Ron se deslizó al área de entrenamiento bajo el encantamiento desilusionador; eso de que la gente se detuviera para hablar o darle un apretón de manos o inclinarse le empezaba a aburrir: solo necesitaba ver a Harry por un momento, no interrumpir el trabajo en todo el Ministerio. Así que no podía molestarse de que todos los aprendices estuvieran acostados en el suelo de concreto. Tras un invierno como este, él también querría tirarse al suelo y sentir el calor del sol en su piel.
Te estás poniendo viejo, pensó.
−El valor es una opción demasiado obvia −estaba diciendo uno de los chicos−. Intenta de nuevo.
−Pero ¿qué podría ser más útil para un auror?
−No sé, ¿inteligencia?
Alguien se rió con disimulo. Seguro que estaban molestando al chico, asumió el pelirrojo.
−¿Aptitud física? –mencionó alguien más.
−Habilidad para mentir. En algún momento tendremos que ir de encubierto.
La tormenta de ideas tenía su interés. Ron mantuvo un oído en ella al tiempo que se apoyaba en la pared, esperando que Harry no demorara mucho. Tenía una conferencia que dirigir.
−Sabiduría, supongo –dijo la última chica−, para distinguir las batallas que no puedes ganar, y no desperdiciar recursos en ellas. Demasiada gente se porta como bulldogs: no pueden dejar ir. Como aurores, esos son carne de cañón. Algunas batallas estaban perdidas desde el comienzo.
Ron no habría sabido decir por qué esas palabras lo habían afectado tanto.
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−¿Qué le decimos? –pregunta Hermione.
Lleva diez minutos inmóvil ante el escritorio del despacho. Está lívida hasta los labios. El valor que mostró ante Ron se le ha congelado en la espera forzosa.
Harry, por su parte, no ha dejado de moverse.
¿Qué le van a decir? Los agarró literalmente con las manos en la masa: hablando con el auror a cargo del único caso al que se les prohibió explícitamente acercarse, rodeados por la escena del crimen.
−¿Cuánto tiempo demorará?
−¿En disciplinar a Sparkie? Merlín sabe.
La ve echar una ojeada al peculiar reloj. La manecilla de Ron sigue en "Trabajo". La de Hermione está en "Casa". Formalmente hablando, es parte de la casa, supone. La razón por la que los ha citado aquí, y no en el Ministerio, quedó clara cuando discutieron Azkaban allí. Demasiados hechizos en su oficina ministerial. Con todo, aquí es ella la que tiene que impedir que estos dos entren en duelo. No sabe qué prefiere.
−No podíamos reservarnos esa información, Harry −insiste−. O habríamos tenido que investigarla nosotros mismos, lo que habría sido peor."
Su compañero no responde. La verdad es que se siente responsable. Ron estaba protegiéndola, al mantenerla lejos del caso. Protegerla es su principal trabajo, también, como compañero; pero fueron con Sparkie, cuando debieron haber ido con Ron directamente. Por incómodo que fuera. Siente que falló en mantener a Hermione a salvo. No va a haber reprimenda peor que la que se está echando a sí mismo.
−Le íbamos a dar la información, y a darnos la vuelta –continúa la mujer, y asiente, como si estuviera tratando de convencer más que a él.
Harry lanza una risa seca. Tú no has sido nunca buena en darte la vuelta, Hermione. Es de tus mejores virtudes.
De pronto la mujer se cubre los ojos con la base de las manos.
−Merlín, y tras lo de ayer… qué le voy a decir.
Las palabras, y el tono, parecen traer de vuelta tanto lo ocurrido en la oficina de Ron semanas atrás como su enfrentamiento en el baile, y Harry toma aire abruptamente, empezando a intuir en cuántos niveles esto puede ir mal. Esos breves momentos en el cubículo de Sparkie no fueron precedidos por esta dolorosa anticipación. Mirando en qué se ha convertido su trío –uno amoroso, lo más cliché de las películas−, Harry no puede sino despreciarse a sí mismo.
−¿Puedo preguntar –el auror duda− qué más te dijo ayer? ¿Tras… cuando te reuniste con él?
−No estaba en casa.
