Arcadia Bay, OR

2:29 a.m

Dormitorios femeninos de la Academia Blackwell, habitación 222.

8 de octubre de 2013

Hacía ya cuatro noches que Kate Marsh, de dieciocho años, no podía reprimir un escalofrío de miedo cuando llegaba el momento de dormir. La angustia que se apoderaba de ella venía acompañada, además, de un profundo sentimiento de culpa. Educada desde niña en una familia de profundas creencias cristianas, había descubierto por las malas que ni sus oraciones ni las palabras de la Biblia podían atenuar las pesadillas, los recuerdos y la vergüenza que se agolpaban en su cabeza tras recostarse y cerrar los ojos en la oscuridad.

Hastiada, dejó su Biblia bajo la tenue luz de su lámpara de mesa y se llevó las manos a la cara mientras reprimía un sollozo, sentada con las piernas cruzadas en su cama.

"Creías que esta noche sería diferente, Marsh, so boba" se dijo a sí misma, intentando imitar mentalmente el tono de voz de su padre "Los que te hicieron… aquello ya no están aquí. Los han detenido a los dos. A Nathan y a Jefferson. Mataron a esa chica… Chloe, y por lo que se rumorea, tal vez a muchas más. Tú podrías haber sido la siguiente"

Lejos de animarse, Kate no pudo reprimir el siguiente pensamiento que la asaltó.

"Tal vez hubiese sido mejor así. Me drogaron. Me grabaron mientras me hacían hacer… oh Dios… mi madre, mi tía… no podré volver a mirar a los ojos a nadie en la comunidad…"

Una oleada repentina de rabia y de vergüenza le hizo olvidar por un momento todo lo demás. Por un segundo, el mundo se volvió rojo. Quería que sufrieran. Quería que pagaran por todo lo que habían hecho. Quería gritar. Apretando los dientes, hizo algo que jamás antes había hecho: lanzó la Biblia por los aires, se incorporó y lanzó un puñetazo contra la pared de su dormitorio.

Un agudo dolor en los nudillos le hizo darse cuenta, medio segundo más tarde, de que había sido una mala idea. Kate no pudo reprimir un chillido.

-¡AAAAUH! - gritó, llevándose el puño al pecho y frotándolo contra su otra mano - ¡AAAAH, duele!

La adrenalina se fue tan rápido como había venido. Kate, dolorida en su mano y en su orgullo, se sentó en el suelo frotando su mano derecha. Una extraña asociación de ideas le hizo pensar en su familia y se sorprendió a si misma esbozando una leve sonrisa.

"Aún recuerdo el domingo en que mi hermana tumbó a Jeremiah Olsen de un puñetazo. Nunca vi a mamá tan indignada con ella, aunque papá admitiera después en secreto que lo hubiera hecho él mismo si Ashley no se le hubiera adelantado. Ojalá hubiera prestado más atención a cómo cerraba el puño, ¿dónde aprendería eso? Auh, los dedos, picanpicanpican…"

Su vista fue a posarse sobre su Biblia, abierta sobre el suelo. Volviendo a ser ella, olvidó el dolor y se incorporó para recogerla, avergonzada de sí misma. Un pensamiento le sorprendió, saliendo en aquel momento desde sus tripas.

"Señor, si esto es una prueba y no un castigo, dame una señal. Sólo te pido eso, por favor dame una…"

Apenas pronunció en su cabeza esas palabras, alguien llamó suavemente a la puerta de su dormitorio.

-¿Kate? - preguntó una voz tímida en voz baja, al otro lado de la puerta. - ¿Estás despierta?

Kate reconoció la voz de inmediato. Dejando el libro tal como estaba en el suelo, se apresuró a abrir la puerta.

-¿Max?

Una chica de su edad apareció al otro lado de la puerta. Era Maxine, o como prefería que la llamaran, Max. Su habitación estaba a unos pocos metros de distancia en el mismo pasillo, pero las ojeras poco habituales en su pecosa cara delataban que ella tampoco había dormido; y su ropa de calle, que ni siquiera lo había intentado. Se rumoreaba que se encontraba escondida en el lavabo donde hacía unas horas Nathan Prescott había disparado a una ex alumna, de la cual había sido amiga de la infancia, y que había presenciado el disparo.

