Wolas! este fic esta basado en una historia de DIANA PALMER, una excelente escritora...com la historia me gustó mucho decidí hacer este fic, pero repito...la idea es de Hielo y Fuego, de Diana Palmer.
Los personajes le pertenecen a la genial Rumiko Takashi!
Nueve
Kagome había albergado la esperanza de quedarse en su habitación esa noche y evitarse así tanto la cena con los invitados como tener que ver de nuevo a Sesshomaru. No quería volver a enfrentarse a él hasta no tener claro cuáles eran sus sentimientos pero Izaioy no quiso ni oír hablar de semejante idea.
—No vas a esconderte en tu habitación, de eso puedes estar segura —afirmó con convencimiento, y de pronto su reducida figura pareció agrandarse.
—No me estoy escondiendo —aseguró Kagome—. Es como si esta noche me quedara hibernando con el fin de recuperar fuerzas para mañana.
—No —se negó Izaioy con firmeza—. Y espero que te pongas el vestido más sugerente que tengas —añadió con una sonrisa—. Yo haré lo propio. Así aprenderá.
Kagome se echó a reír.
—Será una suegra fantástica...
—Y me imagino que no te importaría presentarte como candidata al puesto de nuera... —tanteó Izaioy esperanzada.
—Con quien quiere casarse Inuyasha es con Kikyo, no conmigo.
—Sabes muy bien que no me estoy refiriendo a Inuyasha —ladeó la cabeza del mismo modo como lo hacía su hijo mayor—. A Sesshomaru le gustas, lo sabes. No lo puede ocultar.
Kagome entornó los párpados.
—No quiero una relación de ese tipo. Me da miedo.
—A él también —replicó Izaioy y sonrió al ver la expresión de incredulidad de Kagome—. Es cierto. Kagura lo amargó. Siempre se asegura de que sus amigas sean mujeres muy sofisticadas y liberales y que su idea del compromiso sea una habitación de hotel para pasar una noche —añadió con picardía.
—Eso es todo lo que quiere de mí también —dijo Kagome en voz baja.
—¿Estás segura? —inquirió Izaioy—. Podrías llevarte una sorpresa, cariño. Ahora date prisa y arréglate. Y no lo olvides...¡ponte algo provocativo!
Pero Kagome no había metido en la maleta nada que fuera ni medianamente provocativo, así que, en consonancia con su estado de animo, eligió un vestido de estilo victoriano con escote alto, cerrado con un lazo, y volantes en la pechera y también en el dobladillo de la falda, que era larga y con mucho vuelo. Se puso unos zapatos de tacón alto abotinados, se recogió el pelo en un moño alto y casi no se maquilló. Con aquel vestido, su delgada figura adquiría una delicadeza a la antigua usanza, muy elegante. Además, esa noche no estaba de humor para fiestas y quería que su aspecto fuera acorde con su humor.
Bajó y se encontró a Izaioy y a Kikyo de pie junto al arranque de la escalera.
—¿Qué te parece, es lo bastante sugerente? —preguntó la madre de Sesshomaru, y se movió un poco para mostrar su vestido de color ciruela, de terciopelo y muy escotado. Entonces reparó en cómo iba vestida Kagome.
—Deja ver el tobillo —dijo ésta a modo de explicación—. En su época, a principios del siglo veinte, era muy provocativo.
Izaioy se rió.
—Lo creo.
Kagome observó a Kikyo. Estaba preciosa con su vestido de seda amarillo pálido que se ceñía a las curvas suaves de cuerpo.
—Pareces una rosa del árbol de té —dijo a su hermana pequeña.
—¿A que sí? —Izaioy acababa de decirle exactamente lo mismo—. Tienes mucho gusto vistiendo. Uno de estos días, esa habilidad puede llegar a ser importante.
Kikyo se ruborizó y sonrió.
—He pensado que inuyasha podía sentirse incómodo si me ponía algo llamativo.
—¿Cómo? —preguntó Inuyasha que se acercaba a ellas en ese instante, muy elegante y trajeado—. ¿Yo incómodo¡Ni hablar!
Kikyo se rió y corrió a su encuentro.
—¿Estoy bien? —preguntó. Quería que él le diera su aprobación.