−¿Cómo que no…?
Hermione levanta hacia él los ojos cansados, con solo un toque de rojo en los bordes.
Así que esta va a ser la primera vez que se enfrenten desde el baile…
De momento es como si hubiera usado el giratiempo y vuelto a ayer, al otro lado del mar, y estuviera mirando desapasionadamente a los actores: dos hombres maduros, con canas ya contrastando con sus cabellos rojos o negros, y esta mujer sorprendente del lado equivocado, a pesar del miedo y de la culpa. Algo cálido gotea en su interior y tentativamente abre su conexión, permitiendo que su magia llegue a donde él no puede y la conforte; aunque el jadeo ahogado de su compañera le recuerda que esto –esta nueva profundidad de su empatía- implica aún otra discusión que deberían tener con Ron, y que no les alcanza el coraje para empezar. Da un paso hacia ella hasta que logra controlarse. Cómo quisiera poderla abrazar… pero si Ron llegara en ese momento, ahí sí… Y el dilema mismo le deja un sabor amargo en la boca, un rencor sordo y violento contra Ron que ayer, como cada día de los últimos veinte años, como en el bosque de Dean, hace tanto tiempo, se interpone entre ellos.
−No sé tú, pero yo le voy a decir que se vaya al carajo. Sus privilegios sobre ti… sobre tu cuerpo… serán respetados (porque tú se los diste, y porque tiene un Voto para asegurarlo). Pero yo soy tu compañero. No te puede alejar de mí.
Ante tal muestra de posesividad, a la mujer un escalofrío le recorre la espalda. No es de miedo, y eso sí que la aterra. A Hermione le entretendría analizar tales tendencias primitivas (dominante/sumisa) si no fuera su vida. Apunta:
−Y eso es lo peor que le puedes decir.
Harry se imagina lo que está pensando. Es su matrimonio. Su familia. Es curioso lo que ser padre provoca en la conciencia. Si fuera él, estaría igualmente alarmado ante la posibilidad de perder a Ginny, más allá de lo que sintiera por ella. El que se trate de su amigo de infancia, lo hace peor. Las lealtades se confunden. Cuál de los dos no quisiera que Ron fuera feliz. Cuál de los dos no daría su vida misma por él. El corazón es otra cosa. No se puede dar a quien uno quiera, aunque se pueda hasta cierto punto resguardar de otro, asumiendo que haya manera de poner distancia.
−El objetivo –comienza ella con un pragmatismo que parece negar lo afectada que está− es probarle a Ron que… nuestro trabajo, como compañeros… no es una amenaza para mi… relación con él.
−Justo como en los viejos tiempos…
Hermione lo fulmina con la mirada.
−Por lo menos ayer, no parecía darse cuenta de que no teníamos idea de lo que había pasado –continúa, esbozando rápida y eficazmente la situación−. Eso es lo primero que hay que hacerle entender.
Harry encuentra difícil no resoplar, pero cruza los brazos lentamente y apoya la espalda contra la pared. La mujer está siendo desacostumbrada e intencionalmente obtusa, ignorando espectacularmente el hecho crucial: que pasó. Claro que sería peor que se hubieran casado con otros y hubieran pasado dos décadas ocultándoles la extensión de su relación, por más que hubiera quedado en el pasado, de manera intencional; que hubieran elegido ser compañeros habiendo jurado fidelidad a otros cuando el que no eran "como hermanos" estaba más que probado. Pero en la mente de Ron, esto tenía que ser secundario: el ser mantenido fuera del secreto de manera intencional o no, no podía pesar más que el que su mujer estuviera Enlazada a su primer hombre. Harry ni siquiera trató de ponerse en sus zapatos. Incluso sin los problemas de Ron con no ser "el elegido", sería enloquecedor. Quizás peor que su propia situación.
Por otro lado, Hermione estaba tratando de modificar lo único modificable. No es como si pudiera cambiar lo ocurrido hacía veinte años.
¿Querría, si pudiera?