-Perdona – dijo Max- He oído un golpe y un grito, y me preguntaba…

-He decidido presentarme al próximo campeonato de Artes Marciales Mixtas – interrumpió Kate, antes de llevarse la mano a la boca, sorprendida –Oh Dios mío… ¿he dicho eso de verdad?

Max medio sonrió, llevándose automáticamente la mano a la nuca.

-Kate… debo de tener una cara horrible para que trates de animarme haciendo chistes. ¿Tú tampoco puedes dormir?

-Al menos yo llevo puesto el pijama. ¿Quieres pasar?

Max asintió con la cabeza y Kate se hizo a un lado mientras entraba, cerrando la puerta tras ella.

-Siento no poder ofrecerte un té- dijo Kate –No suelo esperar visitas a las dos de la mañana.

Max respiró hondo antes de girarse y levantar la vista hacia ella. Durante esa breve respiración, de apenas unos segundos, el tiempo se detuvo en su cabeza lo suficiente como para que toda la historia de su breve amistad con Kate pasara ante sus ojos.

Kate y Max hablaron por primera vez hacía aproximadamente un mes y pocos días, siendo ambas nuevas admisiones de la Academia Blackwell. Ambas congeniaron enseguida, pese a ser de orígenes y creencias distintas. Kate consideraba a Max básicamente como un "alma limpia", pese a su nulo interés por la religión o la espiritualidad, y hasta encontraba refrescantes sus puntos de vista. Por su parte, Max había superado cierto prejuicio inicial hacia su amiga, descubriendo que compartían el mismo gusto por la conversación, el arte y los pequeños placeres, al tiempo que Kate nunca intentó imponerle sus creencias.

En una de sus primeras conversaciones, Max confesó que era más o menos agnóstica y se atrevió a preguntarle, medio en broma, si iba a tratar de convertirla. Kate se limitó a sonreír de manera pícara e hizo algo completamente inesperado: dejando su taza de té encima de la mesa, de pronto, adoptó una pose y una voz masculina, con los brazos en jarras y los pulgares por dentro de su cinturón, y empezó a hablar con acento sureño y voz de Sheriff de carretera que mascaba un palillo:

"E'e asuntou está fuera de mi jurisdic'ión, 'eñora; e'o lo lleva… ¿cómou se llamaba el tipou…? ¿Jesús? Eso, Jesús… algo. Hippie, alto, con pelo largou. Seguro que es latinou, u'ted ya m'entiende, se toma todou sin prisa"

Ver a Kate en su recatado vestido blanco y gris, moviendo la cabeza adelante y atrás, mientras imitaba a un Chuck Norris de tres al cuarto haciendo muecas fue demasiado para Max. Aunque tímida por naturaleza, no pudo parar de reír ante semejante declaración de principios. Ya eran oficialmente amigas.

Desde aquel día, Max le pagó con la misma moneda y la confianza entre ellas había ido aumentando poco a poco. Pese a gustarse, cada una de ellas medía sus palabras con extremo cuidado por miedo a ofender a la otra. Nunca llegaron a tocar temas delicados como la política o el sexo. Ante este último, Kate se reveló en extremo conservadora promoviendo una campaña pro abstinencia en la Academia, mientras que Max prefería situarse en una posición ambigua. A su vez, Max sospechaba que Kate inició dicha campaña para reafirmarse ante la parte más fundamentalista e intransigente de su familia (su madre y su tía) más que por convicción personal. Hacía apenas unas semanas, Max comentó que Warren Graham daba señales de mostrarse interesado en ella. Kate, lejos de darle un discurso sobre las virtudes del amor sin sexo, le respondió de una manera que recordaba más al señor Miyagi que a un furibundo predicador del Medio Oeste:

"Yo soy la última persona a la que deberías pedir consejos románticos, Max. Pero recuerdo algo que me dijo mi padre antes de dejarme en Blackwell: si vas a morder la fruta prohibida, al menos asegúrate de que está madura"

Aquella fue su última conversación antes de que Kate empezara su personal descenso al infierno soportando incontables horas de acoso debido a la mala acogida que tuvo "su" campaña de abstinencia; Un descenso que podría terminar en su intento de suicidio en apenas doce horas; ahora Max se debatía entre correr el riesgo y esperar que los cambios en los acontecimientos de aquel día no empujasen a Kate hasta el límite, o bien intervenir de manera preventiva. Si bien había decidido interferir lo mínimo y no correr más riesgos, Max no había podido dejar de dar vueltas en su habitación hasta que escuchó el golpe y el grito de Kate.

