Este capítulo podía ir antes o después del anterior. Espero que empiece a explicar las dudas sobre Ron que han emergido desde el principio, pero más concentradas en el capítulo pasado, a pesar de que ni llegué al punto en el que quería empezar.
Quiero agradecer muy especialmente a Harmony Abadejo, que ya me está ayudando con el worldbuilding, sus reviews son alucinantes. A ang567lui que ya se vuelve de mis preferidas, junto con Montei y jennhhgp (y Marinaaaa), y shuanime, y Yoselin (nena, me tienes que decir cuáles eran esas sospechas y si se ajustan), HyH (todavía no están "out of the woods"), Samanta (fue menos comprensión que rendición si me preguntas, veinte años es mucho tiempo para aferrarse a algo que nunca fue) y Pandora 0000.
Un abrazo especial a Alone (el final de tu review me dio tremenda gracia, ya sabrás por qué; gracias por las recomendaciones, el del tren yo también lo leí, los demás los voy a buscar), y a Alondra, porque también shipean dramiones; yo tampoco soy monógam en mis lecturas, para Hermione cualquier chico (o no tan chico) me sirve, de hecho volví a este fandom por "Mes démons portent ton nom", ganador de los Wattpad en… 2018 (si mal no recuerdo), y entré en este sitio web por "La Maison des Plaisirs" de Dramioneinlove. Los dramione combinan el encanto del chico malo con el efecto Romeo y Julieta, una mezcla intoxicante. Y leí muchísimos sevmione para la especie-de-relación Harry/Duham (Profe/Aprendiz). Lo que pasa es que todavía con Harry me parece la evolución natural de la historia. El sitio Portkey tiene muchísimos fics con ese ship, además de Draco/Ginny y Ron/Luna.
Por lo que pueda afectar la actualización, deben saber que estoy en cuarentena, mi madre está con COVID, aunque sin muchos síntomas. Espero no morirme de esta, pero si no ven actualizaciones en todo un año están autorizados a retomar la historia, siempre que me recuerden en su prólogo. Mientras tanto, varita-arriba, oraciones, ánimos, reviews, me vendrán muy bien.
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Roto
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Ron es un hombre de placeres simples. Duerme profundamente, a gusto y sin preocuparse por ronquidos. La comida lo hace feliz, desde que tiene memoria sabe su valor y no entiende las restricciones que impone la gente a esos momentos de degustación suprema. Sobre la familia tiene sentimientos encontrados: los del cachorro que duerme en el calor de sus hermanos, pero compite con ellos por la leche; de vez en cuando imaginaba destacar entre ellos, pero igual se batiría a muerte por todos y cada uno. El sexo ocupa, desde que lo experimentó, un lugar preeminente en su lista de lujos. Sus aspiraciones intelectuales se limitan a un buen juego de ajedrez.
Si no fuera mago, igual hubiera podido ser agricultor o hobbit.
La vida debió haberle deparado una mujer simple: ni bonita ni fea, ni gorda ni flaca, ni lista ni estúpida, que amara la tierra y los niños y en las tardes se tendiera junto a él a mirar con ojos entrecerrados cómo gira el mundo.
Pero conoció a Hermione.
Y quién podía conocerla y no quedar deslumbrado.
Todavía podría haberse salvado, si hubieran sido compañeros Gryffindor, simplemente.
Pero estaba Harry.
A pesar de su complejo de segundón, o quizás precisamente por ello, Ron no debió nunca haberse convertido el mejor amigo de Harry Potter. Ese día en el tren, cuando encontró a quien sus hermanos ya habían identificado como la mayor celebridad del mundo mágico, debió haberse dado la vuelta. Pero los hombres simples no son por eso menos curiosos (quizás lo son más), y los otros vagones sí que estaban ocupados. La suerte intervino.
E intervino de nuevo, con el Troll.
La Piedra Filosofal vino a cementar un trío que funcionaba demasiado bien, seres más o menos asexuados, amistad pura.
Pero ya con eso, probablemente su futuro estaba tan asegurado como el de Harry con la profecía.
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−Jamás hubiéramos creído tenerte de vuelta tan pronto –confesó Harry.
−Sí, ¿qué puede haber pasado para que perdieras la oportunidad de pasar el año entero en ese santuario de conocimiento, esa biblioteca en pisos que llaman Hogwarts? –bromeó Ron con aire grandilocuente.