−Hay que hacerlo entender que somos amigos… y nada más…
−Hermione, si el Voto, dos hijos y décadas de casados no lo han convencido…
−Hay que hacerlo entender –prosigue Hermione tercamente, como si no lo hubiera escuchado− que lo que pasó hace tanto tiempo no tiene vigencia…
−Pero Hermione, eres tú quien dice que buena parte de… de lo que sentimos… viene de ahí…
−… porque era subconsciente, Harry. Pero ahora podemos identificar, diferenciar…
−Estás entrando en pánico.
La chica cierra la boca con un sonido seco. Es increíble lo que le recuerda a Hermione justo antes de sus TIMOs, torciéndose las manos así. Lo hace sonreír.
−No es cosa de gracia, Harry.
−Claro que no –responde, arreglando su expresión.
La mujer suspira.
−¿Qué propones? –le pide ella al fin.
Es mala señal. ¿O buena?
−No sabría decirte, Hermione –le dice honestamente, apartándose de la pared al tiempo que descruza los brazos, para sentarse ante ella. Por un momento está a punto de sostenerle la mano. A pesar del Lazo, hay algo que solo la carne, el calor físico, puede llenar−. Ni siquiera sé dónde termina ese chico y dónde empiezo yo. Eres tú quien los distingue.
−Claro que no, Harry. Si los distinguiera, ¿no sería más fácil?
Oh? El auror se endereza en la silla, tratando de lucir impasible pese al interés que, está seguro, ella puede sentir. Se muere por preguntar, entonces, cómo se la ha pasado diciéndole que no es él, cuando es tan claramente él quien fantasea, quien se llena de ella los pulmones, quien la mira con hambre de hombre lobo en luna llena.
−No estoy para nada lista para esta charla –suspira la mujer, mirando al reloj con auténtico temor. Y siendo esta una mujer ante cuya varita los magos oscuros se retuercen, eso es decir algo.
El silencio que sigue es tan largo que, al final, es él quien tiene que encontrar la manera de romperlo. Echando una ojeada al reloj, esta vez sí que la toma de la mano. Hay como la sombra de un temblor, electricidad estática saltando de uno a otro, quizás algo de magia. Pero es sobre todo el calor, la estabilidad de su mano.
−Hermione… sabes… yo soy tu amigo…
"Por encima de todo lo demás…"
−Tú eres mi mejor amigo –suspira ella, sonriendo por fin, aliviada. A pesar de lo simple, de lo elemental de las palabras, hay en ellas algo que nada más puede superar, como agarrarse de las manos.
−Yo haría lo que fuera por ti.
−Y yo por ti –susurra ella, cerrando los ojos.
El gesto se le convierte en un ceño fruncido, y de pronto ella está mirando al lado, como insegura. Harry espera, su magia moviéndose alrededor, haciendo lo que puede para hacerla hablar de lo que sea le preocupa. La ve chequear el reloj, cerrar los ojos y sacudir la cabeza, torturada.
−¿Incluso mentirle a Ron? –pregunta quedamente, al final.
¿Sobre qué? El antiguo monstruo en el pecho de Harry se muestra interesado, ojos fijos en ella, sonriendo arrogante mientras Harry mantiene cuidadosamente su máscara. ¿Cuánto más rápido puede latir un corazón sin romperse?
−Es que no sé, Harry… dónde termina esa chica… yo tampoco lo sé…
Casi se puede oler el peligro. La insistencia de Hermione en separarlos de los chicos que fueron tiene la solidez de una hoja de papel, pero es virtualmente lo único entre ellos y la escisión. Tienen que estar absolutamente seguros de ello si lo van a usar ante Ron. Y Harry ya no estaba seguro, incluso antes de que Hermione añadiera su propia incertidumbre.
−Eso lo hablamos luego…
−Es que… Harry… qué si no…
−Esta incertidumbre es el pánico hablando. Cuando la conversación con Ron termine, te vas a dar cuenta de que antes tenías razón...
−Pero antes tampoco estaba segura…
Salta, ambas manos en su propio cabello. La piel le está vibrando de lo rápido que va su sangre, o quizás de sus magias entrelazadas. Otra cosa que no le pueden contar a Ron. Está aterrorizado de lo fácil que sería confesar. Pero luego ¿qué? Puede ver lo que hay entre ellos como una mina oculta desde la guerra, esperando a que alguien la pise para estallar, llevándose consigo a los tres, volándolos en pedazos y en diferentes direcciones. Lo peor es que si no fuera por el Voto casi valdría la pena. Pero la vida de Hermione es innegociable.
