Wolas! este fic esta basado en una historia de DIANA PALMER, una excelente escritora...com la historia me gustó mucho decidí hacer este fic, pero repito...la idea es de Hielo y Fuego, de Diana Palmer.
Los personajes le pertenecen a la genial Rumiko Takashi!
Uno
Kagome Takagashi sabía muy bien que iba a atraer las miradas de los comensales masculinos que cenaban en aquel restaurante tan selecto de Osaka en el que se hallaba sentada, esperando. El color de su vestido de seda, un verde muy vivo, era de por sí llamativo, pero lo verdaderamente imponente era el corte: de manga larga, ceñido y con un escote muy pronunciado, en pico, que bajaba casi hasta la cintura, rodeada por un ancho cinturón. Unido a la melena negra y a los ojos verdes de Kagome, el efecto de aquel vestido era explosivo. La falda tenía una abertura lateral que subía hasta encima de la rodilla y dejaba entrever las piernas, largas, cubiertas por unas medias muy finas que enfundaban también los pies, pequeños y calzados con zapatos negros de tacón alto, muy sexys.
Bebió un sorbo de su ginger-ale. Los dedos de Kagome, que en ese momento sujetaban el vaso, eran largos, de pianista. Llevaba las uñas pintadas de rosa. Aunque tenía el aspecto de una modelo de alta costura, en realidad se ganaba la vida escribiendo novelas románticas de tipo histórico bajo el seudónimo de Silver McPherson, una autora muy famosa. No le estaba permitido mencionarlo esa noche, porque semejante revelación caería como un jarro de agua fría sobre el nuevo amor de su hermana Kikyo. Kagome tenía el presentimiento de que aquella invitación a cenar tan de última hora encubría un cara a cara con el futuro cuñado de Kikyo, el ricachón, y había elegido ese vestido tan llamativo con el deseo expreso de provocar.
Frunció los labios, irritada. CuandoKikyo la había llamado esa tarde, estaba escribiendo y se hallaba en medio de una escena especialmente difícil. Su hermana le había rogado que estuviera en el restaurante a las siete; eran las siete y media y no había ni rastro de Kikyo.. Estaba furiosa.
Cambió de postura y se miró el vestido de seda con expresión divertida. Kikyo. iba a quedarse horrorizada: le había explicado que los Youkai eran muy conservadores en cuanto a las formas, y también lo que pensaba el hermano mayor de las mujeres llamativas y estridentes. Había advertido a su hermana mayor que se mostrara comedida, y le había sugerido que se vistiera como una monja. Así que Kagome, naturalmente, como detestaba que le dieran órdenes, había sacado del armario el vestido más llamativo y se había maquillado como una vedette.
Le brillaban los ojos sólo con imaginarse cómo reaccionaría Kikyo, para no hablar de Inuyasha Youkai y su hermano mayor. Si lo que Kikyo había pretendido era crear un encuentro improvisado entre ellos, se iba a divertir de lo lindo.
«Por favor, Kagome, compórtate como una adulta», decía Kikyo, refunfuñando, cada vez que le daba por hacer una de sus extravagancias, como colocar una estatua de Venus, completamente desnuda, delante de su casa, cuando sabía que la pobre señora Kaede, su vecina, pasaba un apuro tremendo cada tarde al cruzar por allí para ir a regar sus propias plantas. Por lo menos en la foto de la solapa de su última novela, Ardiente pasión, aparecía sólo su cara. Había amenazado a Kikyo con fotografiarse en salto de cama, y su hermana le había asegurado que, si se atrevía a hacer tal cosa, emigraría y se marcharía a vivir a otro país.
Pero ella seguiría viviendo como le apeteciera y urdiendo nuevas maneras de escandalizar a Kikyo. Su matrimonio, que había sido muy breve, estaba en el origen de aquel modo de comportarse suyo tan alocado. Las extravagancias eran su manera de protegerse del mundo y encubrir su vulnerabilidad. Su marido había muerto en accidente dos meses después de la boda, y para ella había sido casi un alivio, pues ya para entonces había perdido toda sus ilusiones en lo que se refiere a la intimidad con un hombre y al matrimonio. Había aprendido la lección: uno no conoce de verdad al otro hasta que no convive con él y tenía buenas razones para recordarlo.
