Wolas! este fic esta basado en una historia de DIANA PALMER, una excelente escritora...com la historia me gustó mucho decidí hacer este fic, pero repito...la idea es de Hielo y Fuego, de Diana Palmer.

Los personajes le pertenecen a la genial Rumiko Takashi!


Cinco

—¡Como si yo quisiera darle un beso! —farfulló Kagome mientras subía a su dor­mitorio, sin ver la cara divertida de Kikyo que la seguía escaleras arriba.

—¿Él quería? —preguntó su hermana. Kagome no respondió a la pregunta.

—Es un arrogante y un autoritario —dijo refunfuñando—. Y debo estar loca perdida para haber accedido a este viaje.

—Lo pasarás bien —fue la respuesta—. Y a mí me haces el mayor favor de tu vida.

Kagome se calmó y, al llegar a la puerta de su habitación, se giró para dedicarle a su hermana una sonrisa.

—Soy una blanda, y lo sabes —se rió—. Quizá encuentre la manera de evitar a la apisonadora si me pongo a ello. Me llevaré el ordenador, será un incentivo para que­darme en mi habitación y trabajar como loca para cumplir con la fecha límite.

Kikyo parecía sentirse culpable.

—No te importa que no digamos nada de tus novelas¿verdad? —preguntó insegu­ra—. No te pediría algo así si no hubiera una buena razón. Debo decirte que me siento tremendamente orgullosa de lo que has conseguido. Tienes talento, eres famo­sa... Lo que pasa es que Sesshomaru es tan, tan conservador que...

—No me importa... —dijo Kagome—. Será agradable que nadie sepa quién soy en re­alidad, para variar. Como cuando era re­portera, con mi cámara y mi libreta de no­tas. Ahora soy una cara en la solapa de mis libros. Mucha gente no se da cuenta de que, bajo el brillo de la fama, no hay nada más que una persona que se dedica a algo que le gusta. No soy nadie especial.

—Claro que eres especial —replicó Kikyo y la abrazó—. Muy, muy especial.

Kagome soltó una risita.

—Pues parece que Sesshomaru no piensa lo mismo —dijo secamente—. En el restauran­te, estaba a punto de mandarnos a Inuyasha y a mí castigados al servicio.

Kikyo también se rió.

—A Inuyasha también le gusta divertirse y le encanta escandalizar. Incluso a Sesshomaru.

—Hablando de convencionalismos —murmuró Kagome—, me parece que a lo mejor ese hermano mayor no es la persona estirada que aparenta. Me contó que la imagen conservadora forma parte de su estrategia para despistar a la gente.

—¿Y tú lo has creído?

La pregunta de su hermana menor turbó un poco a Kagome.

—Sí —respondió con calma—. Sesshomaru es... impre­decible. Esta noche he entendido lo que quiere decir ese refrán de «el que juega con fuego...».

—No le tendrás miedo¿verdad? —mur­muró Kikyo con tono divertido.

—¿Yo? —Kagome levantó la barbilla como una princesa y se echó el chal por encima del hombro con un gesto teatral—. Te comunico que era famosa en mi clase del instituto por mi capacidad para librar­me de los hombres. Cuando se trata de de­fenderme, no tengo rival. Con los puños, con las piernas, con... ¿Dónde vas?

—Buenas noches —respondió Kikyo mien­tras se dirigía a su habitación.

—¡Pero si estábamos llegando a lo más interesante! —protestó Kagome.

—Guárdalo para la novela que estás es­cribiendo, pienso leerla —prometió Kikyo y cerró su puerta a toda prisa. Kagome se giró y entró en su dormitorio con una sonrisa vanidosa.

Pero pasó mucho rato antes de que lo­grara quedarse dormida. Cuando por fin lo consiguió, Sesshomaru Youkai se le apare­ció en sueños. Se despertó sobresaltada y se sentó en la cama. Su respiración estaba alterada y el cuerpo le ardía. Le temblaban los labios como cuando él había juguetea­do con ellos. Tal vez tuviera el aspecto de un severo directivo pero sabía muy bien cómo portarse con una mujer. Kagome ha­bría apostado a que lo sabía casi todo en lo referente a las reacciones femeninas, y eso era inquietante. Ella podría resultar vulnerable ante un hombre tan masculino y arrollador, y no quería que nadie le saca­ra ventaja. Ya había notado que su pulso se disparaba en cuanto él la tocaba. Le es­pantaba la idea de que Sesshomaru tuviera po­der sobre ella.

Tendría que mantenerse a prudente dis­tancia de él durante su estancia en Shisuoka. Ésa era su única esperanza. No podía arriesgarse a verse envuelta en una rela­ción con otro Kouga. Le gustaba demasia­do ser libre.

El viernes por la mañana, Kagome se puso una blusa verde pálido y un traje de lino blanco muy clásico. Se echó a reír cuando Kikyo bajó con un sencillo vestido de playa de color verde menta.

—Me parece que me he arreglado dema­siado —gimió Kagome—. Y seguro que Inuyasha se presenta con pantalones cortos¿a que sí?

