Orange Juice
Como todas las mañanas, Anna cepilla su cabello frente al espejo. Entiendes que toma tiempo, es un hábito adquirido con los años y con una melena tan larga, sabes que utilizará varios minutos en esa tarea. Por eso esta mañana le has preparado un jugo de naranja, anticipando que tardará en bajar a desayunar porque ha olvidado trenzarlo antes de dormir y a gracias a ti, que has hecho mil movimientos bajo las sábanas que le hicieron despertar con una maraña en la cabeza.
Te reclamó al amanecer, pero solo le sonreíste.
No puedes evitarlo, porque sabes que eres responsable de cada una de sus noches de placer, cuando tu mano se pierde bajo su muslo y encuentra ese paraíso. Es inevitable no caer en la tentación, no te puedes disculpar por algo que en realidad no lamentas. Ella es como un hechizo que te envuelve con facilidad, porque no dejas de adorar su reflejo en el espejo; mientras sus dedos pasan a través de sus hebras doradas. Está callada y entras sigiloso, tratando de no arruinar su paz.
Ella te mira de reojo, pero tú sigues sin decir nada. Te limitas a dejar el vaso de jugo en el mueble.
Anna regresa su vista al nuevo objeto, examinando tu ofrenda. No necesitas hablar, ni ella lo intenta. Coge el vaso y lo conduce a su boca, bebiendo el primer sorbo. Todo marcha bien, parece estar complacida con el detalle. Lo más prudente sería retroceder unos pasos y salir para dejarla continuar con su arreglo personal, pero algo llama tu atención en el suelo. Así que te agachas para recoger el brazalete que seguro tiró por descuido. Una tarea sencilla, pero al momento en que lo haces, no puedes evitar verla con mayor atención desde ese ángulo.
Maravillado, asombrado de que a pesar de verla todos los días, nada en ella te parece monótono. Es elegante hasta para beber un simple vaso de jugo de naranja y tan juguetona, que no le preocupa tener una abertura prominente en la yukata. Puedes ver con claridad que no lleva nada abajo.
Nada abajo.
Es un eco que se remarca en tu cabeza, ante el mundo de posibilidades. Las marcas rojizas apenas son visibles. Recuerdas que ella no disfruta que le marques la piel, pero un llamado peligroso es lo que se cuela en tu interior y sólo quieres contradecirla, retar sus órdenes. Eres más fuerte, puedes imponerte con facilidad. Tienes la fuerza física y puedes dominarla si te apetece.
¿Te apetece?
—¿Se te perdió algo?—pregunta, dejando a medias el vaso sobre el mueble.
Su tono es duro y aparenta seriedad; pero con una pequeña gota de jugo en su labio inferior, a ti te parece todo, menos temible.
Sonríes y tomas su mano para colocar la pulsera con lentitud en su muñeca. Ella no despega la mirada de ti, lo que acrecienta la caricia sutil que le das. Reacciona, mordiendo con ligereza su labio, volando en ti toda cordura.
Es tu mano la que acuna su rostro y tu pulgar que roza su boca, invitándola a recibirte, cuando tu yema acaricia la superficie húmeda. Vuelves aquel dedo hacia ti, chupando la esencia de naranja que has recogido de ella.
Anna te ve agitada, sorprendida por la acción, con la boca entre abierta tratando de robar el aire que le falta. Como a ti más te gusta tenerla contra la cama, jadeando por ti.
—¿Quieres más jugo?
Preguntas, pero ni siquiera le das tiempo de responder, porque has dado un sorbo abundante, que también se derrama por las esquinas de tu boca. Y así cual cazador, te acercas peligroso. Sus sentidos la alertan más no desconfía, cuando vuelves a tomar su rostro y tus labios se conectan a los suyos.
Casi como magia, ella permite que la toques, que rodees su cintura, como pidiendo en silencio que te acerques más.