En aquella época, con apenas veinte años, creía realmente que estaba enamorada de Kouga Takagashi. Él era joven y, aparentemente, tenía un carácter agradable y una prometedora carrera de abogado. Habían salido unas cuantas veces, luego se casaron y pronto descubrieron que eran incompatibles. Kouga murió al cabo de dos meses en un accidente de avión y ella, más que destrozada, se sentía culpable. Habían transcurrido cinco años y desde entonces Kagome no se tomaba nada demasiado en serio. Tomarse las cosas en serio era un suicidio mental, solía decirle a Jan, aunque a menudo pensaba que su hermana menor no se dejaba engañar por su aparente superficialidad.
Dio otro sorbo a su ginger-ale y suspiró. Si Kikyo y Inuyasha no aparecían en los diez minutos siguientes, se marcharía. Faltaba apenas un mes para la fecha límite que le había marcado su editor, no tenía tiempo para andar saliendo a cenar con desconocidos. A pesar de que sabía que su hermana estaba cada vez más encariñada con Inuyasha, no tenía el menor de deseo de conocer al hermano de éste.
Miró a su alrededor, se sentía como si hubiera caído en una trampa. Sabía que «el ricachón», como lo había apodado, desaprobaba la relación de su hermano con Kikyo.Kikyo era secretaria de un despacho de abogados. El millonario, claro, quería que su hermano se emparejara con la hija de alguno de sus poderosos amigos de Tokio, no con una insignificante secretaria de Osaka. Los padres de esas jovencitas controlaban el mercado de la confección y los Youkai eran grandes fabricantes de ese mismo sector. Para el hermano de Inuyashasería una unión de ensueño.
Sintió un hormigueo en la nuca como si alguien la estuviera mirando. Giró la cabeza y se encontró mirando fijamente a un hombre ceñudo de ojos oscuros que acababa de entrar. La impresión hizo que el vaso casi se le cayera de la mano. Nunca había visto unos ojos semejantes ni una cara parecida. El recién llegado era alto, grande, y tenía un rostro duro, como tallado en madera de teca. La miraba con hostilidad y Kagome sintió que aquellos ojos la fascinaban. ¿Por qué ese completo desconocido la miraba con tanto antagonismo?
La desaprobación que leía en su rostro la divertía y, sin pensarlo, frunció los labios y formó el inconfundible perfil de un beso, al tiempo que parpadeaba con coquetería. Luego esbozó una sonrisa seductora y se giró de nuevo. Dejó el vaso en la mesa y se llevó la mano a la cara para disimular un ataque de risa. La cara que había puesto aquel hombre era digna de verse. Un poco de diversión la ayudaría a disipar el aburrimiento y la irritación que sentía. Kikyo se escandalizaría cuando se enterara de cómo pasaba el rato su hermana mayor.
Vio una sombra a su lado, levantó la vista y descubrió al desconocido junto a ella. Su expresión era tan severa que habría servido para detener el tráfico.
—Cualquiera diría que es la sombra del mismísimo monte Rushmore —murmuró Kagome con una sonrisa traviesa. Se giró hacia un lado y apoyó el brazo en el respaldo de su asiento mientras lo miraba de arriba abajo—. Siéntate, encanto, y tómate una copa conmigo.
Él no sonrió. Más aún, parecía como si nunca en su vida hubiera sonreído. Sus ojos miraban a Kagome con creciente desaprobación.
—No, gracias. Tengo una cita con una joven —enfatizó esa última palabra como si quisiera insinuar que el termino no era aplicable a Kagome. A ésta le gustó su voz de inmediato. Era profunda y algo áspera, muy masculina, propia de una persona educada.
—¿Una cita a ciegas?
Kagome se rió. Él negó con la cabeza.
—Un compromiso —lo dijo como si le desagradara—. La joven en cuestión se llama Kikyo Higurashi.
Margie parpadeó.
—Es mi hermana —anunció sin pensar y se sentó muy derecha. Volvió a escrutarlo y vio que él le devolvía una mirada cargada de hostilidad—. ¿Qué quiere de mi hermana?