−Es por eso que te estoy pidiendo que no se lo digas –ha continuado ella a toda prisa, desesperada.
−Hermione…
−Pero te lo tengo que decir a ti o voy a explotar delante de él…
Los ojos de Hermione lucen grandes y profundos como un lago, suplicantes. Harry se sienta a medias sobre el escritorio, al tanto de lo peligroso que es esto, pero igualmente seguro de que Hermione no va a ser ni medio convincente si ella misma no está convencida, y no va a estar convencida si no se escucha a sí misma debatir el caso –si no se saca las entrañas y las pone de vuelta en el orden correcto-. Por un momento valora la posibilidad de no escuchar –de obstruir mágicamente sus oídos, de manera que sus hipótesis no hagan estragos- pero esto no va a funcionar si él no está escuchando y hasta rebatiendo. Son, juntos, como un mismo cerebro. Harry echa un vistazo al reloj. ¿Qué le está tomando tanto a Ron? Antes, o después… pero si los atrapa con esta charla a medio cocer… va a ser una verdadera carnicería.
Lentamente, Harry asiente, y el enorme suspiro de alivio de Hermione hace que casi valga la pena.
−Significa… significa mucho para mí, Harry… Gracias.
Antes de que termine Harry está apartando su agradecimiento con un gesto de la mano. Él es suyo, en muchas maneras, para hacer lo que quiera con él. Solo se teme el daño que él mismo pueda hacer a su caso si algo va mal.
Pero a continuación solo hay silencio.
−Hermione…
−Ya sé que se nos acaba el tiempo –salta−. Es que no sé por dónde empezar. No hay un principio… Es decir, sí, pero ninguno de los dos puede regresar al bosque de Dean. Ninguno de los dos se acuerda de la persona que era durante esos días hace tantos años. Apenas de lo que ocurrió. Y luego… tú siempre has sido una parte tan integral de mi vida, Harry… No es solo que no sepa distinguir entre esa chica y yo … Es que no sé quién sería yo sin ti.
La alarma suena en algún lugar entre su pecho y su estómago, pero qué va a hacer, sino seguirla escuchando.
−Y por el otro lado está Ron… tragando babosas por mí… pidiendo que lo torturaran en mi lugar…
−¿Me estás diciendo que te casaste con él por agradecimiento?
−¡No! No… −pero hay un brillo especulativo en su mirada− Él también es de mis mejores amigos −No el mejor. Está implícito−. Él entiende lo que pasamos… −se refiere a los tres− y, claro, peleando tanto con él, no podía aburrirme…
Harry está tratando de no notar lo que está faltando en ese relato. Pero es demasiado obvio.
−Hermione… la gente no se casa porque el otro es su amigo y aguantó un par de hechizos… Tiene que haber algo más… Con la cantidad de pelea entre ustedes la gente asume cierto grado de… pasión –casi se atraganta con la palabra−, atracción… −Lo que nos está pasando, vaya, piensa.
Hermione se queda callada, con el ceño tercamente fruncido y los ojos brillantes, y a medida que se dilata el silencio, se vuelve más y más difícil para su compañero controlar el grito de triunfo que se abre paso por su cuerpo. Hasta que Hermione responde:
−¿Sabes? Ni siquiera me acuerdo bien de la boda –comenta con un leve encogimiento de hombros−. Parte del tiempo fue como si estuviera flotando… feliz, claro… pero… −aprieta los labios como si estuviera probando algo y no estuviera segura de qué, o de si le gusta.
Harry siente que el estómago se le encoge. Bien… Solo… bien… Debe ser lo que a Ron le hace falta escuchar. Y él mismo, se eclipsa. Hermione vive y feliz. Su propia amargura no viene al caso. (Si hay algo que reconocer en su descripción, el auror está muy ocupado con su propia miseria como para notarlo.)
−No entiendo entonces el problema –responde, cortante.