Eso haces, sin dudarlo la sostienes sólido con una sola mano; mientras la otra sigue en su mejilla, acariciándola. Tus labios se abren al compás que te permite, percibes la frescura de su aliento y tu lengua entra en acción, envolviéndose con la suya.
No le das tregua, ni opción de moverse lejos. Sólo le das una: seguir el ritmo. Uno que al principio fue lento y ahora es más firme, como tu agarre sobre su cintura. Pequeños gemidos se escapan de su boca, pero sólo le das pausa para tomar un soplo de aire. No quieres que te detenga, pero a estas alturas, consideras que no lo hará.
¿Cómo lo sabes? Quizá es porque su mano está sobre su muslo, apretando la tela de la única prenda que la cubre. O quizá sea el ligero rozamiento de sus muslos internos, señal de que algo se está humedeciendo ahí abajo. Abandonas sus labios, besando ahora el lóbulo de su oreja, jalándolo con los dientes.
A ella le encanta, lo sabes porque ahora acaricia tu cuello en busca de más contacto.
Tu lengua comienza a trazar el camino sobre su piel. Sonríes, porque ella clava las uñas en tu espalda, mientras succionas con levedad.
—Quiero más naranja—susurras en su oreja.
A tientas, buscas detrás el vaso con lo poco que queda de jugo y bebes más.
No te importa mancharla, ni que pequeñas gotas corran por el sendero de su piel. Pero a ella parece afectarle, porque el líquido está frío. Adoras sus pequeños estremecimientos. Adoras el tono rojizo de su piel con tan sólo un par de lamidas y sobre todo, adoras cuando su pecho se agita y esa prenda se abre, revelando más de su blanquecina silueta.
Ella te mira expectante y vuelves juguetón, colocando una peculiar sonrisa que conoce a la perfección.
Has guardado un poco de jugo en tu boca, mas no es para ella.
O tal vez no en la forma que uno pensaría.
Colocas las manos sobre sus muslos y apartas la tela, revelando más piel. Quieres recorrerla toda, pero sólo llegas a su cintura, más en concreto al nudo que une esa prenda muy mal puesta.
Acercas tu cabeza. Su obligo se asoma, al igual que el sendero hacia su cuello y tu nariz roza con la piel. Un beso y dejas algo del jugo. Otro beso arriba y ya recorre un par de gotas hacia sus pantaletas. Otro beso, que en ascenso va dejando más de la derrama de ese líquido que tanto adoras.
Anna gime, quiere cerrar las piernas, pero estás tan metido entre ellas, que hacerlo es imposible.
Aun así, sus manos aprietan con fuerza la tela del banco en el que está sentada y se mantiene erguida a pesar de que la estás mojado con el líquido de tu boca, de sentir las pequeñas gota resbalando hacia su centro. Terminas y entonces muerdes su cuello.
Tu mordida es suave, pero eso no ha evitado que ella dé un pequeño grito.
Se revuelve, al igual que tus manos, buscando con desesperación el nudo de la yukata. ¿Por qué lo amarrará tan bien? La verdad es que eso no te interesa, si no puedes deshacerlo, entonces te conformas con meter tus manos en el pijama, tratando de arrancársela en forma primitiva. Porque tal parece que hacerlo en la forma tradicional es difícil y ya no quieres seguir esperando. No tienes tanta paciencia en este momento. Lo único que quieres es ver más, y tocar más de ella. Mientras tu boca, muerde, succiona con desesperación casi inaudita.
Estás seguro que no perderías la razón si ella no se entregara al gozo de la manera en que lo hace. Porque trata de callarse, pero no puede evitarlo, más ahora que pellizcas con tus dedos los pezones, no los ves, pero sabes que ya están erguidos y están duros por tus caricias.
No quieres ser brusco con ella, pero su fragilidad, comparada con la fuerza que manifiesta ante los demás, te mata.
Te... mata.
