Wolas! este fic esta basado en una historia de DIANA PALMER, una excelente escritora...com la historia me gustó mucho decidí hacer este fic, pero repito...la idea es de Hielo y Fuego, de Diana Palmer.
Los personajes le pertenecen a la genial Rumiko Takashi!
Siete
Kagome sintió que se quedaba sin respiración momentáneamente y levantó la vista hacia los ojos oscuros y burlones de Sesshomaru.
—No quiero amantes —respondió fríamente.
—Eso lo dejas muy claro —dijo él imperturbable—. Pareces una mujer a la que nadie ha tocado hace años. Ni acariciado —murmuró. Se acercó a ella y le pasó el dorso de los dedos por el pómulo. Ella se apartó de un salto con los ojos como platos y los labios entreabiertos.
—¡No...! —le advirtió. Él alzó la cabeza y la estudió detenidamente. El humo del cigarrillo formaba una delgada pantalla de humo entre ellos.
—No te gusta que te toquen¿verdad? —preguntó—. Lo cual prueba mi teoría. ¿Cuánto tiempo hace que no te ha besado un hombre? Que no te ha besado de verdad, con pasión.
Kagome sentía que se asfixiaba.
—El sexo no lo es todo, señor Youkai —afirmó puntuando cada palabra.
—Hablas como una monja —alabó él con sorna.
—Los hombres sólo pensáis en eso —lo acusó—. ¿Qué importancia pueden tener para vosotros las necesidades de una mujer?
—¿Y qué sabes tú de lo que necesita una mujer? —la retó él, y dejó que sus ojos vagaran por el cuerpo de Kagome—. Dime una cosa, Takagashi. ¿Tu marido murió de verdad en un accidente de avión... o pereció de congelación en tu cama?
Ella levantó una mano sin pensar. Fue un gesto involuntario, una respuesta pasional, pero él fue más rápido. Le agarró la muñeca con mano de hierro y detuvo la mano de Kagome a apenas unos centímetros de su bronceada mejilla.
—Si vuelves a levantarme la mano, fierecilla, te tumbaré en el suelo y te daré unas clases de pasión que nunca has visto —le advirtió con voz pausada.
—¿Qué sabrás tú de pasión, si eres un adicto al trabajo? —replicó ella mientras trataba de librarse de la mano que atenazaba su muñeca. Tenía el pelo revuelto y las mejillas encendidas, estaba realmente guapa.
El se rió por lo bajo. Alargó el otro brazo para sujetarla y la pegó a su cuerpo. La retenía con una facilidad sorprendente, sin esfuerzo. Ella lo miró con ojos asustados y se revolvió con ímpetu. Su expresión revelaba la aprehensión que sentía.
—Maldito seas —balbució mientras intentaba darle patadas en las espinillas.
—Por fin —murmuró él—. La mujer real debajo de la máscara.
Ella le puso las manos en el pecho para empujarlo y sus palmas entraron en contacto con el vello rizado que lo cubría. Se quedó helada ante aquel contacto inusual. Siempre había evitado tocar a Kouga pero descubrió que a sus manos les gustaba el tacto de la piel de Sesshomaru y, precisamente por eso, las retiró como si se hubiera quemado.
Él la agarró por el pelo, una melena sedosa y abundante, y la obligó a levantar la cara y mirarlo. Sus ojos se habían oscurecido mientras ella se debatía hasta volverse un gris muy oscuro, y su mirada no era risueña. Sus labios estaban entreabiertos y las aletas de la nariz, dilatadas.
—Suéltame, Sesshomaru —susurró ella temblando.
—Estamos peleando, encanto —replicó con un voz profunda, ronca—. Y has perdido. ¿Nunca has oído quién se queda con el botín?
Estaba bajando la cabeza y ella tenía miedo, miedo de que la obligara a someterse.
—¡Por favor, no! —gritó y su cara se quedó blanca como el papel mientras veía sobre ella la cara de Kouga, insensible, dominada por el deseo sexual... De pronto Sesshomaru la alzó en brazos, la llevó al sofá y la tumbó encima. Sus ojos mostraban confusión y preocupación a la vez.
—¿Quieres un brandy? —preguntó. Ella meneó la cabeza a derecha e izquierda. Su respiración era agitada. Cerró los ojos con la esperanza de que él se marchara.
