Desde aquella noche maldita...

Capítulo 4: Entrevista con el Príncipe

Un mes y medio después de Abrazar a Gwen Bathory, Wilhelm no podía estar más contento. Su Chiquilla había aprendido bien todo lo que tenía que aprender: dominaba sus poderes con cierta pericia y, lo que para él era mucho más importante, se dedicaba a su alimentación con entusiasmo. Nunca habría imaginado una respuesta tan rápida de Gwen, así que le había sorprendido muy gratamente. Tenía una cierta predisposición a ciertos excesos de los que él nunca la habría creído capaz... y eso que aún era una Cainita muy joven y no había descubierto ciertos aspectos del placer a los que Wilhelm no estaba ciego... ya había tiempo, ya habría tiempo.
Además, Gwen le obedecía ciega e incondicionalmente... Wilhelm era para ella su único asidero a la seguridad, así que dependía de él de manera absoluta. Y eso era bueno, muy bueno. Hubiese odiado una Chiquilla rebelde y contestona... Oh sí, en todos los aspectos, Gwen era ideal.
La noche era nublada, fría y ventosa, pese a ser verano. Wilhelm se hallaba apoyado contra un farol, jugueteando como de costumbre con sus anillos y esperando la llegada de su Chiquilla. Tenían una cita con el Príncipe de Nueva York; quería ver a Gwen y Wilhelm estaría encantado de enseñársela al viejo bastardo.

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Gwen apareció pronto en la calle en la que le estaba esperando su Sire. Como de costumbre, había tenido una caza más que satisfactoria... el pobre iluso que había sido su víctima no había tenido tiempo ni de reaccionar cuando pudo darse cuenta de la encerrona que le había preparado ella... ya que, cuando se dio cuenta de ello, su vida se estaba consumiendo lentamente en sus brazos. Ahora el cuerpo inerte del infortunado (o afortunado?) hombre yacía en algún rincon del callejón, abandonado. Cuando lo encontrasen, nadie sabría qué le había pasado.

Gwen tenía una leve idea de que podía alimentarse sin matar... pero aun no dominaba el impulso de saciarse de sus presas, de embriagarse con su placer y con su terror. Y la verdad, tampoco le interesaba hacerlo. Le estaba cogiendo gusto a ésto de ser inmortal y a utilizar sus Disciplinas. Un gusto adquirido bastante extraño, todo había que decirlo... pero ella aprendía deprisa. Había admitido su condición-tenía que hacerlo tarde o temprano-, y ya que no se podía hacer nada para cambiar su situación, lo mejor era experimentar todas las nuevas sensaciones que ahora podía sentir al máximo... Exprimir al límite sus posibilidades. Carpe Diem... Aún así, tenía ciertas inquietudes y debilidades, y no se sentía capaz de dar un paso nuevo sin el consentimiento de Wilhelm, quien era su consejero, mentor y guía... y quién sabe si podría ser algo más.

Estaba algo nerviosa. Wilhelm le había dicho que aquella noche iba a acontecer algo importante... pero todavía no sabía que era, y ardía en deseos de saber de qué se trataba. Le había citado en aquél lugar, en cuanto hubiese terminado de cazar. Y allí le vio, apoyado en un farol, esperándola... Sonrió y se acercó a él.

-"Ya estoy aquí... Sire"-, anunció, quitándose los restos de sangre que le habían quedado en la boca elegantemente. Se cruzó de brazos, esperando a lo que fuera que fuesen a hacer a continuación...

-"Buenas noches, querida"-, Wilhelm saludó a Gwen, incorporándose y dirigiéndose a su Chiquilla con paso resuelto. -"Si ya estás saciada, podemos irnos..."
Como tantas otras veces antes, le ofreció su brazo. Este gesto, en vez de ser ya una muestra de caballerosidad o cortesía, se había convertido en una broma macabra entre ellos dos: miradnos, parecían decir los dos, ¿verdad que parecemos una pareja encantadora? ¿Verdad que no nos imagináis bebiendo vuestra sangre, infelices? Si supiérais lo que somos huiríais rápido y muy lejos, amigos.
Wilhelm aún no le había dicho dónde la llevaba... ya habría tiempo de hablar por el camino. No le había parecido conveniente que se arreglase especialmente para la ocasión, dada la afición del viejo Arrhenius Van der Rohe por los cuerpos de las jóvenes.
-"No tardaremos mucho."