Te mata y no puedes evitarlo. Siempre ha sido así, eso no cambiará porque sabes que Anna enciende calderas en ti que nadie hace. Porque cederte el poder siempre hace que quieras llevarla al límite. Como ahora, que deseas hacerlo, como nada en este mundo. Tus manos exploran sus hombros y quieres arrancarle la tela, ella mueve permitiendo que desacomodes su yukata, pero no te ayuda. Parece que disfruta verte sufriendo, torturándote con su nula cooperación.
Pero ella no tiene idea. No, no tiene ni una remota idea que la peor parte la tortura será para ella y eso… eso se lo puedes garantizar con los ojos cerrados.
—Anna…—susurras contra su cuello—Ayúdame….
Sus dedos acarician tu nuca con suavidad, cuando sientes que te toma con más fuerza del cabello.
—No.
Tu lengua sale, realizando un pequeño movimiento circular contra su piel que sabes que le encanta por la forma en que sus dedos encierran tu cabello en un puño. No te importa el dolor, ni siquiera te interesa si ella planea tirarlo, apartándote. Pero su negativa, es siempre tan opuesta a sus reacciones, a la ligera respiración que se le escapa como un suspiro y la manera que respira ante tu presencia con su cuerpo semidesnudo, que has dejado de creer en sus palabras.
Porque igual que ella, para ti las palabras no tienen tanto significado.
—No es una hora apropiada…—susurra para ti—Hay gente cerca.
Claro, el pasillo a menudo es recorrido por las Hanagumi a esa hora de la mañana. Tamao revisa que todo esté en orden con las habitaciones. Siempre hay alguien presente a unos metros. Mas cuando alzas la vista y contemplas sus irradiantes ojos color miel, sabes que hay cosas que van más allá de tu poder.
Ésta es una de ellas.
—No…
No le das ninguna opción, porque vuelves a capturar sus labios. Tu boca se funde a la suya, acallando su vano intento de amenazarte. El ritmo empieza firme, desafiante, como a ti te gusta proyectarle cada vez que quieres hacerle saber cuán necesitado estás de ella. Porque lo estás y no es ningún capricho al aire. Tu lengua vuelve al ataque, la humedad adentro es deliciosa, con esencia de naranja.
Algo abajo está creciendo, mueres por arrancarte la misma prenda que ella está usando. Algo se está mojando en tus calzoncillos. Sabes que es líquido caliente, que se muere por llenarla, mientras ella te tiene tan extasiado de aroma frutal. Muerdes su labio inferior y lo jalas suave, dejando que rebote a su lugar, mientras tu mano vuelve a la acción, desnudando su hombro izquierdo por completo con desesperación.
Intenta detenerte, pero alcanzas a sostener su mano y la bajas directo a tu erección. No la sueltas, ni ella hace otro movimiento contrario, cuando pasas por encima de la tela su palma, mostrándole el paquete que tienes por ofrecer. Ella duda sólo un momento, pero tu lengua enmarca su labio por fuera y lo humedece.
—Estoy así por ti.—dices contra su boca.
Aprovechas su estado de sorpresa. Es encantador que a pesar del tiempo siga quedándose inmóvil cuando eres tan descarado. Pero ella no es tan inocente, porque es evidente que ha dejado su mano en ese sitio, sin que tú la sostengas más.
Porque Anna adora sentir el grueso de tu hombría.
Nunca te lo dice, nunca se lo has escuchado en palabras, pero lo sabes por la forma que te mira en la ducha y las veces en que dormidos, abrazados, su mano se escapa a tu entrepierna para sujetarte. Crees que le da poder sentirlo, poseerte.
—Soy tuyo.
Tu palma recorre su hombro desnudo, bajando la tela de la yukata del otro lado.
—Pero tú eres mía.
Es el momento en que tu otra mano desnuda con vigor el hombro derecho y la tomas con la guardia baja, cuando de un solo movimiento bajas con desesperación la tela, casi arrancándosela, sólo alcanzando a bajarla a la altura de los brazos. No es una faceta muy tuya, pero no tienes opción, estás frustrado con el nudo y tu excitación está al máximo. Estás… maravillado de ver su pecho desnudo y sus pezones erguidos hacia ti, que lo único que tienes es sed.