—Estás para comerte —murmuró y se inclinó hacia delante para darle un beso en la frente.
—¿Podríais reservar eso para cuando estéis en vuestro dormitorio? —refunfuñó Sesshomaru mientras se unía a ellos. Lanzó a su hermano menor una mirada intimidadora—. No puedo andar por esta casa sin encontrarme con vosotros dos haciendo arrumacos por los pasillos.
—Si te molesta, no mires, hermanito —respondió Inuyasha en una repentina e inusual muestra de carácter. Luego sonrió fríamente—. Y para tu información, Kikyo y yo no compartimos habitación. Tendremos tiempo de sobra para eso... cuando nos casemos.
—¿Sin mi aprobación? —fue la contestación insolente de Sesshomaru.
Inuyasha se puso muy tieso y abrazó con fuerza a Kikyo.
—Si es necesario, sí. Mírame bien, Sessh. Me he hecho mayor, ya no soy el chico de instituto deslumbrado por tu machismo. Y lo creas o no, soy muy capaz de mantenerme y de mantener a Kikyo.
—¿Y dónde vas a trabajar, si se puede saber? —quiso saber Sesshomaru. Inuyasha cambió de postura.
—Pues en la fábrica, claro.
—Piénsalo otra vez —contestó Sesshomaru con una mirada triunfal—. Si te casas sin mi aprobación, tendrás que empezar desde abajo y sin un centavo.
—¡Sesshomaru...! —comenzó a decir Izaioy.
—El testamento dice muy claramente que el control absoluto de tu parte de la herencia me corresponde a mí... hasta que cumplas treinta años —añadió Sesshomaru y se llevó una mano al bolsillo para sacar la pitillera—. Y no pensarás cuestionar mi autoridad para contratar y despedir a quien yo quiera... Así que no te pases de listo conmigo porque eso no te conducirá a ninguna parte.
—Si nos perdonáis —se limitó a decir Inuyasha a Izaioy y a Kagome—, me parece que vamos a cenar en la ciudad.
kikyo parecía a punto de echarse a llorar y el corazón de Kagome estaba deshecho. ¡Dichoso Sesshomaru! Mientras lo pensaba, le decía con la mirada bien a las claras, lo que pensaba de él. Pero Sesshomaru no se inmutó.
—Siento que tengamos invitados esta noche —dijo Izaioy y dirigió a su hijo mayor una sonrisa fría aunque su mirada ardía de indignación—. Me encantaría discutir contigo lo que acabas de decir, hijo mío.
Sesshomaru sonrió regocijado al notar la furia contenida de su madre.
—No lo dudo. Pero por mucho que me presionéis inuyasha y tú, no pienso ceder ni un milímetro hasta que no esté convencido de que mi hermanito no se está equivocando.
—¿Piensas pasarte el resto de tus días diciéndole con qué mujeres debe salir, qué cubierto tiene que usar, qué programas puede ver en la tele...? —intervino Kagome.
—Esto no es asunto tuyo —se limitó a responder él.
—Kikyo es mi hermana; claro que es asunto mío —lo miró fijamente—. Ya ha sufrido bastante en su vida sin necesidad de que alguien tan protector y envarado como tú le complique las cosas.
Sesshomaru la miró como si quisiera morderla. Izaioy estaba a punto de abrir la boca para hablar cuando sonó el timbre de la puerta.
—Aquí están tus invitados —se apresuró a decir—. El mayordomo los hará pasar al salón pero ¿no deberíamos ir a recibirlos?
Sesshomaru todavía estaba mirando fijamente a Kagome.
—Luego —dijo amenazadoramente—, tú y yo vamos a tener unas palabras.
—¡Lo estoy deseando! —respondió Kagome puntuando cada palabra y le lanzó una sonrisa llena de dulzura. Sesshomaru dio media vuelta y se dirigió enfadado, a grandes zancadas, hacia la puerta de entrada mientras Izaioy dejaba escapar un suspiro de alivio y animaba a Kagome a seguirla. En el umbral había dos hombres, uno alto y serio y otro bajo y gordo con la cara congestionada. Sesshomaru los hizo pasar al salón y lanzó una mirada de advertencia a Kagome mientras le presentaba a Bob Long y Harry Neal.