Gwen no pudo evitar esbozar una sonrisita al ver el ya típico gesto de Wilhelm. No se cansaba de aquello... bueno, y para ser sinceros, ella tampoco. Tomó su brazo galantemente y empezó a andar.

-"¿A donde vamos? Estás muy misterioso ultimamente conmigo..."-, hizo pucheros. No podía aguantar más su curiosidad... era superior a ella.

-"¿Recuerdas mis lecciones sobre las tradiciones de la Camarilla, querida?"-, preguntó Wilhelm. -"Voy a presentarte al ilustrísimo y respetable Arrhenius Van der Rohe, el encantador Príncipe de la ciudad..."Se acarició el pelo despreocupadamente."Te gustará, seguro..."

-"¿El Príncipe?"-, repitió ella... con expresión preocupada. Hizo una mueca, mirando el sugerente vestido que llevaba puesto, que marcaba su figura femenina. Uno de los nuevos gritos en moda en aquellos tiempos.-"Sí, quizás a mí me agrade... pero quien tiene que agradarle soy yo a él. ¿Por qué no me lo habías dicho antes? Me hubiese puesto algo mas... ehm... apropiado para la ocasión..."

-"Por eso mismo, quizás"-, mintió Wilhelm, que precisamente había esperado que la chica llevase algo más recatado para no excitar demasiado al Príncipe. En fin, qué más da.
-"Es mejor que se fije en tu cuerpo que en tu cara, Gwen"-, dijo sonriendo. -"Es mucho más difícil distinguir unas tetas de otras que una cara, querida... y perdona la desfachatez, pero tenía que ser muy gráfico."
Dejó de sonreir.
-"Seriamente, conviene que no se fije en ti demasiado... no soy santo de su devoción, y tú eres mi Chiquilla."

Gwen alzó las cejas ante la forma de expresarse de su sire, pero no comentó nada acerca de eso al respecto. El sabría lo que hacía... ¿no era él más antiguo que ella? La experiencia suele ser sinonimo de sabiduría...

-"¿Estás preocupado por algo?"-, preguntó, mirándole a la cara. -"¿De que pueda tomar represalias contra ti usandome, quizás?"- Había oído también sobre las intrigas de los Vástagos... aunque todavía no estaba muy puesta en el tema.

-"Sí y no"-, se limitó a decir Wilhelm. Sin embargo, tuvo que aclarar la respuesta al ver la expresión en la cara de Gwen. -"Siempre existe peligro de que te usen, a ti y a cualquiera de nosotros, como peones en las luchas entre Vástagos, Gwen. Eso es algo que siempre debes tener presente... Sin embargo, no temo nada de eso por parte de Van der Rohe... créeme que no le conviene."

-"Pero en teoría, el es un Vastago con mucho poder, tanto político como sobrenatural, imagino"-, objetó Gwen. -"Por qué no le convendría hacer algo así? Parece la tipica clase de cosas que un hombre poderoso haría... ¿O es que no lo es tanto como parece?" Otra de las cosas que había aprendido sobre sus nuevos congéneres era que no eran lo que aparentaban, en la mayoría de los casos.

-"El problema, Gwen, es que yo sé cosas que él no querría que supiera"-, dijo, de nuevo sonriendo. -"Y él necesita de mí cosas que quizás otro no podría proporcionarle... Sí, no puede tocarme... de momento. Empezaré a preocuparme el día que mi silencio y mi ayuda dejen de ser necesarios, pero por lo pronto... no tengo ningún problema."- Hizo una pequeña pausa. -"Pero me odia a muerte, te lo aseguro."Eso es lo bueno de los Príncipes débiles y llenos de enemigos... un aliado puede resultar muy caro.

Asintió en silencio, pensativa. Había cosas que aun le costaba entender. Bueno, ya habría tiempo para entenderlas, tenía toda la eternidad por delante.

-"¿De qué clan es el Príncipe?"-, preguntó con obvia curiosidad, cambiando de tema sutilmente. Las intrigas políticas no le iban demasiado.