—No hablemos de Inuyasha —Kikyo sonrió—. Tú estás muy guapa.

—Tú también. Bueno, vamos a revisar otra vez que todas las puertas, ventanas y llaves de paso estén bien cerradas.

Las dos hermanas habían hecho los pre­parativos necesarios para ausentarse dos semanas. Habían cancelado las citas que Kagome tenía en su agenda, informado al jefe de Kikyo y pedido a la señora Kaede que vigilara la casa y recogiera el correo.

Revisaron que todo estaba en orden en el piso de arriba y, para cuando volvieron a bajar, un coche estaba estacionando de­lante de la casa. El corazón de Kagome em­pezó a latir a toda velocidad. Se echó ha­cia atrás el pelo con una mano que casi le temblaba de anticipación. Seguro que la causa de ese desacostumbrado nerviosis­mo era tener que viajar en avión, no la presencia de Sesshomaru, se dijo.

—¡Ya han llegado! —exclamó Kikyo y fue corriendo a la puerta. Kagome no recorda­ba cuándo su vida y la de su hermana me­nor habían estado tan llenas de entusias­mo y diversión. Cualquier sacrificio valía la pena con tal de ver a su hermana menor así de contenta.

Kikyo abrió la puerta y allí estaba Inuyasha, vestido con pantalón bermudas, una cami­sa de playa y zapatillas deportivas. Se in­clinó para darle a Kikyo un beso suave y lue­go levantó la cabeza hacia Kagome para saludarla.

—Ya sabía yo que voy demasiado arre­glada —suspiró ésta.

—Estás muy elegante —comentó Inuyasha observándola detenidamente. Ella fingió una pose como si fuera una modelo.

—¿Llamamos a Vogue y les decimos que pueden sacarme en portada?

Kikyo y Inuyasha soltaron unas risitas pero la súbita aparición de Sesshomaru en la puerta fue suficiente para acabar con la diver­sión. Parecía cansado y sin una pizca de humor. Llevaba un traje de safari que, en cualquier otro hombre, habría resultado pretencioso, pero Kagome ya se lo estaba imaginando rodeado por un halo de aven­tura: «el gran hombre blanco», el cazador con el rifle al hombro y una fila de portea­dores nativos tras él.

Mientras Inuyasha agarraba sus maletas y Kikyo y él se dirigían hacia el coche, Kagome no pudo contenerse.

—¿Es que vamos a pasar por Ciudad del Cabo o por alguna reserva africana? —pre­guntó a Sesshomaru. Él se quedó mirándola fijamente con los ojos cargados de una violenta emoción.

—Dentro de tres horas y cuando me haya tomado al menos cuatro cafés, a lo mejor me parece divertido —respondió—. Pero ahora mismo lo único que quiero es que nos marchemos.

—¡Vaya, encanto, pues que no se diga que estoy estorbando el paso a un hombre ocupado! —dijo arrastrando las palabras, y agarró su bolso.

Él no se movió como Kagome había es­perado que haría. Se chocó con su corpa­chón y lanzó un gemido de sorpresa. Sesshomaru la sujetó por los hombros y la miró a los ojos. Ella se ruborizó.

—Deja de actuar —ordenó él tranquila­mente—. Sé tú misma, al menos conmigo.

Kagome casi no podía respirar. Él la ha­cía sentirse rara, joven, nerviosa.

—No estoy actuando —consiguió respon­der temblorosamente. La agarró con más fuerza y ella se puso rígida involuntariamente.

—Eres como la porcelana —murmuró—. Tan bonita e igual de frágil. Vamos, pre­ciosa. Llevo toda la noche despierto ha­blando de fusiones y estoy hecho polvo. Vámonos.

—¿Estás seguro de que serás capaz de volar? —preguntó.

—No —admitió él para sorpresa de Kagome—. Por eso he llamado a mi piloto para que nos lleve a Shisuoka. Todavía tengo que hacer muchas llamadas y no puedo hablar por teléfono y pilotar al mismo tiempo.

Ella lo siguió fuera, casi tenía que co­rrer para mantenerse a su paso.

—Kikyo¿llevas mi ordenador?

La pregunta interrumpió la perezosa conversación de su hermana con Inuyasha.

—Sí, claro —Kikyo sonrió—. Está en el ma­letero con el resto del equipaje.

—¿Necesitas dar esa imagen de trabaja­dora incansable para impresionar a la gen­te? —preguntó Sesshomaru con una sonrisa provocadora.

—Ya te he dicho que siempre me gusta ir un poco por delante y tener escritos los ar­tículos de las semanas siguientes —levantó la vista mientras él le abría la puerta para que subiera al coche—. Y mira quién habla de trabajar demasiado. ¿Alguna vez te re­lajas?

—Sólo en la cama —admitió Sesshomaru. Ella se ruborizó y apartó la vista rápi­damente, consciente de cómo se le había disparado el pulso. Él dejó escapar una carcajada.

—Pero... qué mente tan retorcida tienes. Quiero decir que sólo me relajo cuando duermo.

Kagome no se dejó vencer.

—¡Hace un día precioso para viajar! —afirmó con convicción.


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