Al cabo de unos momentos, Kagome se encontró en una esquina del salón con Bob Long mientras los demás discutían sobre la política económica del gobierno.
—¿Le interesa la política? —preguntó Kagome educadamente. Él negó con la cabeza, parecía irritado.
—Lo mío es la gestión del agua y las medidas de ahorro en distribución y consumo —miró a Kagome—, pero no puedo esperar que le interese hablar de semejante asunto.
Aquella actitud tan prepotente la ofendió un poco pero a pesar de todo sonrió.
—Al contrario, es un tema que me apasiona también a mí. Soy de una ciudad pequeña cerca de Osaka. Gastamos dos millones de galones al día y recibimos el agua de un afluente del río Kizu. La ciudad que se encuentra más cerca de la nuestra tiene una fábrica que utiliza ella sola, un millón de galones de agua al día; por no hablar del consumo individual que asciende a tres millones de galones.
Bob Long se quedó mirándola fijamente, como si temiera haber oído mal.
—¿Y se abastece del mismo afluente?
—En parte —respondió Kagome—. Pero el año pasado, con la sequía, la ciudad tuvo que excavar tres nuevos pozos para cubrir las necesidades de agua y ahora están examinando si es factible construir un planta depuradora para todo el condado.
—Lo mismo nos pasó a nosotros —dijo él y procedió a contarle los detalles del problema y las medidas que habían tomado las autoridades para solucionarlo.
Cuando Sesshomaru los interrumpió estaban charlando animadamente sobre las nuevas leyes que regulaban el consumo de agua por municipio.
—Siento interrumpir, Bob —murmuró y lanzó una mirada severa a Kagome—, pero Harry y yo necesitamos que nos aclares algunas cosas de la oferta de fusión.
—Fusión... —Bob Long parpadeó—. Ah, sí, la fusión —se giró y le ofreció la mano a Kagome—. No recuerdo cuando fue la última vez que disfruté tanto con una conversación. Tenemos que seguir hablando.
Sesshomaru parecía confuso, la miraba de una forma rara, y se alejó con su invitado. Inuyasha y Kikyo acababan de unirse al grupo. Inuyasha parecía dispuesto para el combate y la propia kikyo tenía el aspecto de estar preparada para participar también ella en la refriega si era necesario. Ni siquiera la mirada hostil de Sesshomaru cuando entraron en la sala logró incomodar a ninguno de ellos.
—Vaya, vaya —bromeó Kagome—. ¿Habéis cambiado de idea?
—Pues sí —Inuyasha sonrió—. En la universidad hice un curso de artes marciales. He salido fuera, he mirado el coche y me he dicho que uno sólo huye cuando todas las apuestas están en su contra.
—Lo mismo digo —intervino Kikyo con una rara muestra de carácter—. Quizá no le guste a Sesshomaru pero va a tener que aceptarme antes o después.
Kagome les sonrió.
—Bien dicho. Os ayudaré en todo lo que pueda, incluso me ofrezco a manteneros si es necesario hasta que encontréis la forma de salir adelante.
Inuyasha le lanzó una cálida sonrisa.
—Nunca lo permitiría —dijo—, pero tu apoyo significa mucho para nosotros. Gracias.
—¿Para qué sirven si no las cuñadas? —Kagome se encogió de hombros teatralmente.
—Por cierto —continuó Inuyasha—¿cómo has conseguido que el viejo Long te sonría? Eso me ha parecido ver cuando entrábamos... Odia a la gente, siempre se queda en un rincón con su vaso en la mano hasta que llega el momento de hablar de negocios y entonces, por sistema, se muestra en desacuerdo con cualquier cosa que se diga.
—¿Long? Ese nombre me suena —murmuró Kikyo pensativa.
—Seguramente. Llevo semanas quejándome de él —miró a Kagome—. Sesshomaru está intentando convencer a Long para que su fábrica de punto se una a nuestra firma. Long no cede. Han tenido reuniones y reuniones y más reuniones, y Sesshomaru está obligado a llevar en persona las negociaciones, pero hasta ahora ha tenido que tratar el tema con todos los cargos intermedios de la empresa de Long. Ésta es la primera vez que accede a acudir en persona.
—Me siento halagada —murmuró Kagome con una sonrisa.