-"Un Ventrue..."-, dijo él, distraidamente. -"Por cierto, estamos llegando..."
Delante de ellos se alzaba una mansión de estilo victoriano, muy semejante a la que había habitado Gwen hasta hacía muy poco. Grande, oscura y silenciosa... propiedad de un viejo y acaudalado terrateniente al que nadie había visto salir de casa, diría un mortal que estuviese al tanto de los chismorreos locales.
Qué derroche de imaginación...

Gwen miró hacia la mansión... y subitamente, le vino el recuerdo de su propia casa, ahogada por las llamas. Un escalofrío, o una sensación muy parecida a uno, recorrió su espalda. Sin embargo, intentó hacer notar su incomodidad lo menos posible.

-"Sí... es la casa en la que un hombre de cierta importancia habitaría, sin duda"-, dijo únicamente, como si no le diese más importancia a aquel asunto que a una hoja seca revoloteando por el viento. -"Entremos, entonces... no creo que le guste que le hagan esperar."- Le miró. -"Seguro que estoy presentable?"-, dijo, con un deje de duda en la voz.

-"Absolutamente"-, respondió él, dirigiéndose hacia la verja que protegía la propiedad. Inmediatamente, un ghoul emergió de las sombras y se plantó delante de él, protegido por los barrotes. Vestía un largo abrigo negro bajo el que apoyaba los brazos contra las caderas, dejando muy visibles dos revólveres de aspecto temible. El viejo no escatima en protección, pensó Wilhelm mirando a lo lejos a los otros tres ghoul que, delante de la puerta de la mansión, le contemplaban amenazadores.
-"Qué desea"-, soltó. El tono no era el de una pregunta, sino uno más propio de una orden. Un ladrido. Wilhelm sonrió. Recordó un dicho que había oído una vez en sus viajes por la Península Ibérica y que tanta gracia le había hecho en su momento, pero que ahora se ajustaba muy bien a la situación: perro ladrador, poco mordedor. Si me enseñas los dientes ahora, hermoso, pocas sorpresas te reservarás para después.
Wilhelm le tendió a través de los barrotes un papel. En él el secretario personal de Van der Rohe había plasmado las palabras de su jefe: en resumidas cuentas, venía a decir la misiva "ven y enséñame a tu Chiquilla". Poco más tenía que decir el Ventrue, que sólo había tomado la pluma para estampar una recargada rúbrica al final.
El ghoul leyó la carta con cierta dificultad y asintió, abriendo la verja. Wilhelm se hizo a un lado, como siempre, para que Gwen pudiese pasar.

Gwen atravesó el umbral y pasó junto a los ghouls centinelas, con todos los musculos de su cuerpo tensos. Iba a ver al Príncipe de la ciudad. Seguramente un vampiro antiguo, más antiguo que su Sire... era la primera vez que tenía contacto con otros Vástagos que no fuese Wilhelm. ¿Cómo iba a estar, si no?

Pese a ser un manojo de nervios, caminó con paso seguro, consciente de que Wilhelm estaba detras de ella... no acababa de convencerse de que su aspecto fuese el más apropiado para una audiencia con el líder vampírico de la ciudad, pero ya era demasiado tarde para cambiarse de ropa... y tampoco quería discutir a su sire. Que sea lo que el destino quiera...

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Y ahí estaba el Príncipe rodeado -cómo no- de una decena de colaboradores y acólitos que Wilhelm ignoró, saludando directamente a Van der Rohe con una leve inclinación de cabeza.
El Príncipe era prácticamente único entre los Vástagos por ser increíble y desproporcionadamente gordo. Obeso, muy obeso. Un recuerdo de sus tiempos humanos cuando, hacía tantos siglos, era un noble centroeuropeo medieval que comía en un par de días lo que todos los campesinos y villanos que vivían en su feudo: algo que, en aquella convulsa época no era nada destacable si no se conoce el dato de que su feudo podía aglutinar un territorio equivalente a media Francia. ¿Cómo un Cainita había podido Abrazar a alguien tan mediocre? No lo sabía. Ávido de poder, pero increíblemente inútil, Van der Rohe tenía la curiosa cualidad de llegar a lo más alto de la escala jerárquica y, desde ahí, cagarla de todas las formas imaginables.
-"Saluda, Gwen"-, susurró.