—¿Vas a contarme qué es lo que te pasa? —inquirió él concisamente—. Me acerco a ti y retrocedes; te toco y parece como si te hubiera arrancado la piel. Y ahora, hace un momento... Dios mío¿es que creías que iba a violarte?
Kagome no era capaz de mirarlo.
—No me gusta que me retengan contra mi voluntad —susurró—. No lo soporto.
—Ya me he dado cuenta.
—Entonces ¿por qué lo haces? —farfulló con la voz quebrada. Él respiró hondo.
—Tú hieres mi orgullo —explicó con voz calmada—. No me gusta que me digan que soy un adicto al trabajo sin sentimientos.
Ella se sentó y suspiro pesadamente.
—No se trata de ti —dijo con tono cansado—. No es por ti.
—Entonces ¿por qué es? —quería una explicación. Ella se rió con amargura.
—Deja de intentar tomar por asalto la ciudad¿de acuerdo, Atila? —le pidió—. Yo no me entrometo en tu vida¿a que no?
Él frunció el entrecejo.
—No, tengo que reconocerlo. Y eso también me irrita —murmuró al tiempo que se giraba para ver llegar a los demás y se olvidaba de la tensión que reinaba en el ambiente.
—¡Salvada! —susurró ella para irritarlo.
—Sólo por ahora —aseguró él.
Esa noche, cuando Kagome estaba a punto de subir a acostarse, Sesshomaru regresó de su reunión de negocios. Sin casi mirarla fue hasta la barra del bar que había junto al salón y se sirvió un brandy. Llevaba la camisa abierta hasta la cintura y la chaqueta blanca del traje colgada al hombro. Dejó ésta encima de la barra y se bebió el brandy de un trago. Tenía el pelo revuelto como si lo hubiera despeinado la brisa del mar, y los ojos rojos, cansados.
Kagome se alejó lentamente con la esperanza de salir de allí sin tener que hablar con él pero Sesshomaru se interpuso entre la puerta y ella con una sonrisa tan burlona que decidió sentarse en el sofá en lugar de intentar escapar.
—¿Qué es lo que tengo que siempre te entran ganas de salir corriendo? —preguntó él secamente. Se dejó caer en el sofá junto a ella y cruzó una pierna.
—No me gusta tu manera de abordar las cosas —le espetó, y se frotó los brazos como si tuviera frío.
—Dios mío¿qué manera de abordar las cosas? —dijo refunfuñando—. Antes querías pegarme¿ya no te acuerdas?
La cara de Kagome se quedó helada.
—¿Y tú ya no te acuerdas de lo que me has dicho?
—Pues no, no me acuerdo —admitió él—. No era nada importante —respiró hondo mientras ella bufaba en silencio—. Estoy cansado. A medida que me hago mayor, más me convenzo de que los ejecutivos de segundo nivel sólo existen para volverlo a uno loco.
—¿Has tenido que lidiar con alguno esta noche, puedo suponer? —preguntó y apretó las manos en el regazo. No podía salir corriendo. Él dejó escapar una carcajada breve.
—Ésa es una manera agradable de decirlo.
Los ojos de Kagome se posaron en la mano de Sesshomaru, la mano bien dibujada que sujetaba el cigarrillo. Tenía manos fuertes, pensó, muy masculinas. Sus ojos se elevaron de manera involuntaria hasta el pecho de Sesshomaru medio desnudo, y notó que un estremecimiento la recorría mientras recordaba la sensación de sentirlo bajo sus manos. No tenía intención de tocarlo, no deseaba hacerlo, pero aquel fugaz contacto con la piel cubierta de vello rizado había desencadenado sensaciones increíbles en ella. Avergonzada de sus propios pensamientos, volvió a bajar la vista a las manos de Sesshomaru mientras notaba que sus mejillas se ruborizaban.
—¿Mis manos te molestan? —preguntó él pausadamente—. Puedo guardarlas en los bolsillos...
Ella se aclaró la garganta.
—Estaba pensando una cosa —dijo entre dientes. Él terminó de fumar su cigarrillo y lo apagó en el cenicero más próximo.