En la mesa, no le sorprendió que la sentaran junto a Bob Long. Resultó que éste había formado parte de la comisión de planificación de gestión del agua y conocía todos los entresijos. No dejaron de hablar durante toda la cena. De hecho, Bob Long fue el último en marcharse; un hombre completamente distinto del directivo de cara amargada que había entrado por la puerta unas horas antes.
—Todavía no me has dado una respuesta sobre la fusión, Bob —le Sesshomaru y lanzó una mirada severa en dirección a Kagome.
—Ah, eso —Bob movió una mano alegremente—. Adelante. Haz que redacten los contratos y mándamelos. Firmaré. Ha sido un placer, señora Takagashi —añadió y, sonriendo, estrechó la mano delgada de Kagome con la suya, huesuda—. Espero que se repita.
—Yo también, señor Long —dijo con una sonrisa genuina—. Buenas noches.
Él asintió con la cabeza, se despidió de los demás y salió por la puerta sonriendo.
—Dios mío —dijo Sesshomaru en cuanto su invitado se hubo marchado—. Llevo meses intentando arrancarle una respuesta positiva que nos permita a Harry y a mí seguir adelante con nuestros planes de expansión. No quería ceder, ni siquiera quería reunirse con nosotros. Y llega, habla dos horas contigo y se comporta como si la fusión no tuviera la menor importancia para él.
—Es un introvertido —explicó Kagome—. No sabe relacionarse y su manera de participar es oponerse a todo. Le gusta que lo traten como a uno más, tomar parte en la conversación pero no sabe cómo hacerlo.
—Tú lo has conseguido —señaló Sesshomaru.
—Yo he sido reportera —le recordó ella—. Hace años, un redactor jefe con mucha experiencia me dijo que no hay gente sosa sino reporteros con poca imaginación. Después de aquello, a fuerza de rodaje, aprendí a hacer hablar a la gente. No es tan difícil. Sólo tienes que encontrar temas que les gustan y saber escuchar.
—Qué sencillo haces que suene, cariño —dijo Izaioy—. Y sabes muy bien que no es nada fácil.
—En todo caso, me lo he pasado bien —respondió Kagome—. Hemos estado hablando largo y tendido de la gestión del agua y las restricciones...
—Mis dos hijos forman parte de comités que se ocupan de cuestiones relacionadas con el ahorro de agua en Tokio —observó Izaioy—. Sesshomaru fue una vez a hablar del tema en televisión.
—No sabía que a Bob le interesaran esas cuestiones —murmuró Sesshomaru y miró a Kagome como si ésta tuviera la culpa.
—Me parece que vamos a ir a ver un poco la tele —dijo Inuyasha que llevaba de la mano a kikyo y le sonreía.
—No os sentéis demasiado cerca... —advirtió Sesshomaru con una sonrisa casi imperceptible—. De la televisión quiero decir. Ya sabéis lo que dicen de las radiaciones.
Inuyasha consiguió devolverle la sonrisa.
—Ya, ya sé lo que dicen. Pero puedo cuidarme solito, hermano mayor. Y puedo cuidar de Kikyo, si ella me deja.
Sesshomaru observó a Inuyasha.
—Uno de estos días vamos a tener que hablar en serio.
Inuyasha asintió con la cabeza.
—Eso mismo creo yo.
—Voy a dar una vuelta en coche —anunció Sesshomaru—. Ve a buscar un chal y ven conmigo, Kagome.
Ésta levantó la vista hacia él.
—No me estarás hablando a mí... —replicó.
—Sí, a ti. Te llevaré a dar un paseo romántico a la luz de la luna.
Ella estudió su expresión dura y suspiró. Bueno, era inevitable, en algún momento iba a tener que enfrentarse a él, así que bien podía ser esa noche. De ese modo, no tendría que pasar el resto de su estancia allí preguntándose cuándo iba a dejarle las cosas claras.
—Si no he vuelto dentro de dos horas —dijo Kagome a Izaioy en un susurro—, llama a la policia y dile que sospechas que ha habido juego sucio.
Izaioy se rió.
—De acuerdo, y haré todo lo esté en mi mano para protegerte, cariño. Juraré que te arrastró contra tu voluntad...
