Wolas! este fic esta basado en una historia de DIANA PALMER, una excelente escritora...com la historia me gustó mucho decidí hacer este fic, pero repito...la idea es de Hielo y Fuego, de Diana Palmer.

Los personajes le pertenecen a la genial Rumiko Takashi!

Dos

—Y además me dejó la cuenta y tuve que pagar yo —se quejó cuando Kikyo volvió a casa. Las dos hermanas vivían juntas en una casa de estilo victoriano—. Me puso verde, amenazó con haceros romper a Inuyasha y a ti..., pero ¿qué clase de persona es ese hombre?

—Sólo obedece sus propias leyes —Kikyo suspiró y se dejó caer en el sofá—. Ay, Kagome, yo tenía la esperanza de que si Inuyasha y yo no aparecíamos por allí, tal vez Sesshomaru y tú haríais buenas migas...

—¿Sesshomaru? —inquirió Kagome arquean­do las cejas.

—Es su nombre, aunque casi todo el mundo lo llama Sessh —dijo Kikyo con aire compungido—. Lo siento, de verdad. Mira, Inuyasha quiere que vaya con él a pasar un par de semanas en la casa que su familia tiene en la playa en Shisuoka, y a mí me en­cantaría. Así conoceré a su madre que vive allí, pero Sesshomaru no quiere ni oír ha­blar del asunto. Se opone totalmente a que nos casemos y yo pensaba que... —echó una mirada a Kagome e hizo una mueca—, pensaba que si te conocía, tal vez cambia­ra de idea. Tú eres capaz de conquistar a cualquiera cuando te lo propones. No se me había ocurrido pensar que ibas a ves­tirte como una buscona —añadió con pesar. Kagome ensayó un gesto afectado.

—Debo de estar convirtiéndome en muy buena actriz —sonrió—. Seguro que he con­vencido a tu futuro cuñado de que tengo mala reputación.

—¡Kagome! —se quejó Kikyo.

—¿Estás segura de querer casarte con Inuyasha? —preguntó Kagome verdaderamen­te preocupada—. Piensa que entonces vas a tener que lidiar con ese energúmeno para el resto de tu vida.

—No tendremos que ver a Sesshomaru muy a menudo —aseguró Kikyo—. Vive en Tokio te lo he dicho.

Kagome se alejó y se puso a juguetear con una figurilla que había sobre la repisa de la chimenea.

—¿Casado? —preguntó con naturalidad.

—Ya no. Su mujer se dedicaba a pasar el rato con cualquiera que llevara pantalo­nes. Se divorció y Inuyasha dice que ahora el único tipo de relación que mantiene con las mujeres es... en fin, mejor no hablar de ello.

—No puedo creer que una mujer esté tan desesperada como para acostarse con él —replicó Kagome con ojos centelleantes.

—Pues dicen que en Tokio es un hom­bre muy codiciado —respondió Kikyo pensa­tivamente, muy interesada en observar cuál era la reacción de su hermana ante esa información.

—Bueno, pues en Osaka no tendría tan­to éxito —refunfuñó Kagome—. Desde lue­go, conmigo no.

Kikyo meneó la cabeza y frunció el entre­cejo. Kagome se parecía a Sesshomaru Youkai en muchas cosas, pensó, aunque lo más probable era que no hubiera reparado en ello. Su hermana escondía sus senti­mientos, disfrazaba su personalidad ha­ciendo payasadas, pero las cosas le impor­taban más de lo que podía parecer. El día de la muerte de Kouga Takagashi en ese accidente aéreo, Kagome le había revelado lo infeliz que había sido su matrimonio y, desde entonces, no había querido saber nada de hombres. Para ella sólo contaban como amigos. No permitía que nadie se acercara a su corazón, no quería que la hi­rieran de nuevo.

Pero con Sesshomaru parecía que reaccionaba de un modo desacostumbrado. Nor­malmente Kagome no se mostraba hostil, pero cuando mencionaba el nombre del hermano de Inuyasha, los ojos de su hermana echaban chispas. Era la emoción más vio­lenta que había mostrado en los últimos cinco años.

—Sesshomaru es un hombre atractivo —mur­muró Kikyo.

—¿Ese pedazo de muro? —Kagome se ale­jó aún más—. No quiero ni hablar de él. Se bebe un whisky, me pide a mí una bebida que ni siquiera he tocado y encima se marcha y me deja a mí que pague. Tendría que haber sumergido la cuenta en un blo­que de cemento y habérselo mandado por correo urgente, pero a franquear en desti­no —los ojos verdes de Kagome centellea­ban—. Me pregunto cómo podría hacer­lo...