Una sed que piensas saciar únicamente con ella.
Buscas de nuevo el vaso de jugo de naranja, Anna quiere cubrirse, pero eres más rápido y tu cabeza llega al centro de su pecho, obstaculizando cualquier movimiento en falso. Queda sólo dos sorbos más, decides tomar uno de ellos. Tus mejillas guardan el líquido, mientras tu nariz acaricia el montículo desnudo. Ella se eriza con ese sencillo toque. Así que te acercas y colocas encima de su pecho, abriendo ligeramente la boca para derramar el jugo en su seno.
Es tibio, mucho más ahora que ha estado en tu interior, pero no deja de ser líquido, que se escurre y que gotea hasta la punta de su pezón. Ella está sujetando tu miembro cada vez más firme, mientras te observa, sonrojada, al verte mirar esa gota en la punta rosácea. Te agachas y extiendes la lengua para recibirla.
Cae con una lentitud agonizante. Sintiendo que Anna acaricia tu pene en consecuencia. Eres tú el que gime al sentirla bajar hacia tus testículos, subiendo desde ahí, hasta tu glande en forma cada vez más continua.
Quiere desviar tu atención, pero no puede… tu lengua comienza a enmarcar la circunferencia que rodea esa pequeña bolita, recogiendo los rastros del jugo de naranja, cuando llegas al centro y lo capturas como un pequeño bebé. Jamás admitirá que le gusta que hagas eso, pero lo sabes bien, sonríes, deleitándote de su sabor, con la textura de su piel, mordisqueando un poco, con suavidad, haciéndola jadear.
—Para—te ordena, inmersa en un gemido.
Haces caso omiso de sus palabras comenzando a succionar con mayor fuerza y deleite.
Te entregas por completo a esta pasión.
Ella alcanza a cubrir su boca, porque no eres nada tibio. Eres fuerte cuando te aferras a su cintura, acercándola más a ti, sacando todo el deseo que contiene para ti. Mientras tu otra mano se ocupa que el seno libre no quede descuidado. Oh, no… siempre le has hecho saber que puedes morderle a la perfección ambos pechos a la vez. Tus dedos son maestros, porque jalan su pezón una y otra vez, como si fuera tu misma boca. Llevas por un momento tus dedos hacia ti y los mojas con tu saliva para darle un efecto aun más realista, torciendo con ligereza su pezón.
Funciona, funciona demasiado bien.
Su cabeza se lanza hacia atrás, deleitándose de lo que haces en su cuerpo. Quieres más, quieres oírla gritar, quieres que pronuncie tu nombre cuando trata en vano de reprimir su mismo deseo. Así que aceleras tu succión, quieres que esa pequeña bolita rosa en tu boca tenga una tonalidad más roja, que ella sienta en su ropa interior horas después que tú estuviste pegado a ella. Así que no demeritas ninguno de tus esfuerzos en hacerlo con más fuerza.
Pero ella se niega, te niega ese placer, a pesar de que te acaricia con el mismo sofoque y desesperación, elevando a niveles inusitados tu calor corporal. Entonces sueltas un poco su pecho izquierdo, manteniendo cerca, y bajas hasta tocar el vaso de jugo de naranja. Anna está tan distraída que apenas nota que has liberado su montículo, buscando el elástico de sus pantaletas. Lo haces con una genialidad inaudita tan silenciosa, que no anticipa tu movimiento, hasta que viertes el resto del jugo dentro de su prenda interior.
El cambio de temperatura fue tan abrupto para ella que gimió con fuerza tu nombre. Y juras que incluso Tamao pudo haberla escuchado por el tono en que lo moduló.
Va a matarte, lo hará, de eso no tienes la menor duda.