—Debo haber perdido la cabeza para marcharme así contigo —dijo Kagome a Sesshomaru cuando ya estaban en la carretera.
—Y encima de noche —reconoció él—. Y entonces ¿por qué lo has hecho?
Ella se quedó con la vista clavada en el regazo; las luces de neón de los carteles luminosos que flanqueaban la autovía lanzaban destellos de colores.
—No lo sé. Hace un rato te habría estrangulado.
—Estabas defendiendo a tu hermana, encanto. No esperes que yo haga menos por mi hermano.
Ella dirigió su atención a las olas que se levantaban en la superficie del mar apenas visibles detrás de las filas de moteles que se levantaban junto a la playa.
—En otras palabras, que todo depende del punto de vista¿no?
—Exacto.
—¿Adónde vamos? —preguntó. Él giró la cabeza para mirarla.
—Esa pregunta me suena. ¿Es que siempre sospechas que tengo segundas intenciones cuando te hago subir al coche conmigo?
Ella se echó a reír.
—¿Así suena? Lo preguntaba por simple curiosidad.
—No te preocupes —dijo. Giró el volante y entraron en una carretera larga que corría paralela a la playa—. No voy a intentar llevarte a un motel.
Las mejillas de Kagome se pusieron como la grana.
—No pensaba que fueras a hacer nada parecido.
—¿No? —dijo con la mirada fija en la carretera—. La mayor parte del tiempo actúas como si fuera un violador evadido.
—Tú mismo me dijiste que no eras un hombre tierno —respondió ella mientras entrelazaba las manos sobre el regazo. Él miró hacia los lados.
—Yo dije «amante» tierno —le recordó—. Y creo que me has malinterpretado. Quería decir que en la cama era exigente, no cruel.
La cara de Kagome estaba ardiendo pero sabía que la oscuridad la protegía.
—¿No dices nada? —preguntó Sesshomaru. Levantó el pie del acelerador mientras sacaba un cigarrillo del bolsillo y lo encendía.
—Estoy lamiendo mis heridas —murmuró ella.
—No tendrías ninguna si no hubieras tratado de romperme la mandíbula —le recordó él.
—¡Pero si me insultaste!
—¿Y se puede saber qué hacías tú? —replicó él—. No quiero parecer presuntuoso, pero, por Dios, la última vez que tuve que pelearme por un beso fue hace veinte años. Y nunca me habían dicho que fuera «repugnante».
Ella empezaba a entender el comportamiento de Sesshomaru y se sintió un poco avergonzada de sí misma. Era un hombre orgulloso y sus palabras debían de haberlo herido. La noche anterior estaba asustada y alterada; no podía aceptar que aquel beso le gustara tanto. No sólo no le había repugnado sino que dudaba que Sesshomaru pudiera despertar en ella esa sensación.
—No debería haber dicho eso —admitió—. No era verdad.
Él dio una calada larga al cigarrillo.
—Normalmente no soy agresivo —dijo al cabo de un minuto—. Lo de anoche fue excepcional. Maldita sea, es la manera que tienes de reaccionar cuando estás conmigo —añadió de pronto—. No puedo acercarme a ti.
—Ya te lo he dicho, no es nada personal —replicó ella. Suspiró y se abrazó la cintura—. No disfruto con el sexo —confesó en voz baja—. No puedo evitarlo así que, por favor, acéptalo y no... fuerces las cosas.
Él salió de la carretera y detuvo el coche en un área con mesas de picnic desde las que se podía contemplar una zona de dunas. Más allá se veían las olas rompiendo en la arena. Apagó el motor y se volvió hacia ella. La luz de la luna iluminaba su rostro sólo parcialmente, sus ojos brillaban por encima de la brasa del cigarrillo.
—Una mujer es frígida por culpa de un hombre —dijo lacónicamente. Ella seguía con la vista clavada en el regazo.
—¿Qué esperas de mí¿Una confesión? —se rió nerviosa—. Lo siento, pero te dije una vez que soy una persona muy reservada.
—Ya somos dos —él aspiró largamente el humo del cigarrillo—. ¿Por qué te doy miedo?
Kagome jugueteó con la tela de la falda.
—Eres muy grande —murmuró. Los labios de Sesshomaru se curvaron ligeramente en un amago de sonrisa.