En aquel momento, mirando a Kate frente a ella, intentando ser dulce y amable a las dos de la madrugada, con los ojos enrojecidos y la mano amoratada, Max supo que había tomado la decisión correcta.

"A la mierda con la prudencia" Pensó Max "No voy a dejar que hagas ninguna tontería"

-¿Estás bien, Kate?

-No. Definitivamente no - respondió Kate, con voz cansada - ¿Y tú, Max?

Max no pudo evitar un atisbo de sorpresa. Hasta ahora, en todas las líneas temporales en las que había intentado alejar de Kate los pensamientos suicidas, nunca nadie le había preguntado cómo estaba ella. Debía de tener un aspecto terrible, y no había hablado con nadie de lo de Chloe excepto con la policía. Y ahora, Kate, a doce horas de su posible suicidio, tras cuatro noches de insomnio, y un ataque de rabia, dejaba todo eso a un lado y le preguntaba cómo estaba.

-Ni de lejos- contestó Max - oye, ya sé que no somos tan íntimas y que no soy la persona más abierta del mundo, pero… ahora mismo, más que un té, lo que me haría falta es…

Kate, de alguna manera, leyó a Max como si sus pensamientos estuvieran en letras de neón y se fundió con ella en un abrazo. Sin decir palabra, Max hizo lo propio notando como los ojos de ambas se llenaban de lágrimas.

Durante unos minutos permanecieron así abrazadas. Ninguna de las dos había hablado aun abiertamente de sus razones para el llanto, ni parecía importarles. Kate sintió una calidez desconocida en ese abrazo, como si Max y ella hubiesen pasado juntas por mucho más de lo que habían sido sus charlas frente a dos tazas de té sobre los estudios, la familia, películas clásicas y la gestión sobre el crush adolescente que Warren Graham sentía por Max. Era como si, de una manera misteriosa, no necesitasen palabras. Y por alguna razón, estaba dispuesta a corresponderla de la forma que hiciese falta. Cuando ambas se sintieron mejor, se separaron con una sonrisa mientras se secaban los ojos.

-Vaya… gracias, Kate, necesitaba eso- dijo Max.

-Las dos lo necesitábamos- respondió Kate- ¿Quieres… ya sabes, que hablemos y sacarlo todo fuera? He oído que Chloe fue tu amiga de la infancia. Oh Dios Max, ha tenido que ser terrible…

-Chloe mencionó que te conoc… eh… perdona, quería decir… ¿os conocíais?

-Esta es una ciudad pequeña- respondió Kate, sentándose en la cama- Hace unas semanas el reverendo Zucker, de Meals On Wheels, y yo la recogimos en la carretera; se había quedado sin gasolina y le habían robado la cartera, nos dijo. Creo que mentía, pero tuve la sensación de que no era mala persona, así que convencí al reverendo para llevarla a la gasolinera y le prestamos unos dólares. Es difícil olvidar a una chica de pelo azul que da un poco de miedo, sobre todo cuando para despedirse gira la cabeza mientras te sonríe, te guiña el ojo como si fuera un galán de cine y te llama "angelito" de una manera súper dulce mientras le enseña el dedo al reverendo Zucker.

Max observó que Kate se ruborizaba al recordar aquello.

-Sí, esa es la Chloe que recuerdo. Kate, estoy deseando desahogarme contigo, pero…temo que si lo hago te asustes o me tomes por loca. Tu siempre me has respetado, y debo pedirte que no me hagas hablar de más… sólo escucha lo que tengo que decir, ¿de acuerdo?

-Si eso es lo que quieres, adelante – dijo Kate, intentando en vano poner su mejor sonrisa.

-Debo… debo irme de aquí, Kate- dijo Max, tocándose levemente la cara en un reflejo- Lejos de Blackwell, de Arcadia Bay, de todo. Después de la muerte de Chloe, no puedo mirar a ningún rincón de la ciudad sin esperar ver su cara. Me volveré loca… necesito distanciarme. Ya he hablado con mis padres. Me iré justo después de su funeral.

-Oh. Entiendo – Mintió Kate, con la boca pequeña.

-Pero antes, necesito que me prometas que…

¿Qué?

-Vale, perdóname si sueno como una idiota, pero… creo… sé… sé lo del video del Club Vortex. Sé lo de la sala oscura. Sé que te has guardado todo para ti, y sé que… que te vienen ideas suicidas a la cabeza de vez en cuando.