En lugar de responder, él retiró una silla y se sentó como si aquella mesa fuera suya. Hizo una señal al camarero más cercano.
—Un whisky con hielo —pidió—. Y un... Tom Collins para la señora —añadió al ver el vaso alargado en la mano de Kagome.
—Muy bien —dijo el camarero educadamente y se marchó.
—Y retiro la última palabra de la frase anterior —dijo el hombre a Kagome cuando volvió a hablar—. Una señora no va por los restaurantes insinuándose de esa manera a un desconocido.
Los ojos de Kagome echaban chispas.
—Se equivoca, caballero —dijo con su mejor acento de Tokio—. Cuando yo me insinúo a un hombre, primero me quito la ropa.
Él alzó una ceja y recorrió con la mirada la franja de piel que aquel escote tan pronunciado dejaba a la vista.
—No me parece que eso vaya a darle demasiada ventaja —se limitó a responder él. Kagome siempre había sido consciente de sus medidas. Lo miró fijamente.
—¿Es siempre tan directo?
—El que juega con fuego, se quema —replicó. Sus ojos oscuros se clavaron en los de Kagome—. No me gustan las mujeres liberales que se visten como una tarta. Ni las que se emborrachan y se comportan como busconas.
—¡Cómo se atreve...! —empezó a decir ella. Era una frase trillada pero se había quedado sin palabras.
—Calla —ordenó él con tanta autoridad que nadie, ni siquiera una autora de novela rosa refunfuñona, se habría atrevido a desobedecer. Esperó hasta que el camarero dejó sobre la mesa las bebidas y la cuenta. Cuando se hubo alejado, levantó la cabeza, cubierta por una mata de pelo negro, y la miró.
—Tengo entendido que mi hermano quiere casarse con tu hermana. Por encima de mi cadáver.
Ella le echó una rápida ojeada.
—¿Eres el hermano mayor de Inuyasha? —preguntó educadamente—. ¿El que se dedica a hacer braguitas para señoras? —añadió con una sonrisa pícara. Si lo que esperaba era incomodarlo, no lo logró. Él se apoyó en el respaldo de su asiento y dio un sorbo a su whisky mientras la miraba fijamente sin parpadear.
—Fabricamos lencería muy sofisticada —replicó. Su mirada volvió a recaer en el escote de Kagome—. Nuestra colección de este año incluye un sujetador con un poco de relleno que te sentaría de maravilla.
El ginger-ale le salpicó la servilleta y algunas gotas cayeron sobre el mantel. Por primera vez en cinco años, Kagome se sonrojó.
—Tendrás que perdonar a la madre Naturaleza; no tuvo tiempo para los detalles, me hizo entre dos guerras —gruñó.
Él se encogió de hombros. Los tenía muy anchos, y ella se fijó por primera vez en lo elegante que era su traje y en cuánto lo favorecían el blanco de la camisa y el negro de la chaqueta. Iba hecho un pincel. Era muy guapo, no era muy joven pero tampoco demasiado mayor. Kagome le echaba unos cuarenta, tal vez un poco menos. Las arrugas de su rostro no eran producto de la edad sino de la tensión. Su aspecto era el de una apisonadora.
—¿Por qué no ha venido tu hermana? —preguntó fríamente. Kagome también se recostó en el respaldo de su silla y clavó en él su mirada.
—No me ha dado explicaciones. Me pidió que me encontrara aquí con ella a las siete y colgó. Estás tan informado como yo. Probablemente más —añadió con picardía—. Parece que cada mañana le dices a tu hermano cómo debe vestirse. ¿Le dices también con qué chicas debe salir?
Él inclinó la cabeza levemente hacia un lado y entrecerró los ojos.
—¿Quieres que hable con franqueza? —inquirió con calma—. Tu hermana encajaría en mi familia como un ratoncito en un congreso de gatos. Mi mundo y el de Inuyasha, es un círculo social en estado de guerra permanente por medios civilizados. Tu hermana, por lo que he podido ver, ni siquiera podría salir airosa de una simple pelea doméstica.