−¿Cómo que no, Harry? –ladra su compañera− ¿Cómo puede ser que no entiendas la diferencia entre una vaga felicidad el día de mi boda y esta… esta…? ¡… todo el puñetero tiempo!
Y así no más, el hombre de nuevo se está ahogando en esperanza y deseo. Me va acabar matando. Harry cierra los ojos y usa su magia como rara vez: para aquietarse, para controlarse. Pero ella no ha terminado.
−Me paso la mitad del tiempo convenciéndome de que quien siente esto por ti no soy yo, y la otra mitad de que tenerte no puede ser tan bueno como lo que vi en ese pensadero, pero entonces me acuerdo de… aquellos muggles, de… nuestra… familia…
La magia de ella se está entrelazando con la suya, y eso es todavía más erótico que el elefante que acaba de traer de la otra dimensión. La reacción de cada uno rebota en el otro y se magnifica, la adrenalina todavía alta y subiendo, y la sombra de un gemido ahogado hace eco en la habitación. Harry abre los ojos para encontrar en los de ella, cada uno apenas un anillo marrón en torno a la pupila. Es como echar al fuego un tanque de gasolina.
Joder. Joder, joder, joder…
Si ella no hubiera estado sentada, ya la tendría contra la pared. Están en el puñetero despacho de su marido, a punto de tratar de convencerlo de algo que los tres intuyen que es mentira, y a Ron le va a bastar una ojeada a sus pantalones para saberlo de cierto. Y no puede encontrar una salida en parte porque toda su sangre se está moviendo en el sentido equivocado.
Volviéndose de golpe, da un puñetazo contra la pared.
Tras un momento pone su frente contra el puño, los ojos cerrados, la respiración agitada y el poco de sangre que queda en su cabeza, vibrando en sus oídos.
−QUÉDATE AHÍ –le avisa.
Ha sentido en ella una sombra de preocupación, el primer impulso de acercarse.
−Oh, Harry, siento…
−No te atrevas… –la corta. Esto es mío. Que me quieras. Que me desees. Duele con cojones, pero es mío. Exultación y dolor se mezclan en sus sentimientos, en su magia, y la de Hermione se está tiñendo de los mismos colores.
Hay un largo silencio.
−Esto es demasiado fuerte para mí, Harry… Demasiado… La única razón por la que puedo seguirlo haciendo, es porque estoy medio convencida de que no puede ser igual de duro para ti.
Una risa histérica, aunque breve, se abre paso por la garganta del hechicero. Sigue en la misma posición. No se atreve a mirarla.
−Si te respondo a eso, tu matrimonio se acaba.
Las palabras suenan como un toque a muerto, y el profundo silencio subsiguiente es punteado por sus respiraciones agitadas. Harry está recogiendo su magia, cerrando el enlace entre ellos. Está claro que así no van a lograr nada. Es más: ya han hecho suficiente daño a su caso.
Hermione suelta una palabrota que Harry hubiera jurado que no se sabía, y a su pesar el auror lanza una carcajada, breve como una tos, y la mira por fin. Frunciendo el ceño, los rizos rebeldes, los nudillos blancos sobre el reposamanos… la leona es la imagen misma del valor. Y Harry se da cuenta de que, por complejo que sea, esto en realidad acaba en una pregunta simple: ¿cuál es mayor? ¿tu amor, o tu deseo? El puño que reposa en la pared se afloja, y tras un momento de vacilación, el auror respira profundo y camina –un poco tambaleante- hasta la otra silla al lado del buró. Se frota los ojos bajo las gafas, como si estuviera saliendo de guardia, antes de colocárselas bien y tomarle la mano.
Es entonces que se abren de golpe las puertas, y Harry la suelta como si se hubiera quemado al tiempo que se pone en pie, la máscara de vuelta a su lugar. Hermione está de pie a su lado. Harry sabe la imagen que presentan, el uno el espejo del otro, una visión temida y respetada, legendaria.
Ron suelta otra palabrota.
−Ya basta –escupe secamente, los ojos rojos deteniéndose en sus manos antes de desviarse−. Ya basta con su… cosa… no tocar… de qué vale… como si no supiera… La magia… Me vuelve loco.
