MEJORES PERSONAS
1. Rutina
Un año y medio de pandemia, ya...Bueno, para ser exactos tendría que echar cuentas y ahora no me apetece, de modo que vamos a dejarlo así: año y medio de locura. De caos. De miedo. De descocimiento. De desconexión. En resumen, un puto año y medio nefasto que parece asentado definitivamente a lo que los expertos denominan "nueva normalidad".
"Nueva mierda" lo llamaría yo.
Las mascarillas aún no pueden desaparecer de nuestras jetas. Ahora mismo sigo desayunando en diagonal con mi compañero el médico, separados por los imprescindibles metro y medio de distancia. El "Doc", así lo llamamos entre los colegas de la ambulancia, está hablando con alguien en el whatsapp. No le veo la pantalla pero lo sé por las constantes señales a todo volumen que surgen de su móvil cada vez que le responden sin salir del chat. Le miro de refilón, por debajo de la sombra de mis cejas, y compruebo que está tan metido dentro de la pantalla que ni se da cuenta que la mano que sostiene su taza de café con leche se va inclinando peligrosamente. Las notificaciones de respuesta le siguen llegando a ritmo frenético y yo me subo más el volumen de mi música. Por suerte ahora sale una de Blind Guardian y consigo bloquear la llegada a mis oídos de esas odiosas señales auditivas.
Doy un mordisco a mi bocadillo y siento que últimamente me cuesta un mundo acabar con él. Hace rato ya que mastico y mastico y no se acaba...Tal vez lo guarde para luego, porque sólo estoy haciendo bola. Lo envuelvo con los restos de papel de aluminio arrugado que he usado de improvisado mantel y me decido atacar el plátano. Es fácil y rápido de comer, y llena. Tomo la taza con mi café solo y sin azúcar y hago que éste se remueva dentro sin ningún motivo práctico y le doy un sorbo que se mezcla con el último bocado de plátano. Tragar me cuesta...Es horrible comer sin hambre, y zanjo mi desayuno con el apurado completo de ese café de cápsula baarta que ni el azúcar es capaz de arreglar.
Palpo por inercia el gran bolsillo que tengo en la pernera de mis pantalones, comprobando que las llaves de la ambulancia están ahí. Siempre están ahí, lo sé. Es "su" lugar y es donde mi mano va veloz como un rayo cada vez que suena el transmisor de emergencias que llevamos todos los de la unidad que yo conduzco, pero comprobarlo es una necesidad tan estúpida como tranquilizante.
Me recuesto en la silla, estiro las piernas y me cruzo las manos en la nuca, adoptando esa posición que me permite descubrir formas en el techo iluminado con poca gracia. Hace días que hay una bombilla a punto de morir, pero sigue aguantando, quizás para poner a prueba nuestra capacidad de vadear un ataque de epilepsia ante tanto parpadeo. Cierro los ojos y trato de relajarme, de no ver a través de los párpados los destellos de esa luz moribunda que tengo ganas de asesinar yo mismo y me concentro en mi música.
Supongo que "Doc" sigue en su mundo mientras yo estoy en el mío, y me pregunto dónde narices está nuestra técnica enfermera. Siempre que estamos en nuestro espacio de espera y descanso desaparece. Asumo que debe ir a charlar con alguna de sus amigas de administración, y no la culpo. A la vista está la conversación que tenemos los dos que estamos aquí...
Sonrío con ironía y sólo para mí al recordar lo que se decía a finales de marzo del año pasado... "esta pandemia va a cambiar la sociedad, nos hará mejores personas"... ¿En serio? ¿de verdad alguien se creyó ésto?
La vibración que de repente siento en mi cintura casi me echa al suelo. El receptor de emergencias que llevo amarrado al cinturón suena, y al abrir los ojos veo que mi compañero doctor se olvida del móvil y se alza de su silla como si se hubiera pinchado el culo.
Toma su dispositivo y responde a la alarma mientras yo también me alzo, me arranco los cascos con la música, me ato el cabello a la nuca con celeridad sobrenatural, inserto mi mano dentro de ese bolsillo salvador y agarro las llaves de la ambulancia.
- Defteros, tenemos accidente entre coche y moto, con el motorista herido grave - me informa - ¿Tienes la ubicación?
- Sí, la tengo - se lo confirmo al leer la dirección en mi propio dispositivo y mentalmente ya voy haciéndome la ruta.
Ambos nos apresuramos a colocarnos las mascarillas de forma totalmente automática, y él sale primero, aunque por mucho que llegue antes a la ambulancia sin mí no irá a ningún lado.
Yuzuriha se une a él por el pasillo, con las mismas prisas que nos embargan siempre que suena ese chisme, y yo les sigo.
Les sigo y me tropiezo con el jodido ciego que vende cupones justo al lado de nuestra salida.
Algo de bebida caliente llevaba en la mano y se lo tiro al suelo, como casi también a él, a no ser por mi instintivo agarrón de su brazo.
No me disculpo, ni le pregunto si está bien, ni hago nada de lo que se supone que haría una buena persona.
Tengo prisa y su presencia ahí en medio no es más que un escollo que retrasa el poder llegar a tiempo de salvar alguna vida.
"Ésto nos hará mejores personas" se empeñó a creer la gente...
Por supuesto.
Yo acabo de ser un buen ejemplo.