Pero jamás habías visto su rostro tan rojo, ni su cuerpo temblando con la ropa medio puesta, con las piernas que no puede cerrar y que quiere hacer.
Anna está desorientada y aprovechas para jalar su yukata y dejarla en su cintura. Ya en este punto ni siquiera opone resistencia, está sudando, al igual que tú con todo el calor que tienes encima. Lames su pecho de nuevo, ese pegajoso y esponjoso seno, limpiando lo que resta de la bebida.
Quieres más.
Quisieras bañarla entera en jugo de naranja, pero ya no hay más…
—Quiero más jugo—dices en tono bajo, con su pezón aun en la boca.
—¿Qué?...
No comprende de qué le hablas.
—Que quiero más jugo—repites, dejándola libre.
O mejor dicho, dejando ir su seno. Porque bajas sin previo aviso hacia su pierna y comienzas a lamer por encima de la tela mojada. Está completamente húmeda. Anna tiembla en el banco, alcanzando a ponerte las manos en la cabeza, sin saber si alejarte o atraerte más, pero también tratando de acallarse de algo que le resulta cada vez más difícil.
¿Cuándo fue la última vez que obedeciste una súplica de esas? Nunca. ¿Por qué tendrías que hacerlo ahora, que la tela ya está húmeda y puedes oler la dulce fragancia de la naranja y sus propios jugos entremezclados.
Perfecta combinación.
Tu nuevo sabor favorito.
Tu lengua se mueve descarada, sin ninguna restricción, pese a que sigue pidiéndote que no lo hagas casi entre susurros, cuando alguien toca a la puerta.
Un par de golpes no te detienen, pero la voz afuera sí paraliza la acción de ambos.
—¿Todo bien? —escuchas la voz de Hana afuera.
Anna está inmóvil, pálida de la impresión.
Eso debería detenerte, claro… si hubiera sido descuidado y hubieses dejado la puerta sin protección. Pero él no tiene modo de entras a menos que lo haga a la fuerza. Ella te mira, buscando una respuesta.
—¿Mamá? —cuestiona el rubio con desconfianza—¿Papá está contigo?
—Respóndele—le sugieres, acariciando con tu nariz en forma circular la tela húmeda.
No sabes cómo lo hace, pero acalla un gemido, ahogándolo con su mano. Mientras te mira de mal modo.
¿Cuándo te volviste un sinvergüenza?
—¿Mamá, estás ahí? —pregunta de nuevo, con mayor fuerza.
Temes por tu vida, pero para qué vivir si no te entregas de lleno a los riesgos. Así que te despegas de su vista y hundes tu nariz por completo entre sus pliegues, lo que causa que Anna emita un pequeño grito lleno de placer, percibido por clon afuera.
No dejas de moverte, pese a que ella quiere que lo hagas, te lo susurra entre molesta y jadeante, con pequeños gritos que quiere dejar atrás. No puede alejarte de ella. Ni siquiera se lo piensas permitir.
—Sólo dile que se vaya…—dices en tono muy bajo.
—No….
Hana es el que menos paciencia tiene y ya lo ha preguntado por tercera vez.
—Anna….
—No.
—Cómo quieras—le respondes apartando la tela de sus pantaletas.
Tu lengua sin ninguna inhibición lame su clítoris.
Está demasiado mojada como para negarte el placer de sorber sus fluidos. Tu lengua se resbala con excelsa facilidad, rodeando esa parte sobresaliente en ella. Admiras su fortaleza, de mantenerse aún sentada, con las piernas sobre tus hombros, aguantando toda la tortura placentera de la que es objeto.
—¡Sí! ¡Sí! ¡Sí estoy bien! —responde muy agitada, después de tanto—Estoy cambiándome.
—¿Segura? No te escuchas muy bien.
Tomas presa su clítoris, justo como habías hecho con su pezón. Esta vez, no hay poder humano que la reprima de decir exaltada tu nombre.
—¡Yoh!
—¿Ah? ¿Papá está contigo?
