Gracias por todos sus buenos deseos. Mi madre parece estarse recuperando y al parecer no contagió a nadie más.
Me encantó ver todas las sospechas y paranoias en torno al capítulo pasado. (En general lo que más me gusta es escuchar sus hipótesis). Van a encontrar montón de sus recomendaciones aquí, por ejemplo, de los prims: Funny y Morgan (esto se ha vuelto un proyecto familiar XD ¡me encanta!): el comentario de Morgan dio a luz como mil palabras y uno de los de Funny, a la próxima misión (hazte una cuenta para poder preguntarte, hay cosas que no entendí).
(Eso último va con todos).
Andrea, tu comentario me hizo sonreír maquiavélicamente.
Gracias a Alone y a Montei, que fue la primera en comentar.
Un abrazo especial a Paty, amiga secreta.
Y otro para Yoselin (¿"favorita"? ¡gracias!)
Pandora0000 y Samanta, bueno que se sientan como yo respecto a Ron.
Y un beso para jennhhgp que nunca me deja sola.
La idea de los Elite es de Marinaaa.
También gracias a Harmony, que me ha estado ayudando con el worldbuilding.
Sin más…
Burn out
—Navidad —gimió el aprendiz, arrastrando los pies hacia su casillero, que abrió con un jalón—. ¿Es que esos entrenadores no tienen nada más que hacer? ¿Ninguna fiesta a la que asistir? ¿Familia?
A su alrededor, los demás chicos se movían hacia sus propias posesiones solos o más frecuentemente de a dos, discutiendo los deberes de herbología avanzada.
—Nadie prometió días libres —se encogió de hombros su amigo al tiempo que agarraba su uniforme de entrenamiento.
—Son unos amargados, eso es lo que pasa —siguió protestando el primero, tras sacar la cabeza por el cuello de la camiseta—. Unos sádicos. No tienen vida personal y no quieren que nadie la tenga.
No fue sino hasta haber agarrado los zapatos deportivos y cerrado el casillero, que descubrió su error. Detrás, el entrenador hacía gala de su Ocultamiento. Tragó seco y empalideció, anticipando toda suerte de castigos corporales mientras, alrededor, los demás aprendices se petrificaban. En el silencio resultante, la declaración del entrenador hizo eco.
—Está fuera del programa.
—¿Qué…? —comenzó a preguntar.
—Me escuchó.
—¿Por qué? ¿Por decir la verdad? —empezaba a enrojecer, el shock asentándose— ¡No está haciendo más que probarlo!
—Precisamente.
—¡No me puede expulsar así! ¡Tengo derechos…!
—Su recepción aquí fue siempre a discreción de todo el claustro —cuando el chico fue a replicar, el auror alzó la voz— ¿Va a reclamar un semestre? Piense que no fue toda la Academia. Recoja sus cosas y váyase, muchacho. Le estoy haciendo un favor —y volviéndose a los demás, les avisó—. Y quien quiera vida personal —lo pronunció como si fuera risible— se puede ir yendo con él. No hay manera de ser auror sin dejarse los pedazos, de su vida como de su cuerpo. Su mujer es su varita y su hijo, el crío al que puedan salvar. Lo que intenten fuera de la Fuerza se va a derrumbar antes o temprano, y alguien va a salir herido. Decidan a tiempo si pueden con eso o no.
Y partió de golpe y con elegancia. Pero si lo hubieran podido ver dos corredores más allá, hubieran visto cómo enlentecía y se frotaba la cara con una mano. Había hablado por experiencia.
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Harry empuja hacia la lechuza toda la bolsa de golosinas e ignora tanto su ulular de sorpresa como su rápida partida con el inesperado botín, los ojos, fijos en el periódico que sostiene en la mano izquierda, y el ceño, fruncido, mientras busca con la derecha la página que se anunció. Solo desvía la diestra un momento para, con un movimiento ya casi reflejo, apartar el salero de la mano de Hermione y empujar hacia esta la azucarera, con la esperanza casi vana de que así la mujer de más de un sorbo a su té. Todavía distrae una mirada para ella, el ceño aun fruncido, esta vez de preocupación, mientras se sienta. La auror está enfrentando esto como todo: con biblioterapia; solo que esta vez el libro parece estar ahí por costumbre, Hermione no está leyendo y eso es en sí mismo alarmante.