Estaban en Grimmauld Place, y de no haber sido por la nueva madurez en sus rostros se hubiera dicho que no había pasado tiempo desde que fuera el cuartel general de la Orden. Los mismos tres amigos, dispuestos en el mismo triángulo de siempre: Harry en el sofá, con los codos en las rodillas; Hermione, en una butaca frente a él, totalmente inclinada sobre el reposabrazos más cercano a su amigo, claramente involucrada en la conversación; Ron, indolentemente recostado contra el espaldar del mismo sofá. El mismo en el que tantas veces se sentaran antes. Cierto, Ginny había hecho algunas remodelaciones en casa, pero a Harry le gustaba que algunas cosas se quedaran como siempre, y tras dividir cuidadosamente los cuartos, a él le había tocado este lugar. A cambio ella podía modificar el salón de baile como quisiera.
−No es tan difícil de entender –respondió Hermione−. Imagíname en esa primera clase de Transfiguración, con el libro en la esquina, la tinta en mi sitio preferido y la pluma sobre el pergamino, y McGonagall informando que primero habría una recapitulación de años anteriores. Esas semanas me aguanté, porque a mucha gente le hacía falta empezar lento, con todo el trauma, que además empezó antes de la toma del ministerio. Pero cuando por fin empezaron con el contenido de séptimo, y me di cuenta de que iban a pasar una semana entera discutiendo el primer hechizo de protección que usé cada día durante todo el tiempo que estuvimos acampando… ahí me di cuenta de que iba a perder el año en el castillo. Adoro Hogwarts, pero lo que todavía no había aprendido por pura necesidad durante la guerra, me lo podía leer perfectamente en el tiempo que quedaba para la siguiente edición del EXTASIS. Me lo había estado pensando desde la recapitulación y…
−Vamos, que nos extrañabas –resumió Ron, arrogante.
Ella resopló, pero estaba sonriendo a medias.
−Además, qué se van a hacer sin mí –corrigió, y de pronto se puso seria−. Así que auror –se dirigió a Harry; se veía en los ojos castaños el conflicto−, no puedo decir que esté de acuerdo.
−Nunca he querido hacer otra cosa –se encoje de hombros.
−Nunca has hecho otra cosa –señaló la chica−. ¿Por qué no quidditch como Ron?
−Sí, Harry. Los Chudley Cannons estarían encantados de tenerte. Quiero decir… los amo, pero… ¿viste a su buscador? Va a ser una pesadilla manejar ese equipo. Vamos, hazlo por mí.
Pero no había en él la profunda preocupación que en Hermione, solo la estaba secundando. A Harry le seguía molestando esa actitud servil de cortejo. Se recordó que no era su problema.
−El quidditch es genial −replicó−, trabajar en eso sería echarlo a perder… no te ofendas, Ron.
−Para nada –replicó el pelirrojo−. A mí nada me lo echa a perder.
−¿Por qué no la política? –presionó Hermione−. Tu nombre podría hacer mucho bien ahí fuera.
Se odiaba por sugerir tal cosa, pero era realmente importante convencer a Harry, aunque si se hubiera detenido a pensarlo no hubiera sabido por qué, de dónde venía la urgencia.
−Hablo en serio, Harry. La guerra es más fácil de ganar que la paz. Los parásitos más eficaces son los que no se hacen notar. No tienes idea de la cantidad de purasangre ahí fuera aspirando a un puesto que en la práctica les daría más poder que a Voldemort para eliminar a la gente como yo.
El Sobreviviente, como era de esperar, se volvió a otro lado, incómodo, antes de replicar:
−¿Y tú, qué piensas hacer?
−Sí, Hermione –se unió Ron−, ¿cómo es que no te has puesto de aprendiz?
−¿Le has preguntado a McGonagall? Seguro que le encantaría tenerte. Imagínate, de vuelta a Hogwarts…
−¡Pues esa es otra opción, Harry! Serías un profesor de Defensa espectacular. Los alumnos harían fila por una oportunidad de estudiar en Hogwarts, y ese ha sido siempre tu hogar.
Por un momento pareció aflorar una chispa de interés en los ojos de Harry, dándole esperanzas, pero el chico negó con la cabeza.
−Yo no soy Dumbledore, ni McGonagall, ni Snape. No me parece tener nada que enseñar…
−Pues lo hiciste muy bien con el EA.