—¿Y qué quieres, un hombre que te llegue por la cintura para estar segura de vencerlo en el cuerpo a cuerpo?
Sonaba tan ridículo que ella no pudo evitar reírse.
—No, supongo que no.
Él dio otra calada al cigarrillo y se inclinó hacia delante para apagarlo en el cenicero. Fue un movimiento que lo acercó más a ella, tanto que Kagome notó el calor de su cuerpo y la fragancia masculina de su colonia. De pronto, él se giró de modo que su cara quedó a sólo unos centímetros de la de ella y el corazón de Kagome empezó a latir muy deprisa.
—Una vez me dejaste que te abrazara ¿te acuerdas? —preguntó Sesshomaru mientras buscaba sus ojos con la mirada—. Te hice enfadar y gritaste, la noche que salimos con inuyasha y Kikyo.
Ella se humedeció los labios. Lo miraba hipnotizada.
—Quería pegarte —recordó.
—Me estoy dando cuenta de que eso se ha vuelto una costumbre —murmuró con una sonrisa. Con mucha suavidad, le puso las manos en los hombros y esperó hasta que la resistencia cedió lo bastante como para permitirle acercarla a él.
—Ven aquí —susurró y lentamente fue deslizando los brazos alrededor de ella, dándole tiempo para retirarse si lo deseaba—. Así, Kagome, sin exigencias, sin amenazas. Lo único que quiero es abrazarte.
Ella sintió la mejilla áspera de Sesshomaru cuando rozó su cara. También notaba el ritmo lento y estable de la respiración de éste en la curva de sus senos, levemente aplastados contra el pecho de él. No la estaba forzando ni obligando a nada, sabía que si se resistía mínimamente, la soltaría. Saber eso la hacía sentirse segura. Se relajó y le puso las manos sobre los hombros.
—¿Ves? —murmuró él. Su voz era tan profunda y acariciadora como el sonido de las olas que morían en la playa—. No voy a hacerte daño.
Ella dejó que sus ojos se cerraran y se abandonó al abrazo. Era la primera vez que cedía sin luchar antes y era raro disfrutar de las sensaciones que aquel abandono producía en su cuerpo: un hormigueo, una excitación amortiguada que se elevaba hasta sus sentidos y la hacía ser consciente de la calidez que la envolvía, del poderoso cuerpo de Sesshomaru, de su olor, de la fuerza de sus manos, que le empujaban delicadamente la espalda por encima de la fina tela del vestido.
Notó que él se movía y la alzaba de su asiento. Se encontró sentada sobre sus muslos y con la cabeza apoyada en su hombro. Se quedaron mirándose, los ojos de ambos se paseaban sin prisas sobre el rostro del otro, absorbiendo cada detalle.
—Es como abrazar un animalito salvaje —murmuró él dulcemente. Alzó una mano para retirarle unos mechones despeinados de las mejillas—. Eres muy suave, Kagome. Tu piel es como la seda.
Los dedos de Kagome vacilaron antes de tocar la boca de Sesshomaru. Trazó el perfil de sus labios y sintió su cálida firmeza. Luego los dedos fueron hasta su mandíbula cuadrada, al pómulo, a la mejilla, oscurecida por la sombra de la barba incipiente. Le gustaba. Era la primera vez desde de su matrimonio que disfrutaba tocando a un hombre. Él frotó su nariz con la de ella de un modo suave y sensual.
—Bésame, Kagome—sugirió con voz zalamera. Su boca estaba justo encima de la de ella; la provocaba, la atormentaba. Las dos bocas casi se tocaban. Casi. Los dedos de Kagome todavía estaban acariciándole el pómulo.
—Puedes hacerlo tú —susurró ella nerviosa.
—¿No es eso lo que no funciona contigo, encanto? —preguntó—¿que lo haga yo todo? No voy a obligarte a nada. Si quieres besarme, aquí tienes mi boca.
Las manos de Kagome agarraron las solapas de su chaqueta y se quedó mirándolo fijamente, aturdida. Notaba el pulso que le latía con fuerza en las yemas de los dedos. Probó a rozar sus labios con los de ella. Una vez, dos... Lo besó con fuerza, provocadoramente, pero aquello no la satisfizo: él ni siquiera se movió.