¿Problemas en casa de la Primera Bruja?
La pareja dispareja que nos ha traído a todos de cabeza por casi dos décadas parece al fin haberse disuelto, nos cuenta Sarah Scoop, corresponsal especial. Desde la misión diplomática a la que el legendario Trío de Oro partió el pasado doce de septiembre, Ron Weasley, Ministro de Magia cuyo nombramiento fue en sí mismo sorprendente, y su esposa Hermione Granger, la bruja más brillante de su generación, no han sido visto juntos. El Ministro se halla ausente de su propio domicilio, el cual sigue ocupado en presente por los otros miembros del Trío de Oro: Hermione Granger y el célebre Harry Potter.
Como nuestros fieles lectores reconocerán, estos jóvenes hechiceros tienen una relación nada distante. Desde sus tiempos de Hogwarts rara vez se veían sin la compañía del otro. Juntos pasaron el último año de la guerra, parte de él, totalmente solos en una tienda de campaña. Si el vencedor de Quien-No-Debe-Ser-Nombrado pareció hallar un hogar en el seno de una de las más antiguas familias de sangre pura, fue damita de la boda nada menos que la hermana adoptiva de Granger, una niña de origen desconocido e intrigantes ojos verdes que trajo con ella de Australia, donde había pasado meses. No pasaría mucho tiempo antes de que, al graduarse como auror, el señor Potter tomara el Enlace con su desde entonces compañera, Hermione Granger.
Este ritual, potentísimo y altamente controvertido, comporta una relación indisoluble entre centros de magia que permite una empatía absoluta y cierto grado de telepatía entre compañeros. En efecto es casi indiferenciable del antiguo ritual matrimonial…
Harry jura entre dientes, arrugando el periódico al hacerlo a un lado.
—¿Harry?
El aludido resiste la tentación de cerrar los ojos. Era mucho pedir que Hermione no lo notara: puede estar virtualmente catatónica sin por eso ignorar una pequeña expresión de distrés de su parte, expresada tras la protección de papel periódico. Trata de no imaginar lo que el Profeta diría de ello.
Cualquier debate que pudiera haber tenido consigo mismo respecto a preocupar a Hermione con esto, ya la mujer está alcanzando el periódico. Bueno, de todos modos, lo tiene que saber tarde o temprano. Esto mismo lo van a estar leyendo los niños en Hogwarts, y quién sabe qué impacto tenga sobre su propio estatus o sobre la carrera de Ron.
—¿Cuán malo es? —pregunta justo cuando ella está acabando la última línea.
Sin pronunciar palabra, Hermione atrae mágicamente otra hoja de periódico y se la extiende. Es un formato distinto, y Harry echa un vistazo al encabezado: "The New York Ghost". Esta vez la foto es de él y su aprendiz en sus respectivos uniformes; tiene que haber sido tomada en un evento oficial pero no incluye a Ron. El camarógrafo logró captarlos, si no en una posición romántica o comprometedora, sí haciendo alarde de familiaridad, de complicidad. Una somera lectura del artículo lo devuelve a la quemante vergüenza de su primera experiencia con los de Rita Skeeter: entre líneas han escrito una telenovela del escandaloso cliché mentor-aprendiz, sin dejar de tomar crédito para su país por las vistas.
—Hermione... —comienza, sin tener idea de qué le quiere decir.
—Es todo invento, Harry —lo corta—, para atraer lectores. A veces dan en el clavo más que otras, pero en ningún caso tienen pruebas.
Pero un minuto después, es ella la que maldice, cubriéndose los ojos.
—¿No que no había qué temer?
—No tienen pruebas —viene la voz de Hermione de tras sus manos—, pero sí razón. Harry… ¿qué cuando Ron no venga a casa en todo el mes?