−Y eso también fue idea tuya –le sonrió el pelinegro con particular calidez−. Pero era una emergencia. No me veo enseñando para vivir. A lo mejor cuando tenga más experiencia…
−Si es por Hermione –rió Ron−, estarías quietecito en casa escribiendo libros. Como Lockhart.
Ante eso Harry sí que resopló mientras Hermione intervenía:
−No es nada como eso, Harry sí que estaría escribiendo de su experiencia.
−Igual que tú, Hermione –replicó el de ojos verdes− y tú eres buena con los libros. ¿Sabes? Eso sería una manera genial de complementar tu salario.
−Ya, ¿y quién va a protegerte? A lo mejor en este año sabático has perdido de vista lo duro que fue, pero no tengo que decirte que tuvimos montón de suerte…
−Ey, ¡que yo estoy grandecito! –Levantó las manos.
−Cierto, pero duermo mucho más tranquila desde que no te está persiguiendo un psicópata, y te vas a poner de nuevo en la línea de fuego.
−Hermione, los aurores son entrenados… −protestó Ron.
−Te estás preocupando demasiado de nuevo –rió su amigo.
−No, Harry –suspiró la futura auror−. Si vas a hacer esto… A donde vayas, voy.
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Incluso a posteriori, Ron no puede identificar cuándo comenzaron los problemas. Su amistad con Harry siempre tuvo lo suyo de rivalidad, por la atención que el pelirrojo siempre había querido y el ojiverde tenía de más. La rivalidad nunca pudo con la amistad. Pero entonces, como el rayo de sol que todo envuelve, pero no quema hasta ser filtrado por un cristal de alto aumento, ese temor a ser anulado se enfocó en una persona. Una chica. Hermione.
Siempre hubo esta… relación… especial… entre Harry y Hermione. Eso tampoco era novedad. Parecían leerse la mente sin legilimencia, no tan diferente de los gemelos, y había restos de información que pasaban de uno a otro y justo por encima de su cabeza. No era práctico explicarle cada vez, y a pesar de su tendencia a encogerse de hombros y aceptar las cosas como eran, Ron no dejaba de notar las miradas cruzadas, el agujero de información, el trabajo perfectamente coreografiado sin ensayo. Esa conciencia de la intimidad psicológica entre sus amigos vino mucho antes de que él se "diera cuenta" de que uno de ellos era no solo del sexo opuesto, sino también notablemente atractiva. Solo le empezó a picar cuando la quiso para sí, e incluso entonces, estaba tan adaptado que se fijó primero en el comentario de su hermana sobre Krum, que en la verdadera amenaza.
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Ron bajó las maletas al tiempo que miraba alrededor sonriendo estúpidamente. Mientras se peinaba con los dedos, su mirada pausó, con obvio calor, en quien era su mujer desde hacía apenas dos semanas. Hermione, las manos juntas sosteniendo una maletita, el vestido floreado ondeando al viento y el rostro levemente alzado, era una visión, incluso para alguien tan poco contemplativo.
La luna de miel no había servido más que para avivar su interés. Más allá de su cuerpo perfecto, era el hecho de que fuera Hermione, brillante y curiosa y con una personalidad tan feroz, y todavía más allá, había una especie de misterio en ella, algo que había sentido de manera más o menos consciente desde cuarto año y que identificaba con lo femenino. Jamás iba a descubrirlo, pero siempre lo tendría intrigado.
Iban a ser doscientos años deliciosos.
Entonces, con un ligero pop, su hermana apareció, seguida un momento después por Harry, las manos en los bolsillos y la mirada oscura, aunque expectante. Ron apenas lo había visto cuando Hermione, con un chillido de emoción, se lanzó hacia el recién llegado. El abrazo no tenía nada de especial, Hermione los saludaba así desde que tenía memoria. Pero, de nuevo, algo pasó entre ellos, justo delante de sus ojos, transparente e indescriptible pero ahí. El ángulo de la cabeza de Hermione, la cara inclinada hacia el cuello del hombre y, podía jurar, los ojos cerrados. El pecho dilatándose con la primera, ansiosa inspiración. La mínima inclinación de la cabeza del pelinegro. La tensión, tomando otro aspecto, otro nombre. Un minuto antes había habido la pretensión de independencia. Ahora, una especie de sorda angustia, un anhelo tal que era doloroso de ver.