Las palabras de Max sacudieron a Kate como si hubiera recibido el mismo puñetazo que acababa de descerrajar contra la pared. Por un segundo estuvo a punto de negarlo, pero el calor del abrazo que todavía sentía la llevó a optar por sincerarse.

-¿Cómo… cómo lo has…?

-Bueno, esta mañana no he podido evitar fijarme en lo que dibujabas en tu cuaderno durante las clases, y…

-Max –interrumpió Kate, de manera suave pero incontestable – Ahora que hemos llorado una en el hombro de la otra, antes de que sigas, te contaré un secreto: bajo presión mientes fatal.

Max entendió que su amiga le tenía pillada la medida. Tras un breve suspiro, optó por una media verdad disfrazada de metáfora.

-Te he… visto, Kate- contestó Max, mirándola a los ojos - Te he visto lanzarte al vacío desde la azotea, mientras todos estos idiotas te sacaban fotos. Te he oído decirme que vives en una pesadilla de la cual sólo despertarás poniéndote a dormir. Y no quiero ser la responsable de más muertes, y menos de la tuya. No quiero, no… no puedo.

Kate, pese a su fama de beata santurrona encerrada en una burbuja de versículos y salmos, guardaba bajo el crucifijo una inteligencia notable y buen ojo para las personas. Aquella chica que, sentada a su lado, la miraba como si fuera la última vez no estaba perturbada ni deliraba; había descrito, con miedo palpable en la voz, la misma y exacta idea que, poco a poco, pero con una regularidad inquietante, le venía a la cabeza.

-Eso… es cierto, Max. He pensado esas mismas palabras demasiadas veces estos últimos dos días. No sé cómo lo sabes ni te lo voy a preguntar, pero…

-Todo eso se olvidará, Kate- dijo Max, cogiéndola de la mano – No sólo estarás en pecado mortal, sino que causarás un sufrimiento inimaginable a tu familia. Quiero que me prometas que, cada vez que te vengan esas ideas a la cabeza, pensarás en tus hermanas y recitarás Mateo 11:28. Sé que te darán fuerzas.

Incapaz de mover un músculo, Kate apenas tuvo tiempo de respirar durante una breve pausa. Sabía que el conocimiento de la Biblia por parte de Max era superficial, ¿y ahora le recordaba su versículo favorito? Max, por su parte, percibió que había tocado el punto exacto y siguió hablando, ahora sin apenas temblor en la voz:

-Ese vídeo ahora es una prueba. Y tú eres una superviviente. Necesitarán de tu testimonio para dar a Jefferson y a ese cabrón de Nathan Prescott todo lo que se merecen. No por venganza, sino por justicia. Por favor…

Kate sintió como las palabras de Max avivaban un fuego en su interior. Por toda respuesta, apretó con fuerza la mano de Max en la suya, mientras le devolvía una mirada que dejó a Max respirar tranquila. Aquella ya no era la mirada de la Kate suicida, sino la de una Kate que se aferraría a la vida con uñas y dientes.

-Te lo prometo – dijo Kate – Y no voy a hacerte ninguna pregunta más. Pero antes, deja que te de un regalo de despedida.

Kate se levantó, abrió uno de sus cajones y sacó una pulsera rosario plateada. Acto seguido, la colocó en la muñeca de Max.

-Ya sé que no eres creyente, pero cuando llueve todo el mundo se moja, decía mi padre, y tarde o temprano siempre llueve. Algún día puede que necesites una amiga y esto hará que te acuerdes de mí. Te prometo que, aunque pasen veinte años y me convierta en una vieja arrugada, y tu lleves tres divorcios y diez inyecciones de Botox, no intentaré juzgarte ni darte catequesis.

Max desvió la vista durante un segundo, tragando saliva. Debería irse, pensó, dar las gracias a Kate y apartarla de su vida definitivamente. Así podría empezar de cero y olvidar aquella semana. Intentó levantarse, pero algo más fuerte que ella la retuvo. Durante un momento, le pareció ver algo a través de la ventana de Kate.

-¡Oh! - Exclamó Max, mirando hacia la ventana.

-¿Qué ocurre? - Preguntó Kate, girando la cabeza.

-Me pareció… me pareció ver algo en la oscuridad a través de la ventana. Juraría que era grande, como un caballo… olvídalo, serán los reflejos de la luz o quizás mi tensión esté bajando de golpe.