Tiene las manos enredadas en el rojo de su pelo. Los compañeros están por mirarse a los ojos –lo último que se esperarían de Ron es esa orden −, pero se contienen. Finalmente, el ministro levanta la mirada hacia Harry, y hay algo en su expresión, el auror siente el impulso de agarrar su arma y por el contacto de Hermione con su codo, ella ya tiene la suya. Ron se ríe amargamente:
−¿Es necesario, Hermione, que me tengas a punta de varita? Te acuerdas de que soy el padre de tus hijos, ¿eh?
La mujer tiene la decencia de mostrarse avergonzada. Harry frunce el ceño.
−No jodas, Ron, ¿ayer no encontraste necesario usarme de saco de boxeo?
−Ah, bueno saber que ese recuerdo sí que se quedó en tu cabeza.
Sacudiendo la cabeza, el pelirrojo los rodea por amplio margen camino a su propia silla, donde se sienta, las manos en las sienes, derrotado. Harry nunca lo ha visto tan roto. Hermione parece a punto de adelantarse, ponerle una mano en el hombro, aunque para eso tendría que rodear el escritorio; Harry le lanza una mirada de aviso. No cree que la ataque, mágica ni físicamente, pero no está en sus cabales.
–Ron… –comienza ella, dudando– Ninguno de nosotros recordaba… nada de eso… Los dos estábamos obliviados… Tú mismo encontrabas raras las diferencias en lo que recordábamos… Nuestra información era menos fiable que la tuya… Tienes que creerme… –suplica.
Ron parece no haberla escuchado.
−Hay un mito muggle –dice, tan quedamente que Harry casi no lo oye; y es un signo de lo estresante del momento el que su amigo no le pregunte en broma qué va a saber de mitos−, la Tierra y el Cielo, no recuerdo sus nombres… eran gente y andaban apareándose por las esquinas… produciendo montón de hijos monstruosos…
−¿Gaia y Urano? –Hermione reconoce; pero todavía se ve igual de confundida que su compañero, como si estuviera por preguntar: "¿Qué tiene eso que ver?"
−En fin, que su prole ataca a los dioses… −prosigue Ron sin corregirla, único signo de que podría haber identificado bien− Hay un castigo… Ponen a un tipo a separarlos...
−Esa es la versión más novela rosa del mito de Atlas que he escuchado jamás –resopla Hermione, una débil imitación de sí misma– y con muchos puntos debatibles.
En lo que la mujer los enumera, Harry se pregunta si esto es mejor o peor de lo que anticipaba. Ron no puede haberlos traído a hablar de mitos que no debería ni saberse, al día siguiente de descubrir que fueron amantes, y justo tras encontrarlos –de nuevo juntos- en un caso al que él mismo explícitamente les prohibió acercarse.
–¿Qué nos estás diciendo, Ron?
Un pedazo de pergamino se abre al tiempo que se desliza por el buró hasta Hermione. El auror le echa una ojeada de reojo; parece de lo más normal. Mira a Ron, inquisitivo, al tiempo que la mano de su compañera se extiende hasta el papel. Está temblando. El pelirrojo no ha levantado la mirada.
–No…
Cae sentada, el pergamino todavía en su mano, y Harry está instantáneamente al lado de ella, mirando entre sus amigos y al papel. "Declaración de nulidad" dice el encabezado.
–¿Qué es? ¿Qué está pasando? –exige saber.
Nadie le responde, ni siquiera su compañera, que sigue pálida, con la mirada fija en el pergamino. Harry cuadra la mandíbula y se resuelve a leer por encima de su hombro, pero apenas ha empezado cuando Hermione, sobreponiéndose apenas, pregunta:
–¿En qué bases?
–Para empezar, amortentia, cuidadosamente dosificada y calculada... Te imaginarás que no le hubiera sido tan fácil si simplemente te hubieras mantenido lejos de su familia… –lanza– Usó Imperio, al final, en el momento clave… Y hubo una irregularidad menor en la ejecución del hechizo… –agrega, lanzando a Harry una mirada venenosa.
–¿Cómo pudiste…?