Qué incómodo debe ser para Anna, lo admites, pero al mismo tiempo te regocijas succionando cada vez más su pequeño bulbo. Está desesperada, lo sabes, en cualquier otra circunstancia ya te habría noqueado, quizá no tiene nada a su alcance para hacerlo, por eso aun respiras. Sufre, y goza como ninguna otra por tu atrevimiento.
—Pídele que se vaya—murmuras como puedes.
No dice nada, tal vez no puede hablar. Mojas tu dedo medio con saliva y se lo metes sin ninguna restricción.
—¡No! ¡No!
No sabes si te lo dice a ti o se lo dice a él.
—¿No está contigo?
Lo introduces y lo vuelves a sacar de nuevo.
—¡No!
No sabes bien a quién quiere asesinar, si a ti o al pobre inocente que la está torturando con preguntas.
—¿No?
El sonido del juego de meter y sacar lo escuchas perfecto.
—¡Que no! —grita ella, ya tomándose la frente.
—Está bien, está bien, ya entendí.—dijo Hana—Sólo quería preguntarle si no quería más jugo de naranja.
Tus ojos se encuentran con los suyos, ante la brillante idea que te corre por la mente. Pero ella está horrorizada y antes de que puedas levantarte, le pide a Hana que se vaya cuanto antes.
Casi quieres reír, pero no eres tan osado como parece ser. O al menos no quieres manifestarlo en forma tan abierta. Tu dedo sigue dentro, un lugar caliente que mueres por reconocer. Anna respira agitada, tratando de equilibrar sus emociones, cuando la sorprendes al introducir dos dedos más en su interior.
Ahora entiendes el placer que le causa a Anna verte sufrir.
Entras. Sales. El movimiento es sincrónico y cada vez con mayor ímpetu. Una chica cualquiera, ya se habría rendido, pero ella no, no tu chica, que todavía se mantiene erguida, mordiendo sus labios por el incremento en el ritmo. Está cerca lo puedes ver, la puedes sentir vibrando. Sus fluidos comienzan a humedecer tu mano, escurriéndose de su centro. Es una absoluta locura verla ahí, siendo masturbada por tu mano con gran agilidad. Te excita pensar en las veces que has entrado en ella y lo mucho que has gozado mojándola con tu semen.
La idea te calienta cada vez más, cuando acercas tu rostro a su estómago y sin ningún miramiento succionas su piel, dándole al momento mayor placer casi inaudito. Marcas rojas aparecen cada vez que te despegas de ella. Su piel es tan sensible a veces…. Anna es tan delicada en la intimidad.
Toda ella es tan susceptible en tus brazos.
Subes, escalando con tu lengua el sendero ahora pegajoso en medio de sus pechos, consecuencia del zumo de naranja. Ella se sostiene su propio cabello, sin saber cómo lidiar con todo el cúmulo de emociones que la recorren.
Tus dedos siguen entrando, cada vez con más desesperación, mayor ímpetu. Hasta que lo sientes y ella misma lo grita ahí sentada, temblando por la emoción de llegar a la cúspide de su placer.
No dice tu nombre.
No jadea tu nombre.
Pero sigue ahí, sudorosa, pegajosa, pérdida, disfrutando el escalofrío que le provoca llegar a su clímax.
Sacas tus dedos y los miras, empapados por toda esa frenética actividad. Ella te mira, incapaz de sostenerse aun en ese banco, siendo asistida por ti. El mero soplo del aire podría derrumbarla, pero… aun quieres algo más de ella.
—No—te advierte, levantándose con esfuerzo.
Las piernas le tiemblan, así que no consigue alejarse nada de ti, que te levantas del suelo sin mayor dificultad. Ya lo dijiste antes, cual cazador a su presa. Mientras ella está apoyada en el mueble con el espejo en donde todas las mañanas la ves, cepillando con cuidado sus hermosas hebras doradas. Ahora contemplas a tu frágil esposa tratando de resistirse, mirando a través del reflejo tu perfil amenazante.