-Yo he llegado a imaginarme ahí afuera murciélagos tan enormes como la calva de Wells- mintió Kate, sin dejar de sonreír – Bueno, ¿qué te parece? Te queda bien.

-Gracias Kate, es muy bonita- dijo Max, con un leve movimiento coqueto de su muñeca- La conservaré, te lo prometo.

Kate se sintió bien consigo misma por primera vez en muchos días. Se santiguó mentalmente y se dijo que no podía dejar ir a Max sin antes intentar una última cosa… algo que su madre y su tía le habían prohibido expresamente. Pero ya se preocuparía de eso más tarde. Con cuidado, puso su mano sobre el brazo de Max.

-Antes de irte, Max, me gustaría intentar ayudarte a aliviar la carga que llevas.

-Lo siento Kate, no… quiero hacerlo, pero no me saldrían las palabras. Tendrás que…

Max calló de golpe notando como Kate acercaba la cara a la suya mientras sus manos se apoyaban suavemente en sus mejillas y la miraba profundamente a los ojos. Nunca antes había sentido tan cerca el aliento de Kate, cuya boca estaba apenas a diez centímetros de la suya. Por un momento muy fugaz creyó que Kate iba a besarla y se sorprendió a si misma pensando en lo atractivos que eran sus labios al tiempo que cerraba los ojos instintivamente para recibir el beso… pero en el mismo momento en que Max cerró los ojos, Kate abrió los suyos de par en par, apartándose de ella y llevándose la mano a la boca en un reflejo.

-Dios mío, Max…

-¿Dis…culpa? – Preguntó Max, abriendo los ojos de golpe y ruborizándose hasta el cuero cabelludo, creyendo que Kate se había dado cuenta de su último pensamiento.

Una sola mirada bastó para que Max se tranquilizara. Era evidente que a Kate ni se le había pasado la idea por la cabeza darle un beso. Más bien la miraba como si hubiera visto un espíritu mientras se dirigía a ella con voz temblorosa.

-Mi padre me dijo… que el diablo prefería habitar la lengua de las personas, pero la verdad siempre se encuentra en sus ojos, si se sabe buscar. ¿Sabes? Se equivocaba. Las personas de ojos más brillantes pueden ocultar un alma muy oscura. Muy, MUY oscura. Pero los tuyos… tus ojos no son los mismos que esta mañana. Son los ojos de alguien que ha contemplado de cerca el dolor y la muerte… veo muchos ojos así repartiendo comidas a los sin techo. No puedes haber cambiado tanto en tan poco tiempo, a no ser…

-Kate, no sé qué dec…

Kate, sobresaltada, se levantó de un respingo, y preguntó con excitación contenida:

-Max, ¿has tenido una revelación?

-¿Qué? – preguntó Max, confundida.

-¡Por eso me miras como si hubieras visto a Lázaro resucitado! ¡Me viste saltar de verdad, no era una metáfora! ¿Verdad?

-Yo… - Max apartó la vista, evitando responder. Pero para Kate, aquel lenguaje corporal era igual de explícito que una confesión firmada.

-¡Dios mío! - exclamó Kate, llevándose una mano a la boca - ¡Has visto el futuro, no te lo has imaginado! ¡Y al principio "sabe dulce como la miel, pero después la verdad te amarga las entrañas", como dice el Libro de Lucas!

El paralelismo de la "revelación divina" de la teoría de Kate con sus viajes en el tiempo hicieron que Max no supiese reaccionar ante la interpretación de su amiga. Ésta continuó:

-Escucha Max, todo por lo que has pasado tiene un propósito. Tal vez ahora no lo entiendas, pero sabrás interpretar las señales a su debido momento, ya lo verás. Si ahora sientes que no es el momento, date tiempo. Sé que los agnósticos no creéis en que haya manera de demostrar con pruebas materiales este tipo de cosas, pero…

-Kate, basta. Escucha. No sé si lo que me ha pasado tiene un propósito o si Dios juega a los dados con el Universo, pero no me hacen falta pruebas. Aunque de todos modos nadie me creería. Nadie excepto… ¡espera!

De repente, Max recordó que llevaba encima su diario. En él había dejado todas las fotografías que había tomado en las diversas líneas temporales que había alterado, incluida una muy especial.