—Uy, no sé —replicó Kagome, pensativa—. De pequeña siempre era la encargada de placar cuando jugábamos al fútbol, y todavía sigue diciéndome lo que debo y no debo hacer.
—Sí, quizá te vendrían bien algunos consejos —contestó él. Seguía mirando fijamente el escote de Kagome con una despreocupación absoluta.
—Este vestido es de diseño —afirmó ella.
—Seguro que le queda mejor a quien lo ha diseñado.
—Es un hombre.
—Por eso.
Ella respiró hondo y sus ojos brillaron.
—Bueno, señor Amo de la Lencería, va a tener que perdonarme. Está bastante claro que Kikyo me ha traído aquí para que te conociera, y ahora que he tenido ese dudoso placer, me marcho a mi casa.
Hizo ademán de ponerse de pie pero una mano de hierro la agarró por la muñeca y la obligó a sentarse de nuevo. No sabría decir qué la impresionaba más, si aquel gesto inesperado o el estremecimiento de placer que le recorrió el brazo cuando él la tocó.
—Todavía no —dijo él en voz baja—. Mi hermano no va a casarse con tu hermana. Voy a encargarme de eso. Puedes estar segura.
—Nada me complacería más —replicó con énfasis—, porque tampoco yo deseo que mi familia se contamine.
—Cuidado, encanto. Puedo morder —la previno él.
—¿En el cuello? —preguntó Margie con una sonrisa malévola.
—Inuyasha y yo vamos a ir a Shisuoka a visitar a mi madre y nos quedaremos allí unas semanas —dijo pensativamente—. Espero que así las cosas entre ellos se enfríen un poco. Y creo que no existe el peligro de que tu hermana se presente por allí.
—¿Por qué? —quiso saber Kagome—. ¿Acaso porque crees que una simple secretaria con una cuenta corriente bajo mínimos no puede permitirse semejante dispendio?
—Algo parecido.
—Para tu información —anunció tranquilamente—, yo no tendría ningún problema en fletarle un avión para que vaya a Shisuoka, si eso es lo que quiere. Y lo haré gustosa. No es que Inuyasha me parezca el cuñado ideal, entiéndeme —añadió—, pero no me gusta que un ricachón estirado le diga a ningún miembro de mi familia lo que tiene que hacer.
Él le dirigió una mirada calculadora.
—¿Fijando los frentes de batalla? —preguntó con calma—. Nunca he perdido una pelea, señorita Higurashi.
—Mi apellido no es Higurashi —lo corrigió—, es Takagashi.
Él alzó una ceja y echó una ojeada a la mano izquierda de Kagome, desnuda, sin alianza matrimonial.
—Mi más sentido pésame a tu marido, aunque apostaría a que estáis separados —se rió al ver que ella se ruborizaba—. He dado en el clavo¿verdad? —se inclinó hacia delante y apoyó los codos en la mesa. Sus ojos eran amenazadores—. No permitiré que Inuyasha se case con tu hermana, independientemente de cuánto dinero pueda tener. Ese matrimonio no funcionaría y no quiero otro divorcio en la familia. Mi madre ya tiene bastantes preocupaciones.
Kagome se fijó en que él tampoco llevaba alianza de casado en la mano izquierda y sonrió.
—No me digas...¿tu mujer y tú estáis separados? —preguntó con falsa inocencia. Él endureció su expresión, si era que semejante cosa fuera posible.
—Ojalá no hubiera encargado a Inuyasha la dirección de nuestra delegación en Osaka —se limitó a responder y se puso de pie—, pero afortunadamente es un problema que tiene fácil solución. No se meta en esto, señora Takagashi. No permitiré ninguna intromisión.
—¿Y qué hará, señor Youkai¿Me estás amenazando con una azotaina, encanto? —preguntó al tiempo que esbozaba una sonrisa—. ¿Por qué no recoges tu atillo y te vuelves a tu querido Norte?
Él alzó una ceja.
—Si vas a recurrir a historias tan antiguas, será mejor que te recuerde que esa guerra la ganamos nosotros. Ciao —y se alejó sin pagar la cuenta.
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Hasta la próxima! Y por si no ha quedado claro...Este fic está basado en la historia Hielo y Fuego de Diana Palmer
Adios!