Por un brevísimo instante, los ojos de Gwen se abrieron de par en par, horrorizados ante el aspecto discordante del Príncipe... Y se suponía que aquél era el vampiro tan supuestamente poderoso que estaba al cargo de la ciudad? Su sola apariencia, que rebosaba simpleza y decadencia, bastaba para maravillarse de que tal estado pudiese darse en alguien y sentir un enorme rechazo en su interior... pero aun así, mantuvo el tipo. Hizo una graciosa reverencia, tomando suavemente los bajos de la falda de su vestido.

En el camino, había pensado una presentación tal que: 'Salve, oh Alteza, permita mi humilde presencia y ruego sea indulgente conmigo', pero tal fue la impresión que recibió del hombre que sólo pudo decir, cabizbaja y en el tono más respetuoso que pudo usar:

-"Buenas noches tenga usted, mi señor."

El gordo Príncipe se rascó la papada con una mano llena de anillos dorados y dijo:
-"Buenas noches a los dos."
Su tono de voz, que Wilhelm había escuchado tantas veces, todavía le repugnaba. Parecía que sus palabras tenían que filtrar una gruesa membrana de grasa para salir al exterior: arrastraba las palabras y pronunciaba las "s" como "z"; era francamente desagradable escucharle.
-"Mi Chiquilla, míster Van der Rohe-", Wilhelm presentó a Gwen, omitiendo deliberadamente el "Príncipe" de rigor y sustituyéndolo por una forma igualmente educada pero que molestaría al poderoso vampiro...
Arrugó Van der Rohe la grasienta cara y miró a Gwen:
-"Saludos, pequeña Vástaga... Cuéntame algo de ti."
Wilhelm comprobó sin sorpresa que la línea visual del Príncipe estaba perfectamente alineada con los pechos de Gwen.
Ay, parece mentira que adores tanto la carne cuando tú tienes tanta...

Gwen, por su parte, reprimió tanto como pudo su horror, sin mirar en ningun momento al Príncipe a la cara, con sus ojos fijos en los botones de su elegante chaqueta... que era lo más agradable de él, de lejos. Respondió con tono cortés:

-"Qué puedo contarle de mi humilde persona, señor? Nací aquí, en ésta ciudad, hace 25 años... y mi vida era bastante monotona... hasta que conoci a mi sire."- Lo cual era cierto. -"El me ha brindado una oportunidad que me ha salvado de la rutina que seguía como humana. Y le estoy muy agradecida por eso."

Se enderezó, bastante incómoda. Miró de reojo a Wilhelm. Se preguntaba si él lo habría pasado tan mal como ella al presentarse ante el. Sin embargo, camuflo su repulsión con timidez y respeto, pues lo principal era dar una buena impresión al desagradable hombre que tenia enfrente. Solo esperaba que su actuación fuese lo suficientemente convincente.

El Príncipe se levantó con dificultad y anduvo torpemente hacia Gwen. Toda su masa corporal parecía temblar a cada paso que daba.
Van der Rohe se plantó a medio metro de la joven y acercó la nariz a su cuello. Entonces aspiró con fuerza, haciendo un sonido que poco podría diferenciarse de los gruñidos de un cerdo.
-"Me gusta cómo hueles."- Dijo simplemente.
Wilhelm frunció el ceño ligeramente. Estaba acostumbrado al comportamiento del obeso Ventrue, pero le repugnaba igualmente.
Lástima que no puedas decir lo mismo refiriéndote a ti, pensó cuando el olor que despedía el Príncipe llegó a sus fosas nasales...

La neonata apretó suavemente los labios, tratando de hacer lo indecible por mantener la compostura... aunque el comportamiento del Príncipe no ayudaba a hacerla sentirse menos incómoda. Trastabilló un poco. La verdad es que ella no podía decir lo mismo de él... Agachó aún más la cabeza, lo que podía tomarse como gesto de sumisión.

-"Hay algo más... que desee saber de mí, señor?"-, dijo, pasando por alto el comentario y clavando la mirada en el suelo.