Enseguida se separaron, Hermione frotándose los ojos como si estuviera por llorar antes de agarrar el brazo izquierdo de su compañero, justo encima del brazalete. Él hizo otro tanto. Casi se podía escuchar los anillos de metal, cantando.
Los pelirrojos cruzaron una mirada oscura.
Ron no era estúpido. Podía ser simple, pero incluso él presintió que iba a tener que reevaluar su pronóstico.
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Ron tenía una vida perfecta.
Era de los hombres más conocidos y prestigiosos del mundo. Prácticamente leyenda.
Sus padres y hermanos estaban vivos (casi todos).
Su carrera le gustaba. Aunque no fuera un "natural" (otra cosa que envidiarle a Harry) el pelirrojo adoraba sentir el viento en la cara mientras volaba. Trazar estrategias en quidditch no era demasiado diferente del ajedrez. Su presencia había ofrecido a los Chudley Cannons la suerte que nunca les habían traído los dedos cruzados. A los fieles de siempre, en las gradas se habían ido añadiendo cada vez más fans. Se sentía el héroe de sus héroes de infancia.
Estaba casado con una mujer hermosa e inteligente, una mujer de éxito de la que estaba cada vez más enamorado.
En público, sentía como si estuviera viviendo en el espejo de Oesed.
Solo en privado tenía que enfrentarse a la realidad de la casa vacía, de una mujer que incluso cuando estaba, estaba a medias. Hermione cazaba magos oscuros para vivir. Junto con su rival, por cierto. No había nada que hacer al respecto, el Enlace era tan permanente como el Voto y Ron también quería que Harry estuviera a salvo.
Ella estaba en cada partido, siempre que un caso no se interpusiera. Pero en el fondo nunca estaría impresionada con sus éxitos profesionales. Al lado de un auror, su propia carrera era un juego; vamos, que ni un campeón mundial. A Hermione nunca le había impresionado el deporte, para empezar.
En privado, Ron tenía perdida la batalla.
De manera que se mantuvo en público. Sonriente. Confiado en sí mismo. Carismático. Las mujeres le llovían –aunque no pudiera hacer nada al respecto. Era otra persona, allí.
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Duham sintió su carta una hora antes de que llegara. Estaba en la ventana con los caprichos para lechuzas antes de que dicho mensajero tuviera tiempo de golpear. El sello rojo de Hogwarts la hizo sentir cierta emoción, a pesar de todo; sostener la carta en sus manos era un rito de paso para todos los magos de Inglaterra. Sorv la observó, y la chica se encogió de hombros.
−No tienes nada que aprender ahí –insistió el chico−, pero supongo que es útil que todavía te emocione. Úsalo.
Con un asentimiento, Duham se cuadró ante la puerta, respiró hondo y empezó su actuación, corriendo escaleras abajo.
−¡Mamá! ¡Llegó! ¡Llegó!
Su papá casi deja caer un plato. No podía haberlos sorprendido, el que la aceptaran en Hogwarts, pero siempre habían guardado una sombra de esperanza, de no tener que pasar de nuevo por lo mismo. Por un momento se sintió mal por ellos.
La abrazaron, igual, y la felicitaron, aunque solo Hermione tenía una idea de lo que esto podía significar para una bruja. Pero ¿creían sus padres que ella no podía ver las miradas cruzarse por encima de su hombro, el rastro de culpa en los ojos de su hermana? No se mencionó una palabra al respecto frente a ella. Igual, luego vería a Mia jugar con la taza de té, girarla, la vista fija en el fondo; y sabría que tenía mucho menos que ver con adivinación que con la manera en que sus padres susurraban cuando creían que no los oía.
Daba lo mismo. Ella y Sorv cruzaron sonrisas cómplices. No había modo de que la mantuvieran aislada de su propio mundo.
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−¿Qué tenemos aquí?
Ron se volvió a poner a toda prisa la camiseta que se acababa de quitar, cerrando de paso el casillero de golpe al tiempo que se volteaba, mientras la cháchara a su alrededor se desvanecía. Se asumía que otra fan se las había arreglado para entrar a los vestuarios, lo que explicaba la sonrisa atrevida del buscador, que por cierto no se había molestado en ponerse ni pantalones –una snitch se paseaba por sus boxers negros. Pero tras el guardián la figura en la puerta no tenía la altura requerida.