—No bebes¿verdad? —preguntó con ánimo de relajar la conversación—. La noche que cenamos en Louis Dane's no tocaste tu copa, y nunca bebes vino en las comidas.
Ella levantó la vista hacia él.
—No me gusta el alcohol —admitió—. No sabes las cosas que te llamé la noche que nos conocimos cuando pediste para mí esa copa que, por supuesto, ni toqué y además me dejaste plantada con la cuenta.
Él se rió a gusto.
—Uno de estos días te compensaré.
Apoyó un brazo, largo y poderoso, en el respaldo del sofá y la estudió. Aquel gesto hizo que la camisa se le abriera todavía más, y Kagome tuvo que apartar la vista para no quedar hipnotizada por la visión de su torso desnudo tremendamente masculino.
—¿Por qué no bebes?
—No podría tragar esos jarabes —respondió ella.
—¿Es eso verdad¿O es que el alcohol está asociado a algún recuerdo desagradable en tu memoria?
Ella pensó en el alcoholismo de su padre y notó que se ponía pálida.
—Me gusta mucho tu madre —dijo para cambiar de tema—. Tiene mucha personalidad.
Él vaciló pero finalmente aceptó abandonar aquella conversación.
—A la fuerza —respondió al cabo de un minuto—. Mi padre era militar, coronel retirado. Participó en dos guerras. En tiempo de paz, se aburría, así que para divertirse intentaba reglamentar estrictamente las vidas de la gente que lo rodeaba.
—¿En especial la tuya? —tanteó ella. Él alzó una ceja.
—Muy perspicaz —se rió—. Sí, en especial la mía. Al menos hasta que superé mi necesidad adolescente de obtener su aprobación. Nuestras peleas eran legendarias y a él le encantaban. Hasta que murió.
Ella buscó con la mirada los ojos oscuros de Sesshomaru.
—¿E Inuyasha?
Sesshomaru se encogió de hombros.
—Inuyasha no se pelea con nadie y aún menos conmigo —añadió con aire desafiante.
—¿Eso es una advertencia?
—Tómatelo como quieras —encendió un cigarrillo sin ofrecerle a ella—. Inuyasha no tiene un carácter fuerte. Necesita una mujer lo bastante sofisticada como para mantener a los lobos a raya.
—¿Insinúas que es un débil que necesita una arpía como socia? —replicó—. Lo estás insultando y, además, no es verdad. Inuyasha puede ser alegre y divertido pero no es un blando. Algún día lo averiguarás tú mismo.
Él arqueó ambas cejas con gesto insolente.
—¿Te crees que vas a enseñarme a mí cómo es mi hermano?
—No pienses que lo conoces mejor que nadie —se apresuró a responder—. Nunca conocemos del todo a los demás. Todos tenemos una parte de nosotros que ni siquiera nuestra familia conoce.
—Entonces ¿cómo conoces tú esa parte oculta de la personalidad de Inuyasha?
—Cuando trabajaba en el periódico, aprendí a conocer a la gente —lo informó—. Inuyasha tiene una determinación de acero bajo su aparente afabilidad. Tú todavía no lo has descubierto porque hasta ahora no le negabas nada de lo que quería. Dile que no puede quedarse con Kikyo y verás lo que ocurre —lo retó.
Los ojos grises de Sesshomaru se entrecerraron amenazadoramente mientras el olvidado cigarrillo despedía volutas de humo que ascendían por el aire entre ambos.
—Cielo santo, tienes valor.
—¿Qué pasa, señor Youkai? —lo reprendió ella—¿no estás acostumbrado a que la gente te discuta?
—No —admitió.
—Bueno, tal vez asustes a tu junta directiva pero hace falta mucho más que un fabricante de ropa interior... ¡Ay!
Kagome se quedó boquiabierta cuando la mano de Sesshomaru surgió de repente, la agarró por la nuca y tiró de ella hasta que su cara estuvo debajo de la de él.
—Tú sigue provocándome... —dijo en voz muy baja—. Estoy cansado y no tengo humor y esta tarde ya me has sacado de mis casillas.
—Déjame —gritó ella al tiempo que ponía las manos en el pecho de Sesshomaru y lo empujaba, igual que había hecho antes. Y había perdido. Pero ahora se trataba de algo distinto. Tenía el pulso disparado pero no era de miedo.