Kikyo no pudo reprimir una sonrisa. Kagome era incorregible. El timbre del teléfono irrumpió en la conversación. Kikyo se apresuró a contestar y sus ojos brillaron.

—Es Inuyasha —murmuró a Kagome, la cual asintió y salió de la habitación para que su hermana pudiera hablar con libertad.

Atravesó el gran vestíbulo y, de camino a su dormitorio, sus ojos repararon en el paragüero de madera que Kouga y ella ha­bían comprado al poco de casarse. Recor­daba perfectamente cómo lo habían en­contrado. Habían ido a echar un vistazo a una tienda de antigüedades, aunque él en­contraba inexplicable e irritante la afición de Kagome al pasado y había protestado por tener que ir hasta allí. Recordaba tam­bién el momento en que sus ojos se habían posado en aquella reliquia de madera ta­llada. Lo había comprado a pesar de que Kouga se oponía porque era caro. Ella ar­guyó que lo pagaría de su bolsillo. Su abuela, por el lado de los Mcpherson, le había dejado algo de dinero. Kouga salió de la tienda muy enojado y la dejó nego­ciar sola la compra. Por la noche, tuvieron una violenta pe­lea y luego él la violó. No era la primera vez. Estaba muy asustada, dolorida y con algunas heridas. A la mañana siguiente, Kouga se levantó y se preparó para tomar aquel último avión mientras ella lo obser­vaba con mirada atormentada. Vio cómo se marchaba con el corazón atenazado por un dolor indescriptible. Se preguntaba qué había ocurrido con su matrimonio y anhe­laba librarse de su marido.

Los recuerdos la hicieron estremecerse mientras contemplaba airadamente aquel paragüero. ¿Por qué lo había dejado allí, en una casa que no guardaba ningún rastro de Kouga, ni siquiera una foto? Quizá sub­conscientemente, se dijo, lo había dejado allí para mantener vivo el sentimiento de culpa que nunca había desaparecido del todo. Ella quería librarse de él y Kouga ha­bía muerto. En cierto modo se sentía res­ponsable del accidente, aunque por su­puesto no hubiera tenido nada que ver en todo aquello.

Se quedó con la vista clavada en ese objeto de coleccionista. Tal vez se lo diera a la señora Kaede, la vecina de al lado. Cuando entró en su dormitorio, decorado en azul y blanco, tenía una sonrisa en el rostro. La señora Kaede era un encanto, a pesar de su lado puritano y estricto. Desa­probaba fervientemente a su famosa veci­na y Kagome, por razones que nunca se ha­bía parado a analizar, alentaba su desaprobación. En realidad no era la per­sona desinhibida que sus lectores creían que era. Bajo la flamante apariencia se ocultaba una mujer vulnerable que pade­cía una dolorosa soledad. Pero su matri­monio le había enseñado una cosa: que no había que confiar en las apariencias. Nun­ca querría otro hombre dominante en su vida, y mientras pensaba aquello surgió en su mente la imagen de Sesshomaru Youkai. Se estremeció. Era como Kouga, pensó Kagome, arrogante, mandón..., el tipo de hombre que deseaba una mujer sumisa y obediente sin independencia ni ideas pro­pias. La asfixiaría...

La puerta del dormitorio se abrió de golpe justo cuando Kagome se estaba po­niendo el camisón de color verde menta. Se giró y sonrió a Kikyo, cuya cara traducía claramente la emoción que sentía. Su her­mana pequeña raramente se mostraba tan entusiasta. Era una chica tímida, gentil.

—¡Kagome, tenemos otra oportunidad! —dijo mirando a su hermana mayor con cautela.

—¿Tenemos? —repitió Kagome enarcando las cejas. Estiró el camisón a la altura de las caderas y dejó las manos allí—. Está bien, renacuajo¿en qué me has metido esta vez?

Kikyo se sentó en la cama. Se pasaba la mano por el cabello, corto.

—Kagome, tú me quieres¿verdad?

Kagome se derritió al oír su voz joven llena de nervios.

—Claro que sí, cielo, lo sabes muy bien —se apresuró a responder. Se sentó al lado de su hermana y la abrazó cariñosamente—. Eres lo único que tengo en el mundo. ¿Es que no sabes lo que significas para mí?