−¿Duham?
La chica estaba tan fuera de lugar aquí como un escreguto en la clase de Trelawney: Hermione la mantenía escrupulosamente fuera del mundo mágico, él mismo la había visto en contadas ocasiones, de no ser por su parecido con Hermione no la hubiera identificado. Ron la vio mirar alrededor y, agarrando una túnica, se la lanzó al buscador, que la recibió con un sonoro "umpf".
−¿Te perdiste, nena? –preguntó el guardián con sonrisa indulgente.
−¿Qué haces aquí? ¿Quién te trajo? –insertó el padrino mirando alrededor como si el aludido fuera a salir de las sombras.
−El golpeador me dejó pasar.
Ron lo encontró muy fácil de creer. Por las expresiones divertidas e indulgentes del resto del equipo, Duham se hubiera convertido fácilmente en la mascota de los Chudley Cannons si él se fuera a quedar.
−Me refería al estadio.
−Supe que era el último partido –La niña se encogió de hombros−. Era raro nunca haber visto a mi padrino en acción.
Alguien le dio una palmada en la espalda a Ron, y otro le puso la mano sobre el pelo a Duham mientras salía. Tomando la idea, el pelirrojo comprobó que nada vital le faltara a su indumentaria, agarró su escoba y con la otra mano agarró la de la niña para arrastrarla fuera. Su mano era grande, cálida y real.
−No puedes haber venido sola –preguntó en el corredor−. Apenas vas a Hogwarts. De hecho… ¿estás fugada?
−Organicé una expedición escolar –sonrió pícaramente, levantando la varita.
−¿Oficial? –insistió el adulto con sospecha.
La niña se encogió de hombros.
−Los profes me adoran, y mis padres dieron la autorización.
−¡¿Todo Hogwarts está aquí?!
−Tranquilo, es solo mi equipo.
Ron, los dedos enredados en hebras color sangre, miró alrededor antes de devolverlos a la chica con cautela.
−Slytherin, ¿eh?
El adulto tenía un saludable respeto (¿temor?) por su casa. Duham sonrió.
−Ministro de Deportes Mágicos, ¿eh?
El pelirrojo se encogió de hombros.
−Alguien tiene que sustituir a Leland.
−Y si ha estado administrando un equipo de quidditch, y venció al ajedrez de McGonagall en primer año, pues mejor.
El aludido se hinchó como un gallo.
Duham intercambió una mirada con Sorv. Nada más serio, entonces. Ninguna alianza oculta por el momento… que el propio aspirante supiera. Bueno, Deportes no era tampoco Defensa, y Ronald era un profesional en la rama, cuánto más cualificado se podía estar. Cualquier ingrediente de favoritismo requerido… ser del Trío ya le había ganado la posición de prefecto alguna vez.
−¿Eso dijo tu hermana? –preguntó el pelirrojo; con un aparente interés que no engañaba a nadie. El futuro ministro necesitaba lecciones de póker.
−Patético –dijo Sorv.
Pero se tuvo que aguantar que Duham apoyara a su padrino el resto del juego.
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Ser político no era exactamente como Ron se lo había imaginado. Aunque debió haberlo esperado tras sus experiencias con Fudge y compañía. Percy fue su mentor, lo que no lo hizo más fácil; las relaciones entre los hermanos no se habían suavizado con los años, sobre todo porque no se soportaban ni siquiera antes de su traición, y empezar a entenderlo era, en el diccionario de Ron, una seria señal de alarma. Incluso un puesto tan ingenuo como Deportes Mágicos, llevaba muchos compromisos y líneas grises. Al principio cometió muchos errores que solo podían repararse cruzando líneas un poco más oscuras.
Hermione nunca lo supo por él.
Pero a veces le parecía que sospechaba.
Así que tuvo que jugar al tonto, sonreír mucho, vincularla a las partes más inocentes de su trabajo.
A veces se preguntaba cuál era el beneficio de todo esto.
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La fiesta estaba en pleno apogeo, un mar de cabellos rojos y pecas, aunque desde el ángulo de Duham no se veía mucho. Casi envidió a los que todavía podían deslizarse entre dos pares de piernas. En el terreno poco familiar que constituía la madriguera (en la que habría estado un total de tres veces, dos de las cuales ni podía recordar), desplazarse así y a ciegas era muy lento, la sacaba de quicio.