-"Habría muchas cosas que deseo de ti-", respondió Van der Rohe, mirando -ya sin disimulo- el generoso busto de la vampira, -"pero ya habrá tiempo de irse conociendo mejor"-. Apartó la mirada de Gwen y giró el cuello -girando de manera inimaginable su cuádruple papada- para mirar a Wilhelm. -"Estupenda elección, Shrader."
El interpelado se limitó a sonreir.
-"Yo siempre elijo de manera extraordinaria, míster Van der Rohe. Tanto a mi Chiquilla como a mis aliados, aunque no sean tan agradables."
Van der Rohe frunció el ceño ante el atrevimiento.
-"Tu Sire es bastante osado, jovencita"-, murmuró sin mirar a Gwen. -"¿Lo sabías?"

Ésta alzó un poco la cabeza, mirando hacia el frente, repuesta en parte del asco que le producía Van der Rohe y sus insinuantes palabras.

-"No creo que quisiese ser descortes en absoluto, mi señor"-, dijo, tratando de ser diplomática. -"Si bien pueda ser un tanto agrio en expresarse..."- Miró de reojo la escena.

-"Eso es"-, sonrió Wilhelm. -"Quizás sea un tanto agrio en expresarme. Pero yo no diría que soy osado, míster Van der Rohe."
Van der Rohe hizo un ruido sólo definible como una mezcla de eructo y gruñido.
-"Sé muy bien quién es la autoridad y que es necesario respetarla, a pesar de que no me inspire en principio ningún respeto."
Los cortesanos, al oir eso, miraron todos a Wilhelm escandalizado. Éste ensanchó un sonrisa y se crujió los nudillos. En cuanto al Príncipe, se había puesto rojo de ira y había reducido sus ojos porcinos a dos rendijas furibundas.
-"Cómo te atreves..."-, rumió el Príncipe.
Wilhelm ignoró la pregunta.
-"Y puede estar seguro que le enseñado eso a mi Chiquilla... ¿no es cierto, Gwen, querida?"

Gwen se aclaró la garganta. Ahora Wilhelm se atrevía a jugar con fuego... solo esperaba que el Príncipe no tomase represalias con los dos.

-"Lo que mi Sire quiere decir, Príncipe... es que es necesario mostrarle el respeto a quien es preciso respetar."- Siguió con el tono diplomático, aun tensa. -"Y usted es la autoridad aquí, cierto? De modo que... aunque a mi Sire usted no... le agrade, siempre tendrá su respeto. Y el mío, también."- Hizo una delicada reverencia.

-"Gwen"-, llamó Wilhelm, suavemente. Disfrutaba enormemente con esta situación: estaba jugando con un león peligroso que jamás podría morderle, y ello le gustaba. Gwen estaba, literamente, alucinada, y Van der Rohe parecía enfurecido. Wilhelm decidió entonces ampliar el juego: ¿hasta dónde podía hacerle llegar? -"Yo no he dicho que no aprecie al Príncipe."
Por un momento pensó que no debería meter a Gwen en su peculiar divertimento... pero era necesario esta pequeña lección sobre cómo desenvolverse con los gobernantes débiles.

-"Es lo que has dado a entender... yo misma así lo he entendido, así como supongo que es lo que ha entendido el Príncipe, me atrevo a añadir"-, dijo, girándose hacia su Sire. -"Pero si no era tu intencion expresarte así, entonces mis disculpas por haber entendido mal."- Entrecerró los ojos. Dos podían jugar a éste juego...

Se obligó a sí misma a mirar al Príncipe, que parecía a punto de estallar, y probó a hacer un experimento.

-"Señor... estoy segura que la intención de Wilhelm no era en absoluto ofenderle. El no quisiera eso..."-, dijo, tratando de suavizar la situación. Se inclinó delicadamente hacia él, contra su voluntad, reprimiendo la sensación de rechazo que le producía el tener enfrente a semejante adefesio. -"Perdónele, se lo ruego..."- Puso ojos suplicantes y se mordió con suavidad -y con sensualidad pretendida-el carnoso labio inferior. Era una táctica de aparente conducta solícita que solía funcionar a menudo con los hombres. Y con éste, de quien no se le había escapado que había quedado prendado de sus... bueno, de sus atributos, funcionaría todavía mejor. Eso esperaba.

