La segunda vez que soño con él, ella había estado detrás de la barra de la cocina picando un jitomate.
En la estufa una olla humeante inundaba todo con un suave y delicioso aroma.
No sabía cómo pero sabía que aquello era un sueño.
Simplemente ella lo sabía.
Aunque el hecho de que era prácticamente incapaz de cocinar algo, y ahora mágicamente lo hacía.
Bueno eso también era una buena indicación.
Ella tarareaba suavemente agitando las caderas, mientras picaba la verdura.
—Hola.
Ella dió un respingo sorprendida y con el cuchillo aún en mano se giró y vió a Steve parado frente al comedor del otro lado de la barra, ella dejo el instrumento en la barra y le sonrió brillantemente.
—Hola.
Él muchacho, incomodamente miró a su alrededor notando el pequeño apartamento.
Ella dejo el cuchillo sobre la tabla de picar y limpiando sus manos en un trapo de cocina, troto directamente a él y sin dudar un instante lo rodeó suavemente con sus brazos en un silencioso saludo.
Él se congelo un segundo para torpemente corresponder.
Ella notando su incomodidad lo soltó y se detuvo frente a él balanceándose suavemente sobre sus talones.
Con la emoción aún a flor de piel por haber tenido la oportunidad de abrazar al Capitán América.
Él muchacho sonrió ligeramente ante lo cálido que parecía el lugar.
—Ven, siéntate.— Exclamó ella mientras jalaba una silla indicándole el sitio.
Él enarcó una ceja pero asintió, ella tras una última sonrisa se giró y regreso al lugar tras la barra.
—Casi terminó.— Habló ella de nuevo mientras terminaba de picar el jitomate y lo incorporaba a la ensalada.
—Pero es un sueño.— Afirmó él.
Ella soltó una carcajada mientras se acercaba con un juego extra de cubiertos para él.
—Eso no importa.— Exclamó ella restándole importancia al asunto.— Soy pésima cocinera y esta es la primera vez que puedo hacer algo. Y usted señor Rogers será mi conejillo de indias.
Él parpadeo ante lo dicho y suavemente asintió.
—Será un placer.— Respondió con caballerosidad mientras se levantaba de nuevo y ayudaba a la muchacha a colocar el bol con la ensalada en el centro de la mesa.
Con maestría ella sirvió un poco de fideos, él sin perder el tiempo y como si fuese algo habitual saco un par de vasos de cristal de la alacena y sacando hielos de la nevera sirvió la limonada hecha anteriormente por ella.
Steve no pudo evitar preguntarse por un momento si así pudo haber sido su vida con Peggy.
Él llegando a casa de trabajar y ella esperándolo con la cena lista.
Sonrió amargamente y continuo con su comida.
—Esta delicioso.— Exclamó sinceramente y el rostro de ella se iluminó de alegría.
—Que bueno que te gustó.
Ambos sonrieron y continuaron comiendo.