Sintiéndose más segura, deslizó las manos bajo los mechones plateados de la nuca de Sesshomaru y se apretó contra él. Notó cómo sus senos se aplastaban contra la pechera de la camisa mientras llevaba de nuevo los labios a su boca. Todo ese rato, no dejaba de mirarlo a los ojos. Abrió la boca y lo animó a hacer lo mismo para poder oler su aliento. El también tenía los ojos muy abiertos y observaba el modo en que respondía cuando su lengua se movía sensualmente entre los labios entreabiertos de ella y la provocaba con una habilidad enloquecedora. Kagome se quedó sin aliento ante tantas nuevas sensaciones.
Los labios de Sesshomaru rozaron los suyos al hablar.
—Esa noche te alteró mucho¿no? —murmuró—. Lo de mirarnos mientras nos estábamos besando...
—Nunca lo había hecho —confesó sin aliento. Sus dedos se enredaron en el pelo de Sesshomaru, le gustaba su tacto.
—Yo tampoco —respondió él—. Quería mirarte. Y sigo queriendo lo mismo. Abre un poco la boca.
El corazón de Kagome latía con fuerza mientras obedecía sin dejar de mirar los ojos grises de Sesshomaru. Entonces unos dientes la mordisquearon y una lengua se abrió paso entre sus labios. También notó que sus manos la agarraban y la obligaban a cambiar de posición. Se encontró sentada a horcajadas y notó cómo Sesshomeru empujaba sus caderas contra las de él. Su boca se volvió más exigente y Kagome notó que su cuerpo la traicionaba, que un deseo dulce brotaba dentro de ella a medida que notaba el de Sesshomaru. La boca de éste seguía provocándola y se dejó llevar por la corriente que la arrastraba como a un nadador exhausto. Cerró los ojos; el placer era mayor de lo que esperaba. Incapaz de sostener la mirada apasionada de los ojos grises de Sesshomaru, se rindió sin protestar. Dejó escapar un quejido, un sonido extraño, largo, doloroso, en medio de la oscuridad. Le temblaban las piernas, tenía las rodillas dobladas y estaban frente a frente. Le dolían los senos mientras trataba de pegarse aún más a él.
Notó cómo un estremecimiento recorría el cuerpo de Sesshomaru y, de pronto, sintió que la mano de él estaba sobre uno de sus pechos y lo acariciaba por encima de la tela del vestido, poseyéndolo. La invadió el pánico. Se echó hacia atrás dando un grito y le agarró la mano con dedos fríos. Sus ojos mostraban confusión y perplejidad.
Él respiró hondo.
—Soy un hombre —se justificó—. Si te frotas contra mí de esa manera¿qué esperas?
Ella logró contener su lengua y se tragó la contestación desagradable que había acudido automáticamente a su boca, pero se levantó del regazo de Sesshomaru y volvió a su asiento. Se abrazó la cintura con firmeza.
—Lo siento —acertó a decir con voz temblorosa.
Él no habló. Sacó un cigarrillo y lo encendió. Su pulso ya no era tan firme como antes. Se quedó tranquilamente sentado y fumando un rato antes de hablar. Su aspecto era oscuramente sensual. Tenía el pelo revuelto y en los ojos grises todavía brillaba la pasión frustrada.
—Presumiblemente, los hombres te tocarán de vez en cuando —la provocó él en tono burlón.
—Así no —confesó ella y lo miró con timidez. Él parecía confuso.
—¿No está permitido achucharse un poco? —murmuró. Ella respiró hondo. Le debía al menos una explicación.
—Si quieres saber la verdad, no sé mucho de achuchones.
—¡Pero si has estado casada!
—Sí —replicó ella. Había amargura en su mirada—. Con un hombre que creía que la violación era uno de los derechos del marido.
Wolas! Muahahahaha que mala que soy lo he dejado en la situación cumbre muahahahha...que pasará...como reaccionará nuestro sexy Sesshomaru? Muahahahaha pues eso queridos/as letores/ras lo sabreis en el proximo capitulo...
Dejadme reviews y no seais tan malos/as como yo...tened compasión y dejadme alguna notita...
Hasta la proxima!