Kikyo se mordió el labio y le devolvió el abrazo.

—Espero que sepas que yo siento lo mis­mo por ti —murmuró—. Si no te hubiera tenido a ti, no sé cómo habría sobrevivido. Mamá, muerta; papá, alcoholizado y pro­vocando siempre escándalos; la abuela McPherson luchando para quedarse con nosotras... —levantó la vista—. La abuela fue muy buena con nosotras pero no era cariñosa. Sólo recuerdo haber recibido afecto y cariño de ti.

Kagome suspiro.

—Lo mismo digo.

—Nunca olvidaré cómo me trajiste con­tigo cuando la abuela murió a pesar de que kouga se oponía.

A ella nunca le había gustado Kouga, siempre la hacía sentirse como una intru­sa. No tenía dónde ir. Kagome era su única familia, no tenían parientes. Tampoco po­dían pagar un internado, era muy caro, así que Kagome había rogado e implorado has­ta que Kouga cedió y aceptó que Kikyo fuera a vivir con ellos. Pero nunca le gustó la si­tuación, y lo había expresado con cruel­dad en varias ocasiones.

Kikyo nunca se había inmiscuido en el matrimonio de Kagome y, ante los demás, ésta mostraba una cara muy convincente, pero a ella no la engañaba. Era imposible vivir con dos personas en la misma casa y no notar las tiranteces y los desacuerdos soterrados.

—No debería haberme casado con él —admitió Kagome al recordarlo—. Pero pa­recía tan diferente de cómo luego era en realidad... Nos casamos demasiado pron­to. Tres semanas no es tiempo suficiente para meditar una decisión tan importante.

Kikyo le tocó el hombro con suavidad.

—Estábamos casi en la indigencia, ya no nos quedaba nada del patrimonio de la abuela —recordó Kikyo tranquil­a­mente—. Se­guro que nuestra situación económica te influyó. Kouga parecía muy capaz de man­tenerte... Bueno, de mantenernos —entor­nó los párpados—. Yo creaba mucha ten­sión en tu vida matrimonial¿verdad?

—No —se apresuró a responder Kagome con vehemen­cia—. No, la tensión estuvo ahí desde el principio. Y además¿qué es­peraba, que te dejara en la calle? Eres mi hermana. Te quiero.

—Yo también te quiero —dijo Kikyo apo­yándose en el hombro de Kagome.

—Además, parecía realmente un buen hombre. No sabía que le gustaba tanto be­ber y salir todas las noches. Antes de que nos casáramos nunca vi que abusara de la bebida.

—Y tú preferías salir a dar caminatas por los bosques o reclamar medidas conserva­cionistas al gobierno de turno —Kikyo se rió—. Pero Kagome, no todos los hombres son como Kouga.

La expresión de Kagome era melancólica.

—¿Cómo puedes estar segura de un hombre antes de empezar a vivir con él? Ya no confío en mi propio juicio.

Los ojos de Kikyo mostraban una ligera preocupación mientras estudiaba a su her­mana. Pocas personas tenían la posibili­dad de ver así a Kagome, sin la máscara tras la que se ocultaba, mostrando sus in­seguridades. Le dolía mucho pensar que aquella angustia era el resultado de su fa­llido matrimonio. Como la mayoría de los enamorados, Kikyo quería que todo el mundo fuera tan feliz como lo era ella, pero no sabía cómo ayudar a su hermana.

—Nos hemos desviado del tema —mur­muró Kagome, otra vez con la sonrisa en la boca como por arte de magia—. ¿Por qué estabas tan emocionada¿es que hay al­guna posibilidad de que el monte Rush­more cambie de opinión?

Kikyo parpadeó.

—¿El monte Rushmore?

—Sesshomaru Youkai.

—Ah, sí, claro —había preocupación en sus ojos tras la conversación que habían mantenido, y vaciló—. Inuyasha ha reservado una mesa para cuatro en Louis Dane's para mañana por la noche.

Kagome se puso tensa y fue hacia las cortinas con la espalda tan tiesa como la de la abuela Mcpherson.

—¿Para cuatro?

Kikyoasintió.

—Tú, yo, Inuyasha...

—¿Y?

Kikyo tragó saliva.

—Sesshomaru Youkai.

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Wolas de nuevo...aqui os traigo el 2do capítulo! Que os ha parecido? Interesante? Bueno dejad reviews!