Sin saber qué responder, Harry observa El Profeta a su lado. Esta foto los muestra también en uniforme, parte del desfile anual que conmemora la Batalla de Hogwarts. Hace años que Hermione y él lo lideran, así que se ve claramente las barbillas en alto mientras pasan de firmes a descanso y luego rompen filas con el resto de su batallón, cuyos rostros borrosos apenas puede reconocer. Hermione-de-la-foto lleva el cabello en una coleta como es su costumbre mientras entrena, hebras escapan del peinado y… la verdad que se ve muy, muy sexy. Y Harry-de-la-foto está muy al tanto. Es curioso lo que uno puede notar cuando se ve de fuera. Harry los sigue con la vista, a estas versiones de sí mismo con su compañera, mientras se mezclan entre los demás aurores. El movimiento del par es una coreografía: tan conscientes del otro que jamás tropiezan ni se tocan, y en todo momento hay esta distancia justa, y como entre un imán y un metal cuando uno los sostiene a milímetros uno del otro, se siente el magnetismo, la atracción; Harry entiende a qué se refería Ron con ese no-tocarse que lo saca de quicio. Los ve unirse a un grupo –con un vuelco en el estómago al reconocer los rostros de los caídos- y cuando todos ríen, el Harry-en-blanco-y-negro se vuelve hacia su compañera, compartiendo el chiste, y hay este instantáneo clic, esa intimidad, es como si estuvieran solos.
Y esa foto está allá fuera.
—Tengo que pasar por Hogwarts… —Harry da un respingo hacia Hermione, alarmado mientras ella, ambas manos en la mesa, hace el esfuerzo por ponerse en pie—, por la Madriguera…
—El Profeta va a tener un día de campo si nos ve por allí… —señala Harry, poniéndose en pie a su vez para sostenerla cuando la mujer tropieza. Mirarla hace que le duela el pecho: Hermione tiene los ojos perdidos y el cabello peor que nunca. No va a hacer falta mucha imaginación para encontrar confirmación a los rumores en una visita no anunciada a Hogwarts, sobre todo luciendo así— Además, Ron va a querer estar…
La leona parece perder de golpe toda la fuerza que le quedaba a la mención de su antiguo amigo, cae pesadamente sobre el banco.
—Hermione…
Es entonces que escucha el crepitar de la chimenea. Harry se vuelve, la varita en la mano y el cuerpo frente al de su compañera, ocultándola más que nada. Nadie tiene acceso a su Floo salvo la familia más cercana…
… y el trabajo.
—Buckbeak.
El auror automáticamente lanza un hechizo de enmascaramiento en la dirección general de Hermione antes de rodear la barra y plantarse frente a la chimenea. Este hijo-de-un-mortífago puede no tener los antecedentes de su padre, pero cómo llegó a Ministro de Defensa está más allá de su comprensión, en lo que a Harry respecta es el más peligroso de su estirpe. Que tenga tan poca información como sea posible.
Ya la mirada escrutadora del Slytherin es mala señal.
—Tengo una misión para ustedes.
—No estamos trabajando estos días.
—Yo no soy Lovegood, Potter. Sabes que el departamento de aurores lleva años con dificultades para reclutar (y no es que hayas querido ayudar últimamente), y en qué estado quedó tras la redada, y ahora tu jefa está… indispuesta. No pueden simplemente desaparecer, así como así.
—Llevamos años sin tomarnos casi ni vacaciones, Avery. Esa mujer literalmente se puso de parto en el Ministerio. Dos veces. Además, no es como si necesitáramos el dinero. Podemos hacer lo que se nos de la gana.
Tres cosas se registran en la mente de Harry casi a la vez: la alarma de Hermione a través del Enlace, la mirada especulativa del jefe, y la presencia de su compañera frente a él.
—Detalles —dice la leona, simplemente.
Tiene que ser glamour. No hay manera de que se haya arreglado así en tan poco tiempo. Luce imponente y cerrada. Perfecta. Nada que ver con la gatita perdida que dejó allí atrás. Hasta la vieja bata de baño de un azul desvaído se parece a su uniforme. Está dispuesta estratégicamente frente a Harry, lista para cubrirlo, con su cuerpo si no da tiempo a lanzar el escudo.
Qué ganas de tocarla.
—Hay un pequeño problema de vampiros cruzando la frontera rumana hacia Bulgaria —está diciendo el jefe—. Van de encubierto…
Harry exhala una risa incrédula, ganándose otra mirada escrutadora. Hay tantas, pero tantas cosas mal con esta situación.