-¿Max? - dijo Kate - No sé de qué estás hablando, pero no te precipit…

Pero Max ya no la escuchaba. Abrió el diario que llevaba en su bolsa y encontró la fotografía que buscaba, poniéndola frente a los ojos de Kate. Ésta no pudo menos que abrir la boca en un gesto de incredulidad. La propia Kate aparecía en la fotografía, sonriente, posando con su nueva chaqueta negra.

-¿Soy yo? ¿Es una foto mía? ¡He estrenado la chaqueta esta misma mañana! Y por la luz y el ángulo de la ventana…- dijo, entornando los ojos- ¿La has hecho en clase de Jefferson?

-Justo después- respondió Max -Cinco minutos antes del asesinato de Chloe.

-Pero… ¡no me has hecho ninguna foto esta mañana! ¡Ni recuerdo haber sonreído en semanas!

-Lo hiciste. En otra línea temporal. No he visto el futuro, Kate… he estado en él y he vuelto. Varias veces. Podía llevarme conmigo objetos de una línea temporal a otra, incluída esta foto. Y por alguna razón no cambian, al menos no lo han hecho hasta ahora.

-¿Puedes hacer eso?

Max dejó escapar un suspiro. Para su sorpresa, más de alivio que de nostalgia.

-No, ya no. Creo que todo empezó con una fotografía que tomé, pero en esta línea temporal no la he recogido del suelo. Me daba miedo.

-¿Qué… qué me dijiste para que sonriera?

-Que pasara lo que pasara, tendrías a gente a tu lado- contestó Max, recordando su encuentro -Incluida yo.

-Te creo- dijo Kate, mirando su fotografía - Esa es exactamente la cara que hubiera puesto si me hubieras dicho eso.

-Pero ahora… no puedo quedarme, Kate. Yo... he visto demasiadas cosas.

Kate escuchaba con toda su alma, pero Max, tras empezar a recordar, enmudeció de repente. Incapaz de seguir hablando, parecía perdida en sí misma, con la mirada perdida en el vacío. Kate recordó la misma mirada perdida en un anciano sin techo de Meals On Wheels, al que le ocurrió lo mismo mientras explicaba historias sobre su hijo muerto en Oriente Medio. De repente, le vino a la cabeza que Warren había comentado que a Max le gustaba la ciencia ficción. Tal vez eso sirviera para traerla de vuelta sin sobresaltarla.

-"Yo he visto cosas… que vosotros jamás creeríais" – susurró Kate a la oreja de Max- "Atacar naves en llamas más allá de Orión..."

Max sacudió levemente la cabeza, volviendo en sí.

-¡Oh! ¿Me he quedado en blanco? Perdona… - se apresuró a decir Max- ¿Acabas de citar Blade Runner?

-Te asombrarías de la cantidad de referencias religiosas que hay en esa película- contestó Kate, sonriendo –Y entre nosotras… Harrison Ford estaba para mojar croissants.

-¡Kate!

-Soy cristiana, no ciega. Aunque decida no comerme un pastel sigo distinguiendo la buena pinta que tiene… ah, y también distingo cuando una chica guapa me- insinúa- un- beso aun sabiendo que no caeré en la tentación- añadió tocando levemente los labios de Max con la yema de su dedo índice y remarcando las últimas palabras, sabiendo el efecto que eso tendría en su amiga.

Max, pillada, se sonrojó como un tomate (Kate encontró la reacción de su amiga muy mona, aunque no lo admitiría jamás) Pero la estratagema de ésta para quitar tensión al ambiente había funcionado y las palabras empezaron a brotar de Max como un géiser que hubiera estado esperando demasiado tiempo para estallar: sin guardarse un detalle, relató a Kate toda su historia, desde la aparición de la mariposa hasta el dilema en el cual o bien debía hacerse responsable de la muerte de su mejor amiga, o bien condenar a toda una ciudad a la misma suerte, pasando por toda suerte de líneas temporales alternativas. Kate escuchaba y memorizaba cada maldita sílaba mientras contenía la emoción que le causaba ver a su amiga recordar todo aquello con lágrimas que iban y venían, apretando los puños de impotencia.

Tras finalizar el relato, siguió un rato de silencio que ninguna de las dos encontró incómodo. Kate intentó calmar sus latidos acompasando su respiración y notó que Max se encontraba algo menos tensa.

-Vaya- fue lo único que se le ocurrió.