Pero no hay nada que temer, eres sólo tú y tu pene, escabulléndose por tu ropa interior. Son tus ojos centellantes de deseo y es ella, empapada en su deliciosa corrida con sabor a naranja. Lames tus propios dedos, jactándote de sus jugos, incrementando la pasión en sus orbes color miel.
Llegas hasta ella, apartas su cabello y tu mejilla se agacha para acariciar la suya, porque es varios centímetros más baja que tú.
Anna cierra los ojos, resignada al saber que está por completo a tu merced.
—Morirás por esto—te advierte en un tono duro.
—Lo sé—sonríes, mientras ella alza su brazo y acerca más tu cabeza hacia ella—Pero por ti, vale la pena morir.
Ella sonríe, agradada por tus palabras.
Encuentras eso adorable en ella, así que tomas la iniciativa y buscas debajo de su yukata. Hallas el elástico de las bragas y las deslizas hacia abajo con excelsa lentitud Admirando en el espejo cómo se humedece el labio ya maltratado por tanto acallar sus ruidos placenteros.
No sabe lo que tendrá que silenciar ahora que la punta de tu pene se cuela en medio de su trasero, buscando humectarse por los labios vaginales que lamiste antes. Pero ahí estás, tan cerca de tu lugar favorito, admirando sus pechos en el reflejo con marcas rojizas por varios puntos de su anatomía. Con su boca entre abierta al sentir la punta de tu miembro tocar hasta su clítoris, es una imagen que deseas preservar de por vida.
Te agachas un poco, tomando su pierna para apoyarla sobre el mueble, en una posición de escuadra que te favorece porque sabes que te apretara todavía más.
Notas su incertidumbre, en especial porque te mueves resbalando tu pene por toda su vagina, mojándote de toda ella. Estás listo y la sostienes con fuerza de la cintura. Anticipa tu movimiento, cuando la cabeza de tu miembro ya está en su entrada.
Alcanzas la vista para mirar su reflejo, antes de insertarte entero en ella.
Entonces gime tu nombre y su puño en tus cabellos se cierra con rapidez al sentirse invadida. No eres nada suave. No eres nada cuidadoso. Lo fuiste las primeras veces, después de innumerables veces has adquirido el hábito de ser más rudo con ella. Sólo porque te mata escucharla gemir tu nombre y porque cada vez que te sumerges en ella es como si estuvieras en el maldito paraíso.
Está caliente, sientes su calor abrasante y cómo tu miembro llora de gusto en su interior. Gotas preliminares que se han fundido con sus propios jugos. Le das un momento para ajustarse, porque no aguantas por darle más. Ella te entrenó para resistir todo ejercicio físico, pero en forma extraña, ella es la única que siempre consigue hacerte trabajar el doble, más que uno de sus entrenamientos mortales, y fulmina toda paciencia en ti, algo que es… inexplicable.
Aprietas su pierna sobre el mueble mientras comienzas las embestidas. Ella tan expuesta, no sabe cómo resistirse para no dejarse caer. No esperaba que empezaras con tanto ímpetu, pero tu cadera comienza darle empujones cada vez con mayor fuerza, el último incluso la has levantado un par de veces del suelo por tus estocadas. Lo peor es que no puede disimular que le gusta, porque su cara de placer no se esconde del espejo frente a ustedes.
No sabe de dónde agarrarse, pero tú sí. Tú sí, porque aprietas sus senos descubiertos y los pellizcas sin ninguna restricción, cuando aceleras el ritmo de tus embestidas. Adoras darle de esa manera, se escucha a la perfección el sonido de tus testículos chocando con su trasero, como si una pelota rebotara en suelo mojado. Así se escucha, así te ves en el reflejo, mientras ella se revuelve en tus brazos, sonrojada, extasiada, suplicante.
Anna es una obra maestra, una que te gusta tocar por entero. Con pechos que se levantan y que se agitan rebosantes cada vez que la penetras.