—Avery, nosotros no vamos de encubierto, tú lo sabes. Y eso está más allá, no ya de nuestra jurisdicción, también de la tuya.
—No si hay ingleses involucrados. Y Buckbeak es mi único Elite, Potter. ¿A quién quieres que mande? ¿A tu aprendiz?
—Esto no es para su nivel —sisea Hermione; Harry casi puede ver el arbusto que es su cabello levantándose como serpientes, casi le sorprende que el otro no esté petrificado.
Por el movimiento de la cabeza en la chimenea, igual podría haberse encogido de hombros. Hay una especie de sonrisa, no del todo manifiesta, pero ahí, en el brillo ganador de sus ojos.
—Tampoco servir de escolta al Ministro. Y en el estatus en que está el departamento de aurores ahora mismo, puedo mandar a quien se me de la gana. Nadie lo puede vetar. Simplemente no hay gente.
Harry está evaluando la posibilidad de lanzar el hechizo asesino sin varita ni formulación verbal a través de la red floo, cuando el pesado suspiro de Hermione lo interrumpe.
—¿Tenemos el resto del día, al menos?
—Hay gente muriendo allí, Granger.
El Slytherin ha jugado la carta de la responsabilidad y Hermione es especialmente vulnerable. El auror siente tragar a su compañera, siente la quemazón bajando por su garganta y ladra:
—Eso no es nuestro problema.
—Sí, bueno, no parece ser problema de nadie.
—Igual podrías ir tú.
Una sonrisa de medio lado.
—¿Y dejar la comunidad mágica sin su Ministro de Defensa?
—Predicarías con el ejemplo.
La boca del otro se tuerce en una comisura. Aburrido.
—Tengo tres reuniones más hoy, Potter. No tengo tiempo para jugar a las hipótesis. El archivo y el portkey van a estar en tu oficina esta tarde. Pongan en estasis los fuegos que no tengan tiempo de apagar.
Y con eso, su rostro desaparece de la chimenea y el fuego cambia de color.
Harry no deja pasar un segundo antes de bloquear el Floo.
Como si bajara la marea, Hermione ha empalidecido, Harry se apresta a sostenerla, pero en vez de volver a mostrar debilidad está haciendo alarde de energía, yendo de un lado a otro, torciéndose las manos, nerviosa.
—No hay necesidad de aceptar ese portkey.
—No seas idiota, Harry. Insistir en los días libres es confirmar lo que publicó El Profeta. ¿Te escuchaste a ti mismo? ¿Sabes lo que Avery escuchó? Que lo que estamos pasando es peor que un trabajo de parto (perdón, dos), que prefieres perder tu carrera a aceptar esta misión…
—Ya —la interrumpe Harry, levantando una mano a modo de bandera blanca; la hizo buena, pero cómo más se suponía que la mantuviera fuera del ministerio—. ¿Debí haber propuesto ir solo…?
—¡No! —vuelta de pronto hacia él, Hermione luce todavía más pálida si es posible— ¿Estás loco, Harry? ¿Vampiros? Es casi una misión suicida, incluso para nosotros.
—Hermione —El auror cruza los brazos—, tú simplemente no estás en condiciones de trabajar…
—¿Y te crees que me lo tienes que decir? —sisea su compañera— Tengo un mito viviendo con mis padres muggles… uno de los cuales puede que no sea muggle, o no sea mi madre…
Harry apenas tiene tiempo de lamentar esta agenda loca (Hermione no puede haber tenido tiempo para procesar ese shock) cuando la ve congelarse a medio paso, una especie de epifanía terrible descendiendo sobre ella, antes de que se de la vuelta y corra escaleras arriba. Le da caza hasta el librero del que Hermione ya ha agarrado un grueso volumen.
—¿Qué estamos buscando? —pregunta entre dientes, el dedo sobre los lomos.