Los lascivos ojos del Príncipe recorrieron los labios de Gwen. Sin embargo, estaba demasiado enfadado por la escena que habían montado para que un gesto sensual le calmase. Giró la cabeza y le dijo a sus cortesanos:
-"Largo."
Y la decena de aduladores, contrariados, se levantaron y abandonaron la estancia. Quedaron Wilhelm y Gwen, mirándose en silencio. Wilhelm sonreía, y guiñó un ojo. El Príncipe no se percató del gesto pero volvió a sentarse, exteriorizando su ira con bufidos y gruñidos.
-"La última vez que montas una escena así, Shrader, o te garantizo que..."

Wilhelm siguió sonriendo, mostrando esta vez sus dientes perfectamente cepillados.
-"Con el debido respeto, Príncipe"-, habló cargando de desprecio la última palabra, -"creo que no le conviene perder un aliado tan interesante como yo. Sabe que conozco mucho mejor que usted a aquéllos que desearían ver su cabeza colgando de la antorcha de la Estatua de la Libertad... y podría hablar con ellos, sí, no me costaría nada."- Vio que había llegado quizás demasiado lejos y se apresuró a añadir,-"pero, por supuesto, nunca traicionaría a la Camarilla."

Van der Rohe cerró los ojos durante un segundo. A la Camarilla... Sabía tan bien como Wilhelm que sus principales enemigos no estaban en la Mano Negra, sino, como él, detrás de la Mascarada. Así es la noche.
Abrió el Príncipe los ojos y miró a Gwen.
-"¿Qué opinas de tu Sire, chica? Habla con franqueza"-, ordenó.

-"¡Oh, señor! No puedo tener una mala opinión de mi sire... como usted comprenderá..."- Gwen se echo suavemente hacia atrás el largo pelo negro azulado sobre los hombros. -"Ha sido todo un caballero conmigo, atento, comprensivo... siempre ha estado apoyándome... de hecho, es el único apoyo que tengo en éste mundo tenebroso en el que acabo de poner los pies..."- Bajó la vista por unos instantes, pero despues volvió a mirar al Príncipe, y después a Wilhelm, para sonreirle brevemente. -"Creo que le debo mucho..."

-"Bien, pues desengáñate"-, dijo el Príncipe cortante. -"Tu Sire es un hijo de puta que algún día podría pasarse de listo y tener un final desagradable."
Wilhelm chasqueó la lengua y se encogió de hombros, fijándose en Gwen que tendría que responder algo a la afirmación de Van der Rohe. Psche... me han dicho cosas peores...

-"Perdone... ¿no es usted demasiado brusco expresándose?"-, dijo ella, nuevamente volviendo a la actitud diplomática. -"Yo no creo que deba ser tan fatalista, mi señor... todos necesitamos oportunidades..."

Cualquier Vástago podría pensar que Gwen hablaba bajo los efectos del Vínculo de Sangre que tendría con su Sire, pero nada más lejos de la realidad. Aunque aún no lo supiese, Gwen era inmune a los Vínculos de Sangre. Pero a Wilhelm le unía algo más poderoso que un Juramento, mucho más... y que venía derivado de sus rescoldos humanos que yacían en su interior...

Amor.

-"Tu Sire no"-, afirmó categóricamente Van der Rohe, mirando de reojo a un silencioso y sonriente Wilhelm. -"Tu Sire me es un perro muy útil... tolero que me ladre, pero cuando me canse de él lo dejaré abandonado... o haré que lo sacrifiquen."

Wilhelm dejó escapar una risotada insolente.
-"Gwen, ¿verdad que algunos perros muerden a sus amos de vez en cuando?"

Ya estamos otra vez... La chica miró de reojo a Wilhelm y luego al Príncipe... y se limitó a encogerse de hombros, ante la pregunta retórica de su sire.

"-Yo solo digo lo que pienso, mi señor. Usted quería mi opinión, y yo se la he dado."-, dijo, simplemente... esperaba que con ello se diese por zanjado el asunto. Estaba empezando a cansarse de hacer de intermediaria de ambos. Estaba claro que, si tenía que ponerse de parte de alguien, lo haría de su sire sin dudarlo, y éste lo sabía... pero no convenía enfadar todavía más al Príncipe. Y menos cuando se trataba de su primera recepción con el.