Por fin le pareció ver a lo lejos la mesa del comedor, cuyas patas parecían a punto de quebrarse de la cantidad de refrigerios. Sobre ella, una bandera escarlata:
Felicitaciones
Ronald Weasley
Ministro de Magia
A Duham le brillaron los ojos: la charla de Sorv con el espíritu del ático había tomado muchísimo más tiempo de lo que su estómago hubiera preferido. La cantidad de Weasley embutiéndose en torno al pobre mueble solo podía ser una ventaja: cuando su hermana la hallara, mejor que fuera en un lugar bien público.
A la sazón, esta estaba escrutando la multitud desde su puesto junto al podio improvisado, y Duham se inclinó por reflejo. Casi gateó en el bosque de piernas, se deslizó bajo la mesa para emerger por el otro extremo y, agarrando un panqué, se lo metió entero en la boca mientras echaba un vistazo al podio desde donde su padrino, la cara tan roja como su cabello, estaba hablando. Se preguntó qué se sentía ser Ministro de Magia. Aunque, claro, el pelirrojo todavía no había tomado posesión…
−¿Por qué no echas un vistazo? –la instó Sorv.
Duham miró de él a Ronald, dudando.
−Hazlo como te enseñé y ni lo va a notar –insistió−. No es como si lo estuviera esperando.
"Tú solo quieres más información" pensó con fastidio.
Sorv se echó a reír.
Pero Duham esperó a que la mirada de Ronald apuntara hacia su grupo y, dejando caer su propia piel, deslizó su conciencia a través de los ojos azules. De pronto estaba simultáneamente en la habitación llena de gente, y en una habitación oscura, con imágenes brillando en celdas como un panal de abejas todo alrededor. No tenía mucho tiempo, así que solo las miró de fuera. Quidditch. Comida. Era un tipo divertido, su padrino. Un montón de las escenas eran de su hermana, pronto Duham resolvió que lo que tenía Ronald pasaba de amor e iba directo a obsesión y francamente Hermione no merecía ninguna de las dos de este hombre. Pero a medida que avanzaba un montón de las imágenes eran grises, trabajo más que aburrido, encontrarse con gente seria y hablar de cosas que ella no tenía manera de entender, pero esas memorias emanaban amargura y el olor metálico de la sangre. Definitivamente ella no querría ser ministro de nada.
−Estábamos seguros que te elegirían a ti –dijo alguien a su lado.
La chica dio un respingo y rompió el hechizo de golpe, rezando porque no fuera con ella. No lo era. El sujeto era, naturalmente, un pelirrojo que Duham no conocía. No conocía a muchos de estos a pesar de ser prácticamente familia. Se dirigía a otro pelirrojo que había visto en uno que otro periódico y que sospechaba que se llamaba Percy, el cual se estaba poniendo verde, lo que por cierto no iba bien con su color de pelo.
−Ginny ha hecho un buen trabajo –explicó este−, todos esos eventos y celebraciones multitudinarias en torno a su marido. La leyenda del Trío de Oro sigue en alza.
−Ya, pero ¿Ron?
−No fue el primero a quien se le ofreció, pero si me lo preguntas menos mal que los demás no aceptaron. ¿Potter, Ministro? No tiene una onza de respeto por las reglas. ¿La mujer? No tiene sentido de lo que es una alianza política. Además, la oferta de ministro es para uno. ¿Qué iba a ser de su compañero? No, Ron puede usar el cerebro de la una y el prestigio del otro, y todavía tiene el buen sentido de escucharme de vez en cuando.
Sorv parecía enormemente divertido. Sabiendo bien que todo Weasley iba en Gryffindor, Duham se preguntó casualmente cuánto este Weasley en particular había tenido que insistirle al sombrero para no caer en su propia casa.
Ronald ya estaba suspendiendo el Sonorus. Hugo, sentado sobre sus hombros, siguió saltando a la vez que canturreaba: "Papá, ministro", audible sin necesidad de hechizo, y Duham hizo un gesto de simpatía: eso no podía ser bueno para su cervical. Rose también daba saltitos, pero Hermione la tenía de la mano y la estaba simplemente ignorando. De pronto Ron se volvió hacia su esposa con ojos de cachorro, un deseo de aprobación tan obvio que la niña se preguntó si había entrado en su mente de nuevo sin darse cuenta. "Espero que no sea por eso que se metió en política" resopló. Hermione ni siquiera se dio cuenta, seguía buscaba entre la multitud. Duham se aprestó a ser vista.