Crees que algo dentro de ti te posee, porque no puedes ni quieres dejar de oírla jadear como lo hace. Te quieres fundir en ella, como un solo ser, entras profundo, cada vez con mayor fuerza. No te importa si esto llama la atención de Hana o si alguien más viene a la puerta, tú estás totalmente entregado a tu labor que sólo tienes un objetivo y estás tan cerca de lograrlo.
Aceleras las embestidas, apretando los dientes, amasando sus senos cada vez con mayor entrega. Su cuello está libre, así que bajas la cabeza y la mueres, acallando un generoso grito y sacando en ella uno más, que no ha logrado ocultar.
No te importa, no te importa nada.
Sólo enterrar cada centímetro de tu pene en ella, cuando percibes cada vez más como aquel conducto se cierne sobre ti. Acelerando su ritmo, su calor, su sudor. Entras una vez más con dureza, dejándola sin aliento, cuando grita tu nombre y tú besas su mejilla, su sien, su frente, también jadeando su nombre, mientras sientes que te vas a desvanecer y dejas salir toda tu simiente dentro de ella.
¡Eso ha sido…. de verdad intenso!
Tan intenso que ella ni siquiera tiene fuerzas y tienes que sostenerla por la cintura. Terminas por cargarla en tus brazos y la llevas de vuelta la cama, donde la recuestas, porque está en verdad agotada. Anna no ha dormido nada bien los últimos días por tu culpa.
—¿Estás bien?
Abre los ojos, mirándote con odio, pero luego suspira dándose la vuelta, acomodando su ropa lo mejor que puede.
—Largo, quiero dormir.
Tú también, así que te recuestas a su lado, esperando ver algún indicio de que no está tan molesta. Es algo casi habitual que lo haga de ese modo, así que en cierta manera te divierte. Tarda unos diez minutos. Luego, se gira y te ve con esa mirada escéptica.
—Quiero más jugo de naranja.
Eso sin duda te toma por sorpresa y acrecienta tu sonrisa, sabiendo que habrá más acción al volver con un vaso más e intentas besarla, pero ella antepone un dedo sobre tus labios, frenando tu acción.
—Pero antes, tendrás que hacer algunos ejercicios extra.
Seguro. ¿Cuándo eso ha sido un impedimento?
Pues bien, casi anoche y tú sigues en el patio cargando un par de tabiques en las manos en una posición, que hace que te tiemblen todo el cuerpo. Hana está agotado y cae rendido por el agotamiento. Es un niño, no lo hará sufrir más, además nada de eso fue su culpa. Ningún valiente se atrevió a caminar cerca de tu habitación, así que mandaron a un tierno corderito a preguntar.
Como esperas, Hana es el primero en terminar su penitencia.
Suspiras, porque sabes bien que a ti, a ti te queda una larga vida de sádicos castigos. Pero no todo es tan malo, porque a pesar del maltrato, Anna todavía te bendice con una imagen gloriosa. Como si ella bebiendo otro jugo de naranja, no fuera suficiente estímulo para tu imaginación, a pesar de que lo hace más para torturarte y dejarte claro que no le pondrás una mano encima.
Pero no puedes evitar sonreír y recordar la maravillosa mañana.
—Ni siquiera lo pienses, pervertido.
Aunque te amenace, nadie te quita la experiencia. Has probado la más exquisita de las combinaciones, tal vez después la animes a probar con un jugo de manzana.
FIN
N/A: ¡Hola! Un largo tiempo sin saludarlos, les comparto este capítulo especial que escribí hace un tiempo. Experimentaba con la narración en segunda persona y por qué no, uno de los temas que en esos meses que tenían en una pequeña lista para lemon. No olviden tomar su jugo de naranja. Como siempre, gracias por seguir pendientes de mis actualizaciones, en breve haré más. Unas cuantas antes de terminar el año.
¡Gracias por leer!