–No tuve nada que ver en ello –Levanta las manos el ministro.
–Pero tienes que haberlo sabido, por los últimos… ¿qué, dos años y tanto? ¡¿Y no me lo dijiste?!
–Vamos, Hermione… Tú, de todas las personas posibles… Tú sabes algo de negación… –replica, agresivo– Cuando al final acepté la posibilidad… Tenía que saber primero si cambiaba algo… Cosa que todavía no sé… Como me imagino que sospechas, no hay precedente con el Voto…
El Enlace está muy, muy quieto; Harry apenas está comprendiendo lo que eso significa: shock.
–¿Y esto? –Levanta el papel en una mano.
–La mejor analogía que se le ocurrió al departamento legal. Respecto a las implicaciones mágicas… Legrand me debía un favor… está trabajando en ello…
–¿El inefable? –pregunta Harry– ¿Qué está pasando? ¿Ron? –Gira hacia él, pero es su compañera quien responde:
–Estaba bajo Imperio cuando pronuncié el Voto.
Hermione lo ha dicho para su beneficio, pero sigue mirando a Ron como si necesitara más confirmación; no se lo puede creer. Y con eso, el Enlace se desata, una desesperación enorme amenazando ahogar a Harry. El pelirrojo tiene la mirada fija en ella con una mezcla de anhelo y de desprecio. Harry mira de uno a otro, todavía incapaz de entender más allá de esa frase, de la tormenta en su unión empática.
¿Flotando? ¿Feliz? Así que por eso la descripción le sonaba.
–¿Quién? –pregunta, un gruñido que no anuncia nada bueno para el responsable.
Dentro de la habitación se está levantando un torbellino, alzando montones de papel, batiendo las capas y desordenando los cabellos, sin que ninguno de los tres le dirija la más mínima atención.
–Ginny –es Ron quien responde esta vez, y Harry inhala entre dientes–. Se temía… lo que vi ayer.
A pesar del caos en su Enlace y en la habitación misma, es como si el mundo hubiera dejado de girar. Harry tiene suficiente con procesar esto. Su mente proyecta mil imágenes: de la niña que salvó en la Cámara Secreta, una de sus compañeras en el equipo de Quidditch, en la Armada de Dumbledore, que lo acompañó al Departamento de Misterios, la que hacía despertar al monstruo en su pecho cuando el gran horror no había empezado para él, cuando todavía era un estudiante; y la mujer encantadora con la que se casó, en su vestido blanco el día de su boda, la madre de sus hijos, la que iba de su brazo a los banquetes y actividades diplomáticas y organizaba desde cumpleaños hasta eventos nacionales en su salón de baile, con su risa musical y sus artículos perspicaces y sus apasionadas peleas y reconciliaciones. Esa mujer, ¿usó Imperius contra su compañera? ¿Amortentia? Pero la negación dura poco: lo ha dicho Ron, y no tiene por qué mentir contra su hermana muerta, y más aún: Harry conocía a su mujer, no le sorprende que llegara a tal extremo para proteger a su familia. Una rabia bestial se apodera del auror, y casi le da miedo poder odiar así a quien amó por tantos años, a aquella con quien tuvo a sus hijos.
–¿Qué significa esto? ¿Hermione?
La respuesta viene casi de inmediato.
–Que mi boda no tuvo más valor que una obra de teatro –casi se ahoga, lágrimas empezando a empaparle las mejillas mientras relata valientemente–. Que mi matrimonio… mi familia… mi vida es una mentira…
–No hagas como si te importara –ladra Ron, y su asiento es proyectado contra la pared, con él encima, pero se libera y continúa tercamente–. Con lo fácil que sería reparar esto…
–Ronald, me has escondido esto por quién sabe cuánto tiempo y ¿te crees que re-tomaría el Voto contigo?
–¡¿Te crees que yo lo haría?! –corta el pelirrojo.
La muñeca de Harry está firmemente sobre el escritorio, bajo la mano de Hermione, su manera de hacerle saber que quiere manejar esto ella misma, sin lo cual Ron estaría probablemente adherido al techo por hablarle así ante él.