Su compañera no contesta, musitando frenéticamente a medida que pasa las páginas hacia el final y luego hacia el principio del libro y de vuelta, se detiene y su dedo sigue las líneas sin que sus labios paren de moverse antes de pasar a otra página, hasta que finalmente cierra el tomo violentamente. Es la primera vez que Hermione se ve como si quisiera lanzar un libro al otro lado de la habitación. Rápidamente agarra otro tomo al tiempo que deja ese al lado. Harry cruza tras su espalda para observar el tomo. "Amor embotellado". El ruido seco de un libro al cerrarse lo hace levantar la vista. Dos libros levitan, abiertos, frente a la mujer; el que cerró ha caído medio inclinado sobre el que Harry estaba mirando.
—¿Es sobre la amortentia?
Hermione da un respingo hacia él como si la hubiera asustado.
—El efecto… No recuerdo… Quizás en el libro de Snape…
—El Libro sin Fin… puede que replique sus notas…
Una chispa en su expresión. Alivio. Agradecimiento. De pronto el espacio frente a él está vacío. A la velocidad a la que se está moviendo la mujer igual podría dejar una estela a su paso. La encuentra de nuevo en su cuarto, frente a su baúl de viaje, las ropas dispersas a su alrededor, extrayendo la cobertura especial, llena de poderosas protecciones mágicas, donde Harry sabe que guarda su regalo. Este sí, lo desenvuelve con cuidado, aunque las manos le tiemblan de ansiedad. La ve cerrar los ojos en concentración, y la sonrisa maníaca cuando abre la portada, Harry sabe que ha tenido éxito; pero un momento después, es frustración lo que lee a través de su enlace. Lo que sea que busca no está allí.
—¿Y si seguimos el ejemplo de Duham? Puede que esté en la WWWW.
—¿Tienes tu celular?
Ahora sí que lo tiene; en lo que Hermione preguntaba el aparato ha volado a su mano y ya se lo está alargando.
La mano le tiembla cuando se acerca a la de él. El nivel de pánico que está leyendo a través de su empatía está en proporción. La ve tocar aparato con la varita, activando el pasaje para magos, para entonces comenzar a escribir, borrar, teclear de nuevo con una maldición entre dientes, borrar otra vez. Se le acerca con la prudencia que solían reservar a los escregutos, para colocarle lentamente una mano en la espalda. La mujer se tensa, pero le deja tomar el celular de su mano.
—¿Qué busco?
—Tiempo de vida media de la amortentia…
—¿Puedo saber por qué?
Mientras teclea, Harry no pierde el tiempo: en su cerebro flashea lo que Hermione dijo justo antes de su epifanía y sigue el hilo de pensamiento hasta el código rúnico hallado en la escena del crimen de los Lefaye, y de vuelta a la única persona a la que podría pertenecer, aparte de la señora Granger. La mente del auror está entrenada para asociar elementos dispersos y analizar cómo piensan los extraños; el cerebro brillante de esta mujer sería más difícil, excepto que la conoce como a sí mismo, ha pasado con ella casi cada hora del día durante muchos años y solo hay un momento en que se haya mencionado la amortentia en un contexto personal en su presencia. El sitio donde se intersectan ambas líneas le quita el aliento.
—Rose… —dice ella, justo cuando la palabra flashea en la mente de su compañero.
Con ello, la más profunda repulsión a la más ligera sombra de sospecha sobre esta criatura. Compararla con la única otra… (¿se atreve a llamarlo "persona"?)… que saben nació de amortentia, es casi herético. Lo que por cierto explica por qué no pensaron en esto a la primera. Pero Hermione no es una mujer de protestas sino de datos, así que con datos le replica.
—Quince días.
—¿Seguro?
—Seguro —responde Harry, dejando el teléfono a su lado.
La tensión, al abandonarla, la deja débil. Harry la ve llevarse las manos a la cara, dejarlas ahí un momento. La amortentia no es alguna droga muggle con simples efectos teratógenos que deje de actuar con su eliminación de la sangre, y a pesar del shock Hermione está a un segundo de darse cuenta, Harry lo sabe; seguro de lo que va a decir, interviene antes:
—Tú no eres Merope Gaunt —agrega con énfasis—, Ron y tú distaban de ser extraños u odiarse, y Rose no creció en un orfanato. Mi ahijada no es Voldemort, Hermione. Tú sabes cuántas pruebas de aptitud y empatía he hecho a los aspirantes. El que fuera Rose no me habría cegado tanto así. Ella no es una psicópata.