Van der Rohe se giró y miró a Wilhelm.-"Largo. Fuera los dos. Ya he tenido suficiente."
Wilhelm asintió, inclinó la cabeza burlón y dijo:
"-Ya has oído, Gwen... Vámonos"

Sorprendida por la actitud repentinamente violenta del principe, pero al mismo tiempo aliviada, hizo una leve inclinación, dio media vuelta y marchó con Wilhelm, sin decir ni una palabra más. Por mi manera de comportarme no habra sido... creo yo.... Quedó callada hasta que salieron de la casa. Miró de reojo a su Sire... a la espera de que él dijese algo sobre lo ocurrido.

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Wilhelm respiró aliviado cuando salió al exterior. Era consciente de que había ido muy, muy lejos y de que, tarde o temprano, tendría que enfrentarse al resentimiento del Príncipe... pero eso sería, salvo sorpresa, a muy largo plazo.
-"¿Y bien, Gwen... qué te ha parecido nuestro soberano?"

"-¿Sinceramente?"- Alzó una ceja. -"No sé si es que estabas bromeando cuando dijiste que me gustaría... es..."- Hizo una pausa. -"... horrible."- Sacudió la cabeza, tratando de quitarse la impresión de horror que se había llevado del Principe.¿Como puede alguien asi estar en el poder en la sociedad Cainita?"

-"Van der Rohe es un peón muy útil, Gwen... Por un lado, los de la Camarilla tienen a una cabeza visible a quien poder manejar y a la que se puede quitar de en medio fácilmente... En una ciudad en plena expansión como Nueva York, si las cosas van mal el Príncipe es el único culpable... y si mejoran, otro vampiro más capaz puede tomar su lugar. Por otro, el Sabbat puede intrigar sin que un Príncipe fuerte impida sus movimientos."-Chasqueó la lengua.-"Es débil, Gwen; es un inútil pomposo. Quería enseñarte algo... normalmente, si entras en el hogar físico de un Príncipe o un Arzobispo trantándole con el descaro que he demostrado, recibirás un severísimo castigo. Da igual lo que sepas o lo que necesite de ti... eso se convertirá en una consideración secundaria. Pero Van der Rohe cree que la información de la que dispongo es vital para él. Es importante, sí, pero mucho menos que el respeto a su figura. ¿Has comprendido?"

Gwen asintió, pensativa. -"Entendido, Sire. De todos modos, sabía que ese comportamiento no era algo que estuvieses realizando sin ton ni son... aunque, para ser sinceros, creo que ha repercutido negativamente en la vision que tiene el Príncipe sobre ti... y sobre la mía, también... quería evitar eso... por eso tomé la postura que tomé..."- Se vio ligeramente preocupada, por unos instantes.

Wilhelm la miró con aspecto valorativo.
-"Eres discreta, y ello es bueno. Me temo que yo soy demasiado atrevido. No espero que tú, recién Abrazada, tengas la misma actitud que yo. Aprenderás a tratar a cada vampiro según lo merezca a lo largo de los años, te lo garantizo."

Ella alzó la vista, con el rostro iluminado.

"-Me alegra saber que tienes tan buenas expectativas sobre mí..."-, dijo, sonriente. No sabía por qué el Príncipe le había puesto a parir, la verdad... a ella le seguía pareciendo encantador.

Wilhelm la obsequió con una brillante sonrisa.
-"Por supuesto, Gwen... prometes mucho, ya lo sabes. Y, ¿sabes qué? Esta charla estúpida me ha dado hambre... ¿qué te parece si nos vamos a cenar?"
La sonrisa era ahora pícara.
"-Pero me temo que tendremos que pagar a medias..."

"Otra vez?", Gwen rió a carcajadas. "Yo ya cené... pero está bien... nos divertiremos un rato..."

Y ambos se perdieron en la oscuridad de la calle...

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Nota: Para los entendidos del juego, ya sabemos que Nueva York estuvo un buen rato en dominio del Sabbat, pero estamos representando una época durante la cual estaba aún presente el gobierno de la Camarilla en la ciudad.