–¡Esto ha sido un puñetero infierno! –Sigue cavando su propia tumba– ¡Verte escogerlo una y otra vez! ¡La única vez que pareciste escogerme, fue bajo Imperdonable! ¡¿Tienes idea de lo ofensivo que es eso?! ¡Mejor el celibato, o arriesgarme con la incertidumbre de este Voto! ¡Al menos, si no funcionó, tengo una oportunidad de ser feliz!
El cántico empieza tan rápido que Harry no tiene tiempo a reaccionar. Su primer aviso es que Hermione lo ha soltado, y el auror da un paso atrás aterrado, su adrenalina por los cielos. La llama, pero su compañera está envuelta en una burbuja junto con Ron. La iluminación es extraña, otro signo de que está usando magia antigua. No puede forzar su camino hacia ella ni romper el encanto, los resultados son imprevisibles. No quiere herir a Hermione.
Dando vuelta al escritorio sin dejar de cantar, el pelirrojo toca la frente de la bruja, su pecho y su vientre, que brillan en respuesta. Es como si hubiera extraído algo, una sombra translúcida uniendo sus dedos a la parte que sea.
–No toques a mi compañera –gruñe el auror lentamente, amenazando, pero no tiene más que asarse en su propia rabia, todos ellos saben que no la va a poner en riesgo–. ¿No has tomado lo suficiente de ella? ¿De nosotros? ¡Sin Voto, es mía! ¡El Enlace toma precedencia!
La observa de cerca al tiempo que su discurso degenera en amenazas. No hay signo de dolor, solo tiene los ojos muy abiertos en lo que el Enlace traduce como una mezcla de sorpresa y trance. La voz de Ron no le hace mucha justicia, pero el canto en sí es hipnótico y agradable. Harry espera fervientemente que sea buena señal.
Apenas la burbuja de diluye, el canto deshaciéndose en eco, la magia de Harry se dispara hacia el pelirrojo como un tsunami… y colisiona contra el escudo que la magia de Hermione ha dispuesto.
–¡No, Harry…! –jadea
Como es la magia de su compañera, no estalla, no es traspasada. El auror se gira hacia la bruja, preguntándose si la están manipulando de algún modo, resistiéndose a sentirse traicionado.
–Harry –explica, incrédula–. Me estaba repudiando.
El auror abre los ojos en sorpresa, y mira a su amigo de nuevo. Es un término odioso, pero la magia antigua en esta sociedad no es precisamente igualitaria. Si eso es lo que Ron estaba haciendo, puede que de hecho la haya protegido contra el rebote de un matrimonio mágico formado a medias.
–El Voto no funciona así –avisa el pelirrojo–, pero es lo más que está en mi mano.
–¿Por qué…?
–Porque su magnetismo es demasiado fuerte, y no hay mortal que pueda hacer de Atlas por décadas.
–Ron… –llama la mujer, los ojos enormes, las manos a medio alzar, una mezcla de agradecimiento y "lo siento".
–Hazme saber si te sale bien romperlo –le escupe, sin verdadero odio, los ojos muertos–. Lo sabrán pronto. No les doy ni dos meses.
Con una última mirada a quien por tanto tiempo consideró su mujer, el pelirrojo se desliza fuera de la habitación, dando un portazo.
Al instante, Hermione se desmorona en brazos de Harry, deshecha en lágrimas. Su compañero la sostiene, la mirada en la puerta y la muerte en el alma.
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No se me vayan a frustrar con ellos, los dos acaban de descubrir una traición mayúscula, la separación casi siempre es traumática, y sí, puede que les abra un montón de posibilidades suponiendo que se atrevan a probar si el Voto está vigente o no (de la única manera que hay para probarlo, que es a suerte y verdad y podría costarle la vida a Hermione), pero ahora mismo lo que tienen es una amistad absolutamente hecha pedazos, el escarnio público, qué les van a decir a los niños, etc. Ya entrarán en caja.
Los comentarios hacen maravillas subiendo el lugar de las actualizaciones dentro de mi lista de prioridades, que está bastante llena y el mes que viene va a estar peor, así que… ya saben… ¿La cajita de abajo? Échenle algo. Hasta una carita feliz me pone de lo más feliz.
