidos apoyándose en la puerta.

–¿Cuán segura estás de eso? –murmura.

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A/N: Bueno, ¿cómo estuvo?

¿Aprendieron algo del caso? Todavía estamos en su superficie, es normal si no salió nada nuevo, había dejado pistas de todo esto desde el primer capítulo.

Y ¿qué les pareció nuestra pareja favorita? ¿No es divertido cómo tratan de resistirse?

¿Quién creen que debe ser sospechoso en este caso? ¿Qué se imaginan que va a pasar ahora? ¿Y qué piensan del entrenamiento de supervivencia? Solitos en la selva… (sonrisa maquiavélica)

Empieza el concurso… ¿Qué se les ocurre que va a pasar allí?

Espero ansiosa sus comentarios.