Hermione ni asiente ni niega. Suspirando, Harry se acerca con prudencia hasta colocarle ambas manos en los hombros. Bajando las suyas, Hermione lo mira a los ojos por un momento antes de enterrarse en su pecho, y tras un momento él se atreve a rodearla con los brazos. El olor a melaza lo hace cerrar los ojos, enterrar la cara en su cabello. Esto es peligroso. Desde que Ron les dijo aquello, Harry ha ejercido un control estricto sobre sí mismo, dejándola sanar, pero ni siquiera él puede controlarlo absolutamente todo en su cuerpo.
—Qué patética interpretación de damisela en apuros…
—Nadie habla así de mi compañera —la interrumpe—, ni siquiera ella misma —se llena los pulmones de su amiga una vez más antes de volver a colocarle las manos en los hombros y poner espacio, de modo que la pueda mirar a los ojos—. Tú eres sin dudas la mujer más fuerte que conozco, Hermione, y estoy incluyendo a McGonagall.
La mujer va a protestar y el auror le pone un dedo en los labios a toda prisa. La ve tomar aire, las pupilas dilatándose al instante, al tiempo que se enfrenta a la sensación no anticipada de sus labios contra la yema de su dedo. Querría gemir de impaciencia contra su propio cuerpo traicionero. Entonces, ella sonríe a medias y Harry sonríe a su vez, en espejo, antes de dejar que lo abrace de nuevo. Su presencia amenaza con dejarlo sin aliento y sin sangre en el cerebro, pero a ella le hacen falta palabras y por Merlín que las va a tener. En estos años de auror y mentor, no le ha quedado más remedio que hacer también de consejero. Reuniendo el poquito de sabiduría que ha adquirido con los aprendices, añade:
—Pero ha sido un mes de mierda, para ti más que para nadie, ha sido un golpe tras otro a tu identidad. Date un respiro.
Es cierto. Para empezar, acaban de enviar a Hogwarts a sus hijos menores, y aunque ninguno de los dos diga nada (porque, como todo miembro de la comunidad mágica británica, llevan una vida preparándose psicológicamente), a ambos le ha costado. Doble. A pesar de la presencia constante y celosa de los Weasley, Hugo no ha sido más hijo de Hermione que Lily, más todavía desde la muerte de Gin. Harry sabe que la extraña. Con Hugo, ella ha perdido a dos niños este mes. Y es la primera vez en quince años que no tienen ni uno en casa. Harry puede atestiguar el poder, distractor si no curativo, de estos. Tener el nido vacío es una crisis en sí misma.
Es, además, la peor fecha, creando resonancia con la celebración, al menos en papel (porque entre sus manejos con giratiempo y su secuestro temporal, su edad biológica discrepa), de sus cuarenta. En la comunidad mágica, donde no es inusual pasar de los dos siglos, eso no significa nada; pero ambos crecieron donde esa cifra trae crisis y Hermione todavía tiene lazos ahí. Puede mirarse al espejo y saber, en su mente, que es tan hermosa como alguna vez lo fue, en esa forma etérea y sin edad de las hechiceras al tope de su poder físico y mágico, y que lo será todavía por décadas. Eso no significa que no se sienta como si la vida se le estuviera yendo, como los niños. La inseguridad está ahí.
Y el mismo mes, pierde el control con un guardia, es sacada a la fuerza de un caso, aprende que alguien a quien ama está en relación con un crimen y que la persona con la que comparte dos hijos en realidad nunca fue su marido y lleva años ocultándoselo…
Nada más de pensarlo, a Harry se le va el poco aliento que le queda. Nunca supo mucho de psicología, pero está claro que Hermione ahora mismo no tiene ancla: forzada a desconfiar de su madre y de su hija, de sus mejores amigos, de su propia memoria y sentimientos, frente a una comunidad mágica que sigue esperando a que su hogar se derrumbe como si fuera una novela y no la vida de alguien de carne y hueso que les ha dado tanto. Y probablemente se está dejando algo.
"Una persona no puede sentir todo eso a la vez, explotaría" recuerda. Oh, Ron… Eran tiempos tan simples… hasta para ellos…
Harry apoya la cabeza en el cabello de su compañera, ahueca los hombros hacia ella, quisiera poder envolverla completamente.