Claro que no esperaba ser atacada por detrás, o lo que es lo mismo: la mano en su hombro, pesada y cálida. Se estremeció al tiempo que se volteaba, la varita en su mano. No se veía, oculta en su túnica, pero el auror sí que sonrió, los ojos deslizándose hacia esa manga y de vuelta a sus ojos. Duham se sintió halagada por un momento, antes de que la expresión severa regresara.
−Duham, ¿verdad? Tu hermana te ha estado buscando.
En efecto, la mujer había dejado a Rose de la mano de su padre y estaba cortando a través de la marea directo hacia ella.
−Me tiene la correa muy tensa. No es como si estuviera en una escena del crimen, ustedes mismos dormían aquí. ¿Qué peligro puede haber? –Aunque, tras escuchar el tono de Percy Weasley, no se atrevió a añadir que estaban entre amigos.
−No se trata de eso, jovencita –respondió Harry, que en el fondo estaba de acuerdo con ella−. Se trata de no preocupar a tu hermana. Sabes que ella hubiera preferido no traerte.
−¡Pero eso es absurdo! No es como si fuera a perder la magia por pasar dos meses al año entre muggles…
−Con tus padres en la convención, quedarse a tu cargo era inevitable –continuó Harry−, pero Hermione bien podría haber contratado una niñera para esta noche.
−¡A mi edad…!
−Hiciste un trato con ella al venir aquí –la cortó−. Tienes que honrar ese trato, o no va a haber otra oportunidad.
Duham se mostró debidamente rencorosa.
−Sí, papá…
Hermione ya los había alcanzado, con el ceño fruncido, los labios en una línea, y en general una perfecta imitación de McGonagall. Aunque Duham sabía que no tenía nada que añadir a la reprimenda de su compañero.
Ninguno de los tres captó las miradas que estaban atrayendo (ambos compañeros y la niña que parecía una perfecta mezcla de los dos).
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−¡Por Dios, Duham, podría ser tu padre!
De espaldas a Hermione, inclinada sobre su baúl, la aprendiz puso los ojos en blanco, aunque no la vieran, al tiempo que disparaba:
−¿Lo es?
Su pregunta bien colocada tendría balbuceando un rato, pero no podía esperar a que empezara su turno. Iba a descuartizar al elfo que le había contado de la cita. Hermione llevaba media hora dándole la lata con su relación con el auror, y puesto que la chica ya había analizado y descarado todo lo que su hermana le estaba diciendo, esto no era más que una tortura sin sentido.
−¿Por qué no te ocupas mejor de tu propia relación…? −reventó la aprendiz.
−No me cambies de tema…
Sorv estaba sacudiendo la cabeza, pero esta mujer necesitaba par de verdades:
−¿Tienes idea de lo bajo que hay que caer para elevarse tan alto? Y hasta yo sé que lo ha hecho por ti… a ver si lo ves, para variar… ¡Y no ha servido de nada!
−¿Verlo? Duham, ¡es mi marido! ¡El padre de mis hijos! ¡Mi superior! ¿Cuánto más se puede ver a alguien?
−¡Por favor, Mia, ¿me vas a salir con la letra de la ley?! ¿Es posible que no sepas lo que pasa dentro de ti misma? No es mi vida y trato de no meterme, pero no entiendo que te engañes. ¡Ron no te ve más que de perfil, mientras tú no dejas de mirar…!
−¡Estás fuera de línea, aprendiz!
−¡¿Qué es exactamente lo que tiene que hacer para llamarte la atención?! ¡¿Multijugos?! ¡Se está ahogando, Hermione! Marca mis palabras: se va a rendir. Va a ser súbito, y va a ser pronto. ¿Crees que te vas a gustar? Piensa de nuevo. Solo te vas a dar cuenta de su poder cuando sea aplicado contra ti.
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A ver si esto aclaró algo. Ron como ministro ¿les parece comprensible, ahora? Sean honestos. ¿Debería haberlo explicado antes?
Como de costumbre, sus reviews mejorarán la historia, o simplemente me darán ánimos, para eso hasta una carita feliz me sirve.