-Vaya- respondió Max, tomando aire profundamente por la boca- Siento como si me hubiera quitado un autobús de encima. Qué alivio.

-Max, debes tomar una decisión. O pasas el resto de tu vida buscando una explicación y un sentido a todo lo que acabas de decir, o…

-¿O?

-O simplemente asumimos como resumen que nuestras vidas son un regalo, nos vamos a dormir y nos centramos en seguir positivamente con ellas a partir de mañana sabiendo que siempre tendremos alguien a quien llamar. Ah, y una cosa más: no podría importarme menos que seas bisexual, pero si te acuestas con Warren como despedida… no me lo cuentes. Nun-ca.

-¡KATE! – exclamó Max, riendo y dejando caer accidentalmente la fotografía al suelo- ¿Desde cuándo tienes ese lado pícaro?

-Por parte de padre. Es presbiteriano progresista- contestó Kate, recogiendo por reflejo su propia fotografía del suelo- En cambio mi madre…

Kate dejó de hablar en seco, al observar que un aura azul y blanca surgía de la fotografía y empezaba a dar vueltas sobre su brazo.

-¿Max? ¡MAX! - Chilló asustada, agitando el brazo.

-¡KATE! – gritó Max mientras agarraba el otro extremo de la fotografía, intentando arrancarla de la mano de Kate sin éxito- ¡Suéltala! ¡Suéltala, Kate!

-¡NO PUEDO! ¡Está pegada a mis dedos! ¡OHDIOSMAX!

-¡Soy una imbécil! - dijo Max, agarrando la fotografía con ambas manos y tirando de ella con todas sus fuerzas - ¡La fotografía y tú no podéis estar juntas! ¡Es una paradoja espacio-temporal! ¡Intenta soltarte, Kate!

-¡Max, mi brazo! ¡NO NOTO EL BRAZO! ¡SUÉLTAME MAX! – suplicó Kate, cerrando los ojos y empezando a rezar - ¡Padrenuestroqueestásenelcielosantificadoseatunom…!

-¡NO PIENSO SOLTART…!

Antes de que Max hubiese acabado la frase, una luz azul las envolvió a ambas.

Kate abrió los ojos un segundo después, sintiendo como si la hubieran vuelto del revés unas cien veces tras haberla planchado otras tantas, sólo para notar como un pedazo de papel arrugado la golpeaba en la cabeza. Instintivamente se llevó la mano al rostro, vislumbrando tras sus dedos a Jefferson, recostado en su mesa de profesor, lanzando al aire una pregunta sobre fotografía. Apartando su mano, se olvidó de respirar mientras veía que, de alguna manera, había retrocedido en el tiempo hasta su clase de la mañana anterior, exactamente como en la historia de… ¡Max!

Reprimiendo un grito de angustia, giró su cabeza hacia Max, la cual estaba sentada en su pupitre habitual y parecía también haber acabado de despertar de una pesadilla. No cabía duda: la fotografía la había transportado en el espacio y el tiempo, Jefferson aún no estaba detenido, y Nathan Prescott iba a matar a Chloe Price dentro de exactamente diecisiete minutos.

"Señor, sólo te pedí una señal…" Empezó a rezar Kate, sin llegar a terminar. De repente notó cómo el ceño se le fruncía mientras le venían a la cabeza los Proverbios 3:28 "No digas a tu prójimo mañana te daré, cuando tienes en el momento como ayudarle. A la porra mi imagen ante la comunidad y ante mi familia entera si hace falta. No puedo dejar a Max sola en esto ahora"

Kate se fijó en la muñeca de Max. Aún llevaba puesta su pulsera plateada, así que se trataba de la misma Max que se había sincerado con ella en otra línea temporal. No estaba claro por qué Kate no había conservado su ropa en el viaje, pero dio gracias de no verse en pijama delante de la clase. Sus miradas se cruzaron un par de veces y Kate notó que Max intentaba adivinar si aún era la misma con la que había viajado en el tiempo.

"Tal vez sólo sea mi conciencia lo que ha viajado en el tiempo" Pensó, mientras guiñaba con disimulo un ojo a Max, imitando el estilo chulesco de Chloe "Pero ahora somos dos"

Max le devolvió el guiño mientras notaba que su móvil vibraba encima del pupitre. Kate estaba texteándole con disimulo. Podían comunicarse. Bien.

El siguiente asalto prometía ser interesante.