—Lo siento.
Entre las capas de espesa gelatina que parecen cubrir el ánimo de la mujer, dejándola insensible a casi todo, se desliza la frase. Lentamente su conciencia despierta del letargo, y su memoria se extiende, buscando una razón. Por su tono de voz, sabe que no es por tonterías como lo de Avery. Pero Harry no tiene nada grande por lo que pedirle disculpas. Por el contrario: desde el despacho de Ron, el auror no ha hecho más que cuidar de ella, como su mejor amigo, sin pretensiones. Un perfecto caballero. Y aunque en el momento ella dista de estar en un marco mental adecuado para darle las gracias, la verdad es que le debe su misma cordura.
—Honestamente, Harry… no puedo pensar en una sola cosa que hayas hecho mal… —ríe, los labios contra su cuello.
El auror cierra los ojos, dejando pasar el escalofrío.
Y esta es la razón misma por la que le pidió disculpas. Su propia incapacidad de mantenerla en el terreno de lo platónico, trajo la peor crisis de todas: la amenaza de escisión. Ella podría argüir que tuvo parte de culpa, pero también soportó –soporta todavía- casi todas las consecuencias.
—Quería haber… apuesto a que no han interrogado al elfo apropiadamente…
—No es tu trabajo —la corta—. Tenemos prohibido intervenir en ese caso, Hermione, y francamente ya tienes bastante con lo tuyo.
—Harry, ese código rúnico es de mi madre o de mi hija. No puedo ignorarlo.
El auror toma aire entre dientes, consciente de la tensión en el cuerpo de su compañera (y demasiado consciente de su cuerpo mismo). ¿Cómo pedirle a Hermione que ignore el caso, con su familia implicada? Pero ¿qué bien puede hacer que se ocupe personalmente del mismo? Su libertad y su vida misma están en juego.
—No me puedo creer que Avery amenazara con usar a Duham de carne de cañón. Eso es bajo, incluso para él.
—Debí haber aceptado la posición de jefe —murmura Harry.
Hermione no protesta, pero se aferra a su camiseta, como una niña perdida. La posición nunca fue para dos. Tendrían trabajos en equipo, pero no siempre. Si lo hubieran ascendido, Hermione estaría trabajando sin él. Es la razón por la que la rechazó. Él también se hubiera vuelto loco, teniendo que mandarla lejos en una misión u otra, sin poder seguirla, protegerla, sin poder ser más –ni menos- que un espectador a través de su Enlace.
—Querría haber chequeado a Luna… —murmura contra su pecho.
—Ya sé.
—Y Hogwarts, no solo por los niños, también el club…
—Ya sé.
—Y Aurora… —suspira, cerrando los ojos.
De inmediato la leona siente su mano fuerte contra su propio cabello. El corazón de su compañero parece latir por todos lados: cerca de su oído y en su propio interior, cerca de su centro de magia.
—Ya sé…
Todavía pasa un momento antes de que Hermione se separe, secándose las lágrimas.
—Tenemos unas horas —agrega el auror, un pálido intento de hacerla dejar de verse como si estuviera por ir a tomar el té con los Lestrange.
Justo entonces se escucha el batir de alas y el ulular irritado contra la ventana de cristal. Los compañeros se miran, sus mentes descartando automáticamente: periódico, trabajo… ¿Los niños? Hermione está de pie en la ventana casi de inmediato. Conoce a esa lechuza. Molly. El corazón le late dolorosamente en el pecho. Desatar el pergamino y abrirlo es un solo movimiento. Harry lee por encima de su hombro. Por una vez terminan al mismo tiempo, para entonces mirarse el uno al otro.
"Ron me ha dicho" fue garabateado apresuradamente. Dos borrones más allá: "Entiendo."
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(Pequeño capítulo de transición, taraaaaan)
¿A lo mejor esperaban guerra fría de parte de los Weasley?
¿Qué les parece el artículo de Scoop?
Déjenme saber qué quieren ver en el siguiente. Tengo un montón de escenas planeadas y hasta escritas, pero no sé en qué orden les gustarían más. ¿Romance o intriga?