Él cerró más la mano en torno a su cuello y la obligó a apoyar la mejilla en su hombro. No la tocó de ningún otro modo, sólo con esa mano implacable como el acero.
—Adelante, encanto, pelea —la miraba fijamente a los ojos mientras su cabeza descendía hacia Kagome—. Pero lo único que vas a conseguir retorciéndote contra mí es que me excite todavía más...
Ella se quedó sin aliento ante aquella insinuación y, cuando sus labios se separaron, él la besó.
Kagome sentía que su cuerpo se arqueaba mientras unos labios cálidos y firmes se abrían paso en su boca y los dientes de Sesshomaru mordisqueaban dulcemente los suyos. Aspiró el olor a tabaco y a brandy, la fragancia de una colonia cara, y sintió una emoción nueva y extraña que iba derritiendo el hielo en su interior. Sesshomaru era increíblemente fuerte. Seguía sujetándola por el cuello y su boca se mostraba deliberadamente ofensiva, movía la lengua de un modo que la hacía sonrojarse. Podría clavarle las uñas, arañarlo, pero no lo hizo. Tenía las manos recogidas contra su propio pecho. Gimió, abrió los ojos y se encontró a Sesshomaru mirándola con un brillo burlón y divertido en la mirada mientras su boca controlaba y dominaba la de ella.
Aquello era más serio de lo que se imaginaba. Con anterioridad, ningún hombre la había mirado a los ojos mientras la besaba y una oleada cálida recorrió su cuerpo. Eso la asustó más que la fuerza de Sesshomaru. De repente, apartó su boca y se escurrió hacia abajo para escapar de la mano que la sujetaba por el cuello. Fue un movimiento tan rápido que perdió el equilibrio y se cayó hacia atrás contra el brazo del sofá. Respiraba pesadamente y en sus ojos había miedo, desenfreno y emoción. Tenía los labios hinchados y su cuerpo temblaba. Miró a Sesshomaru como un animal acorralado.
Él la estudió con detenimiento. No tenía ni un pelo fuera de su sitio, estaba impecable, y se llevó el cigarrillo a los labios con dedos firmes.
—Ha sido repugnante —le reprochó ella. Sus ojos centelleaban y lo miraban acusadoramente. Una sombra cruzó por los ojos de Sesshomaru pero la expresión de éste no se alteró.
—Tú te lo has buscado, encanto —respondió con desenfado.
—Perdone usted —replicó ella mientras se esforzaba por recuperar el aliento—. Yo no encuentro placer en que me babeen.
Él frunció levemente el ceño.
—¿Así es como llamas a un beso, Takagashi, «babear»?
Ella se puso de pie y se alejó. Sentía debilidad en las rodillas y su mente daba vueltas confundida. ¿Cómo podía hacerle entender lo profundas que eran las cicatrices que le había dejado su matrimonio? Nunca lo entendería. Un machista como él..., imposible.
—Me voy a la cama —dijo con voz ahogada. Se humedeció los labios secos y encontró el sabor de Sesshomaru todavía en ellos.
—¿Te bates en retirada? —la provocó. Ella apoyó la mano en el pomo de la puerta. Así, furiosa, estaba muy guapa. Sus ojos refulgían como dos esmeraldas colombianas.
—Sólo Dios sabe de qué eres capaz —replicó. Sesshomaru se recostó en el sofá y la miró con descaro e insolencia.
—No albergues demasiadas esperanzas, encanto —murmuró—. Tengo que sacudirme a las mujeres, todas quieren entrar en mi dormitorio. Tendrías que guardar cola.
—Ni siquiera compraría entrada para semejante lugar —aseguró ella.
—Entonces estamos empatados —respondió Sesshomaru y dejó escapar una risa amarga—. Besarte a ti es como besar a un cadáver.
Ella se quedó sin respiración. Le había dolido; y mucho. Se giró y abrió la puerta.
—¡Kagome! —llamó Sesshomaru de pronto.
Ella se detuvo un instante pero no se dio la vuelta. Luego cerró de un portazo y no paro de correr hasta llegar a su habitación.
Wolas! Parece que la cosa ya se está animando jajaja...espero que os haya gustado y...ya sabeis...quejas, opiniones,...dejad reviews porfa!
